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Un estado democrático necesita de una sociedad fuerte y plural, puesto que sólo es a
través de las asociaciones, y no del estado, cuando se producen ciudadanos. Unos
ciudadanos cuyos intereses van más allá de sí mismos, y de sus compañeros inmediatos.
Las asociaciones de la sociedad civil son las que producen, a su vez, ciudadanos que se
interesa por la comunidad política que promueve y protege las redes asociativas.
“Hay que ver las metrópolis como una fábrica en la que se produce el bien común”
La crisis societaria provocó la crisis financiera y ésta profundizó la crisis económica, y muy
en especial, amplió la misma crisis societaria. Las políticas de reducción del gasto público
basadas en valores neoliberales de tipo individualista y destinadas a reestablecer los
balances de las entidades financieras y las grandes corporaciones en el conjunto de la
Unión Europea, provocaron: el aumento de las desigualdades, hicieron de la pobreza un
fenómeno más amplio, severo y permanente, provocaron una crisis de la democracia[i]:
crisis de resultados y de representatividad de los gobernantes y partidos, que aparecen
sumisos a las grandes corporaciones económicas y financieras y alejados de los intereses
de la gran mayoría de la sociedad: Los parados, los trabajadores y clases medias
empobrecidas, los estudiantes sin perspectivas de empleo, etc.
Ante la crisis social apareció, en las ciudades, un nuevo movimiento social e intelectual
para responder a la crisis y forjar nuevas alternativas a la manera de hacer política, y
profundizar en la democracia. El movimiento de defensa de los bienes comunes, o
definido más sintéticamente como movimiento de “Lo Común”. Este movimiento se opone
por una parte a la degradación de los espacios, equipamientos y servicios financiados con
fondos públicos, acometida durante la crisis debido a las políticas de reducción de las
inversiones financiadas con fondos públicos. Por otra, a la apropiación por parte de las
grandes corporaciones financieras de la ciudad y sus espacios antes públicos, es el caso
de los espacios desapropiados a la ciudadanía por la industria turística urbana, las zonas
desapropiadas y desérticas de carácter central cuyas viviendas son de uso de las grandes
rentas internacionales, que las ocupan de manera muy puntual, y muy en especial al gran
parque de viviendas vacías propiedad de las entidades financieras que son producto de
los desalojos de las y los vecinos que no alcanzaron a pagar las hipotecas o los
alquileres. Este producto de acumulación de capital urbano por parte de las elites
financieras ha sido denominado como pillaje o usurpación[ii].
“Lo Común” reclama, ante esta apropiación de la ciudad por parte de las grandes
corporaciones, el derecho a la ciudad por parte de la ciudadanía, y para ejercerlo depende
del ejercicio de un poder colectivo sobre la ciudad y el proceso de urbanización. Ante el
desapego de la política por parte de amplios colectivos ciudadanos debido a su supuesta
dependencia de las grandes corporaciones, “Lo Común”, plantea la organización
ciudadana y comunitaria de una nueva institucionalidad fruto del diálogo y la deliberación
entre los movimientos sociales urbanos, las entidades vecinales y sociales que genere
nuevos valores y normas para el “hacer ciudad” basada en la producción colectiva y
comunitaria de bienes y servicios públicos.
La ciudad es, en su conjunto, un bien común que debe ser preservado por el poder
colectivo ejercido por la ciudadanía ya sea individualmente, pero sobre todo involucrada
en movimientos sociales y organizaciones ciudadanas.
“Lo Común”, como bien señalan J. Subirats[iii] y Harvey, tiene sus raíces teóricas en los
trabajos de la premio Nobel de economía, E. Ostrom[iv]. Ostrom demostró, contra las tesis
al uso de que la gestión colectiva de bienes comunales era una “tragedia”, que los
coproductores eran capaces de gobernar colectivamente los bienes comunales dotándose
de un marco de normas y criterios de actuación para la gestión de bienes comunales,
producido y gestionado por ellos mismos. La ciudad es en su conjunto un bien común
producido por el trabajo colectivo, y por tanto puede ser gestionado por sus “productores”
a través de procesos de deliberación y consenso. Esta será la manera de asegurar la
creación de un entorno urbano vital interesante y estimulante, y evitar, en opinión de
Harvey, que se pierda como consecuencia de las prácticas depredadoras de los
promotores inmobiliarios, los financieros, y los consumidores de clase alta carentes de
imaginación social y urbana[v].
Por “Lo Común” se entiende, en opinión de unos de sus más importantes teorizadores,
Ch. Laval y P.Dardot[vi] cuatro significaciones distintas pero complementarias. 1- Los
bienes del entorno natural. El aire, el agua, el sol, el territorio. 2- Los bienes esenciales
producidos como la educación, la cultura, el lenguaje, etc. 3- Los bienes públicos y
comunes de la ciudad fruto del trabajo colectivo: el transporte, el espacio público, el
patrimonio cultural, los equipamientos y servicios públicos, etc. Y una 4ª acepción: el
movimiento socio-político orientado a desarrollar políticas urbanas basadas en los
principios de la producción colectiva y apropiación ciudadana de la ciudad.
