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Sobrecubierta de A. TIER7.
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WILHELM DE VRIES
ORTODOXIA
Y CATOLICI5MO
BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1967
Traducci6n do AUIANORO Es'n;BAN LATOR Ros, do la obra de
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© Editorial Herder S.A., ProyenzQ, 388, Barce/ona (España) 1967
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Es PROPIEDAD DEPÓSrTO LEGAL: B. 13.084-1967
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íNDICE
INTRODUCCIÓN. . . • • • • • • • . • . . • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • 9
PARTE PRIMERA
ORTODOXIA Y CATOLICISMO
EN EL PRIMER MILENIO
I. DIVERSIDAD ORIGINARlA ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE. 13
2. Diversidad en la liturgia......................... 16
occidente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Justiniano.... . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . .. . . . . . . . 49
usos... .. .. 57
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10. El cisma de Focio: Primado centralista contra auto
nomia patriarcal .. _ . 61
a) Desarrollo del centralismo en occidente . 62
b) El curso de los acontecimientos . 63
e) Las razones más profW1das . 69
11. Entre el cisma de F ocio y la escisi6n definitiva . 76
12. El cisma de Miguel Cerulario . 77 i
.1
a) El curso de los acontecimientos . 77
b) Las razones más· profundas . 80
PARTE SEGUNDA
I. AHONDAMIENTO DE LA ESCISIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . 89
6
5. Tentativas de unión desde el concilio de Florencia
hasta la fundacióo. de la Congregación de Propaganda
Fide (1622) ~ .. 137
a) La actitud de Roma frente a oriente en el período
I Conclusión.. . .. .. . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . .. .. . . .. . .
Bibliografía.. . . . . .. . .. . . . . . . . . . .. .. . . .. .. . . . . . . . .
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185
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INTRODUCCIóN
9
esta Iglesia, que consiguientemente quedó de hecho,
durante algún tiempo, casi restringida a occidente. De
bido a un proceso histórico de estrechamiento que con
dujo a la ortodoxia y al catolicismo a un exclusivismo
que no estaba implicado en estos conceptos, ambos
sectores cristianos acabaron por convertirse en «confe "
10
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Parte primera
ORTODOXIA Y CATOLIClSMO
EN EL PRIMER MILENIO
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2. DIVERSIDAD EN LA LITURGIA
16
ficamente nuevo en sentido cristiano, la repetición de
lo que Cristo había hecho en la última cena, aunque
unido muy pronto con un culto de oraciones y de lec
turas tomado de la sinagoga. De este modo se había
fijado la estructura esencial del culto; pero en los deta
lles, sobre todo en la composición de los textos ora
cionales, reinaba la mayor libertad. La Didakhé, o
Doctrina de los doce apóstoles. permitía al profeta orar
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en el culto «como quisiera». Según el testimonio de
Justino, el presidente de la comunidad pronuncia Ja
suprema oración eucaristica «como se lo permiten sus .
fuerzas». Podía. por tanto. improvisar. Por esto no
debe extrañar que en los textos que acabaron por adqui
rir una forma fija se refleje. sin embargo, el carácter
de latinos y griegos. Las oraciones del rito romano
urbano, formuladas en forma concisa y precisa, en las
que se trata en cada caso de un fruto práctico de la
oración, responden a la índore objet:ilva del romano.
La oración eucarística de acción de gracias de oriente,
vibrante. en forma de himno. en la que se desarrollan
profundos pensamientos acerca del Dios. eterno, no
originado, y de su unigénito Hijo, revela su compositor
griego. También en los gestos y ceremonias, en la música
y en los ornamentos se hizo manifiesta la diversidad
de los pueblos. La forma dramática de la liturgia bizan
tina, en 'la que, como en una representación a '10 divino,
aparece el «Rey del universo» rodeado de los suyos
como sacerdote y como víctima, hace pensar en influen
cias hedcnístieas.
En los primeros siglos no se dio gran importancia a
esta diversidad de las formas litúrgicas. El obispo Fir.
rniliano de Cesarea, en una carta al papa Esteban 1
(254-257) que se ha conservado en la correspondencia
17
Vries. Ortod. 2
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de san Cipriano, subraya que en las diferentes regiones
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hay mucha diversidad en los usos de la Iglesia, sin que ¡
por ello sufra la unidad esencial. Había gran libertad
y posibilidad de adaptación. No existía, por ejemplo, t
la menor dificultad en que un obispo asiático, san Poli
carpo. celebrara en Roma el santo sacrificio juntamente
con el papa Aniceto (156-166), aun cuando no habían
podido ponerse de acuerdo sobre la fecha de la pascua.
San Jerónimo, en sus viajes por oriente, se adaptaba a
los usos locales. En el convento de santa Melania, 'en
Jerusalén, se celebraba el rito romano sin que esto sor
prendiera a nadie. San Agustín se expresa en sentido
muy amplio acerca de la cuestión de los ritos. Según él,
sólo es obligatorio lo que el Señor mismo dejó deter
minado y se usa en todas partes. Cada cual debe adap
tarse a los usos de la Iglesia local a dondequiera que
vaya.
Los ritos locales, bastante variados en un principio,
fueron unificándose más y más por el influjo de fuertes
centros eclesiástiic06. En oriente existían varios de ta
les centros, a saber, Jerusalén, Alejandría y Antil>quía, y
más tarde Constantinopla; en occidente. por el contra
rio. descollaba Roma por encima de todo. y finalmente,
aunque sólo al cabo de muchos siglos. se logró que
en la entera Iglesia latina reinara casi absoluta unifor
midad, mientras que en oriente, dentro de los límites
del imperio. permanecieron en vigor tres ritos: el ale
jandrino, el siríaco occidental, o antioqueno. y el bizan
tino. Además, dos Iglesias, que no tardaron en surgir
fuera de los limites del imperio, constituyeron su propio
rito. a saber. la Iglesia persa, con su rito siríaco orien
tal, y la Iglesia armenia, con su rito armenio. También
en oriente se fue avanzando finalmente hacia una fuerte
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lo indica ya la temprana aparición de una literatura
cristiana siríaca y copta (egipcia). La oposición mono
fisita contra el aborrecido emperador griego dio también
origen a una no pequeña conciencia nacional siríaca
1¡ y egipcia. Por ello también se dio a los partidaríos del
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)1' emperador el mote de «melquitasl>, es decir, «imperia
I les» {de malko, «OmperadOr» en sirio) O secuaces del
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'li barileus de Constantinopla.
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l' La posición privilegiada de las Iglesias principales se
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desarrolló por derecho cOnsuetudinario, que por lo que
II¡ hace a Alejandría y Antioquía fue sancionado por el
canon 6 del concilio de Nicea (325). A la nueva ciudad
Ili imperial de Constantinopla se confirió, por el canon 3
del primer concilio de Constantinopla y por el tan deba
li
tido canon 28 de Calcedonia, una posición singular
I! análoga a la de la antigua Roma. Los papas recono"
cieron sin dificultad los patriarcados de Alejandna y
de Antioquía, haciendo remontar reguJarmente sus dere
chos a los cánones de Nicea, fundándolos además . con
la tan discutible teona de las tres sedes petrinas: Roma,
Antioquía y Alejandría, aceptándose en el caso de
Alejandría la tradición de que esta iglesia fue fundada
por Marcos, discípulo de san Pedro. Pero durante todo
el primer milenio no formulan los papas la reivindi
cación de haber conferido a estos patriarcas sus dere
chos como participación en la plena potestad pontificía.
Contra la posición privilegiada de Constantinopla y su
motivación por el rango político de esta ciudad se opu
sieron largo tiempo los papas, pero al fin acabaron por
reconocerla de hecho, aunque contra su voluntad.
Cierto que los patriarcados no se remontan al perío"
do apostólico, sino que más bien se desarrollaron poco
a poco en el transcurso de los primeros siglos. Primera
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~.; mente en Egipto, donde el obispo de la capital. Alejan
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dría, logró una posición privilegiada sobre todo el país.
Ésta era ya un hecho en el siglo 1lI. Anl'ioquía, gran
metrópoli de oriente y, desde la reforma del imperío
por Diocleciano, capital de la diócesis política «Orieos»,
se fue imponiendo mucho más lentamente, no obstante
l'. su indiscutible origen apostólico. Los derechos menciO"
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nados en el canon 6 de Nicea no se precisan ulterior
mente; ni tampoco se reconoce a Antioquía detenninado
territorio como zona eclesiástica. Jerusalén, no obstante
su extensa influencia y su singular posición de ciudad
madre del cristianismo, no se constituyó en patriarcado
hasta el año 451.
En la formación de los patriarcados intervinieron di
ferentes factores, uno de los cuales es el origen apos
tólico. Esta evolución no era ciertamente exigida por
el derecho divino, pero respondía muy bien a la estruc
tura de la Iglesia. Los obispos no se ven aislados ni se
sienten nunca corno puras mónadas mantenidas 'en cohe
síón únicamente por su dependencia de Roma; desde
un principio forman un todo que sucede al colegio apos
tólico, y tal colegio reclama una cabeza. La necesidad
de una dirección homogénea indujo a la reunión de los
obispos bajo una cabeza superior regional. La organi
zación de derecho divino, a saber, el episcopado uni
versal bajo la dirección del sucesor de Pedro, no podía
entonces. camo estaban de hecho las cosas, bastar para
la dirección ordenada de la Iglesia. Se requería además la
organizaci'ón a nivel regional porque así se conservaba
la justificada peculiaridad de las diferentes regiones, el
buen pluralismo en la Iglesia.
·Los patriarcados se formaron desde abajo, no fueron
fundados desde aniba. Una centralización regional, una
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4. IGLESIA DEL IMPERIO EN ORIENTE, IGLESIA DEL PAPA
EN OCCIDENTE
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tiene nada de extraño. Más adelante volveremos a tra
tar de este punto.
La diferente manera de concebir a la Iglesia en orien
te y occidente se puede condensar en esta breve fórmula:
por una parte, Iglesía del imperio, por la otra. Iglesia del
papa. La Iglesia del imperio se compone de una multi
tud de iglesias locales particulares, que son lo primero
en la conciencia de los orientales. No en vano se ora
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en oriente «por la prosperidad de las santas iglesias de
Dios». Una eventual perturbación de la comunión entre
las iglesias particulares es, si, algo que no debe suceder,
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conjunto la cristiandad una, mantenida en cohesión por
el imperio uno, a cuya cabeza se halla el emperador co
mo vicario de Dios en la tierra, como ungido del Señor.
Iglesía y Estado no son dos magnitudes que se puedan
separar perfectamente, sino dos aspectos de una misma
cristiandad y de un mismo imperio. Constantino se de
signa ya como «obispo del ex:teriOf», y jerarcas bizan
tinos declaran ya en su época: «En la Iglesia no se debe
hacer nada sin consentimiento y orden del emperador.»
Constantino mismo escribe a los obispos del sínodo de
~ Rímini: «No puede tener fuerza jurídica ninguna de
I cisión a la que nuestra voluntad le niega desde ahora to
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eres sacerdote y emperador. Tú has levantado la Iglesia,
maestro de la fe.» El emperador León III Isáurico rei
vindicaba ser emperador y sacerdote a la v~ y se atri
buyó el primado de san Pedro, pues Cristo - decia
habla equiparado al emperador con el principe de los
apóstoles y le habia dado el encargo de apacentar a la
entera grey de los creyentes. El primer emperador que r
dictó decisiones incluso en materias de fe, fUe el usur r
pador Basiliskos (475), que en su simbolo de fe deno
minado Enkyklikon dejó a un 'lado al concilio de Cal
cedonia- No le faltaron imitadores. Espontáneamente
se pregunta uno qué 1ugar dejaba todavia a 'la autoridad
del papa tal concepción de la potestad imperial. Según
la Novella 131 de Justiniano, el obispo de Roma es el
primero entre todos los sacerdotes, es <da cabeza de to
dos los santos sacerdotes» 2; pero los sacerdotes, y con
ellos también el papa. están subordinados a1 emperador.
Para Justiniano era el papa el' patriarca de occidente, la
cabeza de todos los patriarcas, pero totalmente encua
drado en el sistema de la Iglesia del imperio. BI empe
rador, sintiéndose como la encamación de Dios en la
tierra, exigia al papa la misma obediencia incondicional
que a los patriarcas de oriente.
Salta a la vista que esta concepción de Iglesia del
imperio como reinaba en oriente llevaba ya en si misma
el germen del futuro conflicto. Aunque tampoco debemos
cerrar los ojos a lo que daba cierta justificación a tal
idea. Hugo Rahner escribe sobre el particular: <<No olvi
demoo que la historia de Tos ocho concHios del imperio
no se puede escribir sin la historia de la soberania ecle
siástica del emperador, aceptada voluntariamente o salu
dada con satisfacción, que al fin y al cabo era también
2. Coda l. 1. 7.
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-~,,--.-.--" . _ - -.."'7".-.,--,-,-.--....,••,,..,--
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y habia de ser protección jurídica de la Iglesia. Hay tam
bién otro aspecto del sistema eclesiástico justiniano, can
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cepción ideal de la que no se desentendió ni siquiera la
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edad media de los Hohenstaufen: la espléndida y pode
rosa Iglesia, ordenada, protegida y conservada en su pu
~ reza por el emperador, debla representar a la vez la con
r, ciencia del organismo del 'Estado.»
r'.' A la concepción de Igj1esia dcl imperio se contraponía
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!) la de la Iglesia del papa en occidente. Aquí se halIaba
¡; como fuerte centro de unidad Roma, la ciudad del su
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cesor de Pedro; y asl en occidente se vela primero la
"'0' Iglesia universal, la cual, desde luego, engloba cierto
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número de iglesias particulares. La unidad, el todo, es
/
i' lo primero, y esta unidad se forma y se mantiene en
v· cohesión gracias al único sucesor de Pedro, el obispo
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de Roma, que es la única cabeza suprema de la Iglesia
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universal y corno tal debe ser independiente de toda
autoridad secular, incluso de la del emperador. El papa
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r-~ Gelasio (492-496) fue el primero que desarrolló con
toda claridad la doctrina de las dos potestades, la espiri
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tual y la secular. Ambas potestades son autónomas, cada
1~ una en su esfera: pero la espiritual está por encima de
¡; la secular. No fue ciertamente pura casualidad que esta
(" doctrina - todavía volveremos sobre ella - se expu
~r, siera cuando el papa en Roma. a consecuencia de la
,i calda del imperio en occidente, se 'habla hecho completa
mente independiente del emperador. La alianza con los
f francos contraida por los papas a mediados del siglo VIII,
f; que contribuyó a la restauración de la dignidad imperial
1 en occidente, volvió por otra parte a acarrear el peligro
de dependencia de la potestad secular; en efecto. Cario
magno reclamaba en la Iglesia poderes semejantes a
loo que ostentaban 10s emperadores de oriente. Esto
27
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condujo' a la lucha entre el ponti~icado y el imperio en
occidente, lucha en que se combatía por fu. lúbertad de
la Iglesia y de la que fi'nalmente saliió victorioso el'
pontificado,
28
30
L
bó la doctrina expresada en el Filioque, pero se opuso
a que se insertara la fórmula en el credo; más aún, hizo
que ante la tumba de san Pedro Se fijaran dos chapas de
plata con el credo en latin y en griego respectivamente,
pero sin el Filioque. Cuando Focio anunció su elección
al papa Nicolás, le envió una profesión de fe sin el Filio
que. El papa no hizo ningún reparo y aprobó positiva
mente la fe de Focio en su escrito de 18 de marzo del
año 81'2. En Roma no se introdujo el credo COn el Fili~
que, a lo que parece, hasta el año 1013, durante el pon
tificado de Benedicto VIII y a petición del emperador
Enrique Il.
