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LAS TÉCNICAS DEL INTERROGATORIO E INCORPORACIÓN DE LA

PRUEBA EN EL PROCESO PENAL

Agradezco a la Universidad de San Martín de Porres por la gentileza de


habernos invitado y de habernos atendido en esta ocasión.
Si ustedes han asistido a las sesiones anteriores, probablemente se han
formado una idea, más o menos, de la evolución que ha tenido el derecho
procesal penal chileno, que ha sido bastante abrupta. Chile tenía una tradición,
yo diría marcadísimamente inquisitiva y pasó rápidamente a un código de
diseño marcadamente adversarial. Entonces, tuvimos una especie de terapia
de choque en este punto; cosa que, desde de mi punto de vista, en vez de
negativo, resulta favorable para aquellos que intentan conocer el sistema en
Chile, y aquellos que intentan adaptar las instituciones al funcionamiento que
deben tener.
Les cuento una experiencia que me tocó conocer, a propósito de haber viajado
a México a principios de año. En México, existió aparentemente desde siempre
el Ministerio Público; por consiguiente, en México –estoy hablando del Estado
de Nuevo León en particular–, existió desde siempre una separación entre el
acusador y el que dicta sentencia en el proceso penal; sin embargo, existía un
procedimiento de carácter escrito, en el que las pruebas o la evidencia
recopilada durante la etapa de sumario tenía valor en la etapa de plenario o de
juicio. Entonces, al momento en que Nuevo León decide dar un paso más, un
acercamiento hacia el sistema adversarial, no tiene estas carencias que les
hablaba respecto de lo que sucedió en Chile. El Ministerio Público tiene
algunas acomodaciones; pero, en el fondo, es básicamente la misma
institución; hay que moralizarla un poco, nada más.
¿Cómo comenzamos a implementar un sistema adversarial oral, en materia
penal? Vamos a seleccionar ciertos delitos que no parezcan demasiado
peligrosos para llegar y lanzarse. Estos delitos van a ser, digamos, el campo
experimental; y si el asunto sale bien, vamos a ir ampliando posteriormente a
otros campos delictivos.
Abogado de la Universidad Católica de Valparaíso. Magíster en Derecho Penal
por la Universidad de Barcelona y la Universidad Pompeu Fabra. Profesor de
Derecho Procesal Penal de la Universidad Católica de Valparaíso. Profesor de
Litigación Oral de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Abogado de la
fiscalía nacional del Ministerio Público.
En México, curiosamente, decidieron crear un nuevo libro en su Código de
Procedimiento Penal, en el que optan por aplicar el juicio oral únicamente –esto
es el primer paso– a los delitos culposos menos graves. Esa es la clasificación
mexicana. Por ejemplo, pueden ser las lesiones producidas por una colisión,
digamos, en materia de tránsito. En esa ocasión me tocó viajar con otro colega
y al ver esto, dijimos, pero si este cuasidelito, digamos, es el característico
delito en el que en Chile nunca o casi nunca se llegaría a un juicio oral, porque,
precisamente, los delitos culposos son una materia fértil para evitar la
persecución penal hasta la dictación de la condena y remplazarlo por una
adecuada satisfacción a la víctima, precisamente por la ausencia de dolo y la
presencia únicamente de culpa; un accidente, como se dice en términos
corrientes.
Entonces, le preguntan al que fue el capitán, creo, porque yo no soy muy
futbolístico, Leonel Sánchez, cuando fue al velorio de su amigo, poniéndole el
micrófono en la boca: ¿es difícil enterrar a un amigo? y al pobre Leonel
Sánchez se le caían las lágrimas, y decía: «sí, es atroz».
¿Cuántas maneras hay para preguntarle a una persona lo mismo?, ¿detrás de
qué andaba ese periodista cuando hizo esa pregunta de esa forma? ¿Por qué
no le preguntó, mejor, «Don Leonel, ¿cómo se siente?», «Don Leonel, ¿y usted
cómo ha estado?», «Don Leonel, ¿qué lazos tuvo usted con este jugador?». El
periodista usó una técnica muy directa; en el fondo, reprobable desde el punto
de vista ético profesional podría decirse, quería hacerlo llorar. Eso se podría
caracterizar como una típica pregunta sugestiva en un contrainterrogatorio.
Entonces, si ustedes se fijan, van apareciendo, en nuestra forma cotidiana de
comunicarnos, maneras de preguntar que las vamos a ver muy pronto en el
juicio oral. Cuando alguien, por ejemplo, choca en su auto y se baja indignado,
teniendo claramente determinado que el otro tuvo la culpa, se baja y le dice: «lo
que pasó fue que tú ibas despistado», por decirlo de algún modo elegante; uno
puede decirlo de una forma más agresiva naturalmente.
¿Qué clase de actividad de interrogación está realizando el Ministerio Público?
Está realizando un examen directo.
Si.
La idea del examen directo es que el testigo aporte la información en forma
espontánea, fluida, sin intervención, o con la mínima intervención en materia de
preguntas por parte de quien lo presenta.
Esto lleva quizá a destruir un mito. En Chile, por ejemplo, había un dicho
judicial, se decía «oiga, más falso que testigo de plenario». No sé si ustedes
han escuchado algo así.
Datos que se dan regularmente sobre cómo hacer un buen examen directo la
exactitud. Precisamente va dirigida a que las preguntas versen sobre aquello
que yo quiero que el testigo diga, y aquello que yo quiero que el testigo diga
tiene que ver con mi teoría del caso, con acreditar los hechos en que se basa
mi teoría del caso. Tiene que ser integral. Los testigos tienen mucho material
que aportar, y si yo omito extraer toda la información útil de un testigo, un caso,
eventualmente, se puede perder.
En el examen directo reinan las preguntas abiertas, se busca el mayor relato
fluido del testigo, continuo, en el que el testigo es el protagonista. Las
preguntas cerradas sirven para hacer ciertas especificaciones.
Acá está el punto problemático. El código chileno dice claramente «en sus
interrogatorios las partes que hubieren presentado a un testigo o perito no
podrán formular sus preguntas de tal manera que sugirieren la respuesta».
Las leyes no tienen una manera de especificación y eso en cierta medida es
bueno. El Código chileno tiene dos objeciones dichas en la ley: la objeción por
preguntas subjetivas en el examen directo y la objeción por preguntas
capciosas en cualquier clase de examen. Allí el juego es al revés. El testigo,
por ejemplo, el agente de policía que llega al sitio, si bien no es médico, puede
hacer un examen al cadáver y aventurar las causas de muerte: «mire, tenía un
orificio de impacto de bala, con algo carbonoso, a la altura del corazón. Mi
opinión es que el sujeto murió porque lo balearon en el corazón».
Las preguntas impertinentes son las que no tienen razón directa con el objeto
de la prueba. No podríamos decir directamente con el objeto del proceso,
porque al menos en Chile, por ejemplo, los testigos de la buena conducta
anterior, que es un atenuante, son admitidos en el juicio oral.

ALUMNO: Edwin Elías Falcon Inocencio

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