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Esta nueva orientación de la filosofía hacia los asuntos humanos está relacionada muy
estrechamente con las circunstancias históricas, sociales y políticas de la época.
1. La victoria de los griegos sobre los persas que tuvo lugar a comienzos del S. V a. C. (la batalla
de Maratón, 490 a. C. y la batalla de Salamina, 480 a. C.). La victoria griega sobre el poderoso
imperio persa incrementó la confianza de los griegos en sí mismos, en la superioridad de su forma
de vida y de su organización política. Atenas se convierte en la gran potencia del mundo griego
en lo político, militar y cultural.
Por ello, surge la necesidad de prepararse de una manera adecuada para participar en la política.
Pericles fue un gran militar y político ateniense, fue fundamental en el desarrollo de la democracia
en Atenas. Con él, la democracia llegó a su máximo esplendor.
Los sofistas eran, en su mayoría, extranjeros llegados a Atenas. Por ser extranjeros, no podían
intervenir en la vida política, pero educaban a la mayoría de los políticos atenienses y a cambio
de sus enseñanzas recibían un salario. Entre las enseñanzas que impartían estaba la retórica (arte
de hablar correctamente en público con tal de convencer), la oratoria (técnicas para dar
discursos) y la dialéctica (técnicas para exponer razonamientos y argumentos con tal de vencer
al adversario) .
Inicialmente, el término sofista tenía un sentido positivo, ya que era sinónimo de sabio o experto en
alguna actividad; pero, a partir de finales del S. V a.C.; adquirió un sentido negativo, debido a la
reacción antidemocrática surgida en Atenas a finales del S. V a.C.; la defensa, por los sofistas, de
ciertas ideas y actitudes que chocaban con las creencias tradicionales griegas, y las críticas que
contra ellos vertieron algunos filósofos y escritores griegos.
A pesar de que los sofistas no formaron ninguna escuela filosófica, comparten, por lo general,
varios rasgos teóricos:
1. El escepticismo tanto religioso como filosófico. El escepticismo es una doctrina filosófica que
niega toda posibilidad de conocer la verdad. Los sofistas niegan que el hombre pueda llegar a
conocer alguna verdad absoluta y universal, es decir, válida para todos los seres humanos. El
ser humano no puede conocer verdades absolutas.
2. El relativismo político y moral. El relativismo sostiene que las leyes y los valores morales no
son universales, sino relativos, es decir, cambian o varían dependiendo de la época, la cultura o
la sociedad. Las verdades, valores y leyes dependen de las condiciones, momentos y circunstancias
en que son formuladas. Lo que se considera bueno o malo, justo o injusto, no es fijo, absoluto o
universalmente válido e inmutable.
Los sofistas se dieron cuenta de que las normas morales y las leyes políticas no estaban fijadas por
naturaleza, sino que había diversos modos de concebir el bien y la justicia.
3. El convencionalismo político y moral. Las leyes y los valores morales por las que se rigen las
sociedades son convencionales, es decir, son fruto de un acuerdo, pacto o convención entre los
seres humanos y, por eso, pueden ser cambiadas. Por esta razón, no son eternas ni universales, sino
variables y diferentes en función de la época, la cultura o la sociedad.
2.1. La oposición physis-nomos
Al ocuparse fundamentalmente de los temas relacionados con el ser humano, los sofistas prestaron
una atención especial a las instituciones y normas por las que se rigen la vida y la convivencia
entre las personas. Por esta razón, uno de sus principales ejes de reflexión es la oposición entre
physis (naturaleza) y nomos (palabra que en griego significa ley y costumbre).
Los sofistas afirmaban que todas las leyes, normas sociales, valores morales e instituciones
políticas son fruto de una convención humana y no derivan de la naturaleza. La moral, las leyes y
las costumbres son convencionales: son así, pero podrían ser de otra manera. Si las normas
morales y las leyes fueran impuestas por la naturaleza serían las mismas en todas las
sociedades, puesto que la naturaleza es la misma para todos los hombres. Pero esto no ocurre,
sino que cada sociedad
o cultura posee las suyas propias. Desde el punto de vista de los sofistas, no hay que confundir lo
que es o existe por ley (nomos) y lo que es por naturaleza (physis).
a) Protágoras y el relativismo
Esta misma conciencia de los límites del conocimiento humano, lleva a Protágoras a declararse
agnóstico, respecto a la existencia o no existencia de los dioses: ni afirma ni niega su existencia;
simplemente rechaza pronunciarse sobre ese tema; porque considera que es un problema que escapa
a las posibilidades del conocimiento humano.
Y, si nada podemos afirmar acerca de los dioses, es normal que seamos nosotros, los seres humanos,
quienes decidamos en cada momento sobre los valores que van a regular nuestra conducta. Así, para
Protágoras, la única manera de ponerse de acuerdo en unas normas de convivencia en sociedad
es adoptando las opiniones aceptadas por la mayoría de los ciudadanos.
b) Gorgias y el escepticismo
Gorgias está considerado uno de los primeros defensores del escepticismo al afirmar que el
conocimiento no es posible y que ninguna opinión es absolutamente segura. Rechaza la posibilidad
de poder alcanzar verdades objetivas y universales. Niega que sea posible para la razón humana
alcanzar un conocimiento objetivo y acceder a una verdad absoluta, ya que nuestro entendimiento
(razón) es limitado y está incapacitado para ello. Sostiene que, si existiera la verdad, no la
podríamos conocer; y aunque la pudiéramos conocer, no la podríamos comunicar.