31
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1
Il. DIVERSIDAD, NO NECESARIAMENTE
OPOSICIóN
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I Vrics, Ortod. 3
1
con su modo de proceder y a veces hasta explicitamente
ciertos poderes del emperador en asuntos eclesiásticos.
Pdlagio I (556-561) calificó a las sedes apostólicas de
Roma, Alejandría y Antioquía de última instancia a la
que tocaba decidir sobre la interpretación auténtica de
decisiones de los concilios ecuménicos. Roma no aparece,
por tanto, todavía como el poder que todo lo decide en
la Iglesia. N o parece, pues, que Pelagio se arrogara la
facultad de suprimir sencillamente una legítima deci
sión conciliar. Ni siquiera pretende interpretar por sí
solo estas decisianes, sino que está dispuesto a hacer
intervenir para ello también a sus hermanos de [as sedes
apostólicas de oriente.
Si bien san León Magno ,anuló el canan 28 del con
dlio de Calcedonia, que había sido adoptado por [os
padres, y que hacía derivar los derechos de Canstantino
pla de la posición pOlítica de la ciudad. hay todavía que
ver si lo hizo po'!" [a convicción de que podía anu'1ar cuale
quier decisión conciliar o más bien únicamente porque
dicho canon estaba en contradicción con lbs cánanes de
Nicea, '" los que tenía también por intangibles. Además,
según la concepción de 'la época, no se trataba de una
legítima decisión conciliar en tanto di papa, como repre
sentante de occidente, no hubiese dado su consentimien
to. En efecto, la decisión del concilio no em todavía
ecuménica. reconocida por la Iglesia entera.
Como prueba de la convicción de los papas de poder
anular decisiones conciliares. se ha aludido también al
hecho de que el mismo san León Magno rescindió el
sínodo llamado <<latrocinio de 'Éfeso» (449). También
aquí hay que ver lo que en realidad dicen propiamente
ras fuentes. san Leó'Il declara, basándose en su suprema
autoridad doctrinal, que posee como sucesor de Pedro,
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L
que el sínodo había pecado contra la fe católica. Pero
no lo rescínde sin más, sino que pide al emperador que
convoque en Italia un nuevo concilio que decida defi
nitivamente la cuestión de la fe.
Precisamente san León, no obstante su fuerte con
ciencia de sus poderes de pastor supremo, mostró com
prensión para con eiI significado deil emperador en la
Iglesia. Él, como también los demás papas de los pri
meros tiempos, reconocieron por lo menos tácitamente
el derecho del emperador de convocar concilios. Estos
papas no protestaron nunca cantra tal derecho. San
León dejó en vigor di canon 17 de Calcedonia, que per
mitía al emperador intervenir en la ordenación de [a
jerarquía; una ve:z. habla incluso de la «divina inspira
ción del emperador» y escribe al emperador Marciano:
«Dios, que os ha dado la corona imperial, os otorgue
también la pa.lma del sacerdocio», y recanoce que el em
perador había ejercido una «solicitud episcopal». El
papa Anastasio Il (496-498) llamó inoluso «vicario de
Cristo» al emperador del mismo nombre. San Gregorio
Magno se mostró dispuesto a obedecer al emperador
siempre que no se tratara de la causa de Dios, que él
mismo debía defender en virtud de su función. El mis
IDO papa se negó, como es sabido, a aceptar el título de
universalis papa (padre universal), porque veía en ello
una disminución de sus hermanos en el episcopado. No
quiso dar ninguna orden a,l patriarca de Alejandria.
Los derechos del papa, en cuanto resultan del primado
de derecho divino como fue definido por di Vaticano 1,
eran entonces los mismos que hoy. 'Pero no se puede ne
gar que estos derechos no fueran ejercidos efectivamente
en los primeros siglos con la misma extensión que des
pués, ni tampoco que la conciencia de tales poderes es
35
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IlI. DE LA DIVERSIDAD A LA ESCISIóN
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quía, del año 341. había sootado ya este principio. cuan
do su canon 9 transmitió a los obispos de las capitales
de provincias el cuidado de toda la provincia. Tampoco
en occidente era desconocido este principio: la sede epis
copal de Milán adquirió de hecho un rango superior
cuando se convirtió en residencia del emperador. Lo
mismo se verificó más tarde en Ravena, que era la
sede del exarca bizantino. Incluso fuera del imperio,
Seleucia-Ctesifonte, capital. política de Persia, llegó a
ser en el transcurso del siglo IV la sede del jefe supremo
de la Iglesia persa.
San León Magno reaccionó contra el canon 28 de
Calcedonia, rechazándolo enérgicamente, primero porque
contradecia las inviolables disposiciones del concilio de
Nicea, que habia reconocido a Alejandría como la pri
mera sede de oriente, y luego porque en rosas divinas
decidía conforme a puntos de vista mundanos, a saber,
conforme a:1 rango poilítico de 'las ciudades, y no COn
forme al origen apostólico petrino de las sedes epis
copales, único que podía justificar una posición privile
giada. San León vio claramente el peligro que encerraba
el principio de Iglesia del imperio formulado en el canon
28 de Calcedonia. Sin embargo, cabe preguntarse si su
lucha y la de sus sucesores contra las reivindicaciones de
Constantinopla no envenenaron las relaciones entre Roma
y Constantinopla. Una veZ que Bizancio se había con
vertido en Constantinopla, capital del imperio de oriente,
sede del emperador y del senado, no podía seguir sien
do sede sufragánea de Heraclea en Tracia, como quería
todavía el papa Gelasio. Cuando más tarde Nicolás 1
daba al patriarca de Constantinopla el simple titulo
de «obiSpo de Constantinopla», no podia éste menos de
sentirse ofendido. Además, era sumamente vulnerable
41
42
el tribunal de Dios debe rendir cuentas incluso por los
reyes de los hombres. Sabéis, en efecto, benignísimo hijo,
que vos sobrepujáis en dignidad a todo el género humano,
pero dobláis piadosamente la cerviz ante los administra
dores de las cosas divinas. de los que esperáis los medios
para la salvación del alma. Reconocéis igualmente que,
al recibir los sacramentos celestiales. si son administrados
debidamente conforme a su sacrosanta ordenación, vo<>
sois el que los recibe humildemente, no el que ordena.
En estas cosas dependéis, pues, del juicio de qos sacer
dotes, a los que no podéis sujetar a vuestra voluntad. En
efecto, así como en la esfera del orden civil también los
que tienen autoridad en la religión reconocen de buena
gana que a vos os ha sido transmitida por disposición
divina la 'potestad imperial, 'por lo cua'! también ellos
deben prestar obediencia a vuestras leyes para no opa
nerse en manera alguna a vueStra autoridad. que en las
cosas secuJlaTes es la única competente, ¿con cuánta
alegría, os pregunto yo, se debe obedecer a qos que han
sido instituidos para administraT los tremendos misterios?
Por esto: así como pesa grave responsabilidad sobre los
obispos si se callan cuando debieran hablar en servicio
de la divinidad, así implica grave peligro para los oyen
tes el que - ¡guárdenos Dios! - se ensoberbezean cuan
do d'ebieran obedecer.»
Estas declaraciones son de importancia para la his
toria universal porque en ellas se desarrolla claramente
por primera vez la doctrina de los poderes y se fijan sus
Iímites a la potestad imperial. Esto era ciertamente ne
cesario. Pero la forma tajante con que Gelasio puso de
relieve el punto de vista pontificio y, contrariamente a
sus predecesores, denegó al emperador todo significado
en la esfera eclesiástica, podía poner en peligro la paz
43
entre oriente y occidente. Gelasio escribe a Anastasio:
«El emperador es hijo de la Iglesia, pero no obispo de
la Iglesia. En cosas de fe séilo:le toca apren,Ier, no ense
ñar. A él le corresponden los privilegios de su posición
política. De Dios los ha recibido para regir los asuntos
del Estado. Por esto no debe hacerse arrogante por razón
de este don que le ha sido conferido por Dios ni trans
gredir los límites del orden establecido por Dios. Al
obispo corresponde por voluntad divina la dirección de
la Iglesia, no a la potestad:recular. Si esta potestad se
cular es creyente, entonces quiere Dios que se subordine
a su Iglesia y a sus obispos.»
La potestad secular queda, por tanto, a la sombra
de la espirituall. Gelasio pone de relieve la plenitud de
la potestad pontificia en una forma que no parece te
ner precedentes: «Esta Iglesia universal en la tierra sabe ,\'
que la sede de san Pedro tiene el. derecho de soltar lo que
hubiera sido ligado por fa sentencia de cualesquiera
obispos. Tiene el derecho de juzgar sobre la Iglesia uni
versal, mientras que nadie puede permitirse juzgar acerca
de su sentencia.»
Gelasio se contraponía, pues, como soberano único
y absoluto de la Iglesia, al soberano imperial de la Igle
sia, al que el canon 17 de Calcedonia, reconocido toda
vía por san León Magno, había concedido influjo inclu
so en asuntos eclesiásticos. Para Gelasio, la autoridad
«sacrosanta» es séllo la sacerdotal, que halla su suprema
expresión en el pontificado. Al emperador sólo compete
la misión de proteger a la Iglesia conforme a las instruc
ciones de ésta. En todo caso, por entonces no se estaba
dispuesto en oriente a aceptar tal doctrina. Así tampoco
Gelasio logró restablecer la paz entre oriente y occiden
te, que había sido turbada por el cisma de Acacio. GeIa
44
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nera Constantinopla lo reconocía como ortodoxo. Pero
en Roma no se pensaba así y se reprochaba a Petros
Mongos ser partilliarib de Eutiques, que había sido con
denado en Calcedonia. El papa Simplicio (468-483) pro
testó inmediatamente contra la admísión del hereje Pe
tros Mongos en la comunión eclesiástica de los que pro
fesaban la verdadera fe y exigió que fuera anulada tal
admísiÓll. Poco después murió Simplicio. Su sucesor,
Félix III (483-492), envió una iegación a Constantino
pla e intimó a Acacio que se justificara ante el tribunal
del papa. Como no pocas veces ha sucedido en ola historia.
los legados fueron infieles a su encargo en Constantino
pla y reconocieron la ortodoxia de Petros Mongos. Re
gresados a Roma. fueron excomulgados por un sínodo
romano presidido por el papa. El mismo sinodo pro
nunció la deposición de Acacio por mantenerse en
comunión con Petros Mongos. Esto equivalía a 'la rup
tura abierta entre Roma y Constantinopla. El cisma duró
hasta el año 519. Habían fracasado todas 'las tentati'las
de concilliación hasta que el emperador Jus1Üno tomó
las riendas del imperio y se declaró clara e inequívoca
mente en favor del concilio de Calcedonia.
En esta lucha se trataba de una cuestión de fe, nO ya
de una simple lucha de influencia entre Roma y Cons
tantinopla. como con frecuencia se ha explicado el inci
dente. En Roma se tenía la con'licción de que Petros
Mongos era hereje y de que, por consiguiente, eran sos
pechosos de herejia los patriarcas de Constantinopla que
estaban en comunión con él y con sus sucesores igual
mente heréticos. Roma rompió las relaciones con Cons
tantinopla no porque Constantinopla, en rigor contra
derecho, depusiera y repusiera a su talante patriarcas en
Alejandría. Si se hubiese tratado de esto, se podría
46
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hablar de lucha de influencia. Pero de lo que se trataba
era de la fe; Petros Mongos era a los ojos de Roma
hereje, partidario de Eutiques. Por eso se mantuvieron
los papas inexorables, con'lencidos como estaban de
cumplir su deber, a saber, de tutelar la pureza de ia fe.
No faltaron tentativas de conciliación, las cuales fra
casaron incluso en un tiempo en que era patriarca de
Constantinopla Eufernio (490-496), el cual era induda
blemente partidario ortodoxo del concilio de Calcedonia.
El papa Félix se negó a entrar en comunión siquiera
con él, porque en Constantinopla no se aceptó la exi
gencia de Roma de borrar a Acacio de los dípticos.
Para poder enjuiciar la contienda hay que comenzar
por preguntar si Petros Mongos era en realidad hereje.
En Roma se daba esto sencillamente por supuesto por
que Petros hablaba de una naturaleza en Cristo. Pero
Cirilo de Alejandría, que está al abrigo de toda sospe
cha de herejía, ¿no había hablado también de «una
naturaieza de Dios, Verbo encarnado»? A Dióscoro no
se le había condenado como hereje en Ca:1cedonia. La
polémíca con e!l tardío monofisismo era, en efecto - como
hoy vemos claramente-, en gran parte una disputa en
torno a 'la paiabra, una disputa trágica que, desgracia
damente, separó de la Iglesia universal hasta nuestros
días a muchos oristianos de buena fe. Es que entonces
no se comprendió en Roma, como tampoco en otras
.partes, que con diferentes palabras puede entenderse
el mísmo contenido de fe. Roma exigía que en oriente
se aceptara su f6rmula de fe, que además era también
la del concilio de Calcedonia. Esto fue lo que condujo
al cisma.
En oriente se veían las cosas de muy distinta ma
nera. Petros Mongos había aceptado el herrotikon, fór
47
~-~~"..,-:~--- -
mula de unidad del emperador Zenón. con 10 cual pasa
ba por ortodoxo a los ojos de los bizantinos. puesto que
dicha fÓrmula era ortodoxa. ya que la había publicado
el emperador con sus plenoo poderes de jefe supremo
de la cristiandad. Para ello no tenia él necesidad de
concilio ni de obispos. Por lo demás, esto había sido un
importante precedente para tiempos sucesivos. Así pues,
aquí había actuado de nuevo el principio oriental de
Iglesia del imperio, ¿Quién se hubiera atrevido a tachar
de herejía al vicario visible de Dioo en 'la tierra, al
ungido de Dios? El henotikon hábía evitado los térmi
nos discutidos de «una naturaleza» o «doo naturalezas»,
no rechazaba expresamente el concilio de Calcedonia,
pero tampoco lo aceptaba incondicionalmente. Esta fór
mula había sido aceptada por la gmn mayoria de 'los
obispos del imperio de oriente. Sólo 'la habían rechazado
los monofisitas completamente radicales. El mismo Severo
de Antioquía (512-518), verdadero padre del tardío mO
nofisismo puramente verba'!. la aceptó. A los ojos de
loo bizantinos era ortodoxo el que aceptaba esta fórmula.
