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El encuentro .entre el papa Paulo VI
y el patriarca ecuménJco de Constan­
tinopla, Atenágoras, puede considerarse
como un signo esperanzador de que los
cristianos católicos y ortodoxos están
I
hoy quizá más dispuestos que nunca a I
entablar un diálogo conciliador. Más ¡
de 900 años ha durado el gran cisma
oriental, del que dijo Juan XXIII: cLas
responsabilidades se reparten.» Largos I
siglos de desconfianza, de silencio y de
hostilidad han ahondado la fisura y
han hecho que por ambas partes avan­
zara la vida en sentido cada vez más
divergente.
WILHELM DE VRIES, profesor del I'0n­
tificio Instituto Oriental de Roma y
uno de los más ex:imios conocedores
de la Iglesia de Oviente (durante las de­
liberaciones conciliares sobre el esque­
ma de las Iglesias orientales se citó re­
petidas veces su obra Rom und die
Patriarchate des Ostens), confronta en
este volumen la ortodoxia griega y el
catolicismo latino planteando a la vez
la cuestión de hasta qué punto se con-'
traponen - o más bien se comp:emen­
tan - ortodoxia Y catolicismo. Esta "
cuestión no se puede resolver. sin hacer
una exposición de 1~ historia.
Suprimir las diferencias y cerrar la
fisura, dé modo que ambas realidades
vuelvan a ser totalmente ellas mismas,
la ortodoxia plena creencia.. recia y. el
catolicismo verdadera universal,i!lad, es
la suprema aspir3.:c1ón. de 100·-' cf,istianos
de Oriente Y Occidente. De ello existen
hoy día suficientes indicios.

Sobrecubierta de A. TIER7.

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ORTODOXIA Y CATOLICISMO

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WILHELM DE VRIES

ORTODOXIA

Y CATOLICI5MO

BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1967
Traducci6n do AUIANORO Es'n;BAN LATOR Ros, do la obra de

WILHELM DE!. VRIES, Ortllodoxie und Kalholizlsmus.

Herder, Friburgo-Basilea-Vicn8 1965

1 ,

N1HrL OBSTAT: el Censor, Dr. ÁNOEL FÁBREOAS, Canónigo

IMPRÍMASB: Ban:eJona, S de mayo de 1966

t GREOOR..lO, Arzobispo de Barcelona

Por mandato de Su Exeia. Rvdma.


ÁLWANDRO PECHo pbro.• CanciUer Secretario

- '.~

© Yertas Herder KG, FreibuTg 1m Brelsgau 196s


I

1
© Editorial Herder S.A., ProyenzQ, 388, Barce/ona (España) 1967

I
Es PROPIEDAD DEPÓSrTO LEGAL: B. 13.084-1967

GRAPI!SA - Nápoles. 249 - Barcelona


PRINTEO IN SPAIN
I~

J
---.-.. '~----
1

íNDICE

INTRODUCCIÓN. . . • • • • • • • . • . . • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • 9

PARTE PRIMERA

ORTODOXIA Y CATOLICISMO
EN EL PRIMER MILENIO
I. DIVERSIDAD ORIGINARlA ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE. 13

1. Diferencias étnicas de carácter.......... . . . . . . . . . . . 14

2. Diversidad en la liturgia......................... 16

~' 3. La estructura jerárquica de oriente: los patriarcados 19

4. Iglesia del imperio en oriente, Iglesia del papa en

occidente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24

5. Diferencias teológlcas entre oriente y occidente.. 28

11. DIVERSIDAD, NO NECESARlAMENTE OPOSICIÓN.. . . . . . . . . . 33

lIT. DE LA DIVERSIDAD A LA ESCISIÓN.................... 36

1. La disputa sobre la pascua...................... 37

2. Polémica acerca de la concepción de la Iglesia.... 39

3. Las disputas cristológicas : El cisma de Acacio... 45

4. Iglesia del imperio e Iglesia del papa en· tiempos de

Justiniano.... . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . .. . . . . . . . 49

5. Lucha contra el título «patriarca ecuménico».... 51

6. El principio de Iglesia del imperio y de Iglesia del


papa en la disputa en tomo al monotelismo...... 53

7. El Trullano (692): polémica en torno a los ritos y

usos... .. .. 57

8. La disputa en tornO a las imágenes. . . . . . . . . . . . . . . 59

9. La ruptura polltica entre oriente y occidente.. . . .. 60

J,~;~):Ü;';ª~.é~~;~i4\i~0
--'-'--·'·~-.V""7 - .--.--.-.•.• ~,-" .• 'T'_ .. -:
10. El cisma de Focio: Primado centralista contra auto­
nomia patriarcal .. _ . 61
a) Desarrollo del centralismo en occidente . 62
b) El curso de los acontecimientos . 63
e) Las razones más profW1das . 69
11. Entre el cisma de F ocio y la escisi6n definitiva . 76
12. El cisma de Miguel Cerulario . 77 i
.1
a) El curso de los acontecimientos . 77
b) Las razones más· profundas . 80

PARTE SEGUNDA

EL SEGUNDO MILENIO (DESPUÉS DEL CISMA)

I. AHONDAMIENTO DE LA ESCISIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . 89

l. Opuesta evolución de la cO,ncepción de la Iglesia . . 89


a) La idea del primado de la reforma gregoriana .. 90
h) La potestad secular del papado .. 93
e) Centralización; su aplicación a los patriarcados
orientales . 95
d) Evolueión de la concepción ortodoxa de la Igle­ i
.....
sia en el segundo mHenio . 98
2. Ahondamiento de los contrastes en teología . 103
a) Escolástica y palamismo . 103 I
b) Evolución reciente de la teología ortodoxa . 107
e) cOntrastes dogmáticos entre oriente y occidente. 109
I
3. Contrastes en la espiritualidad . 110
a) Las nuevas devociones en occidente . 110 I
b) Las nuevas órdenes . 112
I
II. TENTATIVAS PARA PONER TIlRMINO A U. ESCISIÓN
1. Los métodos umonistas de Roma hasta el concilio
. 115
115
I
. .¡,
de Lyón (1274) .. r
I

a) Tentativas de absorción del oriente . 116


b) Mayor comprensión en tiempos de Inocencio IV

(1243.1254) " .' . 119


,t
, !

2. La unión impuesta en Lyón (1274) . 121 ,


I
3. Tentativa de plena latinizacióo. de la Iglesia de orieo.te I
!
eo. el siglo XlV .. 126
4. La negociada unión de Florencia (1439) . 129

6
5. Tentativas de unión desde el concilio de Florencia
hasta la fundacióo. de la Congregación de Propaganda
Fide (1622) ~ .. 137
a) La actitud de Roma frente a oriente en el período

del renacimiento y de la contrarreforma ··


138
b) Los esfuerzos de Gregorio XIII (1572·1585) . 140
6. La Congregación de Propaganda Fide y el oriente

hasta la fundación de la jerarquia melquita (1724) .. 142
7. La fundación del patriarcado melquita cat61ico (1724) 147
8. Benedicto XIV (1740.1754) Y sus inmediatos sucesores 152

III. LA posrCIóN DE ROMA FRENTE A ORIEl'rIE EN TIEMPOS DE


Pío IX (1846.1878)................................ 157

1. Actitud positiva frente a los ritos litúrgicos. . . . . . . . 157

2. Tendencia a adaptar al modelo latino la organización


ecleslástica oriental ·· 159
3. El llamamiento de Pio IX a la unión y la reaeción de
los ortodoxos · ·· 163
IV. CAMBrO PROFUNDO BAJO LEÓN XIII (1878-1903) .. 171
1. Sus esfuerzos por la uo.i6n de las Iglesias...... . . . . 171
2. Gran estima de los ritos y de la organización ecle­
'>-.
siástica de orieo.te por parte de León XIIr. . . . . . . . 174
3. Todavía no se reconoce todo el legado espiritual de
la Iglesia de oriente............................ 178
4. El llamamiento de León XIII a la unión y su acogi-
da entre los ortodoxos.......................... 179

I Conclusión.. . .. .. . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . .. .. . . .. . .
Bibliografía.. . . . . .. . .. . . . . . . . . . .. .. . . .. .. . . . . . . . .
183

185

I to.dice de nombres ·· 191


I

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-~.
INTRODUCCIóN

Ortodoxia quiere decir creencia recta, y catolicismo


quiere decir universalidad. En ningún caso estos dos
términos deberian implicar oposición. La verdadera fe,
- conforme a la misión dada por Cristo a los apóstoles,
está destinada a todos los pueblos y a todas las criatu-
ras; por su naturaleia es, pues, universal. La Iglesia
católica, que guarda la verdadera fe como su más pre­
cioso tesoro, no es latina, griega ni eslava, sino sim­
plemente católica, es decir, universal, mundial.
Las dos realidades concretas que se insinúan con
los conceptos de ortodoxia y catolicismo no deben, sin
embargo, -enfocarse estáticamente, sino que deben con­
siderarse en su dinámica histórica. Si se entiende por
ortodoxia el cristianismo concreto de oriente, y en par­
ticular el griego bizantino - al que vamos a restringir­
nos en estas páginas - , y por catolicismo la Iglesia
latina de occidente, vemos que en el transcurso de la
historia se desarrolló entre estas dos formas de cristia­
nismo una tensión que finalmente condujo al contraste
y a la escisión. El oriente rompió la comunión con la
cabeza suprema visible de la Iglesia universal, el obispo
de Roma, desligándose así de la comunión visible de

9
esta Iglesia, que consiguientemente quedó de hecho,
durante algún tiempo, casi restringida a occidente. De­
bido a un proceso histórico de estrechamiento que con­
dujo a la ortodoxia y al catolicismo a un exclusivismo
que no estaba implicado en estos conceptos, ambos
sectores cristianos acabaron por convertirse en «confe­ "

siones». Cada una de las dos partes se reconcentró en •

si misma, se aisló, con lo cual resultó en oriente una


ortodoxia que lleva en sí cierta rigidez y que, con no
ser sino una forma del cristianismo, se afirma como algo
absoluto; por otra parte, en occidente surgió el catoli­
cismo latino. caracterizado principalmente por el sello
de un pequeño grupo de pueblos de origen latino que
dieron el tono en la Iglesia de occidente. El catolicismo
latino acusó una tendencia a considerarse a sí mismo
como el catolicismo a secas. Era una pretensión exage­
rada y. si bien se mira, implica en realidad una contra­
dicción y hasta una especie de herejia. a la que de 1
hecho no sucumbió la Iglesia católica en cuanto tal.
'En estas páginas vamos a tratar brevemente de la
ortodoxia griega y del catolicismo latino. Esto no es
posible sin una exposición histórica, pues una y otro
surgieron en el mutuo enfrentamiento histórico. Este
enfrentamiento perdura todavia en nuestros días, pero
es de .esperar que un dia acabe por poner término a la
escisión. Esto sólo podrá efectuarse si ambas partes
~
vuelven a ser ·plenamente ellas mismas, a saber. la
ortodoxia. verdadera creencia recta, y el catolicismo.
verdadera universalidad.
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10

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Parte primera

ORTODOXIA Y CATOLIClSMO
EN EL PRIMER MILENIO
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1. DIVERSIDAD ORIGINARIA ENTRE
ORlliNTE Y OCGDENTE

La Iglesia fundada por Jesucristo es un oculto mis­


terio de fe, pero este misterio debió, desde los prime­
ros principios de la Iglesia, tomar cuerpo, encarnarse
en un medio sumamente concreto, que de hecho carac­
terizó la forma de la Iglesia. Este medio fue en un
principio el pueblo judío con su índole propia. Esto
exponía al peligro de que el evangelio universal, desti­
nado a todos los pueblos, se equiparara con la menta­
lidad de un pueblo determinado, el judío. Principal­
mente al Apóstol de las gentes, Pablo, y a su amplitud
de miras se debe que la Iglesia no sucumbiera a este
peligro y, liberándose de la estrechez judaica, lograra
penetrar en los vastos ámbitos del imperio romano y
de su cultura grecorromana. Esto no se logró sin duros
combates. San Pablo debió incluso resistir a san Pedro,
enfrentársele cara a cara, porque éste, con su compor­
tamiento práctico, fomentaba la estrechez de espíritu
de los judaizantes, aunque en principio estaba de acuer­
do con san Pablo.

13

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~

1. DIFERENCIAS ÉrNICAS DE CARÁcrER 1,


En el mundo grecorromano debió el evangelio, y l'
con él la Iglesia, encarnarse de nuevo y de diferente
manera. Este mundo parecia en un principio ser una
unidad compacta. Pero bajo el barniz exterior de la
cultura grecorromana se ocultaban desde un principio
I~
profundas diferencias, por lo pronto en el carácter de ,¡~
los diferentes pueblos - de los romanos, griegos, sirios
y egipcios - , todos los cuales pertenecían al mismo 1
imperio fuertemente centralizado. El romano se carac­
teriza por la objetividad y claridad de pensamiento,
tiene ante todo sentido de lo práctico, del derecho y
del Estado. El griego, en cambio, propende más a la
theoria, a la contemplación de lo divino, ama la especu­
lación y la discusión teológica. El mundo concreto es
para él una manifestación de lo divino, mientras que pa­
ra el latino es un efecto de la acción divina, que 1
tiene valor en si mismo y con el que él tiene que en­
frentarse. Para el griego 'es el hombre la imagen de
Dios, que debe transfigurarse más y más en Dios. Para
el latino es la vida humana un progresar activamente el
hombre en la dirección de Dioo.
Como tipos caracteristicos y contrapuestos de oriente
y de occidente se ha presentado a Orlgenes y Tertu­
liano respectivamente. Tertuliano es el jurista romano
que se interesa siempre por el caso concreto, el pole­
mista y el dialéctico que expresa su convicción cristiana
en formas juridicas objetivas. Origenes, por el contra·
rio, se preocupa ante todo por la inmediata contem­
plación espiritual del mundo celestial, del mundo de

14

'--~-'--"""",- •• n- ;-~--"'::~"::--
r

I¡ Cristo resucitado. En lugar de las fórmulas jurídicas


en cierto modo cristalizadas de Tertuliano, descubri­
1, mOS en él un pensar dinámico. Para él será Dios por
fin, en la' última consumación, «la medida de todo
' movimiento».
En todo esto se trata, naturalmente, sólo de suge­
rencias, que corren siempre peligro de esquematizar y
I de simplificar. Pero que entre latinos y griegos exis­
tieron desde un principio diferencias, las cuales, junta­
, mente con la evolución histórica radicalmente diferente
de oriente y occidente, dieron finalmente por resultado
1 que la Iglesia adoptara en el occidente latino una forma
diferente de la del oriente griego, es cosa que no se
puede negar. Y así se llegó en definitiva a la contra­
posición entre ortodoxia griega y catolicismo latino.
Esto no debe significar oposición, como ya hemos
dicho. En primer lugar, se trata aquí de una diferente
encarnación, plenamente justificada, del misterio de la
Iglesia, que precisamente por ser universal y haber
1 sido fundada para todos los pueblos, no obstante la
igualdad en lo esencial, puede y debe manifestarse diver­
samente en cada pueblo. Se llegó a la oposición. y en
último término a la escisión, porque cada una de las
dos partes trató de afirmarse como algo absoluto y
quiso imponer a la otra su propia modalidad como la
única admisible. Con lo cual queda ya indicado el tema
de este librito, tal como nosotros lo concebimos.
La historia de las relaciones entre la Iglesia católica
latina de occidente y la Iglesia griega ortodoxa de oriente
comienza por una coexistencia pacifica. Las diferencias
que no tardan en acusarse y que con el tiempo se van
agudizando más y más, dan lugar a contrastes en la
medida en que cada una de las partes pierde la COm­

15

."0•.'0. ···0 .. ·"·•••._ - - .' - , " - ' - - ­


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prensión de la índole diferente de la otra. No se habria


llegado necesariamente a la escisión si por ambos lados
hubiera habido mayor voluntad de comprenderse> mutua­
mente. Sin embargo, es cierto que por parte de los
griegos se acabó por negar el primado del obispo de
Roma, que forma parte de la estructura esencial de la
Iglesia querida por Dios, aunque quizá contribuyera
también a ello el hecho de que el primado de derecho
divino se presentaba a los griegos con aditamentos de
derecho humano que fácilmente podían intimidarlos.
Después de la escisión, cada una de las partes se
fue desarrollando separadamente, sintiendo cada ve:z
menos propensión a aceptar la modalidad de la otra.
Las uniones parciales a que finalmente se llegó no fue­
ron una integración realmente orgánica del oriente en
la Iglesia universal. sino que daban demasiado la sen­
sación de absorción de este oriente en la Iglesia latina,
sin verdadero respeto del entero legado espiritual de
los cri\;tia.nos orienrniles. Así surgió la instill:Ución de
los lIamadoo «uniatas», que parece un escándalo a los
orientales orgullosos de su propia tradición.

2. DIVERSIDAD EN LA LITURGIA

La diversidad entre oriente y occidente se manifestó


en primer lugar en la configuración de la liturgia. Sus­
tancialmente era el culto idéntico en la Iglesia entera,
pero en los detalles reinó en los primeros tiempos gran
libertad, por lo cual vinieron a originarse formas muy
diversas. En esta evolución desempeñó importante papel
la diferente modalidad del carácter de latinos y griegos.
En todo el ámbito de la Iglesia se celebraba lo especi­

16
ficamente nuevo en sentido cristiano, la repetición de
lo que Cristo había hecho en la última cena, aunque
unido muy pronto con un culto de oraciones y de lec­
turas tomado de la sinagoga. De este modo se había
fijado la estructura esencial del culto; pero en los deta­
lles, sobre todo en la composición de los textos ora­
cionales, reinaba la mayor libertad. La Didakhé, o
Doctrina de los doce apóstoles. permitía al profeta orar
_ -l
en el culto «como quisiera». Según el testimonio de
Justino, el presidente de la comunidad pronuncia Ja
suprema oración eucaristica «como se lo permiten sus .
fuerzas». Podía. por tanto. improvisar. Por esto no
debe extrañar que en los textos que acabaron por adqui­
rir una forma fija se refleje. sin embargo, el carácter
de latinos y griegos. Las oraciones del rito romano
urbano, formuladas en forma concisa y precisa, en las
que se trata en cada caso de un fruto práctico de la
oración, responden a la índore objet:ilva del romano.
La oración eucarística de acción de gracias de oriente,
vibrante. en forma de himno. en la que se desarrollan
profundos pensamientos acerca del Dios. eterno, no
originado, y de su unigénito Hijo, revela su compositor
griego. También en los gestos y ceremonias, en la música
y en los ornamentos se hizo manifiesta la diversidad
de los pueblos. La forma dramática de la liturgia bizan­
tina, en 'la que, como en una representación a '10 divino,
aparece el «Rey del universo» rodeado de los suyos
como sacerdote y como víctima, hace pensar en influen­
cias hedcnístieas.
En los primeros siglos no se dio gran importancia a
esta diversidad de las formas litúrgicas. El obispo Fir.
rniliano de Cesarea, en una carta al papa Esteban 1
(254-257) que se ha conservado en la correspondencia

17
Vries. Ortod. 2
I~
de san Cipriano, subraya que en las diferentes regiones
1
t
¡"
hay mucha diversidad en los usos de la Iglesia, sin que ¡
por ello sufra la unidad esencial. Había gran libertad
y posibilidad de adaptación. No existía, por ejemplo, t
la menor dificultad en que un obispo asiático, san Poli­
carpo. celebrara en Roma el santo sacrificio juntamente
con el papa Aniceto (156-166), aun cuando no habían
podido ponerse de acuerdo sobre la fecha de la pascua.
San Jerónimo, en sus viajes por oriente, se adaptaba a
los usos locales. En el convento de santa Melania, 'en
Jerusalén, se celebraba el rito romano sin que esto sor­
prendiera a nadie. San Agustín se expresa en sentido
muy amplio acerca de la cuestión de los ritos. Según él,
sólo es obligatorio lo que el Señor mismo dejó deter­
minado y se usa en todas partes. Cada cual debe adap­
tarse a los usos de la Iglesia local a dondequiera que
vaya.
Los ritos locales, bastante variados en un principio,
fueron unificándose más y más por el influjo de fuertes
centros eclesiástiic06. En oriente existían varios de ta­
les centros, a saber, Jerusalén, Alejandría y Antil>quía, y
más tarde Constantinopla; en occidente. por el contra­
rio. descollaba Roma por encima de todo. y finalmente,
aunque sólo al cabo de muchos siglos. se logró que
en la entera Iglesia latina reinara casi absoluta unifor­
midad, mientras que en oriente, dentro de los límites
del imperio. permanecieron en vigor tres ritos: el ale­
jandrino, el siríaco occidental, o antioqueno. y el bizan­
tino. Además, dos Iglesias, que no tardaron en surgir
fuera de los limites del imperio, constituyeron su propio
rito. a saber. la Iglesia persa, con su rito siríaco orien­
tal, y la Iglesia armenia, con su rito armenio. También
en oriente se fue avanzando finalmente hacia una fuerte

18

= _.~, ,,- n'- . _'_~ _ _' ­


I
~
1

t uniformidad. El rito bizantino de la nueva Roma. Cons­


¡¡"
¡ tantinopla, fue poco a poco predominando absoluta­
~
mente. A partir del siglo x fue adoptado también por
ti los cristianos de los patriarcados orientales: Antioquía,
ti Jerusalén y Alejandcia, en cuanto éstos se habían man­
~

,<
tenido fieles a la verdadera fe en la época de las dispu­
tas cristológicas de los siglos V-VII. Constantinopla pro­
;.;:
"
fi
.,
pagó además su rito entre los pueblos eslavos que reci­
;; bieron de ella el evangelio, y finalmente también en
:f Geocgia.
~io',
::

3. LA ESTRUCTURA JERÁRQUICA DE ORIENTE:


LOS PATRIARCADOS

Ya hemos hablado de los destacados centros ecle­


siásticos de oriente. Esto nos da pie para hablar de
) otra diferencia muy importante entre oriente y occi­
dente: en oriente había varias Iglesias principales que
acabaron por convertirne en patriarcados. mientras
que en ooai\iente sólo existía un centro, Roma, sede del
sucesor de Pedro y capital del imperio, que descollaba
j,
por encima de todo y al fin suprimió todas las autono­
mias locales. que también habían existido en occidente.
':~ Nos hallamos, pues. ante una profunda diferencia en
la estructura jerárquica Los patriarcados orientales de
Alejandría, Antioquía y Constantinopla (el de Jerusa­
lén es posterior, habiéndose destacado de Antioquía)
respondían -lo que no parece ser pura coincidencia­
a los diferentes ámbitos culturales de oriente: al egip­
cio. al siríaco y al griego respectivamente. En efecto.
la uriitaria civilización helenística no había logrado
suprimir completamente las culturas más antiguas. Esto

19
lo indica ya la temprana aparición de una literatura
cristiana siríaca y copta (egipcia). La oposición mono­
fisita contra el aborrecido emperador griego dio también
origen a una no pequeña conciencia nacional siríaca
1¡ y egipcia. Por ello también se dio a los partidaríos del
'1'
)1' emperador el mote de «melquitasl>, es decir, «imperia­
I les» {de malko, «OmperadOr» en sirio) O secuaces del
11
'li barileus de Constantinopla.
1'1
l' La posición privilegiada de las Iglesias principales se
1

'1\
desarrolló por derecho cOnsuetudinario, que por lo que
II¡ hace a Alejandría y Antioquía fue sancionado por el
canon 6 del concilio de Nicea (325). A la nueva ciudad
Ili imperial de Constantinopla se confirió, por el canon 3
del primer concilio de Constantinopla y por el tan deba­
li
tido canon 28 de Calcedonia, una posición singular
I! análoga a la de la antigua Roma. Los papas recono"­
cieron sin dificultad los patriarcados de Alejandna y
de Antioquía, haciendo remontar reguJarmente sus dere­
chos a los cánones de Nicea, fundándolos además . con
la tan discutible teona de las tres sedes petrinas: Roma,
Antioquía y Alejandría, aceptándose en el caso de
Alejandría la tradición de que esta iglesia fue fundada
por Marcos, discípulo de san Pedro. Pero durante todo
el primer milenio no formulan los papas la reivindi­
cación de haber conferido a estos patriarcas sus dere­
chos como participación en la plena potestad pontificía.
Contra la posición privilegiada de Constantinopla y su
motivación por el rango político de esta ciudad se opu­
sieron largo tiempo los papas, pero al fin acabaron por
reconocerla de hecho, aunque contra su voluntad.
Cierto que los patriarcados no se remontan al perío"­
do apostólico, sino que más bien se desarrollaron poco
a poco en el transcurso de los primeros siglos. Primera­

20

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~

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~:
~.; mente en Egipto, donde el obispo de la capital. Alejan­
"t',
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dría, logró una posición privilegiada sobre todo el país.
Ésta era ya un hecho en el siglo 1lI. Anl'ioquía, gran
metrópoli de oriente y, desde la reforma del imperío
por Diocleciano, capital de la diócesis política «Orieos»,
se fue imponiendo mucho más lentamente, no obstante
l'. su indiscutible origen apostólico. Los derechos menciO"­
:-j
nados en el canon 6 de Nicea no se precisan ulterior­
mente; ni tampoco se reconoce a Antioquía detenninado
territorio como zona eclesiástica. Jerusalén, no obstante
su extensa influencia y su singular posición de ciudad
madre del cristianismo, no se constituyó en patriarcado
hasta el año 451.
En la formación de los patriarcados intervinieron di­
ferentes factores, uno de los cuales es el origen apos­
tólico. Esta evolución no era ciertamente exigida por
el derecho divino, pero respondía muy bien a la estruc­
tura de la Iglesia. Los obispos no se ven aislados ni se
sienten nunca corno puras mónadas mantenidas 'en cohe­
síón únicamente por su dependencia de Roma; desde
un principio forman un todo que sucede al colegio apos­
tólico, y tal colegio reclama una cabeza. La necesidad
de una dirección homogénea indujo a la reunión de los
obispos bajo una cabeza superior regional. La organi­
zación de derecho divino, a saber, el episcopado uni­
versal bajo la dirección del sucesor de Pedro, no podía
entonces. camo estaban de hecho las cosas, bastar para
la dirección ordenada de la Iglesia. Se requería además la
organizaci'ón a nivel regional porque así se conservaba
la justificada peculiaridad de las diferentes regiones, el
buen pluralismo en la Iglesia.
·Los patriarcados se formaron desde abajo, no fueron
fundados desde aniba. Una centralización regional, una

21

l'&
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f
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~

agrupación de las diferentes Iglesias episcopales en tor­


1
no a una Iglesia metropolitana como su centro, se de­
mostró necesaria para una mejor dirección. Así se
fue desarrollando paulatinamente un derecho consue­
tudinario según el cual quedaban reservadas al obispo
de tal Iglesia metropolitana, que luego se llamó «pa­ .-
triarcado», ciertas funciones que en un principío eran ~

de incumbencia de los obispos particulares. Este derecho


consuetudinario surgió según toda probabilidad por el
hecho de que Ios obispos particulares renunciamn táci­
tamente a parte de sus derechos en favor del obispo
metropolitano. La constitución de una legitima cos­
tumbre con fuerza jurídica en una comunidad presupone
el consentímiento, por lo menos tácito, del jefe de esta
comunidad, en nuestro caso del obispo de Roma. Tal
consentimiento se debe, por tanto, suponer como un
postulado.
Sin embargo, los derechos patriarcales no se enten­
dieron ni siquiera por Roma - como ya hemos indi­
cado - durante el primer milenio como una partici­
paci6n, otorgada por el papa, en ITa suprema potestad
de jurisdicción de la Iglesia. En el patriarca 'hallamos
más bien potestad episcopal en toda su plenitud, mien­
tras que en los demás obispos subordinados del pa­
triarcado está restringida en favor del pafttiarcado '.
Las relaciones normales entre Roma y los patriar­
cas consistían sobre todo en que los papas y los pa­
triarcas se informaban mutuamente de -la eleoción me­
diante la llamada «carta sinodal», que contenía además
una profesión de fe. Los papas respondían a tales es­
critos expresando su satisfacción por el resultado de
I. Cf.• sobre C$te particular. W. DE VI\IES. Rom und die Patriarchate
des Ostens. FriburQo-Munich 1963, p. 7!i1S.

22

--"""-:'.---~.''''':''--
I
f
"~-
",
~i

1fi la elección, otorgando su comunión al elegido y recono­


ciéndolo implJícitamente. Con razón se puede considerar
esto como una confirmación, pues sin la comunión con
Roma no podía el patriarca ejercer legítimamente su
función. Pero en todo caso, según la concepción de la
.",-.', época, no era colación del cargo ni transmiSi6n de
~.
, poderes. Después de recibida la carta sinodal, se in­
; cluía el nombre del patriarca en los llamados dípticos,
es decir, en la lista de las persona~ que se habían de men­
cionar en el memento de vivos de la misa. En las Iglesias
griegas leía esta -lista el diácono desde el ambón. Borrar
a a:lguien de 70s díptiCos era símbolo de 'la ruptura de
.'; relaciones, es decir, de escisión de la Iglesia. Desde
el siglo v mantuvieron los papas en Constantinopla un
, representante permanente llamado «apocrisiario», que
j por lo regular era un diácono.
Roma era reconocida en genera:l como el centro de­
cisi'lo de 'la convnunio eclesiástica. Así, aquel a quien
~ Roma otorgaba SIll communio pertenecía a la Iglesia
universaL y aquel a quien se ITa rehusaba, estaba fuera
4 de su comunión. El obispo de Roma era considerado
i además como el guardián slIlpt"emo de 'la verdadera fe.
1, t En 'lo demás, Tos patriarcas orientales gozaban de muy
J.1 extensa autonomía. Só70 ransímas veces se mezclaba
'.~ Roma en cuestiones disciplinarias; a las autoridades
,
~"l' orientaíles dejaba además Ia libertad de organizar la litur­
.~
gia y de constituir el derecho canónico.
:~ La diversidad de los patriarcados llevaba consigo un
.,,¡ desarrollo propio del orden eclesiástico. La formación
ii
.:i de un propio derecho canónico oriental, que se distin­
,
;1
~,í
guía del de occidente, comenzó COn la legislaci6n de
~j
,,\
Justiniano (527-565) y del Condlium TruI/anum, que
,~
se reunió en Constantinopla el año 692.
~
!';:
~4 23
t·~

ti

I .,~----~- ~--
4. IGLESIA DEL IMPERIO EN ORIENTE, IGLESIA DEL PAPA
EN OCCIDENTE

Pero lo que sobre todo distinguía a oriente y occi­


dente, y que finalmente fue el motivo principal de la es­
cisión, era la diferente manera de concebir a la Iglesia
por una parte y por otra., la cual, a su Vf!fZ. dependía por
lo menos parcialmente de la diferente evolución polí­
tica en las dos mitades del imperio, evolución que con­
I
I
.1
tribuyó en gran manera a la ruptura de oriente y occi­
dente.
En oriente se mantuvo el imper:i~; occidente había J
sucumbido ya a la irrupción de los bárbaros el año 476.
Así se formó en oriente la idea de la Iglesia del impe­
rio bajo la dirección del emperador. En occidente, en
cambio, se desarrolló una Iglesia papal independiente
i
de la autoridad del Estado. La fuerza de 1as circuns­
tancias obli'gó al papa a colmar el vacío originado
por la caída del imperio, es decir, a asumir funciones
materiales y hasta políticas. :Esta evolución condujo fi­
nalmente a la coronación de Carlomagno por el papa
León III el año 800. A 10s ojos de los bizantinos era
esto sencillamente una traición al imperio. Con ello
quedaba consumada la escisión política, y, tal como en­
tonces estaban las cosas, se hizo casi inevitable la esci­
sión en la Iglesia. El papa vino a ser cada vez más el so­
berano supremo de la cristiandad, el verdadero y propio
vicario de Dios en la tierra. En esta forma condicionada
por los tiempos se presentaba el primado a los ojos de
los griegos en el momento de la escisión definitiva, a me·
diados del siglo XI. Que tal primado fuera rechazado, no

24

-'~--c,,:,-_,-,
--..,.,....,.,...--: . -'.,-,<,--.--,---.,-<"" ­
tiene nada de extraño. Más adelante volveremos a tra­
tar de este punto.
La diferente manera de concebir a la Iglesia en orien­
te y occidente se puede condensar en esta breve fórmula:
por una parte, Iglesía del imperio, por la otra. Iglesia del
papa. La Iglesia del imperio se compone de una multi­
tud de iglesias locales particulares, que son lo primero
en la conciencia de los orientales. No en vano se ora

I
fl
'.'
en oriente «por la prosperidad de las santas iglesias de
Dios». Una eventual perturbación de la comunión entre
las iglesias particulares es, si, algo que no debe suceder,

J pero no se toma tan trágicamente, dado que 10 esencial


del ser de Iglesia se verifica ya en la iglesia particular.
La multiplicidad de 1as iglesias particulares forma en

i
~
conjunto la cristiandad una, mantenida en cohesión por
el imperio uno, a cuya cabeza se halla el emperador co­
mo vicario de Dios en la tierra, como ungido del Señor.
Iglesía y Estado no son dos magnitudes que se puedan
separar perfectamente, sino dos aspectos de una misma
cristiandad y de un mismo imperio. Constantino se de­
signa ya como «obispo del ex:teriOf», y jerarcas bizan­
tinos declaran ya en su época: «En la Iglesia no se debe
hacer nada sin consentimiento y orden del emperador.»
Constantino mismo escribe a los obispos del sínodo de
~ Rímini: «No puede tener fuerza jurídica ninguna de­
I cisión a la que nuestra voluntad le niega desde ahora to­

I do significado y toda fuerza de obligar.»


En tiempos de san Juan Crisóstomo, obispos orientales
escriben al emperador: «Emperador, vos habéis sido
puesto por Dios por encima de nosotros; por encima de
1. vos no está nadie, vos domináis sobre todos, por lo cual
tenéis derecho a hacer lo que queráis.» Los padres del
concilio de Calcedonia aclaman así al emperador: «Tú

2S
r
eres sacerdote y emperador. Tú has levantado la Iglesia,
maestro de la fe.» El emperador León III Isáurico rei­
vindicaba ser emperador y sacerdote a la v~ y se atri­
buyó el primado de san Pedro, pues Cristo - decia­
habla equiparado al emperador con el principe de los
apóstoles y le habia dado el encargo de apacentar a la
entera grey de los creyentes. El primer emperador que r
dictó decisiones incluso en materias de fe, fUe el usur­ r
pador Basiliskos (475), que en su simbolo de fe deno­
minado Enkyklikon dejó a un 'lado al concilio de Cal­
cedonia- No le faltaron imitadores. Espontáneamente
se pregunta uno qué 1ugar dejaba todavia a 'la autoridad
del papa tal concepción de la potestad imperial. Según
la Novella 131 de Justiniano, el obispo de Roma es el
primero entre todos los sacerdotes, es <da cabeza de to­
dos los santos sacerdotes» 2; pero los sacerdotes, y con
ellos también el papa. están subordinados a1 emperador.
Para Justiniano era el papa el' patriarca de occidente, la
cabeza de todos los patriarcas, pero totalmente encua­
drado en el sistema de la Iglesia del imperio. BI empe­
rador, sintiéndose como la encamación de Dios en la
tierra, exigia al papa la misma obediencia incondicional
que a los patriarcas de oriente.
Salta a la vista que esta concepción de Iglesia del
imperio como reinaba en oriente llevaba ya en si misma
el germen del futuro conflicto. Aunque tampoco debemos
cerrar los ojos a lo que daba cierta justificación a tal
idea. Hugo Rahner escribe sobre el particular: <<No olvi­
demoo que la historia de Tos ocho concHios del imperio
no se puede escribir sin la historia de la soberania ecle­
siástica del emperador, aceptada voluntariamente o salu­
dada con satisfacción, que al fin y al cabo era también
2. Coda l. 1. 7.

26

-~,,--.-.--" . _ - -.."'7".-.,--,-,-.--....,••,,..,--­
r

r,
r
y habia de ser protección jurídica de la Iglesia. Hay tam­
bién otro aspecto del sistema eclesiástico justiniano, can­
!;
cepción ideal de la que no se desentendió ni siquiera la

~
,1
~
edad media de los Hohenstaufen: la espléndida y pode­
rosa Iglesia, ordenada, protegida y conservada en su pu­
~ reza por el emperador, debla representar a la vez la con­
r, ciencia del organismo del 'Estado.»
r'.' A la concepción de Igj1esia dcl imperio se contraponía
fi
!) la de la Iglesia del papa en occidente. Aquí se halIaba
¡; como fuerte centro de unidad Roma, la ciudad del su­
~.
cesor de Pedro; y asl en occidente se vela primero la
"'0' Iglesia universal, la cual, desde luego, engloba cierto
:!
,';
número de iglesias particulares. La unidad, el todo, es
/
i' lo primero, y esta unidad se forma y se mantiene en
v· cohesión gracias al único sucesor de Pedro, el obispo
;~
de Roma, que es la única cabeza suprema de la Iglesia
(~';
universal y corno tal debe ser independiente de toda
autoridad secular, incluso de la del emperador. El papa
'.':"
r-~ Gelasio (492-496) fue el primero que desarrolló con
toda claridad la doctrina de las dos potestades, la espiri­
<,
tual y la secular. Ambas potestades son autónomas, cada
1~ una en su esfera: pero la espiritual está por encima de
¡; la secular. No fue ciertamente pura casualidad que esta
(" doctrina - todavía volveremos sobre ella - se expu­
~r, siera cuando el papa en Roma. a consecuencia de la
,i calda del imperio en occidente, se 'habla hecho completa­
mente independiente del emperador. La alianza con los
f francos contraida por los papas a mediados del siglo VIII,
f; que contribuyó a la restauración de la dignidad imperial
1 en occidente, volvió por otra parte a acarrear el peligro
de dependencia de la potestad secular; en efecto. Cario­
magno reclamaba en la Iglesia poderes semejantes a
loo que ostentaban 10s emperadores de oriente. Esto

27

I
condujo' a la lucha entre el ponti~icado y el imperio en
occidente, lucha en que se combatía por fu. lúbertad de
la Iglesia y de la que fi'nalmente saliió victorioso el'
pontificado,

5. DIFERENCIAS TEOLóGICAS ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE

La diferencia en la concepción de la Iglesia es sin


duda alguna de importancia decisiva y fue lo que desem­
peñó el mayor papel en ,la evaluación que condujo a
la escisión. Sin embargo, no era éste el único punto de
discordia entre oriente y occidente. Había todavía otras
diferencias más dogmáticas., Así, por ejemplo, se acen­
tuaba de modo distinto la cristología. En oriente hizo
escuela la teología alejandrina, que en Cristo veía ante
todo dl misterio de lo dívino y fa unidad, mientras que
en occidente se ponía más empeño en subrayar 'la verda­
dera humanidad de Cristo. Así, mientras que en oriente
se propendía al monofisismo, en occidente se procuraba
mantener en vigor la dosis de verdad que en definitiva
se encierra también en el nestorianismo y que trató de
conservar el mismo concilio de Calcedonia. Aquí vuelve
a manifestarse la mentalidad del hombre latino, que
tiende a fijarse más en 10 concreto y tangible, míentras
que para el griego lo principal y más importante era
el misterio supraterreno. El sentido de ,la acción salvífica
de Cristo es para el oriente más bien ~a manifestación de
la gloria de Dios. por la que el hombre es transformado
y divinizado. En cam.bio, el occidente concibe 'la soterio­
logia sobre todo en forma jurídica: eI Redentor, Dios
y hombre, da al Padre celestial una satisfacción sobr.,.
abundante por la CU'lpa de ,los hombres.

