Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Relato e identidad:
La aparición ent onces de los relat os nacionales es correlat iva con la necesidad
que t iene un grupo social de procurarse una imagen de sí mismo, de
1
Se anexa el texto al final de este artículo
“ represent arse” , en el sent ido t eat ral de la palabra, est o es, de exponerse en
el j uego de la escena 2 . Es en est e cont ext o que el relat o y la imaginación se
encuent ran y se ponen a prueba, pues a part ir de ese encuent ro se procede a
la conf iguración ment al de una ident idad nacional. Ident idad que como lo
plant ea Francois-Javier Guerra, “ remit e siempre a lo que un grupo considera
ser y a lo que, por lo t ant o, lo vuelve dif erent e a los demás” . Dicha ident idad,
en palabras de est e aut or, puede ser considerada en dos regist ros: el polít ico
que def ine a una colect ividad con su est at ut o j urídico, t errit orial y de
gobierno, ent re ot ros aspect os, y el regist ro cult ural en el que se compart en
un conj unt o de represent aciones colect ivas y redes simbólicas que t ej en las
relaciones del grupo con el cosmos, la t ierra, la hist oria, la providencia, sus
vecinos, et c. 3
2
RICOEUR, Paul, Du texte à l’action, Seuil, Essais, París, 1986, p. 255, la traducción es nuestra
3
GUERRA, Fracois-Javier, « La nación en América hispánica, el problema de los orígenes”, en: Nación
y modernidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 1997, p. 102
4
BRUNER, Jerome, Pourquoi nous raconstons-nous des histoires ?, Pocket, París, 2005, p. 72
de relación del hombre con el mundo y con la t rascendencia, para sit uarlo en
la cent ralidad en la que el individuo se compromet e con la sociedad a part ir
de unos derechos y deberes que le dan su aut onomía y le permit en
reconocerse en la aut onomía del “ ot ro” , de los “ ot ros” .
En est e sent ido, las proposiciones de mundo que emergen de nuest ros relat os
nacionales, de nuest ras act as de Independencia, de nuest ras const it uciones,
de nuest ros códigos civiles, de nuest ros poemas épicos, de la ret órica del
discurso polít ico, de nuest ras novelas nacionales, de nuest ros t rat ados de
hist oria pat ria y hast a de nuest ro sermón religioso, et c. son y seguirán siendo,
el result ado de las inquiet udes, de los deseos, de las preocupaciones, de los
encuent ros y desencuent ros ent re el ideal y la realidad que acompañan
nuest ros procesos de const rucción de la nación.
La const rucción de una nación, como t oda const rucción de lo humano, inicia
siempre, o casi siempre, con un acont ecimient o f undacional, punt o de
ref erencia que se conviert e y valida con el t ranscurso del t iempo en origen,
al que siempre nos remit imos, para conf irmar o para negar una f iliación
det erminada. El acont ecimient o una vez llevado a la dimensión del discurso,
se conviert e en relat o, por eso en el origen de t oda civilización exist en relat os
f undadores.
5
Otras lecturas, antecedentes, de este texto ha sido planteadas por: Serafín Martínez G. Ana Cecilia Ojeda
A. y Judith Nieto L. en: Mi Delirio sobre el Chimborazo: el texto en la cultura, ed. UIS, Bucaramanga,
2005, asi como por la tesis de Maestría de Idania Ortiz M. Mi delirio sobre el Chimborazo: reabsorción
del mito prometeico, Maestría en Semiótica, UIS, Bucaramanga, 2004
6
CREMA, Edoardo, Lo poético en Bolívar, Separata de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Vol. XXI,
N° 71, 24 de julio de 1962, Imprenta Nacional, Caracas, p.61
mirada que a propósit o del ascenso al Volcán Chimborazo, el discurso desliza
hacia la proposición de una apuest a alegórica en la cual se hace ost ensible el
perf il panorámico del t errit orio y de los presupuest os legit imadores en los que
se art icularía la const it ución de est a nueva realidad polít ica de América.
Es necesario aclarar aquí, que la alegoría es una red inf init a de signif icaciones
y de correlaciones en la que cada cosa puede convert irse en la represent ación
de cualquier ot ra, pero siempre permaneciendo dent ro de los límit es del
lenguaj e y de la expresión. Lo que es expresado por y a t ravés del signo
alegórico, dice Scholem 7 , es en primer lugar algo que t iene su propio cont ext o
de signif icación, pero al convert irse en alegórico, est e algo pierde su propia
signif icación, o, más bien, dobla su ref erencia, en palabras de Ricoeur 8 , y
result a ser el vehículo de ot ra cosa y mediador de ot ros sent idos.
