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FACULTAD DE FILOSOFÍA
RESUMEN
ABSTRACT
specifically into the eschatological vision of the different religious traditions, as well as
into the references that Plato and Epicurus have made to the soul in which Orphic
influences can be detected in the first and Olympic ones in the second.
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN ....................................................................................................... 6
5. CONCLUSIONES ..................................................................................................... 86
BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................................ 90
1. INTRODUCCIÓN
A pesar de las escasas referencias que hace Platón a lo órfico en sus escritos,
veremos más adelante que, efectivamente, sí es posible admitir cierto paralelismo entre
el orfismo y el idealismo platónico. Ahora bien, ¿podemos extrapolar este razonamiento
a otros filósofos griegos cuyo pensamiento se encontraba en las antípodas del
idealismo? ¿Podemos encontrar resonancias de alguna religión en el materialismo de
Epicuro (341 a.e.c.-270 a.e.c.), por ejemplo? Por lógica, esta religión debería estar
también en las antípodas del orfismo, pero, a su vez, debería ser parte de la tradición
griega —no en vano, es en Grecia donde se desarrolla la filosofía materialista—. Puesto
1
Sobre el asunto de las etiquetas y los límites entre olimpismo y orfismo se hablará extensamente en este
trabajo. Para simplificar, a pesar de las dudas que existen sobre si son corrientes religiosas independientes
o si ambas pertenecen al mismo grupo de creencias, a partir de aquí nos referiremos por separado al
olimpismo y el orfismo en función del tipo de escatología que caracteriza a cada una de ellas (aunque
sobre esta cuestión también existe debate).
Ahora bien, ¿qué parte del credo órfico resuena realmente en la filosofía de
Platón? Desde luego no es su teogonía. En efecto, de entre todas las cuestiones que por
lo general abordan las religiones, la de la existencia y destino del alma es la que puede
considerarse primordial en el idealismo platónico. Es precisamente en esta cuestión
donde idealismo y materialismo muestran una de sus grandes diferencias. Por este
motivo, al igual que la escatología2 de la tradición órfica influyó de algún modo sobre el
pensamiento de Platón, estudiaremos a fondo la escatología de la religión olímpica para
determinar su posible influencia sobre la concepción que del alma hizo el materialismo
de los filósofos griegos de la antigüedad.
2
La acepción de la palabra escatología que se va a utilizar en este trabajo será la equivalente a la del
concepto griego ἕσχατος, que hace referencia a la vida del alma más allá del espacio y tiempo que
constituyen el mundo de los mortales, a diferencia de ἐσκατολογία que designa el final de los tiempos, es
decir, el fin del mundo según la visión cristiana.
religiosas y las corrientes de pensamiento originadas más allá de los límites geográficos
de los imperios helenístico y romano, así como las anteriores en el tiempo, constituyen
valiosas referencias. En efecto, aunque el estudio se circunscriba a la cultura greco-
romana y al periodo más fructífero de las filosofías idealista y materialista (del siglo VI
Por otra parte, es necesario ser muy cuidadosos cuando se tratan los
pensamientos y creencias antiguas, pues las voces de aquellos que vivieron tantos siglos
atrás llegan hasta nosotros distorsionadas por el paso del tiempo. Como apunta Karen
Armstrong en su libro Los orígenes del fundamentalismo, el peso del mithos respecto al
del logos en aquella época era mucho mayor que en la actualidad y este balance es
fundamental para comprender cómo afrontaban los antiguos los fenómenos de la
naturaleza y los acontecimientos históricos. Mythos y logos coexisten desde los albores
de la humanidad sin que sea posible discernir cuál de los dos fue primero. El mythos
dotaba de sentido a la vida humana, evitando así que las personas cayesen en la
desesperación. Los relatos sobre resurrecciones, sobre luchas contra monstruos, sobre
sucesos milagrosos… pertenecen a esta forma de entender el mundo que nos rodea. En
la antigüedad, estos relatos tenían un mensaje eterno y se sentían como ciertos, pues el
significado de los sucesos históricos era mucho más importante que los sucesos en sí
(Armstrong, 2017, pp. 26–28).
hace que caigamos con frecuencia en el anacronismo, en especial cuando se tratan temas
tan subjetivos como la religión. Por ello, se intentará evitar esta tentación todo lo
posible a lo largo de este trabajo. Igualmente, se evitarán las generalidades, pues
conocemos bastante bien lo que opinaba la clase con instrucción, pero poco sabemos de
lo que pensaba la mayoría de la población y no se debe extrapolar.
desaparecen sus constantes vitales e incluso a las señales eléctricas que genera el
cerebro, seguimos sin poder responder a una cuestión que a casi todos, en algún
momento de nuestras vidas, nos inquieta: qué le sucede ―si es que le sucede algo― a
lo que hoy denominamos conciencia, esa conciencia en la que sentimos que reside
nuestro ser, ese “ente” que no se despega de nosotros desde que tenemos uso de razón,
durante la vigilia, e incluso durante el sueño, con su constante “parloteo”, sus
inmersiones en los recuerdos, sus proyecciones hacia el futuro, su temor, su alegría y su
tristeza.
degradación que experimenta el cuerpo con el paso de los años e incluso su mortalidad,
es difícil asumir la mortalidad de nuestra conciencia.
representada, en tiempos de Akhenatón (c. 1.372 a.e.c. – 1.336 a.e.c.), como un sencillo
disco solar emitiendo rayos que terminaban en manos propiciatorias, una novedad en el
panorama religioso de los egipcios acostumbrados como estaban a las imágenes
antropomorfas o híbridas de sus dioses. Siglos después, otra religión monoteísta,
concretamente el judaísmo, tendría prohibida completamente la representación de su
dios Yahveh.
3
La momificación egipcia es un claro ejemplo de la necesidad de preservar la integridad del cuerpo del
difunto esperando que este pueda utilizarlo de un modo u otro en el más allá.
4
La pervivencia del alma después de la muerte puede plantearse de dos formas diferentes: una postularía
que, al morir el cuerpo, el espíritu lo abandonaría para fusionarse con un ente superior dejando atrás su
identidad (es el caso del hinduismo, por ejemplo); otra, en cambio, anhelaría la inmutabilidad del alma, es
decir, la preservación de la conciencia, los recuerdos y la personalidad del difunto más allá de la muerte.
comulgasen con la compleja visión escatológica de los egipcios. Por otro lado, es
sorprendente comprobar cómo, en una cultura con tradiciones religiosas tan sólidas
como la egipcia, pudo surgir un credo religioso tan opuesto a estas como el del
atonismo. ¿Hasta qué punto, por ejemplo, el atonismo podría considerarse una religión
con escatología? Erik Hornung, uno de los mayores especialistas en el periodo
amarniense de la historia de Egipto, indaga sobre esta cuestión en su libro Akhenaten
and the Religion of Light. El capítulo 8 lo dedica enteramente a la concepción del más
allá en la religión de Atón y concluye que la escatología tradicional egipcia perdió toda
su esencia: se prohibió el culto a Osiris (dios supremo del inframundo), se comenzaron
a excavar tumbas orientadas a la salida del sol (y no a la puesta, donde se suponía que
estaba ubicado el inframundo), se eliminaron las referencias al Libro de los Muertos, se
interrumpió la momificación y se borró casi cualquier mención al Duat, el nombre con
el que se referían al más allá los egipcios. Nada de esto era necesario, pues el atonismo
creía que los difuntos dormían por la noche como los vivos —cuando Atón se ocultaba
por el Oeste, todo se detenía― y se despertaban al alba para acudir al templo de la
ciudad de Aketatón a adorar a su dios. Este los mantenía vivos con su luz como
mantenía vivos a los vivientes. Deja de haber “más allá” para resumirse todo en el “más
acá”. Ciertamente una solución muy simple si la comparamos con la parafernalia de la
escatología tradicional egipcia. La pesada del corazón para comprobar la virtud del
difunto dejó de ser necesaria; simplemente, aquel que no adorase a Atón una vez
muerto, dejaba directamente de existir. Este era el único requisito para ser eterno: creer
en Atón y adorarlo (Hornung, 2001, pp. 95–104). El atonismo, aunque pasajero, dejó su
impronta en la religión egipcia. De aquel periodo de monoteísmo sin escatología,
surgieron voces escépticas y hedonistas que nos evocan al epicureísmo de muchos
siglos después. En el Papiro de Harris, de la dinastía XIX (1.295 a 1.186 a.e.c.)5 se
puede leer La Canción de Intef cuyos versos invitan al hedonismo y destilan un
explícito escepticismo:
5
Datación según Erik Hornung (Hornung, 2001, p. 103)
2.1. Orfismo
6
Para Hugh Bowden, orfismo es probablemente un término incorrecto pues no está claro que existiese tal
movimiento religioso aunque Orfeo sea una presencia dominante en el mundo de los misterios (Bowden,
2010, p. 139)
los que Orfeo fue considerado autor o fundador» (Bernabé, 2011). Este mismo autor
enmarca el orfismo dentro de un espectro amplio de creencias alternativas al culto
olímpico que se han venido en llamar misterios. El orfismo estaría emparentado con el
culto dionisíaco —pues Dioniso es la deidad principal del orfismo—, con los misterios
eleusinos, tanto en lo religioso como en lo literario (Bernabé, 2008, p. 14), así como con
el pitagorismo del que pudo tomar la creencia en la metempsicosis y algunas
costumbres puritanas relacionadas con la dieta, la abstinencia sexual, el tipo de ropa y la
prohibición de verter sangre o entrar en contacto con productos provenientes de seres
muertos (Bernabé, 2011).