El escepticismo de Gorgias niega un supuesto básico de la filosofía griega anterior. Para ésta, y
posteriormente, para Platón y Aristóteles, la realidad es racional; por tanto, podemos llegar a
comprenderla, sirviéndonos del pensamiento, y también podemos expresarla adecuadamente
sirviéndonos del lenguaje.
Gorgias, en cambio, ve el lenguaje de otra manera. Según él, el lenguaje no es un instrumento
adecuado para expresar las cosas como son, sino un instrumento de manipulación, un arma para
convencer e impresionar a las masas. Si se dominan las técnicas adecuadas, el lenguaje es un medio
para imponerse a los demás. De ahí, la importancia que este sofista concede a la enseñanza de la
retórica.
3. SÓCRATES
Sócrates nació en Atenas en el 470 a. C. Un rasgo que distingue a Sócrates de todos los filósofos
griegos del siglo V a. C. es su profunda identificación con su ciudad, su enraizamiento vital en
Atenas. Sócrates no puso por escrito sus doctrinas y todas sus enseñanzas fueron orales. Su
discípulo más destacado será Platón.
Se interesó en un principio por las doctrinas físicas de los filósofos de la naturaleza, pero
posteriormente cambia su interés inicial por la reflexión sobre el ser humano, la vida moral, la
convivencia y la justicia. Sócrates pertenece, por tanto, al ambiente filosófico y cultural de los
sofistas. Con ellos comparte su interés por el ser humano, por las cuestiones políticas y morales. Su
personalidad y sus ideas, sin embargo, contrastan radicalmente con las actitudes y las enseñanzas de
los sofistas.
Hizo suya la máxima délfica de "conócete a ti mismo”, de manera que el autoconocimiento
será el centro de donde emane su reflexión filosófica. Para este filósofo, el fin último de la
existencia radica en lograr el dominio de uno mismo. Por todo ello, el pensamiento socrático debe
entenderse, antes que nada, como un modo de vida.
La filosofía debe servir, según este planteamiento, para conocernos mejor a nosotros mismos,
alcanzar la virtud (pleno desarrollo moral) y, en consecuencia, la felicidad. Sócrates estaba
convencido de que una voz o conciencia interior (daimon) le inspiraba y conducía sus pasos: una
voz que le guiaba indicándole lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Tras una vida entregada a dialogar con sus conciudadanos y a instarles a que fueran “mejores y más
sabios” es llevado a juicio acusado de negar la existencia de las divinidades populares, de
introducir nuevos dioses y de corromper con sus enseñanzas a la juventud. Fue declarado
culpable y condenado a muerte por un tribunal popular. Muere en Atenas en el 399 a. C.
Sócrates rechaza el relativismo de los sofistas y asegura que sí existe la verdad universal, válida
para todos. De no ser así, sería imposible la comunicación y la justicia. Frente a estos, sostiene un
universalismo moral pues afirma la existencia de valores morales objetivos y universales (como
el bien y la justicia), válidos para todos los individuos.
Según su planteamiento, todos los seres humanos tenemos en nuestro interior de forma innata un
conocimiento de lo que es bueno o malo, justo o injusto. Para descubrirlo debemos conocernos a
nosotros mismos. Buscando dentro de nosotros mismos podemos encontrar las definiciones
universales de lo bueno y de lo justo.
Sócrates está convencido de que existen normas de validez universal. Valores como la Verdad, la
Bondad, la Justicia o la Belleza existen y son la base de la convivencia humana. Por tanto, si se les
interroga adecuadamente, todos los seres humanos pueden encontrar en el seno de su alma
respuestas universales. Con su método de diálogo (mayéutica), Sócrates ayudaba a las personas
a encontrar las verdades universales que se encuentran en su mente.
Sócrates no solo afirma el universalismo moral, sino que también defenderá el intelectualismo
moral. Este planteamiento identifica la virtud (areté) con el conocimiento. Se denomina
intelectualismo porque identifica el bien y la virtud (excelencia) con la sabiduría, y el mal con la
ignorancia. Según este planteamiento, cuando conocemos lo que es universalmente bueno y
justo, y nos convencemos de ello, lo llevamos inevitablemente a la práctica.
Sócrates afirma que quien actúa mal lo hace por ignorancia o desconocimiento. Concibe la moral
como un saber, por esta razón para él no existen personas malas sino solo ignorantes, es decir,
personas que creen saber lo que es el bien, pero que, en realidad, están equivocados.
Sócrates entiende la filosofía como la búsqueda, colectiva y en diálogo, de la verdad. Por ello, su
forma de hacer filosofía se basaba en el diálogo con los demás. Según su planteamiento, cada ser
humano posee parte de la verdad, pero no puede descubrirla por sí solo. Por esta razón, ideó un
método que tiene como objetivo ayudar en esta búsqueda.
Entonces comenzaba la segunda fase del diálogo, la mayéutica1. Esto solo era posible cuando el
interlocutor estaba dispuesto a reconocer, como había hecho Sócrates al principio, que desconocía la
respuesta. Solo entonces resultaba posible iniciar una investigación conjunta para buscar la verdad
mediante preguntas y respuestas. En esta segunda fase Sócrates ayudaba a su interlocutor a
encontrar la verdad y el conocimiento por sí mismo.