7
Gershom G. Scholem, Les Grands Courants de la mystique juive, París, Payot, 1983, p. 39. Citado por:
Antonia Bernbaum, en: Nietzsche, las aventuras dl heroismo, F.C.E., México, 2004, p. 195
8
RICOER, Paul, La metáfora viva, TC Ediciones, para la traducción en español, Madrid, 2001
sigue la misma rut a y, met onímicament e, absorbe en su recorrido el sent ido
de est e proceso de liberación.
Est o es lo que se alude en los primeros t razos discursivos que dan cuent a del
viaj e del Yo prot agonist a, pues luego el relat o se det iene en la conf iguración
del complej o proceso de ascensión al Chimborazo y, ahí, t ej e su dimensión
alegórica. Ascenso que se const it uye mediant e el recurso de unas
t ransf ormaciones narrat ivas que modif ican radicalment e, t ant o al personaj e
Yo como al propio espacio, hast a resit uarlos en una dimensión mít ica en la
cual se despliega el relat o en un esf uerzo de universalización de sus
cont enidos. Es así como el personaj e Yo se t ransf orma en un t it ánico héroe y
el mismo espacio geográf ico del Chimborazo es resemant izado en el sent ido
de reconf igurarlo como una mont aña cósmica en cuya cúspide se abre un lugar
para la presencia de los mít icos dioses y es t ambién así como en est a alegoría
aparece la inf inidad del sent ido al que est á vinculada t oda represent ación.
Inf inidad concordant e con las pret ensiones t it ánicas del héroe, pero t ambién
con la inf inidad del universo que desde esas alt uras se sugiere. Se dij era
ent onces que, desde un primer moment o, cent rado en la indicación de un
ascenso pragmát ico del Personaj e Yo que emprende su ascensión a las cimas
del Chimborazo, se da paso a ot ra dimensión en la que a part ir del recurso de
un delirio provocado por las alt uras, se t ej e la reconf iguración del personaj e
en una ent idad de dimensiones ext raordinarias. Se da f orma así a un t rast orno
de la realidad en el que el propio mot ivo del delirio suf re una t ransf ormación
para asumirlo como experiencia sagrada, una especie de t rance sobrenat ural
en el que, de pront o, ent ra el Personaj e Yo, que, como él mismo lo expresa,
se sient e, “ arrebat ado por la violencia de un espírit u desconocido para mí,
que me parecía divino” , pues “ Un delirio f ebril embarga mi ment e: me sient o
como encendido por un f uego ext raño y superior. Era el Dios de Colombia que
me poseía. ”
La sugestión prometeica:
Eso es lo que se delat a en el cort o cont rapunt eo con el dios del Tiempo,
f ricción discursiva en la que el Yo héroe se impone con la aut oconciencia de
ser esa ent idad t it ánica, descomunal, hiperbólica, de t an espect aculares
9
BLUMENBERG, Hans, Trabajo sobre el mito, Paidós, para la edción en castellano, Barcelona, 2003,
p.500
dimensiones, t al como se colige de la f igura que se perf ila cuando dice: “ He
pasado a t odos los hombres en f ort una, porque me he elevado sobre la cabeza
de t odos. Yo domino la t ierra con mis plant as; llego al Et erno con mis manos;
sient o las prisiones inf ernales bullir baj o mis pasos; est oy mirando j unt o a mí
rut ilant es ast ros, los soles inf init os. ” Sugest ión narrat iva de la t ransf ormación
del hombre en t it án que por la propia manera en que se conf igura en el
relat o, evoca la f igura mít ica de Promet eo.
10
BOLIVAR, Simón, Escritos políticos, Alianza editorial, Madrid, 1969
Por donde se lo t ome, lo que est á en el f undament o mismo del mit o de
Promet eo es una hipérbole sobre la f undación de la cult ura. Así lo af irma Hans
Blumenberg en su libro Tr abaj o sobr e el mit o en el cual da cuent a exhaust iva
de las sucesivas reapropiaciones que de est e mit o se han hecho en la cult ura
occident al. Allí nos af irma que el mit o es una hist oria que present a un alt o
grado de const ancia en su núcleo narrat ivo y, así mismo, unos acusados
márgenes de capacidad de variación (2003: 4). Por eso, en la t radición de est e
mit o, uno de los mit ologemas que se dest acan en su complej a est ruct ura de
sent idos es el correspondient e al papel de demiurgo que se le ha asignado al
Tit án, en la medida en que se inscribe como un mediador ent re los alt os cielos
y la f rágil condición del hombre en la t ierra. Originario modelador del
hombre, Promet eo sigue en vela por est a criat ura indigent e y no duda, en su
alt ruismo humanit ario, de prodigarle los recursos que sean necesarios – el
f uego, las t écnicas, la educación - para que se deslinde de los lazos que lo
at an a la nat uraleza y se abra paso hacia el orden de la cult ura, a t ravés del
conocimient o y el art e.
