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ACT UALIDAD DEL RELAT O BOLIVARIANO EN LA

INT EGRACIÓN CONT INENT AL: MI DELIRIO SOBRE EL


1
CHIMBORAZO o la sugestión prometeica.

Ana Cecilia Oj eda A.


Seraf ín Mart ínez G
Idania Ort iz M.

En vísperas del segundo cent enario de la Independencia de los países


Iberoamericanos es indiscut ible la relevancia y la vigencia que el relat o
bolivariano cobra y viene cobrando a lo largo de est os siglos. Surge ent onces
la necesidad de ref lexión a cerca de dicha vigencia y relevancia, en la
medida en que, podemos af irmar, que el relat o que se ha t ej ido alrededor de
la f igura de Simón Bolívar, más allá de conf igurar los relat os nacionales
propios a algunos de est os países, es un relat o que se t rasciende t iempos y
espacios y se conviert e en símbolo y bandera de una ident idad e int egración
cont inent al. Es preocupación ent onces de est a ref lexión, devolver la mirada
hacia los primeros cimient es conf iguradores de dicho relat o para t rat ar de
dilucidar en ellos, los element os (mat eriales) que soport an su act ual vigencia.

Relato e identidad:

Hablar de relat os nacionales en Iberomérica, implica que ellos est án ligados a


la idea moderna de nación. Es decir, que es a part ir de la emergencia de las
nuevas realidades polít icas, surgidas de los procesos de independencia, donde
empezarían a t ej erse los relat os nacionales. En est os se da f orma a los
imaginarios, a las represent aciones en las que se encarna el ideario que anima
el proceso de const rucción de la nación.

La aparición ent onces de los relat os nacionales es correlat iva con la necesidad
que t iene un grupo social de procurarse una imagen de sí mismo, de

1
Se anexa el texto al final de este artículo
“ represent arse” , en el sent ido t eat ral de la palabra, est o es, de exponerse en
el j uego de la escena 2 . Es en est e cont ext o que el relat o y la imaginación se
encuent ran y se ponen a prueba, pues a part ir de ese encuent ro se procede a
la conf iguración ment al de una ident idad nacional. Ident idad que como lo
plant ea Francois-Javier Guerra, “ remit e siempre a lo que un grupo considera
ser y a lo que, por lo t ant o, lo vuelve dif erent e a los demás” . Dicha ident idad,
en palabras de est e aut or, puede ser considerada en dos regist ros: el polít ico
que def ine a una colect ividad con su est at ut o j urídico, t errit orial y de
gobierno, ent re ot ros aspect os, y el regist ro cult ural en el que se compart en
un conj unt o de represent aciones colect ivas y redes simbólicas que t ej en las
relaciones del grupo con el cosmos, la t ierra, la hist oria, la providencia, sus
vecinos, et c. 3

Ahora bien, comprendemos que el plural ut ilizado cuando hablamos de


“ relat os nacionales” , implica que cada nación cuent a con hist orias propias
que anclan en el avat ar de sus experiencias colect ivas de emancipación, y
cuyo ent ramado narrat ivo acoge la pluralidad de las opciones cult urales que
le son más signif icat ivas. Tema est e que se relaciona con la ref lexión
plant eada por Gerome Bruner, cuando señala que una cult ura no cabe nunca
en un solo relat o 4 , razón por la cual se da una prolif eración de narraciones en
las que se soport an t ant o los individuos como las sociedades en el t ranscurso
de su hist oria. Hist oria que no sería ot ra cosa sino el cúmulo de relat os en los
que se cuent a el devenir de una sociedad y en la cual se explicit an los
dif erent es punt os de vist a, los moment os hist óricos, los int ereses, las
ideologías, para dar f orma a las dif erent es versiones en las cuales t ransit a,
como ref erencia cent ral, el discurso legit imador.