28

'·VV -~- "~,-,,,,.,,,._-----, l


En general, el occidente se ha ocupado teológica­
mente más con las cuestiones concretas de la vida hu­
mana que con los profundos misterios de la Santísima
Trinidad y de la encamación. La disputa tedlógica de 'los
sigloo v y VI versó aquí sobre todo en torno al problema
de la gracia y de su necesidad para ,la vida del hombre.
Las grandes cuestiones que afectan a los misterios fun­
damentales de -la vida cristiana: Trinidad y cristología,
fueron tratadas sobre todo por iniciatíva de los orientales,
en los primeros concilios, que tuvieron lugar en oriente.
Seguramente tampoco esto fue pura casualidad. Estas
cuestiones interesaban entonces en oriente a la masa
del pueblo, se discutían en las calles y en las plazas
públicas, de su solución dependía la paz en el imperio.
¡Por esto trataban siempre 106 emperadores de hallar una
fórmula de compromiso que. a ser pooible, satisfaciera
a todos.
Un último eco de las disputas cristológícas hallamos
todavía en los siglos VlII Y IX en 'la lucha por el culito
de las imágenes. Bl hombre oriental ve en los iconos algo
así como una continuación de la encarnación de las ver­
dades espirituales no perceptibles por los sentidos. En
la imagen material se le hace tangible y sensible el mo­
delo ultramundano, supraterrestre. Dado que una vez
tuvo fugar. de hecho, la encarnación de 10 dívmo en Jesu­
cristo, esta nueva encarnación debe ser fundamental­
mente pooible. El culto oriental de los iconos ha sido
siempre extraño al hombre occidental, que mira a las imá­
genes con frío realismo. Cierto que también en oriente
hubo, como es sabido, fuerte opooi.clión contra 'las
imágenes. que por cierto fue demasiado lejos. llegando
incluso a rechazar por principio toda representación ma­
terial de 10 supraterreno. Pero en esta misma lucha con­
\
29

lor,,,. 'To """'n=,,< 0 , _


tra las imágenes se pone de manifiesto la actitud funda­
mental del hombre oriental: la reverencia y respeto del
misterio divino, que está tan por encima de nuestro mun­
do concreto, que no se puede ni debe representar.
U na de las clásicas diferencias entre oriente y occi­
dente, a la que constantemente se hace alusión, es la
doctrina de la procesión del Espíritu Santo, que halló su
expresión en ~a fórmula del Filioque. De esta diferencia
se han querido deducir todas las demás. Nosotros tene­
mosla sensación de que se exageró artificiosamente y
que en realidad no tiene una importancia tan fundamen­
tal. El teólogo oriental, en su reverencia ante el misterio
insondable de Dios, impenetrable para nuestra inteligen­
cia humana, parte de los datos de la Escritura, que 'habla
de las tres divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Padre es el único que no tiene principio y que es prin­
cipio de todas las cosas. El Espíritu Santo. como se
lee claramente en Jn 15, 26, «procede del Padre». Dado
que sólo el Padre es fuente primordial de todas las cosas,
el Hijo no puede ser también principio del Espíritu Santo.
La explicación racional del Filioque por el teólogo occi­
dental, a saber, que de la misión o envío del Espíritu
por el Hijo en el tiempo se sigue la procedencia de este
mismo Espíritu también del Hijo en: fa eternidad, no
cabe en la cabeza del pensador oriental.
Por lo demás, la entera controversia sobre el Filio­
que no comenzó hasta principios del siglo IX. El año 806,
unos monjes del monasterio del Monte de los Olivos, en
Jerusalén, fueron acusados de herejía por monjes griegos
de San Sabas porque añadían el FNioque en eIl credo.
Aquéllos apelaron al papa dando como razón que así
habían aprendido -e] credo en Aqruisgrán, en la capilla de
palacio de Carlomagno_ El papa León III (795-816) apro­

30

L
bó la doctrina expresada en el Filioque, pero se opuso
a que se insertara la fórmula en el credo; más aún, hizo
que ante la tumba de san Pedro Se fijaran dos chapas de
plata con el credo en latin y en griego respectivamente,
pero sin el Filioque. Cuando Focio anunció su elección
al papa Nicolás, le envió una profesión de fe sin el Filio­
que. El papa no hizo ningún reparo y aprobó positiva­
mente la fe de Focio en su escrito de 18 de marzo del
año 81'2. En Roma no se introdujo el credo COn el Fili~
que, a lo que parece, hasta el año 1013, durante el pon­
tificado de Benedicto VIII y a petición del emperador
Enrique Il.

31

L
1
Il. DIVERSIDAD, NO NECESARIAMENTE
OPOSICIóN

Todas estas diferencias, que en cierto modo existían


desde el principio y que se fueron ahondando con el
andar del tiempo, no debían conducír necesariamente
al cisma. El evangelio de Cristo destinado a todos los
pueblos podía y debía, conservándose la sustancia, reci­
bir diferente impronta en los diferentes pueblos. La mis­
ma concepción diferente de la Iglesia (Iglesia del impe­
rio, Iglesia del papa), que a primera vista conducía casi
necesariamente a la escisión, era un contraste que hubie­
ra podido superarse con buena voluntad por ambas
partes. Por un lado, ha habido papas, y por cierto gran­
des papas. que, aun conscientes de su posición de suce­
sores de Pedro, mostraron comprensión incluso con res­
pecto a la importancia delJ emperador para la Iglesia nÑ5­
ma; y, por otro lado, aun en la concepai.ón de Iglesia
del imperio había lugar para la posición destacada del
papa en fa esfera eclesiástica. Pero hay que reconocer
que aquí era muy difíci'l eIl compromiso.
Hay que subrayar en primer lugar que la reivindica­
ción de absoluta soberanía en la Iglesia por los papas
no se manifestó en los primeros siglos tan marcadamen­
te como sucedió más tarde, y que los papas reconocieron

33
[
I Vrics, Ortod. 3

1
con su modo de proceder y a veces hasta explicitamente
ciertos poderes del emperador en asuntos eclesiásticos.
Pdlagio I (556-561) calificó a las sedes apostólicas de
Roma, Alejandría y Antioquía de última instancia a la
que tocaba decidir sobre la interpretación auténtica de
decisiones de los concilios ecuménicos. Roma no aparece,
por tanto, todavía como el poder que todo lo decide en
la Iglesia. N o parece, pues, que Pelagio se arrogara la
facultad de suprimir sencillamente una legítima deci­
sión conciliar. Ni siquiera pretende interpretar por sí
solo estas decisianes, sino que está dispuesto a hacer
intervenir para ello también a sus hermanos de [as sedes
apostólicas de oriente.
Si bien san León Magno ,anuló el canan 28 del con­
dlio de Calcedonia, que había sido adoptado por [os
padres, y que hacía derivar los derechos de Canstantino­
pla de la posición pOlítica de la ciudad. hay todavía que
ver si lo hizo po'!" [a convicción de que podía anu'1ar cuale
quier decisión conciliar o más bien únicamente porque
dicho canon estaba en contradicción con lbs cánanes de
Nicea, '" los que tenía también por intangibles. Además,
según la concepción de 'la época, no se trataba de una
legítima decisión conciliar en tanto di papa, como repre­
sentante de occidente, no hubiese dado su consentimien­
to. En efecto, la decisión del concilio no em todavía
ecuménica. reconocida por la Iglesia entera.
Como prueba de la convicción de los papas de poder
anular decisiones conciliares. se ha aludido también al
hecho de que el mismo san León Magno rescindió el
sínodo llamado <<latrocinio de 'Éfeso» (449). También
aquí hay que ver lo que en realidad dicen propiamente
ras fuentes. san Leó'Il declara, basándose en su suprema
autoridad doctrinal, que posee como sucesor de Pedro,

34

L
que el sínodo había pecado contra la fe católica. Pero
no lo rescínde sin más, sino que pide al emperador que
convoque en Italia un nuevo concilio que decida defi­
nitivamente la cuestión de la fe.
Precisamente san León, no obstante su fuerte con­
ciencia de sus poderes de pastor supremo, mostró com­
prensión para con eiI significado deil emperador en la
Iglesia. Él, como también los demás papas de los pri­
meros tiempos, reconocieron por lo menos tácitamente
el derecho del emperador de convocar concilios. Estos
papas no protestaron nunca cantra tal derecho. San
León dejó en vigor di canon 17 de Calcedonia, que per­
mitía al emperador intervenir en la ordenación de [a
jerarquía; una ve:z. habla incluso de la «divina inspira­
ción del emperador» y escribe al emperador Marciano:
«Dios, que os ha dado la corona imperial, os otorgue
también la pa.lma del sacerdocio», y recanoce que el em­
perador había ejercido una «solicitud episcopal». El
papa Anastasio Il (496-498) llamó inoluso «vicario de
Cristo» al emperador del mismo nombre. San Gregorio
Magno se mostró dispuesto a obedecer al emperador
siempre que no se tratara de la causa de Dios, que él
mismo debía defender en virtud de su función. El mis­
IDO papa se negó, como es sabido, a aceptar el título de
universalis papa (padre universal), porque veía en ello
una disminución de sus hermanos en el episcopado. No
quiso dar ninguna orden a,l patriarca de Alejandria.
Los derechos del papa, en cuanto resultan del primado
de derecho divino como fue definido por di Vaticano 1,
eran entonces los mismos que hoy. 'Pero no se puede ne­
gar que estos derechos no fueran ejercidos efectivamente
en los primeros siglos con la misma extensión que des­
pués, ni tampoco que la conciencia de tales poderes es­

35

taba entonces menos desarrollada que en nuestros días.


Una concepción del primado como la hallamos en
los textos citados. se hubiera podido todavía con buena
voluntad conciliar con la concepción de Iglesia del im­
perio. tanto más cuanto también por parte de Constan­
tinopla había buena disposición para reconocer al obispo
de Roma como cabeza suprema de [a Iglesia universal.
Baste recordar la aceptación de la Formula Hormisdae.
que, cuando el año 519 Se trataba de acabar con el cisma
acaciano. fUe aceptada por Constantinopla. Aquí se e:J(­
presa claramente el primado del papa. Entonces recon~
cieron también los bizantinos las medidas tomadas por
el papa contra el patriarca Acacio. y algo más tarde
(536). por iniciativa del papa Agapito. fue depuesto el
patriarca Antimo de Constantinopla." acusado de herejía.
Cierto que se puede plantear la cuestión de si. y en
qué grado. se reconoció en Constantinopla el primado de
derecho divino del papa. Esta falta de claridad de­
sempeñó importante papel en los acontecimientos que
acabaron por conducir a-I cisma.

36
IlI. DE LA DIVERSIDAD A LA ESCISIóN

Si las diferencias existentes acabaron por conducir


al cisma. ello se debió a que cada una de las partes con­
sideraba su modalidad como la única justa y trató de im­
ponerla a la otra. Para mostrarlo habóa que escribir la
historia completa de las relaciones entre el occidente
latino y el oriente griego. lo cual no es posible dentro de
los reducidos límites de este libro. Nos contentaremos,
pues, con destacar algunos episodios característicos que
muestran cómo la creciente incomprensión de unos para
con otros fue ahondando cada vez más las diferencias y
enajenando más y más los ánimos hasta que se llegó a
la triste realidad de la escisión.

1. LA DISPUTA SOBRE LA PASCUA

El primer caso de discusión por causa de ritos y usan­


zas fue la disputa en torno a la fecha y al sentido de la
celebración de la pascua. En Roma, en todo el occidente,
como también en muchas regiones de oriente, se cele­
braba la pascua el domingo después del 14 de nisán
(= abril), mientras que en las provincias de Asia y en

37

-·~r.-"r,..,· - ··-r.-.-r'........... ----. --.,.,..-.,....... ,-.-,,-~..,- .... "".­


otras regiones vecinas se celebraba invariablemente el
14 de nisán, en cualquier día de la semana que cayera.
Al mismo tiempo se acentuaba diversamente el sentido
de la fiesta. Donde se celebraba el domingo se daba es­
pecial importancia a la resurrección, aunque sin olvidar "
la pasión de Cristo. El 14 de nisán elegido como fecha
de la celebración ponía principalmente de relieve la pa­
sión redentora, aun cuando no se dejaba fuera de con­
sideración el glorioso remate de la resurrección. Estos di­
ferentes usos se mantuvieron '00 un principio sin disputa.
San Pdlicarpo, obispo de Esmirna, se dirigió a Roma
para tratar sobre eil caso con eil papa AniCeto (155-166).
No pudo llegarse a un acuerdo, aunque tampoco hubo
animosidad, y Policarpo pudo abandonar Roma en paz.
Sin embargo, poco después el papa Víctor 1 (189-199)
trató de imponer eIl uso romano como único correcto
en 'la Iglesia universal, y poco faltó para que se llegase a
una ruptura con 'la Iglesia de Asia, de no haber interve­
nido como pacificador, haciendo 'honor a su nombre, san
Ireneo de Lyón, que exhortó al papa a no poner en
peligro la paz de la Iglesia por un detalle de tan poca
monta. PoIícrates de Éfeso, invocando la tradición apos­
tólica de su Iglesia, se negó a aceptar eil uso romano. El.
historiador de la Iglesia Sócrates (t después de 439),
que refiere estos hechos, hace notar que ni el Señor ni 'los
apóstoles habían fijado nada sobre la fecha de 'la pascua,
y hace reproches al papa Víctor por haber provocado
un cisma por aquella causa. Nadie tiene derecho, dice,
a imponer a otros sus propios usos.

38

,-,',' --_ .... ,,'".- - Xi; '.'7.------~


2. POLÉMICA ACERCA DE LA CONCEPCIÓN DE LA IGLESIA

Las diferentes concepciones sobre la estructura de


la Iglesia chocaron entre sí por primera vez. con oca­
sión del sínodo de Sárdica. deil año 342. En 'la ciudad de
Sárdica, que entonces estaba todavía situada en el sector
de occidente, aunque próxima a la frontera entre las dos
mitades del imperio, debía celebrarse un concilio que,
como se esperaba, había de poner término a 'la disputa
en torno al arrianismo. Allí se reunieron ochenta obispos
orientales y unos noventa occidentales. Los obispos
orientales protestaron desde un principio contra la pre­
sencia de san Atanasio, que había sido condenado por
un sinodo oriental en Tiro y rehabilJltado por el papa
J ulio.Esto significaba, decían en un escrito dirigido a
los obispos del mundo entero, una tentativa de intro­
ducir una nueva ley en la Iglesia, a saber, que los obispos
orientales pudieran ser juzgados por los occidentales.
Lanzaron el anatema contra Julio de Roma, el cual, a
quien había sido condenado legítimamente en Oriente,
volvía a abrirle las puertas de la comunión eclesiástica.
Los obispos orientales abandonaron la ciudad en señal
de protesta. Ésta fue la primera ruptura entre oriente
y occidente. Se llegó a este extremo porque el oriente,
desfigurando las cosas en sentido exclusivista, convertia
00 argo absoluto su idea de Iglb&ia del imperio, sin ro­
mar en consideraoilón la concepción occidentaJ. de la es­
tructura de -la Iglesia y. desconociendo la posición, fun­
dada en derecho divino, del obispo de Roma jefe
.supremo de la Iglesia uni"lersal.
Tampoco los padres occidentales del concilio recono­
cían entonces en absoluto la potestad ilimitada del obis­

39

. "',. ",.',-.-.-. -.-,--;- ..


', -"_"_' ­ ,.,·,_._c.~_··
po de Roma sobre la Iglesia universal. Aun cuando
desde un principio correspondia a!l papa la misma ple­
nitudo potestatis que el dogma del concilio Vaticano 1
le reconoció como de derecho divino, sin embargo, hay .\,'
que reconocer cierta evolución en el conocimiento de '![
esta plenitud de poderes, incluso en la conciencia misma
del papa. En Sárdica se trató de precisar en forma de
derecho positivo la posición del obispo de Roma, que
hasta entonces sólo era conocida por el derecho con­
suetudinario. Los padres conciliares no reconocían ll'1
papa el derecho de tratar por sí mismo, en segunda ins­
tancia, una causa disputada, zanjada ya por un sínodo
orienta'!, sino únicamente el de ordenar que se entablara
un procedimiento en el lugar .mismo, al que él también
podía enviar su representante. De esto a la jurisdicción
inmediata, ordinaria y episcopal del papa sobre la Igle­
sia universal, romo ·la dejó establecida el Vaticano 1,
había mucho camino que andar. Los cánones de Sárdi­
ca no fueron aceptados por los orientales. El primer
enfrentamiento entre el principio de Ig¡esia del imperio
y el de Iglesia del papa condujo a un violento choque
entre ambas concepciones, aun cuando entonces se hicie­
ron valer en forma todavía muy moderada los derechos
del papa.
Una consecuencia lógica de la concepción de Iglesia
del imperio era que al obispo de la capital, Constanti·
nopla, debia corresponder el primer rango entre las se:\es
episcopales del imperio de oriente. Ya el 3."" canon del
concilio 1 de Constantinopla y el tan discutido canon
28 del de Calcedonia había sacado esta conclusión. En
realidad, no era ninguna novedad el que el rango ecle­
siástico de una ciudad hubiera de estar en algún modo
en relación con su posición política. El sínodo de Antio­

40

....
~.~-
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quía, del año 341. había sootado ya este principio. cuan­
do su canon 9 transmitió a los obispos de las capitales
de provincias el cuidado de toda la provincia. Tampoco
en occidente era desconocido este principio: la sede epis­
copal de Milán adquirió de hecho un rango superior
cuando se convirtió en residencia del emperador. Lo
mismo se verificó más tarde en Ravena, que era la
sede del exarca bizantino. Incluso fuera del imperio,
Seleucia-Ctesifonte, capital. política de Persia, llegó a
ser en el transcurso del siglo IV la sede del jefe supremo
de la Iglesia persa.
San León Magno reaccionó contra el canon 28 de
Calcedonia, rechazándolo enérgicamente, primero porque
contradecia las inviolables disposiciones del concilio de
Nicea, que habia reconocido a Alejandría como la pri­
mera sede de oriente, y luego porque en rosas divinas
decidía conforme a puntos de vista mundanos, a saber,
conforme a:1 rango poilítico de 'las ciudades, y no COn­
forme al origen apostólico petrino de las sedes epis­
copales, único que podía justificar una posición privile­
giada. San León vio claramente el peligro que encerraba
el principio de Iglesia del imperio formulado en el canon
28 de Calcedonia. Sin embargo, cabe preguntarse si su
lucha y la de sus sucesores contra las reivindicaciones de
Constantinopla no envenenaron las relaciones entre Roma
y Constantinopla. Una veZ que Bizancio se había con­
vertido en Constantinopla, capital del imperio de oriente,
sede del emperador y del senado, no podía seguir sien­
do sede sufragánea de Heraclea en Tracia, como quería
todavía el papa Gelasio. Cuando más tarde Nicolás 1
daba al patriarca de Constantinopla el simple titulo
de «obiSpo de Constantinopla», no podia éste menos de
sentirse ofendido. Además, era sumamente vulnerable

41

la teoría de las tres sedes petrinas de Roma, Alejandría


y Antioquía, Y fue utilizada ya por el papa Dámaso y
luego por san León, Gelasio l, san Gregorio Magno,
Nico'lás l y León IX éomo arma de combate contra
Constantinopla. En efecto, el origen apostólico de Ale­
jandría, sede que habría sido fundada por Marcos. discí­
pulo de san Pedro, es sumamente problemático, y además "
de Alejandría y Antioquía existe todavía por ,lo menos
otra sede petrina, a saber. Jerusalén, que sin embargo
no se tomó en consideración,
El ya repetidas veces mencionado papa Gelasio l
(492-496) tiene importancia fundamental en la diferen­
cia entre Roma y Constantinopla, entre el principio de
la Iglesia del papa y el de la Iglesia del imperio. Fue
él eI1 primero que con toda claridad desarrolló 'la doc­
trina de los dos poderes, el sacerdotal y el imperial,
cada uno de los cuales sólo es competente en su propia
esfera. Esto era una negativa neta dada a la idea de la
Iglesia del imperio tal como dominaba en Constantino­
pla. Con ello se formulaba claramente la independencia
de la potestad pontificia con respecto a la imperial. Esto
era necesario para asegurar a la Iglesia su indispensable
libertad, y a la vez era posible porque entonces, bajo eI1
dominio del! rey godo Teodorico, el! papa era en lo
político totalmente independiente del emperador. Las
declaraciones de este papa en tal sentido tienen una
importancia tan fundamental para todos los tiempos
sucesivos, que creemos conveniente reproducirlas aquí
literalmente. Gelasio escribe en el año 494 al emperador
Anastasia: «Son dos. en efecto, emperador augusto,
las autoridades supremas que gobiernan este mundo:
la sagrada autoridad de los obispos y la potestad impe­
rial. La primera es de tanto más peso por cuanto ante

42
el tribunal de Dios debe rendir cuentas incluso por los
reyes de los hombres. Sabéis, en efecto, benignísimo hijo,
que vos sobrepujáis en dignidad a todo el género humano,
pero dobláis piadosamente la cerviz ante los administra­
dores de las cosas divinas. de los que esperáis los medios
para la salvación del alma. Reconocéis igualmente que,
al recibir los sacramentos celestiales. si son administrados
debidamente conforme a su sacrosanta ordenación, vo<>
sois el que los recibe humildemente, no el que ordena.
En estas cosas dependéis, pues, del juicio de qos sacer­
dotes, a los que no podéis sujetar a vuestra voluntad. En
efecto, así como en la esfera del orden civil también los
que tienen autoridad en la religión reconocen de buena
gana que a vos os ha sido transmitida por disposición
divina la 'potestad imperial, 'por lo cua'! también ellos
deben prestar obediencia a vuestras leyes para no opa­
nerse en manera alguna a vueStra autoridad. que en las
cosas secuJlaTes es la única competente, ¿con cuánta
alegría, os pregunto yo, se debe obedecer a qos que han
sido instituidos para administraT los tremendos misterios?
Por esto: así como pesa grave responsabilidad sobre los
obispos si se callan cuando debieran hablar en servicio
de la divinidad, así implica grave peligro para los oyen­
tes el que - ¡guárdenos Dios! - se ensoberbezean cuan­
do d'ebieran obedecer.»
Estas declaraciones son de importancia para la his­
toria universal porque en ellas se desarrolla claramente
por primera vez la doctrina de los poderes y se fijan sus
Iímites a la potestad imperial. Esto era ciertamente ne­
cesario. Pero la forma tajante con que Gelasio puso de
relieve el punto de vista pontificio y, contrariamente a
sus predecesores, denegó al emperador todo significado
en la esfera eclesiástica, podía poner en peligro la paz

43
entre oriente y occidente. Gelasio escribe a Anastasio:
«El emperador es hijo de la Iglesia, pero no obispo de
la Iglesia. En cosas de fe séilo:le toca apren,Ier, no ense­
ñar. A él le corresponden los privilegios de su posición
política. De Dios los ha recibido para regir los asuntos
del Estado. Por esto no debe hacerse arrogante por razón
de este don que le ha sido conferido por Dios ni trans­
gredir los límites del orden establecido por Dios. Al
obispo corresponde por voluntad divina la dirección de
la Iglesia, no a la potestad:recular. Si esta potestad se­
cular es creyente, entonces quiere Dios que se subordine
a su Iglesia y a sus obispos.»
La potestad secular queda, por tanto, a la sombra
de la espirituall. Gelasio pone de relieve la plenitud de
la potestad pontificia en una forma que no parece te­
ner precedentes: «Esta Iglesia universal en la tierra sabe ,\'
que la sede de san Pedro tiene el. derecho de soltar lo que
hubiera sido ligado por fa sentencia de cualesquiera
obispos. Tiene el derecho de juzgar sobre la Iglesia uni­
versal, mientras que nadie puede permitirse juzgar acerca
de su sentencia.»
Gelasio se contraponía, pues, como soberano único
y absoluto de la Iglesia, al soberano imperial de la Igle­
sia, al que el canon 17 de Calcedonia, reconocido toda­
vía por san León Magno, había concedido influjo inclu­
so en asuntos eclesiásticos. Para Gelasio, la autoridad
«sacrosanta» es séllo la sacerdotal, que halla su suprema
expresión en el pontificado. Al emperador sólo compete
la misión de proteger a la Iglesia conforme a las instruc­
ciones de ésta. En todo caso, por entonces no se estaba
dispuesto en oriente a aceptar tal doctrina. Así tampoco
Gelasio logró restablecer la paz entre oriente y occiden­
te, que había sido turbada por el cisma de Acacio. GeIa­

44

~-."n-·- ~---~.'"'''--;''' ----,- -~.,..


sio exigía al patI'iMca de Constantinopla. en e!l que sólo
veía un mero sufragáneo de Heraclea, que en todas las
cosas se rigiera conforme a la decisión de la sede apos­
tólica de Roma y que informara a esta sede de todo lo
que sucediera en oriente. Gelasio no reconoció la funda­
mental concepción jerárquica de oriente. En 496 escribe
a los obispos de Dardania: <<Nos ha movido a risa
el que quisieran reconocer un privilegio a Acacio por
ser obispo de la ciudad imperial.» En las decretales pseu­
doisidorianas se introdujeron elementos de las cartas
de Gelasio, que de esta manera siguieron ejerciendo
influjo. El cardenal Humberto de Silva Cándida, que
había de desempeñar un papel tan fatal en la escisión
definitiva de 1054, sacó de dichas cartas cierto número
de cánones para su colección jurídica.
,' Así pues, en tiempos deil papa Gelasio estalló ya en
toda su agudeza la lucha en torno a la cuestión de Igle­
sia del papa e Iglesia del imperio. La manera camo se
llevó adelante esta lucha por ambas partes. acabó por
quebrantar la unidad de la Iglesia.

3. LAS DISPUTAS CRISTOLÓGICAS: EL CISMA DE ACACIO

El pontificado de Geiasio cae de lleno en la época del


cisma de Acacio. Tenemos que decir una palabra sobre
el significado de esta escisión en la Iglesia. La ocasión
la dio la institución por Constantinopla, en Alejandría, de
un patriarca, monofisita a dos ojos de Roma y, por consi­
guiente, herético. Nos referimos a 'Petros Mongos. Había
aceptado el helWtikon, fórmula de unidad proclamada
en 482 por el emperador :cenón y cuyo padre espiritual
era el patriarca Acacio de Constantinopla. De esta ma­

45

--._'r-.,.....,--,~~_--
nera Constantinopla lo reconocía como ortodoxo. Pero
en Roma no se pensaba así y se reprochaba a Petros
Mongos ser partilliarib de Eutiques, que había sido con­
denado en Calcedonia. El papa Simplicio (468-483) pro­
testó inmediatamente contra la admísión del hereje Pe­
tros Mongos en la comunión eclesiástica de los que pro­
fesaban la verdadera fe y exigió que fuera anulada tal
admísiÓll. Poco después murió Simplicio. Su sucesor,
Félix III (483-492), envió una iegación a Constantino­
pla e intimó a Acacio que se justificara ante el tribunal
del papa. Como no pocas veces ha sucedido en ola historia.
los legados fueron infieles a su encargo en Constantino­
pla y reconocieron la ortodoxia de Petros Mongos. Re­
gresados a Roma. fueron excomulgados por un sínodo
romano presidido por el papa. El mismo sinodo pro­
nunció la deposición de Acacio por mantenerse en
comunión con Petros Mongos. Esto equivalía a 'la rup­
tura abierta entre Roma y Constantinopla. El cisma duró
hasta el año 519. Habían fracasado todas 'las tentati'las
de concilliación hasta que el emperador Jus1Üno tomó
las riendas del imperio y se declaró clara e inequívoca­
mente en favor del concilio de Calcedonia.
En esta lucha se trataba de una cuestión de fe, nO ya
de una simple lucha de influencia entre Roma y Cons­
tantinopla. como con frecuencia se ha explicado el inci­
dente. En Roma se tenía la con'licción de que Petros
Mongos era hereje y de que, por consiguiente, eran sos­
pechosos de herejia los patriarcas de Constantinopla que
estaban en comunión con él y con sus sucesores igual­
mente heréticos. Roma rompió las relaciones con Cons­
tantinopla no porque Constantinopla, en rigor contra
derecho, depusiera y repusiera a su talante patriarcas en
Alejandría. Si se hubiese tratado de esto, se podría

46

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hablar de lucha de influencia. Pero de lo que se trataba
era de la fe; Petros Mongos era a los ojos de Roma
hereje, partidario de Eutiques. Por eso se mantuvieron
los papas inexorables, con'lencidos como estaban de
cumplir su deber, a saber, de tutelar la pureza de ia fe.
No faltaron tentativas de conciliación, las cuales fra­
casaron incluso en un tiempo en que era patriarca de
Constantinopla Eufernio (490-496), el cual era induda­
blemente partidario ortodoxo del concilio de Calcedonia.
El papa Félix se negó a entrar en comunión siquiera
con él, porque en Constantinopla no se aceptó la exi­
gencia de Roma de borrar a Acacio de los dípticos.
Para poder enjuiciar la contienda hay que comenzar
por preguntar si Petros Mongos era en realidad hereje.
En Roma se daba esto sencillamente por supuesto por­
que Petros hablaba de una naturaleza en Cristo. Pero
Cirilo de Alejandría, que está al abrigo de toda sospe­
cha de herejía, ¿no había hablado también de «una
naturaieza de Dios, Verbo encarnado»? A Dióscoro no
se le había condenado como hereje en Ca:1cedonia. La
polémíca con e!l tardío monofisismo era, en efecto - como
hoy vemos claramente-, en gran parte una disputa en
torno a 'la paiabra, una disputa trágica que, desgracia­
damente, separó de la Iglesia universal hasta nuestros
días a muchos oristianos de buena fe. Es que entonces
no se comprendió en Roma, como tampoco en otras
.partes, que con diferentes palabras puede entenderse
el mísmo contenido de fe. Roma exigía que en oriente
se aceptara su f6rmula de fe, que además era también
la del concilio de Calcedonia. Esto fue lo que condujo
al cisma.
En oriente se veían las cosas de muy distinta ma­
nera. Petros Mongos había aceptado el herrotikon, fór­

47

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mula de unidad del emperador Zenón. con 10 cual pasa­
ba por ortodoxo a los ojos de los bizantinos. puesto que
dicha fÓrmula era ortodoxa. ya que la había publicado
el emperador con sus plenoo poderes de jefe supremo
de la cristiandad. Para ello no tenia él necesidad de
concilio ni de obispos. Por lo demás, esto había sido un
importante precedente para tiempos sucesivos. Así pues,
aquí había actuado de nuevo el principio oriental de
Iglesia del imperio, ¿Quién se hubiera atrevido a tachar
de herejía al vicario visible de Dioo en 'la tierra, al
ungido de Dios? El henotikon hábía evitado los térmi­
nos discutidos de «una naturaleza» o «doo naturalezas»,
no rechazaba expresamente el concilio de Calcedonia,
pero tampoco lo aceptaba incondicionalmente. Esta fór­
mula había sido aceptada por la gmn mayoria de 'los
obispos del imperio de oriente. Sólo 'la habían rechazado
los monofisitas completamente radicales. El mismo Severo
de Antioquía (512-518), verdadero padre del tardío mO­
nofisismo puramente verba'!. la aceptó. A los ojos de
loo bizantinos era ortodoxo el que aceptaba esta fórmula.
La condenación de Petros Mongos por Roma era, por
tanto, injusta según la convicción de los griegos. Juzgar
al patriarca de la capital no era, según la idea de loo
bizantinos, incumbencia del papa, sino sólo del concilio
general. Si, por consiguiente, Roma rehusaba la comu­
nión a oriente, tal acto se basaba - siempre a loo ojoo
de los bizantinos - en falsos presupuestoo y carecía
por esto de importancia. La incondicional autoridad del
papa en cooas de fe y la absoluta necesidad de la comu­
nión con la cabeza suprema de la Iglesia universal, no
se habían visto todavía con claridad en Constantinopla.
Evidentemente. alli no se sentían cismáticos. y menos
todavía herejes, pero tampoco se anatema1izaba a occi­
1
48
I
--=-,-, ---­
L
dente. En esta disputa se trataba una vez más de una
polémica en torno a la recta concepción de la Iglesia.
Volvían a enfrentarse en forma irreconcilia1:lle el prin­
cipio de la Iglesia del papa y el de la Ig'lesia del imperio.
En Constantinopla no estaban dispuestos a recibir órde­
nes de Roma. El emperador Anastasio (491-518) formuló
con toda rudeza este punto de vista en una carta de 11
de julio de 517 al papa Hormisdas. en 'la que se lee:
«Si ciertas gentes que hacen derivar su autoridad de loo
mismos apóstoles [se refería al papa] descuidan por des­
obediencia practicar una doctrina tan piadosa, no sabe­
moo dónde se ha de encontrar eIl magisterio del Señor
misericordioso y gran Dios ... Nosotros podemos sopor­
tar que se nos ofenda y que se nos tenga en nada,
pero no podernos permitir que se nos den órdenes.»
Anastasio no protesta aquí contra usurpaciones políticas
del papa - en ello ni se pensaba siquiera - . sino con­
tra su autoridad religiosa. que le parece intolerable.
El emperador rechaza por principio la intervención del
papa en oriente para dar órdenes.
Al restablecerse la comunión con Roma, el año 519,
bajo el papa Hormisdas y el emperador Justino. los bi­
zantinos reconocieron en la célebre Formula Hormisdae
la autoridad del papa, pero en ningún modo concedie­
ron haber errado anteriormente en la fe - estaban con­
vencidos de que no había sido así - , ni tampoco que
Acacio hubiera sido condenado justamente. El patriar­
ca Juan antepuso a la fórmula un prólogo en el que sub­
rayaba que la antigua y la nueva Roma estaban concor­
des en la fe. El pasaje relativo a la condenación de Aca­
cio fue suprimido en la redacción de la fórmula de unión
aceptada 00 Constantinopla. Por amor a la paz aceptaron
los bizantinos que se borrara a Acacio de los dípticos.
1
I Vrics, Orto<!. 4
49

L -----~-~" '.,-,.- ",.,.-._­ ~-,-----


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4. IGLESIA DEL IMPERIO E IGLESIA DEL PAPA EN TIEM­


POS DE JUSTINIANO (527-565)

La paz concluida en 519 apareció como un triunfo


del papado y de la concepción papal de la Iglesia. Pero
el mismo papa Hormisdas parece haber presentido que,
a pesar de todas las deferencias, con el nuevo gobiemo
.de Constantinopla surgirian todavía mayores dificultades
! l
~
Po
:i
que antes. Cierto que en un escrito de 26 de marzo del ;:

año 519 saludaba al emperador Justino como el «Eze­ \.
quías de nuestro tiempo» y ensalzaba con palabras exu­
berantes sus méritos en la solución del cisma. Pero en la
misma carta se deja sentir la preocupación por el futuro
cuando exhorta al emperador a «no tolerar que se ceje
en lo tan bien comenzado». Esta preocupación estaba
más que justificada.
Poco después, el año 527, subió al trono uno de loo
más tipicos y enérgicos defensores de la idea de la Igle­
sia del imperio: Justiniano. Su ideal era la unidad: la
i
unidad al exterior; por ello trató de conquistar los terri­
torios del imperio perdidos en occidente; la unidad en
el interior del Estado: a ella pertenecía también esen­
cialmente la unidad en la fe y, por tanto, la supresión
de la escisión monofisita. 81 camino a seguir 10 determi­
na el emperador como supremo soberano elegido por
Dios, de la sociedad cristiana una., de la que la Iglesia
no era ni más ni menos que un aspecto. La Iglesía es
forzada sin consideraciones a entrar dentro del marco
del Estado unitario si acaso se permite interferir con sus
planes. Justiniano subraya su respeto a la sede apostó­
lica de Roma, pero, si la necesidad lo requiere, sabe
muy bien distinguir entre esta sede y el que en ella se

50
sienta. A éste puede hacerlo aprisionar, como hizo el año
537 con el papa Silverio y pocos años después con su
sucesor Vigilio (545). Puede también someterlo a la
más fuerte presión, hasta que acabe por aceptar la fór­

! mula de fe trazada por el emperador. Vigilio, arras­


trado a Constantinopla y sujeto incluso a malos tratos
de hecho, suscr'be finalmente, a,unque manteniendo ex­
presamente el concilio de Calcedonia., el 11 de abril de
548, 'la condenación de los «Tres capítulos» (doctrina
de Teodoro de Mopsuestia, de Teodoreto y de Ibas de
Edesa), para volver pronto a retirar su suscripción, pre­
sionado por la oposición en occidente. Vigilio se niega
a asistir al concillio de Constantinopla del año 553, pero
al fin, forzado, reconoce sus decisiones dogmáticas. Aquí
impuso oriente a occidente, recurriendo a la violencia,
su concepción de la Iglesia., su doctrina de la Iglesia del

i imperio raJ 'como la desarrolla Justiniano en la Novella


105 yen el prefacio a la Novella 6. En la Novella 105
se dice: «El emperador es enviado por Dios como ley
viva a los hombres.» Esto se aplica también a las cosas
de la Iglesia, y el que no se sujeta a esta ley, aunque sea
el sumo sacerdote que se sienta en la sede de Pedro en
Roma, experimenta la cólera del omnipotente soberano
de!! Estado y de la Iglesia. En el prefacio a la Novella
6 se distingue entre la función episcopal y la autoridad
imperial, pero también se asigna a la autoridad imperial
la solicitud por la preservación de la doctrina de fe.
El emperador tiene el mayor respeto a los obispos. ÉStos
están obligados a orar por el emperador. Por lo demás,
éste se encargará de cuidar de la Iglesia, en particular
de la conservación de la integridad de la doctrina. Estas
ideas se oponen diametralmente a las del papa Gelasio
relativas a los dos poderes.

51

.",........".,~~-.-~.-,,-.-,------------~~~---_.

5. LUCHA CONTRA EL TÍTULO «PA'IRIARCA ECUMÉNICO»

Los tristes acontecimientos del tiempo del reinado


de J ustiniano contribuyeron sin duda a ahondar las dife­
l
rencias entre oriente y occidente, porque el más fuerte,
[
que en este caso era el oriente, trató de imponer su ma­
nera de ser y sus ideas a la otra parte. Nuevas fricciones
entre oriente y occidente se produjeron bajo el ponti­
ficado de san Gregario Magno (590-604), que puso re­
paros al. título «patriarca ecuménico» asumido por el
patriarca de Constantinopla, Juan el Ayunador. El tér­
mino «ecuménico» se traducía en occidente por «univer­
sal», lo cual suscitaba la sospecha de que el título ence­
rraba fa reivindicación de soberanía sobre la Iglesia
uIDVersal., C05a que. naturalmente, no podía admitir el
papa, pero, aun cuando por ekumene se entendiera úni­
camente el imperio bizantino, y «patriarca ecuménico»
equivaliera a «patriarca del ,impecio», tampoco con ello
podía estar de acuerdo el papa, pues también Roma
pertenecía al imperlo, como también ros patriarcados de
Alejandría y Antioquía, los cuales se habrían opuesto
a someterse a la soberanía del patriarca de Constanti­
nopla, aun cuando éste ya por entonces hacía efectiva­
mente sentir allí su autoridad.
Cierto que el título estaba ya en uso por 10 menos
desde tiempos de Justiniano (527-565), que en su obra
legislativa lo da regularmente al patriarca de Constanti­
nopIa. y Roma io había dejado pasar sin protestas. Pela­
gio II (579-590) fue el primero que puso reparos a tal
denominación. También el mismo san Gregorio se pro­
nunció contra el título sólo cinco años después de su
elección, el año 595, pero después emprendió una

52
enérgica campaña contra el mismo, reprochando orgullo
y soberbia al patriarca de Constantinopla. También pa­

l pas posteriores rechazaron este título. Así, por ejemplo,


León IX, cuya pluma manejaba el belicoso cardenal Hum­
berto de Silva Cándida, que en una carta a Miguel Cero­
[ lario calificaba el título de «pretensión sacrílega». Tam­
poco esta controversia contribuyó en absoluto a la paz.
Cabe preguntarse si la disputa era realmente necesaria.
Al fin y al cabo, el titu'lo, tan chocante. se podía enten­
der también en buen sentído. Anastasio el Bíbliotecario
ct 897) se tomó una vez 'la molestia - aunque casi
300 años después de san Gregorio Magno - de instruir­
se personalmente en Constantinopla sobre el sentido del
título. De ello informa en su Prólogo a las actas del sép­
timo sínodo. Se le respondió: Los griegos llaman «ecu­
ménico» a su patriarca «no porque tenga autoridad
sobre todo el orbe de la tierra, sino porque la tiene so­
bre una parte de la misma que está habitada por cristia­
nos; en efecto, lo que los griegos llaman ekumene es lla­
mado por los latinos no ya simplemente orbis (orbe de la
tierra), sino también habitatio o locus habitabilis (región
habitable)>>.
Los griegos llamaban también a veces «ecuméniC05)}
a sus sínodos generales. Al patriarca de Alejandria se
le designa también a1.gunas veces «patriarca ecuménico».
No hay, pues, que tomar con demasiado rigor eí1' titulo,
que sin duda significa algo así como <<superpatriarca»,
como lo era ya efectivamente el patriarca de Cons­
tantinopla en tiempos del pontificado de san Gre­
gario.