7
Los Himnos constituyen un corpus de poemas órficos considerados, inicialmente, del s. IV d.e.c. No
obstante, tras el descubrimiento del papiro Derveni, datado en el s. IV a.e.c., se ha estimado que la
composición original de los mismos podría haber tenido lugar en el s. V o incluso VI a.e.c. No existe
consenso sobre su datación, pues algunos estudiosos los sitúan entre los s. II y III d.e.c. (Abrach, 2014, pp.
133–138). Respecto a las Argonáuticas, Bernabé cree que fueron compuestas en Egipto en el s. V d.e.c.
como un ejercicio original de narración en primera persona para relatar las peripecias de los argonautas
por boca de uno de sus protagonistas (Bernabé, 2003, p. 19).
normas y recomendaciones que debían practicar los seguidores de este culto si querían
salvar sus almas en el más allá.
Lo que tenían en común todos estos cultos es que casi siempre sus ritos se
practicaban de noche y en secreto, en grupo o de forma individual, y muchos de ellos
implicaban experiencias aterradoras, desorientadoras o ruidosas para provocar
emociones fuertes en los iniciados. Estos ritos debían mantenerse en secreto. Por lo
general, eran cultos abiertos a hombres y mujeres, ciudadanos de la polis o extranjeros,
incluso a amos y esclavos. A diferencia de las religiones doctrinales, o religiones “del
libro” —como los monoteísmos actuales—, los misterios eran religiones basadas en
la experiencia sensorial (Bowden, 2010, pp. 14–17). El orfismo, en concreto, debía tener
una parte doctrinal, pues, al parecer, algunos de sus ritos se basaban en la recitación de
himnos que se recogían en manuscritos muy valiosos para los iniciados, una de cuyas
muestras lo constituye el Papiro de Derveni, que Bernabé asocia con el orfismo.
Uno de los atractivos de los cultos mistéricos era que ofrecían al iniciado la
oportunidad de conectar directamente con la divinidad y experimentarla sin
intermediarios. En la religión olímpica, por el contrario, los dioses eran invisibles y solo
se tenía noticia de ellos a través de hechos fortuitos que se les atribuían, o mediante
oráculos, que supuestamente transmitían sus mensajes a los mortales (Bowden, 2010, p.
21).
8
Como Menelao, que por su matrimonio con Helena de Troya, era yerno de Zeus.
La segunda vía, que incluso podría ser compatible con la primera, consistía en
aprenderse el mapa del inframundo, para no caer en sus trampas, y en saberse las
fórmulas y contraseñas que debían utilizarse ante Perséfone, de forma que se pudiera
culminar con éxito el viaje al paraíso prometido. Por si la memoria del difunto fallaba,
podía pedir ser enterrado con una “chuleta” labrada en oro (Bowden, 2010, pp. 22–23).
Posiblemente, algunos sacerdotes de cultos mistéricos ofrecían a domicilio el servicio
de preparación para la travesía, lo cual sería muy práctico en las colonias 9, pues no
debía estar al alcance de todos los bolsillos —ni de todas las edades o estados de
salud— hacer un largo viaje a Eleusis con estancia y manutención durante un largo
periodo de tiempo. Estos sacerdotes decían estar emparentados con los dioses 10,
probablemente por haber llevado a cabo algún proceso de iniciación específico. Al fin y
al cabo, estar emparentado con los dioses tiene un grado de proximidad con ellos mayor
que ser simplemente un conocido. Este tipo de iniciación no salía gratis tampoco, pues
los “profesionales” de las teletai pedían dinero a cambio de compartir sus
conocimientos con el iniciado. De hecho, llama la atención que las contraseñas y
fórmulas para acceder al más allá, estuvieran labradas —con muchas faltas de ortografía
y de forma muy descuidada, por cierto (Bernabé, 2003, p. 253) precisamente en láminas
de oro, lo que da una muestra del poder adquisitivo del difunto según Bernabé11.
Estas evidencias nos hacen entender que existiesen no pocas voces que
pensaron (y escribieron) que los misterios eran conducidos por embaucadores que se
aprovechaban de los deseos de inmortalidad de las gentes más humildes e iletradas. No
obstante, Bernabé considera que, en concreto, el orfismo atrajo a reyes y personas
poderosas e incluso «al propio Platón, prototipo de aristócrata ateniense» (Bernabé,
2011). A pesar del coste económico del proceso de iniciación, no podemos negar que el
más allá de los misterios era más “democrático” que el Hades olímpico, pues estaba
abierto a todo el mundo siempre que voluntariamente el interesado se iniciase.
9
La mayor parte de las laminillas de oro se han encontrado fuera de Grecia.
10
Como veremos más adelante, Platón habla de ello por boca de Sócrates en La República.
11
Si bien, podemos imaginar que una persona de extracción humilde querría, en función de la fortaleza de
su creencia, invertir todos los ahorros de su vida en la adquisición de un pasaporte al más allá.
Cuenta la leyenda que, separada su cabeza del tronco, aún siguió cantando y
recitando, y durante mucho tiempo fue oráculo de los dioses. Ya en el Hades, Perséfone
le dio la posibilidad de retornar a la vida. Tan escarmentado estaba de las mujeres que,
para no nacer de una de ellas, eligió reencarnarse en cisne. Más que el mito de los
titanes —que veremos a continuación—, bajo mi punto de vista, esta es la parte de la
leyenda órfica que puede dar pie a la creencia en la metempsicosis propia del orfismo,
pues estamos ante la reencarnación de un mortal, Orfeo, no de una divinidad como era
el niño Dioniso.
12
Esto nos trae a la memoria el mito egipcio de Osiris que, antes de su muerte, fue rey del Nilo y todos
sus habitantes
Perséfone. Los titanes, envidiosos del amor que Zeus le profesaba al niño, lo raptaron
con engaños, lo descuartizaron y se lo comieron. Al enterarse, Zeus fue en busca de los
titanes y los destruyó con su rayo. Logró salvar con vida el corazón de Dioniso y se lo
implantó en el muslo del cual, pasado algún tiempo, renació el niño divino. De las
cenizas de los titanes y los restos del cuerpo de Dioniso, nacimos los seres humanos.
Para Bernabé, este mito justifica la creencia órfica en la metempsicosis (Bernabé,
Kahle, Santamaría, et al., 2011, pp. 185–190).
No se debe pasar por alto un matiz importante del mito de los titanes: la culpa
que el ser humano hereda en su parte titánica. Es una mácula con la que nacemos las
personas por el simple hecho de serlo, que solo puede limpiarse llevando una vida de
pureza corporal. Las abluciones en el judaísmo, o en el islam antes del rezo, pretenden
también este fin. El rito del bautismo en el cristianismo, más que a la pureza corporal,
aspira a eliminar con agua el pecado original —heredado de Adán y Eva— con el que
los seres humanos venimos marcados al nacer.
unirá al resto de héroes felices que habitan en las «praderas y sotos de Perséfone»
(Bernabé, 2006, p. 39).
Vengo de entre puros, pura, reina de los seres subterráneos, Eucles, Eubuleo y demás
dioses inmortales. Pues también yo me precio de pertenecer a vuestra estirpe
bienaventurada, pero me sometió el hado y el que hiere desde los astros con el rayo.
Salí volando del penoso ciclo de profundo pesar, me lancé con ágiles pies a por la
ansiada corona y me sumí bajo el regazo de mi señora, la reina subterránea:
«Venturoso y afortunado, dios serás, de mortal que eras» (Bernabé, 2003, p. 271).
Son varias las similitudes de los textos órficos contenidos en las laminillas con
el Libro de los Muertos egipcio, cuyas primeras referencias son de c. 2400 a.e.c. Como
hemos visto, el difunto iniciado en los misterios de Orfeo se enfrenta al juicio de
Perséfone, al igual que el difunto egipcio se enfrentaba a la psicostasis —la pesada de
su ba13—, al interrogatorio de los dioses del inframundo y al juicio de Osiris. Por otro
lado, el destino eterno del iniciado órfico —una pradera donde sus predecesores viven
felizmente— se parece mucho al paradisiaco Aaru o “campo del Ialu” (González
Serrano, 1999, p. 131) donde habitaban los muertos resucitados del país del Nilo. Por
último, al alcanzar el paraíso, los iniciados órficos se transformaban en héroes, seres
semi-divinos de vida inmortal en el más allá, al igual que los egipcios que superaban el
juicio del inmortal Osiris se convertían en divinidad con él y pasaban a llamarse como
él. Vemos pues que la inmortalidad en ambas creencias es sinónimo de divinidad, tanto
para los dioses, que lo son por nacimiento, como para los mortales afortunados que
alcanzan el paraíso y son divinizados (heroificados) tras la muerte.
13
El ba es la parte del alma egipcia que porta la verdadera esencia del individuo. En el Egipto antiguo, el
ser humano no se componía de cuerpo y alma, como en la visión dualista, sino que tenía siete partes
diferentes, como, curiosamente, siete son los chackras según la creencia hindú.
Vemos, por tanto, que la catábasis de los iniciados en los misterios de Orfeo
propiciaba que el difunto prosiguiese, tras la muerte, no solo su existencia sino su vida
—más feliz si cabe— convertido en héroe, con memoria suficiente para recordarse a sí
mismo por siempre. Dotado de memoria —es decir, “heroificado”— su vida eterna
estaba garantizada pues era independiente del recuerdo de los vivos. Ya no sería un
espectro sombrío, relegado a la oscuridad del olvido, como en las creencias de la
religión olímpica, las cuales veremos más adelante. En definitiva, el iniciado en el
orfismo vivía con la esperanza de proseguir esa única vida que conocía cuando, tras
morir, alcanzase las praderas de Perséfone.
