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Nicodemo viene a Jesús con la declaración del mismo principio que había
producido la convicción de aquellos en quienes Jesús no confiaba - los milagros
eran para él una demostración de que Jesús era un maestro enviado por Dios.
Incluso yo pienso que los demás fueron más allá que Nicodemo; se dice que
ellos creyeron en Su nombre (Juan 2:23). En cuanto a Nicodemo, él estaba
convencido de que las enseñanzas de Cristo tenían que tener a Dios como
fuente, así él estaba dispuesto a escuchar. La creencia de los anteriores no
produjo ninguna necesidad en sus almas; en este caso la convicción puede ir
hasta donde a usted le agrade, sin que el alma sea atribulada, o se produzca
algún efecto en absoluto: no cuesta nada - nosotros vemos esto a menudo.
Es una gran cosa tener una necesidad real, aunque sea débil moralmente;
pues aquí, en el caso de Nicodemo, hubo poca necesidad en la conciencia, y
ningún conocimiento de sí mismo. Él se estaba apegando a esperanzas
religiosas, a doctrinas, y a una revelación dada por Dios; él estaba buscando
enseñanza de parte de Jesús, pero tuvo su parte en la convicción general de que
los milagros de Jesús producían una convicción fortalecida por medio de la
rectitud, y por la necesidad personal; Jesús era un maestro enviado por Dios.
Pero Jesús detiene de repente a Nicodemo; la resurrección y el reino no habían
venido, pero para recibir la revelación que había sido dada de ello, tiene que
haber una operación divina, una nueva naturaleza; era necesario participar de
una vida enteramente nueva. El reino no estaba viniendo de un modo que
atrajera la atención, pero el Rey, con toda la perfección que le pertenecía a Él,
estaba presente allí, y, por consiguiente, el reino mismo, presentado en Su
Persona; sólo que este reino, no siendo revelado en poder, siendo la causa del
rechazo que sufrió Él la propia perfección de Su Persona, así como la obra
consumada en Su rechazo, introdujo una herencia celestial. Además esta obra, y
este rechazo, llevó a quienes habrían de identificarse con un Cristo rechazado a
esos atrios en lo alto donde Dios exhibía Su gloria, y esto es mucho más elevado
que la gloria del Mesías, si se hubiese cumplido entonces. Ya era el amanecer del
cumplimiento de los consejos de Dios aún no realizados
Dos cosas nos son presentadas en la primera mitad del capítulo que está
ante nosotros:
1.- antes que nada, el reino, y lo que se necesita para tener parte en él, y,
hasta cierto punto, las cosas terrenales, y qué es necesario para disfrutarlas con
Dios, pero también el reino, tal como fue entonces presentado en su carácter
moral.
Dos cosas son sacadas a relucir cuando estos principios han sido
expuestos; antes que nada, la necesidad de este nuevo nacimiento, para gozar
las promesas hechas a los Judíos para la tierra; y, en segundo lugar, que esta
obra era de Dios, quien comunicaba esta nueva naturaleza. Dios podía
comunicarla por Su Espíritu a quien Él quisiera, y esto abría la puerta a los
Gentiles. Jesús le dijo a Nicodemo que no debería haberse maravillado de que el
Salvador dijera que los Judíos tenían que nacer de nuevo; los profetas habían
anunciado esto (vean Ezequiel 36: 24-28), y Nicodemo, como maestro en Israel,
debería haberlo sabido. El viento, asimismo, soplaba de donde quería (v. 8); así
era la operación del Espíritu. Era una obra de Dios, y así podía ser llevada a cabo
en cualquiera.