Por el valor de su f ilant ropía es encadenado ent re las mont añas del Cáucaso y,
por est e sacrif icio, se inclina hacia la condición t rágica y así ocurre en la
versión t razada por el Pr omet eo Encadenado de Esquilo. Sin embargo, como el
Hombre es una criat ura que emerge en primera inst ancia de las manos
art esanales del Tit án Promet eo, est e es consecuent e con su creación y vela
por su dest ino, con una preocupación casi pat ernal. Pero est e dios alf arero
represent a algo más que la posesión del f uego, más que su energía mat erial.
El f uego es t ambién símbolo de la razón, luz de la conciencia y f orma de la
vida que el hombre se da en la cult ura para sobreponerse al est ado de
desnudez nat ural. El hombre est á ent onces marcado por su origen t it ánico y,
por eso, no es al azar que en un discurso f undacional como es lo que
represent a Mi Del ir io sobr e el Chimbor azo, se evoque est e mit o de Promet eo,
para incorporarlo t ambién como el dios t ut elar de los orígenes de ese
“ pequeño género humano” que Bolívar post uló en la Cart a de Jamaica para
ref erirse a la humanidad que emergía de est a América. Vinculado con los
mit os solares, la imagen evocada de Promet eo se inscribe t ambién dent ro de
la const elación de sent idos que el relat o Mi Del ir io… ya venía post ulando en l a
semánt ica de sus proposiciones. Así se desprende del uso met af órico de la
“ corona diamant ina” que circunda al Chimborazo y así se alude con la
presencia de los signos de la luz y de los f ulgores que irradian las alt uras.
11
CASSIRER, Ernest, Individuo y cosmos en la filosofía del renacimiento, Emecé, Buenos Aires, 1951
genio, una expresión que se hace más signif icat iva en la cult ura románt ica
para abrir el espacio a la f igura de un individualismo heroico de las más
grandes proporciones. Es así como el genio art íst ico es sobrepuest o hacia una
dimensión de excepción y es desde esa condición que puede crear “ las
posibilidades humanas int roduciendo en la realidad disposiciones y est at ut os,
f ormas y límit es” , como lo af irma Blumenberg (2003: 408). De est e modo
nuevo puede at reverse con la creación y así se aproxima a la f igura de
Promet eo; se desliza hacia la apropiación de los mit ologemas promet eicos y
se abroga la pot encialidad de ej ecut ar su volunt ad cósmica como si aún no
hubiera un mundo capaz de suj et ar al art ist a a las condiciones de realidad
(583). Exalt ación del individuo hacia un plano de excepción que en la
modernidad t ambién encuent ra su f igura emblemát ica en la arrogancia
napoleónica de t odo aquel que pret enda alzarse hacia lo absolut o para
at reverse a la const it ución de un propio mundo. Arrogancia napoleónica
present e en el imaginario colect ivo f rancés12 e igualment e arrogancia
bolivariana que acompaña desde hace doscient os años, colgado en los
rincones menos esperados, una cot idianidad que clama al t it án luces de
prot ección y de esperanza.
Así lo percibió Goet he, no solo en sus dos t ext os sobre Promet eo sino t ambién
en el Regr eso de Pandor a, en Poesía y Ver dad y en el mismo espírit u del
Faust o. Razón por la cual, es en el marco de est a af inidad con la conciencia
de la época que se conf igura est e Yo en MI Del ir io sobr e el Chi mbor azo, para
recavar en la idea del exalt ado individualismo que anima la conf iguración del
Yo Personaj e que prot agoniza est e relat o. Es así como se hace part ícipe de
una aut oconciencia en la que se delat a la f e en un mundo que ya cree en la
f uerza, en la riqueza y sent ido esperanzado del espírit u humano para asumir
la perf ección moral como el cent ro de una t area que conduce a la mej or
organización polít ica de la sociedad. Por eso, la misión de adquirir un valor
para hacer avanzar la humanidad hacia la cult ura cívica es el mot ivo que
conduce al héroe hacia las alt uras del Chimborazo, para adquirir el don de la
palabra y el saber que permit an la part icipación a est e “ pequeño género
12
HAZAREESINGH, Sudhir, La légende de Napoléon, Tallandier, Paris, 2005
humano” para que ent re en conj unción con en el dest ino de la Hist oria
Universal. Es por eso que, pot enciado por el nuevo “ Dios de Colombia” ,
accede al encuent ro con los dioses clásicos – Cronos, Bellona, Iris - y, como es
el Tiempo el que “ enseña envej eciendo” , según la bella expresión de Esquilo,
es a ese dios del Tiempo al que acude para capt ar en él la verdad que ha de
part icipar a los hombres.
