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Documento 2
Documento 2
(V. 18 y sgtes.) Veremos ahora de qué se trata esta obra que el Padre y el
Hijo están haciendo, pues es de ellos de quienes habla el escritor, de estos
nombres que Juan utiliza siempre al hablar de las operaciones de gracia. Él dice,
efectivamente, que "de tal manera amó Dios" - lo cual es la fuente y el
fundamento de todo; allí el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios, y el propio Dios,
son presentados como fuente y fundamento de toda bendición; pero cuando el
asunto es acerca de las operaciones de gracia, en Juan, nosotros siempre
hallamos al Padre y al Hijo.
Pero tomemos las enseñanzas del pasaje en su orden. El Hijo hace más
que sanar; "Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así
también el Hijo a los que quiere da vida. Porque el Padre a nadie juzga, sino que
todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El
que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió." (vs. 21-23). Así la gloria
del Hijo es mantenida de una manera doble:
2.- luego, por el juicio, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo
juicio se lo ha confiado el Hijo, para que todos le honren a Él.
Los que son vivificados, le honran a Él con todo el corazón, y de buena voluntad;
quienes no creen, el juicio los obligará a honrarle, a pesar de ellos mismos.
Aquí está lo que es preciso y formal en cuanto a las dos cosas por medio
de las cuales el Hijo es glorificado; es decir, el dar vida a las almas, y el juicio; la
primera Él la lleva a cabo, en común con el Padre; la segunda, la cual es
confiada a Él solo, pues Él es el Hijo del Hombre.
Esto no es todo lo que se dice aquí. El que tiene vida eterna "ha pasado de
muerte a vida." No se trataba de una curación: el alma había estado
espiritualmente muerta, separada de Dios, muerta en sus delitos y pecados, y
ha salido de su estado de muerte por el poder dador de vida del Salvador. No es
simplemente que, habiendo sido vivificada, ella escape de las consecuencias de
su responsabilidad cuando el día del juicio llegue: el Señor ha tomado el otro
medio, en gracia, de glorificarse a Sí mismo con respecto a ello. El alma ya
estaba muerta: es la enseñanza de la Epístola a los Efesios: una nueva creación.
El pecador no arrepentido vendrá a juicio, si el que está bajo la gracia escapa a
él. Pero todos nosotros estamos muertos ahora; este ya es el estado de todos
nosotros: estamos muertos en cuanto se refiere a Dios, sin un solo sentimiento
que responda a lo que Él es, o a Su llamamiento, y si fuera meramente una
cuestión de lo que se encuentra en el hombre, sería imposible despertar alguno
de esos sentimientos. Pero Dios comunica vida, y el alma pasa de muerte a vida.
Es una nueva creación; llegamos a ser participantes de la naturaleza divina. Al
mismo tiempo, siempre permanece verdadero el hecho de que nosotros daremos
cuenta de nosotros mismos a Dios, de que todos nosotros compareceremos ante
el tribunal de Cristo; pero no es cuestión allí, para nosotros los que creemos, de
algún juicio en cuanto a nuestra aceptación. Nosotros estamos en la gloria, como
Cristo está, cuando lleguemos allí; el propio Cristo habrá venido a buscarnos en
persona, para que podamos estar allí, y Él habrá transformado los cuerpos de
nuestro estado de humillación en conformidad a Su cuerpo de gloria.
{N. del T.: Recordemos que este escrito fue originalmente redactado en el siglo 19)
2.- las obras que el Padre le había dado para que cumpliese;
Es importante observar dos o tres cosas aquí: antes que nada, el claro
testimonio que el Señor rinde a los escritos de Moisés; los escritos eran los
escritos de Moisés; él había escrito referente a Cristo. Lo que él había escrito era
la Palabra de Dios; uno debe creer lo que él dijo. Aún más, lo que está escrito es
preeminentemente autoridad, como Pedro dice: "ninguna profecía de la
Escritura" (2 Pedro 1:20); y Pablo, "Toda Escritura es inspirada por Dios." (2
Timoteo 3:16 - LBLA). Además, es evidente que si los hombres tienen que creer
en lo que Moisés había escrito de Cristo tantos siglos antes de Su venida, lo que
Moisés escribió fue divinamente inspirado. Es evidente que lo que Jesús dijo
tenía autoridad divina; pero en cuanto a la forma de comunicación, el Señor
atribuye más importancia a aquello que estaba escrito, que lo que era
comunicado por la voz viva: Dios lo había depositado allí para todos los tiempos
- un testimonio muy importante para estos días de infidelidad.