14
Es difícil precisar si Pirrón partió de Macedonia siendo ya escéptico o si se volvió escéptico en la India.
15
Esta idea la veremos también en Grecia cuando analicemos el atomismo.
16
Igualmente, veremos, más adelante, que Platón adjudica al sabio la capacidad de alcanzar el mejor
lugar en el más allá.
punto el hinduismo plantea, después del saṃsāra, una escatología o no. En efecto, el
ātman deja de sufrir, por la escisión a la que ha sido condenado, una vez logra el moksa,
pero, al lograrlo, deja de ser él mismo para formar parte del todo del que provenía.
El dios que moría a manos de su hermano Seth (dios del desierto y de las tinieblas) y
resucitaba anualmente era Osiris (dios de los muertos. Señor de la orilla occidental,
representación del sol poniente). Su resurrección se producía gracias a las prácticas
mágicas de su esposa Isis (la gran madre), con la que engendraba, tras su reanimación
a Horus (símbolo de la realeza y del sol naciente). Con este bello y famoso mito de
ultratumba se explicaba no solo el devenir del día y de la noche, las fases del sol y de
la luna, la siega y el nuevo renacer de las espigas, sino también la resurrección desde
el más allá, es decir, desde el reino de Osiris (González Serrano, 1999, p. 137).
Así mismo, Empédocles (s. V a.e.c.), afamado pitagórico —del que nos han
llegado muchas referencias escritas a través de diversos autores antiguos (Kirk et al.,
2014, p. 371)— fue uno de los principales defensores de la creencia en la reencarnación.
En un fragmento de De Exilio de Plutarco (c. 50 - c. 120 d.e.c.) —fuente aún más
antigua que Proclo y Porfirio— habla por boca de Empédocles, sin ambages, de este
proceso: alguno de los démones que ha manchado de sangre sus manos «anda errante,
desterrado de los bienaventurados por tres veces diez mil estaciones, naciendo durante
dicho tiempo en toda clase de especies de seres mortales y cambiando un penoso
sendero de vida por otro» (Kirk et al., 2014, p. 411). También, el doxógrafo Diógenes
Laercio (180-240 d.e.c) recoge este otro párrafo de Empédocles muy hermoso y
elocuente: «Porque yo fui ya, en otro tiempo, un joven y una joven, un arbusto y un
pájaro, y un pez viajero y saltador» (Kirk et al., 2014, p. 417).
17
Sobre el pitagorismo existen muchas más fuentes antiguas que sobre el orfismo, y es lógico que así sea,
pues Pitágoras tuvo numerosos seguidores entre los eruditos de la antigüedad —que escribían, o sobre los
que se escribía— mientras el orfismo era una corriente popular cuya transmisión, seguramente, era más
oral que escrita. Los candidatos a ser seguidores del orfismo entre los filósofos, si los hubo, no han sido
tan claros a la hora de expresar su adhesión como lo fueron los simpatizantes del pitagorismo.
18
Por ejemplo, son numerosos los ataques a los teletai en La Republica y, en Timeo, Sócrates ironiza
sobre los que se autodenominan “hijos de los dioses” y se creen con autoridad para hablar sobre el origen
de estos por sus vínculos familiares con ellos (Bowden, 2010, pp. 144–147)
19
La frase “el cuerpo es sepultura” proviene de un juego de palabras griego muy controvertido: σῶμα
σῆμα (Bernabé, 2011, p. 118).
Por otra parte, como bien es sabido, una de las obsesiones de Platón era la
Justicia y, en este sentido, para él, la vida en el más allá no puede zafarse de la
aplicación de un sistema que sea justo con las almas de aquellos que fueron virtuosos en
vida. Su concepción del más allá puede leerse en Fedón. Así lo explica, una vez más por
boca de Sócrates:
20
¿Podría referirse a las máximas del misterio órfico? Platón nunca es claro a este respecto, luego solo
podemos especular al respecto.
segunda parte titulada “Ecos de las doctrinas órficas en Platón” es la que el autor dedica
al análisis de la cuestión de la inmortalidad del alma y su transmigración.
Considerándose los escritos de Platón una de las fuentes más importantes para
conocer las doctrinas órficas, resulta curioso que el filósofo nunca se refiera al orfismo
o lo órfico explícitamente, sino que atribuya el origen de ciertas ideas a textos antiguos
y sagrados en los que se han querido ver los libros de Orfeo —de los que no tenemos
apenas restos hoy en día salvo por lo que han hablado de ellos otros autores antiguos—.
La base de la argumentación de Bernabé está en esta frase del Menón (es Sócrates quien
habla):
Bernabé se adhiere a la corriente que afirma que las personas aquí mencionadas
son sacerdotes del culto órfico pues son poseedores de libros antiguos de inspiración
divina que, a su entender, solo pueden ser órficos. El autor se refiere también a la teoría
que relaciona a estos sacerdotes con el culto pitagórico, aunque le da menor validez.
Esta teoría se basa en que las mujeres sí tenían un lugar en el pitagorismo como
sacerdotisas y no hay constancia de que lo tuvieran en el orfismo. Bernabé rechaza esta
teoría porque «nuestra información sobre el orfismo es sumamente defectiva» (Bernabé,
2011, p. 67); aunque quizá, por este mismo motivo, el autor no debería focalizarse tanto
en el orfismo ya que, al contrario de lo que le sucede a este, del pitagorismo sí tenemos
testimonios en primera persona de filósofos que siguieron esta corriente religioso-
filosófica, como Empédocles, y toda la lista de pitagóricos que incluye Jámblico (c. 250
- c. 330 d.e.c.) en su Vida Pitagórica. Cierto es que Platón, no muy dado a revelar sus
fuentes, no atribuye ningún mérito a Orfeo, pero tampoco se excede con Pitágoras, pues
solo lo menciona una vez, cuando lo invoca como “maestro de vida”. Bernabé considera
a los pitagóricos como filósofos (Bernabé, 2011, p. 67) y desdeña su papel como
religiosos, que también lo tuvieron.
(Bernabé, 2011, p. 71). No cabe duda, que el orfismo tenía una visión filosófica
interesante al margen de los mitos de Orfeo, su cosmogonía y su teogonía —que eran en
extremo fantásticas para que un filósofo las tuviese en cuenta mínimamente—. No
puede descartarse la posibilidad de que esas ideas sobre el alma, su eternidad, el pecado
titánico que requiere redención, la transmigración…, además de proporcionar sostén a
sus ritos religiosos, proviniesen de una fuente “filosófica” común de la que pudieran
haber bebido por igual órficos y pitagóricos: los primeros, para ofrecer al gran público
algo tan deseado como la vida eterna del alma; los segundos, para desarrollar una
filosofía religiosa, o una religión filosófica, solo al alcance de las clases más ilustradas.
De cualquier forma, lo que sí queda claro es que Platón, al igual que los órficos
y los pitagóricos, bebió de ellos o directamente de esta posible fuente, la trabajó y
construyó sus propias ideas sobre el alma inmortal, la ética con la que deben
comportarse las personas y la prisión que supone el cuerpo para alcanzar el nivel de
pureza del ser humano ideal.
No todas las imágenes e ideas que Platón transpone en sus diálogos vienen de fuentes
etiquetadas, por un motivo u otro, como órficas; muchas, claramente, derivan de una
tradición mitológica extendida que cree en una existencia de ultratumba imagen de la
propia vida, una tradición que servía como contrapeso a la visión homérica épica en la
cual solo la gloria poética es significativa de cara a vivir una vida después de la
muerte21 (Edmonds III, 2014, p. 12).
21
Traducción de la autora a partir del texto original de Edmonds: Not all of the images and ideas that
Plato transposes in his dialogues come from sources labeled, for one reason or another, as Orphic; many
indeed derive from the common mythological tradition of the lively afterlife that mirrors life, a tradition
that served as a counterpoint to the epic vision of Homer where poetic glory provides the only meaningful
form of life after death.
Edmonds defiende aquí que las ideas de Platón sobre la vida después de la
muerte no provienen solo del orfismo sino de una tradición mitológica mucho más
amplia. La idea de un más allá con su paisaje descrito hasta el último detalle22, un juicio
de las almas, premios y castigos estaba muy extendida en la Antigüedad, como hemos
podido ver hasta ahora. Por el contrario, la idea de un alma atrapada en un cuerpo
mientras este vive, de su liberación tras la muerte y de su reencarnación posterior en
sucesivas vidas, sí resultaba mucho más exótica.
22
En los escritos considerados órficos, el más allá era presentado como una pradera o un jardín, con ríos,
fuentes, arboles, caminos…
Respecto al juicio de las almas, otra de las ideas que adopta Platón para
sustentar su ética, Edmonds defiende que era una creencia extendida en la Grecia
antigua más allá del orfismo y que así se refleja en la obra del ateniense. Edmonds cree
que, en Gorgias, Platón lleva a cabo una adaptación de la creencia general, que atribuye
a los dioses la facultad de juzgar las almas de los difuntos y sustituye a los habituales
Hades o Perséfone por personajes míticos como el rey Minos, de clara resonancia
homérica (Edmonds III, 2014, p. 5). El análisis de Edmonds nos da pie a pensar que
Platón pudo querer evitar cualquier vinculación de su filosofía con los misterios
(orfismo incluido) y prefirió tomar como marco de referencia los prestigiosos
personajes míticos de la épica homérica, lo que demostraría cuan bajo era, respecto al
olimpismo, el nivel de consideración que tenían las élites cultivadas respecto a los
misterios en general y el orfismo en particular, a pesar de que Bernabé defienda lo
contrario23.