Los relat os nacionales en Iberoamérica se sit úan, ent onces, en la línea de


const rucción de las naciones y de los individuos modernos, cuyo ej e de
conf iguración gira en t orno a la idea de cont rat o social, el cual cambia el ej e

2
RICOEUR, Paul, Du texte à l’action, Seuil, Essais, París, 1986, p. 255, la traducción es nuestra
3
GUERRA, Fracois-Javier, « La nación en América hispánica, el problema de los orígenes”, en: Nación
y modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 1997, p. 102
4
BRUNER, Jerome, Pourquoi nous raconstons-nous des histoires ?, Pocket, París, 2005, p. 72
de relación del hombre con el mundo y con la t rascendencia, para sit uarlo en
la cent ralidad en la que el individuo se compromet e con la sociedad a part ir
de unos derechos y deberes que le dan su aut onomía y le permit en
reconocerse en la aut onomía del “ ot ro” , de los “ ot ros” .

En est e sent ido, las proposiciones de mundo que emergen de nuest ros relat os
nacionales, de nuest ras act as de Independencia, de nuest ras const it uciones,
de nuest ros códigos civiles, de nuest ros poemas épicos, de la ret órica del
discurso polít ico, de nuest ras novelas nacionales, de nuest ros t rat ados de
hist oria pat ria y hast a de nuest ro sermón religioso, et c. son y seguirán siendo,
el result ado de las inquiet udes, de los deseos, de las preocupaciones, de los
encuent ros y desencuent ros ent re el ideal y la realidad que acompañan
nuest ros procesos de const rucción de la nación.

La const rucción de una nación, como t oda const rucción de lo humano, inicia
siempre, o casi siempre, con un acont ecimient o f undacional, punt o de
ref erencia que se conviert e y valida con el t ranscurso del t iempo en origen,
al que siempre nos remit imos, para conf irmar o para negar una f iliación
det erminada. El acont ecimient o una vez llevado a la dimensión del discurso,
se conviert e en relat o, por eso en el origen de t oda civilización exist en relat os
f undadores.

Mi Delirio sobre el Chimborazo, un relato fundacional :

Est e es el horizont e de ideas en el que se inscribe la lect ura 5 que hoy


proponemos del relat o Mi Del ir i o sobr e el Chimbor azo, un t ext o f iccional cuya
escrit ura se originó en la llamada Campaña del Sur, emprendida por Simón
Bolívar, como part e de su campaña libert adora. Escrit o en Riobamba en 1822,
est e t ext o f ue publicado en 1833 6 y en él se elabora la const rucción de una

5
Otras lecturas, antecedentes, de este texto ha sido planteadas por: Serafín Martínez G. Ana Cecilia Ojeda
A. y Judith Nieto L. en: Mi Delirio sobre el Chimborazo: el texto en la cultura, ed. UIS, Bucaramanga,
2005, asi como por la tesis de Maestría de Idania Ortiz M. Mi delirio sobre el Chimborazo: reabsorción
del mito prometeico, Maestría en Semiótica, UIS, Bucaramanga, 2004
6
CREMA, Edoardo, Lo poético en Bolívar, Separata de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Vol. XXI,
N° 71, 24 de julio de 1962, Imprenta Nacional, Caracas, p.61
mirada que a propósit o del ascenso al Volcán Chimborazo, el discurso desliza
hacia la proposición de una apuest a alegórica en la cual se hace ost ensible el
perf il panorámico del t errit orio y de los presupuest os legit imadores en los que
se art icularía la const it ución de est a nueva realidad polít ica de América.

Es necesario aclarar aquí, que la alegoría es una red inf init a de signif icaciones
y de correlaciones en la que cada cosa puede convert irse en la represent ación
de cualquier ot ra, pero siempre permaneciendo dent ro de los límit es del
lenguaj e y de la expresión. Lo que es expresado por y a t ravés del signo
alegórico, dice Scholem 7 , es en primer lugar algo que t iene su propio cont ext o
de signif icación, pero al convert irse en alegórico, est e algo pierde su propia
signif icación, o, más bien, dobla su ref erencia, en palabras de Ricoeur 8 , y
result a ser el vehículo de ot ra cosa y mediador de ot ros sent idos.

