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Todo aquel que haya visto en directo un colibrí se queda fascinado, pero estas especies,
como muchas otras están en peligro. Este mundo dentro de poco se convertirá en un
erial.
Una de las razones de que estemos exterminando especies son nuestras emisiones de
gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono proveniente de la quema de
combustibles fósiles. Acabamos de alcanzar las 421 ppm de este gas, niveles de hace
4,5 millones de años, cuando el mundo era muy distinto al actual. Como referencia,
recordemos que los niveles de este gas eran de 280 ppm antes de la revolución
industrial. Fue en 2015 cuando alcanzamos las 400 ppm, así que vemos claramente un
crecimiento exponencial de estas emisiones. El consenso científico sostiene que el
umbral a partir del cual el clima comienza ser inestable es de 350 ppm.
El problema es que la evolución no opera a escalas de tiempo tan rápidas, por lo que
los seres vivos no tienen tiempo de adaptarse. La esperanza es que algunos puedan
emigrar hacia territorios más fríos. Esto es imposible en algunos casos, al habitar islas
y otros ecosistemas, pero también en el caso de especies como los árboles, que emigran
de una manera muy lenta, pues nacen y mueren en el mismo sitio.
Una de las manera en las que ciertas especies se pueden salvar es si viven cerca de
montañas. Como la temperatura se reduce con la altura, ciertos animales puede subir
los metros necesarios para tener la temperatura adecuada. Es aquí en donde aparece
nuestro amigo el colibrí.
Cualquier animal que asciende una montaña experimenta dos cosas: el aire se vuelve
más tenue y más frío. Esto es particularmente problemático para las criaturas que
luchan por mantenerse calientes cuando además hay menos oxígeno disponible, pero
puede ser beneficioso para los que huyen de las altas temperaturas del cambio
climático.
Para los animales diminutos con los estilos de vida de alto consumo de calorías, como
los colibríes, el desafío de reubicarse en niveles más altos para evadir el cambio
climático pueden ser excesivo. Es el caso de los colibríes de Anna (Calypte anna), que
se sienten cómodos hasta altitudes de 2800 m, pero no más allá.
Publican en Journal of Experimental Biology que estas aves a esa altura luchan por
mantenerse a flote y sufren una caída en su tasa metabólica del 37%. Además se
vuelven más aletargadas durante la mayor parte de la noche para conservar energía.
Esto implica que es poco probable que puedan puede trasladarse a altitudes más altas,
por lo que se extinguirán cuando la temperatura suba si no encuentran otra vía de
escape.
Para averiguar todo esto, Spence atrajo a los animales hacia una red para atraparlos. Lo
hizo desde sitios a 10 m sobre el nivel del mar (Sacramento, CA) hasta a 2400 metros
(Mammoth Lakes, CA). Luego él y Hannah LeWinter (Humboldt State University, EE.
UU.) transportaron a estos pájaros a un aviario en el oeste de California que está a
1215 metros. Una vez que las aves habían pasado unos días en su nuevo hogar, los
científicos instalaron un pequeño embudo en el que las aves podían insertar sus
cabezas mientras revoloteaban para que así pudieran beber un jarabe dulce. Midieron el
consumo de oxígeno de las aves, que permite calcular su tasa metabólica. Además,
también midieron la producción durante la noche de CO2 del colibrí, que es otra
medida de la tasa metabólica. Estos animales permiten que su metabolismo caiga
cuando duermen, lo que constituye una forma de mini-hibernación para conservar
energía.
Más tarde trasladaron a las aves a una estación de investigación cerca del pico del
Monte Barcroft (3800 metros) en California donde el aire es menos denso, lo que
implica un 39% menos de oxígeno, y es 5 C más frío. Al cabo de cuatro días volvieron
a medir las tasas metabólicas de las aves mientras revoloteaban y con qué frecuencia y
profundidad las aves entraban en letargo mientras dormían.
A pesar de que los colibríes debían realizar más esfuerzo para permanecer en el aire a
1000 metros por encima de su área de distribución natural, las aves en realidad
experimentaron una caída del 37% en su tasa metabólica. Y cuando el equipo comparó
la energía utilizada por las aves que se originaron cerca del nivel del mar y desde el
extremo superior de alturas, todas lucharon por igual en la cima de la montaña.
«En general, estos resultados sugieren que la baja presión del aire y la disponibilidad
de oxígeno pueden reducir el rendimiento de vuelo estacionario en los colibríes cuando
se exponen al desafío agudo de las condiciones de gran altura», dice Spence.
Además de luchar para volar, las aves recurrieron a disminuir su tasa metabólica y se
volvieron aletargadas durante períodos más prolongados durante la noche, pasando
más del 87,5% de la noche en letargo. Esto significa que incluso si son de un lugar
cálido o frío, usan el letargo cuando hace mucho frío, lo cual les beneficia.
Cuando el equipo verificó el tamaño de los pulmones de los animales, para así
averiguar si las aves que se originaron en altitudes más altas tenían pulmones más
grandes para compensar su escaso suministro de oxígeno, descubrieron que no fue así.
No obstante sí tenían corazones más grandes para hacer circular el oxígeno por el
cuerpo.
¿Qué significa esto para el futuro de los colibríes a la luz del inevitable cambio
climático? Spence sostiene que sus resultados sugieren que la menor disponibilidad de
oxígeno y la baja presión del aire pueden ser desafíos difíciles de superar para los
colibríes, lo que significa que las aves probablemente tendrán que trasladarse al norte
en busca de climas más fríos en lugar de subir a las montañas.
Fuentes y referencias:
Artículo original.
Foto: Unsplash/CC0 Public Domain.
2 Comentarios
1. tomás:
Hoy he sentido también ese pesar al leer dos títulos de libros para niños sobre
calentamiento global: «Monstruos verdaderos amenazan el planeta» y «Mamá se
va a la Antártida».
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