Pero tenemos otra verdad aquí: el Hijo del Hombre iba a entrar de nuevo
en el cielo como Hombre, para ser Cabeza sobre todas las cosas. Como Hijo de
Dios Él ha sido designado Heredero (Hebreos 1); Él es tal como Creador
(Colosenses 1), pero también como Hombre e Hijo del Hombre, según los
consejos de Dios. (Salmo 8, citado en Efesios 1, en 1 Corintios 15, en Hebreos 2
- pasajes que desarrollan claramente Su lugar en este respecto.) Proverbios 8
nos enseña que Aquel que era el deleite de Jehová antes de la fundación del
mundo, se regocijaba entonces en Su tierra habitada, y Sus delicias, era estar
con los hijos de los hombres ("regocijándome en su tierra habitada, y mis
delicias, el estar con los hijos de los hombres." Proverbios 8:31 - VM). Los
ángeles (Lucas 2) recuerdan esta verdad, o más bien las pruebas que Su
encarnación dio de los pensamientos de Dios en este respecto; ellos hablan de
esta encarnación como la manifestación de la buena complacencia de Dios en los
hombres. Como entonces Él ha sido la manifestación de Dios en la tierra, Él
entra como Hombre en la gloria de Dios en lo alto. Él reinará sobre la tierra
como Cabeza de la creación, reuniendo todas las cosas bajo Su autoridad*
(Colosenses 1); pero Él habla aquí de cosas celestiales. El Hijo del Hombre toma
Su lugar en lo alto para ser Cabeza sobre todas las cosas (1 Pedro 3:22; Juan
13:3; 16:15). El Hombre, en Su Persona, ha entrado en el cielo, en presencia de
Dios mismo, sin un velo, y todas las cosas han de someterse bajo Sus pies.
Pero, ¿se someterán ellas así, tal como son, y los hombres que han de ser Sus
coherederos, serán ellos esto, tal como están en pecado, enemigos de Dios por
sus obras perversas? Es imposible. Se necesita otra cosa fundamental:
redención. El Hombre, con mil veces más pecado que aquel que hizo que fuese
echado irrevocablemente del paraíso terrenal - el hombre, quien había ido tan
lejos como para haber acumulado sobre su cabeza, el rechazo de Dios, de la
gracia, y del Hijo de Dios - no podía, tal como era, entrar en el paraíso celestial:
era imposible. Entonces, si Cristo había de poseer como Hombre la gloria que en
los consejos de Dios era la porción del hombre, y si Él había de tener
coherederos, e introducirles en la casa de Su Padre, Él debe redimirles y
purificarles conforme a la gloria de Dios. Él también debe redimir a la creación
del yugo bajo el cual el pecado la había colocado, y del dominio de Satanás. Aquí
solamente se tiene en consideración el estado de los herederos, y su liberación
de la muerte y la condenación. Ahora bien, cuando se nos presenta al Hijo del
Hombre, Sus sufrimientos y muerte son introducidos constantemente. Como
Mesías, Él fue rechazado en la tierra por Su pueblo; pero el único resultado de
esto fue que Él pasó a la esfera más amplia de Hijo del Hombre, Cabeza de la
creación entera, y Cabeza, de un modo especial, de quienes Él no se avergüenza
de llamarles Sus hermanos (Hebreos 2:11). Pero para esto, era necesaria la
redención; aprendemos esto en Mateo 16: 20, 21, y más claramente en Marcos
8: 29-31, y en Lucas 9: 20-22, con las consecuencias que resultaron de ello para
nosotros. En el Evangelio de Juan también, antes de que Él dejara el mundo, el
Padre habrá rendido un testimonio a los títulos de gloria de Jesús. Como Hijo de
Dios, Él fue glorificado por la resurrección de Lázaro; como Hijo de David, por Su
entrada en Jerusalén montado sobre un pollino de asna ("sentado sobre una cría
de asna", Juan 12:15 - RVA); finalmente, los Griegos, quienes habían subido a
Jerusalén a adorar, habiendo buscado a los discípulos en su deseo de ver a
Jesús, y habiéndole comunicado esto los discípulos a Él, el Señor dice, "Ha
llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto
os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si
muere, lleva mucho fruto." Juan 12: 23, 24.