La alegoría, en Mi Del ir i o sobr e el Chimbor azo, al mismo t iempo que


mant iene su propio cont ext o de signif icación, desdobla, o dobla, o amplía la
ref erencia, para en rápidos t razos organizar la t rama mediant e el uso de un
narrador que sit úa la hist oria en la perspect iva de un Yo que asume la
narración f ilt rada por un f uert e proceso de subj et ivización. Perspect iva est a
que abre espacios para la inserción de un proceso ment al y subj et ivizant e en
el cual se da cuent a del desplazamient o del Yo prot agonist a desde la
desembocadura del Orinoco en el mar At lánt ico de Venezuela, hast a las
est ribaciones del volcán Chimborazo en el Ecuador. Vert iginoso es est e viaj e,
pues en rápidas secuencias, ese Yo - amparado por el mant o de la diosa Iris -
se ubica muy pront o en las est ribaciones del Chimborazo, para iniciar un
ascenso en el que se concent ra, pref erencialment e, est a narración. Cabe
advert ir que el t razo de est e recorrido geográf ico es concomit ant e con el
movimient o que siguió la campaña libert adora que t uvo un punt o est rat égico
en el Orinoco y, luego, se desplazó hacia el Sur donde culminó en la bat alla
de Ayacucho en el Perú. El desplazamient o de est e Yo personaj e hacia el sur

7
Gershom G. Scholem, Les Grands Courants de la mystique juive, París, Payot, 1983, p. 39. Citado por:
Antonia Bernbaum, en: Nietzsche, las aventuras dl heroismo, F.C.E., México, 2004, p. 195
8
RICOER, Paul, La metáfora viva, TC Ediciones, para la traducción en español, Madrid, 2001
sigue la misma rut a y, met onímicament e, absorbe en su recorrido el sent ido
de est e proceso de liberación.

Est o es lo que se alude en los primeros t razos discursivos que dan cuent a del
viaj e del Yo prot agonist a, pues luego el relat o se det iene en la conf iguración
del complej o proceso de ascensión al Chimborazo y, ahí, t ej e su dimensión
alegórica. Ascenso que se const it uye mediant e el recurso de unas
t ransf ormaciones narrat ivas que modif ican radicalment e, t ant o al personaj e
Yo como al propio espacio, hast a resit uarlos en una dimensión mít ica en la
cual se despliega el relat o en un esf uerzo de universalización de sus
cont enidos. Es así como el personaj e Yo se t ransf orma en un t it ánico héroe y
el mismo espacio geográf ico del Chimborazo es resemant izado en el sent ido
de reconf igurarlo como una mont aña cósmica en cuya cúspide se abre un lugar
para la presencia de los mít icos dioses y es t ambién así como en est a alegoría
aparece la inf inidad del sent ido al que est á vinculada t oda represent ación.
Inf inidad concordant e con las pret ensiones t it ánicas del héroe, pero t ambién
con la inf inidad del universo que desde esas alt uras se sugiere. Se dij era
ent onces que, desde un primer moment o, cent rado en la indicación de un
ascenso pragmát ico del Personaj e Yo que emprende su ascensión a las cimas
del Chimborazo, se da paso a ot ra dimensión en la que a part ir del recurso de
un delirio provocado por las alt uras, se t ej e la reconf iguración del personaj e
en una ent idad de dimensiones ext raordinarias. Se da f orma así a un t rast orno
de la realidad en el que el propio mot ivo del delirio suf re una t ransf ormación
para asumirlo como experiencia sagrada, una especie de t rance sobrenat ural
en el que, de pront o, ent ra el Personaj e Yo, que, como él mismo lo expresa,
se sient e, “ arrebat ado por la violencia de un espírit u desconocido para mí,
que me parecía divino” , pues “ Un delirio f ebril embarga mi ment e: me sient o
como encendido por un f uego ext raño y superior. Era el Dios de Colombia que
me poseía. ”

Singular experiencia es est a que, para su conf iguración, procede a la


absorción en la escrit ura de los t ópicos de la t radición religiosa y mít ica,
según la cual el personaj e - que es t ocado por los dioses - ent ra en un
t rast orno radical, en un éxt asis, o en una experiencia de ext rañamient o, de
posesión, de renacimient o, que provoca esa inquiet ud azarosa que Rudolf Ot t o
def inió como lo numinoso. Se conf igura así un t rast orno de lo humano para
recavar en una nueva compost ura del personaj e que ahora dej a at rás su
ant igua invest idura para dar paso a ot ra ent idad que ya puede ent enderse con
los dioses. Despoj o de la ant igua condición que en el t ext o se explicit a cuando
af irma: “ Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al
t ocar con mi cabeza la copa del f irmament o” ; post ulación narrat iva de una
muert e simbólica en ese desfallezco que abre el paso hacia el sent ido de un
renacimient o, de un morir para dar campo a una nueva ent idad que, solo así
puede act uar en ot ra dimensión, en ot ra esf era en donde la f ragilidad humana
se pot encia para dar paso a la conf iguración de un héroe mít ico que ya t iene
la condición de encarase con los dioses.

