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Las Batallas En El Desierto.

XIII- Una nueva vida


Incluso en mi nueva escuela, en Virginia, seguía pensando en mi viejo amigo Jim,
pero, sobre todo, en la hermosa Mariana. La escuela tampoco era muy buena. Las
cosas no eran muy diferentes a mi vieja escuela: Mis nuevos compañeros también
se peleaban y se insultaban; nunca hablaban respetuosamente ni mucho menos
formaban amistades. Mí maestro, José Madera, me recordaba mucho a
Mondragón. Hablaba sobre cómo el día de mañana mis compañeros y yo
deberíamos ser hombres capaces de resolver problemas y de crear un mundo sin
fraudes ni injusticias.
Uno de esos días al llegar a mi casa, mi madre me esperaba, sentada en una silla,
como si hubiera hecho algo malo para enojarla de nuevo. Me acerqué a ella, y me
senté a su lado sin decir una sola palabra.
Me miró seriamente, y me preguntó si aún pensaba en la madre de Jim. Le dije
que no. No quería que volviera a verme como un loco o como un hijo egoísta que
no aprecia sus esfuerzos. Claro que seguía pensando en Mariana, pero no quería
que pensaran que era como mi hermano, que sólo piensa en mujeres, alcohol y el
billar.
Mi madre no parecía muy convencida, pero asintió con la cabeza sin decir nada y
me dejó irme. Fui a mi habitación. Estaba triste. Desde que nos mudamos a
Virginia no pude dejar de pensar en Jim y en Mariana; además, mis compañeros
de la nueva escuela, también me veían como si fuera con desconfianza, y no
había hecho ni un solo amigo nuevo.
Al día siguiente, tuve una pelea con Gómez, el chico más agresivo de la nueva
escuela nos agarramos a golpes mientras nos decíamos malas palabras. Él
terminó con un ojo morado, yo con la nariz sangrando.
Al salir de la escuela, me encontré con Juan, un chico muy amable y tranquilo.
Nunca habíamos conversado, pero había escuchado hablar de él gracias a mis
maestros, lo cual no era extraño, pues era el único alumno en la escuela que
nunca ocasionaba problemas y era muy respetuoso con los demás.
Nos sentamos en un banco y platicamos. Yo estaba confundido. No entendía por
qué se acercó a hablarme. Me contó que él y su familia se habían mudado
recientemente. Al parecer había tenido un gran problema que no les gustó a sus
padres, por lo que, tuvieron que mudarse. Al escucharlo supe a lo que se refería, y
por qué se veía tan triste. Yo me sentía igual. No pude evitar enamorarme de
Mariana y debido a eso perdí mi amistad con Jim. Entendía perfectamente por lo
que Juan estaba pasando.
Le dije que lo comprendía. Le conté sobre Jim, mis padres y todo lo que había
pasado con Mariana. Al escucharme su expresión cambió. Me miró a los ojos y yo
a él. Nos levantamos y caminamos hasta mi casa. Una vez ahí, nos despedimos,
pero antes prometimos juntarnos para conversar en la escuela.
Subí a mi habitación. Miré al techo, y reflexioné sobre mis experiencias y sobre
cómo sería mi vida a partir de ese momento. Me dije a mí mismo que no serviría
de nada seguir pensando en Jim ni en Mariana. Incluso si no podía olvidarlos.
Incluso si no podía dejar de lado el sentimiento de culpa por todo lo malo que
había pasado, decidí que lo mejor era seguir adelante.
Ya nada de lo anterior importaba. Sólo debía enfocarme en mis estudios. Lograr
ser alguien en la vida. Recordar las palabras de mi maestro Mondragón.
Asegurarme de ser un buen hombre, capaz de resolver conflictos y no recurrir a la
violencia. Y aunque lograrlo no sería fácil, ahora tenía un nuevo hogar, un nuevo
amigo.

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