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Ministerio de Educación, Ciencia y tecnología

Dirección de Educación Superior

Instituto de Estudios Superiores

“Prof. J. M. Chavarría”

Actividad integradora
Unidad N°1

Carrera: Prof. En Educ. Secundaria de Historia 

Cátedra: Historia Americana I

Alumno: Amarillo Francisco Javier

Docente: Possentini, Analuz

Año: 2do

Ciclo Lectivo 2020


“El proceso de independencia en Latinoamérica: debates y especificidades regionales”

Previo a su independencia, América Latina constituía una sola entidad política llamada
América española. Los nexos comunes entre las colonias americanas solo se basaban en ser
dominios de la misma monarquía, un idioma y una religión comunes. Pero carecía de una
unidad económica (en términos de Soler, base sustancial de la nación) y una unidad
administrativa. El autor plantea un error en la interpretación del fenómeno al confundir ‘la
unidad del estado con la unidad nacional’. Esto termina llevando en ultimo termino a una
falacia analítica al entender la emancipación como doble fragmentación, lo que incluye el
quiebre de una ‘pretendida’ unidad hispanoamericana que solo se limitaba a una unidad
política, y al mismo tiempo la balcanización del territorio americano en multiples
nacionalidades. ‘No hay una nación latinoamericana "desaparecida" en el pretérito que es
preciso "restaurar" en el presente’ (soler: 1979;pag. 29).

En el caso del Rio de la plata, la forzada unidad económica entre un norte preindustrial y un
puerto con necesidades de formalizar el contrabando, culmino en la eclosión pos
independentista de la fuerzas centrifugas que pujaban por autonomía. No hay una
preexistencia de la ‘nación’ en este caso, esta recién se forjo con el asentamiento de las
relaciones de producción capitalistas a mediados del siglo XIX y la constitución del estado
argentino como centro hegemonizador de los patrones culturales de ‘lo nacional’.

El viraje hacia formas republicanas de gobierno marca la ruta del siglo XIX Americano. A
contramano de una Europa que retornaba a sus bases monárquicas de gobierno, las Américas,
con excepción de Brasil eligieron la vía republicana para ordenar su vida política. La
América de principios de siglo XIX se transformo en tierra fértil para la experimentación
política, donde al mismo tiempo que se implantaban instituciones originadas en Europa, se
sostenían prácticas políticas nuevas y diversas. América se planteaba como una vanguardia,
frente una Europa que se ahogaba en sus perimidas tramas monárquicas.

En un primer momento la cuestión de la nueva soberanía y su legitimidad se dirimió a partir


de los movimientos juntistas surgidos en la península por ocasión del avance napoleónico. La
necesidad de asegurar un respaldo material frente a la caída de la metrópoli, resulto en la
frenética búsqueda de reconocimiento por parte los demás ‘reinos’ ultramarinos en un acto de
inesperada igualdad de condiciones a la hora de ejercer la representatividad. La cuestión en
Nueva España decanto en un movimiento pro junta que fue hábilmente desarmado por un
golpe de fuerza del grupo absolutista-peninsular, que termino con el derribo del virrey. La
supresión del impulso autonomista de 1808, abrió las puertas para el levantamiento popular
de 1810.

En el caso del Rio de la plata, los movimientos juntistas tuvieron un fugaz auge y decadencia
en el norte. Cualquier atisbo de rebelarse contra el dominio español era automáticamente
relacionado con los levantamientos indígenas del siglo anterior, por lo tanto fueron
suprimidas brutalmente por los realistas reaccionarios en conjunción con intereses de ciertos
grupos criollos. Hubo que esperar hasta el 25 de mayo de 1810 cuando una asamblea
del Cabildo de Buenos Aires destituyó definitivamente al virrey  y lo remplazó por una Junta
de Gobierno. Estando Fernando VII despojado de su trono, la cadena burocrática del Imperio
Español había dejado de ser legítima, volviendo al pueblo la soberanía popular.

La construcción de un poder legitimo ante la caída del poder real, movilizo gran parte de las
elites criollas a reinterpretar y reformular las ideas republicanas que emergían de Europa y
Estados unidos. Las diversas formas de articular el poder pasaron a ser sustentadas en la
soberanía popular como eje rector, este fue el instrumento para sostener e impugnar el poder
por los diferentes grupos en disputa.