La sugestión prometeica:

“ Sólo un dios puede resist ir a un dios, nos dice Blumenberg 9 , y es en ese


sent ido que se produce la met amorf osis del Yo para t ransf ormarse en el héroe
mít ico o, quizás en esa ent idad genial , que según Goet he, represent a aquella
f uerza product iva por la que surgen esas acciones que pueden ser most radas
ant e Dios y ant e la nat uraleza y, que precisament e por eso t ienen
consecuencias duraderas. Es con esa invest idura como el nuevo personaj e que
emerge de est as t ransf ormaciones narrat ivas se reanima con el poder de una
volunt ad moral y, solo así, el héroe puede int erpelar a los dioses.
Específ icament e, es al dios Tiempo al que acude el Yo t it ánico para recavar
en la divinidad el Mensaj e que debe llevar a los hombres para su int egración
en el nuevo orden de cosas que ha emergido de la guerra, met onímicament e
sugerida como ya se dij o en el desplazamient o geográf ico del Yo Personaj e .

Eso es lo que se delat a en el cort o cont rapunt eo con el dios del Tiempo,
f ricción discursiva en la que el Yo héroe se impone con la aut oconciencia de
ser esa ent idad t it ánica, descomunal, hiperbólica, de t an espect aculares

9
BLUMENBERG, Hans, Trabajo sobre el mito, Paidós, para la edción en castellano, Barcelona, 2003,
p.500
dimensiones, t al como se colige de la f igura que se perf ila cuando dice: “ He
pasado a t odos los hombres en f ort una, porque me he elevado sobre la cabeza
de t odos. Yo domino la t ierra con mis plant as; llego al Et erno con mis manos;
sient o las prisiones inf ernales bullir baj o mis pasos; est oy mirando j unt o a mí
rut ilant es ast ros, los soles inf init os. ” Sugest ión narrat iva de la t ransf ormación
del hombre en t it án que por la propia manera en que se conf igura en el
relat o, evoca la f igura mít ica de Promet eo.

Cabe recordar aquí que la memoria es del t iempo y es del pasado; y la


imaginación es, ent onces, la mediación necesaria para que surj an nuevas
posibilidades de semant ización de ese pasado. La imaginación es prospect iva;
eso signif ica que el esf uerzo de rememoración lleva implícit o una propuest a
de posibilidad o de f ut uro, pues la imaginación dice Ricoeur, es un “ modo
indispensable de invest igación de lo posible” . Es en est e sent ido que los
poet as se conviert en en los part icipant es de la verdad ant igua y es a esa
indagación poét ica a la que se at iene el héroe de Mi Del ir io…cuando lee la
Hist oria en el rost ro del Tiempo y, así mismo, ” los pensamient os del Dest ino” .
Es en esa lect ura – “ en t u rost ro leo la Hist oria” - que el Yo heroico se apropia
del saber, del Mensaj e que ha de t rasmit ir a los hombres para conducir a ese
“ pequeño género humano” hacia la conquist a de su propio lugar en el universo
de la Hist oria.

Como se sabe, Bolívar en la Cart a de Jamaica 10 , dirigida al Duque de


Manchest er, expresó la más clara conciencia de la dimensión cont inent al de
sus ambiciones polít icas y, por eso, no vaciló en af irmar que “ Nosot ros somos
un pequeño género humano” . Es en benef icio de esa pequeña Humanidad que
el héroe de Mi Del ir io… act úa f rent e a los dioses para hacer propicio el
camino hacia la const rucción de la nueva realidad de cult ura que la int egre a
la corrient e de la Hist oria Universal. Est e es el mit ologema promet eico que se
act ualiza en primera inst ancia, o sea, la sugest ión educat iva de decir la
verdad en t orno al “ orden f ísico y moral” que le compet e como opción de
cult ura para enalt ecer a est e “ pequeño género humano” .