Así, en todos los Evangelios, hallamos al Mesías dando lugar al Hijo del
Hombre, pero, en cada caso, al Hijo del Hombre pasando por la muerte, para
entrar en Su nueva y universal posición de gloria. Él podría haber tenido doce
legiones de ángeles, pero entonces los consejos de Dios, tal como están
revelados en las Escrituras, no se habrían cumplido; Cristo habría estado sin
coherederos.
{* El resultado final es, que el pecado será quitado del cielo y de la tierra, como ya hemos observado.
Otros tres motivos son dados en Hebreos 2 para los sufrimientos de Cristo (Vean el versículo 9.) La
destrucción del poder de Satanás; la expiación de los pecados; la capacidad de compadecerse de
nosotros.}
El Hijo del Hombre es, entonces, Aquel que, como Hombre, ha de ser
Cabeza sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra, según los consejos de
Dios. Siendo ya Mesías e Hijo de Dios cuando estuvo en la tierra, y siendo
rechazado como tales (ver Salmo 2), Él debe tomar la posición más amplia de
Hijo del Hombre, establecida sobre las obras de Dios, siendo puestas todas las
cosas bajo Sus pies; Salmo 8. Le hallamos, asimismo, en Daniel 7, presentado
delante del Anciano de días para recibir el reino ("Estaba yo mirando en las
visiones de la noche, y he aquí que en las nubes del cielo venía alguien como un
Hijo del Hombre. Llegó hasta el Anciano de Días, y le presentaron delante de él."
Daniel 7:13 - RVA). El hecho de que Él había creado todas las cosas nos es dado
en la Epístola a los Colosenses como el motivo (al tomar Su lugar en el resultado
de los consejos de Dios en Su creación) para estar allí como Primogénito, en
primer lugar, para llevar los dolores de ello delante de Dios, para ser la
propiciación por nuestros pecados, y para borrarlos para siempre, para que no
perezcamos. Fue allí que, de una manera absoluta, Aquel que no había conocido
pecado fue hecho pecado delante de Dios, fue allí que la obediencia absoluta fue
perfecta; "Para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me
mandó, así hago." (Juan 14:31). Él debía ser levantado, la necesidad de ello
pesaba sobre nosotros; la justicia - la naturaleza misma de Dios - requería que
nuestro pecado fuese quitado. Pero el pecador no podía quitar su propio pecado;
cargado como estaba ya con su pecado, ¿qué podía él hacer para quitarlo? Pero
el Hijo del Hombre, rechazado por los hombres, ha sido levantado delante de
Dios, para ser hecho pecado, sin ninguna otra cosa o persona - solo delante de
Dios. Aquí ya no se trataba de alguna cuestión del Judío o de la promesa, sino
de satisfacer la gloria de Dios en este lugar; era el postrer Adán, no
desobediente, cuando él estaba disfrutando de todas las bendiciones de Dios,
pero obediente, allí, incluso donde Él estaba soportando - Él, quien había
morado eternamente en el amor del Padre, y en la santidad misma - no
solamente el sufrimiento de la muerte, sino el de la maldición y del abandono de
Dios. Nadie pudo sondear tal cosa; sin embargo, nosotros podemos, incluso por
medio de esto, reconocer que el sufrimiento fue infinito, pero necesario por
causa de lo que nosotros éramos, si la gloria de Dios iba a ser guardada, y si
nosotros íbamos a ser salvos. Mientras más vemos quién era Él, más sentimos la
profundidad del abismo al que Él descendió; pero en eso mismo Él pudo decir,
"Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar",
Juan 10:17. La gloria de Dios ha sido manifestada como nunca antes, y como
nunca habría podido ser conocida.