La condenación de Petros Mongos por Roma era, por
tanto, injusta según la convicción de los griegos. Juzgar
al patriarca de la capital no era, según la idea de loo
bizantinos, incumbencia del papa, sino sólo del concilio
general. Si, por consiguiente, Roma rehusaba la comu
nión a oriente, tal acto se basaba - siempre a loo ojoo
de los bizantinos - en falsos presupuestoo y carecía
por esto de importancia. La incondicional autoridad del
papa en cooas de fe y la absoluta necesidad de la comu
nión con la cabeza suprema de la Iglesia universal, no
se habían visto todavía con claridad en Constantinopla.
Evidentemente. alli no se sentían cismáticos. y menos
todavía herejes, pero tampoco se anatema1izaba a occi
1
48
I
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L
dente. En esta disputa se trataba una vez más de una
polémica en torno a la recta concepción de la Iglesia.
Volvían a enfrentarse en forma irreconcilia1:lle el prin
cipio de la Iglesia del papa y el de la Ig'lesia del imperio.
En Constantinopla no estaban dispuestos a recibir órde
nes de Roma. El emperador Anastasio (491-518) formuló
con toda rudeza este punto de vista en una carta de 11
de julio de 517 al papa Hormisdas. en 'la que se lee:
«Si ciertas gentes que hacen derivar su autoridad de loo
mismos apóstoles [se refería al papa] descuidan por des
obediencia practicar una doctrina tan piadosa, no sabe
moo dónde se ha de encontrar eIl magisterio del Señor
misericordioso y gran Dios ... Nosotros podemos sopor
tar que se nos ofenda y que se nos tenga en nada,
pero no podernos permitir que se nos den órdenes.»
Anastasio no protesta aquí contra usurpaciones políticas
del papa - en ello ni se pensaba siquiera - . sino con
tra su autoridad religiosa. que le parece intolerable.
El emperador rechaza por principio la intervención del
papa en oriente para dar órdenes.
Al restablecerse la comunión con Roma, el año 519,
bajo el papa Hormisdas y el emperador Justino. los bi
zantinos reconocieron en la célebre Formula Hormisdae
la autoridad del papa, pero en ningún modo concedie
ron haber errado anteriormente en la fe - estaban con
vencidos de que no había sido así - , ni tampoco que
Acacio hubiera sido condenado justamente. El patriar
ca Juan antepuso a la fórmula un prólogo en el que sub
rayaba que la antigua y la nueva Roma estaban concor
des en la fe. El pasaje relativo a la condenación de Aca
cio fue suprimido en la redacción de la fórmula de unión
aceptada 00 Constantinopla. Por amor a la paz aceptaron
los bizantinos que se borrara a Acacio de los dípticos.
1
I Vrics, Orto<!. 4
49
50
sienta. A éste puede hacerlo aprisionar, como hizo el año
537 con el papa Silverio y pocos años después con su
sucesor Vigilio (545). Puede también someterlo a la
más fuerte presión, hasta que acabe por aceptar la fór
51
.",........".,~~-.-~.-,,-.-,------------~~~---_.
52
enérgica campaña contra el mismo, reprochando orgullo
y soberbia al patriarca de Constantinopla. También pa
53
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54
de su fe. Como Reraclio volvió a conquistar ahora
aquellas provincias, consideró como ineludible necesi
dad política dar satisfacción a los monofisitas con el
fin de ganarlos interiormente para el imperio. Primero
" lo intentó con la fórmula del monoenergismo: UIUl
energia, una actividad en Cristo. Luego abandonó esta
solución y halló una nueva: una voluntad en Cristo. Fue
el patriarca Sergio el que compuso la nueva fórmula de fe
llamada ekthesrs. la cua!I prohi!bía hablar de una o de
dos actividades en Cristo, afirmando en cambio 'la unidad
de voluntad en ea Dios-hombre. Esta nueva fórmula fue
aceptada en 638 por un concilio que convocó Sergio en
Constantinopla y luego impuesta a todos los creyentes.
Reraclio pidió también al recién dlegido papa Severino
que suscribiera la ekthesis. incluso como condición del!
permiso para la consagración. Severino, eI1egido en 638,
sólo fue consagrado en abril de 640, pero sin haber
suscrito la ekthesis. Murió en agosto del mismo año.
Su sucesor Juan IV celebró en Roma un concilio que
condenó como' herejía el monotelismo. Remelio tuvo
que confesar poco antes de su muerte (641) que toda
su política rel:1giOsa había sido un' puro fracaso.
La lucha en tomo al monotelismo alcanzó su punto
culminante bajo el emperador Constante II (641-668).
En 649 emanó un nuevo edicto de fe, llamado typos,
que abolía la ekthesis y prohibía severamente discutir
acerca de una o dos voluntades en Cristo. Él también
volvió a sentirse absolutamente como emperador-sa
cerdote, como jefe supremo de la cristiandad, compe
tente en todo, incluso en las cosas de la fe. En su edicto
declaraba solemnemente el emperador: «Dada nuestra
costumbre de mirar en todo solícitamente por el bien de
nuestro ~Estado amante de Cristo, y especialmente tam
55
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el sur de ItaHa y en Sicilia estuvo durante largo tiempo
en uso el rito bizantino, aunque estas regiones pertene
cían a la zona del patriarcado romano. Cierto que allí la
evolución política hiw surgir dificultades por razón de
los ritos. A partir de la segunda mitad del siglo VI se
extendieron también por el sur de Italia los longobardos,
que practicaban el rito latino. A los bizantinos sólo les
quedaron ya algunos enclaves. Esta situación dio lugar
a algunas dificultades por causa de los ritos. En el
transcurso del siglo VIII reconquistaron los bizantinos
vastas extensiones en el sur de Italia. El elemento grie
go se intensificó debido a la inmigración de monjes que
habían huido del imperio bizantino en tiempos de la
agitación iconoclasta. El emperador Basilio I (867-886)
extendió todavía la influencia del imperio bizantino gra
cias a sus victorias sobre los longobardos y sarracenos,
que hacían incursiones en el sur de Italia. Con ello se
agravó cada vez más la cuestión de los ritos. Los latinos
comenzaron a quejarse de los abusos de los bizantinos.
En el siglo x, el emperador Nicéforo Focas (963-969)
intentó desalojar el rito latino, contra 10 cual trataron de
defenderse los papas mediante una mejor organización
de las diócesis futinas. Con la invasión de los normandos
en la primera mitad del siglo XI comienza la latinización
sistemática del sur de Italía y de Sicilia.
59
ido poniendo cada vez más tirantes las relaciones entre
i
Roma y Constantinopla. A comienzos del siglo VIII,
la disputa en torno al culto de las imágenes habia con
ducido de nuevo a la ruptura entre oriente y occidente.
Por razones hasta ahora desconocidas, el emperador
Le6n III (715-741) desencadenó la contienda en torno
a las imágenes. En el año 730 promulgó la prohibición
de 'las imágenes y quiso que la aceptara incluso el papa
Gregorio II (715-731). Éste, naturalmente, se opuso y
llamó al orden al emperador teologizante. El emperador
respondió: «Yo soy emperador y sacerdote a la vez.»
Una vez más la idea exagerada de Iglesia del imperio
vuelve a turbar la paz entre oriente y occidente. El papa,
como cabeza de la Iglesia, reivindica el derecho de exco
mulgar incluso al emperador. Tal potestad, escribía al
emperador, le había sido transmitida por san Pedro.
'Príncipe de los ap6stoles. La idea de Iglesia del papa se
presenta, por tanto, como antítesis frente a la concepci6n
de Iglesia imperial sostenida por el emperador. El sobe
rano de Constantinopla es «emperador y sacerdote» sólo
para proteger a la Iglesia, pero no para promulgar de
cretos dogmáticos e imponerlos al mundo entero. El
emperador amenaza al papa con arrestarle, pero tal
amenaza no asusta a éste, pues sabe que el emperador
no posee ya en Italia las fuerzas necesarias para llevarla
i a cabo. Desde Martín I habían cambiado los tiempos.
El papa contesta incluso con otra amenaza: «¡Enhora
buena!, todos los pueblos de occidente están dispuestos
a vengar en vuestra persona a los pueblos de oriente,
tratados con tanta injusticia.» La instituci6n de Iglesia
del imperio en oriente, entendida en forma desmedida
por los emperadores, alej6 de Bizancio a los papas, im
peliéndolos al campo de los «bárbaros». El emperador,
60
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61
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lomagno como emperador significaba a los ojos de los
bizantinos sencillamente una traición al imperio, la
ruptura de la unidad de la cristiandad, mantenida hasta
entonces como sacrosanta.
62
papas sencillamente inventadas, que se pretende incluso
fueron escritas anteriOrmente a Nicea, en las que aparece
ya como existente en aquellos antiguos tiempos un régi
men eclesiástico centralista como el que entonces se
perseguía. La obra tiene doble tendencia: por una parle,
quiere asegurar la libertad de la Iglesia contra usurpa
ciones del poder civil, y, por otra parte, trata de prote
ger a los simples obispos .contra sus metropolitanos y
sínodos provinciales. Se transmiten todos los poderes
al papa. Sin su aprobación no puede celebrarse ningún
sínodo. Así se quiere garantizar la autonomía de los obis
pos, que parecía verse amenazada por los metropolitanos
y sus sínodos. El papa estaba muy lejos, en Roma, y no
podía - así se pensaba - intervenir en 'los asuntos de
las diferentes diócesis, como lo hacían los metropoli
tanos.
Las decretales pseudoisidorianas no sígnificaban una
revolución. Cierto que no fueron ellas las que crearon el
primado. Como se puede comprobar, por lo menos des
de comienws del siglo v reivindicaban los papas la au
toridad de zanjar en forma definitiva en la Iglesia en
tera cuestiones de fe e incluso cuestiones de personas.
A ciertos métodos centralistas de gobierno que estaban
en vigor en el siglo IX, dieron 'las decreta1es un sello
- desde luego falso - de antigüedad. En el siglo IX
comienzan los papas a intervenir en todo el occidente
en forma análoga a como hasta entonces ~o habían ·hecho
en Italia_ En tiempos de san Gregorio Magno sólo se
solucionaban en Roma los asuntos de Italia, y en concreto
de la Italia situada a este lado de los Apeninos con res
pecto a Roma. Las demás regiones g=ban todavía de
amplia autonomía. El papa Nicolás 1, que entró en con
flicto con Focio, era un enérgico defensor de un primado
63
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...'"":,.;;,,., ,,~-- - "";., -,-.0-;;-,
concebido en forma centralista y trató de imponer inclu
so en oriente su propia concepción del primado. Tal
como estaban entonces las cosas, esto sólo podía'condu
cir a un conflicto, tanto más cuanto en ,la otra parte se
hallaba una personalidad tan fuerte y segura de sí como
era Focio.
64
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en Constantinopla y que. por tanto, no era ya de la in
cumbencia de Roma, puesto que no se trataba en abso
luto de una cuestión de fe, sino sencillamente de un
caso disciplinar. El emperador no estaba dispuesto a
tolerar intervenciones de Roma en asuntos disciplina
res. Sólo dos años después de su elección informó Fo
cio al papa de su elevación al patriarcado, mediante un
escrito. como era de rigor. Si entonces hubiese ocupado
la sede de Pedro un hombre menos fuerte y menos con
vencido de sus poderes que Nicolás 1, seguramente Focio
habría obtenido el reconocimiento. Pero Nicolás I no
pensaba en absoluto en contentarse en oriente con el
papel de primus ínter pares. También allí quería hacer
valer enérgicamente sus derechos primaciales. El caso de
Focio le pareció, no del todo sin razón. sospechOso, ya
que Focio era seglar cuando había sido ellegido patriarca
y, además, había sustituido a un patriarca depuesto y to
davía en vida. Así se negó Nicolás a reconocerlo inme
diatamente y decidió enviar primero a Constantinopla
I legados que examinaran el caso y le informaran sobre
el mismo.
1 Estos legados se excedieron en el uso de sus po
i
i
deres, y en un sínodo celebrado en Constantinopla el
año 861 reconocieron como legitima 'la deposición de
o'I
Ignacio. Se hallaron en un verdadero aprieto. En un prin
cipio, se negaron categóricamente los bizantinos a de
senterrar el caso de Ignacio, aunque luego consintieron
con la condición de que Ignacio fuera condenado en un
nuevo sínodo reunido en Constantinopla en presencia
de los legados. Los legados no procedieron conforme a
las instrucciones que habían recibido. en las que se les
prohibía juzgar acerca de Ignacio; sólo debían recoger
informes. Sin embargo. se puede suponer que creyeron
65
Vri~. Ortod. S
~
L
proceder prácticamente en sentido del papa si condescen
dían con las propuestas de los bizantinos. :1
f'~
En el sínodo del año 861 se reconoció el derecho del r¡
papa a juzgar sobre el patriarca de Constantinopla en !J
un asunto puramente disciplinar. Era ésta una concesión ~
";'
que sin duda hizo creer a los legados que les pemritía
t~
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apartarse de las instrucciones. Dieron el visto bueno
~J
a la sentencia de deposición de Ignacio, a lo que, como [j
hemos dicho. no estaban propiamente autorizados. Se 1¡
motivaba la deposición diciendo que Ignacio nO había
.~
sido elegido canónicamente, sino sencillamente nombra r
do por la emperatriz Teodora. Ignacio declaró en el sí U
nodo que él no había apelado a Roma ni tenía intención
de hacerlo.
"
[i
Parece ser que Nicdlás l. al regreso de los legados. no
tuvo en un principio nada que oponer a su modo de pro
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66
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67
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ños como emperador. Era una inaudita concesión al prín
í
!"
cipe bárbaro, al que Focio quería ganarse como aliado ,.~
'1
contra Nicolás. El concilio condenó al papa Nicolás y ~~
,
lo declaró depuesto y excomulgado. Era una pretensión )
,
inaudita y, en todo caso, una grave injusticia. Sin embar ¡;
~¿
go. se puede razonablemente dudar de que Focio qui
siera aJzarse en principio contra el papado. Se atacaba -,~J
".
a aquel papa. pero no a! papado en cuanto ta!. Desta '~
cados autores, sobre todo Dvornik. opinan hoy que no :1
fue Focio el autor del escrito que se le atribuye contra 11
~
el primado. El papa Nicolás no tuvo noticia de su «depo
sición» por el sinodo de Constantinopla. ya que murió Oc
poco después de haber sido depuesto.
