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La tercera revolución industrial, tercera revolución científico-técnica o revolución de la

inteligencia (RCT) es un concepto y una visión esbozada por Jeremy Rifkin y avalada por el
Parlamento Europeo, en una declaración formal aprobada en junio de 2007.

A lo largo de la historia, las transformaciones económicas ocurren cuando convergen las


nuevas tecnologías de la comunicación con los nuevos sistemas de energía. Las nuevas formas
de comunicación se convierten en el medio de organización y gestión que las civilizaciones
más complejas han hecho posible mediante las nuevas fuentes de energía. La conjunción de la
tecnología de comunicación de Internet y las energías renovables en el siglo XXI, está dando
lugar a la Tercera Revolución Industrial.

La Tercera Revolución Industrial viene caracterizada, básicamente, por 5 pilares:

1. El cambio a energías renovables.


2. La conversión de edificios en plantas de energía.
3. El hidrógeno, las baterías recargables y otras tecnologías de almacenamiento de
energía.
4. Tecnología Smart grid o de Red de distribución de energía eléctrica «inteligente».
5. Transporte basado en vehículos todo-electricos, híbridos enchufables, híbridos
eléctricos regulares y de pilas de combustible, utilizando como energía de propulsión
la electricidad renovable.

La Primera revolución industrial, fue propulsada por la máquina de vapor; su introducción en la


imprenta transformó el medio en la herramienta de comunicación primaria para gestionar la
Primera Revolución Industrial. En la primera decada del Siglo XX, la comunicación eléctrica
convergió con el motor de combustión interna, propulsada por combustibles fósiles,
principalmente de derivados del petróleo, dando lugar a la Segunda Revolución Industrial.

La electrificación de las fábricas inició la era de la producción masiva de bienes


manufacturados, siendo el más importante de ellos el automóvil. Henry Ford comenzó a
producir en masa el coche de motor de gasolina Modelo T, alterando la dinámica espacial y
temporal de la sociedad, sin perjuicio de la falta de sostenibilidad que iba a ocasionar el
transporte individual mediante motor de combustión. Es el dueño de la compañía de autos
Ford.

Jeremy Rifkin es uno de los pensadores sociales que más destacaron a finales del siglo pasado
por sus ideas vanguardistas y “premoniciones catastróficas”. En cuanto a su formación
profesional, es licenciado en relaciones internacionales por la Fletcher School of Law and
Diplomacy, y en economía por la Escuela Wharton de Finanzas y Comercio de la Universidad de
Pensilvania, en la cual imparte cátedra, además de presidir la Foundation on Economic Trends,
con sede en Washington.

Durante 1973, en conmemoración del doscientos aniversario de la Fiesta del té en Boston,


organizó una protesta masiva contra las compañías petroleras arrojando barriles vacíos al
puerto, debido al aumento de los precios de la gasolina tras el embargo de la OPEP. Para 1995,
alcanzó celebridad con El fin del trabajo, en el que argumenta proféticamente que la sociedad
entraría a una fase en la cual cada vez menos trabajadores producirían los bienes y servicios:

Estamos, realmente, experimentando un gran momento de transformación histórica hacia esta


tercera revolución industrial y nos dirigimos, inexorablemente, hacia un mundo próximo a la
ausencia de trabajo. El «software» y el «hardware» ya existentes propician una rápida
transición hacia la civilización basada en el silicio. La cuestión todavía no resuelta es cuántos
seres humanos quedarán en el camino de la transformación industrial y cuál será el mundo
final que nos espera en el otro lado.1

El concepto Tercera Revolución Industrial o Revolución de la Inteligencia, aprobado por el


Parlamento Europeo en 2007, es producto del pensamiento de Rifkin, derivado del punto en
que convergen las nuevas tecnologías y los nuevos mecanismos de obtención de energía;
debido a esto, más de cien empresas líderes en energías renovables han fundado la Third
Industrial Revolution, Global CEO Business Roundtable, de la cual Rifkin es presidente. Para
2011 publicó La Tercera Revolución Industrial, New York best seller y traducido a quince
idiomas.

El autor estructura el contenido del libro en tres partes: en la primera, plantea el entorno y
características de la Tercera Revolución Industrial; en la segunda, se ocupa del poder lateral, y
en la última, menciona la era colaborativa.

Para Rifkin, los pilares de la Tercera Revolución Industrial son: mayor empleo de energías
renovables, construcción de edificios que produzcan su propia energía y transición del uso del
hidrógeno como elemento de almacenaje energético. Considera el autor que nuestra
civilización se encuentra en una gran encrucijada; el petróleo y otros combustibles fósiles, que
definieron el modo de vida industrial, han entrado en un irreversible declive, y las tecnologías
construidas y alimentadas con esas fuentes de energía son anticuadas. Toda infraestructura
industrial erigida sobre los combustibles fósiles está envejecida y deteriorada; resultado de
ello, el desempleo está aumentando en todo el mundo hasta alcanzar niveles peligrosos. Los
Estados, las empresas y los consumidores están asfixiados por las deudas, y los niveles de vida
descienden vertiginosamente. La humanidad afronta una grave situación de hambre y
desnutrición, la cual ha alcanzado la cifra récord de más de mil millones (una séptima parte de
la raza humana).