El Hijo del Hombre debía ser levantado. Al tomar este lugar (que Él tomó
por nosotros, también, en gracia), Él era libre. "Entonces dije, he aquí que
vengo." (Hebreos 10:7). Sus sufrimientos fueron necesarios para nosotros. ¡Oh,
solemne palabra! Pero Dios, habiendo sido perfectamente glorificado, y la obra
en todo su valor estando perfectamente consumada, todo aquel que cree no
perecerá, sino que tiene vida eterna. Nuestra porción era perdernos (perecer);
tener vida eterna, estar con Cristo, y semejantes a Cristo en gloria, es el
resultado de los sufrimientos, de la obra del Salvador para todos los que creen.
Este es un lado de la verdad: como Hijo del Hombre, Jesús fue a enfrentar el
juicio que estaba por caer sobre nosotros. El Hijo del Hombre debía ser
levantado, para que todo aquel que cree en Él no se pierda; pero, mucho más, él
posee vida eterna, ahora como vida, pronto como gloria celestial con Cristo.
Levantado de la tierra, Jesús atrae a todos los hombres a Él. Un Mesías vivo era
para las ovejas perdidas de la casa de Israel; en el Hijo del Hombre levantado en
la cruz, ya no es una cuestión de las promesas, sino de una obra consumada,
disponible ante la faz de Dios para todos los que creen. Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo; esta es la fuente de todo. Aquí el objetivo
es el mismo; "para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida
eterna." Estos son dos aspectos de la misma Persona; Hijo del Hombre aquí
abajo, pero al mismo tiempo Hijo de Dios. Dios no perdonó a Su propio Hijo.
Pero es un principio, un hecho trascendental. Las dos expresiones "es necesario"
de los versículos 7 y 14, aunque fluyen de la naturaleza misma de Dios, y del
estado del hombre, conllevan el carácter de un requerimiento de parte de Dios:
reviste a Dios, en nuestra mente, con el carácter de un juez. Hay, sin duda,
mucho más: la santidad de Dios, Su gloria, aquello que convenía a Él (Hebreos
2:10), serán hallados también aquí; pero el pensamiento de un juez está
conectado, en efecto, con la culpabilidad. Ahora, todo esto todavía entrega una
idea imperfecta de la verdad. La obra lleva este carácter, se trata de una
propiciación; sin ella nos íbamos a perder, excluidos de la presencia de Dios;
uno se perdería necesariamente, si esta obra no fuese cumplida, por el lado del
hombre, por el hombre. Pero, ¿dónde se podía encontrar uno que la pudiese
cumplir? Es necesario: Jesús pudo decir esto, pues Él vino desde el cielo. Dios no
es nombrado en el pasaje, pues Jesús habla de la necesidad en la que el hombre
estaba, si él había de entrar en el cielo. Pero Dios es soberano, y Dios es amor.
El amor divino es soberano; está por sobre el mal, aunque lo rechaza por la
necesidad de su naturaleza, y lo juzga con la autoridad de su justicia. Dios es
amor; esta es la libertad soberana de Su naturaleza. Este es el porqué,
conforme a Efesios 5, nosotros debemos andar en amor; pero nosotros no
somos amor, somos luz. Dios es amor y luz. Bueno, entonces, es en su libertad
soberana que Dios de tal manera amó al mundo, que dio a Su Hijo unigénito
(Aquel que, por consiguiente, llegó a ser el Hijo del Hombre), para que todo
aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna (v. 16 - LBLA).
Es muy posible que los dos últimos versículos del capítulo sean por el
evangelista, y no por Juan el Bautista, como se ha pensado; pero yo no veo una
razón perentoria por la cual ellos no podrían ser de este último.