La poesía es el camino propicio para est a revelación originaria y, a ese sent ido
creat ivo, apela el narrador para sit uar el Yo personaj e en est as dimensiones
t rascendent ales, invest ido de la pot encia creat iva del genio para recavar en el
Tiempo el saber que est a humanidad del Nuevo Mundo requiere para
encont rarse con su dest ino y encuent re su f orma de pert enecer cívicament e a
las nuevas realidades polít icas que allí se insinúan.
Est e es el horizont e que hoy nos permit e dilucidar mej or lo que Abel Naranj o
Villegas, en su t ext o, El Pensamient o f áust ico de Bol ívar 13 , int uyó como la
visión f áust ica de Bolívar. A la luz de est a nueva lect ura se comprende el
aciert o de su int uición cunado af irmó: “ su avidez de gloria, consideraba
insuf icient e la emancipación polít ica y aspiraba a prof undizar, más aún que en
los moldes polít icos del nuevo hombre americano, en los perf iles sociales que
ensancharan la conciencia del hombre americano” –. Porque esa era la
dimensión que Bolívar pref iguraba para dar la f orma polít ica a est as
realidades que emergían después de la guerra de independencia y que en
f orma alegórica post ulaba en la visión poét ica que alent aba la escrit ura de Mi
Del ir io sobr e el Chimbor azo.
Legit imación que se int egra a nuest ros relat os nacionales en el seno de los
cuales, no podemos dej ar de señalar, dos de las dimensiones cent rales que
conf iguran nuest ra imaginación y nuest ro imaginario social: la ideología y la
ut opía.
14
RICOEUR, Paul, Du texte a l’action, Seuil, París, 1986, p. 425
Mi delirio sobre el Chimborazo
Simón Bolívar
Yo venía envuelt o en el mant o de Iris, desde donde paga su t ribut o el
caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visit ado las encant adas f uent es
amazónicas, y quise subir al at alaya del Universo. Busqué las huellas de La
Condamine y de Humboldt seguílas audaz, nada me det uvo; llegué a la región
glacial, el ét er sof ocaba mi alient o. Ninguna plant a humana había hollado la
corona diamant ina que pusieron las manos de la Et ernidad sobre las sienes
excelsas del dominador del los Andes. Yo me dij e: est e mant o de Iris que me
ha servido de est andart e, ha recorrido en mis manos sobre regiones
inf ernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros
gigant escos de los Andes; la t ierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el
t iempo no ha podido det ener la marcha de la libert ad. Belona ha sido
humillada por el resplandor de Iris, ¿y no podré yo t repar sobre los cabellos
canosos del gigant e de la t ierra? Sí podré! . Y arrebat ado por la violencia de un
espírit u desconocido para mí, que me parecía divino, dej é at rás las huellas de
Humboldt , empañando los crist ales et ernos que circuyen el Chimborazo. Llego
como impulsado por el genio que me animaba, y desf allezco al t ocar con mi
cabeza la copa del f irmament o: t enía a mis pies los umbrales del abismo. Un
delirio f ebril embarga mi ment e; me sient o como encendido por un f uego
ext raño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía.
«Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la f ama y del secret o, mi
madre f ue la Et ernidad; los límit es de mi imperio los señala el Inf init o; no hay
sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muert e; miro lo pasado,
miro lo f ut uro, y por mis manos pasa lo present e. ¿Por qué t e envaneces, niño
o viej o, hombre o héroe? ¿Crees que es algo t u Universo? ¿Que levant aros
sobre un át omo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los inst ant es que
llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis
vist o la Sant a Verdad? ¿Suponéis locament e que vuest ras acciones t ienen algún
precio a mis oj os? Todo es menos que un punt o a la presencia del Inf init o que
es mi hermano».
Sobrecogido de un t error sagrado, «¿cómo, ¡ Oh Tiempo! –respondí- no ha de
desvanecerse el mísero mort al que ha subido t an alt o? He pasado a t odos los
hombres en f ort una, porque me he elevado sobre la cabeza de t odos. Yo
domino la t ierra con mis plant as; llego al Et erno con mis manos; sient o las
prisiones inf ernales bullir baj o mis pasos; est oy mirando j unt o a mí rut ilant es
ast ros, los soles inf init os; mido sin asombro el espacio que encierra la
mat eria, y en t u rost ro leo la Hist oria de lo pasado y los pensamient os del
Dest ino».
«Observa -me dij o-, aprende, conserva en t u ment e lo que has vist o, dibuj a a
los oj os de t us semej ant es el cuadro del Universo f ísico, del Universo moral;
no escondas los secret os que el cielo t e ha revelado: di la verdad a los
hombres».
Absort o, yert o, por decirlo así, quedé exánime largo t iempo, t endido sobre
aquel inmenso diamant e que me servía de lecho. En f in, la t remenda voz de
Colombia me grit a; resucit o, me incorporo, abro con mis propias manos los
pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.