Para empeorar aún más las cosas, el cambio climático, originado por la actividad industrial,
basada en los combustibles fósiles, se cierne sobre nosotros como una posibilidad real; los
expertos están preocupados por la eventualidad de que estemos al borde de una extinción
masiva de vida vegetal y animal, lo que pone en peligro nuestra propia capacidad de sobrevivir
como especie.

La era poscarbónica, desde los años ochenta, ha iniciado su presuroso declive; a mediados de
la década de los noventa -de acuerdo con el autor-, Europa comenzó a “venirse abajo y vive
anclada en el pasado, no es más que un museo muy grande… bonito para unas vacaciones,
porque ha dejado de ser un continente serio en la escena mundial”, afirmación que me parece
un tanto exagerada, porque la Unión Europea continúa como la mayor economía del mundo.

En opinión del autor, la Tercera Revolución Industrial tendrá un impacto significativo y


cambiará de manera fundamental todos los aspectos de nuestra forma de trabajar y vivir.

Los pilares de la Tercera Revolución Industrial -según Rifkin- son concretamente cinco: 1) la
transición hacia la energía renovable; 2) la transformación del parque de edificios de cada
continente, en microcentrales eléctricas que recojan y aprovechen in situ las energías
renovables; 3) el despliegue de la tecnología del hidrógeno y de otros sistemas de almacenaje
energético en todos los edificios y a lo largo y ancho de la red de infraestructuras, para
acumular energías como las renovables, que son de flujo intermitente; 4) el uso de la
tecnología de Internet, para transformar la red eléctrica de cada continente en una interred de
energía compartida, que funcione exactamente igual que Internet, y 5) la transición de la
actual flota de transportes hacia vehículos de motor eléctrico, con alimentación de red.

Si el desarrollo de alguno de esos cinco pilares se demora con respecto al del resto, los demás
se verán obstaculizados, y la infraestructura misma quedará comprometida.

Convertirse en una economía de bajas emisiones de carbono significa, en realidad, efectuar la


transición desde un sistema energético de combustibles fósiles propio de la Segunda
Revolución Industrial.

Las energías renovables son abundantes y limpias, y nos permiten creer seriamente en la
posibilidad de vivir en un mundo sostenible, pero tienen también sus propios problemas
particulares, y es que -señala Rifkin- “no siempre luce el Sol, ni sopla el viento”. Las energías
renovables son, en su mayor parte, intermitentes, mientras que las duras, aunque finitas y
contaminantes, constituyen de todos modos un stock fijo.

En la segunda parte de esta obra, referida al poder lateral, Rifkin expresa: “la democratización
de la energía tiene profundas implicaciones para la que será nuestra forma de organizar el
conjunto de la vida humana, en este siglo venidero, estamos entrando en la era del
capitalismo distribuido”.

En la última parte, analiza la era colaborativa, revisa las teorías de Isaac Newton y de Adam
Smith, y señala que éste “ensalzó la sistematización de la física del Universo, que hiciera
Newton, considerándola el más grande descubrimiento jamás realizado por el hombre”, con
entusiasmo, tomó prestadas metáforas diversas de los principia y de otras obras newtonianas
para dar forma con ellas a la teoría económica clásica.

Según Rifkin, la verdadera línea de falla que atraviesa la teoría económica clásica, de extremo a
extremo, es su error de concepto fundamental en lo que a la naturaleza de la riqueza se
refiere. John Locke, filósofo inglés, sostenía que “cuando una tierra no se explota… la
denominamos baldía”, sólo adquiere un valor cuando los seres humanos le aplican su trabajo y
la transforman.