Poco después del concilio. sobrevino un cambio ra
dical en Bizancio. En la noche del 23 a! 24 de septiem
bre de 867 fue asesinado el emperador Miguel por insti
gación de Basilio, que inmediatamente fue proclamado
emperador. Focio había sido el hombre de confianza de
Miguel, por lo cua! hubo de retirarse. Fue depuesto
por haber impedido a Basilio entrar en la iglesia des
pués del asesinato de Miguel. Al cabo de poco se reha
bilitó a Ignacio, al que se nombró de nuevo patriarca.
Basilio aspiraba a la reconciliación de los partidos en
discordia, por lo cua! quiso que se hablase lo menos po
sible de lo sucedido, en particular en el odioso sinodo
de 867. Pero en Roma no se pensaba así. El sucesor de
Nicolás 1, Adriano !l, no tuvo noticia de los aconteci
mientos de Bizancio hasta principios del año 869. No le
pasaba por las mientes mirar como no acaecido el sí
nodo de 867. El ataque contra el papa había sido de
masiado grave para que se pudiese pasar por alto. Adria·
no hizo que en un sínodo romano reunido en julio de
869 fueran quemadas las aetas del conciliábulo de 867
68
69
70
..--------;-."'....,..,-- .;.",;.;'"
r
l
éste respondió en septiembre de 865. Si en el año 861
se 'condescendió con 10s 'legadoo del papa, permitiéndoles
volver a tratar el caso de Ignacio, que habia sido ya zan
jado por un sínodo bizantino, y dejando que ellos y Ro
ma volvieran a juzgar sobre este patriarca, era esto, ro
mo ya hemos subrayado, a los ojoo de los bizantinos,
una enorme concesión, mientras que era una cosa obvia
según la manera de enfocar las cosas en Roma.
En Constantinopla reinaba ya en tiempos de Focio
la idea de la pentarquía, a saber, que la Iglesia era regi
da por cinco patriarcas iguales en lo esencial, entre los
cuales el romano era considerado únicamente como pri
mus inter pares. Esta concepción se expresa en el conci·
lio del año 869. En los discursos que se tuvieron en el
concilio, como también en algunos de los cánones, aflora
con bastante claridad la idea de la pentarquia. Loo pa
dres se negaron. sin embargo, a aceptar un canon que
expresara el primado en sentido del papa Nicolás. Por
otra parte, '1os padres del concilio de 879 admitieron la
carta del papa Juan VIII, en la que se hablaba con
bastante claridad del! primado. En el! sínodo de 86t
se reconoció expresamente el derecho de apel!ar a
Roma. Focío tenía gran interés en
ser reconocido
por Roma. Tambien en esto se mostraba 'la gran consi
deraci6n en que tenía al papa.. Ambos partIdos, el de
Focio y el de Ignacio, querían ganar a Roma para su
causa, reconociéndote, por !'anto, un importante papel en
1a Iglesia No se puede, pues, decir que en aquel tiempo
rechazaba Constantinopla el primado; lo que sí es cierto
es que no se pensaba en absoluto en aceptar un primado
entendido en forma centralista, tal como lo defendía en
teoría y en la práctiCa el papa Nicolás. En esto estaban
plenamente de acuerdo Focio e Ignacio, que fue preferido
71
72
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escuchad, sordos, que estáis sentados en las tinieblas del
occidente herético.» Occidente no pensaba diversamente
sobre oriente. Juan VIII escribe a Boris, khan de los
búlgaros: «Nos entristece pensar que seguís a 'los grie
gos. que están acostumbrados a caer en el ciSma y en
la herejía.»
74
75
·--·.. .·r.--,.. n- -- •
tivo principal de los furiosos ataques de Focio contra
los latinos en su circular a los patriarcas orientales era,
sin embargo, propiamente su irritación por el asunto de
los búlgaros: en el fondo, una cuestión de influencia.
En realidad, en las diferencias entre oriente y occi
dente. ~a disputa en torno al Filiaque no ha tenido la
importancia que con frecuencia se le atribuye en nues
tros días. Es significativo que. como veremos más ade
¡ante, Miguel Cerulario había oIlvidado ya esta cuestión.
Sólo tuvo importancia en el cisma del año 1054 porque
el cardenal Humberto volvió a agitar la antigua con
troversia. Ésta era absolutamente indiferente para la vida
religiooa. Un conocedor tan profundo de 'la espiritualidad
orientlil como Irénée Hausherr afirma que ninguno de
los escritores orientales anteriores a los eslavófilos del
siglo XIX da, que él sepa, la menor importancia a 'la
cuestión para la vida espiritual
76
vinieron los papas a depender de 'los emperadores ale
manes. que en el sur de Italia practicaban una política
hostil a 'loo bizantinos apoyada por los papas alemanes,
t sólo se reconocía ya en Constantinopla a loo antipapas
¡
instituidoo por loo partidoo de la nobleza romana. Ge
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!"
neralmente se considera como fecha de la escisión defini
tiva el año 1054. en el que se produjo la ruptura con
Miguel Ceru1ario. En realidad. se puede discutir si este
episodio fue rea1mente el comienzo del cisma o más
bien una tentativa fallida de poner remedio a la esci
sión producida ya anteriormente. Ya bajo el patriarca
Sergio (999-1019) desapareció definitivamente de loo díp
ticoo en Constantinopla el nombre del papa En todo
caso, desde 1054 consideraron loo papas a loo griegos
como cismáticos, y pronto también como herejes.
[
tre las Iglesias, no tenia fuerza suficiente para imponer
se. La disputa comenzó ya en Constantinopla a princi
pios del año 1053, cuando Miguel Cerulario hizo cerrar
los conventos de monjes ~atinos y en general las iglesias
latinas, dando como razón que la celebración del san
to sacrificio con pan no fermentado era absOlutamente
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licia del fallecimiento del papa León IX, el 19 de abril
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de 1054. E1 24 de junio üubo una disputa teológica
1I I entre el cardenal Humberto y el monje griego Nicetas
Stetatos, en la que en pri= lugar se trató la cuestión
1I
,1
del pan sin fermentar. Humberto volvió a suscitar con
increíble torpeza la cuestión de'! Filioque. que en Cons
tantinopla se habia afortunadamente echado en olvido
incluso por el patriarca. El cardenal acusó a los griegos
de haber borrado del credo el Filioque'. La disputa ter
minó con un triunfo contundente del' taroenal. Nicetas
11
hubo de entregar a 'las llamas sus escritos contra los
latinos.
E! patriarca no había tomado parte: en la disputa y
seguía ignorando a los .legados. El cardena:l fIC<lbó por
I
perder la paciencia y el 16 de julio del añó 1054, du
rante la misa, depositó sobre el altar de Santa Sofía la
bula de excomunión contra Miguel Cerulario y sus
adeptos. Dos días después emprendía el viaje de regreso.
La bula estaba concebida en términoo tan desmesurados.
que bastó publicarla para excitar al clero y al pueblo
contra los legados. El patriarca pidió al emperador que
volviera a llamar a éstos para que respondieran de loo
inauditos ataques que se habían permitido. El emperador
creyó en un principio que Miguel había falsificado la
bula, pero acabó por 0011 vencerse de la fidelidad de
la traducción griega presentada por ~ patriarca.,
Regresaron los legados, pero se negaron a compare
cer en un sínodo presidido por el patriarca y con aa ma
yor rapidez abandonaron Constantinopla. El emperador
mandó quemar una copia de la bula de excomunión.
El 24 de julio, el santo sínodo permanente condenó el
modo de proceder de los legados. Sin embargo. esta con
denación no afectaba directamente a la santa sede, ya
80
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,ti' VriCl9. Ortod. 6
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"i
[
,
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l toda claridad - , pesa sobre el patriarca, que no recono
'1! cía ya el orden establecido por Dios en la Iglesia y con
ello se separaba del centro de la unidad eclesiástica. Claro
está que con esto no se pretende juzgar sobre iIa culpa
bilidad subjetiva de tal posición, pues tal juicio está
reservado únicamente a Dios. Pero esto tampoco quiere
decir que occidente esté exento de toda responsabilidad.
La manera corno el! cardenal Humberto de Silva Cándida
hiZo valer en Const!antinoplJa e1 primado, Y no s610 el pri
mado de derecho divino, sino un primado conaditamen
tos absolutamente humanos. no podía menos de sacar de
quicio a los griegos. Además, lanzó contra los gñegos
reproches injustificados y sencillamente falsos. En 'las
cartas de León IX redactadas por Humberto se contenía
la idea del papado propia del movimiento de reforma
clunyacense. Este moV'ÚnÍento queda liberar a la Iglesia
de la tutela a que la tenía sujeta el poder secular y por
ello constituía al papa en soberano supremo de la ente
ra cristiandad incluso en la esfera secular, aun cuando
él había entregado al emperador la espada secular, que
éste, empero, debía manejar en su nombre y por encargo
suyo.
. En la época del papa. León se constituyó la colección
de cánones Diversorum Parrum sentel1Jtiae, en la que
alIora con claridad la reivindicación del primado del
mundo. En esta concepción .ejerció influjo la falsa dona
ción de Constantino, invocada también expresamente
por Humberto. Según este apócrifo, que se produjo a
mediados del siglo VIII o. a comienzos del IX en un
ambíente curial, el emperador Constantino habia con
ferido al papa Silvestre poderes inrperiales y soberanía
sobre todos los demás patriarcados, incluso el de Cons
tantinopla. Estos poderes inrperiales ha de ejercerlos
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la liberación de :la Iglesia de la insoportable tutela a
que ra habían sometido los poderes seculares. Para impo
ner la reforma debió Gregorio VII intervenir en las diócesis
particulares más de 10 que hasta entonces era corriente.
Los legados permanentes que envió a los diferentes paí
ses y que aparecían como armados con su propia autori
dad, perjud<kaban de hecho a la autoridad de los obispos.
El papa, sin embargo, no tenía 'la intención de minar
la posición de los obispos y de los metropolitanos, Y
de rebajarlos a la condición de meros funcionarios
y receptores de órdenes de 'la autoridad central. Cierto
que entonces existía ya la idea de que los poderes su
pradiocesanos de los metropolitanos eran una partici
pación en Ia plenitudo potestatis ddl papa. En algunos
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H y trasladar obispos.
~J Así pues, con la reforma gregoriana se inició una
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17 evolución que condujo a una acentuación en cierto modo
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¡: excesiva del principio monárquico en la Iglesia y a eli
minar los grados intermedios, análogos a los de Ia es
j.¡
N tructura de la Iglesia oriental, entre el poder de los obis
~ pos particulares, a saber, la institución de los primados
y metropolitanos. Sobre todo mediante la Iegislación
t
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decretal del siglo XII, viene a ser cada vez más el papa
la fuente de toda autoridad en la Iglesia. En cambio,
t; todavía en el siglo x, incluso en occidente, se hallaba no
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, el papa, sino la Iglesia. en cuanto formaba un todo. en el
pn"'mer térmíno de la conciencia. El derecho propio
:',: de los obispos, que al fin y al cabo se basaba también
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l' en institución divina. fue poco a poco esfumándose.
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La Iglesia se convierte en el fondo en una única dió
cesis, enorme, cuyo obispo es el papa. Así surge uná
monarquía eclesiástica universal rigurosamente organi
zada, un imperio eclesiástico regido desde el centro. en
lugar de la Iglesia universal de otro tiempo, compues
ta de iglesias particulares más o menos autónomas. Y de
esta manera se acaba por concebir 'la autoridad episco
pal corno mera participación de los plenos poderes del
papa. Esta concepción la hallamos en la profesión de
fe que pronunciaron en el segundo concilio de Lyón
(1274) los representantes del emperador bizantino Mi
guel Paleólogo. De esto hablaremos más adelante. Salta
a la vista la diferencia fundamental entre esta concepción
de la Iglesia y la dominante en oriente.
Ya en tiempos de Gregorio VII aparece el primado
como una verdad de fe, verdad además fundamental
para la concepción de la Iglesia. E'I que por principio
no obedece al papa, es no sólo cismático, sino también
hereje. Por esto Gregorio mismo consideraba ya a los
griegos como herejes, precisamente porque rechazaban
el primado. A esto hay que añadir, corno otra razón de
la creciente tirantez entre oriente y occidente, la impor
tancia secular del papado. tal como se desarrolló en
la edad media. Esto debe entenderse también en fun
ción de la mentalidad de aquella época. Tampoco en
:1 occidente constituían todavía el Estado y la Iglesia dos
magnitudes netamente distintas. La autoridad sacerdo
, ,
tal Y la real eran dos funciones en una misma sociedad
11I
cristiana. Hasta la reforma gregoriana, la función real
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soberanos, corno lo him efectivamente con 'Enrique IV
de Alemania.
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b) La potestad secular del papado.
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fines del siglo XI hace Urbano II llamamiento a la gue
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1,1"'1 se va convirtiendo en un tribun.aJ1 central para el mundo
entero, con el correspondiente aparato de funcionarios.
i! ir El principio fundamental del derecho de nambraniiento
ji 11 lo formuló Bonifacio VIII en estos térniinos: «La sede
i[!,,1 romana ha establecido todos los patriarcados. todas las
,'
I! sedes metropolitanas y episcopales, y, en una palabra,
,I
11 toda dignidad eclesiástica.» Esta tesis es insostenible
,11
históricamente. Más tarde Clemente VI (1342-1352) fa
deriva a priori del texto clásico de san Mateo 16. 18.
Pedro y sus sucesores sólo son el fundamento de 7a Igle
sia si ellos niismos han establecido todas las funciones
y dignidades eclesiásticas. Las Iglesias particulares exis
ten ún.icamente por cuanto el papa las llama in partem
sollicitudim"s, Ies confia una parte del cuidado pastoral.
De aquí se sigue el derecho de nombrar todos los car
gos y funciones en la Iglesia, así como el derecho de
traslado y hasta de deposición. en el caso de que las
personas se muestren indignas. Precisamente en el pe
riodo de los papas de Aviñón hubo marcada tendencia
a encargarse de todos los nombramientos en la Iglesia,
incluso en oriente, en los casos en que aquí se recono
cía fa suprema autoridad del papa. En realidad, no se
logró 'pIlenamente. En ello ejercían también un papel
nada despreciable razones financieras.
