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En su libro La estructura de las Revoluciones Científicas, Thomas Kuhn explica el modo en

que los paradigmas científicos se van desarrollando, dando lugar a nuevos marcos
conceptuales en virtud de los cuales otro nivel de conocimiento es posible. Así por
ejemplo, el paradigma imperante antes de la revolución Copernicana daba por sentado
que el Sol giraba en torno a una Tierra inmóvil, centro del Universo. El aporte teórico de
Copérnico, que no fue recibido entre aplausos, sin embargo, fue capaz de transformarse
en el nuevo modelo explicativo.

Cinco siglos después, empero y pese a que la inmensa mayoría de los habitantes del
planeta saben que la Tierra gira en torno al Sol y no al revés, aun subsiste en el lenguaje
cotidiano la idea de que el Sol se mueve durante el día.

La explicación a tal disonancia se encuentra a mi entender determinada por la distancia


entre el saber algo y que ese algo se convierta en sentido común.

Traigo a colación esta idea a propósito de las muchas explicaciones asociadas al resultado
del plebiscito constitucional en que la mayoría abrumadora de los chilenos y chilenas
rechazaron un texto que, más allá de sus aspectos mejorables, no fue, aparentemente
juzgado en su mérito.

Pero por qué sucede esto, si en el proyecto se avanzaba en la resolución de muchos de los
problemas que aquejan a la sociedad chilena, que hicieron a muchos salir de sus zonas de
confort y plegarse en oleadas sucesivas a las movilizaciones estudiantiles de 2011, a las
feministas de 2018, a las que rechazaban el sistema de pensiones de 2019 y a las inmensas
convocatorias post estallido social que alcanzan su pináculo en noviembre de 2019.

¿Acaso el texto no avanzaba en soluciones a estas y otras problemáticas? Mi respuesta es


si, avanzaba, como también exploraba otras temáticas menos transitadas generando
avances notables en distintos campos de la vida social que incluso fueron alabados por
notables constitucionalistas de diversas latitudes.

¿Que fue lo que falló entonces?, este proyecto constitucional no fue capaz de ganar la
batalla del sentido común, las soluciones planteadas en él no fueron capaces de aparecer
como tales soluciones a ojos de los electores.

La desvergonzada campaña de desprestigio de la Convención constitucional orquestada


por la derecha a través de las redes sociales y de los medios de comunicación masivos que
sirvieron de caja de resonancia de ésta, contribuyeron en gran medida a esto, pero no
explican, a mi entender un fenómeno más profundo aún.

Los chilenos quieren mejores pensiones, no quieren a las AFP, pero también quieren ser
“dueños” de sus fondos previsionales y no quieren cotizar más que la tasa actual. ¿Es
contradictorio? claro que lo es. La respuesta del texto constitucional se abría a la
existencia de un sistema de pensiones administrado por el Estado sobre la base de aportes
del trabajador, del empleador y del propio Estado. Se parecía mucho a la solución por la
que miles se movilizaron, pero no les hizo sentido, porque la propiedad de los fondos
ahorrados aparecía difusa, en especial cuando por primera vez en los 40 años de
funcionamiento del actual sistema, millones pudieron recurrir a ellos de manera
extraordinaria sacrificando su bienestar futuro por aliviar los apremios inmediatos. La
plata era suya comprobaron y no querían que ningún burócrata se la quitase. Todos los
datos contradicen esta línea de reflexión, eso es el saber, pero desde el sentido común ese
discurso resultaba sensato.

Durante las movilizaciones de la segunda mitad de los ochenta la entonces oposición fue
capaz de capturar y acaso reconducir ese sentido común “ a puro pan, a puro te , así nos
tiene Pinochet” era uno de los canticos en que se resumía una critica profunda al modelo
de modernización neoliberal que cobraba sus víctimas por miles que perdían sus empleos,
vivían en la pobreza y a duras penas llegaban a mitad de mes. Ese cantico, expresaba una
verdad nítida, palpable, que “hacía sentido”, tras ella había , sin embargo, diversas tesis
políticas , desde la “desobediencia civil”, propugnada por sectores de centro hasta la
“Rebelión Popular de Masas”.

El mérito de la entonces oposición radicó en no enarbolar, al menos en primera línea, las


tesis subyacentes, “los paradigmas” volviendo a Kuhn, sino la explicación simple y llana,
que conectase con el sentido común de quienes sin saber de economía padecían los
dolores del neoliberalismo campante.

Creo que las izquierdas hemos perdido en gran parte esa capacidad de conectar con el
sentido común, lo que no es solo una falencia discursiva, sino síntoma de una creciente
desconexión con lo popular, con agendas que si bien apuntan a transformaciones
profundas tienden a suponer a un interlocutor, o más bien a un oyente altamente
informado, que es capaz de discernir mensajes complejos, llenos de neologismos que no
son sencillos de descifrar en clave de - parafraseando a Niembro- “¿como esto afecta a mi
vida?”, ¿Cómo la mejora?.

Los problemas complejos requieren soluciones complejas, es cierto, es un mantra de la


política responsable, pero los problemas urgentes requieren de soluciones urgentes.

La creciente delincuencia e inseguridad en nuestras calles, por ejemplo, probablemente se


explica a partir de fenómenos de profunda desigualdad, pero en tanto atacamos esas
causas profundas requerimos también soluciones para el aquí y el ahora. Soluciones que
le hagan sentido a quien temprano en la mañana o tarde en la noche, teme por su
seguridad al trasladarse desde o hacia su hogar. “Mano dura” dicen los conservadores y
aunque la frase carece de contenido específico, parece que responde a esa necesidad que
nos cuesta canalizar de proponer soluciones que puedan ser asibles y apropiables por
aquellos a los que aspiramos representar.
Este camino, naturalmente requiere claridad respecto de quien es ese sujeto social al que
le hablamos, las apelaciones a la “clase”, al “pueblo”, a los “trabajadores” parecen no
interpelar necesariamente a quienes pretendemos representar.

Nuestro pueblo disfruta de los asados con parrilla a carbón, se emociona entonando el
himno nacional cuando juega la selección, aspira a acceder a los frutos del crecimiento
económico al interior de sus hogares, dona dinero y se emociona con la Teletón.

Nuestras izquierdas empero, extremando el argumento, menosprecian el patrioterismo,


condenan no solo el atentado medioambiental del uso del carbón, sino incluso del
consumo de la carne, consideran al futbol una forma moderna de opio del pueblo y solo
ven en la Teletón una burda maniobra de lavado de imagen de los grandes empresarios.

Estrechar esa brecha epistemológica entre lo que es verdadero y lo que la gente cree, sin
renuncias pero probablemente con concesiones tácticas es a mi juicio una tarea de
primerísimo orden.

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