Entre las diversas formas que intentaron los americanos para tomar decisiones autoritarias
sobre el conjunto, la práctica de cabildos abiertos constituyo una novedad y una alternativa al
sistema representativo. Aquí se ejercía una especie de democracia directa sobre las bases de
una institución del antiguo régimen. La necesidad de un poder centralizado frente a la
disgregación política que supuso la emancipación, fue relegando a los cabildos a funciones
políticas de tipo más localista. La violencia organizada también jugo un papel central en la
configuración política de las nuevas repúblicas.

‘Una forma de intervención fundamental (en la vida política) fue la de las armas. En la
Iberoamérica del siglo XIX, la ciudadanía política se asociaba estrechamente a la
participación en las milicias (SABATO ; 1997:Pag. 24)

La formación de milicias a partir de las invasiones al Rio de la Plata de 1806 y 1807 introdujo
un nuevo actor en la puja política y al mismo tiempo se inauguro un nuevo factor de presión a
través de la violencia organizada. Incluso las milicias funcionaron como un mecanismo de
ascenso social, ya que durante el periodo pos independentista fue común la emergencia de
nuevos cuadros políticos provenientes del ejército y las milicias. En un momento donde los
cargos eclesiásticos, gubernamentales y militares estaban en manos de peninsulares, la
emergencia de las milicias constituyo una oportunidad para los criollos para presionar su
entrada al poder político.

Finalmente, el principio de la representación política se fue imponiendo. Los destinos de la


nación debían quedar en manos de los conductores que la ciudadanía eligiese. Era potestad de
los representantes sostener la voluntad del pueblo soberano. Bajo esta definición abstracta de
‘pueblo’ quedaban afuera todos los grupos que no comulgaran con la idea de nación que se
intentaba implantar. En el caso rio platense, la nación burguesa librecambista no contemplaba
las prerrogativas de los grupos del interior, lo que llevo a los conflictos intestinos que se
desataron a partir de la década del 20’ del siglo XIX.

El principio de la representación política implicaba marcar la pauta de quienes iban a ser los
representantes, y quienes los representados. Para esto era condición sine qua non demarcar a
la comunidad política. ¿Quiénes la integraban? Y sobre todo ¿quiénes no la integraban? y
¿Bajo qué parámetros iban a ser integrados los ‘ciudadanos’ de la emergente nación?

‘La definición de una ciudadanía política fue un presupuesto en la formación de las nuevas
naciones iberoamericanas impuesto por las elites triunfantes después de la independencia. El
poder político debía fundar su legitimidad de origen en el sistema representativo, lo que
implicaba la construcción de una comunidad de iguales, que participara directa o
indirectamente en el ejercicio del poder político’ (Sabato; 1997:Pag. 28)

La ciudadanía política liberal decimonónica supone un cuerpo político integrado por iguales,
aunque algunos más iguales que otros. Esta dimensión comunitaria del órgano político es lo
que define los límites de la inconclusa nación burguesa. El quiebre de la monarquía española
y la retroversión de la soberanía en el pueblo abrió un siglo XIX conflictivo para la
constitución de estas nuevas comunidades políticas, de las cuales la gran mayoría se arrogaba
la representación popular.

En el caso del rio de la plata, los intentos del litoral por organizar un estado puerto céntrico
fundado meramente en sus intereses, se vio retrasado hasta mediados del siglo XIX por la
resistencia de los pueblos del interior, ante el avance librecambista y los reclamos por sus
derechos de autonomía frente a los intentos de sometimiento por parte de Buenos Aires. En el
proceso de formación del estado nacional argentino gran parte de sus habitantes fueron
marginados de la definición de ‘pueblo’ a ser representado. El antagonismo
Civilizacion/Barbarie plantea directamente esta oposición irreconciliable con los elementos
‘antinacionales y barbaros’.