23
Al escribir estas líneas, nos surge la duda de si, al igual que su maestro, Sócrates, Platón no mantendría
una postura ambigua respecto a los dioses olímpicos. Recordemos que a Sócrates se le acusó, entre otras
cosas, de no creer en los dioses. Dejamos esta duda planteada para posibles futuras investigaciones.
En lo relacionado con el paisaje del más allá, si bien es cierto, como afirma
Edmonds, que el Tártaro y las Islas de los Bienaventurados (o Campos Elíseos)
formaban parte del imaginario griego, el primero estaba destinado a los villanos más
atroces y las segundas a los verdaderos héroes y amados de los dioses. Por tanto, el
grueso de la población ya fuera buena y justa en vida, ya fuera envidiosa, egoísta o
mentirosa, estaba destinada a vivir con los espectros del Hades. Esta distinción tiene una
implicación importante puesto que, para que los auténticos malvados tuvieran un
destino diferente al de las personas “normales” y los héroes, tendría que existir la
creencia general en el juicio de las almas, un proceso por el cual se separasen a los
auténticos pecadores de los pecadores corrientes, según afirma Edmonds (Edmonds III,
2014, p. 6). No obstante, cabría la posibilidad de que el Tártaro fuera simplemente el
destino de las almas de aquellos que por sus atrocidades nunca serían celebrados ni
recordados, y el Hades, en cambio, daría cobijo a los que lo serían temporalmente. De
esta forma, el juicio no se llevaría a cabo en el más allá, sino que sería decisión de los
vivos qué hacer con el recuerdo del difunto.
Por otra parte, Edmonds hace referencia a la jerarquía que Platón establece en
el inframundo de tal forma que los filósofos (es decir, los sabios, no los que
simplemente actúan con bondad) disfrutarían del mejor sitio en el más allá
(Edmonds III, 2014, p. 6). Ya hemos visto que el orfismo, en este sentido, era mucho
más democrático que Platón y prometía el paraíso a los más sencillos y a los más sabios
por igual, siempre que se comportasen correctamente en vida y se iniciasen en su
misteria. Ciertamente, el más allá de Platón puede haberse inspirado indistintamente
tanto en la visión tradicional del inframundo como en la órfica para dar lugar a su propia
y muy personal visión de la cuestión. Mientras mediante la teletai los iniciados en los
misterios se purificaban para que su espíritu pudiese fusionarse con la divinidad, Platón,
que también prescribe la purificación del alma, pensaba que esta es alcanzable
únicamente a través del conocimiento. Es decir, para Platón, la divinidad solo está al
alcance de la élite intelectual, nunca de las personas corrientes, por más que estas
recurran a los atajos que ofrecen los profesionales de los misterios.
haber sintetizado todas las versiones que debían circular en su entorno y haber creado
una a la que le dio su propia impronta. Respecto a la escatología órfica, la platónica no
es tan democrática, pues, de entre los “buenos”, Platón considera a los filósofos como
los mejores (en este sentido es más próximo al pitagorismo, cuyas escuelas estaban
abiertas únicamente a los miembros de las élites). No obstante, no solo el orfismo
parece haberle prestado algo; también la escatología de la tradición religiosa olímpica
influye en él, pues la idea de “escala de virtud” en el más allá pudo inspirársela la
tradición homérica. En este caso, Platón cambia el escalafón y sustituye a los héroes por
los filósofos en la cúspide de la pirámide de afortunados.
Al margen de sus discrepancias con Bernabé, puede afirmarse que tanto este
como Edmonds son conscientes de la habilidad que tuvo el ateniense para camuflar sus
fuentes de inspiración, hecho que ha provocado que los estudiosos del filósofo,
incluidos los neoplatónicos, hayan tenido que conjeturar constantemente sobre posibles
prestamos. Mientras Bernabé a veces se inclina a favor del origen órfico de la
escatología platónica, Edmond cree que frases como la del neoplatónico Olimpiodoro
(c. 495-570 d.e.c.) «Platón tomó prestado de Orfeo en todas partes» van en contra de la
originalidad e innovación de Platón, pues fuerza a encasillarlo en el orfismo con el
único fin de asociarlo a la tradición griega más antigua (Edmonds III, 2014, p. 12).
Los mitos griegos sobre el alma no fueron fruto del espíritu filosófico, sino que
surgieron del movimiento religioso que hemos descrito brevemente en el capítulo
anterior24. Pero este movimiento forma en línea recta con la filosofía. Su influencia
tomó la forma, no de la absorción de un dogma religioso acabado por la filosofía, sino
más bien la de una libre catarsis intelectual de las creencias religiosas acerca del alma;
en todo caso, implicó el que estas creencias proporcionasen un nuevo punto de
orientación desde el cual pudo avanzar el pensamiento filosófico (Jaeger, 1952, p. 77).
24
Aunque Jaeger reniega de las etiquetas en varios pasajes de su obra, aquí hace referencia al orfismo.
Además de los mitos relacionados con los dioses y seres sobrenaturales del
imaginario griego, las creencias relacionadas con el más allá también forman parte de lo
que venimos en llamar religión. Uno de los historiadores de la religión que más ha
investigado la escatología de la religión griega es el danés Lars Albinus. En su libro The
house of Hades: Studies in Ancient Greek Eschatology parte de los poemas homéricos y
órficos para intentar comprender qué era el alma para la generalidad de los griegos
antiguos, si estos creían que trascendía y cómo lo hacía. Albinus afirma que es difícil
saber de qué modo la épica homérica acabó convirtiéndose en tradición, pero, en su
opinión —contraria a la de Edmonds—, resulta imprescindible conocer la obra de
Homero para entender las creencias religiosas griegas. Para Albinus no cabe duda de
que Homero, además de poeta épico, es una figura de autoridad dentro de la tradición,
pues, a su entender, sus poemas se consolidaron como la guía que orientaba la religión
en toda Grecia a lo largo de los siglos que pervivió su cultura (Albinus, 2000, p. 13).
Está claro que, en el mundo griego antiguo, la muerte era tratada como un
fenómeno religioso puesto que implicaba una serie de ritos de carácter simbólico. Con
anterioridad al s. VIII a.e.c., los micénicos inhumaban a sus difuntos con sus ajuares
funerarios, pero, a falta de fuentes escritas que lo corroboren, no debemos afirmar
categóricamente que los micénicos creyesen en el más allá (Albinus, 2000, p. 27). En el
caso de la religión egipcia, de la que sí tenemos una amplísima epigrafía, podemos decir
con rotundidad que sí enterraban a los difuntos con aquellos objetos que les servirían
para la vida de ultratumba.
25
No se debe confundir alma con fantasma, pues la primera tiene unas connotaciones psicológicas que el
segundo no tenía en el mundo griego.
En los poemas homéricos, la ψυχή no lleva una vida activa en otro mundo
mejor que este; es más bien una especie de imagen congelada de lo que fue el difunto
mientras vivió. No obstante, el uso de la palabra ψυχή en los poemas homéricos plantea
no pocos problemas. En efecto, el significado arcaico de psique era el aliento de vida, lo
que mantenía con vida el cuerpo, que escapaba de este al morir, como si de una
bocanada de aire se tratase.
Aunque por comodidad traduzcamos ψυχή como alma, esta nada tiene que ver
con la visión que el dualismo tiene de ella y que es la visión a la que mayoritariamente
estamos acostumbrados hoy en día en Occidente a partir de Platón (Albinus, 2000, p.
45)26. Ψυχή es una palabra polisémica en griego antiguo. Por un lado, el significado más
arcaico es el de la ψυχή que abandona los restos del difunto, no como un alma inmortal,
sino como la vida que se escapa del cuerpo al que dio movimiento; es, en este sentido,
el último suspiro que precede a la muerte. Ψυχή está también relacionada con ὄνειρος
(oneiros) pues, además de sueño, ὄνειρος es la imagen, o la sombra, de un difunto. Sin
ser exactamente sinónimos, para Albinus, la relación que existe entre ψυχή y ὄνειρος da
una idea de lo fútil que era el alma desde el punto de vista griego: una mera sombra, un
simple sueño. No en vano, según la mitología griega, los dioses Hypnos y Thanatos —
del sueño y de la muerte respectivamente— eran hermanos y actuaban siempre juntos
como psicopompos de los soldados caídos en el campo de batalla. Ψυχή es, así mismo,
la conciencia que se escapa del cuerpo al desmayarse, pues siempre tiene esa
connotación de algo vital que abandona el cuerpo. También es el fantasma que habita en
el Hades, y como tal fantasma es insensible, estático, carente de vida: es una mera
imagen sombría. Como apunta Werner Jaeger, es complicado entender cómo, de
26
No obstante, ya en el siglo VI a.e.c., la palara ψυχή adopta su sentido de alma a lo que contribuyeron
enormemente los cultos mistéricos. En el momento en que el ser humano se vuelve responsable de su
comportamiento moral de cara al destino eterno de un espíritu dotado ya de conciencia, la ψυχή homérica
inerte adquiere su sentido de alma tal y como la entendemos en la actualidad (Jaeger, 1952, p. 88).
Con relación a este carácter fantasmagórico de ψυχή, hay otro aspecto práctico
de la cremación entendida desde el punto de vista de los vivos. Como ya hemos
mencionado, mientras el cuerpo estuviese en descomposición, se creía que el fantasma
del difunto, en vez de dirigirse al Hades, vagaba por la Tierra y perturbaba a los vivos.
