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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad Filosofía
Carrera de Filosofía
Cátedra de Aristóteles
Profesor: Diego Antonio Pineda Rivera
Estudiante: Laura Zamudio Pavas
31 de mayo de 2022

La acción como unidad de la Ética Nicomaquea

De manera pedagógica, Aristóteles (1999) de Jonathan Barnes ilustra un plano


general de ejes investigativos claves de los que se ocupó el estagirita durante su vida,
aportando claves de lectura que amenizan la lectura de textos que, de otra manera, podrían
percibirse como conceptualmente bruscos (y a veces demasiado abstractos) para un lector
recién adentrado en el corpus aristotélico.1
Dado el caso de que un lector hubiese despertado cierto interés en leer los tratados
aristotélicos acerca del cosmos y su composición, la lectura de los capítulos que Barnes le
dedica a esta rama en particular (específicamente el capítulo 16) probablemente lo
predispondrían a una lectura muy tajante de los textos originales– cosa que, considero, pese
a estimular una lectura crítica de los tratados y sus limitaciones, empaña de cierta manera
el maravillamiento inicial de la primera lectura. El eje en el que reposa esta necesidad es en
la tendencia a comparar los resultados y avances de las investigaciones antiguas con los del
presente con el propósito de ilustrar los saltos metodológicos, tecnológicos y conceptuales

1
Mi estudio parte de la problematización de este mismo carácter introductorio, puesto que su redacción
inevitablemente influye en la postura con la que se aproximan los lectores a los textos originales.
(por no llamarlos evolutivos) que las ciencias han dado desde entonces, considerando el
presente como el mejor estado de las cosas y, por ende, menospreciando y excluyendo las
anomalías que no armoniza con nuestro acontecer (Alirio, 2013, pp. 262 -263) Vemos en
este caso particular críticas como las siguientes:
La física y la química de Aristóteles son fatalmente inadecuadas cuando se comparan con la
obra de los nuevos científico (…) y si su biología sobrevivió uno o dos siglos, fue como un
miembro arrancado del cuerpo, como un fragmento de una estatua colosal. ¿Por qué no
desarrolló Aristóteles una química decente o una física adecuada? Su fracaso debe
achacarse en gran parte a una sincera pobreza conceptual (Las cursivas son mías, pp. 116-
117).
Considero que el vocabulario usado es intencionalmente condescendiente con
dichos trabajos ciertamente recursivos, más no por ello “fracasados”, “rudimentarios” o
menos inmersivos y fascinantes que los estudios que se publican en el presente de agujeros
negros, materia oscura, gravitones y reinos subatómicos inalcanzables a nuestra percepción
relativa que retan y rebasan muchas veces nuestro entendimiento de lo real. Vale reiterar
aquí que el progreso de la investigación como práctica no es lineal: no puede considerársele
como una bolsa llena de fórmulas y protocolos sólidos a los cuales remitirse para producir
resultados destinados a funcionar o fracasar, menos aún una forma de conocimiento estable
que pueda invalidar aquellos aportes que no encajen en sus estándares en aras de conservar
los “más correctos” o “pertinentes”. El ejercicio de fosilizar dichas investigaciones
refutadas como si fuesen escalones por superar en la evolución histórica de las disciplinas
les arrebata su fuerza vital:
Hay que permitir que los mitos, que las sugerencias lleguen a formar parte de la ciencia y a
influir en su desarrollo. No sirve de nada insistir en que carecen de base empírica, o que son
incoherentes, o que tropiezan con hechos básicos. Algunas de las más bellas teorías
modernas fueron en su día incoherentes, carecieron de base y chocaron con los hechos
básicos del tiempo en que se las propuso por primera vez. (Feyerabend, 1996. pp. 107-108)
El estatus quo de las disciplinas científicas hace que la recepción y utilidad de estos
estudios varie (a veces por influencias externas a la misma ciencia): pueden considerarse
monstruosos en determinadas épocas y parte de la norma en otras. En la misma pregunta
básica por la finitud o infinitud del universo (una pregunta fundamental en la astronomía)
podemos evidenciar esta misma metamorfosis de lo canónico: en el caso de la Física
aristotélica, por ejemplo, se defiende la concepción de un universo que, al ser un lugar que
tiene direcciones que limitan con otras y que se considera como un “Todo” completo por
fuera del que no haya nada, no puede considerarse como infinito. Lo infinito completa y
hace parte de las magnitudes que actúan en el universo, pudiendo dividirlas en unidades
cada vez más pequeñas como parte de un procedimiento que puede nunca acabar, pero esto
no significa que las magnitudes sean infinitas por adición o que el infinito sea el “Todo”
como tal. Esto se reitera en el tratado Acerca del cielo:
Pese a que las demostraciones2 de la física aristotélica tienen cierta una fundación
empírica desde lo observable o lo comúnmente conocido, sus argumentos principales sobre
conceptos como la moción y la infinitud se extraen desde principios fundamentales
abstractos (Lloyd, 1968, p.154). Aristóteles critica la noción de un universo infinito en
tiempo y tamaño de Meliso, por ejemplo, por incurrir en una falacia argumentativa (Ver
Libro I, 185a 34- 185b 7) y no por el proceder científico con el que estamos familiarizados
en el presente 3.