El término “Lo Común” que es muy antiguo[vii] ha vuelto para quedarse, al expresar lo que
es común al colectivo de personas que viven en sociedad y que es esencial para
desarrollarse. La misma encíclica “Laudato si`” tiene como subtítulo “sobre el cuidado de
la casa común” del Papa Francisco. Aunque con una conceptualización distinta, tiene
semejanzas significativas. Lo común se refiere tanto a la preservación del entorno natural
como a la ecología humana entendida como bien común a preservar para lo que exige
bienestar social, justicia administrativa, paz social, preservación y desarrollo de la familia
(aspecto no citado por los otros autores). A la tarea de promover el bien común apela a la
sociedad en su conjunto y de manera especial al Estado.
Para Mintzberg el problema de las sociedades occidentales es que los tres sectores
siempre han estado desequilibrados o ha dominado el estado, y se ha generado el
despotismo burocrático (estados ex socialistas), o ha sido el mercado en las sociedades
europeas y norteamericanas, y con ello las grandes corporaciones, lo que ha significado
la presencia actual de un capitalismo depredador, en el que la libertad de las grandes
empresas significa que los ciudadanos dejan de ser libres. Para que la democracia y la
economía funcionen es necesario que se produzca una fuerte emergencia de un sector
plural fuerte, bien asentado comunitariamente, para que genere un equilibrio entre los tres
sectores, y genere las condiciones, para asegurar un estado responsable, regulador y
prestador de servicios; un mercado regulado sin predominio de las grandes corporaciones
y con empresas mercantiles eficientes y con responsabilidad social, y un sector plural
generador de bienes comunes.
Mintzberg, al contrario que los autores de “Lo Común” da un papel al mercado en una
sociedad equilibrada, pero tiene una concepción fragmentada de cada uno de los sectores
formulada en términos de “deber ser” y no de “es”, y no explica las relaciones e
interacciones que se producen entre ellos como sería propio de una sociedad, una ciudad,
constituida por un entramado de relaciones, vínculos, interacciones y contradicciones
entre lo político, lo económico, lo social y cultural, y no explica cómo se crean las
condiciones sociales y políticas para el fortalecimiento del sector plural. Es importante en
términos de análisis diferenciar entre estado, mercado y sociedad civil, pero para que nos
ayuden a entender las relaciones de complementariedad, conflicto y dependencia que se
producen en la realidad social[ix].
El estado democrático no puede ser visto sólo como enemigo de la sociedad civil, sino
que, muchas veces, las asociaciones han sido fomentadas por el estado y lo necesitan
para poder sobrevivir. El estado no es sólo el marco para el desenvolvimiento de la
sociedad civil, sino que el estado es un instrumento que se usa para moldear la vida en
común. Al igual, que como vimos en capítulos anteriores, el estado creó el mercado y le
da soporte y protege, y le permite que aparezca como desregulado. El estado, y en
especial los gobiernos locales, son claves para el aumento, la vitalidad y el fortalecimiento
de la sociedad civil.
Una sociedad civil fuerte y plural es, a la vez, la condición para que el estado democrático
funcione. Un estado democrático necesita de una sociedad fuerte y plural, puesto que
sólo es a través de las asociaciones, y no del estado, cuando se producen ciudadanos.
Unos ciudadanos cuyos intereses van más allá de sí mismos, y de sus compañeros
inmediatos. Las asociaciones de la sociedad civil son las que producen, a su vez,
ciudadanos que se interesa por la comunidad política que promueve y protege las redes
asociativas.
Para que una sociedad avanzada y democrática funciones, se necesita una red asociativa
densa, plural, y bien organizada. Lo importante para Waltzer no es tanto los individuos
tomados aisladamente, sino vinculados a través de organizaciones e instituciones
sociales que canalizan la dimensión social y comunitaria de las personas[xi].
“Lo común”, “Lo plural” o “la sociedad civil” son, a pesar de sus diferencias,
denominaciones que tienen en común la importancia de que la ciudadanía asociada
asuma mayores responsabilidades sociales, y consiga un mayor apoderamiento para que
los estados y los gobiernos sean más transparentes, rindan cuentas, y desarrollen
políticas de apoderamiento social y de coproducción de políticas y proyectos.
Frente al neoliberalismo que alimenta la ficción de que el estado debe retraerse para que
su espacio lo ocupe un mercado sin regulación pública, y frente a un neoanarquismo que
también plantea que el estado y los gobiernos democrático-representativos se retiren
progresivamente, y su espacio sea ocupado por los movimientos sociales y el
asociacionismo ciudadano. Estas concepciones no tienen en cuenta las interacciones
entre estado-mercado-sociedad civil (“lo plural” o “lo común”), y en especial no tienen en
cuenta el papel de estado en la creación y fortalecimiento, vitalidad y regulación (anti-
regulación) tanto del mercado, como de la sociedad civil, y tampoco tienen en cuenta las
contradicciones y conflictos entre los operadores del mercado o de la sociedad civil, que
deben ser reguladas para que tanto el mercado como la sociedad civil funcionen. Quizás
es interesante recuperar el concepto aristotélico de “lo público”, como polis o ciudad, para
dar cuenta de esta emergencia de “lo nuevo” en la sociedad, que es el fortalecimiento de
la sociedad civil participativa y productora de lo social, de un mercado regulado y
responsable con capacidad de cooperar, y de un gobierno relacional que desarrolla la
nueva gobernanza democrática. La emergencia de “lo público” se refiere pues a la nueva
orientación de los tres sectores: sociedad civil (o “lo plural” o “lo común”), el mercado y del
modo de gobernar que atañe al gobierno y a las instituciones administrativas, y a las
relaciones e interacciones entre ellos.
2.- El Tercer Sector: La base de una sociedad civil y una ciudadanía activa y cooperativa