Después de muerto, Patroclo continuamente habla a Aquiles hasta que este lleva a cabo
la incineración de su cuerpo (Albinus, 2000, p. 33). Incinerar un cuerpo, por tanto,
permitiría a la ψυχή del difunto alcanzar su morada definitiva rápidamente. Tan pronto
el conjunto cuerpo-alma (vivo e indivisible) muere, el primero se vuelve cadáver y la
segunda, ψυχή (la vitalidad), lo abandona. Cuando el cuerpo se volatiliza, convertido en
humo por la cremación, se fusiona con el último suspiro, con ψυχή, y juntos migran al
Hades. Esta concepción griega del alma, enmarcada en la tradición homérica, es de
suma importancia de cara a la interpretación que hace de ella el materialismo, como
veremos más adelante.
27
Según la visión griega, gracias a la popularidad de la Ilíada, Aquiles sigue viviendo en el más allá
cuatro mil años después de su muerte.
28
Apuntamos simplemente esta cuestión en la que no nos detendremos pues sería tema de un trabajo de
investigación aparte.
Pues bien, este abismo entre lo olímpicos y órficos era el mismo abismo que
existía entre el idealismo y el materialismo filosóficos. Si utilizamos el tándem orfismo-
idealismo y las antítesis orfismo-olimpismo e idealismo-materialismo, podemos a priori
establecer la pareja olimpismo-materialismo y ver si la podemos mantener.
Los filósofos en los que nos vamos a focalizar no son tanto aquellos que
dudaban de la existencia de los dioses29 —pues poco importa que estos existan o no si la
conciencia del ser humano se limita al tiempo de vida del que dispone—, sino en los
que negaban la trascendencia del alma humana y por tanto cualquier más allá. Bien es
cierto que en ocasiones lo uno lleva a lo otro.
29
En Battling the Gods, Tim Whitmarsh lleva a cabo un exhaustivo trabajo de investigación sobre las
fuentes en las que pueden leerse posiciones escépticas o contrarias a la existencia de los dioses, pero poco
aporta sobre la increencia en la trascendencia del alma
—citado por Jaeger—, Parménides es «un pensador que no conoce otro deseo que el de
conocer, ni siente otra fuerza que la de la lógica y al que dejan indiferente Dios y el
sentimiento» (Jaeger, 1952, p. 93). Aunque esta afirmación pueda resultar algo
exagerada, sí nos permite entender que la referencia a los dioses que el filósofo lleva a
cabo a la hora de plasmar su pensamiento no implica necesariamente que creyese en
ellos. En efecto, en la Grecia antigua, la invocación a los dioses, incluso cuando se
expresaban las ideas más racionales, no suponía una contradicción.
30
La revelación divina que describe Parménides en el proemio de Sobre la naturaleza recuerda a la que
relata Hesíodo en su Teogonía. Para Jaeger este paralelismo revela la clara intención de Parménides de
confrontar su experiencia con la del pastor de Ascra utilizando la metodología de describir una revelación
divina. En el caso del filósofo, la iluminación de la que es objeto nada tiene que ver con una experiencia
religiosa sino con una revelación de índole personal (similar a la iluminación budista): «Lo que hizo
Parménides fue tomar la forma religiosa de expresión y transponerla a la esfera de la filosofía, de suerte
que en verdad tomó forma todo un nuevo mundo intelectual» (Jaeger, 1952, pp. 96–100).
necesario del hecho de ser» (Cordero, 2021, p. 4-5). Por tanto, solo lo que es puede
existir. Cordero señala que el sujeto del verbo existir es el infinitivo ser (lo que es, pero
no como «un infinitivo sustantivado» sino como un puro verbo), y que las opciones que
tiene el individuo para conocer no son dos diferentes sino una y la ausencia de esa una,
es decir ser y no-ser (Cordero, 2021, pp. 3–4) de ahí que ningún dualismo sea posible en
Parménides.
Respecto a las propiedades del ὂν, dice Parménides que lo que es no puede no
haber sido ni puede dejar de ser, lo que implica que es eterno; además lo ocupa todo,
porque “todo” no puede no ser; y es uno, pues de haber múltiples seres, habría límites y
dichos límites implicarían la existencia de un espacio de lo que no es entre ellos. Esta
aproximación intelectual al ὂν, es decir, desde el λὁγος, tiene una implicación directa:
los sentidos son engañosos, la verdad y la apariencia son cosas diferentes. Abriendo la
puerta a los atomistas, que vinieron después, se la abrió también a Platón y su
idealismo.
(…) la mirada del individuo rudo está enturbiada, como dicen los hindúes, por el velo
de Maya: a este se le muestra, en lugar de la cosa en sí, solamente en fenómeno en el
tiempo y el espacio, el principium individuationis, y en las restantes formas del
principio de razón: y en esa forma de su limitado conocimiento no ve la esencia de las
cosas, que es única, sino los fenómenos de esta, que aparecen diferenciados,
separados, innumerables, muy distintos y hasta opuestos (Schopenhauer, 2005, p. 378)
conjeturas con una posible influencia mistérica —pues estos cultos eran muy populares
en la Magna Grecia donde se ubicaba Elea (Jaeger, 1952, pp. 102–103)—, parece que
Parménides se esforzó demasiado en elegir el lenguaje de Homero y un marco de
referencia hesiódico para redactar su poema filosófico. En este sentido, la vía recta
puede recordarnos mucho más a los senderos de sabiduría del noble camino óctuple
budista (comprensión y pensamientos correctos, lo que equivale a liberarse del velo de
Maya), cuya meta es el Nirvana, un concepto que, al igual que el ὂν de Parménides, no
tiene principio ni fin, no se puede crear, no tiene dualidad, no tiene partes... y equivale a
un estado de iluminación, de la fusión con el todo, que es brahman, del que ya hemos
hablado anteriormente.
Parménides platónico, un joven Sócrates intenta desmontar las complejas paradojas que
empleaban el anciano Parménides y su alumno Zenón de Elea para sustentar su idea de
una realidad constituida por un ser único e indivisible, no creado e imperecedero. El
Parménides de Platón es una de las obras más enigmáticas y complejas del ateniense y
aún hoy no llega a comprenderse con claridad la argumentación que emplea su autor
para la defensa de su teoría de las formas, fundamento de su filosofía idealista. Para
algunos especialista en los diálogos de Platón, el Parménides es un ejercicio de
honestidad ya que pretende recopilar los principales retos a los que tiene que someterse
la teoría de las formas —como si de unas pruebas gimnásticas se tratase—, muchos de
los cuales no pueden darse por superados, al menos en el momento temprano en el que
fue escrito (Rickless, 2020). Platón se desligará completamente de Parménides en El
Sofista, una de sus obras de madurez escrita a los 60 años. En palabras de Cordero,
«como consecuencia de su crítica a Parménides, Platón aportará novedades que van a
cambiar el curso de la filosofía, en especial, en lo que concierne al logos como discurso.
Pero Platón deberá pagar un precio muy elevado por la innovación que introducirá en el
ámbito del logos, pues quedará sepultado bajo el peso abrumador de la negación
absoluta, que es la otra cara de la medalla del ser absoluto de Parménides» (Cordero,
2021, p. 2). En efecto, Platón necesitará considerar lo que no es como una opción al
mismo nivel de lo que es, no como la negación de lo que es, para sostener el principio
dualista de toda su filosofía. Con ello cae en la contradicción que ya hemos señalado
con anterioridad por más que asigne la Forma de la Diferencia al no ser y su
contrapartida es la Forma de la Identidad del ser porque la diferencia siempre es relativa
a lo otro que es absoluto (Cordero, 2021, p. 9).
Los dos filósofos precursores del atomismo fueron Leucipo de Mileto (s. V
a.e.c.) y Demócrito de Abdera (c. 460-370 a.e.c.)31. El primero fue, según algunas
31
Se sabe muy poco de Leucipo y algo más de Demócrito dadas las numerosas contradicciones y dudosa
veracidad de algunas fuentes por lo que, aunque Aristóteles atribuye a Leucipo la paternidad del
atomismo (Kirk et al., 2014, pp. 519–522), nos referiremos a lo dos filósofos conjuntamente cuando no
esté clara la autoría de un pensamiento.
32
El propia Epicuro cuestionaba la existencia de Leucipo o al menos no la consideraba filósofo, algo que
hoy en día no se cuestiona. No obstante la relación con Zenón de Elea sí está puesta en tela de juicio, pues
no todas las fuentes coinciden en ello (Kirk et al., 2014, pp. 519–522).
simple vista, pudiera parecer que, Meliso confundiera la infinitud temporal con la
espacial (Bredlow, 1997, pp. 4–5).
Si lo eterno no fuese la suma de 'todo lo que es', sino que quedara todavía al margen
una parte de lo que es, entonces esta parte no sería eterna, sería perecedera. Pero eso
no puede ser, porque todo lo que verdaderamente es ha de ser algo eterno, como había
quedado ya demostrado. Así que lo eterno debe abarcar precisamente la suma de 'todo
lo que es'. Suponiendo que sea correcta la premisa 'Todo lo que verdaderamente es
eterno' (Bredlow, 1997, p. 9)33
La asimilación que lleva a cabo Meliso del no ser de Parménides con el vacío
(κενός) es también utilizada en el atomismo para explicar el movimiento.
Implícitamente, Parménides tenía que admitir desde un punto de vista lógico (si no
ontológico) que, si lo que es está limitado, todo lo que queda fuera de los límites del ser
es necesario para definirlo, aunque no sea.