1II1 Ahora bien, esta concepción vino luego a aplicarse
I a los patriarcas orientaIes, y esto en la época en que
las sedes patriarcales de Constantinopla, Antioquia y
i. Jerusalén estaban ocupadas por latinos. Esto llevó a
un cambio total de la concepción de los derechos pa_
triarcales que tuvo importantes consecuencias en perío
dos sucesivos. En el primer milenio, Roma miSIna había
reconocido la plena potestad de los patriarcas para adnii
nistrar autónomamente sus patriarcados, como ejerci
96
97
Vrios, Ortod. 1
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hizo menos rigurosa la identificación de la ortodoxia
con una única nación y un único imperio. Cierto que
anteriormente había habido ya nuevos patriarcados na
cionales, fUera: de los antiguos condenados a la insignifi
cancia por la dominación musulmana. a los cuales Cons
tantinopla se había visto forzada a reconocer: el búIgaro.
desde el año 926. y el servio. desde 1346. Sin embargo.
el reino búlgaro y, después. elservio no pretendían
en un principio presentarse como Estados nacionales al
lado del imperio bizantino: sus soberanos. que habían
asumido el título de emperadores, querían conquistar
ConstantinopIa y establecer su imperio en lugar del
bizantino. Esteban DuSan tomó en 1345 el significativo
título de «emperador de los servios y de los griegos».
Pero en realidad se desarrollaron nuevos Estados na
cionales ortodoxos. que Bizancio trató de absorber, pero
que al fin hubo de reconocer como verdaderos Estados
con iglesia propia.
Así pues, la idea de un solo imperio y de una sola
Iglesia hubo de ceder el puesto a otra, a saber, la de una
multiplicidad de Iglesias nacionales ortodoxas autocé
falas, es decir. absolutamente autónomas. Ésta es la
idea actualmente dominante. La Iglesia ortodoxa uni
l.
versal se compone fundamentalmente de una multitud
I de iglesias nacionales particulares, independientes entre
sí, que se mantienen en cohesión mediante una misma
I1
fe y el vínculo de la caridad. que sustancialmente prac
.
:1
il tican los mismos ritos litúrgicos y se rigen por un mismo
li derecho canónico. El patriarca de Constantinopla es sólo
li, el prinw:s imer pares, de ninguna manera el papa de
!i oriente. Es verdad que le compete cierto derecho de ini ¡1
ciativa en la entera Iglesia ortodoxa. Sin embargo, to
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davía no hace mucho se ha 'hecho notar con toda cla "
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miento cismático llamado Raskol. que a mediados del
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102
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una escisión que no se ha resuelto todavía hoy. Cierto que
también entre los ortodoxos existe una oposición contra
esta concepción de la importancia decisiva de la con
ciencia de fe de los particulares. Así, por ejemplo, el
profesor ruso Sch=nann. del Seminario de San VIadi·
miro, en Nueva York. se expresaba en estos térnúnos:
«Hablar de Iglesia democrática pone en peligro la exis
tencia misma de la Iglesia. La Iglesia viene de arriba,
no de abajo. Nosotros no edificamos la Iglesia. sino
que somos llamados a la Igl'esia.» El conocido canonista
griego Hamilkar Mivisatos declaraba. en cambio, en
S¡dÓuíca. en 1959: «La Iglesia está estructurada demo
cráticamente. Cierto que esta expresión no es completa
mente adecuada. La palabra rusa sobornost expresa me
jor el concepto.» Tal es la doctrina elaborada por Kho
miakov, de la unidad en libertad y caridad. que debe
ser característica de la ortodoxia. mientras que en la
Iglesia católica reina unidad sin libertad. y en la pro
testante libertad sin unidad. Todo muestra hasta qué
punto se ·han ido distanciando la concepción ortodoxa
de la Iglesia y fa católica. Así. hoy día la unión de las
Iglesias resulta considerablemente más dificil que, por
ejemplo, en el siglo XI.
a) Escolástica y palamismo.
La teología de la Iglesia es sólo un sector, aunque
muy importante, del que vamos a ocuparnos aquí. En
el transcurso del segundo milenio, el oriente y el occi
dente se han distanciado también en toda su manera de
103
hacer teología. La escolástica, que surgió en occidente
en el siglo XII, llevó propiamente hasta la oposición la
diferencia que desde un principio existía entre teología
oriental y occidental. Hasta entrado el siglo XII, tam
bién en occidente dependía la teología esencialmente,
como en oriente, de la tradición. Se limitaba a trans
mitir las convicciones teológicas recibidas de los santos
padres. Ahora, en cambio, se trataba de penetrar cien
tíficamente la fe por medío de la razón humana, de dis
tinguir netamente los conceptos y de ahondar en su sen
tido profundo.
Abelardo (t 1142) elaboTó el sistema dialéctico del
sic et non (sí y no). Las oposiciooes y contradicciones
aparentes trataba él de resolverlas mediante una dlara
distinción de los conceptos. Pero la escd1ástica, obede
ciendo al impu:ISo de la época, que propendía a una uni
dad que todo 10 abarcara, trata de reunir 10s conoci
mientos teológicos en un sistema, en una única construc
ción lógicamente coherente. As! como la cristiandad
había alcanzado una unidad compacta gracias a la cabeza
unitaria del papado, así se quería también reunir en la
unidad de una grandiosa Suma. los conocinúentos tedló
gicos, organizándolos racionalmente hasta en los últimos
detalles, empeño análogo al que se observa en una cate
dral gótica. Para ello sirvieron de instrumenJo 10s con
ceptos de la fi'losofía aristotélica, con el fin de llevar lo
más adelante posible la inteligencia de las internas ca
nexiones de la revelación y de presentarlas COIÚorme a un
plan racional. Pedro Lombardo (t 1160), en sus Cuatro
libros de las sentencias, se basaba todavía sustancial
mente en las ideas de san Agustín. mientras que san
Alberto Magno (t 1280) tomó =0 pauta el aristo
telismo. El punto culminante de la escolática lo repre
104
105
Los hesicastas enlazaban ron la espiritualidad intelectua
lista de Evagrio Póntico, pero ponian el corazón en lugar
del intelecto y hacían del corazón el centro de [a vida
religiosa. Esto significaba ya un mayor contraste que
el hasta entonces existente con la modalidad del pensar
occidental, que había llegado a su punto culminante con
la escdlástica.
La polémica que se desencadenó contra el hesicasmo
en el sigilo XIV agudizó luego todavía más este contraste.
La polémica fue originada por el monje griego BarIaam,
procedente de Calabria, que quería aprender en el mon
te Atos el nuevo método de oración. Este monje había
recibido fonnación escolástica. Con sutileza y precisión
escolástiCa. argunrentaba en eI1 monte Aros contra los
monjes que pretendían llegar con su método a la con
templación de la luz dívína increarla que había envuelto
a Jesús en el Tahor. El monje calabrés trataba de de
mostrarles qlre aquello era un contrasentido y que algo
increado no podía ser distinto de la esencia divina, la
cuaII es simple. Entonces salió en defensa de [os mon
jes griegos del Atos Gregorio Palamas, cuya teologia
- el! palamismo - surgió de la discusión con Barlaam,
el cual procedía de [a corriente escolástica, y en contra
dicción con él. Según Palamas, el método hesicasta no
tiene la pretensión de llegar a la contemplación de la
esencia de Dios. Esta esencia es absolutamente inaccesíble
a la visión, pero el método conduce a percibir con los
ojos del espíritu una energia divina increada, o la luz
divina del Tabor, que emana de Cristo glorioso. Según
Palamas, la simplicidad de Dios sólo se opone a una
composición que se pueda disolver. La distinción no
significa división, y sólo la división se opone a la sim
plicidad. La polémica contra BarIaam estaba ya desde
106
un principío asociada con un decidido repudio del mé
todo racional de la escolástica, del que se servía el
monje calabrés, y conducía a un contraste permanen
te con la teologia occidental. A Palamas se le había
también en un principio acusado de herejía en Cons
tantinopla y se le había encarcelado. Pero al fin logró im
ponerse allí y fue rehabilitado en un sínodo el año 135l.
Todavía hoy es venerado como santo por los orto
doxos. Su doctrina fue largo tiempo la dominante en
Constantinopla y aún hoy día es tenida en gran estima
por muchos ortodoxos. El año 1959 se celebró el sexto
centenario de su muerte con un especial congreso orto
doxo en Salónica, donde Palamas había sido arzobispo.
Existe una revista griega que lleva por títrno «Gregorios
Palamas». En los anatematismos del domingo de la or
todoxia, que cada año se celebra en fu. Iglesia orto
doxa el pri!rn.er domingo de cuaresma, se expresan toda
vía hoy Meas pa:Iami~tas. Los adeptos de Gregorlo Pala
mas, en partlicufur NlIbs Kabasi:las (t 1361), declararon a
la teologia escolástica la guerra más encarnizada. Se
gún ellos, el quehacer de una auténtica teologia ha de
ser, no ya establecer un sistema de conceptas, sino indi
car a los hombres el camino 'hacia Dios. Sobre todo, los
es1avófilos del sig'lo XIX llevaron adelante en Rusia la
lucha contra la escolástica.
107
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109
que las definiciones de los papas, como, por ejemplo.
Ia de la concepci6n inmacuiada de Maria. La asunci6n
corporal de Maria a1 ci~lo la aceptan algunos como
opiniOn piadosa, pero la rechazan en su calidad de dog
ma de fe proclamado por e1 papa. En la doctrina y
pflictica sacramental existen no poeas diferencias que
en parte afectan inclusQl al dogma: para la consagraci6n
es necesaria, segun Ia doctrina ortodoxa, tambien la epi
clesis 0 invocacion del Espiritu Santo; para el sacramen
to del matrimonio es necesaria tambi6n 'la bendici6n
del sacerdote; el vinculo matrimonial no es absolutamen
te indisoluble. Tales son los contrastes principales que
se han ido constituyendo con el andar del tiempo.
3. CONTRASTES EN LA ESPIRITUALIDAD
110
Pantokrator. Tambi6n en el Crucificado ve el oriental
en primer lugar al divino triunfador de la muerte y del
pecado. Las representaciones naturalistas de la crucifixi6n,
tan corrientes en occidente en la edad media, han apare
cido siempre como algo extraiio aft oriente. Cierto que
tambien en oriente habia, e incluso antes que en occiden
te, representaciones naturales del Crucificado, pero este
aparecia siempre alli en cierto modo como glorificado,
con una grandeza regia divina, no ya en todo eil brutal
reaJilsmo de h pasi6n. En 1054, los legadolS rornanolS se
extraiiaron de tales representaciones naturales que halla
ron en Constantinopla, mientras que por entonces sOlo
se canocia en occidente la cruz triunfal romanica.
La Virgen Maria es para el hombre oriental, ante
todo, la augusta y supraterrena Madre de Dios, que no
Ie aparece tanto en su uni6n. terrenal con Jesus de Naza
ret, tan cara a la piedad occidental En la edad media
Vl1nO fuego Ia meditaci6n dem vida terrenal de Jesus y
de Maria, intensamente fomentada por los franciscanos,
los cuales propagaron en diversas formas de devoci6n
el culto a Ia sagrada humanidad de Jesus. Asi se puede
mencionar Ia devoci6n al niiio Jesus, a la pasi6n de Jesus,
a su agonia, a las cinco llagas, a 'la preciosisima sangre,
etcetera. Ya en la edad media, pero sobre todo en ~os
tiempoo modemos, surgi6 la devoci6n al sagrado cora
zon de Jesus, que ocup6 luego en la Iglesia latina un
puesto muy seiialado.
Esta manera de dividir, como quien dice, al mismo
Cristo en la veneraci6n de los fides, ha sido siempre
incomprensible para el oriente. En ~a edad media, en
la lucha contra los que negaban la presencia real de
Cristo en el santisimo sacramento, se desarrollo el culto
de adoraci6n al Dios - hombre presente bajo las sagra
111
das especies, con sus formas de exposición del santísimo
sacramento y de la procesión del Corpus. Entonces se
comenzó a elevar la hostia. y luego también el cáliz,
a la vista de los fieles, en la consagración. Con todas
estas formas muy justificadas de piedad y de devoción
fue el occidente diferenciándose también en estas cosas
del oriente, para el! cual la sagrada eucaristía es el tremen
dum mysl'erium, el :profundo y tremendo misterio que se
debe ocultar con respeto y veneración tras unaironós·
tasis, sin exponerlo a 'las miradas profanas de los hombres.
Otra diferencia entre oriente y occidente consistia
en que la lengua litúrgica de occidente, el 'laUn, era por
10 general completamente incomprensible. mientras que
en oriente se empleaban por lo regular en el culto len
guas entendidas por el pueblo. Camo por esta razón la
liturgia no ofrecía suficiente alimento a [a piedad del
pueblo, se formaron en occidente devociones paralitúr
gicas que tenian para él más sentido. De esto no tenía
necesidad el oriente, porque los tesoros de la liturgia
eran accesibles al pueblo mismo.
112
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religiosa. Estas órdenes consideraban como su quehacer
la propagación del reino de Dios en la tierra. sobre to
do. mediante la predicación. mientras que el idea! mO
nástico de oriente se cifra:ba en 1a fuga del mundo coa
el fin de hallar a DiOs en la contempladión mística. Así.
pues, la ortodoxia oriental y el catolicismo latino se
fueron desarrollando. de hecho. en forma cada ve:z, más
divergente.
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(1243-1254).
Inocencia IV se mosteó mucho más comprensivo y
complaciente con los griegos que Inocencio 1Il. Se de
claró, en efecto, dispuesto a otorgar a los griegos que
vivían bajo el dominio latino la independencia de la je
cacquia latina con subordinación inmediata a la santa
sede. Así concedió arzobispo propio a ~os griegos que ví
vían en Chipre, mientras que Honorio 1Il había sometido
al arzobispo latino los obispos griegos de la -isla. Al pa
triarca griego de Antioquía, David, que parecía estar
dispuesto a ~a unión, le propuso el papa tomarle a 61
y a sus sufragáneos bajo fa inmediata dependencia de [a
santa sede.
Es significativo, por :ro que -hace a la comprensión
y deferencia por ambas partes. -un proyecto de unión pre
sentado en tiempos de Inocencio IV por el emperador
griego de Nicea, Juan Vatatzes, y aceptado en 10 sustan
119
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'T'·"
120
121
logró su intento, aun cuando para ello hiw maltratar
y encarcelar a los adversarios de la unión. Ya habían
pasado los tiempos en que e! emperador podia imponer
a la Iglesia su voluntad en cosas de la fe. Lo único que
así logró fue que su nombre y la unión con Roma se
hicieran odiosos a sus correligionarios. Finalmente, mu
rió excomulgado por ambas Iglesias. Su propia Iglesia
le negó la sepu:Itura.
Los legados enviados por el emperador a Lyón lle
vaban ya consigo la profesión de fe dictada por el papa
y la incondicional aceptación. por e! emperador. Pero
la Iglesia de Constantinopla, en su mayoría,. no estaba
con él. Un sínodo ceilebrado allí en 1273 había rechaza
do las exigencias del papa. Un tratado compuesto por
el emperador, en el que se quería demostrar a la jerar
quia 'la legitimidad de la fe latina, halló violenta oposi
ción por parte del patriarca, de los obispos, de 'los too.