53

!--~

6. EL PRINCIPIO DE IGLESIA DEL IMPERIO Y DE IGLESIA


1
DEL PAPA EN LA DISPUTA EN TORNO AL MONOTELISMO
I

El siglo que siguió a san Gregorio Magno lo ocupa


"
enteramente la disputa en tomo al monotelismo. Una
vez más son los emperadores bizantinos los que despóti­
camente, como emperadores-sacerdotes, como sobera­
nos supremos también de la Iglesia, tratan de imponer
a occidente y al papa, a veces incluso por la violencia,
sus fórmulas de fe - por 'lo menos, sospechosas de he­
rejía - , nacidas de la necesidad política de ganarse a
los monofisitas. Vino luego, todavía en el siglo VIII,
la iconoclastia o campaña contra las imágenes. Esta
constante violencia espiritual procedente de Bizancio
acabó por quebrantar la fidelidad de los papas al imperio.
A ello contribuyó la situación política: los emperadores
de oriente, absorbidos por la lucha contra los árabes, no
podian ya ocuparse de Italia, como hubiera sido nece­
sario. Así los papas, desesperando a1 fin de Bizancio,
se tornaron hacia las fuerzas de occidente, que surgían
pujantes en Francia. Este viraje decisivo del papado se
efectuó a mediados del siglo VIII y significó la ruptura
política con el oriente, ruptura que, tal como estaban en­
tonces las cosas, debía acarrear casi necesariamente la
escisión en la Iglesia.
La situación política en el imperio fue la que dio pie
al monotelismo. A principios del siglo VII habian con­
quistado los persas vastas ronas bizantinas: Siria, Pa­
lestina y Egipto. Los monofisitas que habitaban aquellas
regiones gozaron por fin, bajo los nuevos soberanos, de
la tranquilidad y de la paz de que no habían gozado bajo
el dominio bÍ'Zantino. Ya no se los molestaba por causa

54
de su fe. Como Reraclio volvió a conquistar ahora
aquellas provincias, consideró como ineludible necesi­
dad política dar satisfacción a los monofisitas con el
fin de ganarlos interiormente para el imperio. Primero
" lo intentó con la fórmula del monoenergismo: UIUl
energia, una actividad en Cristo. Luego abandonó esta
solución y halló una nueva: una voluntad en Cristo. Fue
el patriarca Sergio el que compuso la nueva fórmula de fe
llamada ekthesrs. la cua!I prohi!bía hablar de una o de
dos actividades en Cristo, afirmando en cambio 'la unidad
de voluntad en ea Dios-hombre. Esta nueva fórmula fue
aceptada en 638 por un concilio que convocó Sergio en
Constantinopla y luego impuesta a todos los creyentes.
Reraclio pidió también al recién dlegido papa Severino
que suscribiera la ekthesis. incluso como condición del!
permiso para la consagración. Severino, eI1egido en 638,
sólo fue consagrado en abril de 640, pero sin haber
suscrito la ekthesis. Murió en agosto del mismo año.
Su sucesor Juan IV celebró en Roma un concilio que
condenó como' herejía el monotelismo. Remelio tuvo
que confesar poco antes de su muerte (641) que toda
su política rel:1giOsa había sido un' puro fracaso.
La lucha en tomo al monotelismo alcanzó su punto
culminante bajo el emperador Constante II (641-668).
En 649 emanó un nuevo edicto de fe, llamado typos,
que abolía la ekthesis y prohibía severamente discutir
acerca de una o dos voluntades en Cristo. Él también
volvió a sentirse absolutamente como emperador-sa­
cerdote, como jefe supremo de la cristiandad, compe­
tente en todo, incluso en las cosas de la fe. En su edicto
declaraba solemnemente el emperador: «Dada nuestra
costumbre de mirar en todo solícitamente por el bien de
nuestro ~Estado amante de Cristo, y especialmente tam­

55

.......
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!,
¡

bién por todo lo que tiene relación con nuestra preciosa


fe..., nos creemos, inspirados por el Dios todopoderoso,
en el deber de extinguir la llama de la discordia. Así
pues, decretamos para todos nuestros súbditos - entre Ir
los que se cuenta también el papa - que desde hoy
queda prohibido siquiera discutir sobre una o dos volun­
tades en Cristo.» A los obispos reca:lcitrantes - por
tanto, también al papa - los amenazaba el emperador
con la deposición. Constante se atribuye, pues, incluso
inspiración divina en cosas de la fe. Bl ¡papa Martín 1
(649-655) vio amenazada la verdadera fe y, como supremo
guardián y maesllro de la misma, no creyó poder callar.
En ootubre de 649 reunió en Letrán un concilio que
condenó la ekthesis y el lypOS. La condenación no se
dirigía, sin embargo, contra la persona del emperador,
que era intangilJle, sino contra los patriarcas de Constan­
tinopla, Sergio, Pirro y Pablo, a los que se hacía respon­
sables de los edictos. La reacción del emperador fue
la de un auténtico déspota: ordenó a su exarca en Italia,
OIimpio. arrestar al papa rebe'lde y llevarlo a Constanti­
nopla. Olimpio se negó y se erigió en antiemperador.
lo que no pudo impedir el papa Martín. Pero con esto
tenía Constante un excelente pretexto político para pro­
cesarlo.
En juJ>/o del año 653 lo hizo prender en Letrán
por un exarca de confianza, Teodoro Kallíopa, y tras­
ladar a Constantinopla, donde fue condenado por su­
puesto delito de alta traición. La verdadera razón era
su oposición contra el despotismo del emperador en
materia dogmática. El papa Martin murió en el destie­
rro en Crímea en diciembre de 655. Al monje Máximo,
que con razón lleva el sobrenombre de «Confesor», se
le condenó públicamente en Constantino¡:>la en mayo de

56

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r

655 por razón de su fe. Murió en el destierro en el


Cáucaso en agosto de 662.
La muerte del papa Martín y la de su conmiIitón Máxi­
mo marcan di punto culminante de la polémica entre
el principio de Iglesia del imperio y el de Iglesia del papa.
La institución de la Iglesia del imperio degeneró en in­
tolerable tiranía. El papa triunfó sufriendo y muriendo
por la libertad de la Iglesia.
El sucesor de Constante, Constantino IV, renunció
a una lucha que carecía de sentido, y en el concilio de
Constantinopla (680-681) ooncluyó la paz con occidente.
Poco después todavía un papa, León 11 (682-683), halla
palabras de aprobación para el «creyente emperador»,
«protector de la Iglesia». Todavía no han perdido los
papas la esperanza de hallar protección en el Estado
bizantino y en el emperador, y de poder vivir en paz
con ellos. Pero no estaba ya lejano el día en que, des­
engañados, volverían la espalda a tal Estado.

7. EL TRULLANO (692): POLÉMICA EN TORNO A LOS RITOS


Y USOS

No mucho tiempo después de la paz del 680 sur­


gió un nuevo conflicto. El emperador Justiniano 11 con­
VOCÓ en el año 692 un conci1li'O en Constantinopla que
tuvo sus sesiones en el trullos. salón de cúpula del pala­
cioimperill!1. El emperador lo habia concebido como ecu­
ménico, aunque en él no había representación de occi­
dente. Debía completar con una legislación canónica
los oonoiliosecuménicos V Y VI, que no habían dictado
cánones. Se quería sencillamente imponer dicha legisla­
ción al occidente «bárbaro», al que en el fondo se des­

57

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preciaba. BI oriente se arrogó, pues, el derecho de impo­
ner sus propios usos al occidente mediante una legisla­
ción que, sin tener en cuenta su modalidad particular,
tuviera vigor para la Iglesia entera. El «Trullano», co­
mo se designa a este concilio, adoptó los 85 cánones pre­
suntamente apostólicos, de los cuales sólo 50 eran reco­
nocidos por occidente. El conciHo condenó en su canon
6 el uso romano de que hombres casados ordenados diá­
conos o sacerdotes no pudieran ya hacer uso de sus dere­
chos conyugales. Sin embargo, en el canon 30 permite
luego a los sacerdotes que viven en «tierra de los bár­
baros» que puedan despedir a su muj.er. El canon 55
exige la aboli'ción del ayuno del sábado, corriente en
occidente, por oponerse, se decía, al canon apostólico 66.
Este punto de discusión había de volver de nuevo más
tarde. El emperador firmó el primero los decretos del
concilio, y luego se dejó un espacio libre para la firma
del «:patriarca de occidente», del que se esperaba que
acept'ara. &in más, 10 que había decretado un concilio
convocado por el emperador. El papa Sergio se negó
a dar su firma. El emperador quiso que se prendiera
al papa, pero no tenía ya en Italia suficiente poder para
ello. La milicia de Ravena y la de Roma no obedecían
ya sus órdenes, y el legado del emperador, el protospa­
tario Zacarías, debió buscar refugio bajo el lecho del
papa. Todo esto no era, naturalmente, muy indicado
para fomentar en Roma la simpatía por Bizancio. La
separación iba haciéndose cada vez más profunda.
En todo caso, Roma se mostraba por entonces más
liberal con respecto a los usos orientales que el oriente
con respecto a los de occidente. Todavia en el siglo VI
se preguntaba en Roma a todo bautizado si prefería
pronunciar la profesión de fe en latín o en griego. En

58

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"'-~""-'~-~-,,, ­
el sur de ItaHa y en Sicilia estuvo durante largo tiempo
en uso el rito bizantino, aunque estas regiones pertene­
cían a la zona del patriarcado romano. Cierto que allí la
evolución política hiw surgir dificultades por razón de
los ritos. A partir de la segunda mitad del siglo VI se
extendieron también por el sur de Italia los longobardos,
que practicaban el rito latino. A los bizantinos sólo les
quedaron ya algunos enclaves. Esta situación dio lugar
a algunas dificultades por causa de los ritos. En el
transcurso del siglo VIII reconquistaron los bizantinos
vastas extensiones en el sur de Italia. El elemento grie­
go se intensificó debido a la inmigración de monjes que
habían huido del imperio bizantino en tiempos de la
agitación iconoclasta. El emperador Basilio I (867-886)
extendió todavía la influencia del imperio bizantino gra­
cias a sus victorias sobre los longobardos y sarracenos,
que hacían incursiones en el sur de Italia. Con ello se
agravó cada vez más la cuestión de los ritos. Los latinos
comenzaron a quejarse de los abusos de los bizantinos.
En el siglo x, el emperador Nicéforo Focas (963-969)
intentó desalojar el rito latino, contra 10 cual trataron de
defenderse los papas mediante una mejor organización
de las diócesis futinas. Con la invasión de los normandos
en la primera mitad del siglo XI comienza la latinización
sistemática del sur de Italía y de Sicilia.

8. LA DISPllrA EN TORNO A LAS IMÁGENES

Nos hem.os adelantado ya a los acontecimientos. La


cuestión de los ritos contribuyó notablemente a turbar
la paz entre oriente y occidente debido a la incompren­
sión mostrada por ambas partes. Entre tanto se habían

59
ido poniendo cada vez más tirantes las relaciones entre

i
Roma y Constantinopla. A comienzos del siglo VIII,
la disputa en torno al culto de las imágenes habia con­
ducido de nuevo a la ruptura entre oriente y occidente.
Por razones hasta ahora desconocidas, el emperador
Le6n III (715-741) desencadenó la contienda en torno
a las imágenes. En el año 730 promulgó la prohibición
de 'las imágenes y quiso que la aceptara incluso el papa
Gregorio II (715-731). Éste, naturalmente, se opuso y
llamó al orden al emperador teologizante. El emperador
respondió: «Yo soy emperador y sacerdote a la vez.»
Una vez más la idea exagerada de Iglesia del imperio
vuelve a turbar la paz entre oriente y occidente. El papa,
como cabeza de la Iglesia, reivindica el derecho de exco­
mulgar incluso al emperador. Tal potestad, escribía al
emperador, le había sido transmitida por san Pedro.
'Príncipe de los ap6stoles. La idea de Iglesia del papa se
presenta, por tanto, como antítesis frente a la concepci6n
de Iglesia imperial sostenida por el emperador. El sobe­
rano de Constantinopla es «emperador y sacerdote» sólo
para proteger a la Iglesia, pero no para promulgar de­
cretos dogmáticos e imponerlos al mundo entero. El
emperador amenaza al papa con arrestarle, pero tal
amenaza no asusta a éste, pues sabe que el emperador
no posee ya en Italia las fuerzas necesarias para llevarla
i a cabo. Desde Martín I habían cambiado los tiempos.
El papa contesta incluso con otra amenaza: «¡Enhora­
buena!, todos los pueblos de occidente están dispuestos
a vengar en vuestra persona a los pueblos de oriente,
tratados con tanta injusticia.» La instituci6n de Iglesia
del imperio en oriente, entendida en forma desmedida
por los emperadores, alej6 de Bizancio a los papas, im­
peliéndolos al campo de los «bárbaros». El emperador,

60

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!

I exasperado por la oposición del papa, decretó el año 732


que las provincias del antiguo Ilirico, de Grecia y Mace­

i donia, y otras regiones, entre ellas Calabria y Sici1ia,


ya no pertenecerían desde entonces al patriarcado ro­
mano, sino al de Constantinopla. Los papas no lo reco­
nocieron, con 10 cual se produjo un nuevo motivo de
discordia entre oriente y occidente.

9. LA RUPTURA pOLíTICA ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE

Como los emperadores bizantinos, por causa de la


disputa sobre el culto de las imágenes. no estaban ya
dispuestos a defender a Roma contra los longobardos,
ni se hallaban sin duda en condiciones de hacerlo, de­
bido al peligro árabe con el que tenían que enfrentarse,
volvieron los papas definitivamente la espalda a Bizan­
cio y busca.rO'Il la protección de las fuerzas jóvenes del
mundo germánico, juntamente con las cuales fuerO'Il
construyendo en io sucesivo el occidente cristiano, aun­
que, desgraciadamente, en contraste con el oriente. En
noviembre de 753. el 'Papa Esteban II atravesó los Alpes
y se dirigi6 en busca de ayuda a la corte de Pi'Pino•
rey de los francos. Éste fue el paso definitivo que signi­
ficaba la ruptura política con Bizancio. Así se iniciaba
una evolución que, después de la dO'Ilaci6n de Pipino
(a costa de territorios entonces bizantinos). tuvo como
remate la coronación de Carlomagno como emperador
por León III la noche de navidad del año 800. Un nuevo
imperio de occidente surgía frente a la antigua Bizancio,
que se había considerado siempre corno la única here­
dera legítima del imperio romano y como la organiza­
ción política de la cristiandad. La coronación de Car­

61

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"':-";;-:.~-.:.=,,:.-
lomagno como emperador significaba a los ojos de los
bizantinos sencillamente una traición al imperio, la
ruptura de la unidad de la cristiandad, mantenida hasta
entonces como sacrosanta.

10. EL CISMA DE FOCIO: PRIMADO CENTRALISTA


CONTRA AUTONOMÍA PATRIARCAL

Algunos decenios después tuvo también lugar la rup­


tura eclesiástica: el! cisma de Focio, el cual, si bien duró
pocos años, emponwñó en forma duradera las relaciones
entre Roma y Constantinopla. ya precarias desde hacía
tiempo. Focio puso en el tapete las dos cuestiones que
en lo sucesivo constituirian los puntos principales de
la disidencia entre oriente y occidente: La cuestión del
Filioque y la del primado. Focio tuvo la arrogancia de
declarar depuesto y excomulgado al papa Nicolás l. Si
con ello se alzaba por principio contra el pll!pado y quería
rechazar sencillamente el primado, es cosa que no se
puede decidir. En todo caso, rechazó. el primado en la
forma en que por entonces se ejercía en Roma.

a) Desarrollo del ceruralismo en occidente.


Para comprender la controversia fociana, hay que
decir primeramente unas breves palabras sobre la cre­
ciente acumulación de todos los poderes eclesiásticos
en Roma corno en un centro, que se iba efectuando pre­
cisamente entonces en la Iglesia occidental. En este he­
cho desempeñaron cierto papel las decretales pseudoisi­
dorianas, que habían visto la luz en Francia hacia el
año 850. Este apócrifo contiene cantidad de cartas de

62
papas sencillamente inventadas, que se pretende incluso
fueron escritas anteriOrmente a Nicea, en las que aparece
ya como existente en aquellos antiguos tiempos un régi­
men eclesiástico centralista como el que entonces se
perseguía. La obra tiene doble tendencia: por una parle,
quiere asegurar la libertad de la Iglesia contra usurpa­
ciones del poder civil, y, por otra parte, trata de prote­
ger a los simples obispos .contra sus metropolitanos y
sínodos provinciales. Se transmiten todos los poderes
al papa. Sin su aprobación no puede celebrarse ningún
sínodo. Así se quiere garantizar la autonomía de los obis­
pos, que parecía verse amenazada por los metropolitanos
y sus sínodos. El papa estaba muy lejos, en Roma, y no
podía - así se pensaba - intervenir en 'los asuntos de
las diferentes diócesis, como lo hacían los metropoli­
tanos.
Las decretales pseudoisidorianas no sígnificaban una
revolución. Cierto que no fueron ellas las que crearon el
primado. Como se puede comprobar, por lo menos des­
de comienws del siglo v reivindicaban los papas la au­
toridad de zanjar en forma definitiva en la Iglesia en­
tera cuestiones de fe e incluso cuestiones de personas.
A ciertos métodos centralistas de gobierno que estaban
en vigor en el siglo IX, dieron 'las decreta1es un sello
- desde luego falso - de antigüedad. En el siglo IX
comienzan los papas a intervenir en todo el occidente
en forma análoga a como hasta entonces ~o habían ·hecho
en Italia_ En tiempos de san Gregorio Magno sólo se
solucionaban en Roma los asuntos de Italia, y en concreto
de la Italia situada a este lado de los Apeninos con res­
pecto a Roma. Las demás regiones g=ban todavía de
amplia autonomía. El papa Nicolás 1, que entró en con­
flicto con Focio, era un enérgico defensor de un primado

63

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concebido en forma centralista y trató de imponer inclu­
so en oriente su propia concepción del primado. Tal
como estaban entonces las cosas, esto sólo podía'condu­
cir a un conflicto, tanto más cuanto en ,la otra parte se
hallaba una personalidad tan fuerte y segura de sí como
era Focio.

b) El curso de los acontecimient08.


Antes de intentar descubrir las raíces más profundas
del cisma del Focio. conviene que nos formemos una
idea de conjunto del curso de los acontecimientos. Lo
que dio pie a la escisión fue en primer lugar un conflic­
to dentro de la misma Iglesia bizantina. El patriarca Ig­
nacio, poco grato al poderoso favorito de Miguel I1I,
Bardas, fue depuesto el año 858 y deportado a la isla de
Terebinto. Tales cosas no eran raras en Constantinopla.
Ignacio firmó más o menos forzadamente su abdicación.
Cierto que después volvió a formul1ar la reivindicación
de sus derechos al patriarcado. sin duda porque consi­
deraba su abdicación como involuntaria. Fue elegido
Focio como sucesor, hombre sin duda alguna extraor­
dinario y dotado de grandes cualidades. pero que to­
davía era simple seglar. La elección de un seglar como o,
patriarca no era tampoco cosa inaudita en Constanti­
nopla.
En el año 859, un sínodo reunido en Constantinopla
pronunció formalmente la deposición de Ignacio en vis­
ta de que sus partidarios habían declarado nula la elec­
ción de Focio. Con ello quedaba propiamente liquidado
el asunto a los ojos de los bizantínos. El emperador Mi­
guel declaró luego, en una carta al 'papa. que el caso de
Ignacio había quedado zanjado por un sínodo regular

64

~
··'r.....,....,----:---,..- ~,.-,- ---,-."'~:,','.-----
en Constantinopla y que. por tanto, no era ya de la in­
cumbencia de Roma, puesto que no se trataba en abso­
luto de una cuestión de fe, sino sencillamente de un
caso disciplinar. El emperador no estaba dispuesto a
tolerar intervenciones de Roma en asuntos disciplina­
res. Sólo dos años después de su elección informó Fo­
cio al papa de su elevación al patriarcado, mediante un
escrito. como era de rigor. Si entonces hubiese ocupado
la sede de Pedro un hombre menos fuerte y menos con­
vencido de sus poderes que Nicolás 1, seguramente Focio
habría obtenido el reconocimiento. Pero Nicolás I no
pensaba en absoluto en contentarse en oriente con el
papel de primus ínter pares. También allí quería hacer
valer enérgicamente sus derechos primaciales. El caso de
Focio le pareció, no del todo sin razón. sospechOso, ya
que Focio era seglar cuando había sido ellegido patriarca
y, además, había sustituido a un patriarca depuesto y to­
davía en vida. Así se negó Nicolás a reconocerlo inme­
diatamente y decidió enviar primero a Constantinopla
I legados que examinaran el caso y le informaran sobre
el mismo.
1 Estos legados se excedieron en el uso de sus po­
i
i
deres, y en un sínodo celebrado en Constantinopla el
año 861 reconocieron como legitima 'la deposición de
o'I
Ignacio. Se hallaron en un verdadero aprieto. En un prin­
cipio, se negaron categóricamente los bizantinos a de­
senterrar el caso de Ignacio, aunque luego consintieron
con la condición de que Ignacio fuera condenado en un
nuevo sínodo reunido en Constantinopla en presencia
de los legados. Los legados no procedieron conforme a
las instrucciones que habían recibido. en las que se les
prohibía juzgar acerca de Ignacio; sólo debían recoger
informes. Sin embargo. se puede suponer que creyeron

65
Vri~. Ortod. S

~
L
proceder prácticamente en sentido del papa si condescen­
dían con las propuestas de los bizantinos. :1
f'~
En el sínodo del año 861 se reconoció el derecho del r¡
papa a juzgar sobre el patriarca de Constantinopla en !J
un asunto puramente disciplinar. Era ésta una concesión ~
";'
que sin duda hizo creer a los legados que les pemritía
t~
"
apartarse de las instrucciones. Dieron el visto bueno
~J
a la sentencia de deposición de Ignacio, a lo que, como [j
hemos dicho. no estaban propiamente autorizados. Se 1¡
motivaba la deposición diciendo que Ignacio nO había
.~
sido elegido canónicamente, sino sencillamente nombra­ r
do por la emperatriz Teodora. Ignacio declaró en el sí­ U
nodo que él no había apelado a Roma ni tenía intención
de hacerlo.
"
[i
Parece ser que Nicdlás l. al regreso de los legados. no
tuvo en un principio nada que oponer a su modo de pro­
.,
i,'

"

ceder. Uno de ellos recibió todavía en noviembre de 862


un encargo honorífico. Sólo más tarde cayeron ambos en

desgracia del papa por causa de su proceder en Constan­

tinopla. A fines de 862 se presentaron en Roma algunos

partidarios de Ignacio que informaron a favor de éste.

En consecuencia, Un sínodo romano de abril de 863 de­

claró nula 'lA decisión del sínodo constantinopolitano

del año 861 y exigió la reposición de Ignacio en su car­

go. El 28 de septiembre de 865 envió Nicolás a Cons­

tantínopla una carta sumamente enérgica. Por lo demás,


en la redacción de las cartas del papa Nicolás colaboró
intensamente Anastasio el Bibliotecario.
Es de creer que ni siquiera este escrito habría provo­
cado especial reacción en COIlStantinopla s~ nO se hubie­
se añadido un nuevo elemento que vino a agudizar la
disputa. Nos referimos a la cuestión búlgara. El khan de
los búlgaros, Boris, había sído bautizado en 864 por

66

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'~~-----"".'- ..~, '-~.~.~.-- .. ...
".- ------~
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sacerdotes bizantinos. Anteriormente había 'habido ya


en Bulgaria misioneros latinos, pero la conversión ofi­
cial fue obra de los bizantinos. Boris pidió a Focio je­
rarquía completa, que según -sus intenciones debía ha­
cerse autónoma 10 antes posible. Focio creyó que no
había llegado todavia eIl momento y rehusó la petición.
Entonces se dirigió Boris a Roma. enviando el año 866
una legación que regresó con dos obispos y un largo es­
1¡ crito del papa en el qúe se instruía a! príncipe - con­
forme a sus deseos - sobre las usanzas correctas y so­
bre la debida estructura jerárquica de la Iglesia. Este
U hecho, juntamente con violentas cartas de Roma en las
" que se ponía inclUso en tela de juiCib la v.a:1idez de
las órd= griegas y se atacaba enérgicamente al empe­
rador. suscitaron hasta el extremo :las i:ras de Focio.

Los latinos en Bulgaria - a las puertas de Constan­


tinopla, como quien dice - eran algo insoportable a los
ojos de los bizantinos. Focio escribió entonces una cir­
cular a los patriarcas orientales en la que atacaba en la
forma más violenta a Roma., en primer 'lugar por razón
de ciertos usOS, pero sobre todo por la inserción del Fi­
liaque en el credo, entonces ya corriente entre muchos
latinos. El patriarca convocó un concilio orienta! en
Constantinopla. que efectivamente se reunió en el vera­
no del año 867. Este concilio se pronunció contra toda
una serie de usos occidentales que habían sido introdu­
cidos en Bulgaria por misioneros latinos. aunque sin
duda no quería atacar a la Iglesia occidental en cuanto
tal. sino únicamente a aquellos misioneros; en efecto,
Focio contaba con la ayuda de occidente en su lucha
contra el papa Nicolás. En presencia del emperador
Miguel, el concilio rindió pleitesía al soberano de los
francos, Ludovico 11, aclamándole en términos halagüe­

67

~ .. =~-~-
ños como emperador. Era una inaudita concesión al prín­
í
!"
cipe bárbaro, al que Focio quería ganarse como aliado ,.~
'1
contra Nicolás. El concilio condenó al papa Nicolás y ~~
,
lo declaró depuesto y excomulgado. Era una pretensión )
,
inaudita y, en todo caso, una grave injusticia. Sin embar­ ¡;
~¿
go. se puede razonablemente dudar de que Focio qui­
siera aJzarse en principio contra el papado. Se atacaba -,~J
".
a aquel papa. pero no a! papado en cuanto ta!. Desta­ '~
cados autores, sobre todo Dvornik. opinan hoy que no :1
fue Focio el autor del escrito que se le atribuye contra 11

~
el primado. El papa Nicolás no tuvo noticia de su «depo­
sición» por el sinodo de Constantinopla. ya que murió Oc
poco después de haber sido depuesto.
Poco después del concilio. sobrevino un cambio ra­
dical en Bizancio. En la noche del 23 a! 24 de septiem­
bre de 867 fue asesinado el emperador Miguel por insti­
gación de Basilio, que inmediatamente fue proclamado
emperador. Focio había sido el hombre de confianza de
Miguel, por lo cua! hubo de retirarse. Fue depuesto
por haber impedido a Basilio entrar en la iglesia des­
pués del asesinato de Miguel. Al cabo de poco se reha­
bilitó a Ignacio, al que se nombró de nuevo patriarca.
Basilio aspiraba a la reconciliación de los partidos en
discordia, por lo cua! quiso que se hablase lo menos po­
sible de lo sucedido, en particular en el odioso sinodo
de 867. Pero en Roma no se pensaba así. El sucesor de
Nicolás 1, Adriano !l, no tuvo noticia de los aconteci­
mientos de Bizancio hasta principios del año 869. No le
pasaba por las mientes mirar como no acaecido el sí­
nodo de 867. El ataque contra el papa había sido de­
masiado grave para que se pudiese pasar por alto. Adria·
no hizo que en un sínodo romano reunido en julio de
869 fueran quemadas las aetas del conciliábulo de 867

68

.-. -.T".;.;-,,---,- .-.:. ;.:'J';;­


í
y anulados también los dos sínodos de 859 y de 861
en que se había depuesto a Ignacio.
Focio fue excomulgado. y se dispuso que en caso de
conversi6n volviera a ser admitido en la Iglesia s6lo en
calidad de seglar. El papa estaba de acuerdo con la pro­
puesta del emperador de convocar un nuevo concilio en
Constallltinopla, pero queria que éste aceptara. sin más,
las decisiones romanas, sin volver a tratar el caso. El
emperador no se avino a estas condiciones, y así en el
concilio que se reunió a principios de octubre de 869 se
produjo una lucha incesante entre 'los legados del papa,
los cuales. fieles a las instrucciones recibidas, no consen­
tían en que se volviese a tratar el caso de Focio, y los
representantes del emperador. El concilio conden6 a Fo­
cio y a sus adeptos. En el tiempo que sigui6 a! concilio
surgieron graves dificultades entre Roma y el patriarca
Ignacio, que no quería en modo a'lguno renunciar a Bul­
garia. Finalmente, en abril del año 878 se dirigi6 a Cons­
tantinopla una legación de Roma con el encargo de de­
poner y excomulgar a Ignacio si no consentía en ceder
en este punto. Cuando llegaron los legados, no estaba
ya Ignacio entre los vivos. Después de su muerte volvió
a ascender Focio al solio patriarca!. Desde 873 había
vuelto a recobrar la gracia de Basilio, que ole había con­
fiado la educaci6n de sus hijos. A un hombre tan sobre­
saliente como Focio no se le podía soslayar fácilmente.
El papa Juan VlII, que tenía necesidad de1a ayuda del
emperadO'l' en la lucha contra Tos sarracenos en ltallia.
se mostr6 dispuesto a reconocer a Focio si expresaba
su pesar por lo sucedido y renunciaba a Bulgaria. No
lo hizo así Focio en el sínodo de Constantinopla de 879­
880. que lo rehabilitó. No conocemos a ciencia cierta
lo que realmente sucedi6 en este sínodo. Existen discor­

69

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O
>e. ·'·¡'''r.-,-',·'' -.~ ,..--- ...
r

dancias entre las actas griegas del sínodo y el registro


de Juan VIII. Probablemente se presentó al papa una tra­
ducción latina notablemente mitigada de las actas. De
lo contrario, no se explica que diera su aprobación al
concilio. Juan reconoció a Focio y ya no volvió a ex­
comulgarlo. Después de la muerte de Basilio (886) y
l
~
la subida al trono de León VI, Focio hubo de retirarse
de nuevo y murió en el destierro.

c) Las razones más profundas.


Sí preguntamos por la razones más profundas de esta
disidencia, diremoo que se han de buscar sobre todo en
la diferente manera. como OIIioote y occidente enten­
dían la estructura de la Iglesia. IEI oriente, que. si bien
reconocía en cierto modo al papa como cabeza suprema
de la Iglesia, rciVi'ndicaba, sín embargo, una autonomía
casi completa en la esfera disciplinar, se vio de repente
enfrentado con una idea del papado concebida en senti­
do rudamente centralista que 'hasta entonces no le había
pasado por la mente. Esta idea del papado estaba en·
carnada en una fuerte personalidad: Nicolás 1, quien,
por otra parte, tropezó con otra personaEdad igualmen­
te fuerte y hasta pertinaz, el tan mencionado Focio. El
juicio sobre Fooío se ha modificado notablemente en
la ·historiografía católica. Mucho camino se ha recorrido
desde Hergenrother hasta Dvomik. Aunque Focio no
fuera un santo, no hay tampoco que considerarlo como
un individuo que llevaba la soga arrastrando. En Cons­
tantinopla reinaba entonces la idea de que el papa no
tenía por qué inmiscuirse en asuntos puramente disci­
p1inares de la Iglesia bizantina. Asi Se decía en 1a car­
ta -que se oonserrva- del emperador al papa, a la que

70

..--------;-."'....,..,-- .;.",;.;'"

l
éste respondió en septiembre de 865. Si en el año 861
se 'condescendió con 10s 'legadoo del papa, permitiéndoles
volver a tratar el caso de Ignacio, que habia sido ya zan­
jado por un sínodo bizantino, y dejando que ellos y Ro­
ma volvieran a juzgar sobre este patriarca, era esto, ro­
mo ya hemos subrayado, a los ojoo de los bizantinos,
una enorme concesión, mientras que era una cosa obvia
según la manera de enfocar las cosas en Roma.
En Constantinopla reinaba ya en tiempos de Focio
la idea de la pentarquía, a saber, que la Iglesia era regi­
da por cinco patriarcas iguales en lo esencial, entre los
cuales el romano era considerado únicamente como pri­
mus inter pares. Esta concepción se expresa en el conci·
lio del año 869. En los discursos que se tuvieron en el
concilio, como también en algunos de los cánones, aflora
con bastante claridad la idea de la pentarquia. Loo pa­
dres se negaron. sin embargo, a aceptar un canon que
expresara el primado en sentido del papa Nicolás. Por
otra parte, '1os padres del concilio de 879 admitieron la
carta del papa Juan VIII, en la que se hablaba con
bastante claridad del! primado. En el! sínodo de 86t
se reconoció expresamente el derecho de apel!ar a
Roma. Focío tenía gran interés en
ser reconocido
por Roma. Tambien en esto se mostraba 'la gran consi­
deraci6n en que tenía al papa.. Ambos partIdos, el de
Focio y el de Ignacio, querían ganar a Roma para su
causa, reconociéndote, por !'anto, un importante papel en
1a Iglesia No se puede, pues, decir que en aquel tiempo
rechazaba Constantinopla el primado; lo que sí es cierto
es que no se pensaba en absoluto en aceptar un primado
entendido en forma centralista, tal como lo defendía en
teoría y en la práctiCa el papa Nicolás. En esto estaban
plenamente de acuerdo Focio e Ignacio, que fue preferido

71

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por Roma. No estaban dispuestos a renunciar a :la auto­


nomia que hasta entonces habia poseído Constantinopla
y a quedar fundidos en un patriarcado romano universal,
como también estaban resueltos a defender 'lo que con­ ,
'0
sideraban que era su auténtico derecho, a saber, la juris­
dicción en Bulgaria, parte de cuyo territorio, efectiva­
mente, no había pertenecido nunca al patriarcado romano. t
Nicolás 1 exigía que oriente reconociera la concep­
ción romana de la plenitudo potestatis. una plenitud de
poderes que implica el derecho de intervenir en todas
partes y decidir todo directa y definitivamente. Así, no
podía menos de encontrar resistencias. Por lo demás,
incluso en occidente hubo de hallar oposición. Focio re­
cibió cartas de los arwbispos de Colonia y de Tréveris
en que se 'lamentaban de 'Ia «tiranía» del papa. En Cons­
tantinopla no se reconocían en parte las fuentes del de­
recho eclesiástico citadas por Nicolás, como, por ejem­
plo, el canon de Sárdica, que prohibía la elevación de
un seglar al solio episcopal. También las decretales in­ ')
vocadas por Nicolás eran una novedad para los bizan­
tinos. En su carta de 28 de septiembre de 865 al empe­
rador, que, como ya hemos dicho, era la respuesta a una
carta no conservada de Miguel, desarrolla el papa
una concepción del pri·mado que, si bien no era nueva
en occidente, no podía menos de herir gravemente a los
orientaies. Negaba al emperador el derecho de convocar
sinodos y de requerir al papa para enviar a ellos sus lega­ 1,.
dos. Un sínodo, decia, no se puede convocar sín consen­ ~
timiento del papa. Tales tesis debían dejar desconcertados
a los bizantinos. El papa reiVliDdicaba, como sucesor
¡
de Pedro, el derechO' de veoIar también sobre la Iglesia de
Constantinopla y, por consiguiente, de intervenir en el
caso de la deposición de Ignacio y de anullarla.

72

'---.-..
-.".--­ .,----- ~n-.-- ,-.~,"",
i

La tentativa del papa Nicolás de subordinar a Roma


el oriente al igual que el occidente, fue un golpe en fal­
so. La reacción de Focio a tal intento fue la convocación
del sínodo de 867 y la deposición de Nicolás, que había
fonnclado a oriente exigencias incomprensibles. En ello
influía también, como ya quedó subrayado, el intento
de Roma de establecerse sólidamente en Bulgaria, cosa
que no podía menos de exasperar gravemente al patriar­
ca. El proceder de los legados romanos en el concilio
de 869 hirió profundamente a los bizantinos. Los lega­
dos sostuvieron la tesis romana con aspereza y sin con­
sideración. Con mayor comprensión habrian obtenido
mejores resultados.
Hugo Rahner enjuicia el proceder de Nicolás 1 con
respecto a oriente y termina con estas palabras: «y
así la política eclesiástica del papa Nicolás con respec­
to a Bizancio, COn la que hemos terminado nuestra ex­
posición en forma quizás un tanto demasiado triunfa:!,
se la puede apreciar atendiendo a sus consecuencias (de
las que todavía no se hacían cargo los contemporáneos),
y en ella se puede ver la rigídez jerárquica de un gesto
que era a la vez invitación y anatema y que se prosi­
guió en 'la teología de un Humberto de Si'lva Cándida
hasta llegar a la tragedia de 1054.»
En la polémica entre Focio y el papa salió también
a plaza la cuestión de los ritos y, sobre todo, el Filioque.
En Bulgaria, donde se hacían competencia misioneros
latinos y griegos, precisamente esta competencia dio
¡ lugar a que cada parte anatematizara los usos litúrgí­
cos de la otra. Los misioneros griegos echaban en cara
a los latinos el que en pascua, siguiendo la costumbre
judaica, ofrecieran en sacrificio, juntamente con la euca­
ristía, un cordero que colocaban sobre el altar. Censura­

73

._~-r.~~~~'. ' _
---

ban a los sacerdotes latinos porque se afeitaban la barba,


y afirmaban que mezclaban agua con el crisma y que en­
tre los latinos se pasaba inmediatamente del diaconado
al solio episcopal. Generalmente se trata de equívocos y
de calumnias. Focio acusaba a los latinos, en su circu­
lar a los patritarcas orientales, por razón del ce1tibato de
los eclesiásticos, por el ayuno del sábado y por el 1.180
de huevos y lacticinios durante el! ayuno. Pero al hablar
así olvidaba que 'la legislación del concilio in Trullo del
año 692 no era reconocida en occideIllte. Pero el reproche
principal de Focio era que en Bulgaria los obispos lati­
nos volvían a confirmar a los niños confirmados por sa­
cerdotes bízantínos. Esto, por lo menos, era cierto. Los
latinos no comprendían el uso bizantino que no respon­
dia a sus costumbres. El papa Nicolás, en su instruc­
ción de noviembre de 866 destinada al khan de los búl­
garos, censuraba usanzas griegas, entre otras, la prohi­
bición de las segundas nupcias, ciertas prescripciones
sobre los manjares, la costumbre de no comulgar duran­
te la cuaresma, etc. Así pues, por ambas partes se daba
valor absoluto a la propia tradición por lo que hacía a los
usos, sólo se admitía fu propia y no se reconocía la de
~bs otros. Esto no podía menos que fomentar la discordia.
'Pero lo peor era que unos y otros se trataban mutua­
mente de herejes. Para Focio era occidente la tierra de "
la herejía. Así, en su mistagogía del Espíritu Santo apos­
trofa en esta forma a los latinos: «Recapacitad, ciegos;
j

)
escuchad, sordos, que estáis sentados en las tinieblas del
occidente herético.» Occidente no pensaba diversamente
sobre oriente. Juan VIII escribe a Boris, khan de los
búlgaros: «Nos entristece pensar que seguís a 'los grie­
gos. que están acostumbrados a caer en el ciSma y en
la herejía.»

74

- - - - . - , .,¡, ...... ,... .. -;.--,--------; .. '," '-r;'---.:.-~----.