Hasta el final del versículo 34, me parece claro que las palabras son las de Juan
el Bautista; y Juan mezcla su testimonio con las cosas que él relata, la totalidad
siendo de Dios. El último versículo podría hacerle pensar a uno que son las
palabras del evangelista, ya que contienen un testimonio repetido tan a menudo
en sus escritos. En el testimonio hay también un cambio análogo a lo que hemos
visto en los versículos 16-18 del capítulo 1, en cuanto al uso del nombre de Dios,
y el de Padre. Debemos notar aquí cuidadosamente este hecho, que la cosa en
consideración no es saber si el testimonio de los dos versículos es de Dios, sino
que es sólo para nuestra enseñanza, y como un tema interesante para nuestros
corazones, para que podamos tomar en cuenta la persona que era el
instrumento de este testimonio. El Espíritu de Dios encomendó la palabra a Juan
el Bautista, el mismo Espíritu dirigió al evangelista, ya sea trayendo a nuestra
memoria lo que Juan el Bautista dijo, o en las palabras que él mismo pronuncia.
No obstante, los dos últimos versículos parecen más bien la expresión de una
realidad que el evangelista conocía y poseía por el Espíritu Santo, como una cosa
presente y real, que un testimonio profético, por muy elevado que pueda ser.
Finalmente, todas las cosas son entregadas a Él, y puestas bajo Sus pies;
es a Él a quien estarán sometidas, aunque no lo están aún, en lo que respecta al
cumplimiento de los caminos de Dios (Hebreos 2); pero Él tiene todo poder en el
cielo y en la tierra.
Es bueno observar aquí que es siempre el Verbo hecho carne,* Aquel que
se despojó a Sí mismo, y tomó la forma de un siervo, como un hombre aquí
abajo, quien está delante de los ojos de Juan. Por consiguiente, aunque la
divinidad, o más bien la deidad, del Salvador aparece en cada página del
Evangelio, Cristo nos es presentado en él como recibiendo todas las cosas de Su
Padre. Él es Dios, Él es uno con el Padre; los hombres deben honrarle como
honran al Padre; Él puede decir, "antes que Abraham existiera, Yo Soy" (Juan
8:58 - RVA); pero Él nunca sale del lugar que ha tomado, y mientras habla al
Padre como a un igual, todo, la gloria, y todas las cosas, le son entregadas.
Nadie conoce al Hijo, pero es muy hermoso ver la fidelidad perfecta de Jesús, en
que Él no se glorifica a Sí mismo, sino que permanece, sin esfuerzo, en el lugar
que ha tomado. Bendito sea Dios, ¡es siempre un Hombre!
{* Podemos exceptuar los cuatro primeros versículos del capítulo 1. Comparen para lo que se dice en
el texto, 1 Juan 1; allí, también, hallamos nuevamente la diferencia entre los nombres de Dios y de
Padre.}
Nosotros ya hemos dicho que este tercer capítulo pone los fundamentos, y
no desarrolla los resultados. Encontramos allí la posesión de lo que nos capacita
para gozar estos resultados, es decir, el nuevo nacimiento y la cruz. Este es el
lado subjetivo de la cosa para nosotros. Y así hallamos nuevamente aquí al final
que, el que cree en el Hijo, a quien el Padre ama, tiene vida eterna. (Comparen
con 1 Juan 5: 11, 12). El que no cree en Él, que no recibe el testimonio que Él
da (comparen con capítulo 5:21), nunca verá la vida, sino que la ira de Dios está
sobre él (v. 36). El Hijo de Dios, Jesús, en Su Persona, es la piedra de toque de
todas las almas, precioso para los que creen; Él es la manifestación de Dios,
adaptándose Él mismo al hombre en gracia. También podemos ver aquí cómo el
cambio de nombre de Padre por el de Dios se halla nuevamente, cuando el
Espíritu Santo pasa de la gracia a la responsabilidad. Cuando el Padre es
introducido, es siempre la gracia actuando por el Hijo, y en el Hijo que lo revela
a Él.