Es decir, la predicación del ser implica la del no-ser, existiendo la misma necesidad
lógica tanto de una como de otra; aunque se pueda decir que la «nada» o el «vacío» no
es o no existe (lo que en griego viene a ser lo mismo) subyace una noción de lo que es,
aunque esta sea negativa (Megino Rodríguez, 2002, p. 317)
33
Citando a OFFNER, M.: "Zur Beurteilung des Melissos", Archiv für Geschichte der Philosophie 4
(1890)12-33
precisamente Meliso el que establece por primera vez de forma explícita el vacío como
la forma cosmológica del no-ser e indica que, por no ser, es nada. Es decir, Meliso niega
la existencia del vacío, como implícitamente la niega Parménides, pero, al igual que su
maestro, lo necesita desde un punto de vista lógico. El vacío, en cuanto es necesario
para definir lo ente, lo delimita y, al delimitarlo, permite que la razón explique tres
aspectos de la realidad que son patentes para los sentidos: el movimiento, la
multiplicidad y el cambio (Megino Rodríguez, 2002, pp. 318–319). Curiosamente
Meliso es quien por primera vez asocia la necesidad de vacío para explicar el
movimiento y lo hace precisamente para confirmar que el ser es estático, pues el vacío
no existe. Meliso, sin querer, está dando la clave a los atomistas para explicar el
movimiento.
Leucipo acepta la argumentación lógica del eleatismo con respecto al ser, pero no
queda satisfecho con su postura respecto a los testimonios de los sentidos, que para el
atomismo responden a fenómenos tan reales como la unidad, la plenitud, la
inalterabilidad o indivisibilidad del ser (Megino Rodríguez, 2002, p. 325)
Leucipo y Demócrito conciben el vacío como lo que no posee los atributos del
ser, pero, al igual que este, existe y además hace que la realidad pueda constituirse.
Igualmente, los atomistas toman los argumentos que utilizaba Meliso para negar la
multiplicidad del ser precisamente para demostrarla: al existir el vacío de pleno derecho,
el ser puede dividirse y sus partes estar separadas por el vacío sin que lo que es deje de
ser y sin que el vacío adquiera atributos del ser. A estos entes individuales que
constituyen lo que es los denominaron átomos34 (Megino Rodríguez, 2002, p. 326).
Los átomos son una infinitud de cuerpos extensos, compactos, plenos, impenetrables,
inmutables, impasibles, carentes de cualidades sensibles, invisibles por su tamaño y en
perpetuo movimiento, que poseen ilimitadas formas, figuras, orientaciones,
disposiciones y tamaños, y que conforman la totalidad de las cosas mediante sus
colisiones, contactos, reuniones y disoluciones. Constituyen la verdadera realidad
última del ser, de lo pleno; fuera de ellos, solo hay vacío (Megino Rodríguez, 2002, p.
326).
Será Epicuro quien, a partir del atomismo, llevará el materialismo hasta sus
últimas consecuencias, aniquilando completamente el dualismo alma-cuerpo y cualquier
creencia en el más allá.
34
Del griego clásico ἄτομος, significa “indivisible”
3.2.3.1. Epicureísmo
Son muy escasos los escritos atribuidos al propio Epicuro que han llegado
hasta nuestros días. Casi toda su obra la conocemos a través de fuentes secundarias. De
Natura —de la que solo se conservan fragmentos y referencias — se considera su obra
magna y la más compleja. Además, Epicuro escribió varios epítomes y obras menores
destinadas a todo aquel que, no siendo feliz, desease serlo y buscase el camino en su
filosofía. De entre ellos, Las máximas capitales —recopiladas por Diógenes de
Laercio— constituyen la base de los principios epicúreos (Mas Torres, 2018, pp. 12–
13). A partir de las máximas, el epicúreo podía establecer el nivel razonable de placer
que debía buscar en la vida teniendo siempre en mente que esta es fútil, que la vejez
despoja al individuo de salud y lozanía y que, al final, la muerte “niveladora” acaba
enrasando a todos los seres humanos y despojándolos de sus posesiones y su vanidad.
En honor a la verdad, hay que admitir que a su mala fama también contribuyó
el excesivo afán universalista de algunos de sus discípulos, los cuales, para hacer llegar
Entre los siglos I a.e.c. y I d.e.c. la literatura latina alcanza su cénit y nos
topamos con figuras de la talla de Virgilio, Horacio, Lucrecio o Filodemo, que
simpatizan o incluso se vuelven adeptos del pensamiento epicúreo. Incluso Séneca,
decepcionado con el estoicismo, pierde sus prejuicios hacia el epicureísmo. Políticos
afamados, como Cayo Mecenas (70 a.e.c. – 8 d.e.c.), consejero de Augusto, se unieron
también a esta corriente. Lo mismo puede decirse del ya mencionado Pisón, suegro de
Julio César, en cuya villa de Herculano, además de la obra de Epicuro, se encontraron
un sinfín de obras de Filodemo de Gadara (110– c. 35 a.e.c.), uno de los protegidos de
Pisón. También la emperatriz Plotina (70 – 123 d.e.c.), esposa de Trajano, era
simpatizante del epicureísmo (Mas Torres, 2018, p. 238). No es por tanto descabellado
pensar que, si una emperatriz, un colaborador del emperador tan estrecho como
Mecenas, o un miembro de la nobleza y de la familia de Julio César como Pisón se
rodeaban de pensadores simpatizantes del epicureísmo, muchos miembros importantes
de la corte se congraciaran con esta filosofía también. Cicerón (106-43 a.e.c.), al que no
puede achacársele ser adepto a Epicuro precisamente, decía que los epicúreos habían
conquistado completamente Italia en su tiempo. No obstante, la escuela estoica, más
acorde con los valores de la República romana, fue mucho más popular entre las élites
romanas (Grafton et al., 2010, p. 320-321).
Tras esta breve revisión histórica, nos centraremos en cómo Epicuro dio una un
enfoque más amplio a la cosmología atomista de Leucipio y Demócrito hasta acabar por
negar la trascendencia del alma. Como apuntaba Karl Marx (1818-1883) en su tesis
doctoral, la filosofía natural de Epicuro era democriteana, por más que el samio
rechazase su influencia. No obstante, su discípulo Metrodoro reconoció la guía que
supuso Demócrito para su maestro (Mas Torres, 2018, pp. 52–54). Obviamente, el
atomismo conduce inevitablemente al escepticismo o, más bien, a la negación de lo
sobrenatural —puesto que el escepticismo implica la suspensión del juicio y Epicuro sí
emitía juicios en contra de los dioses y la existencia del alma—. Los epicúreos no eran,
en este sentido, escépticos pues consideraban que la práctica radical de la ἐποχή36
impedía la acción humana (Mas Torres, 2018, p. 58).
35
Fuera de los círculos académicos, el término epicúreo se suele equiparar a amante de la buena vida.
36
En griego clásico, epojé o suspensión del juicio.
37
Heródoto, discípulo de Epicuro, no confundir con el historiador de Halicarnaso.
Esta epístola compendia la visión epicúrea sobre el alma en el contexto del ser
y la realidad sensible y por eso centraremos nuestro análisis en su contenido.
Tomaremos como base la traducción de Sebastián Caro y Trinidad Silva sobre el texto
de Diógenes Laercio El análisis lo llevaremos a cabo en dos partes: primeramente, nos
centraremos en las frases que explican la física de la realidad según Epicuro y en
segundo lugar veremos los párrafos en los que se explica la implicación que tiene este
conocimiento sobre las preocupaciones del ser humano.
Concretando sobre la esencia del universo, unas líneas más adelante, Epicuro
aclara a su alumno Heródoto: «De entre los cuerpos, los indivisibles y plenos38, a partir
de los cuales se generan los compuestos y en los cuales se disuelven, son
incomprensibles en cuanto a las diferencias de sus figuras». Nuevamente hace suya el
planteamiento atomista: todo lo que hay se forma por la unión de átomos y se
descompone en estos. De ellos dice también: «Y los átomos se mueven continuamente
38
Se refiere a los átomos
durante la eternidad». Para Epicuro no existe ni causa in-causada ni motor inmóvil: los
átomos, que han existido por siempre, han estado y estarán eternamente en movimiento.
Estos, como eternos que son, representan el ἀρχή (arché, “origen”) que tanto
preocupaba a Platón y sus seguidores. Su existencia no requiere un demiurgo, o un
creador o el motor inmóvil de Aristóteles: los átomos existen desde siempre, como
cualquier otro arché al que pudiera dársele más validez por el mero hecho de ser volente
o pensante.
A continuación, destacamos las dos siguientes frases que, aunque no tienen una
relación directa con la idea del alma en Epicuro, sí son reseñables, pues nos permite ver
la amplitud del pensamiento del maestro del Jardín, que ya en el s. IV a.e.c. intuía la
existencia de mundos con vida más allá del nuestro. Efectivamente, el atomismo dio pie
a este tipo de especulaciones tan interesantes: «No existe nada que impida la infinitud
de los mundos» y «Los mundos no tienen por necesidad una sola configuración, pues
nadie podría demostrar que en un mundo no sea posible abarcar tales semillas a partir de
las cuales se forman los animales, las plantas y todas las restantes cosas que se
observan, y que en otro mundo tales semillas ni siquiera puedan existir». Admite
Epicuro que la vida podría mostrarse de formas diferentes a las de la tierra en otros
lugares del universo.
Por último, un retorno a Parménides lo vemos en: «La falsedad y el error están
siempre en lo que se adiciona a la opinión». Podemos deducir que esta frase está
relacionada con la vía de la verdad y la vía del error parmenideanas, siendo esta última
consecuencia de la opinión y no del conocimiento verdadero.