CAPÍTULO 6
El quinto capítulo nos presentó a Cristo dando vida a los que quiere al
igual que el Padre, luego juzgando como el Hijo del Hombre. Es Cristo actuando
en Su poder divino. En el sexto capítulo Él es la comida de Su pueblo, como Hijo
del Hombre descendido del cielo, y muriendo. No se trata de Su poder de dar
vida en contraste con la obligación de la ley, sino quién era Él, la historia de Su
Persona, si me permiten decirlo así - lo que Él es esencialmente, lo que Él se
hizo - una historia que termina por Su entrada como Hijo del Hombre allí donde
Él estaba antes: se trata esencialmente de la humillación de Jesús en gracia, en
contraste con lo que Él era en Su derecho de disfrutarlo, con lo que fue
prometido en el Mesías cuando estuviera en la tierra. La enseñanza de este
capítulo comprende todo, desde Su descenso del cielo, hasta que Él entra allí
nuevamente, de tal manera que al descender y ascender, Él llena todas las
cosas; pero su enseñanza reside especialmente en la encarnación y muerte del
Señor, en conexión con lo cual Él da vida eterna, e introduce a los Suyos en la
gloria de la nueva creación, muy por encima y más allá de todo lo que un Mesías
terrenal podía dar.
Jesús fue al otro lado del mar de Galilea, y se sentó sobre un monte con
Sus discípulos. Ahora bien, estaba cerca la pascua; y este hecho da el tono a
todo el discurso que tenemos aquí. Alzando Sus ojos, Jesús ve la multitud que le
había seguido, y pregunta a Felipe dónde iban ellos a comprar pan para toda
esta gente, sabiendo bien lo que Él mismo iba a hacer. Los discípulos piensan,
no conforme a los pensamientos de la fe, sino considerando los recursos con que
el hombre puede contar; uno piensa en lo que se necesitaría, el otro, en lo que
había. Había, en realidad, una disparidad inmensa entre los cinco panes y los
cinco mil hombres. Ahora bien, una de las promesas hechas para el tiempo del
Mesías fue que Jehová satisfaría a Sus pobres con pan (Salmo 132); y Jesús
cumplió esta promesa, obrando un milagro, que tuvo su efecto sobre la multitud
que le rodeaba; hubo abundancia, y les sobró.
Esto da ocasión (v. 14-21) a una especie de marco de toda la historia del
Señor, una historia en que Él reemplaza las bendiciones Mesiánicas por las
bendiciones espirituales y celestiales que habrían de ser consumadas en la
resurrección, sobre la que Él insiste cuatro veces en el curso del capítulo. Él es
reconocido como el Profeta que había de venir; ellos desean hacerle rey; pero Él
evita eso subiendo a orar solo, y los discípulos cruzan el mar sin Él. Ellos son
considerados aquí en el carácter del remanente Judío; sin embargo, esto es lo
que ha llegado a ser la asamblea Cristiana. Pero estos pocos versículos nos dan,
como he dicho, el marco de la historia de Cristo, reconocido como Profeta, y
rehusando la realeza, para ejercer el sacerdocio en lo alto mientras Su pueblo
cruza con dificultad las olas de un mundo atribulado. En cuanto Jesús se vuelve
a reunir con ellos, llegan al lugar adonde se dirigían; las dificultades se
terminan, la meta es alcanzada: aquí, los discípulos representan enteramente al
remanente Judío.
Esta cita introduce directamente la doctrina del capítulo. Cristo era el pan.
No era una cuestión de mostrar una señal a los hombres; Él mismo era la señal
de la intervención de Dios en gracia, en Su Persona como Hijo del Hombre
descendido a la tierra, y no como Profeta, o Mesías, o Rey. «Mi Padre os da el
verdadero pan que viene del cielo». El Padre - siempre es Él cuando se trata de
gracia activa - les daba el pan de Dios. El pan verdadero, en su naturaleza, es
Aquel que descendió del cielo, y da vida al mundo. Esto sale completamente del
Judaísmo: es el Padre, el Hijo del Hombre, Aquel que desciende del cielo, y que
Dios da por la vida del mundo; no es Jehová cumpliendo las promesas hechas a
Israel mediante la venida del Hijo de David, aunque Jesús, de hecho, era esto. Al
igual que la pobre mujer Samaritana - pero impelidos aquí por una vaga
necesidad del alma, ellos piden que el Señor les haga partícipes de este pan de
Dios que da vida. Esto brinda la ocasión para el pleno desarrollo de la enseñanza
de Jesús. "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el
que en mí cree, no tendrá sed jamás." (v. 35). «Si quieren tener para siempre
pan que es verdadero alimento, vengan a Mi; nunca tendrán hambre.» "Mas", el
Señor añade (pues ese era el estado de Israel, considerado siempre así en
Juan), "aunque me habéis visto, no creéis." (v. 36). «Si se tratara de ustedes, y
de su responsabilidad, todo está perdido: el pan de vida les ha sido presentado,
y ustedes no quieren comer de él, no quieren venir a Mí para tener vida; pero el
Padre tiene consejos de gracia, Él no permitirá que todos ustedes perezcan.»
"Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí" (v. 37); pues la gracia, soberana y
segura en sus efectos, es enseñada claramente en este Evangelio: «puesto que
es el Padre quien me lo ha dado, yo nunca echaré al que a Mi viene, por muy
perverso que pueda haber sido, o enemigo insolente de mí. El Padre me lo ha
dado, y no he venido para hacer Mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me
ha enviado.» Que humilde lugar toma aquí el Señor, ¡aunque todo fue
consumado a expensas de Él! Él se hizo siervo, y Él cumple la voluntad de otro
solamente, la voluntad de Aquel que le envió (v. 38).
Es también la voluntad del Padre que todo aquel que ve al Hijo, y cree en
Él, tiene vida eterna: y el Señor le resucitará en el día postrero (v. 40). El Hijo
es presentado a todos, para que puedan creer en Él, y todo aquel que cree tiene
vida eterna. Aquí, nuevamente, no se trata del Mesías y de las promesas, sino
de ver al Hijo, y de creer en Él, de vida eterna y resurrección. Antes, era el
consejo del Padre que no podía fallar; aquí, es la presentación del Hijo de Dios
como el objeto de la fe; si, a través de la humillación del Señor, uno viera al
Hijo, y creyera en Él, uno tendría vida eterna, y el resultado sería el mismo. En
el primer caso es un asunto de los consejos del Padre y de Sus hechos, así como
de los de Jesús resucitándolos: el Padre los da, Jesús los resucita, ninguno de
ellos se pierde. Después, tenemos la presentación del Hijo en conexión con la
responsabilidad del hombre: si un hombre creyera, tendría vida eterna, y
resucitaría. Estos son los dos aspectos, reunidos, en que estas dos verdades son
presentadas.
Los Judíos murmuran porque el Señor dijo que Él había descendido del
cielo. Ellos vieron el Hijo, y no creyeron en Él: le conocían según la carne; Él era,
para ellos, el hijo de José. El Señor, entonces, insiste en el hecho de que nadie
puede venir a Él a menos que el Padre le traiga; Él insiste sobre la necesidad de
gracia para poder venir, no que cada uno no era libre, como dice la gente, de
venir, pues todo aquel que vea al Señor, y crea en Él, ha de tener vida eterna;
pero Él muestra que la mente carnal es enemistad contra Dios. Está la ceguera
del pecado, de la carne, y el odio a Dios, hasta donde Él se revela; no hay quien
entienda, no hay quien busque a Dios; así que se necesita el poder de la gracia
para disponer el corazón para recibir a Cristo. Ahora, cuando el Padre trae
alguno a Jesús, es mediante gracia eficaz en el corazón: los ojos son abiertos,
uno pasa de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios; uno pasa a una
salvación asegurada por Cristo, quien resucitará a un alma tal en el día postrero.
Es la revelación de Jesús al alma por la gracia del Padre: el alma ve al Hijo,
recibe vida eterna, nunca se perderá, sino que será resucitada en el día
postrero. Es importante observar que el que es traído por el Padre nunca se
perderá, y que en el día postrero él tendrá su parte con los redimidos en un
mundo enteramente nuevo, en un estado enteramente nuevo. Un alma
semejante es enseñada por Dios a reconocer al Hijo; el Padre le ha hablado; ella
ha aprendido de Él; viene a Cristo, y es salvada; no que alguien haya visto al
Padre, excepto Cristo mismo. Cristo le ha revelado, y el que creyó en Cristo tuvo
vida eterna (v. 47). ¡Certeza solemne, pero preciosa! La vida eterna ha
descendido del cielo en la Persona del Hijo, y el que cree en Él, la posee,
conforme a la gracia eficaz del Padre, quien le trae a Cristo, y conforme a la
salvación perfecta que Cristo ha consumado: su fe echa mano, en cuanto a la
vida, del Hijo de Dios, quien manifestará Su poder después, resucitando a los
redimidos de entre los muertos.