Giordano Bruno publicará Sobre el infinito universo y los mundos (1584) refugiado
en Inglaterra postulando la posibilidad de un universo infinito originado por una causa
infinita. El elogio que hace de sí por este avance le reprocha de manera muy contundente a
su antecesor su pensamiento, tachándolo de “vulgar” para ensalzar el propio: el motor
primordial del movimiento aristotélico, así como las (aproximadamente 55) esferas en las
que dividió el movimiento interplanetario son vistas por Bruno como cadenas tiránicas que
durante aproximadamente un milenio aprisionaron el pensamiento humano sobre el
universo:
“He aquí a aquel que ha abarcado el aire, penetrado el cielo, recorrido las estrellas,
traspasado los límites del mundo, hecho desaparecer las fantásticas murallas de las
primeras, octavas, novenas, décimas y otras esferas que se habrían, podido añadir, según
las opiniones de vanos matemáticos y la ciega visión de vulgares filósofos”. El abrió los
claustros de la verdad, desnudó la oculta naturaleza (…) nuestra razón no está ya

2
Vale hacer un inciso la noción aristotélica de demostración como el camino que conecta el logos con la
estructura del ser de la cosa misma o, dicho de otra manera, su constitución interna necesaria (Zubiri, 1963
p.8); no implica siempre una demostración estrictamente material.
3
El consensos sobre la causa fundamental de la “desacreditación” de las investigaciones científicas de
Aristóteles acerca del cosmos es la falta de herramientas sofisticadas para las observaciones con las que si
contamos nosotros para hacer dichos ejercicios, como bien lo destaca Barnes quizá para retribuirle algo de
mérito al desarrollo de estas investigaciones en medio de su “pobreza tecnológica”.
aprisionada por los grillos de fantásticos móviles y motores. (Las cursivas son mías,
Capelletti, 1981, pp. 5-6)
Hasta hace poco prevaleció la noción de un universo infinito dentro de la
astronomía, hasta que su finitud pasó a ser nuevamente parte del sentido común científico
en el presente4. La teoría inflacionaria es un buen ejemplo de ello: reconocemos en el
presente un proceso de inflación eterna de universos burbuja, donde el campo de inflación
acelerada inmediatamente posterior al Big Bang no permanece estático, sino que
constantemente esta generando infinitos Big Bangs dentro de universos ya existentes en la
medida en la que se expanden: “No se detiene jamás. Aparecen universos burbuja en
universos ya existentes, allí donde los vacíos cuánticos del campo inflatón saltan a otro
vacío, a otro estado (…). Universos burbuja dentro de universos burbuja dentro de
universos burbuja “ (Garland, 2017, pp. 396 – 397). Este mismo proceso, aunque denote un
carácter infinito de expansión, coincide con la concepción aristotélica del infinito, puesto
que estos universos surgen de manera infinita al interior de un universo limitado. En otras
palabras, dichas expansiones no hacen de este último infinito, solo lo expanden hacia
adentro indefinidamente.