El principal capítu'lo de discordia, sobre el que ver­
saba la controversia entre Focio y los latinos, era la cues­
tión de la procesión del Espíritu Santo. Los misioneros
francos de Bulgaria, que se enfrentaban con los griegos,
cantaban el credo 'en la misa con el aditamento del Filio­
que, o por 10 menos 10 explicaban en este sentido. En
cambio, en Roma no era entonces todavía corriente el
Fflioque en er credo. El aditamento era para los griegos
sencillamente un escándalo: aquellos desvergonzados la­
tinos habían incluso modificado por su propia cuenta
la profesión de fe. Focio echó mano de esta cuestión
como arma de combate contra los latinos, contra los que
estaba en extremo furioso por el asunto de los búlgaros.
La fórmula latina «del Padre y del Hijo» la entendía
erróneamente, como si la Iglesia latina enseñara un doble
principio de la procesión del Espíritu Santo. En este sen­
tido su polémica golpeaba en el vacio, Además, sus ti­
ros iban demasiado lejos al interpretar la doctrina de los
padres griegos sobre la procesión del Espiritu Santo «de'l
Padre por el Hijo» como si con ello quisieran decír que
el Espíritu Santo procede sólo del Padre, pero no del!
Hijo. De esta manera había descubierto una herejía en
los latinos. Desde entonces no dejó de oírse ya este re­
proche, y la cuestión del Filioque y la añadidura de esta
"
palabra en eil credo vino a ser una de las principales

causas de disidencia entre oriente y occidente. Esta dife­
rencia en la fe se ha querido presentar como la verdade­
ramente centra'!, y de ella se ha tratado de derivar todo
'lo demás. Contra esto hay que subrayar que, rIDradas las
cosas históricamente, la cuestión se suscitó más 'bien
accesoriamente. El distanciamiento había ido tan lejos,
que por ambas partes se propendía a descubrir herejías
en los otros, y hasta se buscaban expresamente. El mo­

75

·--·.. .·r.--,.. n- -- •
tivo principal de los furiosos ataques de Focio contra
los latinos en su circular a los patriarcas orientales era,
sin embargo, propiamente su irritación por el asunto de
los búlgaros: en el fondo, una cuestión de influencia.
En realidad, en las diferencias entre oriente y occi­
dente. ~a disputa en torno al Filiaque no ha tenido la
importancia que con frecuencia se le atribuye en nues­
tros días. Es significativo que. como veremos más ade­
¡ante, Miguel Cerulario había oIlvidado ya esta cuestión.
Sólo tuvo importancia en el cisma del año 1054 porque
el cardenal Humberto volvió a agitar la antigua con­
troversia. Ésta era absolutamente indiferente para la vida
religiooa. Un conocedor tan profundo de 'la espiritualidad
orientlil como Irénée Hausherr afirma que ninguno de
los escritores orientales anteriores a los eslavófilos del
siglo XIX da, que él sepa, la menor importancia a 'la
cuestión para la vida espiritual

11. ENTRE EL CISMA DE FoeIo y LA ESCISIÓN


DEFINITIVA (1054)

El cisma de Focio volvió a quedar oñilado y una ve:z


más se restablecieron 'las relaciones normales entre Ro­
ma y Bizancio. Pero la pasión y la falta de comprensión
para con la otra parte, que habían caracterizado la lu­
cha entre oriente y occidente en tiempo de Focio, habían
enajenado tan profundamente Gbs ánimos. que un solo
paso bastaba para fa ruptura definitiva. Era tal el estado
de decadencia del papado en el siglo X, que no parecía
el más apropíado para acrecentar su prestigio entre loo
orientales. cada ve:z se propendía menos en Bizancio a
reconocer la efectiva soberanía del papa. Como 'luego

76
vinieron los papas a depender de 'los emperadores ale­
manes. que en el sur de Italia practicaban una política
hostil a 'loo bizantinos apoyada por los papas alemanes,
t sólo se reconocía ya en Constantinopla a loo antipapas
¡
instituidoo por loo partidoo de la nobleza romana. Ge­
r

!"
neralmente se considera como fecha de la escisión defini­
tiva el año 1054. en el que se produjo la ruptura con
Miguel Ceru1ario. En realidad. se puede discutir si este
episodio fue rea1mente el comienzo del cisma o más
bien una tentativa fallida de poner remedio a la esci­
sión producida ya anteriormente. Ya bajo el patriarca
Sergio (999-1019) desapareció definitivamente de loo díp­
ticoo en Constantinopla el nombre del papa En todo
caso, desde 1054 consideraron loo papas a loo griegos
como cismáticos, y pronto también como herejes.

12. EL CISMA DE MIGUEL CERULARIO

a) El curso de lO{; acontecimiento{;.


Comencemos también aquí por examinar brevemen­
te cómo se desarrollaron los acontecimientos en el fatí­
dico año 1054. En tiempoo de Miguel Cerulario, un
fuerte papado, ajeno a todo compromiso, se enfrentaba
con un enérgico patriarca, sumamente celoso de su au­
tonomía. El emperador; que tenía interés por la paz en­

[
tre las Iglesias, no tenia fuerza suficiente para imponer­
se. La disputa comenzó ya en Constantinopla a princi­
pios del año 1053, cuando Miguel Cerulario hizo cerrar
los conventos de monjes ~atinos y en general las iglesias
latinas, dando como razón que la celebración del san­
to sacrificio con pan no fermentado era absOlutamente

77

;t•.:,
! """! ~

1:

inadmisible y hasta inválida. Entonces se produjeron


excesos profundamente lamentables: los griegos piso­
tearon las hostias consagradas de los latinos porque no
reconocían su consagración. Lo mismo hicieron más
tarde, dicho sea de paso, los latinos con el santísimo sa­
cramento de los griegos a la sazón de la conquista de
Constantinopla (1204). Hasta este punto había llegado
el fanatismo tanto griego como latino.
Las medidas tomadas en Constantinopla iban ende­
rezadas propiamente contra Roma. Sin embargo, Mi­
guel Cerulario no pasó personalmente al ataque, sino
que envió por delante al ar.wbispo griego de él depen­
diente, León de Ocrida, que escribió una carta al obispo
Juan de Trani, en la Italia meridional, en la que expli­
caba que la unidad de la Iglesia sólo era posible si re­
nunciaban los latinos a sus errores. En esta carta se
manifiesta la conciencia de superioridad de Bizancio.
orgullosa de su cultura frente a la barbarie de occidente.
Sólo está bien lo que rige en Bizanzio_ Por ello deben
regirse los incultos latinos. El cardenal Humberto de
Silva Cándida tradujo esta carta para el papa León IX.
El tono arrogante de los bizantinos no pudo menos de
herir profundamente a!I papa, tanto más en una época en
que, debido a la reforma clunyacense, el papado había
salido de su decadencia y había recobrado vigencia mun­
dial. El belicoso cardenal redactó la respuesta en nom­
bre del papa. Era él quien manejaba la pluma del pon­
tífice. como AnasfilSio el BibIiotecario en tiempos de N~­
colás 1. Humberto, con su desmesura y su falta de
comprensión de la diferente modalidad de los bizantinos,
fue en gran parte objetivamente culpable de la escisión,
aunque apenas él mismo se daba cuenta de ello.
~ En 40 capitulbs desarrolla el cardenaJ: 'fa idea del: pri­
¡
¡ 78
1

I .,,~::"T":~
"1:-;:''';'-"

mado, tal como se concebía entonces en Roma, y refuta


los errores de los orientales, en total más de 90. Ataca
además directamente al patriarca y da a entender que
sería oportunísima su deposición. A Dios gracias, esta pri­
mera carta no fue enviada, pues a principios del año 1054
llegaron a Roma cartas conciliadoras del emperador y
del patriarca. La iniciativa había venido del lugartenien­
te bizantino en la Italia meridional, Argiros, católico la­
tino que, ante la creciente amenaza de los normandos,
igualmente peligrosa para Bizancio que para Roma, in­
sistía en aa necesidad de la paz entre las Iglesias. El pa­
triarca se mostraba incluso dispuesto a introducir de nue­
vo el nombre del papa en los dípticos. Las cartas de
respuesta del papa al emperador y al patriarca volvió a
redactarla el mismo Humberto, esta vez en un tono algo
menOS agresivo, pero en todo caso bastante inoportuno.
Las cartas fueron llevadas por una legación a cuya ca­
beza iba el mismo cardenal y que llegó a Constantinopla
en junio de 1054. En el camino trataron los legados en
Bañ con Argiros, al que el patriarca consideraba como
su enemigo personal. Los legados del papa fueron re­
cibidos en Constantinopla amistosamente por el empe­
rador Constantino IX; por el patriarca, en cambio, con
marcado desabrimiento. Pensaban equivocadamente que
el emperador era la personalidad más importante, y así
se cuidaron menos del patriarca. ÉSte, gravemente herido
por las cartas pontificias. se creía con iguales derechos
que el papa y quería tratar con él como igual, de ninguna
manera como subordinado que debia recibir sus órdenes.
MigUel declaró, sin más. que las cartas eran una falsifi­
cación de Argiros y consideró a los legados como sus
. emisariós.. Así no estaba en modo alguno dispuesto a
n~ilr.Por aquellos días llegó a Constantinopla la no­

79

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'"

1I
1:
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licia del fallecimiento del papa León IX, el 19 de abril
L
de 1054. E1 24 de junio üubo una disputa teológica
1I I entre el cardenal Humberto y el monje griego Nicetas
Stetatos, en la que en pri= lugar se trató la cuestión
1I
,1
del pan sin fermentar. Humberto volvió a suscitar con
increíble torpeza la cuestión de'! Filioque. que en Cons­
tantinopla se habia afortunadamente echado en olvido
incluso por el patriarca. El cardenal acusó a los griegos
de haber borrado del credo el Filioque'. La disputa ter­
minó con un triunfo contundente del' taroenal. Nicetas
11
hubo de entregar a 'las llamas sus escritos contra los
latinos.
E! patriarca no había tomado parte: en la disputa y
seguía ignorando a los .legados. El cardena:l fIC<lbó por
I
perder la paciencia y el 16 de julio del añó 1054, du­
rante la misa, depositó sobre el altar de Santa Sofía la
bula de excomunión contra Miguel Cerulario y sus
adeptos. Dos días después emprendía el viaje de regreso.
La bula estaba concebida en términoo tan desmesurados.
que bastó publicarla para excitar al clero y al pueblo
contra los legados. El patriarca pidió al emperador que
volviera a llamar a éstos para que respondieran de loo
inauditos ataques que se habían permitido. El emperador
creyó en un principio que Miguel había falsificado la
bula, pero acabó por 0011 vencerse de la fidelidad de
la traducción griega presentada por ~ patriarca.,
Regresaron los legados, pero se negaron a compare­
cer en un sínodo presidido por el patriarca y con aa ma­
yor rapidez abandonaron Constantinopla. El emperador
mandó quemar una copia de la bula de excomunión.
El 24 de julio, el santo sínodo permanente condenó el
modo de proceder de los legados. Sin embargo. esta con­
denación no afectaba directamente a la santa sede, ya

80

. - ..• ""c---~ ~.---.~-- - 'c· c·c'~.,- - ­


.• ','1

que Miguel tenía a los legadoo por emisarios de Argiroo.


Sin embargo, con el acontecimiento de 1054 quedaba se­
llada definitivamente la ruptura entre oriente y occiden­
te. En adelante. los papas consideraron a la Iglesia grie­
ga como separada de Roma. Ya Gregorio VII trató el año
wi3 de «renovar la antigua concordia entre la Iglesia
romana y su hija, la Iglesia de Constantinopla». Según
él. «la Iglesia oriental se üabía separado de la fe cató­
lica por inspiración del diablo». Así pues, los griegoo
son a .100 ojos del papa. no sólo cismáticos. sino ade­
más herejes.

b) Las ra<.ones más profundas.


Si pre/iuntamos por las razones de la escisión, hasta
hoy desgraciadamente definitiva, hemos de afirmar en
primer lugar que entonces el patriarca de Constantinopla
no tenía 1a menor intención de reconocer el primado de
derecho divino del papa. 'En tiempos de Focio existía
todavía. a pesar de todo. cierta buena disposición en
este sentido. Ahora no queda de ella ya el menor resto.
Miguel quiere tratar con el papa sobre un pie de absolu­
ta igw¡'1dad de derechoo. Le escribe, por ejemplo: «Si
tú haces que mi nombre sea proclamado sólo en la Igle­
sia de Roma, yo haré que tu nombre sea conocido en
todas las Iglesias de la tierra.» Está dispuesto a resta­
blecer la comunión interrumpida. pero sólo a condición
de que sea reconocida por Roma la igualdad de dere­
chos de las dos Iglesias, Para aceptar tal propuesta hu­
biera debido eIl papa renunciar a los derechos que le ha­
bía conferido el divino Fundador de la Iglesia. derechoo
.'11
que implicaban a la vez deberes. La principal responsa­
:} bilidad del cisma, por tanto - y 'hay que decirlo con

81
,ti' VriCl9. Ortod. 6
li
"i
[
,
i
l toda claridad - , pesa sobre el patriarca, que no recono­
'1! cía ya el orden establecido por Dios en la Iglesia y con
ello se separaba del centro de la unidad eclesiástica. Claro
está que con esto no se pretende juzgar sobre iIa culpa­
bilidad subjetiva de tal posición, pues tal juicio está
reservado únicamente a Dios. Pero esto tampoco quiere
decir que occidente esté exento de toda responsabilidad.
La manera corno el! cardenal Humberto de Silva Cándida
hiZo valer en Const!antinoplJa e1 primado, Y no s610 el pri­
mado de derecho divino, sino un primado conaditamen­
tos absolutamente humanos. no podía menos de sacar de
quicio a los griegos. Además, lanzó contra los gñegos
reproches injustificados y sencillamente falsos. En 'las
cartas de León IX redactadas por Humberto se contenía
la idea del papado propia del movimiento de reforma
clunyacense. Este moV'ÚnÍento queda liberar a la Iglesia
de la tutela a que la tenía sujeta el poder secular y por
ello constituía al papa en soberano supremo de la ente­
ra cristiandad incluso en la esfera secular, aun cuando
él había entregado al emperador la espada secular, que
éste, empero, debía manejar en su nombre y por encargo
suyo.
. En la época del papa. León se constituyó la colección
de cánones Diversorum Parrum sentel1Jtiae, en la que
alIora con claridad la reivindicación del primado del
mundo. En esta concepción .ejerció influjo la falsa dona­
ción de Constantino, invocada también expresamente
por Humberto. Según este apócrifo, que se produjo a
mediados del siglo VIII o. a comienzos del IX en un
ambíente curial, el emperador Constantino habia con­
ferido al papa Silvestre poderes inrperiales y soberanía
sobre todos los demás patriarcados, incluso el de Cons­
tantinopla. Estos poderes inrperiales ha de ejercerlos

82

- .• ~¡-.-,.,..,...---;-- ." ¡.~",;--------'


.~,: ..

el papa sobre toda Italia y. en general las regiones oc­


cidentales. reservándose Constantino el oriente. Hum­
berto invocaba expresamente la falsa donación de Cons­
tantino y sacó de ella, y de las decretales pseudoisidoria­
nas, las más amplias consecuencias. Celebraba a Roma
«como la cabeza, que a la manera del rey se eleva por
encima de todos los funcionarios. como la madre, a la
que también el emperador debe volver a tornarse, como
la elevada cima erigida por el. Señor mismo, y hasta
como la fuente de cualquier poder cristiano y. por tanto,
también del poder inrperial bizantino». Era ésta una
idea deIprímado. condicionada por el tiempo, que iba
mucho más allá del derecho divino. Esperar que los
bizantinos reconocieran tales ideas, hubiera sido pura
utopía. Sin embargo. Humberto quería contentarse en
la práctica con que el emperador y el! patriarca volvieran
a permitir la apelación al papa. Cierto que trataba al
patriarca y a sus súbditos exactamente como a .un obíspo
occidental cua~qníera, quería exigirle cuentas e inves­
tigar sobre sus transgresiones. Así ignoraba absolutamen­
te la situación real en Constantinopla.
En general. no se oponía Humberto a los usos de los
griegos. 'Escribía así: «La Iglesia sabe que nO perju­
dican a 'la salvación de los fieles las costumbres diferen­
tes según 100 lugares y los tiempos con tal que una mis­
ma fe, eficiente por la caridad, recomiende a todos el
mismo Dios.» En ·este punto era Humberto más toleran­
te que la otra parte. Sin embargO. tambíén el cardenal
se dejó acá y allá llevar a invectivas contra algunas cos­
tumbres griegas. como en su escrito de réplica contra
Nicetas Sretatos. en el que reprueba el uso de la lan­
ceta en la preparación de los dones, el del agua calien­
te que se mezcla en el cáliz y el de la dilación del bau­

83

).'

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,
':
tismo hasta pasados siete días. Se expresa también des­
I
"
favorablemente acerca del matrimonio de los sacerdotes
!i y acerca del uso del pan fermentado en la eucaristía,
,

aun cuando en este caso reconoce la validez de la con­


!
sagración. En la bula de excomunión de Miguel y de
sus adeptos es donde llega Humberto a los más graves
¡J
reproches contra los griegos y contra su patriarca. Dice
que sólo abusivamente se llama patriarca Migucll. Para
Humberto era sólo obispo de Constantinopla. El car­
! denal acusó a los griegos de toda una serie de herejías
I y lanzó. como ya dejamos dicho. incluso el desatinado
reproche de que habían borrado dell credo el Filioque.
Los griegos. por su parte. con el patriarca a la cabe­
za, no habían tampoco escatimado los reproches con­
tra los «heréticos» latinos. Miguel echó mano de las di­
ferencias en los ritos haciendo de ellas una cuestión de
fe y. consciente de la superioridad cultural de los bizan­
tinos. se desató contra los bárbaros de occidente tachán­
dolos de herejes. Naturalmente. los usos bizantinos eran
para él los únicos valederos. El occidente tenia que con­
vertirse a la verdadera ortodoxia de los griegos. Sólo
así consideraba Miguel posible el restablecimiento de
la unidad. A él se debe propiamente el que la cuestión
de los ritos viniera a ser manzana de discordia entre
oriente y occidente. Anteriormente se habia dejado sub­
sistir sin reparos la diversidad. Así logró excitar al pue­
blo contra los latinos, pues estas cosas las entendía el
pueblo mejor que complicadas cuestiones teológicas,
como, por ejemplo, la de la procesión del Espíritu Santo.
Se discutía sobre cosas que a nosotros nos parecen hoy
incluso ridículas. como la cuestión de si se ha de usar
en la eucaristía pan fermentado o ácimo. Sólo el pan fer­
mentado es. según los griegos. verdadero pan y símbolo

84

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del «Cordero perfecto». El pan ácimo es, en cambio,


un uso judío que el Señor abrogó al instituir la nueva
alianza. El ayuno del sábado entre los latinos se inter­
pretaba como celebración sabática, o sea, como usanza
judía. Se les reprochaba además que los sacerdotes no
se dejaran barba y observaran el celibato, que se su­
primiera el canto del aleluya durante la cuaresma, que
se celebrara eI1 santo sacrificio todos los días de la cua­
resma y otras muchas «enormidades».
Por ambas partes faltaba ya, por tanto, la voluntad
de comprenderse mutuamente y de dejarse vivir en paz.
Ambas partes consideraban su propia modalidad como
la única valedera y trataban de imponerla a la otra.
El papa Juan XXIII veía muy olaro cuando decía acerca
del cisma: «Las responsabilidades se reparten.» El
cisma hasta ahora definitivo es resultado de una larga
evolución en 'la que, como hemos visto, intervinieron
también factores políticos y acontecimientos indepen­
dientes de la voluntad de las personas concretas, pero
que también fue llevada adelante por deficiencias de per­
sonas y por la mezquindad y soberbia humana. En todo
caso, sería un error hacer responsables del cisma a sólo
unas pocas personas concretas, como, por ejemplo, Fo­
cio o Miguel Cerulario. ÉStas, sin embargo, como tam­
bién otras muchas, tienen su parte de responsabilidad.
Pero, cuando se trata de buscar medios y caminos para
poner término al cisma, °hay que hacerse cargo de sus
razones profundas, la más profunda de las cuales nos
parece a nosotros que es precisamente, como ya hemos
indicado, el hecho de que cada una de las partes cons­
,
~ tituía en absoluta su propia moda:lidad, sin comprender
la diversidad de los otros ni dar beligerancia a la otra
Il parte.

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l. AHONDAMIENTO DE LA ESCISIÓN

1. OPUESTA EVOLUCIÓN DE LA <XlNCEPCIÓN DE LA IGLESIA

El cisma que comenzó con Miguel Ceru1ario sigue


siendo en nuestros días una triste realidad. Todas las
tentativas emprendidas para colmar el abismo que en­
tonces se abrió en la Iglesia entre oriente y occidente
no han dado, si se atiende al conjunto, el menor resul­
tado. Más aún. la ortodoxia y el catolicismo están hoy
propiamente más separadoo que entonces, a mediadoo
del siglo XI. En realidad, ambas partes han ido evolucio­
nando en sentido cada VN; más divergente, y esto en
primer lugar por 10 que se refiere a la concepción misma
de la Iglesia. En occidente la idea del primado se ha
constituido cada V/YZ roásen la base fundamental de la
eclesiología, mientras que oriente ha negado en forma
cada vez más tajante esta misma idea, en la que comenzó
a ver la herejía fundamental de 100 latinos. Pero ésta no
era ni mucho menoo la única diferencia. 'En occidente se
desarrolló a partir del siglo XlI una especie de tedlogía
racional, la escolástica, que, como algo ajeno al oriente,
fue enérgicamente impugnada por éste. Las formas in­
dividuales y subjetivas de devoción, que surgieron por
la misma época en occidente y fueron luego desarro­
llándooe, han sido srempre i1noomprensibles para oriente.

89
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,!I¡ Los esfuerzos para restablecer la perdida unidad,


;:,'
que se iniciaron poco después del cisma de Miguel Ce­
"1' rulario, tropezaban ya desde un principio con la incom­
1:1
'1,'
prensión de cada una de las partes para con la índole
:1:
1'1'1

peculiar de la otra. Después de la escisión, cuando la


Iglesia visible de Cristo estaba de hecho casi toWmente
(1 limitada al occidente, se consideró aquí muy pronto
:),
como Io normal este estado, de suyo completamente
anormal, y se comenzó sencillamente a identificar cató­
lico y latino. La otra modalidad, 'la de los griegos, a los
I 1
que se consideraba como cismáticos y hasta como he­
rejes, pasaba por sospechosa, y 10 más seguro era que
I se adaptara lo más posible en todo al modelo de la Igle­
sia 'latina. Se consideraba a la tradición latina como un
111
valor absoluto. Sólo muy lentamente ha ido llegando el
occidente a una inteligencia más profunda del legado
espiritual de la Iglesia oriental. Por otra parte, en la
Iglesia griega se propendía a considerar Ia evolución,
de suyo 'legitima, de la Iglesia latina como un alejamien­
to de la auténtica tradición primitiva de la Iglesia uni­
versal. Todo esto dificultaba los esfuerzos por la unión.
Vamos a tratar de exponerlos, sobre todo, desde este
punto de vista.

a) La idea del primado de la reforma gregoriana.


En Ia época del cisma, la idea del primado, debido
al movimiento clunyacense de reforma, se concebía en
forma mucho más vigorosa que antes. Ya hemos visto
cÓmo esta circunstancia favoreció la escisión. La refor­
ma gregoriana, que se inició poco después del cisma,
11I
I fue ciertamente una piedra miliaria en la historia de la
idea del primado. Se justificaba su fin principal, a saber,

90

·-r,·~·'-~.--~--:,,","'C.. ~-----
la liberación de :la Iglesia de la insoportable tutela a
que ra habían sometido los poderes seculares. Para impo­
ner la reforma debió Gregorio VII intervenir en las diócesis
particulares más de 10 que hasta entonces era corriente.
Los legados permanentes que envió a los diferentes paí­
ses y que aparecían como armados con su propia autori­
dad, perjud<kaban de hecho a la autoridad de los obispos.
El papa, sin embargo, no tenía 'la intención de minar
la posición de los obispos y de los metropolitanos, Y
de rebajarlos a la condición de meros funcionarios
y receptores de órdenes de 'la autoridad central. Cierto
que entonces existía ya la idea de que los poderes su­
pradiocesanos de los metropolitanos eran una partici­
pación en Ia plenitudo potestatis ddl papa. En algunos
~1

"

casos en que era discutida la elección de un obispo, se


~1
reservaba Gregorio el derecho de nombramiento, aun­
~
~ que sin descartar a los metropolitanos. A veces les de­
~
f.' jaba a ellos el cuidado de poner orden. Ya en el Dicta­
~j tus Papae reivindicaba Gregorio el derecho de deponer
I}

H y trasladar obispos.
~J Así pues, con la reforma gregoriana se inició una
H
17 evolución que condujo a una acentuación en cierto modo
f~
¡: excesiva del principio monárquico en la Iglesia y a eli­
minar los grados intermedios, análogos a los de Ia es­
j.¡
N tructura de la Iglesia oriental, entre el poder de los obis­
~ pos particulares, a saber, la institución de los primados
y metropolitanos. Sobre todo mediante la Iegislación
t

,.
decretal del siglo XII, viene a ser cada vez más el papa
la fuente de toda autoridad en la Iglesia. En cambio,
t; todavía en el siglo x, incluso en occidente, se hallaba no
\
¡-,
, el papa, sino la Iglesia. en cuanto formaba un todo. en el
pn"'mer térmíno de la conciencia. El derecho propio
:',: de los obispos, que al fin y al cabo se basaba también
;

91
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:i
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l' en institución divina. fue poco a poco esfumándose.
:1
La Iglesia se convierte en el fondo en una única dió­
cesis, enorme, cuyo obispo es el papa. Así surge uná
monarquía eclesiástica universal rigurosamente organi­
zada, un imperio eclesiástico regido desde el centro. en
lugar de la Iglesia universal de otro tiempo, compues­
ta de iglesias particulares más o menos autónomas. Y de
esta manera se acaba por concebir 'la autoridad episco­
pal corno mera participación de los plenos poderes del
papa. Esta concepción la hallamos en la profesión de
fe que pronunciaron en el segundo concilio de Lyón
(1274) los representantes del emperador bizantino Mi­
guel Paleólogo. De esto hablaremos más adelante. Salta
a la vista la diferencia fundamental entre esta concepción
de la Iglesia y la dominante en oriente.
Ya en tiempos de Gregorio VII aparece el primado
como una verdad de fe, verdad además fundamental
para la concepción de la Iglesia. E'I que por principio
no obedece al papa, es no sólo cismático, sino también
hereje. Por esto Gregorio mismo consideraba ya a los
griegos como herejes, precisamente porque rechazaban
el primado. A esto hay que añadir, corno otra razón de
la creciente tirantez entre oriente y occidente, la impor­
tancia secular del papado. tal como se desarrolló en
la edad media. Esto debe entenderse también en fun­
ción de la mentalidad de aquella época. Tampoco en
:1 occidente constituían todavía el Estado y la Iglesia dos
magnitudes netamente distintas. La autoridad sacerdo­
, ,
tal Y la real eran dos funciones en una misma sociedad
11I
cristiana. Hasta la reforma gregoriana, la función real
;1,1

,1 había intervenido no poco dentro de la esfera eclesiás­


,1
:, 1
tica, de modo que la Iglesia había venido a caer en una
:¡i indigna dependencia de los poderes seculares. E'I progra­
II1
jil
l',1 92
11'1

,1
'" J,/"7

ma de Gregorio VII consistía en poner al mundo cris­


tiano completamente bajo el dominio divino. Gregorio
liberó a la Iglesia de la tutela a que la tenían sujeta los
seglares y se presentó por fin él mismo como cabeza de
la sociedad cristiana, es decir, de todo el pueblo cris­
tiano. que estaba precisamente enraizado no sólo en la
esfera cristiana, sino también en la secular. En ambas
esferas debía erigirse el reino de Cristo. Así sucedió
que el papa vino a atribuirse autoridad también en co­
sas seculares, interviniendo en ellas ratione peccati, es
decir, por razón del pecado que había que impedir.
Pero con esto no se dejó sencillamente de lado a la
autoridad secular. sino que ésta conservó su significado.

,. Sin embargo, el papa se atribuía el derecho de excomu'l­


gar incluso a reyes y de desligar a los súbditos del ju­
ramento de fidelidad, y deponer así prácticamente a los

j
~
soberanos, corno lo him efectivamente con 'Enrique IV
de Alemania.

~
j
,!
b) La potestad secular del papado.

I~ La idea de la autoridad del papa incluso en cosas

seculares, que afloraba ya en tiempos de Gregorio VII,

siguió desenvolviéndose en periodos sucesivos. Hacia

"
l'
fines del siglo XI hace Urbano II llamamiento a la gue­

rra santa contra los enemigos del nombre cristiano y pa­

ra la liberación del santo sepulcro. Los caballeros cris­


ti
l:,'
tianos, respondiendo a su llamamiento, empuñan las
!.f armas. Al papa, como cabeza de la cristiandad, corres­
~: ponde la dirección en la guerra santa, idea inconcebi­
ble para el oriente cristiano. Cierto que la idea de la
·1, potestad del papa en lo secular fue también objeto de
'Í,
contradicción. Dio lugar a la lucha con el imperio. que
~~

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93
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::i! 11 alcanzó su punto culminante con Federico Barbarroja,


1:1.1'
1 ~,
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1' enérgico defensor de la autoridad secular en su propia

lilll e:sfera. El papado salió triunfante en esta lucha. Pero


!Ii su victoria fue una victoria pírrica. Lo que al fin salió
ganando, fue la monarquía nacional, que se emancipó
11'i plenamente del papado. Duranttl el siglo XII y todavía en
¡,III los primeros decenios del siglo XIII, discutían todavía
¡II, los canonistas sobre si al papa le correspondía una po­
testad solamente indirecta o más bien directa en 'las
I
t cosas seculares. Graciano, en su decreto (hacia 1140),
distinguía claramente las doopotestade:s, cada una de
las cuales e:s competente en su propia esfera. Finalmen­
,illi te. hacia 1230 se impuso la teoría hierocrática de '1a
l
' 111 potestad directa Inocencia 1lI (1198-1216) tenía clara
conciencia de su plenitud de potestad como vicario de
li\\11
,1, Cristo en ambas esferas. Se llamaba a sí mismo <<vicario
de aquel que es Rey de reyes y Señor de los señores,
Sacerdote in aeternum según el orden de Melquisedec».
Así pues, el papa. como vicario de Cristo, Sumo Sacer­
dote y Rey del! universo, se halla a la cabeza. del mundo
cristiano. Bonifacio VllI (1294-1303) reivindicaba, «como
vicario de aquel que domina como Rey», el derecho
de confirmar a los reyes y de transmitirles la autoridad
en nombre de Dios. El mismo papa compara la potes­
tad secular con la luz del mundo. Así como 'la luna reci­
be toda su luz del sol, así también la autoridad secular
proviene de Cristo y del papa como vicario de Cristo.
Finalmente, en la bula Unam Sanctam, de Bonifacio VllI.
halla su formulación clásica 'la reivindicación del dere­
cho del papado a la dirección supremamoluso en la
esfera secular.
En e!l período del destierro de A viñón (1305-1378)
se atribuyeron los papas autoridad de disponer incluso
'11
94
sobre los países que «contra derecho» estaban en pooe­
sión de herejes y cismáticos (precisamente porque eran
herejes y cismáticos). Clemente v confirma a los caba­
lleros de san Juan la pooesión de la isla de Rodas, que
habían arrebatado a nos cismáticos. El mismo papa deja
en pooesión del rey de Hungría todas las provincias y
ciudades que, con la ayuda de Dios. arranque de las
manos de los cismáticos. De estos hechos auténticamente
documentados se desprende hasta dónde llegaron las
consecuencias de la potestas directa en las cosas secu­
lares. Nada menos que Pío XII, en su alocución a:l Con­
gre:so de historiadores celebrado en Roma el día 7 de
septiembre de 1955 y siguientes, reconoció que tal con­
cepción medieval estaba condicionada por los tiempoo
y no se apoyaba en el derecho divino.
Oriente no tenía la menor comprensiÓn para seme­
jante concepción. Un miembro de una legación bizan­
tina a Inocencio II (1130-1143) se expresaba sobre el
papa en estos términos: «El obispo de Roma es un
emperador, no un obispo.» Es evidente que tal evo­
lución no podía menos de crear dificultades para la
unión de las igle:sias separadas.

c) Centralización: su aplicación a los patriarcados


orientales.
Esta concepción fue de la mano, como ya hemos
insinuado, con una centralización cada vez más rigurosa
de todos ros poderes en IDIllnOS del papa y de su apara­
ro de funcionarios. El centro procura cada vez más efec­
tuar por sí mismo todos los nombramientos y funciona
cada vez en mayor escala como instancia de apelación
en todos los casos controvertidos. En Roma, Letrán

95

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1,1"'1 se va convirtiendo en un tribun.aJ1 central para el mundo
entero, con el correspondiente aparato de funcionarios.
i! ir El principio fundamental del derecho de nambraniiento
ji 11 lo formuló Bonifacio VIII en estos térniinos: «La sede
i[!,,1 romana ha establecido todos los patriarcados. todas las
,'
I! sedes metropolitanas y episcopales, y, en una palabra,
,I
11 toda dignidad eclesiástica.» Esta tesis es insostenible
,11
históricamente. Más tarde Clemente VI (1342-1352) fa
deriva a priori del texto clásico de san Mateo 16. 18.
Pedro y sus sucesores sólo son el fundamento de 7a Igle­
sia si ellos niismos han establecido todas las funciones
y dignidades eclesiásticas. Las Iglesias particulares exis­
ten ún.icamente por cuanto el papa las llama in partem
sollicitudim"s, Ies confia una parte del cuidado pastoral.
De aquí se sigue el derecho de nombrar todos los car­
gos y funciones en la Iglesia, así como el derecho de
traslado y hasta de deposición. en el caso de que las
personas se muestren indignas. Precisamente en el pe­
riodo de los papas de Aviñón hubo marcada tendencia
a encargarse de todos los nombramientos en la Iglesia,
incluso en oriente, en los casos en que aquí se recono­
cía fa suprema autoridad del papa. En realidad, no se
logró 'pIlenamente. En ello ejercían también un papel
nada despreciable razones financieras.
1II1 Ahora bien, esta concepción vino luego a aplicarse
I a los patriarcas orientaIes, y esto en la época en que
las sedes patriarcales de Constantinopla, Antioquia y
i. Jerusalén estaban ocupadas por latinos. Esto llevó a
un cambio total de la concepción de los derechos pa_
triarcales que tuvo importantes consecuencias en perío­
dos sucesivos. En el primer milenio, Roma miSIna había
reconocido la plena potestad de los patriarcas para adnii­
nistrar autónomamente sus patriarcados, como ejerci­

96

".- ~- -~--- "'.' --,,--,-.-,­


cio - basado en un derecho consuetudinario - de la
función episcopal en toda su plenitud. Los papas no
formulaban la reivindicación de haber conferido a los
patriarcas sus derechos en cierto modo como participa­
ción en la suprema potestad de jurisdicción del sucesor
de Pedro, sino que se limitaban a confirÍnar al elegido
canónicamente por el hecho de entrar en comunión
con él.
La situación cambia en el caso de los patriarcas la­
tinos de Ia época de fas cruzadas, que eran considerados
como titulares de las antiguas sedes patriarcales. Éstos
son investidos por Roma, y el papa les transniite la
función como participación en sus propios plenos po­
deres y con un número exactamente determinado de pri­
vilegios. Esta concepción, radicalmente distinta de la
del primer niilenio, se extiende luego a los patriarcados
católicos que vuelven a surgir a partir de mediados del
siglo XVI. Aquí está la raíz de los conflictos que más
tarde se producen entre el poder central romano y los
patriarcas unidos. La concepción medieval del primado
quedó consignada en las colecciones de derecho canó­
nico que entonces vieron la luz. En el siglo XII había
compilado Graciano, en su conocido Decreto, el dere­
cho entonces vigente. En el siglo XIII se añadieron ul­
teriores compilaciones, principalmente de decretales de
los papas, como las de Alejandro III, Inocencio III, Gre­
gorio IX y Bonifacio VIII. Así surgió el Corpus 1uris
Canonici, que, como expresión de la romana soberanía
mundial de los papas, se presentaba al mismo nível que
el antiguo derecho romano. Los canonistas modificaron
también entonces en sentido centralista el derecho de
dispensa.
Los plenos poderes papales, extremados en la edad

97
Vrios, Ortod. 1

~~"O"'"'' ,'-~' .. ;-,;'"~;-;.,...,


media, con los que se mezclaron además poderes secu­
lares plenamente condicionados por los tiempos, fueron
luego en cierto modo corregidos por las ideas concilia­
res, también exageradas. que aparecieron en el siglo XIV,
asi como por el epicapa1ismo. El conci'lio Vaticano' I
definió la potestad inmediata, ordinaria y universal del
papa sobre la ImIesia universal, pero no ya en el sen­
tido de la edad media. Entonces no se dio todavia la
debida importancia - debido en parte a la prematura
interrupción del concilio - a la función episcopaI. El
concilio Vaticano n, en su constitución sobre la Iglesia,
ha desarrollado una doctrina eq uiIibrada en todos los
sentidos, en la que se toma en la debida consideración
tanto la plena autoridad pontificia como la del colegio
episcopaI, instituida igualrllente por Cristo. Esto es de
gran importancia para la preparación del camino hacia
la unión de las Iglesias.

d) Evolución de la concepción orrodoxa de la Iglesia en


el segundo milenio.
La concepción ortodoxa de la Iglesia de la escisión
fue evolucionando en sentido completamente distinto.
Seguramente es éste el punto en que más se han alejado
oriente y occidente. Ya en el siglo X surgió en Bizancio
]a idea de que los antiguos derechos del obispo de
Roma, que pretendian depender de la posición política
de esta ciudad. habían pasado ya al patriaoca de Cons­
tantinopla. Incluso la donación de Constantino se en­
tendía en sentido contrario a Roma, dándose como razón
que Constantinopla había recogido precisamente en
todos los sentidos la herencia de la ciudad imperial. 'En i
el siglo XI, en la biografía del emperador Ale:x:ios Korn­

98

•.-._c,..-.
.--r.----,-.~.~-
:<":'r

menos compuesta por su hija Ana, vemos expresada ]a


idea de que con el imperio se habia transmitido también
el primado sobre 'la IglesiJa, de Roma a Constantino­
pla: el concilio de CaIoedonia, en efecto, había ya subor­
dinado al obispo de la nueva Roma 'las dIDcesiS del mun­
do entero. De hecho, los patriarcas de Constantinopla
acaba:ron por reivindicar expresamente la soberanía sobre
todos ros cristianos que profesaban ]a verdadera fe. Con
In «caída» de los obispos romanos en fa «herejía», la an­
tigua pentarquía o régimen colegial de los cinco patriar­
cas sobre la Iglesia universal, como lo entendían los bi­
zantinos, había quedado reducida a tetrarquía. Ahora
bien, como los otros tres patriarcas habían perdido su
importancia, sometidos como estaban al dominio de los
musulmanes, la soberania sobre la Iglesia universal que­
daba sencillamente en manos del patriarca de Constan­
tinopla. Así este patriarca reivindicaba finalmente inclu­
so el primado sobre la Iglesia universal, que anterior­
mente había rehusado a su colega de Roma.
El biZantiniSmo acabó por idenrificarse. sin más, con
la ortodoxia. Bl imperio ortodoxo era el necesario com­
plemento de ]a Iglesia ortodoxa. Después de la caída
de Constantinopla, en 1453, siguió viviendo esta concep­
ción en Rusia en la idea de Moscú como tercera Roma,
que ahora, en lugar de Constantinopla - caída en las
manos de los infieles en castigo de su abandono de la
ortodoxia por la paz concluida con los «herejes» la­
tinos (en Florencia el año 1439) - , había de unir a la
cristiandad bajo un emperador ortodoxo y una Iglesia
ortodoxa.
i 'El mutuo reconocimiento de la Iglesia rusa y de la
griega, que se efectuó en 1589. cuando Constantinopla
ot01:gÓ al metropolIitano de Moscú el título de 'patriarca,

99

.... -'--.~.-.-:'~.--.-;-C
hizo menos rigurosa la identificación de la ortodoxia
con una única nación y un único imperio. Cierto que
anteriormente había habido ya nuevos patriarcados na­
cionales, fUera: de los antiguos condenados a la insignifi­
cancia por la dominación musulmana. a los cuales Cons­
tantinopla se había visto forzada a reconocer: el búIgaro.
desde el año 926. y el servio. desde 1346. Sin embargo.
el reino búlgaro y, después. elservio no pretendían
en un principio presentarse como Estados nacionales al
lado del imperio bizantino: sus soberanos. que habían
asumido el título de emperadores, querían conquistar
ConstantinopIa y establecer su imperio en lugar del
bizantino. Esteban DuSan tomó en 1345 el significativo
título de «emperador de los servios y de los griegos».
Pero en realidad se desarrollaron nuevos Estados na­
cionales ortodoxos. que Bizancio trató de absorber, pero
que al fin hubo de reconocer como verdaderos Estados
con iglesia propia.
Así pues, la idea de un solo imperio y de una sola
Iglesia hubo de ceder el puesto a otra, a saber, la de una
multiplicidad de Iglesias nacionales ortodoxas autocé­
falas, es decir. absolutamente autónomas. Ésta es la
idea actualmente dominante. La Iglesia ortodoxa uni­
l.
versal se compone fundamentalmente de una multitud
I de iglesias nacionales particulares, independientes entre
sí, que se mantienen en cohesión mediante una misma
I1
fe y el vínculo de la caridad. que sustancialmente prac­
.
:1
il tican los mismos ritos litúrgicos y se rigen por un mismo
li derecho canónico. El patriarca de Constantinopla es sólo
li, el prinw:s imer pares, de ninguna manera el papa de
!i oriente. Es verdad que le compete cierto derecho de ini­ ¡1
ciativa en la entera Iglesia ortodoxa. Sin embargo, to­
g
!
davía no hace mucho se ha 'hecho notar con toda cla­ "
r
'

100

".-:tV _.:'_ .. .-,----.-.-,._-",.-.~-----;---- -- --- .----,.-.