10
BOLIVAR, Simón, Escritos políticos, Alianza editorial, Madrid, 1969
Por donde se lo t ome, lo que est á en el f undament o mismo del mit o de
Promet eo es una hipérbole sobre la f undación de la cult ura. Así lo af irma Hans
Blumenberg en su libro Tr abaj o sobr e el mit o en el cual da cuent a exhaust iva
de las sucesivas reapropiaciones que de est e mit o se han hecho en la cult ura
occident al. Allí nos af irma que el mit o es una hist oria que present a un alt o
grado de const ancia en su núcleo narrat ivo y, así mismo, unos acusados
márgenes de capacidad de variación (2003: 4). Por eso, en la t radición de est e
mit o, uno de los mit ologemas que se dest acan en su complej a est ruct ura de
sent idos es el correspondient e al papel de demiurgo que se le ha asignado al
Tit án, en la medida en que se inscribe como un mediador ent re los alt os cielos
y la f rágil condición del hombre en la t ierra. Originario modelador del
hombre, Promet eo sigue en vela por est a criat ura indigent e y no duda, en su
alt ruismo humanit ario, de prodigarle los recursos que sean necesarios – el
f uego, las t écnicas, la educación - para que se deslinde de los lazos que lo
at an a la nat uraleza y se abra paso hacia el orden de la cult ura, a t ravés del
conocimient o y el art e.

Por el valor de su f ilant ropía es encadenado ent re las mont añas del Cáucaso y,
por est e sacrif icio, se inclina hacia la condición t rágica y así ocurre en la
versión t razada por el Pr omet eo Encadenado de Esquilo. Sin embargo, como el
Hombre es una criat ura que emerge en primera inst ancia de las manos
art esanales del Tit án Promet eo, est e es consecuent e con su creación y vela
por su dest ino, con una preocupación casi pat ernal. Pero est e dios alf arero
represent a algo más que la posesión del f uego, más que su energía mat erial.
El f uego es t ambién símbolo de la razón, luz de la conciencia y f orma de la
vida que el hombre se da en la cult ura para sobreponerse al est ado de
desnudez nat ural. El hombre est á ent onces marcado por su origen t it ánico y,
por eso, no es al azar que en un discurso f undacional como es lo que
represent a Mi Del ir io sobr e el Chimbor azo, se evoque est e mit o de Promet eo,
para incorporarlo t ambién como el dios t ut elar de los orígenes de ese
“ pequeño género humano” que Bolívar post uló en la Cart a de Jamaica para
ref erirse a la humanidad que emergía de est a América. Vinculado con los
mit os solares, la imagen evocada de Promet eo se inscribe t ambién dent ro de
la const elación de sent idos que el relat o Mi Del ir io… ya venía post ulando en l a
semánt ica de sus proposiciones. Así se desprende del uso met af órico de la
“ corona diamant ina” que circunda al Chimborazo y así se alude con la
presencia de los signos de la luz y de los f ulgores que irradian las alt uras.

Pero lo que se hace más evident e en la absorción de est e mit o en Mi Del ir io


sobr e el Chimbor azo es la vía ret omada en el Renacimient o, t al como lo
analiza Ernst Cassirer en su libro Indivi duo y Cosmos en l a Fil osof ía del
Renaciemient o 11 , pues en el horizont e del t ema elaborado en el capít ulo III de
est a obra - Liber t ad y necesi dad en l a Fil osof ía del Renacimient o - Cassirer
explora con lúcido escrut inio la manera como Charles de Bouelles (1509),
aborda la f igura mít ica de Promet eo y lo “ represent a como un héroe
humanizado, el héroe de la cult ura, el port ador de la ciencia, del orden moral
y polít ico que gracias a esos dones ha podido ref ormar a los hombres, es decir
que les ha dado una nueva f orma y les ha impreso una nueva esencia. ” Una
t area que se inscribe, por lo demás, en el marco de un individualismo heroico
como un sent imient o t it ánico de la aut oaf irmación del Yo (Cassirer, 129). Es
así como el hombre alcanza plenament e el f in para el que est á dest inado y en
est a perspect iva el pensamient o de Bouelles lo que hace es prof undizar la
idea af irmat iva de Pico de la Mirandola en su Or ación por l a dignidad del
hombr e, en la cual convoca al hombre a ser el libre escult or de sí mismo. Si a
est e secularizado propósit o cult ural se agrega la idea según la cual en el
Renacimient o el acent o t ambién se desplaza hacia una menor consideración
del homo nat ur al is en benef icio del homo civil is, se puede ent ender mej or el
int erés polít ico de la reivindicación de un individuo que sea capaz de emplear
sus propias energías, su propia iniciat iva creadora, para abrirse paso por sí
mismo hacia la creación del mundo social que le sea más propicio y af ín a los
int erese propiament e humanos.