!Jogos y de los monjes. No se quería saber nada de sumi ,,
sión al papa. Se tenía la convicción de h superioridad
de la fe ortodoxa con respecto a la latina. Cierto que 1a \
unión tenía también amigos, aunque pocos, entre los
cuales figuraba Juan Bekkos, que de adversario decidido
de los latli.llos se había convllr'tiOO en smcero partiliario de
:la unron. y después det concillib fue nombrado pa
triarca por el ·emperador. De todos modos, los represen
tantes del emperador, que el 6 de jU!lio de 1274 presta
ron su juramento a la profesi6n de fe en nombre del
emperador, no expresaban la voluntad de la Iglesia de
Constantinopla. Y, aun cuando en la misa papal repi~
tieron tres veces en griego, en el credo, e! Filioque, no
por ello 'lograron una verdadera reconciliación de los
que opinaban contrariamente. Por !Jo demás, en Ly6n
no se exigi6 a los griegos que introdujeran e! Filioque
122
".,
123
124
do en los tiempos modernos. Pero hay que reconocer
que la ausencia efectiva de ·pensar histórico y de com
prensión para con los otros impidió efectivamente una
verdadera reconciliación y ahondó todavía más el abis
mo que separaba.a oriente y occidente.
125
126
,.}
127
superior, aunque exigua, simpatizante con lo latino con
'la cual podían contar. Así se explica en cierto modo una
propuesta de unión de diciembre de 1355 que en otras
circunstancias podría parecer como capitulación de un
desesperado que se ve con el agua al cuello. El empera
dor se ofreció a abrir Constantinopla a la cultura latina
y a hacer educar a su heredero por un latino. Un le
gado pontificio tendría domicilio permanente en Cons
tantinopla y debería promoverse a puestos de importan
cia a sacerdotes griegos simpatizantes con 10s latinos.
E! summum era la oferta del emperador de enviar a occi
dente como rehén a su segundo hijo, en prueba de su
sinceridad. La condición que el emperador, por su parte,
ponía era una ayuda militar inmediata y elícaz. De hecho,
en el año 1357 Juan v - respondiendo al deseo del
papa - abjuró persomdmente del cisma en Constantino
pla en manos del enviado de Roma y recibió la sagrada
comunión de manos del 1egado, Pedro Thomas.
En cuanto a la ayuda militar, no se hizo gran cosa.
Bl año 1366 se dirigió el emperador Juan personalmente
a occidente para implorar ayuda, en 1369 se encontró
en Roma con el papa Urbano v y también en Roma pasó
personalmente a la Iglesia latina. Toda una serie de per
sonalidades influyentes en Constantinopla siguieron su
ejemplo, o habían dado ya anteriormente el mismo paso.
Esto explica que entonces loo papas abrigaran la espe:
ranza de que con conversiones individuales de hombres
de importancia se pudiera llegar por fin a una unión ge
I neral que, en realidad, equivMdría a una renuncia de ia.
i Iglesia griega a sí misma. Esta esperanza o, si se quiere,
esta ilusión, sólo podía brotar porque en occidente se
había perdido la comprensión hacia la peculiaridad de
la tradición oriental. Entre los griegos se veía en todas
128
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Vrics. Ortod.. 9
130
no sabían dónde estaba eJI verdadero papa y la verdadera
Iglesia. Esto habia quizá enseñado a los latinos a juz¡¡¡ar
con menos dureza a los cismáticos y herejes de oriente.
Sin embargo. no parece que esta situación condujera a un
aflojamiento de los conceptos de la unidad de la Iglesia
y 'de la naturaleza del cisma.
Se han conservado documentos pontificios del tiem
po del concilio de Florencia.. o deJI período inmediata
mente anterior o -posterior, que mantienen en cuanto
a la cosa absolutamente el antiguo punto de vista: Sólo
hay una verdadera Iglesia de Cristo, que en realidad no
puede estar dividida. Los cismáticos están fuera de la
Iglesia y a ella deben retornar. Pero en 'la práctica se
renunció a aplicar rigurosamente estos principios cuando
se juzgó necesario. Ambas partes tenían necesidad de
la unión: el papa Eugenio IV veía en ella un éxito per
sonal para poder afirmarse mejor contra los rebeldes del
concilio de Basileil.; Jos griegos la necesitaban como pre
cio de la ayuda miilitar de occidente contra 'los turcos,
que amenazaban ya muy de cerca a su capital. Realmen
te, se hallaban con el agua a1 cuello. Con esto no que
remos decir que la unión fuera sencillamente forzada y
que no se concluyera con verdadera convicción. Por 'lo
menos, buena parte de los padres conciliares griegos llegó
en el transcurso de las deliberaciones a la convicción de
que ~'a fe de los 'latinos concordaba en cuanto a la
materia con la de ~os griegos.
La idea de un concilio. que en cl siglo XIV parecía
inaceptable a los latinos, se les había hecho familiar
debido a los aconteciinientos del cisma de occidente.
Este cisma se había resuelto por fin, efectivamente, me
diante cl concilio de Constanza (1414). ¿Por qué no había
de servir también este medio para poner término a la
131
I
escisión entre oriente y occidente? Las ideas conciliares,
que llegaron a ser dominantes en iIa época deil cisma
de occidente - aun cuando no surgieron entonces por
primera vez - , tenian mucha más afinidad con la con
cepción griega de la estructura de la Iglesia, que la idea
medieval del priIruldo como se había desarrollado sobre
todo a partir de Gregorio VII.
Así pues, las circunstancias se prestaban a fomentar
por ambas partes la buena vdiuntad de dar beligerancia
también al otro. Así en Florencia se llegó, por 10 menos
en a1gunos puntos, y por cierto importantes, a un verda
dero compromiso que podía servir de modeilo en lo su
oes.i.vo. Cierto que no en todo, como veremos. Así, por
ejemplo, y especialmente, en la cuestión del primado y
de los derechos patriarcales.
Sobre todo en el principal punto dogmático contro
vertido, la procesión del Espíritu Santo, al cabo de me
ses de discusiones llevadas adelante con la mayor IIiber
tad y franqueza, se llegó a un verdadero acuerdo. Los
griegos se convencieron de que los padres Ilatinos de
la Iglesia, venerados también por ellos como santos y
tenidos en cierto modo por infalibles, habían realmente
enseñado la procesión del Espiritu Santo del Padre y del
Hijo, y que por tanto no querían decir materialmente
otra cosa que qo que daban a entender los padres griegos
de la Iglesia cuando hablaban de la procesión del Es
píritu Santo del Padre por el Hijo. Los latinos recono
cieron la rectitud material de la fórmula de los griegos
y no exigieron ya - como lo habían hecho anteriormen
·fil 1as más de las veces - que adoptaran la formulación
latina de la verdad de fe, sino que aceptaran únicamente
su sustancia. Finalmente, los griegos reconocieron tam
bién la legitimidad de la inserción del Filioque en el
132
~~-----~-~-.~._-~...
,..:-;-"""'--" .
133
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partes en un sentido radicalmente distinto. Ambas usaban
las mismas palabras. pero les daban un valor comple
tamente diferente. Aquí se echa de ver que la unión de
Florencia tuvo un significado solamente rélativo. Al
punto candente del primado sólo se llegó algunas sema
nas antes de la conclusión de na unión. Sobre este punto
I¡
no hubo discusiones a fondo, por 'lo cual no salió clara
mente a w. luz la diversidad fundamental de ambas con
cepciones. Se disimuló la grieta, pero no se elimin,ó real
mente. El 22 de junio de 1439, C31toroo días antes de
clausurarse el concilio. el papa Eugenio IV presentó al!
emperador Juan VIll un ,proyecto de definición del! pri
I
mado en eI1 que se dccía que eI1 papa p<J5ee el derecho
de convocar concilios ecuménicos y que los patriarcas
orientales le están subordinados. El emperador respondió
a la propuesta con' ,una negativa categórica. Poco faltó
para que en el último momento se diera al traste con
el concilio. Juan declaró prácticamente: «Si insistís en
aso, no tenéis más que preparar los barcos. Nos mar
chamos, pues carece de sentido discutir siquiera so
bre ello.»
La convocación del concilio había sido durante to
do el primer mNenio prerrogativa del emperador. La
idea de la subordinación de 'los patriarcas al papa. en el
sentido de que éste tuVliera el derecho de dar órdenes a
los patriarcas en asuntos disciplinares y de inmiScuirse
en 'la 'administración autónoma de sus patriarcados, ba
bía sido algo insólito para los griegos. La tarde del 26 de
junio enviaron al papa un contraproyecto en el que no
se haMaba ya del derecho de convocación de los conci
lios ni de la subordinación de !los patriarcas. En cam
bio, inmediatamente después de reconocer al papa como
caberz.a de la Iglesia universal, se insertaba la cláusula:
134
I
cesores - los privilegios y derechos tradicionales de los
patriarcas de oriente. 'Bn la tórmula de unión aceptada
finalmente se insertó todavia - en realidad. no se sabe
cómo --, antes de la cláusula, un pasaje sobre el orden
jerárquico entre los diferentes tronos patriarcaIes, con
lo cual quedaba oscurecido el sentido.
Los griegos estaban convencidos de que apenas cam
biaba algo su situación efectiva con ~a aceptación del
primado. Únicamente se restaMeció el antiguo derecho
de apelación a la sede romana, como había exiStido an
tes del cisma. A lo que parece, el primado era para ellos
un asunto puramente canónico, pero no cosa de fe.
Lo importante era para enos que siguieran mantenién
dose como antes los derechos y privilegios de los patriar
cas. o sea. su tradl\::ll.OnaJ. admrunistración- autónoma. Los
latinos miraban la definición del .primado con ojos muy
diferentes. Para enos. él «ser cabeza de la Iglesia» in
cluía el derecho de ejercer jurisdicción inmediata en
la Iglesia entera, por tanto también en oriente. como
también el de velar por ,la rectitud y de intervenir en
todas partes. De hecho. Eugenio IV trató de hacer valler
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A Gregorio XIII sucedió Sixto v (1585-1590), quien,
contrariamente a su predecesor, mostró muy poca com
prensión para con los orientales. Es éste un ejemplo de
cuánto ha dependido también de la posición y actitud
personal de los papas la cuestión de 'la aproxnnación
entre oriente y occidente.
142
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r sin darse cuenta de 'lo mucho que as.í se dificultaba la
unión de las Iglesias separadas. De esta manera, los cris
tianos orientales hasta entonces separados 'eran coloca
dos en una situación que de hecho no habían conocido,
puesto que durante el primer milenio habían gozado de
muy amplia autonomía administrativa. Esto dio lugar
a no peqUeñas complicaciones y contlictos. No faltaban,
sin embargo, en la Congregación de Propaganda Fide
hombres perspicaces que, por '/o rnooOlS, se hacían cargo
del proolema y estaban dispuestos a salir al encuentro
a los orientales también en este espinoso punto. 'En una
carta del secretario de la Congregación al asesor del
Santo Oficio, de 20 de octubre de 1657. leemos: «No
es posible tratar a esas gentes [a los cristianos orientales
católicos] de la misma manera como se suele tratar a
nuestros católicos [en occidente]. Esas cosas se resuel.
ven con el tiempo por sí mismas. Si ya desde el princi
pio se quiere poner orden por 'la fuerza, se echa aper
der todo.» Pero también aquí el motivo decisivo es pura
mente práctico, no ya la interna convicción de la legiti.
midad de 1a propia es1lructura jerárquica de orien1\:).
Incluso en el problema todavia más arduo de las con
sideraciones con 'la teología propia de los orientales,
hallamos cierta comprensión en los primeros tiempos
de la Congregación de Propaganda Fide. El papa Urba
no VIII (1623-1644) dio, en el año 1632, a una comisión
de dicha Congregación el encargo de elaborar una nue
va profesión de fe para los orientales. Esta comisión
mostró no pequeña oomprensión de la inddle peculiar
de los orientales, incluso en el campo de la teologia,
así como de la necesidad de formular las verdades de
fe en un tenor apropiado a ellos. La profesión de fe
de Gregario XIII. que entonces se atribuía erróneamente
145
Vries. Ortod. 10
a Clemente VIlI. fue sometida a una crítica franca y
valiente. Se halló que era demasiado escolástica en la
forma de expresión. que había que tomar más en con
sideración la forma de expresarse los antiguos conci
lios y los padres griegos. De hecho, también en la pro
fesión de fe de Urbano VIlI elaborada por la comisión
se hallan no pocos términos escolásticos que en realidad
parece que se habían querido evitar. Esta profesión de
fe se exigió en 10 sucesivo - salvo pocas excepciones
a todos los orientales que querían hacerse católicos.
Ciertamente, en un punto no parece que se hiciera
de veras cargo la C'..ongregaciÓD de Propaganda Fide de
la necesidad de respetar el legado espiritual de oriente,
a saber. en 10 que se refiere a la espiritualidad y a las
formas de devoción. En este campo, los religiosos lati
nos enviados por ella se dedicaron sin reparos a la !Ia
tinización. Apenas a ellos y a los que los enviaban de Ro
ma les vino a las mientes que también en este terreno
se debía respetar la índole particular de los orientales.
El occidente latino estaba por entonces tan convencido
de su superioridad sobre el oriente precisamente en este
campo, que apenas les vino la idea de desenterrar los
tesoros ocultos de la espiritualidad oriental. A los orien
tales, que en los mi'! años de opresión islámica que ha
bían atravesado habian perdido mucho de su viejopatri
monio espiritual. les dieron los misioneros ni más ni
menos que lo que ellos mismos poseían. a saber, su pie
dad y sus formas de devoción occidentalles. Es caracterís
tica de la conciencia de superioridad del occidente la
tino de entonces. una dispoSición rpromulgada por la Coil
gregaciÓDde Propaganda Fide para los miSioneros eil año
1659: han de fundar en todas partes escuelas y enseñar
a la juventud 1a lengua latina y la doctrina cristiana.
146
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A esta latinizaciÓn del oriente contribuyeron tam
bién notablemente los sacerdotes indígenas formados
en Roma, los cuales, después de terminados los estu
dios, eran enviados a su 'patria por la Congregación como
misioneros apostólicos con las mismas facultades que
los relligiosos latinos. El mismo Gregario XIII había fun
dado ya en Roma. en 1576. el Colegio griego. Este papa.
de mirada penetrante. quena realmente formar así sacer
dotes griegos. no latinos. Ordenó que toda la enseñan
za se les diera en griego y 'hasta prohibió que los estu
diantes aprendieran latín. Pero esto no duró mucho
tiempo. Una relación de visita del año 1602 habla de
las quejas de los alumnos porque no se les explica nada
acerca de 'las controversias entre griegos y latinos. La
formación era cada vea. más occidental, y 10 mismo su
cedía en los Colegios fundados posteriormente. En el
Colegio de Propaganda Fide fundado en 1627 por Ur
bano VIlI había, entre los alumnos de las tierras propia
mente de misión. también orienta!Ies de todos los ritos.