-.-.~ --,,'"
L
ridad. por parte rusa. que dicho patriarcado no tiene en
absoluto el derecho de hablar en nombre de todos los
ortodoxos. La autoridad común debería corresponder
al concilio panortodoxo. que de hecho no se ha vuelto
ya a reunir desde el año 787. Actualmente se pone de
nuevo empeño en preparar un sínodo de este género.
Las conferencias panortodoxas de Rodas, de los años
1961, 1963 Y 1964, quieren ser un paso dado en este
sentido.
Con el tiempo ha cambiado, pues, 'la concepción or­
todoxa de la Iglesia. Y todavía no hemos hablado de
una modificación muy profunda de la manera de conce­
bir la autoridad doctrinal de Ia jerarquía eclesiástica.
que se llevó a cabo en el siglo XIX y cuyo principal pro­
pagador fue el ruso Alexis Khomiakov (1804-1860). Se­
gún él, el sujeto propiamente dicho de la infalibilidad
en la Iglesia es no ya la jerarquía, sino el pueblo creyente.
cuya convicción de fe no puede errar. Para ello se apoya
también K:homiakov - prescindimos de si con razÓn
o sin ella - en una encíclica publicada el año 1848 por
los cuatro patriarcas orientales. Esto implica - y debe
quedar sentado con toda claridad - una evidente ruptu­
ra con rra auténtica tradición ortodoxa, según la cua'! es
la j'erarquía la: que, como sucesora de los apóstoles,
con la asistencia del Espícitu Santo, proclama la fe con
verdadera autoridad y hasta con infalibiJlidad, de modo
.,
que el pueblo cristiano está obligado a aceptarla por
razón de tal proclamación. La doctrina ortodoxa tradi­
cional concuerda plenamente en este punto con la ca­
tólica.
¡1 La concepción jerárquica de la Iglesia fue puesta en
g tela de juicio por primera vez en Rusia por el movi­
"

r~
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miento cismático llamado Raskol. que a mediados del

101

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·---_·~"c."_~_-_~~· ... ~~. __ ~.
¡
:1

111

siglo XVII se alzó contra la reforma litúrgica del patriar­


I ca Nikon. La oposición del pueblo creyente ruso contra
!'
1
la estatización de la Iglesia por los zares contribuiría
1
también a quebrantar la autoridad de la jerarquía. Se­
gún Khomiakov, sólo en ,la conciencia de fe del pueblo
1
;1: se da la garantía de la fiel conservación de la auténtica
1, fe ortodoxa. cada creyente particular es iluminado direc­
tamente por Dios, con lo cual se convierte en portador
del 'Espíritu. En este sentido, hace alusión a la actitud
de ~a jerarquía - según el modo de ver de la ortodoxia ­
en el concilio de Florencia, donde el patriarca. y los
1 obispos traicionaron la fe ortodoxa, que en cambio fue
1
salvada por el pueblo, el cual con razón se rebeló con­
111 tra la jerarquía y repudió el concilio.
Estas ideas están hoy muy extendidas en la Iglesia
ortodoxa rusa, y también entre los griegos, aunque no
se las puede calificar sencillamente de dominantes. En
el Congreso ortodoxo de Salónica, de noviembre de 1959,
declaró. por ejemplo, el metropolitano griego ortodoxo
Crisóstomo Konstantinidis: «En definitiva, es decisiva
en la Iglesia ortodoxa la conciencia de fe de cada cre­
yente particular, el cual, independientemente de su for­
mación personal, siente 10 que es realmente ortodoxo y
lo que no 10 es.» Así pues" quien decide en último tér­
mino lo que se vive y se piensa en la Iglesia ortodoxa
no es la jerarquía, sino el conjunto de los fielles. De aquí
puede sacarse la consecuencia de que los fieles senci­
llamente no acepten determinadas decisiones de la je­
rarquía.
Así. en 'los últimos decenios se ha producido en
Grecia una 'larga disputa en torno al nuevo ~endario que
había introducido la jerarquía. pero que era rechazado
por una parte nada exigua de fieles, lo cual condujo a

102
['

I
una escisión que no se ha resuelto todavía hoy. Cierto que
también entre los ortodoxos existe una oposición contra
esta concepción de la importancia decisiva de la con­
ciencia de fe de los particulares. Así, por ejemplo, el
profesor ruso Sch=nann. del Seminario de San VIadi·
miro, en Nueva York. se expresaba en estos térnúnos:
«Hablar de Iglesia democrática pone en peligro la exis­
tencia misma de la Iglesia. La Iglesia viene de arriba,
no de abajo. Nosotros no edificamos la Iglesia. sino
que somos llamados a la Igl'esia.» El conocido canonista
griego Hamilkar Mivisatos declaraba. en cambio, en
S¡dÓuíca. en 1959: «La Iglesia está estructurada demo­
cráticamente. Cierto que esta expresión no es completa­
mente adecuada. La palabra rusa sobornost expresa me­
jor el concepto.» Tal es la doctrina elaborada por Kho­
miakov, de la unidad en libertad y caridad. que debe
ser característica de la ortodoxia. mientras que en la
Iglesia católica reina unidad sin libertad. y en la pro­
testante libertad sin unidad. Todo muestra hasta qué
punto se ·han ido distanciando la concepción ortodoxa
de la Iglesia y fa católica. Así. hoy día la unión de las
Iglesias resulta considerablemente más dificil que, por
ejemplo, en el siglo XI.

2. AHONDAMIENTO DE LOS CONTRASTES EN TEOLOGíA

a) Escolástica y palamismo.
La teología de la Iglesia es sólo un sector, aunque
muy importante, del que vamos a ocuparnos aquí. En
el transcurso del segundo milenio, el oriente y el occi­
dente se han distanciado también en toda su manera de

103
hacer teología. La escolástica, que surgió en occidente
en el siglo XII, llevó propiamente hasta la oposición la
diferencia que desde un principio existía entre teología
oriental y occidental. Hasta entrado el siglo XII, tam­
bién en occidente dependía la teología esencialmente,
como en oriente, de la tradición. Se limitaba a trans­
mitir las convicciones teológicas recibidas de los santos
padres. Ahora, en cambio, se trataba de penetrar cien­
tíficamente la fe por medío de la razón humana, de dis­
tinguir netamente los conceptos y de ahondar en su sen­
tido profundo.
Abelardo (t 1142) elaboTó el sistema dialéctico del
sic et non (sí y no). Las oposiciooes y contradicciones
aparentes trataba él de resolverlas mediante una dlara
distinción de los conceptos. Pero la escd1ástica, obede­
ciendo al impu:ISo de la época, que propendía a una uni­
dad que todo 10 abarcara, trata de reunir 10s conoci­
mientos teológicos en un sistema, en una única construc­
ción lógicamente coherente. As! como la cristiandad
había alcanzado una unidad compacta gracias a la cabeza
unitaria del papado, así se quería también reunir en la
unidad de una grandiosa Suma. los conocinúentos tedló­
gicos, organizándolos racionalmente hasta en los últimos
detalles, empeño análogo al que se observa en una cate­
dral gótica. Para ello sirvieron de instrumenJo 10s con­
ceptos de la fi'losofía aristotélica, con el fin de llevar lo
más adelante posible la inteligencia de las internas ca­
nexiones de la revelación y de presentarlas COIÚorme a un
plan racional. Pedro Lombardo (t 1160), en sus Cuatro
libros de las sentencias, se basaba todavía sustancial­
mente en las ideas de san Agustín. mientras que san
Alberto Magno (t 1280) tomó =0 pauta el aristo­
telismo. El punto culminante de la escolática lo repre­

104

- - ,....-..--... _--_. -', ---.--.-- ---.-,C


"",.,C

senta la genial creación de santo Tomás de Aquino


(1226-1274). Todo esto, con ser en sí tan grandioso y
estar tan justificado, respondía poco al genio del oriente.
Los mismos representantes de una escuela que conside­
raba como 10 sumo la visión intelectual, la contempla­
ción, como Clemente de Alejandna, Ongenes y Evagrio
Póntico, tenía en menos el pensar discursivo racional
porque, para ellos, el intelecto debía ser ante todo intui­
tivo, aun cuando no condenaban la teología especulativa.
La polémica propiamente dicha contra 1a escolástica
no surgió en oriente hasta el siglo XIV, al producirse
allí una transformación en la espiritualidad y en su tea­
rética motivación teológica. Nos referimos al hesicasmo
y al palamismo. Sobre esto creemos conveniente decir
unas breves palabras. Aquí también vuelve a aparecer
claro que no sólo. el occidente siguió desarrollándose,
sino también el oriente, que pasa por ser tan tradicio­
nalista. Gregorio el Sinaíta (1255-1346) fue quien, a
comienzos del siglo XIV, propagó en el monte Atos
el método hesicasta y enseñó a los monjes a ·hacer de
la oración a Jesús (<<Señor Jesús, apiádate de mí, peca­
dor») una oración cordial y a avanzar así hasta la con­
templación mística del monte Tabor. Con ciertos mé­
todos de concentración y con una técnica de la respira­
ción, quería lograr que la oración a Jesús se profiriera
con el corazón. Enseñaba que había que dirigir hacia
el 'lugar del oorazón los ojos del cuerpo y -los del alma,
para llegar así a la oración del corazón, que era el ca­
mino para la contemplación mística. Si estos métodos
de concentración no se conciben como un medio infa­
Hble para alcanzar la vivencia mistica - y los funda­
dores del hesicasmo no cayeron, efectivamente, en este
error - , no hay de suyo nada que objetar contra ellos.

105
Los hesicastas enlazaban ron la espiritualidad intelectua­
lista de Evagrio Póntico, pero ponian el corazón en lugar
del intelecto y hacían del corazón el centro de [a vida
religiosa. Esto significaba ya un mayor contraste que
el hasta entonces existente con la modalidad del pensar
occidental, que había llegado a su punto culminante con
la escdlástica.
La polémica que se desencadenó contra el hesicasmo
en el sigilo XIV agudizó luego todavía más este contraste.
La polémica fue originada por el monje griego BarIaam,
procedente de Calabria, que quería aprender en el mon­
te Atos el nuevo método de oración. Este monje había
recibido fonnación escolástica. Con sutileza y precisión
escolástiCa. argunrentaba en eI1 monte Aros contra los
monjes que pretendían llegar con su método a la con­
templación de la luz dívína increarla que había envuelto
a Jesús en el Tahor. El monje calabrés trataba de de­
mostrarles qlre aquello era un contrasentido y que algo
increado no podía ser distinto de la esencia divina, la
cuaII es simple. Entonces salió en defensa de [os mon­
jes griegos del Atos Gregorio Palamas, cuya teologia
- el! palamismo - surgió de la discusión con Barlaam,
el cual procedía de [a corriente escolástica, y en contra­
dicción con él. Según Palamas, el método hesicasta no
tiene la pretensión de llegar a la contemplación de la
esencia de Dios. Esta esencia es absolutamente inaccesíble
a la visión, pero el método conduce a percibir con los
ojos del espíritu una energia divina increada, o la luz
divina del Tabor, que emana de Cristo glorioso. Según
Palamas, la simplicidad de Dios sólo se opone a una
composición que se pueda disolver. La distinción no
significa división, y sólo la división se opone a la sim­
plicidad. La polémica contra BarIaam estaba ya desde

106
un principío asociada con un decidido repudio del mé­
todo racional de la escolástica, del que se servía el
monje calabrés, y conducía a un contraste permanen­
te con la teologia occidental. A Palamas se le había
también en un principio acusado de herejía en Cons­
tantinopla y se le había encarcelado. Pero al fin logró im­
ponerse allí y fue rehabilitado en un sínodo el año 135l.
Todavía hoy es venerado como santo por los orto­
doxos. Su doctrina fue largo tiempo la dominante en
Constantinopla y aún hoy día es tenida en gran estima
por muchos ortodoxos. El año 1959 se celebró el sexto
centenario de su muerte con un especial congreso orto­
doxo en Salónica, donde Palamas había sido arzobispo.
Existe una revista griega que lleva por títrno «Gregorios
Palamas». En los anatematismos del domingo de la or­
todoxia, que cada año se celebra en fu. Iglesia orto­
doxa el pri!rn.er domingo de cuaresma, se expresan toda­
vía hoy Meas pa:Iami~tas. Los adeptos de Gregorlo Pala­
mas, en partlicufur NlIbs Kabasi:las (t 1361), declararon a
la teologia escolástica la guerra más encarnizada. Se­
gún ellos, el quehacer de una auténtica teologia ha de
ser, no ya establecer un sistema de conceptas, sino indi­
car a los hombres el camino 'hacia Dios. Sobre todo, los
es1avófilos del sig'lo XIX llevaron adelante en Rusia la
lucha contra la escolástica.

b) Evolución reciente de la teología ort04oxa.


No obstante la hostilidad fundamental contra la
teologia occidental, el patrimonio intelectual de occiden­
te ha influilio hasta en los <diibroo simbólicos» consi­
derados más o menos como oficiales. Así, por ejemplo,
en la Profesión de fe ortodoxa del metropolitano de Kiev,