Otro caso de estudio puede ser la concepción de la quintaesencia (otro postulado al
que Aristóteles llega mediante la deducción). El estagirita observa tres tipos de movimiento
simple: el rectilíneo (imperfecto, afectado por la gravedad y sus contrarios), el circular
(perfecto, inalterable y anterior al rectilíneo) y el mixto, estableciendo que cada uno de
estos movimientos corresponde a un elementos simple por su naturaleza intrínseca. Ya que
el fuego, el agua, el aire y la tierra son elementos que se desplazan de manera rectilínea
hacia arriba y hacia abajo5, Aristóteles considera que debe haber un quinto elemento dotado
de movimiento circular anterior a los demás elementos de igual manera 6. El nombre del
4
“La idea de que el universo es finito y con un comienzo en el tiempo fue considerada durante mucho tiempo
como un vástago de ideas religiosas y ridiculizada hasta el advenimiento de la teoría general de la relatividad,
que le permitió volver como una hipótesis científica respetable, aunque «repulsiva»” (Feyerabend, ___ , pp.
109-110)
5
Esto asimismo estaría reiterando el carácter finito del universo en su conjunto: “pues sólo así, si su radio es
finito, puede decirse que los movimientos ascendentes y descendentes de los cuatro elementos
convencionales, que se producen a lo largo de trayectorias radiales, tienen un límite preciso, espacial y
temporalmente” (Candel, 1996, p. 22)
6
Me parece pertinente destacar el uso de la palabra “convicción” acerca de este elemento en el tratado Acerca
del cielo, como si no fuese un hecho material que pudiese constatarse: “existe por naturaleza alguna otra
entidad corporal aparte de las formaciones de acá, más divina y anterior a todas ellas” (). Esto es importante
dado que Aristóteles abiertamente admite que hay ciertos principios que no pueden demostrarse y que tienen
que darse por supuestos.
“éter” se asigna a este quinto elemento supralunar, no solo por tener las mismas
características extraordinarias del movimiento circular7 (que técnicamente exigiría la
existencia de un cosmos eterno), sino también por el conocimiento previo de una tradición
anterior a Aristóteles de pensadores que vinculaban este nombre con lo divino e inmortal
por esa misma razón8.
Este caso es fascinante, pues comparte un buen número de similitudes metódicas a
como se postuló en su momento la existencia de la “materia” oscura: un algo que de igual
manera llena una buena porción del espacio y que tiene un efecto gravitatorio sobre los
astros y las galaxias, pero que no tenemos manera de saber con exactitud qué es. Este
concepto fue postulado por Jan Oort en1932 al evidenciar que el cálculo de toda la materia
contenida en la Vía Láctea no coincidía con las velocidades que observaba de las estrellas
que la atravesaban:
para explicar la absurda incongruencia entre la materia que podía ver en nuestra galaxia y la
velocidad de sus estrellas, hizo una aseveración increíblemente osada. Afirmó que había un
tipo de materia desconocida que llenaba la Vía Láctea. un tipo de materia que no había sido
detectada todavía (…) por qué no interactuaba con la luz, lo cual hacía imposible verla con
cualquier tipo de telescopio (…). Según Oort, los efectos visibles de la materia oscura son
sólo indirectos, a través de la gravedad (…). No puede estar hecha de las mismas partículas
que conforman todo lo que conocemos, porque de lo contrario podríamos verla 9 (Las
cursivas son mías Galfard, 2017, p. 340)
Casi 80 años después de dicho postulado la totalidad de las investigaciones han
podido mapear y rastrear estos espacios donde se concentra la “materia” oscura sin todavía
saber qué es. De manera muy similar a como Aristóteles dio por supuesta la existencia del
éter como componente del universo, los estudios tempranos que le siguieron a la
publicación de Oort también dieron por sentado que la “materia” oscura sin poder verla,
sino exclusivamente a partir las incongruencias matemáticas que planteaba. Reevaluar el
caso de algo aparentemente tan lejano a nosotros como esta materia y yuxtaponerlo con la
situación del éter, no en aras de comparar la eficacia de ambas investigaciones, sino para
7
El movimiento y cambio de estos elementos quintaesenciales podría explicarse a través del concepto del
motor inmóvil; esto, sin embargo, no se da sin sus respectivos problemas. El hecho de que se considere al
universo como un todo perfecto choca con la noción de un motor externo al universo, pues “parecía absurdo
que el principio del cambio estuviera dentro de él [el universo]” (Barnes, 1999, p.108)
8
Miguel Candel (1996) destaca por lo menos 3 usos distintos de la palabra Οὐρανός en este aspecto: 1) el
cielo como envoltura externa, 2) el cielo como el espacio sideral y 3) el cielo ya propiamente como universo.
