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La ciencia, como el arte, la religión, el comercio, la guerra y
hasta el dormir, se basa en presupuestos. No obstante, difiere de
la mayoría de las otras ramas de actividad humana en esto: no
sólo los senderos por los cuales discurre el pensamiento científico
están determinados por los presupuestos de los hombres de
ciencia, sino que el objetivo de estos últimos es la comprobación y
revisión de los viejos presupuestos y la creación de otros nuevos.
En este empeño, es a todas luces deseable (pero no abso-
lutamente necesario) que el científico conozca a conciencia sus
propios presupuestos y sea capaz de enunciarlos. Es también
conveniente y necesario para el discernimiento científico conocer
los presupuestos de los colegas que trabajan en el mismo campo.
Y sobre todo, es necesario que el lector de artículos científicos
conozca los presupuestos de su autor.
He tenido la oportunidad de enseñar diversas ramas de la
biología conductal y la antropología cultural a estudiantes
norteamericanos, desde alumnos universitarios de primer año
hasta residentes de psiquiatría, en variadas facultades y
hospitales-escuelas, y he comprobado que existe una laguna
muy extraña en su manera de pensar, la cual emana de la falta
de ciertas herramientas del pensamiento. Esta falta está
parejamente distribuida en todos los niveles de la educación, en
ambos sexos y tanto entre los especialistas en
humanidades como entre los científicos. Concretamente, es la
falta de conocimiento de los presupuestos, no sólo de la ciencia,
sino también de la vida cotidiana.
Hay un hecho curioso; esta laguna es menos notoria en dos
grupos de estudiantes de los que uno habría esperado que
contrastasen mucho entre sí: los católicos y los marxis-tas.
Ambos grupos han meditado sobre los últimos 2.500 años de
pensamiento humano o algo se les ha contado al respecto, y
ambos reconocen en alguna medida la importancia de los
presupuestos filosóficos, científicos y epistemológicos. A ambos
es difícil enseñarles, porque asignan tanta importancia a los
presupuestos y premisas "correctos" que toda herejía se
convierte para ellos en una amenaza de excomunión. Como es
natural, cualquiera que sienta la posible amenaza de una
herejía se cuidará de tomar conciencia de sus propios
presupuestos y llegará a adquirir una cierta pericia en estas
cuestiones.
Aquellos a quienes ni siquiera se les ocurre que es posible
estar equivocado no pueden aprender otra cosa que habilidades
prácticas.
El tema de este libro se halla notablemente próximo al
núcleo de la religión y al núcleo de la ortodoxia científica. Los
presupuestos —y la mayoría de los estudiantes necesitan
alguna instrucción que les enseñe a qué se parece un
presupuesto— deben ser sacados a la luz.
Existe, empero, otra dificultad casi exclusiva del ámbito
estadounidense. Los norteamericanos son, a no dudarlo, tan
rígidos en sus presupuestos como cualquier otro pueblo (y tanto
como el autor de este libro), pero tienen una llamativa reacción
frente a cualquier enunciación explícita de un presupuesto: por
lo común suponen que esa es una conducta hostil o burlona, o
bien —y esto es lo más serio— murmuran que es autoritaria.
Sucede así que en esta tierra fundada en pro de la libertad
religiosa la enseñanza de la religión está vedada en el sistema
educativo oficial. Los integrantes de familias poco religiosas no
reciben, desde luego, formación religiosa alguna .fuera de la
familia.
Por consiguiente enunciar de manera formal o explícita una
,i
2,4, 6,8,10,12
x, w, p, n