Para Epicuro, desconocer la realidad que subyace bajo los fenómenos naturales
conduce al miedo y el miedo es principal fuente de infelicidad en su pensamiento
filosófico, de ahí que sea tan importante combatirlo. «Lo que yace bajo el examen del
ocaso, del orto, de la revolución, del eclipse y de cuanto es congénere con tales cosas no
contribuye en nada a la dicha que pudiera generar su conocimiento, sino, por el
contrario, quienes han advertido tales cosas, pero desconocen cuáles son sus naturalezas
y causas más decisivas, pueden tener tantos miedos como si nunca antes las hubieran
visto». En este párrafo Epicuro ataca las supersticiones y creencias religiosas acerca de
los fenómenos naturales. Y prosigue su argumentación enlazando el miedo a los
fenómenos naturales con el miedo a morir: «La turbación más decisiva para las almas
humanas se genera en el hecho de tener la opinión de que tales fenómenos celestes son
dichosos e incorruptibles y que tienen al mismo tiempo voliciones, acciones y causas
contrarias a ellos40, en el hecho de que se espere o sospeche, de acuerdo a los mitos, un
eterno terror en la muerte por parte de quienes temen la insensibilidad que acaece al
fenecer». Quienes desde su ignorancia creen que los cuerpos celestes son seres
animados, con voliciones, que pueden actuar en contra de las personas si así lo desean,
han de temerlos por necesidad. De la misma manera, el ser humano teme perder la
sensibilidad al morir porque así lo explica el mito, así lo sospecha el vivo, agregamos.
No podemos saberlo con certeza, pero con mucha probabilidad Epicuro está haciendo
referencia a la escatología negativa de la religión olímpica, pues, “de acuerdo a los
mitos”, el destino que le espera al difunto después de la muerte es sumirse en el olvido,
convertirse en una sombra más del Hades, sin sensibilidad.
39
Epicuro considera que los cuerpos celestes son concentraciones ígneas.
40
Aquí Epicuro hace referencia a la creencia en la divinidad de los cuerpos celestes (sol, luna, tormentas,
arcoíris…), la cual considera causante del miedo de los hombres.
Epicuro, a continuación, intenta aportar una solución para estos miedos: «La
imperturbabilidad es liberarse de todas estas cosas y tener el recuerdo continuo de las
cosas todas y más decisivas». La ἀταραξία (ataraxia) se logra teniendo siempre presente
que los fenómenos naturales no tienen voluntad, que no hay dioses detrás de ellos, y que
la ausencia de sensaciones al morir es ausencia de dolor también. «Si atendemos a ellas
podremos investigar completa y rectamente las causas del origen de la turbación y el
miedo, y nos liberaremos, al investigar las causas de los fenómenos celestes y de las
restantes cosas que siempre acontecen incidentalmente, de cuantas cosas temen en
forma extrema los restantes hombres»
Por último, Epicuro concluye su epístola con esta magnífica frase que nos
exhorta a investigar científicamente la realidad para perder el miedo a la muerte y los
fenómenos naturales: «Si este poderoso discurso razonado llega a ser retenido con
exactitud, creo que cualquiera alcanzará una fortaleza incomparable respecto de los
restantes hombres».
La concepción del ser humano y del cosmos que plasma Epicuro en La epístola
a Heródoto tiene profundas implicaciones sobre la ética y la vida del hombre. Sus ideas
no han quedado plasmadas en poemas ni en alegorías, pero sí en varias máximas que
desde la antigüedad se utilizan en el lenguaje corriente: memento mori (recuerda que vas
a morir), tempus fugit (el tiempo vuela), carpe diem (vive el momento) y omnia mors
aequat (la muerte nos iguala a todos). Estas locuciones recuerdan el destino inexorable
del ser humano e invitan a evitar el sufrimiento todo lo posible, teniendo siempre en
cuenta que la soberbia, el deseo, la dependencia o la adicción son fuentes de dolor.
No obstante, a pesar del optimismo que destila la epístola del samio, los
epicúreos eran conscientes de que el miedo que se tiene a la muerte es más fuerte que el
que infligen los dioses, por ejemplo. Tanto si el alma desaparece al morir como si esta
sobrevive al cuerpo, la muerte resulta siempre perturbadora (Mas Torres, 2018, p. 351).
El miedo a los dioses descansa en opiniones erróneas que por lo general hunden sus
raíces en creencias populares, el temor a la muerte se apoya en ideas latentes que en
muchas ocasiones no cabe expresar de manera clara; por eso el miedo que producen
los Olímpicos es relativamente fácil de extirpar, mientras que la ansiedad que causa el
miedo a la muerte («un miedo secreto», «una ceguera anímica», «una arraigada
herida») es más difícil de erradicar (Mas Torres, 2018, p. 348)
Para los epicúreos, tras la muerte, no hay nada y la nada ni es objeto ni causa
de daño, por tanto, es un sinsentido temer estar muerto. El muerto no siente y, puesto
que sentir es la causa del dolor, al dejar de hacerlo no puede experimentar dolor alguno.
No se debe temer ni el castigo del alma, ni su dolor (Mas Torres, 2018, p. 352);
tampoco ha de esperarse premio alguno.
Epicuro habla de estar muerto, pero no dice nada sobre el proceso de morir, no
emite juicio alguno al respecto. Lucrecio pretende llenar este vacío intentando
convencer a sus lectores de que la muerte es inevitable y un proceso natural, por lo que
no debe temérsela (Mas Torres, 2018, p. 353). En opinión de Mas Torres, Lucrecio
utiliza un argumento de corte estoico para pretender la ataraxia de sus interlocutores.
Más que recurrir a la búsqueda de la felicidad por la vía de la muerte, hay que asumirla
pues es inevitable y necesaria por naturaleza.
Pero, sin recurrir a la rica iconografía del superpoblado panteón de los dioses
greco-romanos, ¿cómo puede representarse un concepto filosófico, en concreto, la
concepción epicúrea de la vida y la muerte? En definitiva, ¿cómo puede recrearse la
futilidad de la vida cuando se ha desterrado completamente el mito? Hoy en día se
acepta que la mayor parte de los esqueletos que se representaron en la antigüedad
Estos esqueletos recreados con mayor o menor acierto por la mano del artista
recibían el nombre latino de larvae. Lingüísticamente, larva es el “espíritu” o el
“espectro” —no necesariamente malicioso— de un difunto. En sentido metafórico
también puede significar “esqueleto” cuando hace referencia al motivo artístico al que
nos referimos, pues la palabra latina que designa a un esqueleto real es esceletus.
Alguien que tuviera el aspecto de una larva, no sería un ser silencioso o invisible (como
un espíritu), sino una persona extremadamente delgada o demacrada, al modo de las
figuras con forma de esqueleto que animaban los banquetes o decoraban los relieves y
grabados de los objetos y espacios relacionados con estos.
Cuando la figura del esqueleto está relacionada con objetos o espacios propios
del banquete recibe el nombre de larva convivalis (“espíritu de banquete”). Podía ser
una figurilla de diversos materiales que se pasaban de mano en mano los comensales o
artistas clásicos, salvo contadas excepciones, tenían tantas dificultades para representar
esqueletos y calaveras verosímiles. Lo mismo puede decirse del esqueleto o la calavera
como representación de la muerte en sí misma. Hasta la Edad Media los esqueletos o
calaveras no simbolizarán la muerte. En el mundo clásico, la muerte la personificaban
los dioses gemelos Tánatos e Hipnos, como ya se ha mencionado, los psicopompos o la
Moira Átropo que, con sus tijeras, cortaba el hilo de la vida llegado el momento.
41
Se denominan modioli a las tazas que recuerdan al modium un recipiente utilizado en la antigua Roma
como medida de volumen.
Cabe señalar la dificultad que supone establecer los límites entre las distintas
creencias de la antigüedad para poder hablar de una religión u otra. Desde que en 1931
Ulrich von Wilamowitz pusiera en tela de juicio el término orfismo (Albinus, 2000, p.
103), se sigue intentando abandonar una etiqueta que demuestra tener cierta utilidad
para los estudiosos del tema. Como ya hemos visto en el capítulo segundo, uno de los
investigadores que más ha tratado el orfismo, el español Alberto Bernabé, es capaz de
definir lo órfico poniendo en el centro el mito de Orfeo, pero desdibujando los límites
para eludir los compartimentos estancos42. Menos riesgos corre Hugh Bowden, que
elimina la etiqueta y señala, simplemente, que Orfeo era un personaje muy frecuente en
todo lo relativo a los misterios (Bowden, 2010, p. 139).
Una vez leída buena parte de las opiniones más significativas que existen al
respecto, concluimos que la postura de Bowden nos pone ante la tesitura de desterrar el
término orfismo como corriente religiosa específica, a pesar de su utilidad de cara al
estudio, pero su planteamiento parece bastante acertado. Todo apunta a que los griegos
no establecían la distinción que hacemos hoy en día. Puesto que queremos entender
aspectos tan relevantes como sus creencias religiosas, debemos intentar ver, en la
medida de lo posible, la cuestión como ellos la veían.
42
Véase página 14
tenían relación con los mitos de Dioniso y Orfeo y, concretamente, con las experiencias
sobrenaturales que se les atribuían, como la resurrección, en el caso del primero, y la
catábasis/anábasis, en el del segundo.