Est a capacidad de pot enciar sus propias energías hacia dimensiones


excepcionales es la que se acoge en la est ét ica moderna con la noción de

11
CASSIRER, Ernest, Individuo y cosmos en la filosofía del renacimiento, Emecé, Buenos Aires, 1951
genio, una expresión que se hace más signif icat iva en la cult ura románt ica
para abrir el espacio a la f igura de un individualismo heroico de las más
grandes proporciones. Es así como el genio art íst ico es sobrepuest o hacia una
dimensión de excepción y es desde esa condición que puede crear “ las
posibilidades humanas int roduciendo en la realidad disposiciones y est at ut os,
f ormas y límit es” , como lo af irma Blumenberg (2003: 408). De est e modo
nuevo puede at reverse con la creación y así se aproxima a la f igura de
Promet eo; se desliza hacia la apropiación de los mit ologemas promet eicos y
se abroga la pot encialidad de ej ecut ar su volunt ad cósmica como si aún no
hubiera un mundo capaz de suj et ar al art ist a a las condiciones de realidad
(583). Exalt ación del individuo hacia un plano de excepción que en la
modernidad t ambién encuent ra su f igura emblemát ica en la arrogancia
napoleónica de t odo aquel que pret enda alzarse hacia lo absolut o para
at reverse a la const it ución de un propio mundo. Arrogancia napoleónica
present e en el imaginario colect ivo f rancés12 e igualment e arrogancia
bolivariana que acompaña desde hace doscient os años, colgado en los
rincones menos esperados, una cot idianidad que clama al t it án luces de
prot ección y de esperanza.

Así lo percibió Goet he, no solo en sus dos t ext os sobre Promet eo sino t ambién
en el Regr eso de Pandor a, en Poesía y Ver dad y en el mismo espírit u del
Faust o. Razón por la cual, es en el marco de est a af inidad con la conciencia
de la época que se conf igura est e Yo en MI Del ir io sobr e el Chi mbor azo, para
recavar en la idea del exalt ado individualismo que anima la conf iguración del
Yo Personaj e que prot agoniza est e relat o. Es así como se hace part ícipe de
una aut oconciencia en la que se delat a la f e en un mundo que ya cree en la
f uerza, en la riqueza y sent ido esperanzado del espírit u humano para asumir
la perf ección moral como el cent ro de una t area que conduce a la mej or
organización polít ica de la sociedad. Por eso, la misión de adquirir un valor
para hacer avanzar la humanidad hacia la cult ura cívica es el mot ivo que
conduce al héroe hacia las alt uras del Chimborazo, para adquirir el don de la
palabra y el saber que permit an la part icipación a est e “ pequeño género

12
HAZAREESINGH, Sudhir, La légende de Napoléon, Tallandier, Paris, 2005
humano” para que ent re en conj unción con en el dest ino de la Hist oria
Universal. Es por eso que, pot enciado por el nuevo “ Dios de Colombia” ,
accede al encuent ro con los dioses clásicos – Cronos, Bellona, Iris - y, como es
el Tiempo el que “ enseña envej eciendo” , según la bella expresión de Esquilo,
es a ese dios del Tiempo al que acude para capt ar en él la verdad que ha de
part icipar a los hombres.

La poesía es el camino propicio para est a revelación originaria y, a ese sent ido
creat ivo, apela el narrador para sit uar el Yo personaj e en est as dimensiones
t rascendent ales, invest ido de la pot encia creat iva del genio para recavar en el
Tiempo el saber que est a humanidad del Nuevo Mundo requiere para
encont rarse con su dest ino y encuent re su f orma de pert enecer cívicament e a
las nuevas realidades polít icas que allí se insinúan.