107

~~~~~~.~.'''C"- .'" .,. .....,... ~"""..",~¡¡:c .-.-,-.-"......"..,


Pedro Moghila, que ha hallado aceptación también en­
tre los griegos. En este capítu'lo hay que mencionar tam­
bién la profesión de fe del patriarca de Jerusa:lén, Do­
siteo, que fue recomendada en Jerusalén en un sínodo
del año 1672 que se pronunció contra los protestantes.
Las id,eas protestantes y el pensar del idealismo alemán
han ejercido notable influjo especialmente en modernos
teólogos y filósofos rusos de 'la religión. No pocos teólo­
gos seglares griegos de nuestros días han estudiado en
facultades protestantes de Alemania o de otros países.
De todos modos. hay que reconocer que sobre todo los
griegos, en los congresos del movimiento ecuménico,
han defendido enérgicamente el punto de vista tradi­
cional, que tiene estrecha afinidad con el católico. Mo­
dernos teólogos ortodoxos subrayan que en la Iglesia
ortodoxa, al mismo tiempo que se mantienen fielmente
las verdades fundamentales definidas en los siete con­
cilios 'ecuménicos, en todas las demás cuestiones reina
gran libertad de evolución.
Se procura liberarse de los influjos de occidente, con­
siderados como ajenos a [a ortodoxia, ya sean católicos
o protestar¡tes. El canonista seglar griego Alívisatos,
por ejemplo, habla de la necesidad de desentenderse
: de 'los dogmas definidos por la IgImia católica después de
la separación, alií como de la filosofía escolástica, todo
lo cual debe mirarse como desvfuciones papales de
1.1 1
la recta línea ortodoxa. Además de esto, subraya Ali­
!I visatos la voluntad de retornar a la más antigua tradi­
ción patrística, que se ha olvidado también en parte en
II oriente. Pero para ello se requiere todavía una nueva
i, actividad teológica creadora. Que precisamente también
los teólogos griegos ortodoxos despliegan intensa acti­
vidad, 10 ha mostrado, por ejemplo, el libro publicado
I
¡ 108

~
~-- ~~-~-------~_._,~-,-~. ... ­
_._-_-.-.~~
;::,!~

por Demóstenes Savramis, De la nueva teología griega


(Wurzburgo 1961), con estudios de Gerásimo Konida­
ris, Constantino Bonis, Basilio Venas, Panagiotis Brat­
siotis y otros.

c) Contrastes dogmáticos entre oriente y occidente.

La evolución dogmática que, como hemos visto, si­


guió en el segundo milenio diferentes caminos en orien­
te y occidente. condujo a verdaderos contrastes dogmá­
ticos que hoy representan graves obstáculos para la
unión de las Iglesias. Hay que mencionar, sobre todo,
el contraste en la doctñna acerca de la Iglesia. El pri­
mado universal de juñsdicción del papa y su infallibilidad
personal, ta:l como la definió el concllio Vaticano 1, son
rechazados de plano por la Iglesia ortodoxa. Según la
doctñna ortodoxa, la única cabeza de la Iglesia es
Cristo mismo. La Iglesia universal se compone de igle­
sias particulares autocéfalas absolutamente iguales. La
constitución de la Iglesia es sinodal. La suprema auto­
ridad corresponde al concilio ecuménico. Así también
las iglesias partioulares están organizadas en forma co­
legial, sinodal. El patriarca, o el arzobispo, que está a
la cabeza tiene regularmente a su lado un sínodo al
que propiamente compete autoridad de decisión.
A este contraste fundamental se añaden todavía otros.
Ante todo, el punto controvertido del Filioque, funesto
legado recibido ya del primer milenio. La legitima ex­
plicación y penetración ulterior del patrimonio de fe
en la Iglesia católica es rechazada en un amplio frente
por los ortodoxos. Así, reprueban 'la mayoría de las de­
cisiones doctrinales de los concilios ecuménicos del se­
gundo milenio, que no reconocen como tales, lo mísmo

109
que las definiciones de los papas, como, por ejemplo.
Ia de la concepci6n inmacuiada de Maria. La asunci6n
corporal de Maria a1 ci~lo la aceptan algunos como
opiniOn piadosa, pero la rechazan en su calidad de dog­
ma de fe proclamado por e1 papa. En la doctrina y
pflictica sacramental existen no poeas diferencias que
en parte afectan inclusQl al dogma: para la consagraci6n
es necesaria, segun Ia doctrina ortodoxa, tambien la epi­
clesis 0 invocacion del Espiritu Santo; para el sacramen­
to del matrimonio es necesaria tambi6n 'la bendici6n
del sacerdote; el vinculo matrimonial no es absolutamen­
te indisoluble. Tales son los contrastes principales que
se han ido constituyendo con el andar del tiempo.

3. CONTRASTES EN LA ESPIRITUALIDAD

a) Las nueV(18 devociones en occidente.


Pero con esto no esta dicho todo. Psico16gicamente,
son quiza todavia mas importantes que los contrastes
doctrinales las diferentes moda'lidades de la espirituali­
dad en oriente y occidente, las formas de devoci6n di­
ferentes en una parte yen otra. Estas diferencias hacen
aparecer mutuamente como extraiios a los cristianos de
oriente y occidente. Tambi6n en este campo se acen­
tu6 en los siglos XII y XIII en forma decisiva la diferen­
te modalidad. Ya en san Bernardo de alaraval (t 1153)
ocupa dl primer plano la imagen humana y terrena de
Jesus, y en particular de Jesus paciente, concebida con
especial ardor de sentimiento. Es tambien caracteristica
del mismo santo una tiema e intima mistica mariana.
Para el hombre de oriente Cristo es, ante todo, dl divino

110
Pantokrator. Tambi6n en el Crucificado ve el oriental
en primer lugar al divino triunfador de la muerte y del
pecado. Las representaciones naturalistas de la crucifixi6n,
tan corrientes en occidente en la edad media, han apare­
cido siempre como algo extraiio aft oriente. Cierto que
tambien en oriente habia, e incluso antes que en occiden­
te, representaciones naturales del Crucificado, pero este
aparecia siempre alli en cierto modo como glorificado,
con una grandeza regia divina, no ya en todo eil brutal
reaJilsmo de h pasi6n. En 1054, los legadolS rornanolS se
extraiiaron de tales representaciones naturales que halla­
ron en Constantinopla, mientras que por entonces sOlo
se canocia en occidente la cruz triunfal romanica.
La Virgen Maria es para el hombre oriental, ante
todo, la augusta y supraterrena Madre de Dios, que no
Ie aparece tanto en su uni6n. terrenal con Jesus de Naza­
ret, tan cara a la piedad occidental En la edad media
Vl1nO fuego Ia meditaci6n dem vida terrenal de Jesus y
de Maria, intensamente fomentada por los franciscanos,
los cuales propagaron en diversas formas de devoci6n
el culto a Ia sagrada humanidad de Jesus. Asi se puede
mencionar Ia devoci6n al niiio Jesus, a la pasi6n de Jesus,
a su agonia, a las cinco llagas, a 'la preciosisima sangre,
etcetera. Ya en la edad media, pero sobre todo en ~os
tiempoo modemos, surgi6 la devoci6n al sagrado cora­
zon de Jesus, que ocup6 luego en la Iglesia latina un
puesto muy seiialado.
Esta manera de dividir, como quien dice, al mismo
Cristo en la veneraci6n de los fides, ha sido siempre
incomprensible para el oriente. En ~a edad media, en
la lucha contra los que negaban la presencia real de
Cristo en el santisimo sacramento, se desarrollo el culto
de adoraci6n al Dios - hombre presente bajo las sagra­

111
das especies, con sus formas de exposición del santísimo
sacramento y de la procesión del Corpus. Entonces se
comenzó a elevar la hostia. y luego también el cáliz,
a la vista de los fieles, en la consagración. Con todas
estas formas muy justificadas de piedad y de devoción
fue el occidente diferenciándose también en estas cosas
del oriente, para el! cual la sagrada eucaristía es el tremen­
dum mysl'erium, el :profundo y tremendo misterio que se
debe ocultar con respeto y veneración tras unaironós·
tasis, sin exponerlo a 'las miradas profanas de los hombres.
Otra diferencia entre oriente y occidente consistia
en que la lengua litúrgica de occidente, el 'laUn, era por
10 general completamente incomprensible. mientras que
en oriente se empleaban por lo regular en el culto len­
guas entendidas por el pueblo. Camo por esta razón la
liturgia no ofrecía suficiente alimento a [a piedad del
pueblo, se formaron en occidente devociones paralitúr­
gicas que tenian para él más sentido. De esto no tenía
necesidad el oriente, porque los tesoros de la liturgia
eran accesibles al pueblo mismo.

b) Laó' nuevas órdenes.


También en 'la esfera del monaquismo se llevó a cabo
en occidente, precisamente en los siglos XI! y XlII. un
cambio decisivo. Ya los cistercienses de san Bernardo
de Claraval se habían desarrollado en forma de orden
fuertemente centralizada, contrariamente a los monas­
terios benedictinos. los cuales. según el modelo del
oriente, eran corrientes también en occidente como uni·
dades aisladas reunidas entre sí con vínculos relativamente
flojos. En el siglo XlII surgieron las órdenes de los fran­
ciscanos y los dominicos. con un ideal activo de vida

112

-~ ._-----,,~~.~. ...,.,..­
~~-~-----
r
religiosa. Estas órdenes consideraban como su quehacer
la propagación del reino de Dios en la tierra. sobre to­
do. mediante la predicación. mientras que el idea! mO­
nástico de oriente se cifra:ba en 1a fuga del mundo coa
el fin de hallar a DiOs en la contempladión mística. Así.
pues, la ortodoxia oriental y el catolicismo latino se
fueron desarrollando. de hecho. en forma cada ve:z, más
divergente.

i
113
VriCl.'il. 0rt04. 8
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n. TENTATIVAS PARA PONER TiÉRMINO


A LA ESCISIóN

lo Los MÉTODOS UNIONISTAS DE ROMA HASTA EL CONCILIO


DE LYÓN (1274)

La ulterior evolución en oriente y occidente, que tuvo


lugar ya en los primeros siglos que siguieron ai cisma.
opuso cada VetL mayores dificultades a la reunión de las
dos Iglesias. Sin embargo, ya desde los principios no
faltaron tentativas de colmar el abismo que separaba
a oriente y occidente." 'El principal obstáculo que difi­
cuitaba el éxito de tales esfuerzos era, aparte las diferen­
cias Y hasta contrastes existentes de hecho, la tendencia.
que se manifestaba por ambas pa:rtes a consitlerar la
propia modalidad como la única verdaderamente jus­
tificada. Aquí parece hallarse la razón más profunda del
fracaso de diferentes tentativas de unión y del poco re­
sultado de uniones que de hecho se llevaron a cabo. La
reunión de las Iglesias no puede efectuarse con absor­
ción de oriente por occidente, como tampoco viceversa,
sino dejando con verdadera caridad cristiana que cada
una de las dos partes conserve su propia idiosincrasia
en cuanto no esté en contradicción con la fe.
En este sentido existen hoy, en todo caso entre nos­
otros, en occidente, 'las mejores disposiciones en las altas
esferas. Como prueba de ello aduciremos aquí un pasa­
je de la tan SIgnificativa alocución pronunciada por su

115
,...

santidad Pamo VI con ocasión de la recepción dada a


los patriarcas orientales católicos en Santa Ana de le­
rusalén. El papa se expresó con una claridad que no
dejaba nada que desear sobre la posibilidad y hasta ne­
cesidad de que el mismo cristiano recibiese diferente
impronta en los diferentes pueMoo. He aquí sus palabras:
«Cada nación recibió la buena semilla de ITa prediCación 4-:.
de los apóstoles conforme a su propia mentalidad y cul­
tura. Cada iglesia local se desarrolló con su propia per­
sonalidad, sus propias costumbres, su propia manera de
oeIebrar los mismos misterios, sin que perjudicara a la
unidad en la fe y a la comunión de todos en la caridad,
como tampoco a:l respeto del orden establecido por
CriSto. Ta] es el origen de nuestra diversidad en la uni­
dad, de nuestra catolicidad, rasgo que apoyó siempre la
Iglesia de CriSto y que preciBarnrore en nuestro tiempo
nos hace vivir el EspíritUl Santo en el concilfu.»
t
a) Tentativas de absorción del oriente.

Si la actitud de espíritu que revelan estas palabras


hubiese tenido siempre vigencia en oriente y occidente,
no se habría producido nunca la escisíón. Si la Iglesia
católica universal se compone fundamentalmente de igle­
sias parciales, aunque unidas en lo esenciat cada una
de las cuales puede y hasta debe conservar su persona­
lidad marcada con un sello caracteristico, entonces es
posible la unidad en la libertad. Pero si el ideal 'ha de ser
la absoluta uniformidad, incluso en el rito, en la lengua
litúrgica, en la organización eclesiástica y en la estruc­
tura jerárquica, en la espiritualidad y en la manera de
concebir en palabras la insondable verdad divina de la
fe - es decir, en la teología - , entonces sólo se puede

116

- _
--,,-.-- ...­
-
-
_
~
'
_
r
---_.-.-.~_
..--,­

lograr la unidad si un grupo nacional predominante en


la Iglesia hace violencia a todos los demás pueblos; o,
lo que es lo mismo, a costa de la catolicidad. Semejante
unidad seria una. utopía que estaria en contradicción
con la naturaletza más íntima de la Iglesia cat6'lica.
Ya hemos insinuado que, al separarse el oriente a
.r causa de la es~isión del siglo XI, la Iglesia católica, que
quedaba de hecho casi totalmente restringida al occiden­
te latino homogéneo en 10 esencial, se halló en peligro
de considerar como lo únicamente valedero aquel estado
anornml y de suyo malsano. Entonces surgió el ideal de
la Iglesia unitaria uniformada hasta en los úlilinos de­
talles, en la cual debían quedar absorbidos con plena
nivclación otros elementos de modalidad un tanto di­
ferente. Mientras esto no pareciera realizable, se podía
en todo caso tolerar tales elementos. Sín embargo, en
el fondo se los consideraba como una extraña adheren­
t cia añadida a la Iglesia propiamente católica, que era,
naturalmente. la latina. Tal actitud .de espíritu, que de
hecho reinó una vez en la Iglesia, distaba inmensamente
de la expresada en el pasaje de la alocución de Pamo VI
que acabamos de citar. En otro lugar hemos tratado de
seguir detaIIadamente, basándonos en las fuentes más
antiguas. y de exponer con exacta documentación, estos
caminos tan enredados y complicados a través de los
siglos 1. Aquí nos 'limitaremoo a indicar brevemente al­
gunas fases de este proceso.
Los papas no perdieron nunca de vista la meta de la
vuelta a.la unidad entre oriente y occidente. Pero los
medios y caminos para llegar a esta meta se han conco­
bI'doen occidente distfutamoote en dilversas épocas.
1. Cf.. WILHELM DB VRIES, Rom und die Palriarchare des Ost~.
FribullJO do Brisgovia 1963.

117
"':

Cuando fOlS cruzados. en el año 12Q4.. en lUgar de li:berar


el saIlt.<J sepulcro, conquistaron ell ;mperio bizan1ii:no cri!s.
l'iano y erigieron el imperio latino de C<mstantlinopm, pa.
recJ.\:) habee llegado eilI momento de porree térmiD.o a fu.
esciSión y db haceu: que lOs griegoo voMera.n a fu obedien­
cia a IIa santa sede. El mismo Inocencio lll. que había
I
,
1
condenado sevetameDlte las· ccueli:Iades de los cruzados ~.)

en la toma de Constantliinopla, abrigaba esta especanzJl.


que en realidad había de demos1JraCse rI'usOIlia. En el tras­
paso del imperio de fos griegos a lbs latinos veía el papa
la mano de la Providencia, que db esta manera quería
restablecer la unildad d'e las IgJesills. Consideraba que,
mediante la ocupación del trono pat!ria:rcal de Constanti­
nopla por un 1atlino, había vuellto en princiPio a. la obe­
diencia a la sede apostólica aquel patriarcado hasta en­

tonces rebelde. Trató de llevar prácticamente a cabo
la unión eXigiendo a los obispos griegos el juramento de
obediencia al papa. El que no quisiera presta.elo, delbe­
tia marcharse. A los obispos griegos dispuestos a prestar
l
..".

el juramento los subordinó ell papa a! patriarca latino


y a. arzobispos latinos. No quedó, pues, nada de la tra·
dicional autonomía del patriarcado griego. In<JOéncio dio
a .sus cardenales legados una ím;teucción en estos tér­
minos: «La Iglesia griega debe ser transformada... en
piedad y pureza de fe, conforme a las ím;tituciones de
la santísima Iglesia romana.»
En un principio pensaba Inocencio con toda serie­
dad en futcoduciir. siIn más. el I'ilto fatino entre 1018 griegos.
Escribió ro emperador :latino que, como el imperio per­
tenecía ya a fos latinos, lo conveniente era que también
el ritus sacerdotii se adaptara al modelo latino. Sin em­
bargo, después hubo de modificar su deck;ión y, aunque
de mala gana y -con recelos respecto a 10s heréticos grie­

118

i.
"~~l

:"'-.

gos, optó por la tolerancia paca con sus usanzas parti­


culares. El IV conci!l.io de Letrán, dell año 1215, proclamó
el principio de la tolerancia: «Queremos tolecae sus ri­
too y costumbres en cuanto sea posible en el Señor.
I Pero no queremos ni podemos condescender con ell06
cuando se trate de cosas que pongan en peligro la sal­
) vación de las almas y sean contrarias al decoro de ~a
Iglesia.» Ya por aquella época había desaparecido en
occidente la verdadera estima interior de [a legítima
peculiaridad de los griegos. Sin esta base, s610 podía dar·
se una unión violenta, que no podía tener consistencia.
Y así, de hecho. se dlBolivió automátiCamente conta
caída del imperio lJatfuo (1260).

b) Mayor comprerm'ón en tiemp<78 de Inocencia IV

l
.
(1243-1254).
Inocencia IV se mosteó mucho más comprensivo y
complaciente con los griegos que Inocencio 1Il. Se de­
claró, en efecto, dispuesto a otorgar a los griegos que
vivían bajo el dominio latino la independencia de la je­
cacquia latina con subordinación inmediata a la santa
sede. Así concedió arzobispo propio a ~os griegos que ví­
vían en Chipre, mientras que Honorio 1Il había sometido
al arzobispo latino los obispos griegos de la -isla. Al pa­
triarca griego de Antioquía, David, que parecía estar
dispuesto a ~a unión, le propuso el papa tomarle a 61
y a sus sufragáneos bajo fa inmediata dependencia de [a
santa sede.
Es significativo, por :ro que -hace a la comprensión
y deferencia por ambas partes. -un proyecto de unión pre­
sentado en tiempos de Inocencio IV por el emperador
griego de Nicea, Juan Vatatzes, y aceptado en 10 sustan­

119
!~--_._-
'T'·"

cia] por Inocencio IV. Vatatzes esperaba que la unión


le permiti'era recuperar en paz su capítal, Constantino­
pla, mientras que el papa, al comienzo de las negocia­
ciones, veía en la unión de las Iglesias un medio de '1
di'suadilr al emperadlJI' griego de su alianza con· Fede­ "I
rico n. Éste no era, sin embargo, el motivo único y de­ ,:
cisivo, como resulta del hecho de que las negociaciones "'l
se prosiguieran aun después deIa muerw de FederiCO',
acaecida en diciembre de 1250. Vatatzes comunicó al
papa sus condiciones concretas para la unión por medio
de una legación que llegó a Roma a principios de 1254.
Walter Norclen enjuicia estas condiciones en la forma
siguiente: «Las concesiones a que se declaraban dis­
puestos el emperador griego y el patriarca con su sínodo
son las más amplias que jamás se hayan hecho a:1 pa­ '/
1:
pado ,por parte bizantina.» Los griegos reconocen' un
verdadero primado de jurisdiccióu del papa y el dere­
cho de apelación de Roma. La jerarquia griega está dis­
~

puesta a prestar juramento de obediencia al papa y a


reconocer las decisiones de éste con tal que no estén en
oontradicción con los cánones, los concilios o el evange­
lio. Al papa corresponde el derecho de presidir el con­
cilio. Por lo que hace 'al. Filioque, los griegos ponen la
condición de que no sea obligatoria la decisión del papa.
Cierto que todo esto distaba todavía mucho de la
autoridad incondidonal que posee el papa por derecho
divino.. La respuesta de Inocencio IV sólo la conocemos ~

por una carta de su sucesor Alejandro IV. Inocencio


aceptó las condiciones de los griegos. por lo menos.
como base para las negociaciones, aunque manifestó su
disgusto por la exclusión -poco lógica- del Filioque
de la potestad de decisión del papa. Estaba dispuesto
a dejar que residiera en Constantinopla el patriarca

120

---_.. ".', .._.'- - ..- - - , - . '-,-


-'""7:~" ..- ..---;-- ., .. """,~"------'"
":-'"

griego juntamente con el latino, y sobre todo aceptó de


plano la propuesta de, los griegos de que se tratara en
un concilio 'SObre [os detalles de la unión. Esto era mu­
cho más que lo que más tarde se concedió a 'los griegos
en el concilio de Lyón (1274). que les impuso senci­
llamente sin discusión las condiciones de Roma. '
Durante todo el siglo XIV se opusieron casi siempre
los papas a la propuesta, hecha repetidas veces por los
griegos, de celebrar un concilio deuni6n. Los tan pro­
metbfores proyectos de Ull'iónen tiempo de Inocencio IV
no llegaron. desgraciadamente. a realiZarse porque no
tardaron en morir el papa Y el emperador. y el sucesor
de éste, TeodIJI'o Laskaris, se mostró menos favorable.

2. LA UNIÓN IMPUESTA EN LYÓN (1274)

Como ya, hemos indicado, la unión de Lyón no fue


un verdadero compromiso entre oriente y occidente,
una verdadera conclusión de paz con reconocimiento
mutuo de la justificada peculiaridad de 'la otra parte,
sino una capitulación forzada de oriente ante occidente.
El emperador Miguel! Paleólogo vío su capital, Cons­
tantínopla, hacía poco reconquistada. amenazada por
Carlos de Anjou. Para tener a raya la codicia de éste,
necesitaba estar en 'paz con di papa. Con esto no que­
rernos decir que no deseara sincerameme la unión tam­
bién por motivos religiosos. Pero, como se hallaba bajo
la presión política, se mostró dispuesto a aceptar incon­
dicionalmente todas las exigencias de Roma e hizo en
vano 1a tentativa de imponer a la Iglesia de Constanti­
nopla 'estas condiciones, que en muchas cosas estaban
en abierta contradicción con la tradición oriental. No

121
logró su intento, aun cuando para ello hiw maltratar
y encarcelar a los adversarios de la unión. Ya habían
pasado los tiempos en que e! emperador podia imponer
a la Iglesia su voluntad en cosas de la fe. Lo único que
así logró fue que su nombre y la unión con Roma se
hicieran odiosos a sus correligionarios. Finalmente, mu­
rió excomulgado por ambas Iglesias. Su propia Iglesia
le negó la sepu:Itura.
Los legados enviados por el emperador a Lyón lle­
vaban ya consigo la profesión de fe dictada por el papa
y la incondicional aceptación. por e! emperador. Pero
la Iglesia de Constantinopla, en su mayoría,. no estaba
con él. Un sínodo ceilebrado allí en 1273 había rechaza­
do las exigencias del papa. Un tratado compuesto por
el emperador, en el que se quería demostrar a la jerar­
quia 'la legitimidad de la fe latina, halló violenta oposi­
ción por parte del patriarca, de los obispos, de 'los too.
!Jogos y de los monjes. No se quería saber nada de sumi­ ,,
sión al papa. Se tenía la convicción de h superioridad
de la fe ortodoxa con respecto a la latina. Cierto que 1a \
unión tenía también amigos, aunque pocos, entre los
cuales figuraba Juan Bekkos, que de adversario decidido
de los latli.llos se había convllr'tiOO en smcero partiliario de
:la unron. y después det concillib fue nombrado pa­
triarca por el ·emperador. De todos modos, los represen­
tantes del emperador, que el 6 de jU!lio de 1274 presta­
ron su juramento a la profesi6n de fe en nombre del
emperador, no expresaban la voluntad de la Iglesia de
Constantinopla. Y, aun cuando en la misa papal repi~
tieron tres veces en griego, en el credo, e! Filioque, no
por ello 'lograron una verdadera reconciliación de los
que opinaban contrariamente. Por !Jo demás, en Ly6n
no se exigi6 a los griegos que introdujeran e! Filioque

122
".,

en el credo, aunque sí después, bajo los pontífices que


sucedieron al papa del concilio, Gregorio x. El concilio
mostró cierta comprensión para con los griegos cuando,
en la sesi6n de 17 de julio, definió ,la procesión del Espí­
ritu Santo dellPadre y del Hijo como de un único prin­
cipio y fuente. Con ello se desvirtuaba, por lo menos,
uno de los reproches de los griegos contra !Jbs latinos,
a saber, que éstos admitlan das principios del Espíritu
Santo. Los ritos griegos se dejaron intactos en Ly6n, y
así continuaron también después d~] conciM.o.
Fuera de esto, no se tuvo la menor consideración con
la justificada peculiaridad de los griegos. Se les impuso
una fórmu'la de fe en que no sóIlo se exigía 'la aceptacióh
de la sustancia inalienable de la fe católica, sino que
además se trataba de imponer a la fuerza al oriente for­
mulaciones típicamente latinas de occidente y una con­
cepci6n del primado del papa codibionada por los tiem­
pos y no exigida necesariamente por la fe. Rezaba así:
<<La plerutud de la potestad [de la Iglesia romana] con­
\
siste ·en que ella comunica a ,las otras Iglesias una partí­
cipaci6n en su solicitud pastoral; en efecto, dicha Iglesia
romana ha dotado a muchas de ellas, y en particular a
los patriarcados, de diferentes privilegios, aunque man­
teniendo sus propias prerrogativas.» Ahora bien, con
ello parece decirse que todo poder de j,urisdicción en la
Iglesia no es sencillamente sino emanación y participa­
ción de los plenos ,poderes papales. Esto responde, como
ya hemos visto, a la concepci6n medieval de la plerritudo
potestatis del papa, pera que posteriormente no hicie­
ron suya ni el Tridentino ni el Vaticano I. De taJI concep­
ción se seguíría lógicamente que 'los obispos no son sino
encargados de recibir órdenes de! papa Y funcionarios
del mismo. Se deja de lado el derecho ,propio de los

123

-,-:;;,., ..;.". ~~~·'··cc'.~


.. ~~-
obispos procedente de institución divina. Salta a la vista
que tal concepción repugna a la tradición de oriente.
Que tal profesión de fe tropezara con resistencia en
oriente, no se puede explicar sencillamente por mala
voluntad de tos cismáticos. Se debió también, por 10
menos, a que el occidente de entonces no tenía ya la
menor comprensión para con la tradición. también justi­ t
ficada, de oriente relativa a la 'estructura de la Iglesia.
Lo mismo se diga de ia concepción de la naturaleza
de la potestad patriarcal contenida en la profesión de
fe. La acumu:Iación efectiva en el centro de la mayor
parte de los poderes y quehaceres que se ejercen en la
Iglesia, como se había constituido en ~ edad media
como consecuencia de una evolución de derecho positi­
vo, se extiende ta.mbien aquí, sin más. a oriente. A ello
había contribuido notablemente la ocupación temporal
de las sedes patriarcales de oriente por btinos. Así, los
muy amplios derechos de los patriarcas no podían en­
tenderse ya en Roma sino como participación de la
potestad papal, o sea, como pn'IvNegi.bs otorgados por el
papa. Esta concepción era nueva. No respondía a la idea
de la potestad patriarcal como la habían entendido los
mismos papas durante el primer m.iilenio. No estaba, por
tanto, fundada en e! derecho divino. Con esto no se
trata de negar la intrínseca justificación del proceso que
llevó a la centralización. Lo contenído en la ·profesión
de fe de Lyón es expresión de! derecho ,positivo enton­
ces vigente. Pero el error estaba en querer imponer a
oriente este proceso, que le era intrínsecamente extrafío.
Naturalmente, no pretendemos aquí pronunciamos so­
bre la culpabilidad de t3il. falta de comprensión para con
e'l oriente. No podemos exigir a los hombres medievales
un modo histórico de pensar que se ·ha ido constituyen­

124
do en los tiempos modernos. Pero hay que reconocer
que la ausencia efectiva de ·pensar histórico y de com­
prensión para con los otros impidió efectivamente una
verdadera reconciliación y ahondó todavía más el abis­
mo que separaba.a oriente y occidente.

t Aparte de esto, la profesión de fe de Lyón propone,


o por lo menos insinúa, en tal o cu3il. punto, doctrinas
que no pertenecen inequívocamente a la sustancia de la
fe. Por ejempllo: cuando, al tratar de la confirmación,
sólo se dice que es administrada por los obispos, parece
reprobarse con ello e! uso griego, según e! cual es con.
ferida por simples sacerdotes. Tampoco era necesario
imponer, sin más, a 'lbs griegos la terminología latina de
la conversión de la sustancia de!l' pan en el cuerpo
de Cristo (transsubstantia/io). El Filioque, que hubie­
ron' de aceptar lbs griegos en Lyón, no era tampoco,
como mostró el concill.b de Lyón, la única formulación
posible de la verdad de fe que se quería expresar.
La profesión de fe de Miguel P3il.e6logo fue durante
algún tiempo la clásica profesión que debian pronunciar
todos los orientales que querían volver al seno de la
Iglesia católica. Ahora bien. para no dificuitar innecesa­
riamente la unión, se hubiera debido exigir a 'los orien­
tales lo estrictamente necesario, y se hubiera debido de­
jar intacta la diferente formulación de una misma fe.
Ya en aquel tiempo reconoció el patriarca Juan Bekkos
que en muchas cosas sólo ,la diversidad de las fórmuJas
era culpable de la separación.
Después del concilio de Lyón, 'los sucesores de Gre­
gorio x, a saber, Inocencio v, Juan XXI y Nicolás IlI,
agravaron en la realización de 'la unión las condiciones
de suyo ya duras del concilio. Exigieron abjuración ex­
plícita y pública, petición de absolución y de confir­

125

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ml\ción de Jos poderes de los jerarcas, cosas todas ellas.
con ~as que se subrayaba todavía más que fu unión de
las Iglesias se concebia como sunilllión unilateral de lbs
cUllpabIes cismátiCos a la única Ig1e5ia verdlldera. No
siempre se procedió así. como mostró la posterior unión
de Florencia (1439). Pero hasta entonces hubo un largo
camino que andar.. En un principio siguió adelante el
proceso en ell sentido de una incomprensi6n todavía
mayor de occidente para con oriente. Más aún. se llegó
incluso a concebir el plan de absorción pura y simple de
la Iglesia griega en la 'latina, privándola de toda autono­
mía. pues sólo así se. creía garantizar la unidad en la fe.
El fracaso definitivo de la unión de Lyón ahond6 toda­
vía más en occidente la desconfianza hacia ~os griegos, a
los cuales se fue considerando cada vw. más como cis­
máticos y herejes empedernidos.

3. 'TENTATIVA DE PLENA LATINIZACIóN DE LA IGLESIA DE


ORIENTE .EN EL SIGW XIV

En un principio quedaron intenumpidas casi total­


mente las relaciones durante aJ1gunos decenios. El peligro
turco. constantemente creciente durante el siglo XIV. fue
el que fina:lmente indujo a los emperadores griegos a en­
trar de nuevo en negociaciones con occidente. Prome­
tieron a los papas la unión comopreoio de la ayuda
:nrilitar que aguardaban de occidente contra ~os turcos.
A esto se oponía radica'lrnente la tesis papa[. dictada por
la desconfianza hacia los griegos: Primero la uni6n y
luego la ayuda contra los turcos. Los griegos exigían
una y otra vez. como único medio posible para llegar
a la unión. la reunión de un concilio en el que se discu­

126
,.}

tieran libremente los puntos controvertidos. Entonces


la unión de las Iglesias seria el resultado de negociacio­
nes entre partes con igualdad de derechos. A esta exi­
gencia respondían los papas. con un Non possumus: No
podemos someter de nuevo a discusión una verdad de
fe ya definida. como el! Filioque. Su contrapropuesta era:
Enviad a occidente representantes que se dejen instruir
por nosotros y que. en nombre de los griegos. se some­
tan a la Iglesia romana como a la única verdadera. Por
consiguiente: Nada de discusiones. nada de negocia­
ciones. sino capitu1ación incondicional. Tal como esta­
ban entonces las =. era ésta una exigencia siD. pers_
pectiva alguna de éxito y que no tenía en cuenta en abso­
luto la verdadera situación en Constantinopla.
Esta situación aparece a plena luz en una explica­
ciónque dio el monje Barlaam de Calabria. al que el
emperador Andrónico III habia enviado a negociar a
occidente en el! año 1339: <<El emperador no puede mos­
trar abiertamente su voluntad de unirse con vosotros.
pues. si 10 mciera. muchos. tanto de la no111eza como
del pueblo senciHo. hallarían en e1lo una ocasión para
matarlo por miedo a que pudiera tratarlOs como lo había
hecho en su tiempo Miguel! Paleólogo.»
La situación mejoró con la subida al trono. en Cons­
tantinopla, (lel emperador Juan v Paleólogo. que 'había
sido educado en el espíritu católico por su madre Ana
de Saboya. católica de familia, aunque luego había pa­
sado exteriormente a la ortodoxia. Por 10 demás, cierto
influjo cultunrl latino, condicionado también por uniones
matrimoniales con princesas oocidentales. se había deja­
do sentir ya en Constantinopla en la época de las cru­
zadas. Así, Juan v no se veía plenamente aislado en su
posición. sino que habia en Constantinopla cierta olase

127
superior, aunque exigua, simpatizante con lo latino con
'la cual podían contar. Así se explica en cierto modo una
propuesta de unión de diciembre de 1355 que en otras
circunstancias podría parecer como capitulación de un
desesperado que se ve con el agua al cuello. El empera­
dor se ofreció a abrir Constantinopla a la cultura latina
y a hacer educar a su heredero por un latino. Un le­
gado pontificio tendría domicilio permanente en Cons­
tantinopla y debería promoverse a puestos de importan­
cia a sacerdotes griegos simpatizantes con 10s latinos.
E! summum era la oferta del emperador de enviar a occi­
dente como rehén a su segundo hijo, en prueba de su
sinceridad. La condición que el emperador, por su parte,
ponía era una ayuda militar inmediata y elícaz. De hecho,
en el año 1357 Juan v - respondiendo al deseo del
papa - abjuró persomdmente del cisma en Constantino­
pla en manos del enviado de Roma y recibió la sagrada
comunión de manos del 1egado, Pedro Thomas.
En cuanto a la ayuda militar, no se hizo gran cosa.
Bl año 1366 se dirigió el emperador Juan personalmente
a occidente para implorar ayuda, en 1369 se encontró
en Roma con el papa Urbano v y también en Roma pasó
personalmente a la Iglesia latina. Toda una serie de per­
sonalidades influyentes en Constantinopla siguieron su
ejemplo, o habían dado ya anteriormente el mismo paso.
Esto explica que entonces loo papas abrigaran la espe:­
ranza de que con conversiones individuales de hombres
de importancia se pudiera llegar por fin a una unión ge­
I neral que, en realidad, equivMdría a una renuncia de ia.
i Iglesia griega a sí misma. Esta esperanza o, si se quiere,
esta ilusión, sólo podía brotar porque en occidente se
había perdido la comprensión hacia la peculiaridad de
la tradición oriental. Entre los griegos se veía en todas

128

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r

partes error y degeneración, y se pensaba que el único


remedio era la total disolución de su Iglesia en ia. latina,
que entonces se consideraba sencillamente como idén­
tica con la católica. Que estas ideas estaban entonces
rea'lmente muy propagadas en occidente, se desprende
del hecho de que en no pocos casos, especialmente de
sacerdotes y monjes que querían hacerse católiCOS, se
exigía como condición la adopción dd rito latino. En
aquel tiempo se elaboró hasta sus últimas consecuencias
la idea o idea[ de unidad que habia surgido en occidente
inmediatamente a raíz del cisma. Hay que dar gracias
a Dios de que las cosas no quedaran así.

4. LA NEGOCIADA UNIÓN DE FLoRENCIA (1439)

Pocos decenioo después se había producido en la


actitud de Roma para con la Iglesia griega una trans­
formación que no tiene igual en la historía. En el con­
cilio de Ferrara-FUorencia (1438-1439) se hallaban grie­
gos. el emperador. el patriarca y numerosos obispos que,
como parte negociante, discutían con iguaMad de dere­
chos, negociándose una unión que tenía absolutamente
la farma. de un pacto bilateral entre dos partes a las que
correspondían los mismos derechos. una reunión de las
Iglesias que hasta entonces habían estado divididas, para
formar una sola bajo una cabeza suprema, pero conser­
vándose plenamente la legítima peculiarídad de cada
una de las partes. No se hizo 1a menor mención de
abjuración, de COIlIV"l'Si6I4 de absolución de cismáticos y
heréticos cu1p«bles. de retomo al único rediil, de nueva
concesión de poderes jurisdiccionales a tos jerarcas hasta
entonces cismátiCJJB, etc.

129
Vrics. Ortod.. 9

."',:',, ....,..-"'.. ~,.------


Mientras que en eI1siglo XIV, como hemos visto, ha­
bían rechazado siempre los papas la exigencia de un
concilio de unión formulada por los griegos, a los que
se había respondido con la invitación a acudir a Roma
para ser instruidos y retornar a la verdadera Iglesia.. aho­
ra, de 'repente, se acepta cl concilio completamente en cl
sentido de los griegos. En el siglo XIV, al deseo de los
griegos de que se discutieran abiertamente '1os puntos
controvertidos, en particu'lar el Filioque, hablan respon­
dido los papas con un estricto Non possumus. Ahora,
súbitamente, se decía prácticamente: Possumus. En efec­
to, durante meses enteros se discutió con toda libertad
sobre el dogma ya definido. Esto aparece como una
abierta contradicción. PerOl sólo es apariencia. En efecto,
al 'prestarse a la discusión sobre el dogma no querian los
latinos ponerlo en tela de juicio, sino únicamente com­
probar si en realidad se daban diferencias en cuanto a la
cosa misma o únicamente. diferentes modos de expresión
y diferente posición de los acentos. Cierto que esta solu­
ción se habría podido hallar ya mucho antes. Pero no se
halló. Quizá no se mostró nunca la Iglesia latina tan
complaciente con lOs griegos como en el concilio de
Florencia. ¿Cómo se llegó a estas buenas disposiciones?
Entre tanto, habían tenido lugar en occidente aconteci­
mientos capaces de frenar «cl orgullo de los latinos»,
del que todavía el emperador Manuel había dicho que
no sepodia reducir a un común denOIninador con la
terquedad de los griegos. Los latinos habían hecho en
sí mismos, en la forma más dolorosa, la experiencia
del cisma. Durante varios decenios hubo dos papas y
al fin hasta tres; occidente estaba dividido en dos y luego
en tres «obediencias». Unos y otros se excomulgaban
y maldecían mutuamente, y había incluso santos que

130
no sabían dónde estaba eJI verdadero papa y la verdadera
Iglesia. Esto habia quizá enseñado a los latinos a juz¡¡¡ar
con menos dureza a los cismáticos y herejes de oriente.
Sin embargo. no parece que esta situación condujera a un
aflojamiento de los conceptos de la unidad de la Iglesia
y 'de la naturaleza del cisma.
Se han conservado documentos pontificios del tiem­
po del concilio de Florencia.. o deJI período inmediata­
mente anterior o -posterior, que mantienen en cuanto
a la cosa absolutamente el antiguo punto de vista: Sólo
hay una verdadera Iglesia de Cristo, que en realidad no
puede estar dividida. Los cismáticos están fuera de la
Iglesia y a ella deben retornar. Pero en 'la práctica se
renunció a aplicar rigurosamente estos principios cuando
se juzgó necesario. Ambas partes tenían necesidad de
la unión: el papa Eugenio IV veía en ella un éxito per­
sonal para poder afirmarse mejor contra los rebeldes del
concilio de Basileil.; Jos griegos la necesitaban como pre­
cio de la ayuda miilitar de occidente contra 'los turcos,
que amenazaban ya muy de cerca a su capital. Realmen­
te, se hallaban con el agua a1 cuello. Con esto no que­
remos decir que la unión fuera sencillamente forzada y
que no se concluyera con verdadera convicción. Por 'lo
menos, buena parte de los padres conciliares griegos llegó
en el transcurso de las deliberaciones a la convicción de
que ~'a fe de los 'latinos concordaba en cuanto a la
materia con la de ~os griegos.
La idea de un concilio. que en cl siglo XIV parecía
inaceptable a los latinos, se les había hecho familiar
debido a los aconteciinientos del cisma de occidente.
Este cisma se había resuelto por fin, efectivamente, me­
diante cl concilio de Constanza (1414). ¿Por qué no había
de servir también este medio para poner término a la

131
I
escisión entre oriente y occidente? Las ideas conciliares,
que llegaron a ser dominantes en iIa época deil cisma
de occidente - aun cuando no surgieron entonces por
primera vez - , tenian mucha más afinidad con la con­
cepción griega de la estructura de la Iglesia, que la idea
medieval del priIruldo como se había desarrollado sobre
todo a partir de Gregorio VII.
Así pues, las circunstancias se prestaban a fomentar
por ambas partes la buena vdiuntad de dar beligerancia
también al otro. Así en Florencia se llegó, por 10 menos
en a1gunos puntos, y por cierto importantes, a un verda­
dero compromiso que podía servir de modeilo en lo su­
oes.i.vo. Cierto que no en todo, como veremos. Así, por
ejemplo, y especialmente, en la cuestión del primado y
de los derechos patriarcales.
Sobre todo en el principal punto dogmático contro­
vertido, la procesión del Espíritu Santo, al cabo de me­
ses de discusiones llevadas adelante con la mayor IIiber­
tad y franqueza, se llegó a un verdadero acuerdo. Los
griegos se convencieron de que los padres Ilatinos de
la Iglesia, venerados también por ellos como santos y
tenidos en cierto modo por infalibles, habían realmente
enseñado la procesión del Espiritu Santo del Padre y del
Hijo, y que por tanto no querían decir materialmente
otra cosa que qo que daban a entender los padres griegos
de la Iglesia cuando hablaban de la procesión del Es­
píritu Santo del Padre por el Hijo. Los latinos recono­
cieron la rectitud material de la fórmula de los griegos
y no exigieron ya - como lo habían hecho anteriormen­
·fil 1as más de las veces - que adoptaran la formulación
latina de la verdad de fe, sino que aceptaran únicamente
su sustancia. Finalmente, los griegos reconocieron tam­
bién la legitimidad de la inserción del Filioque en el

132

~~-----~-~-.~._-~...
,..:-;-"""'--" .

credo, aunque pusieron por condición que no se les im­

I pusiera a ellos tal aditamento, a lo que se avinieron


de buena gana los latinos. La cuestión del pan fermen­
tado o del pan ácimo en la eucaristía fue eliminada sin
grandes dificultades mediante mutua concesión. Se de­
jó por fin de ·larlo una disputa tan inútil, y cada parte re­
conoció la legitimidad del uso de la otra.
Con esto quedaba ya establecido el principio de la
igualdad de los ritos, aun cuando todavía se requeria
tiempo hasta llegar a la aplicación práctica del principio.
En todo caso, el concilio abandonó la tesis, sostenida
prácticamente en occidente en el siglo XIV, según la cual
la aceptación del rito ·latino era condición indispensable
para la unión. En la cuestión del lugar de purificación
- el purgatorio - , en el que según la doctrina latina
deben expiar sus faltas los que sa~en de este mundo
gravados con pecados veniales, cosa que no querían
admitir los griegos, se llegó también a un acuerdo,
dándose las partes por satisfechas con la concordia ma­
terial en lo esencial, pero sin insistir en idénticas formas
de expresión. No se impuso ·a los griegos la palabra pur­
gatorium. Ellos reconocieron, no obstante, que los di­
tuntoo deben sufJ:ir «penas purificadoras», y admitieron,
por tanto, un estado pasajero de preparación para la
entrada en el cielo, pues de Io contrario no tendría sen­
tido la práctica., corriente desde siempre también entre
los griegos, de orar por las almas de 'los difuntos.
Sin embargo, en un punto, y por cierto de la mayor
importancia, no se llegó en Florencia sino a un enten­
dffiúento aparente, a saber, en la cuestión de la estruc­
tura de la Iglesia. Se trataba del sentido del! .pñmado y
de los derechos patriarcales. La fórmula de unión de
Florencia se entendió desde un principio por ambas

133

".
m.-~.~~ ------­
partes en un sentido radicalmente distinto. Ambas usaban
las mismas palabras. pero les daban un valor comple­
tamente diferente. Aquí se echa de ver que la unión de
Florencia tuvo un significado solamente rélativo. Al
punto candente del primado sólo se llegó algunas sema­
nas antes de la conclusión de na unión. Sobre este punto

no hubo discusiones a fondo, por 'lo cual no salió clara­
mente a w. luz la diversidad fundamental de ambas con­
cepciones. Se disimuló la grieta, pero no se elimin,ó real­
mente. El 22 de junio de 1439, C31toroo días antes de
clausurarse el concilio. el papa Eugenio IV presentó al!
emperador Juan VIll un ,proyecto de definición del! pri­

I
mado en eI1 que se dccía que eI1 papa p<J5ee el derecho
de convocar concilios ecuménicos y que los patriarcas
orientales le están subordinados. El emperador respondió
a la propuesta con' ,una negativa categórica. Poco faltó
para que en el último momento se diera al traste con
el concilio. Juan declaró prácticamente: «Si insistís en
aso, no tenéis más que preparar los barcos. Nos mar­
chamos, pues carece de sentido discutir siquiera so­
bre ello.»
La convocación del concilio había sido durante to­
do el primer mNenio prerrogativa del emperador. La
idea de la subordinación de 'los patriarcas al papa. en el
sentido de que éste tuVliera el derecho de dar órdenes a
los patriarcas en asuntos disciplinares y de inmiScuirse
en 'la 'administración autónoma de sus patriarcados, ba­
bía sido algo insólito para los griegos. La tarde del 26 de
junio enviaron al papa un contraproyecto en el que no
se haMaba ya del derecho de convocación de los conci­
lios ni de la subordinación de !los patriarcas. En cam­
bio, inmediatamente después de reconocer al papa como
caberz.a de la Iglesia universal, se insertaba la cláusula:

134

" "0 0 'o<o _ _ ~ ~ c o , ~ ~ ~ ~ oo,," o,~-,- ~ _


«Salvos 'los privilegios y derechos de los patriarcas de

I¡ oriente.» 'El 2 de juilio añadieron todavíalos griegos


- con gran disgusto del1 papa - una palabrita, a saber.
«todos», de modo que la cláusula rezaba entonces:
«Salvos todos los privilegios y derechos de los patriar­
cas de oriente.» El papa lo admitió también por el
bien de la paz.
Conviene tener presente que en él esquema primitivo
'la oláusula seguía inmediatamente después de la descrip­
ción de los derechos del papa, lo cual era, ,por tanto, en
el sentido de los griegos, una restricción de estos dere­
chos. El papa se comprometió a respetar - él Y sus su­

I
cesores - los privilegios y derechos tradicionales de los
patriarcas de oriente. 'Bn la tórmula de unión aceptada
finalmente se insertó todavia - en realidad. no se sabe
cómo --, antes de la cláusula, un pasaje sobre el orden
jerárquico entre los diferentes tronos patriarcaIes, con
lo cual quedaba oscurecido el sentido.
Los griegos estaban convencidos de que apenas cam­
biaba algo su situación efectiva con ~a aceptación del
primado. Únicamente se restaMeció el antiguo derecho
de apelación a la sede romana, como había exiStido an­
tes del cisma. A lo que parece, el primado era para ellos
un asunto puramente canónico, pero no cosa de fe.
Lo importante era para enos que siguieran mantenién­
dose como antes los derechos y privilegios de los patriar­
cas. o sea. su tradl\::ll.OnaJ. admrunistración- autónoma. Los
latinos miraban la definición del .primado con ojos muy
diferentes. Para enos. él «ser cabeza de la Iglesia» in­
cluía el derecho de ejercer jurisdicción inmediata en
la Iglesia entera, por tanto también en oriente. como
también el de velar por ,la rectitud y de intervenir en
todas partes. De hecho. Eugenio IV trató de hacer valler

135
~

su autoridad también en Constantinopla, pero en ello


tropezó con la total incomprensión de los griegos. En oc­
cidente no se sabía ya por entonces qué hacer con los
«privilegios y derechos de los patriarcas». La autoridad
del centro se había reforzado de t31 manera" debido a la
evolución medieval, que tales «privilegios» sólo podían
entenderse ya como libres concesiones por parte del papa.
En Roma no se tenía ya la menor comprensión de
1a vieja autonomía de los patriarcas. que sin expresa con­
cesión de Roma se habia ido formando a base del dere­
cho consuetudinario sancionado por los concilios. El ro­
mentario contemporáneo del cardena!l Torquemada da
una idea gráfica de la concepción entonces reinante en
oriente de los «privilegios. y derechos de los patriarcas».
Los privilegios son sencillamente para el cardenal los
otorgados a los patriarcas por el IV concilio de Letrán.
Acerca de los «derechos», dice únicamente que la san­
ta sede no tiene la menor intención de oercenar los dere­
chos que ella misma ha concedido. De qué clase sean
estos derechos, es cosa que queda completamente oscura.
Así pues, en definitiva todo depende del 'libre albedrío
del papa.
Por consiguiente, en Florencia bajo las mismas pa­
labras entendieron orientales y occidentales cosas com­
pletamente distintas. En este equívoco reside la falta
capita'l de este concilio y la razón más profunda de to­
dos los conflictos uiteriores entre la autoridad cootrai
de Roma y 10s nuevos católicos de oriente.
La unión de Florencia no tuvo consistencia perma­
nente, sobre todo, porque no se había preparado psicoló­
gicamente entre el clero inferior, los monjes y el pueblo
de Constantinopla. Bajo la presión de la opinión públi­
ca, más de 13 mitad de los obispos que habían suscrito

136

... _--~.~---- - .... ..


.....•. -.-.-, •.. - -,­
~'Wf ..~..ro

la unión en Plorencia retiraron inmediatamente su firma.


La Iglesia de Constantinopla estuvo temporalmente di­
vidida en partidarios y adversarios de la unión. Con la
conquista de la ciudad por los turcos, el 29 de mayo de
1453. se acabó la unión de oriente y occidente. La Igle­
sia griega denunció finalmente - aunque sólo el año
1484- en forma oficial la unión de Florencia. Un em­
peño iniciado con tan buena vdIuntad por ambas partes
se estrellaba finalmente contra las circunstancias des­
favorables de los tiempos.

5. 'TENTATIVAS DE UNIÓN DESDE EL CONCILIO DE FLOREN­


CIA HASTA LA FUNDACIÓN DE LA CONGREGACIÓN DE
PROPAGANDA FIDE (1622)

Pese a todas sus deficiencias. el concilio de floren­


cia marca un punto cu1minante de 'la mutua compren­
sión entre oriente y occidente. En las páginas que siguen
vamos a describir el ulterior proceso histórico, primero
hasta la fundación de la Congregación de Propaganda
Fide, con la cual se inicia una nueva fase en los es­
fuerzos de Roma por ganar a oriente para el restableci­
miento de 2a unidad. No se trata aquí únicamente de la
cuestión de hasta qué punto se inclinaba Roma a dejar
subsistir los ritos litúrgicos, sino de su actitud frente a
la entera herencia espiritua'l de oriente, y sobre todo
frente a su estructura jerárquica y su tradicional auto­
nomía administrativa, su propia teología y su especial
espiritualidad.

137
~,

a) La actitud de Roma frente a oriente en el periodo


del renacimiento y de la contrarreforma.
Después de la caída de Constantinopla (1453), las
relaciones entre Roma y la Iglesia bizantina quedaron
en un principio prácticamente interrumpidas durante
un siglo. sencillamente porque la situación pd1ftica no
las permitía. Sin embargo. también en este periodo te­
nían los papas contacto con griegos. en concreto con
aquellos que vivían bajo dominación latina.. tanto en las
posesiones venecianas de oriente como en el sur de Italla
y en Sicilia. Su posición para con los griegos y su propia
peculiaridad variaba según eE espiritu de b época.
como también según el carácter de los diferentes papas.
El reconocimiento básico de ~os ritos y usos de ,los grie­
gos. que se habían expresado en Florencia, siguió man­
teniéndooe en un principio. Pero ya durante eI pontifica­
do de Pallio II se vuelve a tropezar con la actitud de
espíritu medieval con respecto a los ritos. Poco impor­
ta que la carta del papa en que se revela esta actitud no
fuera dirigida a griegos, sino a maronitas. Lo que nos
interesa es la actitud fundamental frente a! oriente que
aquí se manifiesta. En un escrito del año 1469 al patriarca
maronita, el papa exhorta a los maronitas a adaptarse
rodo '!o posible a los ritos de la santa Iglesia universa1
romana.
La era del renacimiento, con su predilección por todo
lo griego. ilndujo. sin embargo. tambilSn a algunos papas
de [a 'primera mitad del siglo XVI a una actitud más posi­
tiva. aunque sólo pasajera. frente a la peculiar modali­
dad eclesiástica de los griegos. La contrarreforma. que
no tardó en iniciarse, con su tendencia general a la

138

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'1 "
1

I
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uniformidad en ell campo católico y su marcada descon­


fianza 'hacia herejes y cismáticos. acarreó un empeora­
miento de la situación. León x (15I3-1521) tomó bajo
su especial protección a los griegos que se hallaban
bajo la dominación latina. envió un comisario especial
para defenderlos contra los atropellos de los latinos y
permitió a los obispos griegos que ejercieran su jurisdic­
ción, sobre los que pertenecían a su rito aun en zonas
preponderantemente latinas. El papa hizo además es­
pecial referencia a la aprobación que se había dado
a los ritos de los griegos en el! concilio de Florencia.
Pauro III volvió a urgir ]las disposiCibnes de León x.
Ju'lio III (1550-1555) confirmó incluso a un obispo griego
de Agrigento nombrado por el arzobispo de Ocrida, sin
cuidarse demasiado de si el mismo arzobispo era real­
mente caró1ico.
Con la contrarreforma vino la reacción contra estas
deferencias. La actitud combativa contra ja herejía en
occidente vuelve a inspirar a los papas de esta época
nuevos recelos hacia !los griegos y los inclina a descu­
brir entre ellos abusos y herejías. Es característiCa de esta
época la bula de Pío IV de 16 de febrero de 1564, que
revoca todas las concesiones de sus predecesores en favor
de los griegos. dando como TaZón de tal medida que
aquellas concesiones sólo habían servido para fortale­
cer la herejía y para que se ,propagaran usos censurables.
como. por ejemplo. el de dar la comunión a los niños
en el! momento del bautizo.' 'El tono de este escrito es
verdaderamente duro. En él se habla de superstición.
de impiedad, de sacri'!egios, etc. Vuelve a someterse a
los griegos a los obispos latinos. que deben vigilar su
culto y su administración de los sacramentOS. Con ello
se abrían de par 'en par las puertas a la [atinizaciÓll.

139

~~~~---, -""~,-~.~~.~-- ---~


T
I

En .todo caso, hay que reconocer que el catolicismo de


los griegos de Ita!lia en aquella época era, efectivamente,
muy dudoso. Pero se hubiera p<XIido pensar que con
una mayor comprensión de su índole peculiar hubiera
sido más fácil ganarlos interiormente para la Iglesia ca­
tólica.
Precisamente en tiempos de Palllo IV nos hallamos
con un caso especialmente claro de incomprensión hacia
la peculiaI'idad teológica de los orien1l:lkl;, así como de ~
tendencia no sólo a ~ers :Ia.ace¡:>tación de la sus­
tancia de la fe católica, sino también a imponerles en
gran manera la teología latina como lrlgoesencial al
catolicismo. Al patriarca caideo 'AlxIiSo', que había
llegado a Roma, se le exigió que hiciera una profesión de
fe a la que se había añadido todoel1 «decreto de los aro
meniOS» del1 concilio de F!lorencia. Una yefL más, impor­
ta poco aquí que la faita de comprensión para con los
orientales se muestre con un caldeo más bien que con
un griego. El caso es un indicio de la actitud que rei­
naba entonces en Roma frente a los orientales en gene­
rat El «decreto de los armenios» contiene, como es sa­
bido, cosas que no 'tienen nada que ver con la fe católi­
ca, sino que son de inddle meramente disciplinar, 00­
mo la prescripción de que en las órdenes se practique
!la trOOitio instrumerrtorum, que es designada como ma­
teria del sacramento. El patriarca. tuvo que jurar que
creía aque1Ia doctrina, sumamente dudosa, y que estaba
dispuesto a dar la vida por tal fe.

b) Los esfuerzos de Gregario XIII (1572-1585).


En realidad, no se hizo esperar mucho la crítica de
esta manera de proceder. En tiempos de Gregorio XIII,

140

I

que para su tiempo demuestra personalmente una gran


comprensión hacia oriente, el cardenal Gabriel Paleotto,
en un dictamen acerca de la profesión de fe de Pío IV,
notaba con razón que no es admisible que en una profe­
sión de fe se haga jurar sdlemnemente cosas que no
tienen nada que ver en rea1idad con los artículos de 'la fe.
Con Gregorio XIII (I572-1585) se produjo un cam­
bio en favor de los orientales. Este papa se ocupó in­
tensamente en el empeño de ganar 'a los cristianos sepa­
rados, sobre todo enviando como nuncio al Próximo
Oriente a Leonardo Abe1 (1583), cuya actividad prepa¡ó
las lrltl:lriores uniOnes parciaJ.es. NosJ:ilmitaremos a adu­
cir aquí un testimonilo de la profunda estima que pro­
fesaba Gregorio XIII a roo, orientales: dispuso que, en
lo sucesivo, en los nuevos nombramientos de obispos
titulares no se dieran ya útulos de ciudades en que hu­
mera obispo cristiano, aunque no fuera católico. La pro­
fesión de fe para los griegos que se elaboró durante
el pontificado de Gregorio XIII y sirvió luego de mode­
lo para la de Urbano VIII, la culrl ha venido a ser clási­
ca, mostraba, en tocio caso, mucha más deferencia para
con los orientales que 111. profesión de Pío IV. Sin em­
bargo, aquí tammén se suprimen las concesiones hechas
a los griegos en eJI concilio de Florencia. La profesión de
fe contiene fu. fórmula [atina del Filioque. ~ige a los
griegos, contrariamente a Florencia, la aceptación de
la -palabra purgatorium y. después de la definición del
primado hecha con las mismas palabras de Plorencia,
omite el aditamento, tan importante a los ojos de los
griegos, relativo a la salvaguardia de los privilegios y
derechos de los patriarcas. De aa profesión de fe de
Trento se toma, entre otras cosas, la pa!labra trans­
substantiatio (tra nsubsta nciación).

141
._,,,,,~

,., ,
A Gregorio XIII sucedió Sixto v (1585-1590), quien,
contrariamente a su predecesor, mostró muy poca com­
prensión para con los orientales. Es éste un ejemplo de
cuánto ha dependido también de la posición y actitud
personal de los papas la cuestión de 'la aproxnnación
entre oriente y occidente.

6. LA CONGREGACIÓN DE PROPAGANDA FIDE y EL ORIENTE


HASTA LA FUNDACIÓN DE LA JERARQuíA MELQUITA (1724)

Con la fundación de la Congregación de Propaganda


Fide por Gregorio xv, en el año 1622, entró en una nueva
fase la cuestión de las relaciones entre Roma y e}o orien­
te. Hasta entonces se había creído poder llegar a una
unión de conjunto mediante embajadas y negociacio­
nes con los cabezas de las Iglesias. Esta esperanza se
había demostrado ilusoria. Con la Congregación de
Propaganda Fide se había creado un aparato adminis­
trativo que ahora abordaba sistemáticamente el proble­
ma de la aproximación al oriente y de la superación del
cisma, y dirigía· desde el centro 'los esfuerzos en este
sentido. 'Es significativo que el mismo departamento
romano que tenía como fin principlrl la propagación de
la fe entre I.os paganos se ocupara también de este que­
hacer de índole completamente distinta. Se trataba de
hacer volver a los herejes y cismáticos a fu única grey
de la Iglesia católica, que en el fondo se seguía todavía
identificando con la Iglesia latina, no ya de restablecer
una unidad orgánica entre oriente y occidente en la Igle­
sía universal, como había existido antes del cisma. En
todo caso, la Congregación de 'Propaganda Fide se dejó
guiar desde un principio por la convicción de que el res- .

142

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'"

peto de los usos particulares de oriente era un requisito


indispensable para el éxit\) de las tentativas de unión.
Ahora ya los ritos y usos orientales no son meramente
tolerados por Roma, 000 pooitivamente protegídos. a
veces incluso contra los mismos orientaJes, los cuales,
bajo e1 i'nfIujo de Ibis reliígiOlSos latinos que trabajaban
entre eIlos. se hallaban dispuestos a adapta.rse en gran
manera a'.I mode!lo latino. Pero en el fondo se ·hace esto
por consilderaciones de utillídad. La mejor prueba de
ello es el hecho de que la antigua tendencia de adap­
tación a occidente siguió adel!ante aun después de la
fundación de la Congregación de Propaganda Fide
dondequiera que no existían las razones prácticas para
la preservación de los ritos, como en el sur de Italia y
en la India.
El antiguo ideal de la unidad que habia estado en vi­
gor en 'la edad media, siguió dominando todavía en la
teoría. aun cuando en la práctica se estaba dispuesto
a hacer concesiones. Hasta la estima y veneración del
entero legado espiritual de oriente, procedente de la
intima convicción del propio valor de la tradición orien­
tal, habia todavía mucho camino que andar. Cierto que
se notan ya conatos en este sentido. En una instrucción
secreta al carmelita Josef Sebastiani, que quería restable­
cer la unidad después de la escisión habida entre los
mambares de la India,a mediados del1 siglo XVII, reconoce
con todo la Congregación de Propaganda Fide que los
ritos de los orientales contienen no pocos elementos de
gran valor religíoso, pero a~ mismo tiempo muestra gran
reserva frente a:! rito siríaco oriental de los malabares,
considerados como sospechosos de nestorianismo. Poco
después se deja oír por primera v~ en un documento de
la santa sede el! motivo propiamente decisivo de la estima

143

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y respeto de 100; usos particulares de oriente, a saber, en


la carta de ~ Congregación al arzobiSpo siIrocatólioo de
Afupo, Andrés AkIDgan. En ella se dice: «La santa sede,
como madre universat! de todos. preserva de buena ga­
na los usos de cada nación a condición de que sean an­
tiguos y laudables.» La congregación de Propaganda
Fide comenzó también muy pronto a darse cuenta de
que no bastaba la mera conservación de 'los ritos litúr­
gicos y los usos relacionados con 'la .liturgia. como. por
ejemplo, 'las prescripciones sobre el ayuno. Ya en 1631
se pronunció acerca de la cuestión fundamental' de si
los orientales habían de seguir su propio derecho eclt>
siástico o si debian someterse al derecho canónico 'lati­
no. A una consulta de unos misioneros de oriente, res­
pondió que los orientales no estaban de suyo sujetos a
las prescripcion~ del derecho latino. Enitonces estable­
da ya la Congregación los mismos principios acerca
I de fa Uey eclesiástica que casi 300 años más tarde sen­
taría en su primer canon el Codex ¡uris Canonie/.
En un punto, y por cierto muy importante. mostró,
no obstante, la Cougregación de Propaganda Fide muy
poca comprensión para con la tradición de oriente. Nos
referimos a 10 que afecta a 'la tradicional administración
autónoma de los patriarcados. En todo caso. hay que
tener aqID en cuenta que los patriarcados catMicos
surgidos de nuevo a partir de mediados del siglo XVI
1:
,1
no eran ya sino una sombra de los florecientes patriar­
i' cados del primer milenio; eran pequeños grupos. en di·
~tl
fícil lucha por la existencia. que teman urgente necesi­
dad de la ayuda. incluso material, de Roma.. De todos
modos. es cierto que la Congregación introdujo sin re­
I1 paro también en oriente el sistema de administración
centralizada que reinab'd hacía tiempo ya en occidente.
Irl

',II1 144
I~

1,.