Los biólogos mencionan que todos los seres humanos ingerimos energía de manera reiterada y
continua, cada vez que comemos y la consumimos sin cesar en el proceso de mantenernos
vivos. Si detuviéramos la ingestión de energía o nuestros cuerpos fueran incapaces de
procesarla de forma adecuada, por culpa de algún tipo de enfermedad, moriríamos. Al
morirse, nuestros cuerpos se descomponen rápidamente y se restituyen al entorno. Nuestra
vida y muerte forman parte del flujo entrópico, es decir, la energía que deja de ser utilizable,
en opinión del científico alemán Rudolf Clausius, quien acuña el término entropía en 1868. Por
su parte, Clausius observó que cuando la energía pasa de un estado concentrado y superior a
otro disperso (o dicho de otro modo, de una temperatura más elevada a otra más baja); por
ejemplo, un motor de vapor trabaja porque una parte de la máquina está muy caliente y la
otra muy fría; siempre que la energía pasa de una temperatura mayor a otra menor, queda
menos energía disponible para transformar el trabajo en el futuro. Si de un horno retiramos un
hierro con la punta al rojo vivo, éste comienza de inmediato a enfriarse, porque de su
superficie más caliente emana calor hacia el entorno más frío. Al cabo de un rato, el hierro
tiene ya la misma temperatura del aire que lo rodea. Los físicos lo denominan estado de
equilibrio: aquella situación en la que ya no existe diferencia alguna en los niveles de energía ni
más trabajo que producir.
El autor hace mención de las llamadas tierras raras, para ejemplificar los límites
termodinámicos inherentes a los que nos enfrentamos en la tierra. Existen diecisiete metales
de tierras raras (escanio, itrio, lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario,
europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio), empleados en una
amplia gama de procesos industriales y técnicos, integrados en tecnologías y productos que
son esenciales para la supervivencia y el bienestar de la sociedad. Son catalogados raros,
porque su disponibilidad es limitada, muchos de ellos se están agotando con gran rapidez, en
una angustiosa carrera por satisfacer las necesidades de una población en aumento y una
economía que se mundializa.

El motivo por el que la mayoría de los economistas no captan el problema y no entienden -


según Rifkin-, es porque “toda actividad económica consiste en un préstamo de la energía y los
recursos materiales de la naturaleza”.

Las energías renovables precisan de una estructura material. Las células fotovoltaicas, las pilas
o baterías eléctricas, las turbinas eólicas, las bombillas fluorescentes compactas y muchas de
las nuevas tecnologías de la comunicación, dependen, en parte, de la existencia de materiales
como las tierras raras.

En opinión de Rifkin, en esta nueva era, la antigua noción de propiedad está cediendo su lugar
a un nuevo concepto, como el derecho a disfrutar del acceso a las redes sociales y compartir
experiencias comunes con otras personas. Este cambio deja traslucir la disminución de la
importancia de la propiedad, frente al acceso en un mundo globalmente conectado e
interdependiente.

Con el uso de Internet, la información tiende a circular libremente, los derechos de autor y las
patentes son ignoradas o sorteadas con creciente frecuencia. Al aumentar la vida comercial y
social que se desarrolla en regímenes de código abierto de dominio público, la propiedad
intelectual queda relegada a todos los efectos de la categoría de convención anticuada e inútil.

Las compañías de la industria musical fueron las primeras en sentir el impacto del acceso
público compartido por código abierto, a material protegido por derechos de autor. Cuando
millones de jóvenes empezaron a compartir en línea, música con copyrigth de forma libre y
gratuita, las empresas trataron de proteger sus derechos de propiedad intelectual
interponiendo demandas judiciales contra los piratas musicales, pero de poco les ha servido.

Las editoriales y autores de libros son cada vez más proclives a volcar en Internet, capítulos
gratuitos de obras nuevas, protegidos por derechos de autor, con la esperanza de despertar el
interés de los lectores; sin embargo, esa es una práctica que tiene pocas probabilidades de
prosperar.

Lo mismo puede decirse de los periódicos, los jóvenes actuales ya no compran diarios ni
semanarios: prefieren conectarse a blog gratuitos, como el huffington post, para mantenerse
informados; muchos de los principales periódicos y revistas han intentado frenar a la
“estampida de lectores” hacia los medios gratuitos, sin conseguir mayor éxito.

Es improbable, asegura Rifkin, que los derechos de propiedad intelectual y las patentes
pervivan en su forma actual, dentro de un mundo colaborativo y de código abierto, donde el
derecho al acceso universal se imponga al derecho de la propiedad exclusiva.
En suma, asegurar un acceso universal y garantizar a todo ser humano sobre la tierra, el
derecho a ser incluido en la vida de las aldeas globales, son objetivos que abren la puerta a una
inmensa ampliación potencial de sociabilidad, que no debe ser descartada.

La visión rifkiana de los grandes avances y acontecimientos tecnológicos, el agotamiento de las


energías fósiles que serán sustituidas por las energías verdes o renovables, es una realidad que
ha comenzado por modificar las formas de trabajo y en general, el comportamiento humano.
Los augurios y abusiones de Rifkin pueden parecer exagerados y tal vez hasta utópicos; no
obstante, se acercan mucho a la realidad actual.