Por lo menos, se puso empeño en no enajenar a éstos to
talmente de sus propios ritos. Los domingos y días fes
tivos se !los enviaba a las iglesias de sus respectivos ritos
que ya existían entonces en Roma. Por lo demás. se
guían, como se dice en una relación de visita. «el rito
latino universal».
147
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se superara en parte la división. Con eI1 intenso trabajo
menudo de los re1igiosos se fue ganando poco a poco
inten"brmente pa.ra la Iglesia católiCa a buena parte de
los fieles. Cuando se creia que había llegado el' momento,
se procuraba ligar de una vez a la entera comunidad
con la Iglesia universal mediante b creación de un pa
triarea católico. Esto no se 10gró en ningún caso. Los
adversarios de la unión oponían al patriarca establecido
148
separadas como auténticas Iglesias en el pleno sentido
teológico de la palabra.
Todavía se hace a la santa sede otro reproche aún
más grave que el anterior, a saber, que la unión por ella
fomentada, pese a todas las promesas de respetar la he
rencia espiritual de oriente, era una «absorción velada,
una latinización frustrada». No podemos exponer aquí
la hi~toria completa de la unión en el Próximo Oriente,
como sería propiamente necesario para determinar si,
y hasta qué punto, está justificado este reproche. Con
forme al tema que nos hemos fijado en este escrito,
vamos a ocuparnos sólo de un caso, a saber, el de los
melquitas, que pertenecen al rito bizantino y proceden
por tanto de la ortodoxia griega. Primeramente hay que
destacar que la santa sede no hizo nunca la promesa de
respetar toda la herencia espiritual de oriente. En Roma
apenas se tenia una idea suficientemente clara de esta
herencia para poder siquiera hacer tal promesa. En todo
caso, los papas ofrecieron repetidas veces la unión a
los orientales en las condiciones fijadas en Fl1orencia.
Allí se había asegurado la salvaguardia de 10s ritos Ií
túrgicos y de «los derechos y privilegios de los patriar
cas orientales». Ahora bien, esta segunda parte de la pro
mesa llevaba consigo toda 1a involuntaria ambigüedad
de la cláusula de Florencia, de que ya hablamos ante
riormente. En Roma, con eI1 centraIismo que reinaba
en el segiIndo milenio, no se estaba ya en condiciones
de sentir la posibilidad de una auténtica autonomía de
los patriarcas. Todavía menos se percibía la posibilidad
de una teología y espiritualidad propias de los orientales.
Por la otra parte, los orientales mismos habían perdido
en gran parte el recuerdo de los tesoros espiritua:les de
su gran pasado. Esto se debía a la decadencia general,
149
muy explicable tras largos siglos de opresión por el
islam.
En función de esta situación se debe entender tam
bién la unión de los melquitas del patriarcado de An
tioquía, cuya fecha se fija por :10 regular el año 1724~
Aquel año e!l clero y el pueblo de Damasco eligieron
al católico Serafín Tanas como patriarca de todo el pa
triarcado melquita de Antioquía. Tomó el nombre de
Ciri!lo VI. En la elección intervinieron no séIlo católicos,
sino ta:mbiénacatólicos, que entonces vivían todavía
sin separación en la misma comunidad. Por aquel tiem
po había ya numerosos católicos en el patriarcado, prin
cipalmente en DamasCQ, residencia del patríarca. Así
se creyó posible conquistarlo de golpe mediante la elec
ción de un patriarca católico. Sin embargo, no se logró
la unión total. Los adversarios de la unión instituyeron
un antipatriarca. llamado Silvestre. que obtuvo el reco
nocimiento, absolutamente necesario. del sultán. mien
I tras que el patriarca catéllico. Cinlo VI, no pudo soste
nerse en Damasco y hubo de refugiarse en las montañas
I del Líbano. En el año 1728. Silvestre, juntamente con
los patriarcas de Constantinopla y Jerusalén. en un sí
nodo de Constantinopla, fulminó el anatema contra Ci
rilo y sus adeptos. La unión de una parte de la comuni
dad, que se llevó a cabo, no era un acto concreto, tan
gible: no constituía un acuerdo bilateral ni una sumisión
unilateral a Roma. Lo que 'había sucedido el año 1724
, era. sencillamente, el remate de un lento proceso que
se había iniciado ya cien años antes y en e!l que se había
I llegado a ganar para la Iglesia católica a muchos cris
tianos d'el patriarcado de Antioquía. e incluso a algunos
obispos y a ta:! o cual patriarca. A esta unión se la puede
llamar con razón una reanudación de la unión de Fla
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reció el rito latino en la Italia meridiona!!. y dictó para 1
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los italogriegos la constitución Etsi pastoralis (26 de
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e inconvenientes. y hasta contrarias a la fe, precisamente
porque los griegos eran cismáticos y herejes. Por otra
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parte, sin embargo, quería a la ve:z ser justo con los grie
,r gos. Sirva de ejemplo el eucologio griego, publicado por
encargo suyo, en el que, como el mismo papa dice, se
conservó todo 10 que en alguna manera parecía poderse
justificar. Así dejó intacta la manera de administrar la
confirmación entre los griegos, aunque éstos no cono
r cían la imposición de 1as manos. La unción penitencial,
~,
en particular de los franciscanos de Damasco, a los que
prohíbe severamente conducir a los orientales al rito
latino. Protege "a integridad de los ritos incluso contra
I
! los mismos orientales. en este caso el patriarca Cirilo,
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quien. como 'hemos dicho. en algunos puntos tenia por
¡ conveniente 'la modificación.
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155
nico de Lanceis (1760) que respetara el derecho a con
vocar sínodos que poseían los patriarcas. Ni tampoco
sacó Roma con respecto a los melquitas las últllnas con
secuencias de su idea acerca de la elección y confirma
ción del -patriarca. Por ejemplo, hasta la entrega del
palio, el patriarca Cirito era para Roma únicamente
«el patriarca electo de Antioquía». Sín embargo, desde
el año 1724 ejerció, sin reclamación por parte de la san
ta sede, todos los derechos de patriarca. Dado que Roma,
como ya dejamos dicho, consideraba la confirmación
de un patriarca como investidura del cargo, y por con
Siguiente la elección únicamente como una especie de
propuesta, propiamente ni hubiera debido actuar cirilo
como patriarca anteriormente a la confirmación. Tam
bién en lo sucesivo toleró la santa sede entre los mel~
quitas el ejeroicio de los derechos patriarcales aun antes
de la confirmación. Con todo, no han faltado confliotos
entre Roma y los jerarcas de la Iglesia melquíta, debido
a la diferente concepción de los «derechos Y privilegios
de 10s patriarcas».
156
I
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III. LA POSICIóN DE ROMA FRENTE A ORIENTE
EN TIEMPOS DE PíO IX (1846-1878)
157
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I
158
2. TENDENCIA A ADAPTAR AL MODELO LATINO LA ORGANI
ZACIÓN ECLESIÁSTICA ORIENTAL
159
y que una Iglesia que de toda su herencia espiritual sólo
conserva un fragmento - en concreto, 'la liturgia - cesa
con ello de ser realmente orÍental y se convierte en un
híbrido innatural La ejecución de aquellas ideas no
'podía sino ahondar los recelos que sentían hacia Roma
los cristianos todavía separados.
Pío IX, con 'la energía que fu caracterirzaba. se prestó
a poner en práctica sus ideas. En las constituciones Re
versurus, para ros católicos armeniÓs (1867), y Cum Ec
clesiastica DisciplinD, para los caldeos (1869), modificó
radicalmente, sobre todo por lo que hacia a 'la elección
de los patriarcas y de los obispos, la tradicional organi
zación ec!lesiástica de aquellas comunidades, adaptándola
al derecho latino. En la introducción a la constitución
para aos caldeos declara el papa expresamente que hace
l'
ya tiempo tiene la intención de ordenar la disciplina en
las Iglesias orientales, desde luego conservando los ritos
litúrgicos (por tanto, sólo éstos). Que ahora comienza por
la nueva reglamentación de la elección de los patriarcas
y los obispos. En la constitución Reversurus expresa
el papa sin rodeos su Intención de llevar a cabo aná
logas reorganizaciones tocante también a otras comuni
dades orientales. por tanto, también a 'los melquitas.
Sólo la enérgica oposición que se suscitó entre los orien
tales contra estas reformas. que transformaban la es
tructura de su Iglesia, retrajo ·por fin al papa de realizar
su intención.
Pio IX, que estaba profundamente penetrado de la
conciencia de la plenitud de poderes que compete al
I
sucesor de Pedro y vicario de Cristo, tenia muy poco
,sentido de la autonomía tradiciona'l de los patriarcas,
que para ellos se basaba en eil derecho consuetudinario
y en los cánones de los concilios, y que la misma santa
160
l
...... ¡;- -;-;',,7'-'--
sede estaba obligada a respetar. Para Pío IX, la potestad
patriarcal no era sino una prolongación de la suprema
autoridad papal, de cuyo arbitrio dependía absoluta
mente. Estas concepciones opuestas dieron lugar a gra
ves conflictos entre el papa y los católicos armenios y ca:I
deos, en particular Con su patriarca José Audo. Pío IX
tomó muy a mal que este .patriarca, CO'lllO tambi~ el de
los melquitas, Gregorio Yusof. sólo aceptara la definición
del Vaticano I sobre el primado y la infalibilidad del
papa bajo la expresa reserva de la garantía de los dere
chos y privilegios de los patriarcas, conforme a la cláu
sula de Florencia. Al fin y a!l cabo, también e'.l de Floren
cia había sido un concilio ecuménico, aprobado por el
papa al igual que el Vaticano 1, y si aquel concilio había
aceptado tal cláusula, ésta debía sin duda ser conciliable
con eil primado.
El predecesor de Gregorio, Máximos 11I Mazlum
(1833-1855), incurrió en grave conflicto con la curia eG
mana principalmente - en el fondo - porque insistía
en los derechos tradicionales del patriarca de Antioquía.
En Roma. donde se le hizo ·pasar por cisInático, se dio
crédito a ·las sospechas. Sus protestas de sumisión no
satisficieron a la Congregación de Propaganda Fide
ni al papa. Máximos murió finalmente sin haber llegado
a un verdadero ente:ndiIniento.
La actitud de Pío IX para con el derecho canónico
propio y la reilativa autonomía tradicional de los orien
tales ela también compartida en general por los círcuIos
dirigentes de Roma. La comisión preparatoria del con
cilio Vaticano I se pronunció francamente en favor de
la abolición de la disciplina oriental en cuanto no es
tuviera en inmediata conexión con la liturgia. En su
lugar debía introducirse el derecho canónico latino, in
161
Vri~ Ortod. 11
l~r¡!;;:
1
comparablemente mejor. Blpatriarca 'latino José Valerga
1 propuso que declarara el concilio que todas sus disposi
11
ciones disciplinares debían tener también vigor entre 100
11
orientales. La comisión motivaba sus propuestas invo
1I
cando la unidad de la Iglesia, que reclamaba también la
uniformidad de la disciplina. Decía que 'las diferencias
1\
en derecho canónico habían sido originadas por el cisma.
11
11
Esta tesis es insostenible históricamente. La comisión
concluía que debía por fin eliminarse el dualismo en la
1\
Iglesia: que ésta era también la concepcíón de la santa
I sede.
11
Salta a la vista que 'esta posición no era apropiada
para despertar confianza entre los orientales separados.
1,
No ~ veía cómo se podía conci'Iíar la práctica de 'la santa
sede con las promesas hechas anteriormente. En tiempos
1 de León XIII, el barnabita César Tondini de' Quarenghi,
en un memorándum a la comisión para la unión de las
Iglesias. hizo referencia a esta desconfianza de los orien
tales y a ,los motivos de la misma: la contradicción apa
rente entre las promesas de la santa sede y su manera
efectiva de proceder. había provocado entre los orienta
les una «absoluta falta de confianza en la santa sede
en cuanto tal». Todo esto era, a fin de cuentas, conse
cuencia de la invdluntaria ambigüedad que gravaba ya
la cláusula de P10rencia y todas las ulteriores declara
ciones de los papas en el mismo sentido.
En un punto se mostró Pío IX comprensivo con
los orientales separados. Nos referimos a 'la posibilidad
de salvación de los cristianos no unidos con Roma.
Aunque repite como principio de fe la conocida senten
cia: Extra Ecclesiam nulla salus (Nadie puede salvarse
fuera de la Iglesia apostólica romana), le da una inter
pretación que no excluye la salvación de los que sin
162
1I
culpa están separados de 'la Iglesia romana. El que sufre
de ignorancia invencible de la verdadera religión, no es
reo de culpa a los ojos de Dios. de modo que quede de
antemano excluido del logro de la salvación. Esta afir
mación se halla en la alocución Singulari quadam, de 9
de diciembre de 1854. Ésta es 'la primera vez. que sepa
mos. que un papa expresa claramente la posibilidad de
salvación de [os que sin propia culpa están separados
de fa Iglesia.
'En otra cuestión, sin embargo, la posición de Pío IX
es francamente rigurosa, e incluso más severa que la de
algunos de sus predecesores. Nos referimos a la cuestión
de los poderes jurisdiccionales de los obíspos separa
dos de la sede apostéllica. En su encíclica Etsi nulla
luctuosa, de 21 de noviembre de 1873. el papa afirma:
«Los mismos rudimentos de la doctrina católica hacen
ver claramente que no puede haber ningún obispo le
gitimo que no esté unido en comunión de fe y de caridad
con la roca sobre la que está edificada la Iglesia de Cris
to.. _ "Quien se separa de la unión con la Iglesia y con
el colegio de los sacerdotes, no puede poseer ,los poderes
de obispo" (san Cipriano).»
163
-----------
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constituciones Reversurus y Cum Ecclesiastica Disci
plina. Pero fa práctica anterior de la santa sede en el
I modo de tratar a los católicos orientales, con falta de
1
1; respeto sobre todo de su autonomía tradicional, había
I sido ya suficiente para suscitar entre los separados sen
timientos de desconfianza hacia Roma. Así, aunque el
llamamiento contenía algunos buenos elementos, fue re
chazado con Ia mayor energía por un sínodo de los pa
triarcas orientales que se reunió en Constantinopla en
mayo de 1848 bajo la presidencia de Antimo, patriarca
de 'la misma ciudad. Pío IX, en su enciclica dirigída a
la jerarquía católica de oriente, In suprema Petri Apo
stoli Sede, de 6 de enero de 1848, proponía la unión a los
jerarcas separados con un mínimo de condiciones: «No
os imponemos ninguna carga fuera de 10 necesario, a
saber, que una vez tomados a la unidad estéis de acuer
do con nosotros en la profesión de 'la verdadera fe que
retiene y enseña la Iglesia católica, y que además con
servéis 'la comunión con la Iglesia misma y con esta se
de suprema de Pedro.»