Est e es el horizont e que hoy nos permit e dilucidar mej or lo que Abel Naranj o
Villegas, en su t ext o, El Pensamient o f áust ico de Bol ívar 13 , int uyó como la
visión f áust ica de Bolívar. A la luz de est a nueva lect ura se comprende el
aciert o de su int uición cunado af irmó: “ su avidez de gloria, consideraba
insuf icient e la emancipación polít ica y aspiraba a prof undizar, más aún que en
los moldes polít icos del nuevo hombre americano, en los perf iles sociales que
ensancharan la conciencia del hombre americano” –. Porque esa era la
dimensión que Bolívar pref iguraba para dar la f orma polít ica a est as
realidades que emergían después de la guerra de independencia y que en
f orma alegórica post ulaba en la visión poét ica que alent aba la escrit ura de Mi
Del ir io sobr e el Chimbor azo.

Si se t iene en cuent a la relación de Faust o y Promet eo que se plasmó en la


visión de Goet he y que est a se gest ó en el complej o escenario que circunda
t odo el complej o napoleónico, (Blum. , 496) bien cabe la asociación de t odos
est os sent idos que, por razones de época, convergen hacia la conf iguración
de est e Yo bolivariano que así ret oma para nuest ra cult ura americana la

NARANJO VILLEGAS, Abel, El Pensamiento fáustico de Bolívar. Bogotá; Banco de la


13

República – Biblioteca Luís Ángel Arango, 1983, P.14


t radición Occident al como un derecho propio de est os pueblos para su
legit imación.

Legit imación que se int egra a nuest ros relat os nacionales en el seno de los
cuales, no podemos dej ar de señalar, dos de las dimensiones cent rales que
conf iguran nuest ra imaginación y nuest ro imaginario social: la ideología y la
ut opía.

Si la imaginación puest a en nuest ros relat os nacionales es t ribut aria de est as


dos dimensiones es porque en la elaboración y producción de ést os se plasma
la const it ución simbólica de un lazo social en general y de una relación de
aut oridad en part icular. Est o explica por qué det erminados relat os se imponen
y cobran mayor t rascendencia f rent e a ot ros, en det erminados moment os del
devenir de nuest ras naciones. La imaginación puest a en el relat o, vehicula la
ideología, pero no reducida al nivel de dist orsión o disimulación, sino en su
f unción de int egración, de legit imación, de repet ición del lazo social y la
ut opía; no reducida al nivel de la imposibilidad, sino en f unción del proyect o
imaginario de una sociedad dif erent e, de una realidad dif erent e que puede
imaginarse porque puede llegar a ser.

El no lugar de la ut opía, ref erida, a nuest ra manera de ver, en el relat o Mi


del i r io sobr e el Chimbor azo, la ext rat errit orialidad espacial, el salt o al
ext erior, es lo que permit e a la imaginación creadora la posibilidad de una
nueva mirada sobre la realidad; la opción de abrir el campo de lo posible
hacia ot ras dimensiones de la exist encia, de darle dimensión y cont orno al
deseo para luego devolverlo, t raerlo, hacerlo realidad y concebir las
expect at ivas con ciert o grado de f act ibil idad en lo realizable del f ut uro. No
por ot ra razón, lo que allende f ue ut ópico, se conviert e en realidad y genera a
su vez, nuevas f ormas de la ut opía, en la que nuevas esperanzas y deseos
puedan ser soñados, e imaginados, condición f undament al de lo que nos
def ine como humanos.
Y si la ut opía es válida como dimensión conf iguradora de la imaginación
humana, la ideología lo es en t érminos que solament e en apariencia pudieran
ser considerados ant agónicos. La ideología en sus f unciones de int egración, de
legit imación y de disimulación 14 es la concreción en el relat o, t ant o individual
como colect ivo, de la ciment ación, asimilación o negación de la norma, de la
búsqueda de legit imidad, de la consolidación de visiones de mundo y de
f ormas de act uar cuyas manif est aciones más prof undas, anclan sus raíces en
el universo de la creencia, allí donde parece regist rarse y de donde parece
emanar la est ruct ura simbólica de la memoria social o colect iva.