---"''-''-­
r sin darse cuenta de 'lo mucho que as.í se dificultaba la
unión de las Iglesias separadas. De esta manera, los cris­
tianos orientales hasta entonces separados 'eran coloca­
dos en una situación que de hecho no habían conocido,
puesto que durante el primer milenio habían gozado de
muy amplia autonomía administrativa. Esto dio lugar
a no peqUeñas complicaciones y contlictos. No faltaban,
sin embargo, en la Congregación de Propaganda Fide
hombres perspicaces que, por '/o rnooOlS, se hacían cargo
del proolema y estaban dispuestos a salir al encuentro
a los orientales también en este espinoso punto. 'En una
carta del secretario de la Congregación al asesor del
Santo Oficio, de 20 de octubre de 1657. leemos: «No
es posible tratar a esas gentes [a los cristianos orientales
católicos] de la misma manera como se suele tratar a
nuestros católicos [en occidente]. Esas cosas se resuel.
ven con el tiempo por sí mismas. Si ya desde el princi­
pio se quiere poner orden por 'la fuerza, se echa aper­
der todo.» Pero también aquí el motivo decisivo es pura­
mente práctico, no ya la interna convicción de la legiti.
midad de 1a propia es1lructura jerárquica de orien1\:).
Incluso en el problema todavia más arduo de las con­
sideraciones con 'la teología propia de los orientales,
hallamos cierta comprensión en los primeros tiempos
de la Congregación de Propaganda Fide. El papa Urba­
no VIII (1623-1644) dio, en el año 1632, a una comisión
de dicha Congregación el encargo de elaborar una nue­
va profesión de fe para los orientales. Esta comisión
mostró no pequeña oomprensión de la inddle peculiar
de los orientales, incluso en el campo de la teologia,
así como de la necesidad de formular las verdades de
fe en un tenor apropiado a ellos. La profesión de fe
de Gregario XIII. que entonces se atribuía erróneamente

145
Vries. Ortod. 10
a Clemente VIlI. fue sometida a una crítica franca y
valiente. Se halló que era demasiado escolástica en la
forma de expresión. que había que tomar más en con­
sideración la forma de expresarse los antiguos conci­
lios y los padres griegos. De hecho, también en la pro­
fesión de fe de Urbano VIlI elaborada por la comisión
se hallan no pocos términos escolásticos que en realidad
parece que se habían querido evitar. Esta profesión de
fe se exigió en 10 sucesivo - salvo pocas excepciones­
a todos los orientales que querían hacerse católicos.
Ciertamente, en un punto no parece que se hiciera
de veras cargo la C'..ongregaciÓD de Propaganda Fide de
la necesidad de respetar el legado espiritual de oriente,
a saber. en 10 que se refiere a la espiritualidad y a las
formas de devoción. En este campo, los religiosos lati­
nos enviados por ella se dedicaron sin reparos a la !Ia­
tinización. Apenas a ellos y a los que los enviaban de Ro­
ma les vino a las mientes que también en este terreno
se debía respetar la índole particular de los orientales.
El occidente latino estaba por entonces tan convencido
de su superioridad sobre el oriente precisamente en este
campo, que apenas les vino la idea de desenterrar los
tesoros ocultos de la espiritualidad oriental. A los orien­
tales, que en los mi'! años de opresión islámica que ha­
bían atravesado habian perdido mucho de su viejopatri­
monio espiritual. les dieron los misioneros ni más ni
menos que lo que ellos mismos poseían. a saber, su pie­
dad y sus formas de devoción occidentalles. Es caracterís­
tica de la conciencia de superioridad del occidente la­
tino de entonces. una dispoSición rpromulgada por la Coil­
gregaciÓDde Propaganda Fide para los miSioneros eil año
1659: han de fundar en todas partes escuelas y enseñar
a la juventud 1a lengua latina y la doctrina cristiana.

146

-'--~'-
A esta latinizaciÓn del oriente contribuyeron tam­
bién notablemente los sacerdotes indígenas formados
en Roma, los cuales, después de terminados los estu­
dios, eran enviados a su 'patria por la Congregación como
misioneros apostólicos con las mismas facultades que
los relligiosos latinos. El mismo Gregario XIII había fun­
dado ya en Roma. en 1576. el Colegio griego. Este papa.
de mirada penetrante. quena realmente formar así sacer­
dotes griegos. no latinos. Ordenó que toda la enseñan­
za se les diera en griego y 'hasta prohibió que los estu­
diantes aprendieran latín. Pero esto no duró mucho
tiempo. Una relación de visita del año 1602 habla de
las quejas de los alumnos porque no se les explica nada
acerca de 'las controversias entre griegos y latinos. La
formación era cada vea. más occidental, y 10 mismo su­
cedía en los Colegios fundados posteriormente. En el
Colegio de Propaganda Fide fundado en 1627 por Ur­
bano VIlI había, entre los alumnos de las tierras propia­
mente de misión. también orienta!Ies de todos los ritos.
Por lo menos, se puso empeño en no enajenar a éstos to­
talmente de sus propios ritos. Los domingos y días fes­
tivos se !los enviaba a las iglesias de sus respectivos ritos
que ya existían entonces en Roma. Por lo demás. se­
guían, como se dice en una relación de visita. «el rito
latino universal».

7. LA FUNDACiÓN DEL PATRIARCADO MELQUITA


CATÓLICO (1724)

A la actividad de la Congregación de Propaganda


Fide y a la de los relligiosos latinos enviados por ella
COmo misioneros se debe el que en el Próximo Oriente

147

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se superara en parte la división. Con eI1 intenso trabajo
menudo de los re1igiosos se fue ganando poco a poco
inten"brmente pa.ra la Iglesia católiCa a buena parte de
los fieles. Cuando se creia que había llegado el' momento,
se procuraba ligar de una vez a la entera comunidad
con la Iglesia universal mediante b creación de un pa­
triarea católico. Esto no se 10gró en ningún caso. Los
adversarios de la unión oponían al patriarca establecido

- por Roma otro no católico, que precisamente desde en­


tonces estaba en oposición contra ·todo lo católico. Así
sucedió que, de hecho, aunque muy contra la voluntad
de 'la santa sede, vino a dupliéarSe la jerarquía..
'Precisamente en época reciente han expresado cató­
licos orientales la idea de que, con a!Igo más de pacien­
cia y con una espera a:lgo más larga, se habria alcanzado
probablemente más, y quizá incluso la uníón total. Es
cosa difícil de decidir. En todo <:aso. hay que recalcar
que la santa sede no pretendía duplicar la jerarquía. Este
resultado se debió al avance romano y seguramente se
hubiera podido prever con una apreciación más obje­
tiva de la situación real. Que Roma «perdiera b pacien­
cia», tuvo sin duda por motivo principal la actitud ne­
gativa de la santa sede con respecto a la participación
en el culto juntamente con los heterodoxos. Ahora bien,
ésta era sencillamente inevitable si no se establecía una
clara separación entre católicos y acatólicos. Mientras
hubo cristianos católicos y acatólicos en la misma co­
munidad y bajo el mismo jerarca, era imposible poner
en práctica :los decretos de Roma contra la participación
de los católicos en el culto de los otros. Roma no queria
esta participación porque veía en ella un reconocimien­
to de los j=rcas y sacerdotes acatólicos como legíti­
mos ministros de los sacramentos y de las comunidades

148
separadas como auténticas Iglesias en el pleno sentido
teológico de la palabra.
Todavía se hace a la santa sede otro reproche aún
más grave que el anterior, a saber, que la unión por ella
fomentada, pese a todas las promesas de respetar la he­
rencia espiritual de oriente, era una «absorción velada,
una latinización frustrada». No podemos exponer aquí
la hi~toria completa de la unión en el Próximo Oriente,
como sería propiamente necesario para determinar si,
y hasta qué punto, está justificado este reproche. Con­
forme al tema que nos hemos fijado en este escrito,
vamos a ocuparnos sólo de un caso, a saber, el de los
melquitas, que pertenecen al rito bizantino y proceden
por tanto de la ortodoxia griega. Primeramente hay que
destacar que la santa sede no hizo nunca la promesa de
respetar toda la herencia espiritual de oriente. En Roma
apenas se tenia una idea suficientemente clara de esta
herencia para poder siquiera hacer tal promesa. En todo
caso, los papas ofrecieron repetidas veces la unión a
los orientales en las condiciones fijadas en Fl1orencia.
Allí se había asegurado la salvaguardia de 10s ritos Ií­
túrgicos y de «los derechos y privilegios de los patriar­
cas orientales». Ahora bien, esta segunda parte de la pro­
mesa llevaba consigo toda 1a involuntaria ambigüedad
de la cláusula de Florencia, de que ya hablamos ante­
riormente. En Roma, con eI1 centraIismo que reinaba
en el segiIndo milenio, no se estaba ya en condiciones
de sentir la posibilidad de una auténtica autonomía de
los patriarcas. Todavía menos se percibía la posibilidad
de una teología y espiritualidad propias de los orientales.
Por la otra parte, los orientales mismos habían perdido
en gran parte el recuerdo de los tesoros espiritua:les de
su gran pasado. Esto se debía a la decadencia general,

149
muy explicable tras largos siglos de opresión por el
islam.
En función de esta situación se debe entender tam­
bién la unión de los melquitas del patriarcado de An­
tioquía, cuya fecha se fija por :10 regular el año 1724~
Aquel año e!l clero y el pueblo de Damasco eligieron
al católico Serafín Tanas como patriarca de todo el pa­
triarcado melquita de Antioquía. Tomó el nombre de
Ciri!lo VI. En la elección intervinieron no séIlo católicos,
sino ta:mbiénacatólicos, que entonces vivían todavía
sin separación en la misma comunidad. Por aquel tiem­
po había ya numerosos católicos en el patriarcado, prin­
cipalmente en DamasCQ, residencia del patríarca. Así
se creyó posible conquistarlo de golpe mediante la elec­
ción de un patriarca católico. Sin embargo, no se logró
la unión total. Los adversarios de la unión instituyeron
un antipatriarca. llamado Silvestre. que obtuvo el reco­
nocimiento, absolutamente necesario. del sultán. mien­
I tras que el patriarca catéllico. Cinlo VI, no pudo soste­
nerse en Damasco y hubo de refugiarse en las montañas
I del Líbano. En el año 1728. Silvestre, juntamente con
los patriarcas de Constantinopla y Jerusalén. en un sí­
nodo de Constantinopla, fulminó el anatema contra Ci­
rilo y sus adeptos. La unión de una parte de la comuni­
dad, que se llevó a cabo, no era un acto concreto, tan­
gible: no constituía un acuerdo bilateral ni una sumisión
unilateral a Roma. Lo que 'había sucedido el año 1724
, era. sencillamente, el remate de un lento proceso que
se había iniciado ya cien años antes y en e!l que se había
I llegado a ganar para la Iglesia católica a muchos cris­
tianos d'el patriarcado de Antioquía. e incluso a algunos
obispos y a ta:! o cual patriarca. A esta unión se la puede
llamar con razón una reanudación de la unión de Fla­

150

. -.
";-;-'''~.-, .....
~~
;-.:

rencia, en la que se había hallado presente también.


por su representante. el entonces patriarca de Antioquía.
Por consiguiente, también a ellos afectaba la sdlemne
promesa, ciertamente ambigua. de la Iglesia romana de
respetar «todos los derechos y privilegios de los patriar­
cas».
r Cabe, sin embargo, preguntarse hasta qué punto en
la unión parcial de los melquitas se respetó 'la herencia
espiritual de oriente. Roma ponía entonces gran empeño
en oooservar los ritos Litúrgicas y los usos que esta­
ban en inmedi'ata relación con ellos. pues consideraba
"",to como condición indispe!lS3'b1e para ganar a los sepa­
rados. Lo cual se mostró también en el reconocimiento
del patriarca Cirilo Tanas,elegido en 1724. Roma fue di­
firiendo la oonfinna:ción por sospecharse que CiI1No pre­
tendía modificar los ritos y usos de los menquitas. Su tío,
el arzobispo de Tiro. Eutímio, influido por 'los religiosos
latinos, habia mostrado fuerte indlinación a modificar 'los
ritos y dirigido no pocas consultas a Roma en este sen­
tido. Pero la santa sede se oponía enérgicamente a ello.
Cirilo pensaba ante todo en abolir el uso de celebrar
sólo una vez al día en santo saorificio en el mismo altar.
Esta modificación le parecía necesaria por razones pas­
torales. Insistía además en que se mitigaran las pres­
cripciones, demasiado severas. sobre el ayuno. Pero tam­
poco esto se podía evitar a la larga. ¡Por fin, en 1730,
otorgó Roma la solicitada confirmación, y Cirilo debió
en esta ocasión prestar juramento de no modificar nada
de los ritos y los usos. El año 1744 recibió elI palio del
papa Benedicto XIV.

151

-r'~'r'" _,,_ .~ • __ .•.


8. BENEDlcrO XIV (I74D-1754) y SUS INMEDIATOS ¡
¡
SUCESORES ,
La primera historia del patriarcado me!lquita católi­
co coincide en gran parte con el pontificado de este papa,
de gran importancia para oriente. Hay, por tanto, que
decir unas breves palabras sobre la. posición de Benedic­ 'r
to XIV frente a la peculiar modalidad oriental. A primera
vista puede parecer incoherente. Por una parte, se en­ I
tregó con toda su alma a 1a protección y conservación
de los ritos orientales en oriente, y por otra ,parte favo­

i
reció el rito latino en la Italia meridiona!!. y dictó para 1
~,
los italogriegos la constitución Etsi pastoralis (26 de

mayo de 1742), que en su conjunto era sumamente ne­

gativa. Con el fin de facilitar la unión, que deseaba ar­


dientemente, mostró en oriente la mayor deferencia po­ '!

sil:ile con los orientales, en la convicción de que sin 1,


¡,
ello era imposible que volvieran a unirse con Roma. ¡
Sin embargo, su actitud interna para con la índole pe­
cu:liar de los orientales era todaVÍa fa que dominaba en
occidente en su época, a saber, la de una fuerte concien­
i
cia de la superioridad latina y de desconfianza hacia
los cismáticos y 'heréticos griegos y hacia sus ritos y usos.
Su tesis fundamental, que expresa también en docu­
mentos destinados a los orientales, es la de la praesfantia,
de la superioridad del rito latino sobre todas las demás
,,1
formas litúrgiros de ila Iglesia. 'Este rito estaba bajo el
control permanente de la santa sede, mientras que los
usos de los griegos estaban sustraídos al contrdI de
Roma y, por ello mismo, eran sospechosos a los ojos
del papa. Suponía que había en ellos cosas peligrosas

152

'j

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e inconvenientes. y hasta contrarias a la fe, precisamente
porque los griegos eran cismáticos y herejes. Por otra
¡
¡
parte, sin embargo, quería a la ve:z ser justo con los grie­
,r gos. Sirva de ejemplo el eucologio griego, publicado por
encargo suyo, en el que, como el mismo papa dice, se
conservó todo 10 que en alguna manera parecía poderse
justificar. Así dejó intacta la manera de administrar la
confirmación entre los griegos, aunque éstos no cono­
r cían la imposición de 1as manos. La unción penitencial,

I corriente entre ellos, se la reoonoce como tal en lugar


de tacharla de repetición de Ila confirmación. Benedic­
i to XIV protege a los melquitas en su constitución De­
mandatam coelitus (24 de diciembre de 1743), contra
1
las tendencias 'latinizantes de algunos religiosos latinos,

~,
en particular de los franciscanos de Damasco, a los que
prohíbe severamente conducir a los orientales al rito
latino. Protege "a integridad de los ritos incluso contra
I
! los mismos orientales. en este caso el patriarca Cirilo,
1,
,
quien. como 'hemos dicho. en algunos puntos tenia por
¡ conveniente 'la modificación.

i En su encíclica Allatae sunt (25 de julio de 1745).


al final, insinúa por lo menos el motivo interno decisivo
de la conservación de los ritos. a saber, la catolicidad de
la Iglesia: «La sede apostólica desea vivamente que se
conserven las diferentes naciones de los orienta'les y que
no se destruyan. y que todos, para decirlo brevemente.
sean católicos. no que todos se hagan latinos.}} Sin
embargo. el papa se muestra satisfecho de ciertas adap­
taciones a los usos latinos introducidas entre los arme­
nios y los maronitas, por veneración hacia el rito latino.
destacado entre todos los demás. Esto mismo vuelve a
probar que también Benedicto XIV estaba todavía bas­
tante distante de la apreciación reaimente interna de la

153

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peculiaridad de los orientales. Donde más se manifiesta


su tendencia latinizante es, como ya hemos insinuado. en
la constitución Etsi pastoralis, destinada a los italo­
griegos, cuyas disposiciones restrictivas ejercieron tam­
bién gran influjo en otros orientales de rito bizantino.
Aun cuando Benedicto XlV reconocía claramente la
importancia del respeto a la tradición litúrgica de orien­
te para preparar el camino de la unión de las Iglesias,
sin embargo, parece que apenas se daba cuenta de que,
además de esto, sobre todo la estructura jerárquica tra­
dicional reclamaba un trato respetuoso. En efecto, para
no herir a los griegos todavía separados, prohibió el papa
severamente al patri= católico Cirilo Tanas toda mo­
dificación en los ritos, si bien había motivos muy raw­
nables para las modificaciones propuestas por el patriar­
ca. El papa no se hacia cargo de que. con 2a estricta
dependencia en que tenía al patriarca, se vulneraba otro
punto importante de la tradición oriental, a saber, la
tradicional autonomía de los patriarcas. El patriarca
católico lo sintió muy amargamente. EJI año 1745 escribía
a Benedicto XIV: «Santo padre, ¿cuándo he podido yo
ejercer la autoridad y jurisdicción, no digo ya de un gran
patriarca, pero ni siquiera de un simp'1e obispo?» A los
misioneros latinos otorga Roma amplias facultades, pero
a él, el patriarca, nada. Sin embargo, todavía se le acusa­
ba de desobediencia. «Y. sin embargo. toda esta sumi­
sión tan ciega por mi parte. mi devoción tan filial no han
bastado para tapar la boca a quienes dicen mal.» Bene­
dicto XlV, en la constitución Demanda/am, reservó ab­
solutamente a la santa sede di derecho de dictaminar
r
sobre el rito griego. Consiguientemente. ni siquiera el
patri= tenía ya el menor derecho de modificar nada
en el rito. Esto significaba una intervención muy profun- \
154

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... _--.--. ~-_.--'-~.----­
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da en la autonomía tradicional de los -patri=s orienta­


les. y precisamente en un punto muy capital. Es proba­
ble que estas medidas retrajeran de la unión a 20s to­
davía separados, mucho más que la mitigación de las
prescripciones reilativas a1 ayuno propuestas por Cimo.
Benedicto XIV mostró también .poca comprensión
de la espiritualidad propia de los cristianos orientales.
El patriarca cirilo Tanas adoptaba con razón una actitud
critica frente a la introducción de ejercicios -latinos de
devoción entre los mclquitas católicos. Por ejemplo, el
arzobispo m:elquita de Alepo. Máximos. había introdu­
cido allí la procesión del Corpus. Cirl20 opinaba que
tales cosas. en sí laudables, causaban más bien disgusto
a los acatólicos y podían, por tanto. constituir un obs­
táculo para la unión. 'El papa. en la constitución Deman­
da/am, se muestra favoralJle a tales ejerciciOs de devo­
ción, úti!les para fomentar la piedad de los fieles.
No se daba ooenta de cómo precisamente las formas
occidentales de veneración del santísimo sacramento
estaban en contradicción con la tradición oriental. Los
orientales procuran velar reverentemente el misterio de
la sagrada eucaristía. Exponerlo a las miradas por las
calles es algo que no responde a sus sentimientos.
A !la muerte del primer patriarca de la comunidad
melquita cat6llica. surgió una disputa acerca de la suce­
sión que dio por rescltado que el papa Clemente XIII se
reservara el derecho de nombrar al sucesor, como en rea­
lidad lo nombró. La enérgica intervención de Roma en
r los desórdenes a que dio lugar eIl hecho, fue una dura
prueba para la comunidad recientemente unida. De todos
modos. la Congregación de Propaganda Fide mostró
todavía comprensión para con 'la índole peculiar de los
\ orientales cuando urgió al comisario apostólico Domi­

155
nico de Lanceis (1760) que respetara el derecho a con­
vocar sínodos que poseían los patriarcas. Ni tampoco
sacó Roma con respecto a los melquitas las últllnas con­
secuencias de su idea acerca de la elección y confirma­
ción del -patriarca. Por ejemplo, hasta la entrega del
palio, el patriarca Cirito era para Roma únicamente
«el patriarca electo de Antioquía». Sín embargo, desde
el año 1724 ejerció, sin reclamación por parte de la san­
ta sede, todos los derechos de patriarca. Dado que Roma,
como ya dejamos dicho, consideraba la confirmación
de un patriarca como investidura del cargo, y por con­
Siguiente la elección únicamente como una especie de
propuesta, propiamente ni hubiera debido actuar cirilo
como patriarca anteriormente a la confirmación. Tam­
bién en lo sucesivo toleró la santa sede entre los mel~
quitas el ejeroicio de los derechos patriarcales aun antes
de la confirmación. Con todo, no han faltado confliotos
entre Roma y los jerarcas de la Iglesia melquíta, debido
a la diferente concepción de los «derechos Y privilegios
de 10s patriarcas».

156

I
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III. LA POSICIóN DE ROMA FRENTE A ORIENTE
EN TIEMPOS DE PíO IX (1846-1878)

1. AcriTUD POSITIVA FRENTE A LOS RITOS LITúRGICOS

Estos conflictos alcanzaron su punto culmínante en


tieIDPOS de Pío IX. Con el papa del concilio Vaticano I
se produjo, por una parte, un cambio decisivo en favor
de los ritos litúrgicos orientales, a los que entonces, por
razón de su valor intrinseco, se les reconocieron iguales
derechos que al latino. Por otra parte, la época de Pío IX,
con su tendencia a la centralización y a una rigurosa uni­
formación en toda la Iglesia, se mostraba poco abier­
ta con respecto a la indole peculiar del oriente cristiano
tocante a la organización eclesiástica y a la estructura
jerárquica. A comienzos de su pontificado sostenía to­
davía Pío IX la tesis genera:lmente corriente de la prae­
stantia del rito latino sobre los orientales. Por eso no
quería que los católicos latinos de la Italia mendionai
recibieran la comunión en las iglesias de los italogriegos
católicos. También en su encíolica In suprema Pern° Apo­
sto/i Sede, de 6 de enero de 1848, dirigida a la jerarquía
cat(;lica de oriente, se deja sentir cierto pesar por el
hecho de que los ritos orientales difieran en algunas co­
sas de la ~turgia de la Iglesia latina. Sin embargo, más
tarde llegó el papa a concebir verdadera estima del valor
de estos ritos, que a pesar de su diversidad no se Dp()­

157

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I

nen a la unidad de la Iglesia, sino que incluso ponen


en su verdadera luz la dignidad y belleza de la Iglesia. '
Cinco mos más tarde abolió Pío IX la precedencia de los
sacerdotes ,latinos frente a 'los orientales. con 10 cual re­
conoció la absoluta igua1dad de 'los ritos entre sí. 'Esto
significaba un gran progreso.
Con todo. el estado de espíritu de! papa no se gene­
ralizó tan pronto en toda la Iglesia católica de occidente.
Seguía sintiéndose todavía la antigua aversión hacia 10s
orientales. que pasan por ser como una anomalía, como
algo que propiamente no debería ser y como pertur­
bación de la plena uniformidad en la Iglesia. Puede ser­
vir de ejemplo la actividad adoptada por e! patriarca
latino de Jerusalén, José Valerga, en la comisión prepa­
ratoria del conci'lio Vaticano 1, tocante al oriente. Se­
gún él, los ritos orientales representan un muro de se­
\ paración entre orienta1es y btinos. y oscurecen la idea
\ de la unidad e indivisibilidad de la Iglesia. Con la mayor
naturalidad identifica a la Iglesia latina con 1a católica,

I Valerga desarrolló también tales ideas en un memorán­


dum que presentó a 1a comisión y que satisfizo al car­
denal prefecto de la Congregación de propaganda Fide.
Alejandro Bamabo. que era al mismo tiempo presiden­
te de la comisióIL También la «Congregación directiva»
del trabajo de preparación del concilio elogió la tenden­
cia de Valerga a eliminar el desdichado dualismo entre
Iglesia latina y oriental, aunque por razones prácticas
expresó algunos reparos. iEsto muestra que la actitud del
'patriarca latino estaba entonces todavia muy extendirla
en circulos dirigentes de la curia y que las ideas del
papa no se habían impuesto todavía universalmente.

L E&::.rito de 8 de abri~ do 1862 a 106 jerarcas católiCOS" orientales.

158
2. TENDENCIA A ADAPTAR AL MODELO LATINO LA ORGANI­
ZACIÓN ECLESIÁSTICA ORIENTAL

El mismo Pio IX, no obstante su comprensión respec­


to a los ritos litúrgicos, mostró muy poca hacia la pecu­
liaridad oriental en general. Su idea. expresada por él
claramente y por cuya realización trabajó enérgicamen­
te, era ésta: Las comunidades católicas orientales deben
distinguirse de la Iglesia latina sencillamente en los ritos.
pero en lo demás. particularmente en el derecho canó­
nico y. por supuesto. en la teología y en la espiritualidad,
deben adaptarse al modelo latino. En el ya citado escri­
to de enero de 1848 a 10s jerarcas católicos de oriente.
Pío IX manifestó su intención de refoI'Illar el derecho
canónico oriental, conforme al modelo 'latino. para res­
ponder a las necesidades del tiempo. En cambio, las li­
turgias - es decir. sólo ellas. según e! contexto - de­
bían conservarse. En una carta de 20 de mayo de 1870
a los armenios católicos. el papa afirma eX'plícitamente
que sus predecesores se habían esforzado siempre por
10grar la homogeneidad de la disciplina en toda la
Iglesia. Tal era a todas luces su intención. Ya antes,
en una carta a su delegado apostólico en Ccmstanti­
nopla (24 de febrero de 1870), 'había destacado Pío IX
que 1a santa sede no había prometido nunca a los orien­
tales más que la conservación de los ritos litúrgiCos.
La organización eclesiástica debía ser•.por lo menos en
lo esencial, 'la misma en todas partes.
Es que en la época de Pío IX no se veía todavía en
Roma que el rito, el derecho canónico y toda la pecu­
liar modalidad oriental forman una unidad indivisible,

159
y que una Iglesia que de toda su herencia espiritual sólo
conserva un fragmento - en concreto, 'la liturgia - cesa
con ello de ser realmente orÍental y se convierte en un
híbrido innatural La ejecución de aquellas ideas no
'podía sino ahondar los recelos que sentían hacia Roma
los cristianos todavía separados.
Pío IX, con 'la energía que fu caracterirzaba. se prestó
a poner en práctica sus ideas. En las constituciones Re­
versurus, para ros católicos armeniÓs (1867), y Cum Ec­
clesiastica DisciplinD, para los caldeos (1869), modificó
radicalmente, sobre todo por lo que hacia a 'la elección
de los patriarcas y de los obispos, la tradicional organi­
zación ec!lesiástica de aquellas comunidades, adaptándola
al derecho latino. En la introducción a la constitución
para aos caldeos declara el papa expresamente que hace
l'
ya tiempo tiene la intención de ordenar la disciplina en
las Iglesias orientales, desde luego conservando los ritos
litúrgicos (por tanto, sólo éstos). Que ahora comienza por
la nueva reglamentación de la elección de los patriarcas
y los obispos. En la constitución Reversurus expresa
el papa sin rodeos su Intención de llevar a cabo aná­
logas reorganizaciones tocante también a otras comuni­
dades orientales. por tanto, también a 'los melquitas.
Sólo la enérgica oposición que se suscitó entre los orien­
tales contra estas reformas. que transformaban la es­
tructura de su Iglesia, retrajo ·por fin al papa de realizar
su intención.
Pio IX, que estaba profundamente penetrado de la
conciencia de la plenitud de poderes que compete al
I
sucesor de Pedro y vicario de Cristo, tenia muy poco
,sentido de la autonomía tradiciona'l de los patriarcas,
que para ellos se basaba en eil derecho consuetudinario
y en los cánones de los concilios, y que la misma santa

160

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sede estaba obligada a respetar. Para Pío IX, la potestad
patriarcal no era sino una prolongación de la suprema
autoridad papal, de cuyo arbitrio dependía absoluta­
mente. Estas concepciones opuestas dieron lugar a gra­
ves conflictos entre el papa y los católicos armenios y ca:I­
deos, en particular Con su patriarca José Audo. Pío IX
tomó muy a mal que este .patriarca, CO'lllO tambi~ el de
los melquitas, Gregorio Yusof. sólo aceptara la definición
del Vaticano I sobre el primado y la infalibilidad del
papa bajo la expresa reserva de la garantía de los dere­
chos y privilegios de los patriarcas, conforme a la cláu­
sula de Florencia. Al fin y a!l cabo, también e'.l de Floren­
cia había sido un concilio ecuménico, aprobado por el
papa al igual que el Vaticano 1, y si aquel concilio había
aceptado tal cláusula, ésta debía sin duda ser conciliable
con eil primado.
El predecesor de Gregorio, Máximos 11I Mazlum
(1833-1855), incurrió en grave conflicto con la curia eG­
mana principalmente - en el fondo - porque insistía
en los derechos tradicionales del patriarca de Antioquía.
En Roma. donde se le hizo ·pasar por cisInático, se dio
crédito a ·las sospechas. Sus protestas de sumisión no
satisficieron a la Congregación de Propaganda Fide
ni al papa. Máximos murió finalmente sin haber llegado
a un verdadero ente:ndiIniento.
La actitud de Pío IX para con el derecho canónico
propio y la reilativa autonomía tradicional de los orien­
tales ela también compartida en general por los círcuIos
dirigentes de Roma. La comisión preparatoria del con­
cilio Vaticano I se pronunció francamente en favor de
la abolición de la disciplina oriental en cuanto no es­
tuviera en inmediata conexión con la liturgia. En su
lugar debía introducirse el derecho canónico latino, in­

161
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comparablemente mejor. Blpatriarca 'latino José Valerga
1 propuso que declarara el concilio que todas sus disposi­
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ciones disciplinares debían tener también vigor entre 100
11
orientales. La comisión motivaba sus propuestas invo­
1I
cando la unidad de la Iglesia, que reclamaba también la
uniformidad de la disciplina. Decía que 'las diferencias
1\
en derecho canónico habían sido originadas por el cisma.
11

11
Esta tesis es insostenible históricamente. La comisión
concluía que debía por fin eliminarse el dualismo en la
1\
Iglesia: que ésta era también la concepcíón de la santa
I sede.
11
Salta a la vista que 'esta posición no era apropiada
para despertar confianza entre los orientales separados.
1,
No ~ veía cómo se podía conci'Iíar la práctica de 'la santa
sede con las promesas hechas anteriormente. En tiempos
1 de León XIII, el barnabita César Tondini de' Quarenghi,
en un memorándum a la comisión para la unión de las
Iglesias. hizo referencia a esta desconfianza de los orien­
tales y a ,los motivos de la misma: la contradicción apa­
rente entre las promesas de la santa sede y su manera
efectiva de proceder. había provocado entre los orienta­
les una «absoluta falta de confianza en la santa sede
en cuanto tal». Todo esto era, a fin de cuentas, conse­
cuencia de la invdluntaria ambigüedad que gravaba ya
la cláusula de P10rencia y todas las ulteriores declara­
ciones de los papas en el mismo sentido.
En un punto se mostró Pío IX comprensivo con
los orientales separados. Nos referimos a 'la posibilidad
de salvación de los cristianos no unidos con Roma.
Aunque repite como principio de fe la conocida senten­
cia: Extra Ecclesiam nulla salus (Nadie puede salvarse
fuera de la Iglesia apostólica romana), le da una inter­
pretación que no excluye la salvación de los que sin

162

1I
culpa están separados de 'la Iglesia romana. El que sufre
de ignorancia invencible de la verdadera religión, no es
reo de culpa a los ojos de Dios. de modo que quede de
antemano excluido del logro de la salvación. Esta afir­
mación se halla en la alocución Singulari quadam, de 9
de diciembre de 1854. Ésta es 'la primera vez. que sepa­
mos. que un papa expresa claramente la posibilidad de
salvación de [os que sin propia culpa están separados
de fa Iglesia.
'En otra cuestión, sin embargo, la posición de Pío IX
es francamente rigurosa, e incluso más severa que la de
algunos de sus predecesores. Nos referimos a la cuestión
de los poderes jurisdiccionales de los obíspos separa­
dos de la sede apostéllica. En su encíclica Etsi nulla
luctuosa, de 21 de noviembre de 1873. el papa afirma:
«Los mismos rudimentos de la doctrina católica hacen
ver claramente que no puede haber ningún obispo le­
gitimo que no esté unido en comunión de fe y de caridad
con la roca sobre la que está edificada la Iglesia de Cris­
to.. _ "Quien se separa de la unión con la Iglesia y con
el colegio de los sacerdotes, no puede poseer ,los poderes
de obispo" (san Cipriano).»

3. EL LLAMAMIENTO DE Pío IX A LA UNIÓN Y LA REACCIÓN


DE LOS ORTODOXOS

En el año 1848, a principios de su pontificado. Pío IX


hizo un llamamiento a la unión. invitando a los jerarcas
ortodoxos separados a retornar a la Iglesia católica.
Este llamamiento no estaba todavía tarado por las gra­
ves intervenciones posteriores del papa en la tradición
de las Iglesias orientales. que se manifestaron en las

163

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constituciones Reversurus y Cum Ecclesiastica Disci­
plina. Pero fa práctica anterior de la santa sede en el
I modo de tratar a los católicos orientales, con falta de
1
1; respeto sobre todo de su autonomía tradicional, había
I sido ya suficiente para suscitar entre los separados sen­
timientos de desconfianza hacia Roma. Así, aunque el
llamamiento contenía algunos buenos elementos, fue re­
chazado con Ia mayor energía por un sínodo de los pa­
triarcas orientales que se reunió en Constantinopla en
mayo de 1848 bajo la presidencia de Antimo, patriarca
de 'la misma ciudad. Pío IX, en su enciclica dirigída a
la jerarquía católica de oriente, In suprema Petri Apo­
stoli Sede, de 6 de enero de 1848, proponía la unión a los
jerarcas separados con un mínimo de condiciones: «No
os imponemos ninguna carga fuera de 10 necesario, a
saber, que una vez tomados a la unidad estéis de acuer­
do con nosotros en la profesión de 'la verdadera fe que
retiene y enseña la Iglesia católica, y que además con­
servéis 'la comunión con la Iglesia misma y con esta se­
de suprema de Pedro.»
Propiamente, se reconocía así 'lógícamente a las Igle­
sias separadas como en todo caso existentes en cierto
modo juridicamente en el orden eclesial. Si es suficien­
te el restablecimiento de la comunión con Roma para
que puedan vc!lver a ser en el pleno sentido de la palabra
iglesias parciales dentro de una sc!la Iglesia universa1,
no es posible que antes fueran sencillamente una nada en
sentido jurídico. Se expresaba la imprescindible unidad
en 'la fe católica, pero sólo muy discretamente se insi­
nuaba la también necesaria subordinación al papa: de­
bían estar en comunión «con esta sede suprema de
Pedro».
Aparte de esto, la encíclica contenía también cosas

164

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que no podían menos de herir a los orientales separados,
y al mismo tiempo no mostraba gran comprensión psi­
cológíca de su menta!lidad. Así, la suposiCión de que
fuera posible que en la época del cisma se hubieran des­
lizadoen los ritos de la Iglesia bizantina cosas contra­
rias a la unidad católica, provocó las iras de los jerar­
cas bizantinos. Igualmente irritó a los orientales, orgu­
llosos de su fidelidad a 'la tradición, la afirmación del
papa de que por causa del cisma no habían .podido
conservar entre ellos 'la unidad de doctrina y de régimen.
En ,la multiplicidad de las iglesias ortodoxas particulares
no podía hallarse la verdadera Iglesia una de Cristo.
'El papa aduce como prueba del primado los textos de
la Escritura y los testimonios de 'los padres, corrien·
tes en la apologética católica, sin considerar que tales
pruebas no podían hacer gran impresión a los orienta­
les. Si Pío IX creía realmente poder con tales argumentos
inducir a los orientales separados a aceptar €II primado
en la forma que adoptaba corrientemente en el siglo XIX,
entonces los conocía muy mal. Tenían tras sí un milenio
de amplia autonomía administrativa en comunión con
Roma y 800 años de plena independencia en el cisma.
Un primado centralista, como se ejercía en el siglo XIX
en occidente, era algo que ellos no habían conocido
de hecho.
Así pues, fue tambíén muy negativa la reacción de
los orientales a la invitacíón a 'la unión. La respuesta
se elaboró, como ya hemos insinuado, en el sínodo de
los cuatro patriarcas orienta1es celebrado en Constan­
tinopla en mayo de 1848. Es una reacción bastante com­
prensible al poco psicológíco llamamiento a la unión,
redactado además con muy escaso conocimiento del.!
orÍ'ente, pero al mismo tiempo muestra cuán poco dis­

165

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puesto estaba por entonces oriente a mostrar compren­
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sión respecto a occidente. como también 'hasta qué pun­
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to se afirmaba a sí mismo COmO algo absoluto. como la
i:11li única forma posilile de verdadero cristianismo. Esta
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respuesta nos muestra 'el reverso de la medalla. que
il también debemos tener presente, y es una prueba de
que no sólo el occidente ha sido culpable de ~a persisten­
!i¡
cia de la escisión, sino también, y, si se quiere, más. el
111
oriente. El tono es. a veoes sencillamente desmesurado y
ofensivo. Se reprocha a los obispos de Roma haber po­
1
dido mantener en pie la infalibilidad y el primado «piso­
1

teando y atacando con la mayor desvergüenza todo lo


divino y profanando con implacalJIe furor - en su pru­
rito de novedad - todo 10 sagrado». Se imputan a la
Iglesia católica monstruosas herejías. mientras que se
afirma que sólo la Iglesia ortodoxa ha conservado la
verdadera fe íntegra y sin mancha desde 'los tiempos
de los apóstoles.
Como herejías de la Iglesia católica, se menciona el
Fi&'oque, contrario a'l evangelio y a la doctrina de 'los
siete concilios ecuménicos y que falsifica la doctrina de
la Santísima Trinidad. La añadidura del Filioque en el
credo era una ofensa a los conci1ios ecuménicos. como
si éstos no 'hubieran expuesto en forma completa la doc­
trina sobre la Santísima Trinidad. El papismo es una
herejía porque se atribuye ~a infalibilidad al obispo
de Roma, se le reserva como en monopolio la gracia del
Espíritu Santo, se le constituye en vicario de Cristo, se
'le asigna una soberanía sectrlar y, en lugar de la auto­
ridad fraterna que le correspondía en tiempos antiguos,
se reivindica para él un derecho absoluto de dominio
despótico sobre la Iglesia entera. Añádanse a esto las
diferencias en 'los ritos, que 'la respuesta de los patriar­

