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LA INTIMIDAD EL NIDO

Francisco Reyes Archila

“El deseo de conocer su propia alma cerrará todos los demás deseos” Rumi

Podemos aprender de la naturaleza esa posibilidad de conocer nuestra propia alma, de profundizar en nuestra
propia interioridad o en nuestro corazón. En este caso podemos aprender de los pájaros, de la manera como
construyen sus nidos y la importancia vital que tienen para ellos. Así cómo ellos nosotros construimos
nuestros nidos y valoramos su importancia. Construimos un nido, al cual llamamos casa o, de una manera
más profunda, un hogar. Casa, hogar y nido, al final es lo mismo, pues representan valores comunes como
refugio, calidez, fidelidad, intimidad, confianza, bienestar y otros valores. La casa es un nido. El nido es una
morada, una casa. El nido es el hogar. ¿Qué cualidades tiene el nido?

Una primera cualidad o valor es el de la intimidad, el ambiente donde se forja la vida. Volver al nido, por
ejemplo, es “recuperar esa intimidad perdida” (Bachelard) Esa intimidad con uno mismo y con Dios. Ese
nido íntimo, la intimidad de mi intimidad, está ahí esperándonos que regresemos a él. Tal vez hayamos
construido otros nidos sobre él, o hayamos puesto ramas y restos de cosas en él, que prácticamente no lo
logramos ver o sentir. Una primera tarea entonces en ese viaje hacia nuestra interioridad sea precisamente
limpiar ese nido. Esa etapa purgativa por la cual pasamos en esa tarea de encontrarnos con nosotros mismos
y con la divinidad que habita en esa intimidad.

El nido nos permite “revivir especie de ingenuidad”, simbolizada el instinto del pájaro. Una ingenuidad
basada en una confianza que a veces no tiene una explicación racional. ¿Construiría el pájaro su nido si no
tuviera su instinto de confianza en el mundo?, pregunta Gastón Bachelard. Etty Hillesum, lo dice de esta
manera: "En alguna parte dentro de mí hay algo que nunca me abandonará”. Es la confianza y la ingenuidad
que nos regala la imagen del nido. Y, por tanto, una motivación a hacer ese viaje hacia nuestra interioridad,
confiando profundamente en lo que vamos a encontrar es bueno, bonito y agradable, esa realidad última que
siempre estará con nosotros y en nosotros y que llamamos Dios.

El nido está hecho a la medida de cada quien. Bachelard nos recuerda del nido lo siguiente: "Por dentro, el
instrumento que impone al nido la forma circular no es otra cosa que el cuerpo del pájaro. Girando
constantemente y abombando el muro por todos lados logra formar ese círculo”. Ese nido profundo donde
se ancla nuestra propia identidad está hecho a nuestra propia medida: Es un nido que está hecho para que
yo lo habite, hecho por mí mismo. Es un nido para mí mismo.

El nido está protegido y albergado. “Soñé con un nido donde los árboles rechazaban la muerte” dice un
poeta que no recuerdo el nombre. El árbol se convierte en un nido también. Del pájaro confía en el árbol
también, que puede sostener el nido. El árbol recibe la vida y la protege. “El árbol entero es para el pájaro el
vestíbulo del nido. Ya el árbol que tiene el honor de albergar un nido participa en misterio. El árbol es ya
para el pájaro un refugio” (Bachelard). Al mismo tiempo el bosque abriga y protege al árbol y el cosmos a su
vez al bosque. Nuestro nido no está construido en el aire. Así nuestro nido interior tiene soportes externos
a él, como la familia, la comunidad, el grupo de amigos. Y este ambiente es el que permite también que la
vida crezca en ese nido.

El nido nos recuerda el bienestar original, un estado al que estamos llamados a vivir. Esa serenidad profunda
que envuelve el nido interior. “En su germen toda vida es bienestar. El ser comienza por el bienestar. En su
contemplación del nido, el filósofo se tranquiliza prosiguiendo una meditación de su ser en el ser tranquilo
del mundo. Traduciendo entonces al lenguaje de los metafísicos de hoy el candor absoluto de su ensueño, el
soñador puede decir: el mundo es el nido del hombre” (Gastón Bachelard)
El nido es un espacio para el gozo profundo. “Así el pico-verde se precipita en el dédalo de las ramas, abre
aquí una ventana, sale de ella gorjeando, se lanza por otro lado, ventila la casa. Hace resonar su voz arriba,
abajo, prepara su morada... y toma posesión de ella.'" (Henry-David Thoreau, citado por Bachelard). Cuando
logramos conectar con ese nido interior redescubrimos una alegría que no tiene comparación. Una alegría
que vuelve un gozo profundo, que como una brisa suave en forma de torbellino envuelve todo nuestro ser,
lo que hacemos, lo que pensamos y sentimos, aun en circunstancias donde aparentemente no puede haber
lugar para la alegría.

Dice algo Etty Hillesum que resume de alguna manera lo dicho hasta acá: “Caminé con alegría a lo largo de
la avenida del Amstel, completamente sumida en mí misma. Con cierta satisfacción constaté que, sola, estoy
en buena compañía y que sé llevarme muy bien conmigo. También al día siguiente permaneció aquella
sensación. Y cuando ayer por la tarde recogí el queso para S. y caminaba por el bonito barrio de Zuid, tuve
la sensación de parecerme a un viejo Dios rodeado por una nube. Esa imagen debe aparecer en alguna parte
de la mitología: un Dios que se mueve, rodeado por una nube. Era la nube de mis propios pensamientos y
sentimientos que me rodeaba y me acompañaba. En la nube me sentía caliente, abrigada y segura”. Es decir,
esa nube es como el nido, donde el pájaro, el pichón, se encuentra abrigado, caliente y seguro.

Terminemos recordado la voz del salmista: “Mi ser languidece anhelando los atrios de Yahvé; mi mente y mi
cuerpo se alegran por el Dios vivo. Hasta el gorrión ha encontrado una casa, para sí la golondrina un nido
donde poner a sus crías: ¡Tus altares, Yahvé Sebaot, rey mío y Dios mío! Dichosos los que moran en tu casa.
y pueden alabarte siempre! Salmo 83, 2-4. El altar de Dios en el interior del ser humano.

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