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Estrella

Emanuel Alejandro Groh

Vas a levantarte como siempre a la mañana. Después de terminar de despertarte en el baño


mientras te lavás los dientes y la cara, vas a preparar el mate amargo. Siempre amargo. Vas a
acordarte del chiste que siempre acés, “Para dulce estoy yo”. Pero la amargura del mate
siempre suele ser más amable que la de los pensamientos, esos que asaltan tu paz doméstica
con preguntas que incomodan, sobre todo una. Sabés que es un día especial porque tenés que
cumplir con el censo, ese que llevó a José y maría hace dos mil años a un pequeño pueblo en el
que nació Jesús, y la historia ya no fue la misma.

Pero lo tuyo es menos sacrificado porque no tenés que trasladarte, sino que tenés que esperar
a que te toquen el timbre.

Mientras probás el mate pensás una y otra vez en las preguntas que te van a hacer, te
lamentás una y otra vez de no haberlo hecho por computadora. No todo es casual. Vas estar
cara a cara con una persona que sin saberlo va a revolver eso que tanto te moviliza y la
pregunta será lanzada como un puñal claro y certero.

Pensás que las otras preguntas no son el problema, pero esa sí, y por eso ensayas una y otra
vez lo que vas a decir. Sabés que no es lo mismo recorrer las palabras al derecho y alrebez en
soledad que al estar cara a cara con el funcionario estatal que disparará al punto exacto.

Mientras el mate entra perfecto por tu boca, entibiando tu lengua callada que no se anima a
dejar salir lo que aflora en tu mente, repasás tu vida como una película y vas atando cavos.

Te mirás pequeño con aquel libro de cuentos en la mano con ilustraciones de princesas y
pensás que aunque sos el ejemplo perfecto con todos los privilegios que este sistema modeló,
vos querías ser una de ellas. También aquella fiesta que tanto deseaste y no debías tener
porque no te correspondía

Eso te va a dotar de una increíble fuerza interior que terminará de dar a luz la verdadera
identidad que vas a abrazar a pesar de todo y de todos.

Sos consciente de las consecuencias y de que causarás daño, pero tampoco podés evitarlo a
costa de tu propio autoflagelo.

Empezás a iluminarte, pero de una forma distinta, esta vez es desde adentro, una luz propia
que te envuelve y te hace brillar. Sabés que el cambio ahora está a punto de ocurrir, alguien va
a nacer, y justo en un censo, como aquella vez.

Sabés que aquel alumbramiento cambiará la historia de tu propio mundo, y que habrá más
preguntas que respuestas, pero, en fin, será lo que tenga que ser según los designios de tu
propia libertad.

El timbre va a sonar y vas a abrir. Luego responderás una a una, las preguntas del cuestionario.
Al llegar a la pregunta tan temida vas a sentir la última contracción, ya no vas a sentir que un
puñal se aproxima, sino que estás a punto de parir. Tan solo a unos momentos de parirte.

El censista dirá: “¿con qué género se auto percibe usted?” y gritarás como el llanto de quien
acaba de nacer: “¡Soy estrella!”.

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