Durante buena parte del siglo XX, precisamente después de la década de 1950, el mapa laboral
y los sistemas de producción empiezan a verse fuertemente afectados por los avances
tecnológicos y las nuevas formas de producción. Impulsadas principalmente por la creciente
productividad que alcanzaron los países más avanzados y desarrollados en materia
tecnológica, se produjeron profundas transformaciones en la manera en que se entendía el
trabajo y la producción hasta ese momento. Se llama tercera revolución industrial a la
creciente automatización electrónica y digital que invadió los lugares de trabajo. Esta especie
de robotización de los sectores impacta en el desarrollo de los conocimientos de los miembros
de la sociedad, pero también impone nuevos desafíos en términos de perspectivas de
crecimiento. Es decir, lo que nos da posibilidades de desarrollo implica a su vez el desafío de
materializar ese progreso y transformarlo en algo real, lo cual muchas veces es frustrado por la
falta de planificación general sobre los objetivos específicos, en otras palabras, la imposibilidad
de clarificar el “qué” y el “cómo” y poder encuadrarlo en un horizonte temporal (Jeremy Rifkin,
2011).
Introducción
Este nuevo orden productivo, sumado a la apertura de los mercados y a la expansión acelerada
de la globalización, aumentó las posibilidades de desarrollo en los países industrializados, ya
que estos disponen de una mayor facilidad para adaptarse a los cambios como consecuencia
de sus estructuras organizativas cada vez más “inteligentes” y ordenadas desde una
perspectiva de visión global. Los cambios producen mareas de especulaciones sobre cómo será
el trabajo y sus condiciones en un futuro cercano. Las empresas que suelen sortear de la mejor
manera estos cambios son, generalmente, aquellas que poseen políticas claras para la
administración de su personal, que les permita disminuir la resistencia al cambio y manejar con
eficiencia las incertidumbres de sus colaboradores.

Ahora bien, podríamos pensar que a medida que aumenta el nivel tecnológico que facilita el
trabajo, el individuo podrá ir mejorando la calidad de vida de su sociedad, ya que si al trabajo
“sucio” lo hacen organismos “inteligentes”, se reduciría considerablemente su jornada de
trabajo, aumentaría su posibilidad de desarrollo personal y más aún el dinero que se ahorran
las organizaciones en utilizar productivamente la tecnología podría utilizarse para mejorar la
educación de su planta, elevar sus competencias y así contribuir al bienestar social (Rifkin,
1996).
Innovaciones de la 3° Revolución Industrial. Fuente: Economipedia

De lo utópico a lo real
Si bien postular esto va en contra de la actual sociedad de consumo, no sería una utopía tan
inverosímil. Sí tendría serias disidencias con la corriente del humanismo ecologista que se
preocupa por la “huella digital” que el avance tecnológico va dejando en virtud del progreso y
la evolución de los sistemas de producción.

Lo curioso de este desborde de optimismo es que de producirse dicho orden, nos estaríamos
acercando demasiado a los postulados generales del marxismo y su lucha contra la alienación
social del trabajo. Un individuo que ya no está sometido a los medios de producción, ni a la
actividad alienante del trabajo, porque a las labores más duras la realizan las nuevas
maquinarias que reducirán la carga tediosa y automatizante que degrada, en la rutina diaria, la
libertad de los sujetos. Además, esto podría producirse sin la necesidad de apoderarse de los
medios de producción ni abolir la propiedad privada. Sería como reafirmar el estilo
socialdemócrata o de una democracia socialista que no se quede a mitad de camino sino que
proponga una vía alternativa a los nuevos sistemas productivos y a la nueva realidad a la que
el progreso tecnológico nos ha reducido.

Volvamos a la utopía no tan inverosímil. Según las teorías marxistas más fuertes y ortodoxas, si
cambiamos los medios de producción y sus relaciones, se produciría un cambio en la sociedad
y en la manera de ver y entender el trabajo que ésta misma considera como indicada. También
el individuo y la sociedad en su conjunto superarían la deshumanización a la que el
“capitalismo salvaje” la somete. Lo que en el fondo expresan estas teorías es la necesidad de
un cambio o superación del “reino de la necesidad” en el cual vivimos por un “reino de la
libertad” que libere de una vez por todas al hombre del yugo asfixiante del trabajo rutinario y
lo ponga en contacto de una forma más amigable con la naturaleza, ya no sirviéndose
desproporcionadamente de ella para producir cada vez más, sino en una relación cordial que
permita utilizar lo que se necesita, renovar lo que sea renovable y sobre todo tomar conciencia
de que lo que se desperdicia hoy, será lo que las futuras generaciones verán como escaso o
extinto. Así, lo importante del progreso es la humanización del otro, la empatía de lo humano
para lo humano y su equilibrio con el entorno natural (Rifkin, 2010). Vale aclarar también que
idealizar el avance ciego del progreso, sea cual fuere su naturaleza, va a producir por sí mismo
una armonía de la humanidad es totalmente falaz y simplista.

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