CAPÍTULO 4
Pero atraer la atención de un alma, no obstante lo útil que esto puede ser,
no es convertirla: la comunicación moral entre el alma y Dios aún no se ha
establecido mediante el conocimiento de uno mismo y de Él; los ojos aún no se
han abierto. De este modo el corazón permanece en su ambiente natural,
absorbido, o por lo menos gobernado, por el círculo en el cual el corazón vive. La
pobre mujer, atraída por la manera de actuar del Señor, que había ganado
ascendencia sobre ella, le pide que le dé de esta agua, de modo que ella no
tuviera que volver más allí a sacarla laboriosamente. Ella carecía de toda
verdadera inteligencia: estaba absorbida por su cansancio y trabajo, y el círculo
de sus pensamientos no iba más allá de su cántaro de agua, es decir, más allá
de ella misma, pero de ella misma poseída por sus circunstancias. Esta es la vida
humana, y la gente juzga las cosas reveladas por la relación de ellas con estas
circunstancias; algunas veces hallamos verdad moral, como aquí; algunas veces
incredulidad abierta. ¿Cómo se puede hallar una entrada al corazón del hombre?
Esto es fácil para Dios, y para el hombre esta entrada es hallada cuando Dios
está allí, y se revela a Sí mismo, y la conciencia del hombre es tocada. «Adán,
¿Dónde estás tú?» Él se escondió, porque estaba desnudo. Todo era inservible.
Las hojas de higuera que le podían hacer sentir a gusto escondiéndose fueron
simplemente nada cuando Dios estuvo allí. La primera manifestación de esta
nueva facultad en el hombre, la conciencia, este triste pero útil compañero que
ahora va siempre con él a través de su carrera, como una parte de su ser es,
para Dios, la única puerta de entrada al corazón, y para el hombre, de
inteligencia. Sólo que aquí es el amor, nunca el cansancio, lo que actúa. Dios y
el pecador se hallan cada uno en su verdadero lugar; el hombre, responsable
enteramente conocido por Dios, pero sintiendo que todo es conocido, y que
Aquel que le conoce está allí.
Así es la gracia del Padre que busca, la luz de Dios que actúa sobre la
conciencia, gracia que da vida eterna, conforme a la presencia en poder del
Espíritu Santo, y toda la verdad que se devela en esto: esto es lo que produce
adoración verdadera en espíritu y en verdad. Todo lo que pertenece a Jerusalén
y a Samaria es necesariamente dejado atrás por la presencia del propio Dios, el
Hijo revelando al Padre, y comunicando vida eterna en conexión con cosas
celestiales; siendo rechazado el Mesías, y siendo el corazón del Padre la fuente
de todo, lo que nos coloca necesariamente en conexión con el cielo, por medio
de Aquel que puede revelar estas cosas, siendo Él mismo el Hijo del Padre.
Podemos hacer notar aquí que nuestro Evangelio habla de la revelación
del Padre en el Hijo; de lo que Dios es, quien es el objeto de adoración; de lo
que alcanza la conciencia; de la vida eterna; pero no de lo que purifica la
conciencia. Este último tema no es de lo que Juan trata en su Evangelio, sino
que Juan habla de la revelación de Dios el Padre en el Hijo; de esta revelación
para juicio, en cuanto a su resultado, y conforme a la gracia, en cuanto a su
objetivo; se trata del Hijo en el mundo, para revelar a Su Dios y Padre, y como
vida eterna. Al final del Evangelio, el Espíritu Santo es introducido en lugar del
Hijo, para que podamos conocerle a Él como Hombre en el cielo a la diestra de
Dios.
V. 35. Podemos observar que los segadores recogían fruto para vida
eterna, y también recibían su salario. Los profetas habían trabajado (la mujer
estaba esperando al Cristo), también Juan el Bautista. Los discípulos sólo
estaban segando, pero los campos estaban blancos para la siega. En los peores
tiempos, cuando el juicio incluso sea inminente, Dios tiene Su buena parte, y la
fe la ve, y se consuela por ello.
Noten, también, que los Samaritanos llaman a Jesús "el Salvador" (v. 42).
Ellos sabían muy bien, en realidad, que su Gerizim no era nada, sino bajo la
influencia de la gracia, que abría sus corazones a una concepción más amplia de
la obra del Salvador. Ningún Judío habría dicho, "el Salvador del mundo."