166

'-'--.~'~, _ _ o
~~~' .. '-",
cas presenta como nuevas herejías: el bautismo por
aspersión (que no responde a 'los hechos), en lugar de
por inmersión, no es el verdadero bautismo instituido por
Cristo. La muti1ación de la comunión, con la abolición
del cáliz de los 'laicos, la del santo sacrificio, con la su­
presión de 'la invocación del Espíritu Santo en la epi­
clesis, es una transgresión del orden establecido por
Cristo y ~os apóstdles. La consagración con pan sin fer­
mentar no está en regla. La supresión de 'la confirma­
ción después del bautismo y de la comunión de los niños
recién bautizados, es un acto arbt'trario, etc.
El escrito presenta los usos de la Iglesia ortodoxa.
con la mayor naturaIidad - sin hacer gran caso de la
verdad histórica - , como los únicos posibles y ~os úni­
cos valederos. También la Iglesia occidental practicó
_ dicen - en un principio estos usos sin restricción.
La liturgia ortodoxa fue constituida ya por los apóstdles
exactamente como existe hoy. El occidente, con su pru­
rito de innovar, Sie alejó del orden primigenio de la Igle­
sia ortodoxa una, de la que él también formaba parte
en otro tiempo. Estas innovaciones comenzaron ya en
el siglo VII a penetrar en occidente y corrompieron tam­
bién las iglesias de lta'1ia y 'la de la antigua Roma. que
hasta entonces habian estado en comunión con 'la Iglesia
de oriente. La enciclica de los patriarcas rechaza radi­
calmente todo desarrollo dogmático, todo progreso en
el conocimiento de la verdad revelada, toda evolución de
las formas y usos iitúrgicos. La Iglesia se ha mantenido
perpetuamente como se hallaba en tiempo de 'los após­
toles, y así debe mantenerse. Toda modificación es un
atentado contra el patrimonio intangible de fe heredado
de Cristo y de los apóstoles.
'La carta sigue diciendo todavía: La Iglesia ortodoxa

167
se ha esforzado sinceramente por retraer a occidente de
sus errores, pero todo ha sido inútil. :El occidente ha se>­
guido empedernido, y así la Iglesia de oriente ha debido
finalmente dejarlo abandonado a su suerte. Los papas
envían actua!lmente a todas partes sus misioneros para
reclutar prosélitos. Se enfurecen contra la ortodoxia,
que está ante sus. ojos como una constante acusación por
su rebe!lión contra la fe de sus padres. .,
La carta circular discute en detalle el escrito de
Pío IX. El .papa afirma falsamente que los 'padres de la .
Iglesia orientai reconocieron su dependencia del obispo
de Roma y requiere, por tanto, injustamente a la Iglesia
ortodoxa de 'hoy a seguir su ejemplo. 'El 'papa escribe:
«No tenéis ninguna razón, más aún, ni siquiera pretexto,
para no retomar a!l seno de la verdadera Iglesia, a la
comunión con 'fa santa sede.» Quiere, como sus prede­
cesores, engañar a los fieles ortodoxos y robarles su ver­
dadera fe. 'El escrito de los patriarcas trata de desvirtuar
uno por uno los argumentos de Pío IX en favor del
primado. Que Pedro estuviera en Roma, es una tradi­
ción puramente humana que no puede sostenerse. La
única sedtJndudablemente petrina es la de Antioquía.
Y, aun en el caso en que hubiera estado Pedro en Roma,
no se sigue de ahí eil primado del obispo de Roma sobre
1a Iglesia universa1. Según el testimonio de los padres
griegos, la Iglesia está edificada sobre la confesíón de
Pedro, no sobre su perrona. De Mt 16, 18 no se sigue;
por tanto, nada en favor de un verdadero primado del
apóstol Pedro. E1 texto ddl capítulo 21 del evangelio de
san Juan: «Apacienta mis corderos, apacienta mis OVe>­
jas», significa únicamente la rehabilitación de san Pedro
y da nueva colación del ministerio apostólico después de
su negación. Las palabras del SeñOr: «He orado por ti
.~
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168

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para que no vacile tu fe ...» (Le 22, 32), sólo predicen a
Pedro que después de su negación volverá a convertirse.
Luego se analizan en particular los textos de los pa­
dres que había alegado el papa como prueba del prima­
do, y se hacen objeciones contra los mismos. El escrito
hace referencia al canon 28 de Call::edonia, conforme
al cual los padres habóan reconocido sus privüegios al
obispo de Roma porque esta ciudad era 1a capital. So­
bre la recta interpretación de este canon, todavía hoy
no están de acuerdo los sabios católicos. Contra la prue>­
ba tomada de la aclamación de '1os padres de Calcedonia:
<<Pedro hahab1ado por boca de León», arguyen los .pa­
triarcas que los padres del concilio habían sometido
primero el escrito de León a un riguroso examen, y que
sólo después reconocieron que estaba concorde con la
confesión de Pedro. Que es, por tanto, un error concluir
de esta aclamación el reconocimiento de la autoridad
doctrinal o incluso de la infalibilidad del papa.
En la encíclica de los patriarcas quiso hallar el ruso
Khomiakov un apoyo para su teoría, según la cual la
infa:libilidad sóJIo compete a la Iglesia unida como un
todo en la caridad, con inclusión del pueblo fiel!. El pasa­
je decisivo en que se ¡¡,poya reza así: «Entre nosotros no
pudieron nunca los sínodos introducir innovaciones,
puesto que el defensor de la religión es entre nosotros el
entero cuerpo de la Iglesia, es decir, el pueblo, que quie­
re que su ClJ'1to divino sea sieD1pre inmutable y conforme
al de sus padres. Esto hubieron de experimentarlo desde
el cisma muchos papas y patriarcas simpatizantes con los
latinos.» Ya en el párrafo precedente habían declarado
los patriarcas: «A nosotros no nos corresponde autori­
dad secular de policía. ni tampoco sagrada autoridad. de
régimen. Sólo estamos unidos por el vinculo de la ca­
~
}

169
ridad y del afecto para con la madre común en la uni­
dad de la fe, sellada con los siete sellos del Espíritu. es
decir. Qos siete concilios ecuménicos. y cl'ili la obediencia '.
a la verdad.» Pero en el contexto se trata aquí únicamen­
te del derecho y deber del pueblo fie!l de resistir a even­
tuales decisiones falsas de los sinodos, y en el segundo
pasaje se niega únicamente una autoridad común que
estuviera por encima de las diferentes iglesias autocé­
falas. De hecho, en la encíclica no se halla la negación
de toda autoridad doctrinal de la jerarquía. que sos­
tiene Khomiakov.
Hemos tratado con cierto detenimiento el escrito de
este sinodo porque la actitud de 'la Iglesia ortodoxa fren­

te a Roma, como se daba a mediados del siglo XIX.

está expuesta en él autoritativamente. como pocas veces.

por sus supremos jerarcas. los patriarcas de Constanti­

nopla, de Alejandría, de Antioqwa y de Jerusalén.

El llamamiento a la unión hecho por e!I papa y la


respuesta de los patriarcas muestran.. por una parte,
cuán difícil era entonces la solución del problema de
la unión y hasta qué punto en aquel tiempo subestima­
ba Roma la dificultad; y. por otra parte, qué poca dis­
posición para la unión había en la Iglesia ortodoxa. Se
sentía como la única Iglesia verdadera, única que había
conservado fielmente la verdadera fe y la tradición apos.
tólica, y reprochaba a occidente haberse separado. con
sus innovaciones. de esta única Iglesia verdadera de
Cristo. El llamamiento del papa a los ortodoxos a re­
tornar al único redil, la Iglesia católica de occidente.
desconocía la situación psicalógica de los ortodoxos como
se daba en realidad y debió, por tanto, acabar en un
fracaso. Se hablaba, como quien dice, al aire, sin enten­
derse los interlocutores.

170
IV. CAMBIO PROFUNDO BAJO LEóN XIII
(1878-1903)

1. Sus ESFUERZOS POR LA UNIÓN DE LAS IGLESIAS

Con la elevación de León XII[ al pontificado comien­


za una nueva época para las relaciones entre Roma y
los orientales. No es posible encarecer el radical cambio
que se produjo con este gran papa de la unión, que real­
mente suspiraba con toda su alma por el restableci­
miento de la unidad entre oriente y occidente y estaba
dispuesto a hacer todo [o que estuviera en su mano para
ir al encuentro de los cristianos de oriente en toda la
medida de 10 posible. Las dificultades que habían sur­
gido en tiempos de Pío IX con diferentes comunidades
católicas orientales. logró pronto zanjarlas León con
comprensión y benevolencia. Al líder del movimiento
cismático entre [os armenios. consiguió ganárselo él papa
llegando hasta el extremo de confirmarle el título de
obispo que se había granjeado -en el cisma y de nom­
brarle visitador apostólico de los armenios en Egipto.
El patriarca Hasun. contra el que principalmente se
desataron los nuevos cisInáticos, fue nombrado cardenal,
lo cual le dio pie para r<munciar a su patriarcado. A Ia
muerte del patriarca cal(ieo José Ando, que tras vio­
lentas polémicas con Pío IX había salido de este mundo
en paz con ~a Iglesia, halló León para él palabras de

171
11
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1
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'1 conciliación. A los malabare8 de la India 'logró oonten­
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tarlos en cierta manera León XIII creando obispos indí­
genas (1896), a 'los que puso bajo la directa dependen­
cia de la santa sede. El papa 'logró fudlúso ganar inte­
I riormente a un hombre tan ce'1oso de su dignidad y de
sus derechos como el patriarca medquita Gregorio Yusof,
que había tenido no pocas dificultades con Pío IX.
Es verdad que ni siquiera un papa tan enérgico y
consciente de su autoridad como era León XIII 'logró
de hecho, no obstante su mejor voluntad, comunicar su
nueva actitud a su contorno inmediato, a los cardenales
de la curia, no digamos ya a los departamentos infe­
riores y al pueblo sencillo de la Iglesia. La comisión car­
denalicia creada para la unión de las Iglesias no tenía
la generosidad del papa. Las severas disposiciones pena­
les contra '1os misioneros latinos que 'latinizaran en orien­
te, contenidas en ,la encíclica Orientalium dignitas (1894),
no dieron resultado debido a la resistencia pasiva de aque­
llos religiosos, por 'lo demás tan fieles al papa. La Con­
gregación Oriental hubo de ver con resignación, en 1920,
cómo, aun después de 'la Orientalium dignitas, se seguía
latinizando y '1as. penas con que se había amenazado' no
se habían aplicado ni podían aplicarse.
Lo que por lo pronto distinguía a León XIII, era que
se hallaba dispuesto a prestar oído a oriente, en lugar
de limitaIse a hablar ex cathedra desde las alturas de
la roca de Pedro y, consciente de poseer con seguridad ,la
verdad, anunciar esta verdad al oriente y condenar sus
errores. E'l papa invitó a '1os patriarcas, tanto católicos
como acatólicos, a dialogar personalmente con él en Ro­
ma. Los jerarcas separados se negaron. No se podían
eliminar tan pronto los profundos recelos que se ,habían
ido suscitando contra Roma. El conocido procurador

172

_
---.,.,.~

general ruso, Pobedonostsev, caracterizó acertadamente


los sentimientos de los cristianos orientales con respecto
a León XIII: Le pape passe, la cune romoine reste. Con
otras pa'labras: ¿Quién nos garantiza que después de
la muerte de este papa se continuará en su dirección?
Los patriarcas católicos acudieron a Roma cuando
les fue posible, o por lo menos enviaron sus representan­
tes. Su principal portavoz fue el patriarca melquíta Gre­
gorio Yusof, quíen, respondiendo a la invitación del
papa a decir con toda franqueza todo lo que los orien­
tales tuvieran contra los latinos y dónde estaban las prin­
cipa1es dificultades para 'la unión de las Iglesias, expu­
so con la mayor claridad posible en presencia de su san­
tidad las reclamaciones de los cristianos de oriente. La
primera reunión tuvo lugar el 24 de octubre de 1894
bajo la presidencia del papa. En ella tomaron parte, en­
tre otros, los cardenales de la curia Ledoohovski, pre­
fecto de la Congregación de Propaganda Fide, y Ram­
polla del Tindaro, secretario de Estado, como tambíén
el cardena'1 Langénieux, arzobispo de Reims, que se ha­
bía hallado en Jerusalén como legado del papa en el
Congreso eucarístico internacional de 1893 y por encargo
suyo había llevado a cabo alli mismo una encuesta sobre
la situación y las reclamaciones de los orientales.
Uno de los cargos principales hechos por el patriarca
Gregorio Yusof era la desconsideración que se tenía con
'1a autoridad de '1os .patriarcas. En su informe se dice:
«Una de las circunstancias... que más desconfianza ins­
piran a los jerarcas no unidos, es que se ven ol:i.ligados
a reconocer que, nO obstante las palabras tan claras
del concilio de Florencia, de hecho la autoridad de los
patriarcas está considerablemente mermada, y esto de­
bido a la gran importancia que se 'ha dado a los dele­

173

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gados apostólicos ... Estáis viendo, nos dicen, que Roma
quiere absorbemos. pues la delegación apostólica inter­
viene en todos ~os asuntos de los orientales, aun en los
más insignificantes.» El cardenal Langéniewe 'hizo ple­
namente suyo el informe del patriarca melquita y sub­
rayó que la razón principal del escaso resultado de la
labor en favor de la unión era la desconfianza de 1a je­
rarquia separada hacia la santa sede, c~a causa era
la manera de tratar. a los patriaocas unidos. León XIII
escuchó con el mayor sosiego aquella crítica tajante de
la manera de proceder de la santa sede y traló seriamen­
te de poner remedio a 'la situación.
En su actitud con respecto a los ritos orientales si­
guió desarrollando consecuentemente León XIII la autén­
tica estimación y valoración de la peculiaridad oriental,
que se había iniciado ya con Pío IX.

2. GRAN ESTIMA DE LOS RITOS Y DE LA ORGANIZACIóN


ECLESIÁSTICA DE ORIENTE POR PARTE DE LEÓN XIII

Es absolutamente daro que lo que mueve a León XIII


a conservar los ritos no son ya meras consideraciones
de utilidad, sino la convicción de su valor intrinseco
como expresión de la catolicidad de la Iglesia, en la que
debe haber 'lugar para tOldos los pueblos y para su legi­
tima modalidad peculiar. A'1 comienzo de su encíclica
Orientalium dignitas (30 de noviembre de 1894), dice
el papa: «La conservación de los ritos orientales tiene
mayor importancia de lo que pudiera parecer. En efecto,
la veneranda antigüedad que distingue a las diferentes
clases de estos ritos, es un magnifico ornato para la Iglesia
entera y hace en cierto modo resaltar ia divina unidad

174

'--;-,-.- . -
..• ~"." .r-" -;--.'''''-;:-._,_ _ o
de la fe católica. En efecto, así resulta, por lUla. parte,
más claro el origen apostólico de las más importantes
Iglesias de oriente y, por otra parte, precisamente en
esto se trasluce su antiquísima e íntima unión con la
sede romana. Quizá no exista una señal más admirable
de la catolicidad de 'la Iglesia de Dios, que precisamente
este ornato singular que le confieren las diferentes formas
de ceremonias y las antiguas y venerandas lenguas, que
son tanto más nobles por cuanto provienen de los após.
toles y de los santos padres. Así se reproduce en cierto
modo el singular homenaje que se 'hizo a Cristo recién
nacido cuando llegaron a adorarle los sabios de las
diferentes regiones de oriente.» León XIII reconoce que
el retorno de los cristianos separad.os acarrearía un
enriquecimiento. aunque no en lo esencial, para la misma
Iglesia católica. En una alocución de 2 de mayo de
1895 subraya ell papa expresamente que tal retorno
proporcionaría a la Iglesia tesoros verdaderamente insos­
pechados. Tales palabras de la mayor estima 'hacia 10s
orienta!les y su legado espiritual, apenas se habían oído
hasta entonces de la boca de ningún papa.
León XIII dio un paso considerable hacia deilante con
respecto a la actitud de anteriores papas y, en particu­
lar, de su inmediato predecesor Pío IX. Esto se ma­
nifiesta principalmente por lo que se refiere a su posición
frente a la organización eclesiástica propia de 'los orien­
tales. Al paso que Pío IX la: rechazaba en el fondo,
León XIII reconoció explícitamente su legitimidad. En
su encíclica Praeclara gratulationis, de 20 de junio de
1894, subrayaba que, mientras se conserve la unidad de la
fe y del régimen eclesiástico, no sólo se ha de tolerar
cualquier otra peculiaridad - y no sólo litúrgica, sino
también jurídica - , sino que se la debe afirmar de todo

115

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,,¡lli! corazón. En la Orierrtalium dignitas, texto fundamental


para ia concepción de León, habla éste de la 'diversidad
,:,iI,¡il plenamente justificada incluso de la organización ecle­
!,¡{ siástica, que redunda hasta en ornato y utilidad de la

~!
Iglesia. Esta postura de León XIll representaba un
avance con el que se preparaba el cam1no para la nueva
el
,/, codificación del derecho canónico oriental iniciada du­
~I rante el pontificado de ¡Pío XI. Aun cuando esta codifi­
,
"
,'~ cación no ha acabado de satisfacer, con ella se reconoce
fundamenta'lmente la intrínseca legitimidad de una or­
ganización eclesiástica propia de oriente, lo cual significa
un considerable progreso en el sentido de la plena afir­
I mación de la peculiaridad oriental
Hay que reconocer, siru embargo, que León XIII no
1 sacó siempre las últimas consecuencias de los principios
que él mismo había establecido. Parece ser que fomentó
1 \a introducción del celibato eclesiástico entre los orienta­
les. Ahora bien, esto era de hecho un caso de latiniwción
en un punto muy importante de la organización eclesiás­
tica. Durante su pontificado, dos sínodos orientales, el de
los católicoo de rito siriaco, en !larfeh (1888), Y el de los
coptas, en El Cairo (1898), impusieron la ley del celibato
a:! clero superior. Esto se hizo sín duda por deseo 'de
Roma, o sea, en último térmíno, del papa. 'En cambio,
los católicos ucranianos rechazaron en su sínodo de Lvov
(1891) tal adaptación a:l! derecho canónico latino. Sín
embargo, en un punto muy capiltalhizopública León XIII
con toda claridad y sin sombra de ambigiiedad su es·
tima de la organización ec1esiásticapropia de "los orien.­
tales, a saber, en lo que se refiere a los derechos y
privilegios de los patriarcas. La más clara afirmación
en este sentido se halla en la encíclica Praeclara gratula­
tionis, en la que el papa promete a los patriarcas la pre­

176

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servación de sus derechos incluso en nombre de sus suce­
sores: «No existe ninguna razón para temer que con ello
[con la unión] nos o nuestros sucesores hayamos de abo­
lir ninguno de vuestros derechos y privilegios patriarca­
les ni nínguno de los usos litúrgicoo de vuestra Iglesia;
en efecto, siempre ha sido y siempre ha de ser también
la intención y 'la práctica de la santa sede, tomar amplia­
mente en consideración la peculiaridad y las cootum­
bres de cada pueblo en todo 10 que sea bueno y útil.»
Si se dudase de la sinceridad de esta promesa sollemne
de León, se cometería una grave injusticia con el gran
papa de la unión. Cierto que en los círculos que rodea­
ban a León XIll se trataba de quitar valor, con distincio­
nes juridicas, a la promesa del papa. Se decía que la
promesa sólo podía tener vigor respecto a los patriar­
chae matares, y que el único patn'archa maiar era el
nrelquita.. Incluso se sentó 'la tesis de que no existía nin­
gún patriarca en el sentido antiguo, puesto que cada uno
de los patriarcas católicoo sólo ejercía jurisdicción sobre
una parte de los fieles de su territorio patriarcal.
León XIII, por su parte, demostró que tomaba muy
en serio su promesa. En efecto, protegió a los patriarcas
católicos contra las intrusiones de algunos misioneros y,
sobre todo, de los delegados apostólicoo, a los que Hamó
enérgicamente al orden. En todo caso, cuando al fun­
darse el patriarcado copto nombró el: papa personalmen­
te el patriarca y los obispos, difícilmente se podía con­
ciliar tal gesto con la autonomía como la entendían los
orientales. Cierto que en este caso se trataba de un grupo
muy pequeño en e!l. que podía justificarse tal medida, que
por 10 demás debe sin duda considerarse camo provisio­
na:! y pasajera. Sín embargo, se demostró poco feliz el
nombramiento de Cirilo Malearios camo patriarca.

177
Vries. Ortod. 12

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3. TODAVÍA NO SE RECONOCE TODO EL LEGADO ESPIRITUAL


DE LA IGLESIA DE ORIENTE

De todos modos, ni siquiera un papa tan grande y


de visión tan amplia como León XIII pudo superar de
golpe todos los errores del pasado y elevarse a una ac­
titud sencillamente ideal frente a la peculiaridad del
oriente criBtiaJIlo. El mismo León quedó por bajo del ideal
de un cardenal Lavigerie, que formlJl1aba de la ma­
nera siguiente el único método apropiado, a su pare­
cer,para poner tém'rino a la escisión entre oriente y occi.­
dente: «Aceptar y respetar en los orientales todo, en
verdad absolutamente todo, excepto el vicio y el error.»
El papa León no vio seguramente 'la absoluta posibilidad
de una teologia auténticamente oriental. puesto que pa­
trocinó la introducción del tomismo incluso en las es­
cuelas teológicas orientales, sin hacerse cargo de cómo
repugnan a la mentalidad de los orientales la filosofía y
la tedlOgía escdlásticas. El papa fomentó hasta cierto
punto la latinización espiritual de ¡los orientales con la
introducción de devociones 'latinas. como el rezo del ro­
sario y la devoción al corazón de Jesús. También favo­
reció la adaptación del monaquismo oriental a la vida
religiosa latina. En=endó a los jesuitas polacos la
reforma de ,los basilia nos ucranios, haciendo de ellos
una orden de olérigos regulares completamente según
el patrón latino.
En estas cosas ha seguido adelante el proceso a par­
tir de León XIII. El nuevo derecho canónico oriental tra­
ta de conservar el tradicional monaquismo oriental.
Nuevos grupos unidos se oponen a la latinización espi­

178
"..-- .. ­

ritual resultante de 'la adopción sin distinciones de for­


mas de piedad y devociones occidentales. Actualmente,
en los seminarios católicos, aparte de la inevitable ocu­
pación de los jóvenes estudiantes con la escolástica., se
procura familiarizarlos con el pensaIniento de los pa­
dres y de los grandes teólogos orientales, aun cuando el
problema de una teolOgía católica propiamente oriental
dista todavía hoy no pooo de haber ·hallado una solución
verdaderamente satisfactoria.

4. EL LLAMAMIENTO DE LEÓN XIII A LA UNIÓN Y SU ACO­


GIDA ENTRE WS ORTODOXOS

También León XIII lanzó como su predecesor un


llamaIniento a la unión a los cristianos orientales sepa­
rados. Lo hiw en la ya tan citada encíclica Praeclara
gratulationis. que iba dirigida a todos los príncipes y
pueblos en agradeciIniento por ·las congratulaciones que
de todas partes habían llegado al papa con ocasión de
sus bodas de oro sacerdotales. El tono de la invitación
es de una amabilidad extrema y no contiene nada repul­
sivo para los orientales. León habla aquí como el padre
común de la Iglesia universal, a la que la humanidad
entera pertenece 'en cierto modo virtualmente. 'En este
escrito se siente cl verdadero amor a los hermanos cris­
tianos de oriente. Cierto que utiliza la fórmula, poco
grata a Ios orientales, de retorno de las iglesias orientales
al punto departida de que se habían separado. En
otro punto de 'la encíclica habla el papa del restableci­
Iniento de la unidad como la quiere Cristo. con 10 cual
anticipa ya la forma ecuménica de expresión más tarde
predilecta de Juan XXIII. Por 10 demás, no exige la su­

179
Vries. Ortod. 12·
~-.,.

misión a su persona en cuanto tal. sino a la verdad. e


invita a los orientales al estudio objetivo de esta verdad.
En todo caso. la encíclica halló favorable acogida entre
no pocos orientales separados. si bien la dirección ofi­
cial de la Iglesia en Constantinopla la rechazó tan ro­
tundamente romo lo habia hecho en otro tiempo con
el llamamiento a la unión de Pío IX.
IBI redactor en jefe de 1a revista «Anatole» dirigió
1
al papa una carta abierta en la que se leía: «Santo pa­
dre, tememos que vuestra santidad sea en la Iglesia, en
la una como en la otra, la única persona que entiende
realmente la cuestión de la unión.» La reacción de la
prensa griega fue. por lo menos en general, objetiva. lo
o]
cual dice ya mucho. Cierto que a!lgo más tarde se eleva­ i
ron también voces negativas que hicieron notar que el
papa no había tomado suficienferrrente en consideración
los puntos de la disidencia, como el Filioque, fa inmacu­
lada concepción y el prii:nado.
Por ello es tanto más amarga 1a. única respuesta ofi­
cial, que se dio en agosto de 1895 en una encíclica del
patriarca Antimo VII de Constantinopla y su santo sí­
nodo. Tampoco aqui faltan burdas ofensas. Así. ya al
principio se dice: «El diablo ha inspirado al obispo de
Roma un orgullo intolerable, por lo cual se han des­
arrollado innumerables innovaciones impias que contfa­
dioen al evangelio.» Este escrito, comparado con la en­ .j
1
cíclica del sínodo de 1848. del que hemos hablado an­ \1
tes, no ofrece casi nada nuevo en cuanto a la materia.
Nuevo, es, entre otras cosas, el reproche de competencia
desleal mediante la utilirz.aci6n de sacerdotes uniatas con
fines de proselitismo.
Aquí aparece claro que ni siquiera la mejor voluntad
de un papa podía acabar de golpe con la desconfianza

180

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que en el transcurso de los siglos se habia ido anclando


en el alma de los orientales. no sin culpa objetiva tam­
bién por parte de occidente. La reacción en occidente
frente a la enciclica del patriarca fue una polémica in­
fructuosa.
Tampoco León XIII logró suscitar en la jerarquía
1 griega buenas disposiciones para entablar un verdadero
diálogo. Incluso en occidente, a pesar de la postura
persona!lmente generosa dell papa, Y hasta en su inme­
diato contorno, como hemos visto, se percibían todavía
pocos sentimientos ecuménicos con respecto al oriente.
El viejo latinismo y ~ identificación de ra Iglesia cató­
lica con la latina, la vieja conciencia de superioridad
frente al decadente oriente, estaban todavía entonces
hondamente enraizados en occidente.

181

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CONCLUSIÓN

Hoy día, a Dios gracias, existe en '!as altas esferas,


tanto de la Iglesia católica como de la ortodoxia griega.
la buena voluntad de recapacitar sobre sus comunes
orígenes y de entablar un diálogo en regla. Prueba de
ello es el encuentro del papa Paulo VI y el patriarca Ate­
nágoras en Jerusalén. También lo ha demostrado el he­
cho de que .)a conferencia panortodoxa que tuvo lugar en
Rodas en septiembre de 1963 aceptara por unanimidad
la sugerencia del patriarca ecuménico de que «la Iglesia
oriental ortodoxa propusiera a la venerable Iglesia ca­
tólica romana que se iniciara un diálogo entre oriente
y occidente sobre una base de igua1dad de derechos».
Salta a la vista 1a diferencia de tono entre el mensaje
de esta conferencia panortodoxa y la respuesta del pa­
triarca AntirnQ VII a la invitación a la unión hecha por
León XIII. Desde entonces, a Dios gracias, mucho se
1 ha cambiado en mejor. Esto se debe en gran parte a la
postura verdaderamente ecuménica de Juan XXIII y de
1 su sucesor.
Sin embargo, todavia se requiere por ambas partes
gran cantidad de trabajo menudo para que los senti­
mientos de los hombres de primera fila lleguen a ser

183
I;;

patrimonio común de los círeu'los directivos. así como


del pueblo cristiano en general. Y éste es el requisito
indispensable para que prooperen todos Jos esfuerzos
encaminados a superar la división, que ha durado ya
900 años. No hay que hacerse ilusiones: este empeño
entraña enormes dificultades. Pero tampoco se debe dar
por desesperado el restablecimiento de una unidad or­ l
gánica entre oriente y occidente en la verdadera Iglesia
una y universal de Cristo. Para ello se requiere ante to­
do .]a gracia de Dios, pero también, por nuestra parte.
la decidida voluntad de aceptar la entera peculiaridad
del oriente en cuanto esto no se oponga al inaiienable
patrimonio de la fe.

184

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189

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íNDICE DE NOMBRES

'l:Abdiso\ patriarca 140


Andrónico ID, emperador 127

Abel, Leonardo, nuncio 141


Aniceto, papa 18

Abelardo 104
Antimo VIT, patriarca 36 164

Acacio, patriarca 36 44ss 180 183

Adríano n, papa 68
Antioquía 18ss 34 40s 48 52 96

Agapito, papa 36
151 156 161 1685

Agrigento 139
Apeninos 63

Agustin, san 18 104


Aquisgrán 30

Akhigan, Andrés, arzobispo de Árabes 54

Alepo 144
Argiros 79

Alberto Maguo 104


Armenios 140 153 1605 171

Alejandría 18ss 34s 4155 515 170


Arrianismo 39

Alejandro m, papa 97
Asía 375

Alejandro IV, papa 120


Atanasia, san 39

A1epo 155
Atenágoras, patriarca 183

Alexios Kornnenos, emperador Atas, monte 1055

98s
Audo, José, patriarca 161 171

Alivisatos. Hamilkar 103 108


Aviñón 96

Allalae sunt, constitución 153

Ana, hija del emperador Ale­ Bardas 64

xios Komnenos 99
Bari 79

Ana de Saboya 127


Barlaam, monje 106 127

Anastasio n, papa 35
Bamabo, Alejandro 158

Anastasio el Bibliotecario 53 66
Basilea, concilio de 131

78
Basilianos 178

Anastasio. emperador 42 49
Basilio 1, emperador 59 685

«Anatole» (revista) 180


Basiliskos, emperador 26

191

Benedictinos 112 Constantino el Grande, empe­

Benedicto VID, papa 31 rador 25

.Benedicto XIV, papa 15155 Constantinopla 18.. 23 34 36


Bernardo de Claraval, san 11O 40s 45ss 60ss 77ss 83s 96 98ss
112 107 111 118ss 127 136s 150
Bizancio 41 54 58 60 68 76 79 98 159 164s 170 180
Bizantinos 24 36 48ss 59 62 64s Conslanza 131
70ss 77 78 83 99 Coptos 176
Bonifacio VID, papa 94 96s Crimea 56
Bonis, Constantino 109 Crisóstomos Konstantinidis 102
Boris, khan de los búlgaros 665 Cristo 26 29s 33 55 98 106 110s
74 116 160 166s 179 184
Bratslotis, Panaglotis 109 Cum ecclesiastica disciplina,
Bulgaria 67 69 72ss constitución 160 164
Caballeros de San Juan 95
Calabria 61 106 127 . Chipre 119
Calcedonia 20 25s 28 34s 40s
44ss 51 99 169 Damasco 150 153 ,1
Caldeos 140 160s Dámaso, papa 42
Carlomagno 24 27 30 61 Dardania 45
Carlos de Anjou 121 David de Antioquía, patriarca
Cáucaso 57 119
Cipriano 18 163 De Lanceis, Dominico, comi­
Cirilo VI Tanas, patriarca me]~ sario apostólico 1555
quita 150ss
Demandatam coe/itus, constitu­
Cirilo de Alejandría, san 47 ción 153ss

Cirilo Makarios, patriarca ca- Dióscoro 47


tólico copto 177 .
Dominicos 112
Cistercienses 112 Dvornik, Franz 68 70

Clemente v, papa 95
Clemente VI, papa 96 Éfeso 34 38
Clemente Vlll, papa 146 Egipto 20 54 171
Clemente XIll, papa 155 El Cairo 176
Clemente de Alejandria 105 Enrique n, emperador 31
Colonia 72 Enrique IV, rey 93
Constante n, emperador 555 Esmima 38
Constantino IV, emperador 57 Esteban 1, papa 17
Constantino IX, emperador 79 Esteban 11, papa 61
82s Esteban DuSan 100

192

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--'.-.~.- ~'~ .. , •... _- .....
,:.~';-.

Etsi nulla luctuosa, encíclica 163 Gregorio el Sinaita 105


Etsi pastQra[is, constitución 152 Griegos 24 28 48 53 740 78 81
154 84 90s 102 108 118ss 129ss
Eufemio. patriarca 47 147 162ss
Eugenio IV, papa 131 134s
Eutimio. arzobispo de Tiro 151 Hasun, patriarca 171
Eutiques 465 Hausherr, lrénée 76
Evagrio Póntico 105s Heraclea 41 45
Ezequias 50 Heraclio 55
Hergenrother 70
Federico n. emperador 120 Hohenstaufen 27
Federico Barbarroja 94 Honorio ID, papa 119
Félix ID, papa 46s Hormisdas, papa 36 49s
Ferrara - Florencia, concilio de Humberto de Silva Cándida,
129 cardenal 45 53 73 76 78ss
Firmiliano, obispo 17
Florencia 99 102 126 129ss 136ss 1bas de Edesa 51
149s8 173 Ignacio, patriarca 64ss
Focio 31 62ss 81 85 Ilirico 61
Francia 54 62 India 143
Franc~os Ills 153 Inocencio n, papa 95
Francos 27 Inocencio ID, papa 94 97 118s
Inocencio IV. papa 119s
Gelasio, papa 27 41ss 51 Inocencio v, papa 125
Georgia 19 In suprema Petri Aposto/i Sede,
Graciano 94 97 enciclica 157 164
Grecia 61 102 In Trullo 74
Gregorio [ Magno, papa 35 42 1reneo de Lyón 38
52s 63 Italia 35 54 63 69 83 140 167
Gregorio 11, papa 60 Italia del sur 59 77ss 138 143
Gregorio VII, papa 81 91ss 132 157
Gregorio IX, papa 97 lta1ogriegos 152 157
Gregorio x, papa 123 125
Gregorio xm, papa 140ss 145 Jerónimo, san 18
147 Jerusalén 18ss 42 96 108 116
Gregorio xv, papa 142 150 158 170 173 183
Gregorio Palamas 106s Jesuitas 178
«Gregorios Palamas» (revista) Jesús, v. Cristo
107 Juan IV, papa 55

193
i_

Juan vm, emperador 134 León de Ocrida, arwbispo grie­


Juan VIn. papa 69 71 go 78
Juan XXI, papa 125 Letrán 56 95
Juan =,papa 85 179 183 Letrán, IV concilio de 119 136
Juan v Paleólogo, emperador Líbano ISO
127 Longobardos 59
Juan Bekkos 122 125 Ludovico n, emperador 67
Juan Crisóstomo, san 25 Lvov 176
Juan Evangelista 30 Lyón, n concilio de 92 115 121ss
Juan, patriarca 49 52 1148
Juan de Tram, obispo 78
Juan Vatatzes 119 Macedonia 61
Julio 1, papa 39 Malabares 143 171
Julio ID, papa 139 Manuel, emperador 130
Justiniano 1, emperador 23 26 Marciano, emperador 35
50ss Marcos, evangelista 20 42
Justiniano D, emperador 57 María, madre de Dios 111
Justino, emperador 17 46 49s ·Marorútas 138 1518
Martin " papa 56s 60
Mateo, evangelista 96 168
K.homiakov, Alexi5 10155 169s
Máximo Confesor 56s
Konidaris, Gerásimo 109
Máximos m Mazlum, patriarca \
melquita 161
Langénieux, cardenal arzobispo Máx.imos. aTZobispo melquita
de Reims 173s 155
Latinos 53 59 67 73s 80 84 89 Melania, convento de Santa 18
97 118 123 129ss 135· 139 Melquisedec 94
147 153 Melquitas 20 149ss 155s 160
Lavigerie, cardenal 178 Miguel m, emperador 64 68 72
Ledochovski, Mieczyslav, car­ Miguel Cerulario 53 76s 80s
denal 173 85 89
León 1 Magno, papa 34s 41 44 Miguel Paleólogo, emperador
León n, papa 57 92 121 125 127
León ID, papa 24 30 61 Miguel, patriarca 795 84
León IX, papa 42 53 78ss Milán 41
León x, papa 139 Moscú. tercera Roma 99
León XIU, papa 162 169 l71s,
León ro Isáurico, emperador 26 Nestorianos 143
60 Nicea 20s 34 41 63 119
León IV, emperador 70 Nicéforo Focas, emperador 59

194

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9
."'" "

Nicetas Stelatos, monje 80 83 Pío Xl, papa 176


Nicolás 1, papa 31 41s 62ss Pío xu, papa 95
70ss 78 Pipino, rey 61
Nicol~s UI, papa 125 Pirro, patriarca 56
Ni1<ón, patriarca 102 Policarpc, san 18 38
Nilos Kabasilas 107 Praeclara gra/ula/ionis, mensaje
Norden. Walter 120 apostólico 175,
Normandos 59 79
Nueva Roma 99 Rahner, Hugo 26 73
Rampolla del Tindaro, Maria·
Ocrida 139 no, secretario de Estado 173
Olimpio, exarca 56 Ravena 41 58
Oriens 21 Reversurus, constitución 160 164­
Orien/alium dignitas, enciclica Rímini 25
172 174 176 Rodas 95 101 183
Orlgenes 105 Roma 18ss 26s 31 34 36ss 45ss
55 58ss 79 83 95 98s 115
Pabedonostsev, procurador ge­
120ss 124128s 1368 140 142ss
neral ruso 173
147ss 154ss 159 162 164ss
Pablo 13
176 180
Pablo, patriarca 56
Rusia 99 101 107
Paleotto, Gabriel, cardenal 141
Palestina 54
Paulo n, papa 138 Salórúca 102s 107
Paulo ID, papa 139 Santa Ana de Jerusalén 116
Paulo VI, papa 116s 183 Santa Sofía 80
Pedro, san 13 19 21 26s 51 San VIadimiro, seminario de
60 72 96 160 164 168s 172 Nueva York 103
Pedro Lombardo 104 Sárdíca 390 72
Pedro Mogltila, metropolitano &u:reh 176
de Kiev 1078 Sarracenos 59
Pedro Thomas 128
SaVIamis, Demóstenes 109
Pelagio 1, papa 34
Schmeemann. profesor 103
Pelaglo II, papa 52 Sebastiani. JoseC. carmelita 143
Persas 54 Seleucia-Ctesifonte 41
Persia 41 Sergio, papa 58
Petros Mongos 46ss Sergio, patriarca 56 77
Pio IV, papa 139ss Severino, papa 55
Pío IX, papa 15785 168 171 174s Severo, patriarca 48
180 Sicilia 59ss 138

195

J:.:.~ __::::::===;;::~;:: •. ~" .'. "c~~·· -'. ..., .... .'-.'" ~-;-,-
.~

Silverio, papa 51 Torquemada. cardenal 136


Silvestre, papa 82 Tracia 41
Silvestre, patriarca de Antio­ Trento 141
quía 150 Tréveris 72
Simplicio, papa 46 Tridentino, concilio 123
Singulffri quadam, alocución 163 TruHana, concilio 23 57s
Siria 54 Turcos 126 131 137
Sirios católicos 176
Sixto v. papa 142 Ucranianos 176
Sócrates 38 Urbano u. papa 93
Urbano v. papa 128
Tabor 105s Urbano vm, papa 141 145ss
Tanas, Seraffn Cirilo, v. Ciri­
lo VI Valerga, José, patriarca latino
Teodora, emperatriz 66 de Jerusalén 158 162
Teodoreto SI Vaticano, 1 concilio 35 40 98
Teodorico, rey g9do 42 109 123 157 161
Teodoro Kallíopa 56 Vaticano, II concilio 98
Teodoro Laskaris, emperador VeHas, Basilio 109
121 Víctor [, papa 38
Teodoro de Mopsuestia 51 Vigilio, papa 51
Tercera Roma, v. Moscú Vries, W. de 22 117
Terebinto 64
Tertuliano 14 Yusof, Gregorio, patriarca mel­
Tiro 39 quita 161 172ss
Tomás de Aquino, santo 105
Tondini de' Quarenghi, César zacarías, protospatario 58
162 Zenón, emperador 45 48

196

L".,._ --.~ .. -_._------.-~-~-


~

HUBERT JEDIN

Breve historia de los concilio


Tercera edici6n

Un tomo de 184 págs.; 11,4 X 17,8 cm; ~n rústiCf

Esta Breve historia de los concilie


ha sido publicada con el propósito d
dar una orientación objetiva a cuante
sienten 'interés por el tema. HUBER
JEDIN, prestigioso investigador de la hi!
toria de la Iglesia, especialmente en 1
que se refiere a los concil'ios: reúne toda
las condiciones para llevar a buen tél
mino esta obra.
En este llibrito, el autor nos da un
imagen v,iva de los grandes concilie
ecuménicos a través de la historia de 1
Iglesia. Una introducción general ach
ra, entre otras cosas, qué es un conoili
y cuáles son sus formas fundamentah
1
en el derecho canónico y en la evo lució
histórica. En cinco partes se describe
los grandes períodos de los concili(
desde la antigüedad hasta los tiem¡x
modernos y, en una ojeada retrospectiv,
se sumarizan los resultados en ellos 01
tenídos.
Extensa bibliografía ofrece al lecte
que quíere profundizar en el tema V~
liosas reseñas. En una tabla cronológ
ca se han ordenado los grandes COI
oilios con el sumario de sus tareas m~
importantes.

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