Ut opía e ideología son ent onces dimensiones conf iguradoras de la


imaginación, y que pueden lograr sus represent aciones en discursos o relat o,
que dependiendo del énf asis puest o en una u en ot ra de est as dimensiones,
j uegan, en t odos los casos, el papel de mediadores ent re la realidad y lo que
se quiere, piensa o desea de ést a, es decir, ent re la realidad y el ideal que
cada sociedad se plant ea est á “ el relat o” , los relat os, como única mediación
posible en la que el individuo y la sociedad se j uegan la conf iguración de una
ident idad que no puede ser si no es relat ada. La ut opía sugerida en Mi Del ir io
sobr e el Chimbor azo y convert ida en ideología en los múlt iples relat os que en
doscient os años se han t ej idos alrededor de la f igura de Bolívar, se mant iene,
porque aún no se ha vuelt o realidad y es precisament e eso lo que,
consideramos, hoy da vigencia a las pret ensiones t it ánicas de est e héroe
t ut elar que, al parecer aún sigue velando sobre los designios de est a
humanidad americana.

14
RICOEUR, Paul, Du texte a l’action, Seuil, París, 1986, p. 425
Mi delirio sobre el Chimborazo

Simón Bolívar
Yo venía envuelt o en el mant o de Iris, desde donde paga su t ribut o el
caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visit ado las encant adas f uent es
amazónicas, y quise subir al at alaya del Universo. Busqué las huellas de La
Condamine y de Humboldt seguílas audaz, nada me det uvo; llegué a la región
glacial, el ét er sof ocaba mi alient o. Ninguna plant a humana había hollado la
corona diamant ina que pusieron las manos de la Et ernidad sobre las sienes
excelsas del dominador del los Andes. Yo me dij e: est e mant o de Iris que me
ha servido de est andart e, ha recorrido en mis manos sobre regiones
inf ernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros
gigant escos de los Andes; la t ierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el
t iempo no ha podido det ener la marcha de la libert ad. Belona ha sido
humillada por el resplandor de Iris, ¿y no podré yo t repar sobre los cabellos
canosos del gigant e de la t ierra? Sí podré! . Y arrebat ado por la violencia de un
espírit u desconocido para mí, que me parecía divino, dej é at rás las huellas de
Humboldt , empañando los crist ales et ernos que circuyen el Chimborazo. Llego
como impulsado por el genio que me animaba, y desf allezco al t ocar con mi
cabeza la copa del f irmament o: t enía a mis pies los umbrales del abismo. Un
delirio f ebril embarga mi ment e; me sient o como encendido por un f uego
ext raño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía.

De repent e se me present a el Tiempo baj o el semblant e venerable de un viej o


cargado con los despoj os de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la
t ez, una hoz en la mano.

«Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la f ama y del secret o, mi
madre f ue la Et ernidad; los límit es de mi imperio los señala el Inf init o; no hay
sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muert e; miro lo pasado,
miro lo f ut uro, y por mis manos pasa lo present e. ¿Por qué t e envaneces, niño
o viej o, hombre o héroe? ¿Crees que es algo t u Universo? ¿Que levant aros
sobre un át omo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los inst ant es que
llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis
vist o la Sant a Verdad? ¿Suponéis locament e que vuest ras acciones t ienen algún
precio a mis oj os? Todo es menos que un punt o a la presencia del Inf init o que
es mi hermano».
Sobrecogido de un t error sagrado, «¿cómo, ¡ Oh Tiempo! –respondí- no ha de
desvanecerse el mísero mort al que ha subido t an alt o? He pasado a t odos los
hombres en f ort una, porque me he elevado sobre la cabeza de t odos. Yo
domino la t ierra con mis plant as; llego al Et erno con mis manos; sient o las
prisiones inf ernales bullir baj o mis pasos; est oy mirando j unt o a mí rut ilant es
ast ros, los soles inf init os; mido sin asombro el espacio que encierra la
mat eria, y en t u rost ro leo la Hist oria de lo pasado y los pensamient os del
Dest ino».

«Observa -me dij o-, aprende, conserva en t u ment e lo que has vist o, dibuj a a
los oj os de t us semej ant es el cuadro del Universo f ísico, del Universo moral;
no escondas los secret os que el cielo t e ha revelado: di la verdad a los
hombres».

La f ant asma desapareció.

Absort o, yert o, por decirlo así, quedé exánime largo t iempo, t endido sobre
aquel inmenso diamant e que me servía de lecho. En f in, la t remenda voz de
Colombia me grit a; resucit o, me incorporo, abro con mis propias manos los
pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.

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