(p.10)
9
Se llega a esta conclusión de manera muy similar a como Aristóteles postula la existencia del éter a partir del
hecho de que hay algo que por naturaleza no puede tener movimiento rectilíneo como los 4 elementos.
revitalizar esa misma pulsación de lo desconocido que tanto caracteriza la física
especulativa contemporánea, le da un nuevo aire a la lectura que podemos hacer de las
investigaciones alrededor del éter.
Quizá la mejor manera de acercarse a estas teorías ya refutadas (o que, como
establecimos anteriormente, no encajen con los estándares que rigen la producción
científica del momento) no sea ahondando en la herida con una actitud crítica. Desde el
momento en el que nos aproximamos a una investigación antigua como estas dejando de
lado el elitismo metódico de una concepción evolucionista de la investigación podemos (a
lo mejor) apreciar una recepción radicalmente distinta de dichos textos. De Acerca del cielo
emana ese maravillamiento del hombre por aquellas fuerzas profundas que parecen
abrumarlo; un maravillamiento hondo, transversal a la lo propiamente humano desde el
momento en el que pretendió darle sentido mítico al espectáculo cósmico que se
manifestaba ante él, pero considero que dicha sensibilidad puede quedar en parte sellada si
el lector se predispone a acercarse a la investigación con la noción de que sufre de una
pobreza conceptual que lo condena al fracaso, o de que los postulados que propone son
absurdos o poco científicos10.:
Con todo esto, ¿qué nos queda? La pugna de ideas teológicas y míticas por fuera de
lo científico es vista por Paul Feyerabend más como una victoria política desarrollada en el
marco de relaciones públicas alrededor del conocimiento (1996, p. 111) que como un
progreso actual de la práctica. La ciencia tampoco es que se encuentre encapsulada en una
burbuja sin tener repercusiones en la vida misma que estudia: la existencia del éter y su
asociación con lo divino involucraban la misma experiencia de la divinidad de la polis, así
como las ciencias contemporáneas que se nos enseñan repercuten en nuestra manera de
darle significado al acontecer en el que respiramos. La ciencia tiene un carácter existencial
inherente: no podemos acercarnos a dichas investigaciones sin vernos interpelados por la
misma experiencia vital que las subyace y que, de algún modo, también nos habla a
nosotros sin importar nuestra posición temporal. Quizá teniendo todas estas claves en
mente sea más amena y más intersubjetiva la primera lectura de los tratados aristotélicos
10
Me remito aquí nuevamente a la tajante prosa de Barnes: “la química sin equipo de laboratorio y la física
sin matemáticas son mala química y mala física” (1999, p.118) William Guthrie incluso evidenció que el
pensamiento de Aristóteles del universo cambió con el paso de los años, y que la investigación de Acerca del
cielo era más bien provisoria: un plan de edición sistemático y apresurado que pretendía exponer un tema
desde enfoques distintos para posibles investigaciones posteriores (Ver Introducción a “Acerca del cielo”, de
Aristóteles (1996) de Miguel Candel, pp. 13-14.
acerca del universo, y nos permita apreciar esa “mala física” en sus palpitaciones más
vitales y sublimes.
Referencias y bibliografía  
Aristóteles (1995) Física (G. R. de Echandía, Trad.1ra Ed) Gredos.  
Barnes, J. (1999) Aristóteles (M. Vidal, Trad.) Editorial Cátedra (1982) 
Bruno, G. (1981) Sobre el infinito universo y los mundos (A. Capelletti, Trad. 2da Ed,)
Aguilar Argentina  (1584) 
Feyerabend, G. (1996) Adiós a la razón (J. R. de Rivera, Trad. 3ra Ed,) TECNOS (1984).  
Galfard, C. (2018) El universo en tu mano (P. Álvarez, Trad, 1ra Ed) Rey Naranjo Editores
(2016) 
Zubiri, X (1963) Aristóteles: su concepción de la filosofía. En X. Zubiri, Cinco lecciones
de filosofía (pp. 9-57) Sociedad de Estudios y Publicaciones.  
Lloyd, G. (1968) Aristotle: The growth and structure of his thought. Cambridge University
Press 
Candel, M. (1996) Acerca del cielo. Editorial Gredos 
Alirio Vergara, F., (2013). En torno a la historia de la Filosofía Antigua Universitas
Philosophica, Vol. LXI (N. 30), pp. 261-2711 

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