El texto comienza introduciéndonos estableciendo cuál es el objeto de estudio de la lingüística como ciencia: el lenguaje humano. A su vez, remonta el inicio de su análisis desde la India y Grecia clásicas desde una perspectiva cognitiva y prescriptiva, que permaneció casi invariable por muchos años. Considero fundamental, aquí y en cada medio que lo amerite, recalcar que la lengua, como algo vivo y cambiante, no debe estar enteramente sometida a una doctrina teórica a la que deba obedecer inamoviblemente, cuando por naturaleza humana, son las doctrinas las que deben ajustarse a la susceptibilidad del lenguaje. No creo que las reglas prescriptivas sean inútiles, pues es clara su utilidad a la hora de introducirse en un nuevo idioma o el la mera enseñanza teórica-formal (lo correcto, lo formal, lo culto) de la lengua materna. Pero esto no es solo subjetividad mía – afortunadamente–, puesto que los lingüistas modernos hacen la propuesta descriptiva de reglas adecuadas con las que podemos identificar las variables estructuras del lenguaje que, en práctica, son usadas en comparación con las que deberían ser usadas por la normatividad. No supongo desacreditar el continuo estudio de las lenguas antiguas y su relación y familiaridad con otras; de hecho, es importante dicho análisis, ya que nos muestra cómo este mal llamado “deterioro del lenguaje” ha existido desde los pueblos antiguos, y que entonces no es un deterioro: es la evolución. La cuestión es, entonces, por qué el esfuerzo de frenar dicha evolución y adaptación en nuestra lengua, si es parte de su naturaleza presentar ese cambio en algún punto de su historia fluyente. Resulta haber algunas suposiciones como respuesta (aunque algunas son muy evidentes): se habal de la diferencia de clases, de colonialismo y de gramáticas arbitrarias. Cada una ligada a la otra. El trabajo de la lingüística moderna, al ampliar su perspectiva de estudio, contribuyó a generar un importante cambio dentro de su metodología de análisis de la lengua como sistema de signos: significado y significante. Teniendo al significante como secuencia de sonidos y al significado como el concepto, a su vez que la relación entre ambos es esencialmente arbitraria; estableciendo, tengo entendido, el circuito del habla. Dicho esto, me sorprende que en tiempos contemporáneos siga existiendo el debate y la búsqueda por la “reivindicación de la lengua”. Hasta me parece un tanto ridícula la forma despectiva en la que se concibe un “deterioro del lenguaje”; puesto que, si la vida cotidiana ya no es como en la antigua España de Cervantes, ¿por qué nuestro lenguaje tendría que serlo? Creo que lo sustancial radica, justo, en no ser radical cuando de lenguaje se trata.