Propiamente, se reconocía así 'lógícamente a las Igle
sias separadas como en todo caso existentes en cierto
modo juridicamente en el orden eclesial. Si es suficien
te el restablecimiento de la comunión con Roma para
que puedan vc!lver a ser en el pleno sentido de la palabra
iglesias parciales dentro de una sc!la Iglesia universa1,
no es posible que antes fueran sencillamente una nada en
sentido jurídico. Se expresaba la imprescindible unidad
en 'la fe católica, pero sólo muy discretamente se insi
nuaba la también necesaria subordinación al papa: de
bían estar en comunión «con esta sede suprema de
Pedro».
Aparte de esto, la encíclica contenía también cosas
164
165
I "/.J',:
:,1
1'1
puesto estaba por entonces oriente a mostrar compren
11',
sión respecto a occidente. como también 'hasta qué pun
"
to se afirmaba a sí mismo COmO algo absoluto. como la
i:11li única forma posilile de verdadero cristianismo. Esta
Ij'
¡jI
respuesta nos muestra 'el reverso de la medalla. que
il también debemos tener presente, y es una prueba de
que no sólo el occidente ha sido culpable de ~a persisten
!i¡
cia de la escisión, sino también, y, si se quiere, más. el
111
oriente. El tono es. a veoes sencillamente desmesurado y
ofensivo. Se reprocha a los obispos de Roma haber po
1
dido mantener en pie la infalibilidad y el primado «piso
1
166
'-'--.~'~, _ _ o
~~~' .. '-",
cas presenta como nuevas herejías: el bautismo por
aspersión (que no responde a 'los hechos), en lugar de
por inmersión, no es el verdadero bautismo instituido por
Cristo. La muti1ación de la comunión, con la abolición
del cáliz de los 'laicos, la del santo sacrificio, con la su
presión de 'la invocación del Espíritu Santo en la epi
clesis, es una transgresión del orden establecido por
Cristo y ~os apóstdles. La consagración con pan sin fer
mentar no está en regla. La supresión de 'la confirma
ción después del bautismo y de la comunión de los niños
recién bautizados, es un acto arbt'trario, etc.
El escrito presenta los usos de la Iglesia ortodoxa.
con la mayor naturaIidad - sin hacer gran caso de la
verdad histórica - , como los únicos posibles y ~os úni
cos valederos. También la Iglesia occidental practicó
_ dicen - en un principio estos usos sin restricción.
La liturgia ortodoxa fue constituida ya por los apóstdles
exactamente como existe hoy. El occidente, con su pru
rito de innovar, Sie alejó del orden primigenio de la Igle
sia ortodoxa una, de la que él también formaba parte
en otro tiempo. Estas innovaciones comenzaron ya en
el siglo VII a penetrar en occidente y corrompieron tam
bién las iglesias de lta'1ia y 'la de la antigua Roma. que
hasta entonces habian estado en comunión con 'la Iglesia
de oriente. La enciclica de los patriarcas rechaza radi
calmente todo desarrollo dogmático, todo progreso en
el conocimiento de la verdad revelada, toda evolución de
las formas y usos iitúrgicos. La Iglesia se ha mantenido
perpetuamente como se hallaba en tiempo de 'los após
toles, y así debe mantenerse. Toda modificación es un
atentado contra el patrimonio intangible de fe heredado
de Cristo y de los apóstoles.
'La carta sigue diciendo todavía: La Iglesia ortodoxa
167
se ha esforzado sinceramente por retraer a occidente de
sus errores, pero todo ha sido inútil. :El occidente ha se>
guido empedernido, y así la Iglesia de oriente ha debido
finalmente dejarlo abandonado a su suerte. Los papas
envían actua!lmente a todas partes sus misioneros para
reclutar prosélitos. Se enfurecen contra la ortodoxia,
que está ante sus. ojos como una constante acusación por
su rebe!lión contra la fe de sus padres. .,
La carta circular discute en detalle el escrito de
Pío IX. El .papa afirma falsamente que los 'padres de la .
Iglesia orientai reconocieron su dependencia del obispo
de Roma y requiere, por tanto, injustamente a la Iglesia
ortodoxa de 'hoy a seguir su ejemplo. 'El 'papa escribe:
«No tenéis ninguna razón, más aún, ni siquiera pretexto,
para no retomar a!l seno de la verdadera Iglesia, a la
comunión con 'fa santa sede.» Quiere, como sus prede
cesores, engañar a los fieles ortodoxos y robarles su ver
dadera fe. 'El escrito de los patriarcas trata de desvirtuar
uno por uno los argumentos de Pío IX en favor del
primado. Que Pedro estuviera en Roma, es una tradi
ción puramente humana que no puede sostenerse. La
única sedtJndudablemente petrina es la de Antioquía.
Y, aun en el caso en que hubiera estado Pedro en Roma,
no se sigue de ahí eil primado del obispo de Roma sobre
1a Iglesia universa1. Según el testimonio de los padres
griegos, la Iglesia está edificada sobre la confesíón de
Pedro, no sobre su perrona. De Mt 16, 18 no se sigue;
por tanto, nada en favor de un verdadero primado del
apóstol Pedro. E1 texto ddl capítulo 21 del evangelio de
san Juan: «Apacienta mis corderos, apacienta mis OVe>
jas», significa únicamente la rehabilitación de san Pedro
y da nueva colación del ministerio apostólico después de
su negación. Las palabras del SeñOr: «He orado por ti
.~
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168
j
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para que no vacile tu fe ...» (Le 22, 32), sólo predicen a
Pedro que después de su negación volverá a convertirse.
Luego se analizan en particular los textos de los pa
dres que había alegado el papa como prueba del prima
do, y se hacen objeciones contra los mismos. El escrito
hace referencia al canon 28 de Call::edonia, conforme
al cual los padres habóan reconocido sus privüegios al
obispo de Roma porque esta ciudad era 1a capital. So
bre la recta interpretación de este canon, todavía hoy
no están de acuerdo los sabios católicos. Contra la prue>
ba tomada de la aclamación de '1os padres de Calcedonia:
<<Pedro hahab1ado por boca de León», arguyen los .pa
triarcas que los padres del concilio habían sometido
primero el escrito de León a un riguroso examen, y que
sólo después reconocieron que estaba concorde con la
confesión de Pedro. Que es, por tanto, un error concluir
de esta aclamación el reconocimiento de la autoridad
doctrinal o incluso de la infalibilidad del papa.
En la encíclica de los patriarcas quiso hallar el ruso
Khomiakov un apoyo para su teoría, según la cual la
infa:libilidad sóJIo compete a la Iglesia unida como un
todo en la caridad, con inclusión del pueblo fiel!. El pasa
je decisivo en que se ¡¡,poya reza así: «Entre nosotros no
pudieron nunca los sínodos introducir innovaciones,
puesto que el defensor de la religión es entre nosotros el
entero cuerpo de la Iglesia, es decir, el pueblo, que quie
re que su ClJ'1to divino sea sieD1pre inmutable y conforme
al de sus padres. Esto hubieron de experimentarlo desde
el cisma muchos papas y patriarcas simpatizantes con los
latinos.» Ya en el párrafo precedente habían declarado
los patriarcas: «A nosotros no nos corresponde autori
dad secular de policía. ni tampoco sagrada autoridad. de
régimen. Sólo estamos unidos por el vinculo de la ca
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169
ridad y del afecto para con la madre común en la uni
dad de la fe, sellada con los siete sellos del Espíritu. es
decir. Qos siete concilios ecuménicos. y cl'ili la obediencia '.
a la verdad.» Pero en el contexto se trata aquí únicamen
te del derecho y deber del pueblo fie!l de resistir a even
tuales decisiones falsas de los sinodos, y en el segundo
pasaje se niega únicamente una autoridad común que
estuviera por encima de las diferentes iglesias autocé
falas. De hecho, en la encíclica no se halla la negación
de toda autoridad doctrinal de la jerarquía. que sos
tiene Khomiakov.
Hemos tratado con cierto detenimiento el escrito de
este sinodo porque la actitud de 'la Iglesia ortodoxa fren
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IV. CAMBIO PROFUNDO BAJO LEóN XIII
(1878-1903)
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'1 conciliación. A los malabare8 de la India 'logró oonten
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tarlos en cierta manera León XIII creando obispos indí
genas (1896), a 'los que puso bajo la directa dependen
cia de la santa sede. El papa 'logró fudlúso ganar inte
I riormente a un hombre tan ce'1oso de su dignidad y de
sus derechos como el patriarca medquita Gregorio Yusof,
que había tenido no pocas dificultades con Pío IX.
Es verdad que ni siquiera un papa tan enérgico y
consciente de su autoridad como era León XIII 'logró
de hecho, no obstante su mejor voluntad, comunicar su
nueva actitud a su contorno inmediato, a los cardenales
de la curia, no digamos ya a los departamentos infe
riores y al pueblo sencillo de la Iglesia. La comisión car
denalicia creada para la unión de las Iglesias no tenía
la generosidad del papa. Las severas disposiciones pena
les contra '1os misioneros latinos que 'latinizaran en orien
te, contenidas en ,la encíclica Orientalium dignitas (1894),
no dieron resultado debido a la resistencia pasiva de aque
llos religiosos, por 'lo demás tan fieles al papa. La Con
gregación Oriental hubo de ver con resignación, en 1920,
cómo, aun después de 'la Orientalium dignitas, se seguía
latinizando y '1as. penas con que se había amenazado' no
se habían aplicado ni podían aplicarse.
Lo que por lo pronto distinguía a León XIII, era que
se hallaba dispuesto a prestar oído a oriente, en lugar
de limitaIse a hablar ex cathedra desde las alturas de
la roca de Pedro y, consciente de poseer con seguridad ,la
verdad, anunciar esta verdad al oriente y condenar sus
errores. E'l papa invitó a '1os patriarcas, tanto católicos
como acatólicos, a dialogar personalmente con él en Ro
ma. Los jerarcas separados se negaron. No se podían
eliminar tan pronto los profundos recelos que se ,habían
ido suscitando contra Roma. El conocido procurador
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de la fe católica. En efecto, así resulta, por lUla. parte,
más claro el origen apostólico de las más importantes
Iglesias de oriente y, por otra parte, precisamente en
esto se trasluce su antiquísima e íntima unión con la
sede romana. Quizá no exista una señal más admirable
de la catolicidad de 'la Iglesia de Dios, que precisamente
este ornato singular que le confieren las diferentes formas
de ceremonias y las antiguas y venerandas lenguas, que
son tanto más nobles por cuanto provienen de los após.
toles y de los santos padres. Así se reproduce en cierto
modo el singular homenaje que se 'hizo a Cristo recién
nacido cuando llegaron a adorarle los sabios de las
diferentes regiones de oriente.» León XIII reconoce que
el retorno de los cristianos separad.os acarrearía un
enriquecimiento. aunque no en lo esencial, para la misma
Iglesia católica. En una alocución de 2 de mayo de
1895 subraya ell papa expresamente que tal retorno
proporcionaría a la Iglesia tesoros verdaderamente insos
pechados. Tales palabras de la mayor estima 'hacia 10s
orienta!les y su legado espiritual, apenas se habían oído
hasta entonces de la boca de ningún papa.
León XIII dio un paso considerable hacia deilante con
respecto a la actitud de anteriores papas y, en particu
lar, de su inmediato predecesor Pío IX. Esto se ma
nifiesta principalmente por lo que se refiere a su posición
frente a la organización eclesiástica propia de 'los orien
tales. Al paso que Pío IX la: rechazaba en el fondo,
León XIII reconoció explícitamente su legitimidad. En
su encíclica Praeclara gratulationis, de 20 de junio de
1894, subrayaba que, mientras se conserve la unidad de la
fe y del régimen eclesiástico, no sólo se ha de tolerar
cualquier otra peculiaridad - y no sólo litúrgica, sino
también jurídica - , sino que se la debe afirmar de todo
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Iglesia. Esta postura de León XIll representaba un
avance con el que se preparaba el cam1no para la nueva
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~I rante el pontificado de ¡Pío XI. Aun cuando esta codifi
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,'~ cación no ha acabado de satisfacer, con ella se reconoce
fundamenta'lmente la intrínseca legitimidad de una or
ganización eclesiástica propia de oriente, lo cual significa
un considerable progreso en el sentido de la plena afir
I mación de la peculiaridad oriental
Hay que reconocer, siru embargo, que León XIII no
1 sacó siempre las últimas consecuencias de los principios
que él mismo había establecido. Parece ser que fomentó
1 \a introducción del celibato eclesiástico entre los orienta
les. Ahora bien, esto era de hecho un caso de latiniwción
en un punto muy importante de la organización eclesiás
tica. Durante su pontificado, dos sínodos orientales, el de
los católicoo de rito siriaco, en !larfeh (1888), Y el de los
coptas, en El Cairo (1898), impusieron la ley del celibato
a:! clero superior. Esto se hizo sín duda por deseo 'de
Roma, o sea, en último térmíno, del papa. 'En cambio,
los católicos ucranianos rechazaron en su sínodo de Lvov
(1891) tal adaptación a:l! derecho canónico latino. Sín
embargo, en un punto muy capiltalhizopública León XIII
con toda claridad y sin sombra de ambigiiedad su es·
tima de la organización ec1esiásticapropia de "los orien.
tales, a saber, en lo que se refiere a los derechos y
privilegios de los patriarcas. La más clara afirmación
en este sentido se halla en la encíclica Praeclara gratula
tionis, en la que el papa promete a los patriarcas la pre
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CONCLUSIÓN
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BIBUOGRAFtA
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íNDICE DE NOMBRES
Abelardo 104
Antimo VIT, patriarca 36 164
Adríano n, papa 68
Antioquía 18ss 34 40s 48 52 96
Agapito, papa 36
151 156 161 1685
Agrigento 139
Apeninos 63
Alepo 144
Argiros 79
Alejandro m, papa 97
Asía 375
A1epo 155
Atenágoras, patriarca 183
98s
Audo, José, patriarca 161 171
xios Komnenos 99
Bari 79
Anastasio n, papa 35
Bamabo, Alejandro 158
Anastasio el Bibliotecario 53 66
Basilea, concilio de 131
78
Basilianos 178
Anastasio. emperador 42 49
Basilio 1, emperador 59 685
191
Clemente v, papa 95
Clemente VI, papa 96 Éfeso 34 38
Clemente Vlll, papa 146 Egipto 20 54 171
Clemente XIll, papa 155 El Cairo 176
Clemente de Alejandria 105 Enrique n, emperador 31
Colonia 72 Enrique IV, rey 93
Constante n, emperador 555 Esmima 38
Constantino IV, emperador 57 Esteban 1, papa 17
Constantino IX, emperador 79 Esteban 11, papa 61
82s Esteban DuSan 100
192
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193
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194
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HUBERT JEDIN