Lo que sí sabemos con algo de certeza es que los mitos griegos que conocemos
hoy día son aquellos sobre los que se escribía mucho43. Estos eran los mitos que
generación tras generación se recitaban y copiaban como parte de una formación a la
que solo tenían acceso las élites sociales. El compendio de mitos que conocemos mejor
es lo que se ha venido en denominar tradición griega —para evitar la palabra religión,
que por aquel entonces aún no existía—. A esta tradición pertenecen las obras cuya
autoría se atribuye a Homero, a Hesíodo y, según autores como Bernabé, a Orfeo44
también. Todas ellas conforman el universo mitológico griego; a partir de sus poemas,
podemos conocer las diversas teogonías, cosmogonías, antropogonías, las historias de
los héroes y algunos ecos muy vagos de la visión escatológica que tenía, al menos, la
clase social que manejaba esta información con soltura. Debemos tener en cuenta que,
todos los aspectos escatológicos que se atribuyen al orfismo, no parecen haber estado en
los himnos originales que debían conformar el compendio que hoy se denomina
Rapsodias y que representan la principal aportación a la tradición griega. Extraigo esta
conclusión de la lectura del capítulo que Bernabé dedica a este corpus en su libro Hieros
logos: poesía órfica sobre dioses, el alma y el más allá (Bernabé, 2003, pp. 203–209).
Además, solo conocemos la existencia de las Rapsodias a través de las referencias que
llevaron a cabo autores de la antigüedad; no tenemos una transcripción más o menos
fiel, como sí podemos tenerla de la Odisea, la Ilíada o la Teogonía de Hesíodo, lo que
podría darnos una pista sobre la preponderancia que tenían unas obras y otras entre las
clases instruidas, que fueron las responsables de su transmisión.
Hemos visto que autores como Lars Albinus defienden que la escatología
negativa —es decir, aquella que creía que el alma del difunto existía en forma de
recuerdo en el más allá hasta que este se diluía y quedaba de él tan solo una sombra—,
era la mayoritaria en la Grecia antigua. Por otra parte, Radcliffe Edmonds considera que
43
De los que también existe iconografía comprensible gracias a las fuentes escritas.
44
Como se ha visto en el capítulo dos, hoy en día hay consenso a la hora de considerar a Orfeo un
personaje ficticio, por tanto, ni la autoría de las Argonáuticas ni la de las Rapsodias pueden atribuírsele.
lo habitual era justo lo contrario; que la pervivencia del alma en el infierno o el paraíso
era lo esperado por la mayoría, incluso para los que no estaban iniciados en los cultos
mistéricos (Edmonds III, 2014, p. 2). Sí podría resultar más exótica, en cambio, la
creencia en la reencarnación propia del orfismo y el pitagorismo.
A nuestros efectos, nos interesaría sobre todo saber si entre los filósofos era
más habitual la escatología positiva o la negativa. Tenemos ejemplos de las dos clases.
De los que creían en la trascendencia del alma antes de Platón, estuvieron Pitágoras y
los pitagóricos y, después de Platón, sus alumnos y la escuela neoplatónica ya en
nuestra era. Del lado de los que no creían en la trascendencia del alma estuvieron los
materialistas, que siguieron la estela dejada por Parménides tras de sí, con los atomistas
y los epicúreos entre sus filas. Los escépticos no se postulaban ni a favor ni en contra.
45
Pueden consultar estadísticas relativas al ateísmo en el mundo en la web Pew Research Center.
46
Ver nota al pie 2
Tan numerosos como los problemas en el ámbito religioso son los que nos
hemos topado en el ámbito filosófico, pues si las cuestiones relativas a la religión no
están lo suficientemente claras, difícilmente pueden estarlo en lo filosófico cuando se
investiga la presencia de lo primero sobre lo segundo. No obstante, sí hemos contado
con más fuentes o referencias a las fuentes primarias para poder evaluar las cuestiones
más problemáticas.
Es constatable que Platón daba por sentada la existencia del alma trascendente
e inmortal, que se apoyó en la creencia de algunos de sus coetáneos en el juicio de las
mismas —una vez son liberadas del lastre que supone el cuerpo— para desarrollar un
pensamiento ético basado en la importancia de adquirir sabiduría en vida para poder
conducirse de acuerdo a unos principios morales determinados, y que además apuntó a
Por otra parte, sí hemos visto cómo Platón se burla de los sacerdotes
teóricamente órficos y cómo considera ignorantes a aquellos que creen que pueden
despreocuparse de sus acciones en vida confiados en que su iniciación en los misterios
les brindará un sitio de privilegio en el submundo de las almas (Albinus, 2000, p. 139).
Platón se lo pone realmente difícil a los seres humanos comunes y corrientes y en este
sentido se percibe el eco de la voz de Parménides en su pensamiento: Solo el sabio
conoce la verdad; solo el sabio puede distinguir entre el bien y el mal y pude conducirse
éticamente en vida; solo al sabio se le reserva un sitio en el más allá junto al resto de
sabios. El resto está condenado a reencarnarse, a experimentar el yugo de la carne,
tantas veces como sea necesario hasta alcanzar la sabiduría. No podemos evitar
escuchar ecos del saṃsāra hindú a pesar de que Alejandro Magno aún no hubiese
llegado a la India.
creencias religiosas que compartían entorno con el olimpismo. Una escatología negativa
como la olímpica no propiciaba que los seres humanos se condujesen éticamente. En
cambio, si el alma era un ente eterno e independiente del cuerpo perecedero, si esta
podía ser juzgada tras la muerte del organismo por los actos realizados en vida y podía
ser premiada o castigada, si todo esto podía ser englobado dentro de una concepción
idealista de la existencia, las personas no tendrían más remedio que comportarse con
ética y buscar con ahínco la perfección moral.
Ahora bien, ¿realmente Platón compartía las creencias de los órficos o estas
fueron de utilidad para el desarrollo de su ética? La diferencia entre orfismo y
platonismo es mayor que su similitud, puesto que, mientras el orfismo tiene un objetivo
“egoísta” —la salvación del alma del individuo—, todo apunta a que el objetivo de la
filosofía de Platón era bastante más elevado: corregir la ignorancia y perversidad que
veía a su alrededor para hacer de la humanidad algo mejor. Difícilmente podemos saber
cuán órfico era Platón, al fin y al cabo, como escribió él mismo: «todo hombre serio al
tratar temas realmente serios evita cuidadosamente la escritura». No obstante, dejo la
pregunta abierta para futuras investigaciones más profundas sobre el asunto.
Si existen dudas sobre los límites entre olimpismo y orfismo y hay autores que
los consideran aspectos de una misma religión; si, además, se empiezan a escuchar
voces entre los especialistas en la religión griega antigua que opinan que la escatología
positiva era la norma y no la excepción, detectar la influencia de la escatología
considerada negativa propia de la supuesta religión olímpica en el pensamiento
materialista de los filósofos griegos, se vuelve una tarea en extremo compleja. No
obstante, entre todas las dudas, sí podemos reunir varias afirmaciones.
Vemos precisamente esta línea tan difusa entre mithos y logos en el poema
filosófico de Parménides. Este está escrito utilizando la métrica de Hesíodo y Homero y
un contexto mítico que quiere evocar a los poemas del primero. La cuestión sobre la que
se debate es hasta qué punto Parménides nos quiere hacer creer que de verdad tuvo una
visión o su intención era “burlarse” de los poetas de la tradición religiosa. Llama la
atención que la revelación la reciba el filósofo de una diosa, concretamente de Dike, la
diosa de la Justicia humana. Son las musas las que inspiraron a Hesíodo y Homero, pero
Parménides elige a una diosa a pesar de que aparentemente quiere imitar a los grandes
poetas. De todas las diosas posibles, no escoge una de entre las poderosas del Olimpo,
sino aquella que representa la justicia, la que conoce la verdad que subyace en el
pensamiento de los hombres.
Tampoco hemos podido detectarlo en los atomistas, pero es necesario llevar a cabo una
investigación más profunda aún para poder afirmarlo.
5. CONCLUSIONES
Por otra parte, cuando Parménides dio un primer paso por la senda del
materialismo, no necesitó desligarse completamente de la tradición homérica. Utilizó un
contexto mítico para expresar su concepción de lo ente, bien porque quisiese parodiar a
los poetas de la tradición olímpica, bien porque pensase que así su revelación a la
humanidad tendría más posibilidades de recitarse por siempre (a semejanza de la
Iliada), bien poque, al igual que los poetas, quisiese dotar de solvencia a su exposición
haciéndonos creer que verdaderamente había tenido una visión divina (lo cual puede
llevarnos a reflexionar sobre el concepto que tenía Parménides de la humanidad y lo
necesitada que pensaba que esta estaba de su poema).
Aunque Epicuro “mata” a los dioses de toda índole, no hace lo mismo con el
alma, posiblemente porque en la Grecia helenística el alma ya era un concepto bien
establecido y estaba muy arraigado en el pensamiento común. En el epicureísmo, el
alma existe y está constituida por átomos finísimos. Curiosamente, esta se comporta
como la ψυχή homérica: anima el cuerpo mientras este vive, y se desprende de él, al
morir, para fundirse con el aire. El alma es lo que es porque está vinculada al cuerpo:
roto este vínculo pasa a ser otra cosa, etérea, que se disuelve en el aire. Es cierto que, al
no incorporar referencias al ritual funerario, no parece que para el filósofo samio sea
necesario que el humo de la cremación eleve el alma. Esta se desprende por sí misma
del lazo que le une al cuerpo siendo innecesario el rito. Esta imagen tan “homérica” del
alma abandonando el cuerpo y dejándolo inerte pervive en el materialismo epicúreo.
Aunque ciertamente son más las diferencias que las similitudes, pues el
olimpismo es mayoritariamente mithos, si eliminamos todos los aspectos metafóricos de
este y salvamos el logos que subyace, la esencia de la escatología negativa de la
tradición homérica, tal y como la explica Albinus, pervive en Epicuro. Esta, mayoritaria
entre la población o no, era una de las formas tradicionales de entender la muerte en
Grecia. En efecto, tanto para Epicuro como para el olimpismo, el alma no transciende.
La vida se vive aquí y ahora.
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