La unidad política entre la burguesía y las elites criollas mexicanas surgida al calor de lo que
significaron los levantamientos populares de 1810, se encontraba atravesada al mismo tiempo
por la necesidad de mantener el control sobre las clases subalternas, en este caso las masas
indígenas. Desde fines del siglo XIX la nación que se busco construir fue una nación
homogénea, donde lo indígena paso a representar un pasado mitificado y glorioso, y por otro
lado un lastre del presente que significaba atraso y ignorancia. Formas de vida pre capitalistas
que representaban cabalmente lo ‘antinacional’ frente a la burguesía que intentaba ‘fabricar’
una nación a su propia medida. La nación moderna se asienta sobre los antagonismos de
clase, los cuales median en toda discusión política entre los sujetos que pertenecen a la
misma. Tal como lo plantea soler cuando cita a Lenin planteando ‘la existencia, en la
sociedad "burguesa’’ de "dos naciones en cada nación’’. Los principios liberales,
acomodados a medida de la burguesía comercial y terrateniente triunfadora, surgen como
ordenadores de la nueva vida social surgida a la caída del antiguo régimen. El proyecto
nacionalizador de la burguesía a través de su apropiación del aparato estatal por la caída del
orden feudal, no está exento de contradicciones. Los grupos desplazados de la apropiación
del capital dentro de la misma nación, surgen como oposición dentro de un sistema que aspira
a la unidimensionalidad y la homogeneidad estructural. De ahí tal como lo plantea Soler, su
carácter inconcluso

‘Desde el poder, las élites triunfantes buscaron entonces imponer los principios liberales
sobre otros grupos que tenían horizontes culturales distintos a los que proponía ese ideario, o
que profesaban versiones diferentes del mismo, y que a veces resistieron, otras se sometieron,
aceptaron, reinterpretaron o contribuyeron a modificar el liberalismo a través de complejos
procesos de relación social, cultural y política’ (Sábato, 1997: 14)

En el caso mexicano, la imposibilidad de los grupos criollos de acceder al poder político


mediante formas ‘institucionalizadas’ culmino en una insurrección popular contra el yugo
español, representado por el grupo que había desplazado al virrey Iturrygaray. Al igual que el
caso Venezolano, los intentos de instrumentalización de las masas oprimidas por criollos y
peninsulares por igual, abrieron la puerta a revueltas de caracteres raciales. Ya no se trataba
solo de un movimiento contra la opresión política peninsular, sino que se materializo en una
guerra racial contra todos los blancos y propietarios. Con los levantamientos indígenas del
Perú bien presentes en el imaginario colectivo mexicano, el criollaje se recostó sobre el
gobierno virreinal como una forma de protegerse frente al avance de las masas oprimidas.
Esto sello la derrota del movimiento dirigido por Hidalgo y retraso la independencia
definitiva al condensarse los intereses realistas y criollos en común defensa de sus
propiedades y posiciones de privilegio, frente a lo que significo el avance de las masas
oprimidas.

‘En tanto que unidad de territorio, economía, lengua y cultura la nación convoca a la
homogeneidad de la estructura y la superestructura sociales. La cultura material y espiritual
que así se acumula permite como nunca antes en la historia, el enriquecimiento de la
personalidad individual que se apropia, sin mermado, del patrimonio común. Pero en la
sociedad burguesa las contradicciones sociales dislocan aquella homogeneidad disolviendo
en el egoísmo los frutos de la creación colectiva. Esta la razón por la cual el proceso
nacionalizador, en el capitalismo, es siempre formal, anárquico e inconcluso’ (Soler; 1979,
Pág. 29)

La emergencia de una burguesía criolla depuesta completamente del acceso al poder político
por las elites europeas, dio forma a un bagaje cultural protonacional, mediante un relato
propio que aglutinaba gran parte del sentir anti español. Una vez derribado los resabios de la
estructura económica imperial, surge lo indígena como un ‘otro’ antinacional dentro del
recién inaugurado cuerpo sociopolítico independentista. En el caso ‘rio platense’ el indígena
contemporáneo al proceso de invención nacional, fue invisibilizado por la historiografía
liberal y colocado arbitrariamente como actor en la época prehispánica y en la conquista.
Mientras que los contempéranos fueron tachados de antinacionales, barbaros y un elemento a
extirpar para la correcta concreción del estado nacional argentino en el crepúsculo del siglo
XIX. La conquista del desierto no implico otra cosa que el avance del estado nacional
argentino y las relaciones de propiedad capitalistas sobre los pueblos originarios y sus formas
de vida pre capitalistas.
Bibliografía:

Ricaurte, Soler: La nación latinoamericana, proyecto y problema. México, Centro editor


UNAM,1979.

Sabato, Hilda: Ciudadanía Política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de


América Latina. México Fondo de cultura económica. 1997.

Peña, Milciades: El paraíso terrateniente. Buenos Aires. Ediciones Fichas. 1975

Bethell, Leslie: Historia de América Latina. México. Editorial Critica.1991

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