Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
C A R O N T
F i l o s o f í a
Caronte Filosofía
dirigida por Carlos Torres
Castoriadis, Cornelius
El mundo fragmentado - Ia. ed. - La Plata: Terramar, 2008.
192 p .; 20x14 cm. - (Caronte Filosofía)
ISBN 978'987'81.7'Q46'8
1. Ensayo 1. Título
CDb864 '
© Terramar Ediciones
Plaza Italia 187
1900 La Plata
Tel: (54-221) 482-0429
Diseño: Cutral
cutral@cutralediciones.com.ar
ISBN: 978-987-617-046-8
KOINONÍA
y
L a época del conformismo generalizado*
■ ' " I -
El mundo fragmentado 13
De hecho, nada de todo eso se hizo realidad. Las posibilidades ofre-
cidas por las nuevas tecnologías permanecen confinadas a un grupo
estrecho de jóvenes especialistas “inteligentes”. La naturaleza del tra
bajo no ha cambiado para la masa de los otros asalariados, se trate de la
industria o de los servicios. Más bien lo contrario: la “industrializa
ción” a la antiguadla invadido las grandes empresas de los sectores no
industriales, donde el ritmo de trabajo y las tasas de rendimiento que
dan sometidas a un control mecánico e impersonal. El empleo en la
industria propiamente dicha está en decadencia desde hace décadas;
los obreros “redundantes” (admirable expresión de los economistas
anglosajones) y los jóvenes sólo han podido encontrar empleo en in
dustrias de “servicios” de segunda clase, con bajas remuneraciones. Entre
1840 a 1940, la extensión de la semana de trabajo fue reducida de 72 a
40 horas (menos del 45 por ciento). Desde 1940, esa duración queda
prácticamente constante, a pesar de una aceleración considerable del
incremento del producto por hora/obrero. Los obreros que, de esta
manera, pasan a ser “redundantes” permanecen desocupados (esencial
mente en Europa occidental) o, mal que bien, deben encontrar coloca
ción en “servicios” mal pagos (sobre todo en los Estados Unidos).
De todas maneras, no deja de ser cierto que, al menos potencial
mente, algo esencial está cambiando en la relación de la humanidad
-la humanidad rica- con la producción material. Por primera vez des
pués de miles de años, la producción “primaria” y “secundaria” -agri
cultura, minas y manufacturas, transportes- absorben menos de un cuar
to del inpwt total de trabajo (y de los trabajadores), e incluso podrían
utilizar sólo la mitad de ese cuarto, si no existiese el increíble despilfa
rro incorporado al sistema (campesinos subvencionados para que no
produzcan, industrias o fábricas obsoletas mantenidas en actividad, et
cétera). Más aún, podrían absorber una cantidad desdeñable del tiem
po humano, sin la fabricación continua de nuevas “necesidades" y la
obsolescencia incorporada, desde la construcción, a la mayor parte de
los productos que actualmente se fabrican. En suma, una sociedad
-teóricamente- de tiempo libre está al alcance de la mano, mientras
que una sociedad que haga posible para cada cual un trabajo personal y
creativo parece tan lejana como durantfe el siglo xix.
M C ornelius C astoriadis
II
Eu MUNDO fragmentado 15
cepción totalmente inadecuada. La historicidad de su época era clara
para Pericles (no hay más que leer el Epitafio en Tucídides) y para Platón,
como lo era para Tácito o para Gregorio de Tours (mundus senescit).
Desde la perspectiva de Foucault, la novedad consistiría en que, a par*
tir de Kant, la relación con el presente ya no es concebida en términos
de comparación de valor (“estamos en la decadencia”, “¿qué modelo
deberíamos seguir?”), no “longitudinalmente”, sino en una “relación
sagital” con la propia actualidad. Pero las comparaciones de valor son
evidentes en Kant, para quien la historia sólo puede ser pensada en
términós de un progreso, del cual la Ilustración constituye un momen-
to cardinal. (Evidentemente, esto es todavía más claro para Hegel).
Que la “relación sagital” se oponga a la evaluación, sólo puede signifi
car lo siguiente: el pensamiento, abandonando su función crítica, tien
de a adoptar sus criterios junto a la realidad histórica, tal como es. Es
cierto que esta tendencia se agudiza durante los siglos xix y XX (Hegel,
Marx, Nietzsche -incluso si los dos últimos se oponen a la realidad
inmediata en nombre de una realidad m^s real, la realidad del mañana:
comunismo, o superhombre). Pero esa tendencia constituye en sí mis
ma un problema en la modernidad; ni por un instante se podría conside
rar que agota el pensamiento de la Ilustración y el período posterior,
menos aún las tendencias sociohistóricas efectivas de los dos últimos
siglos.
Igualmente discutible es la tentativa de Habermas de captar lo esen
cial de la problemática de la modernidad, tomando como referencia
casi exclusiva a Hegel: “Hegel fue el primer filósofo que desarrolló con
toda claridad un concepto de modernidad; ésa es la razón por la que
debemos remontarnos a él2...”. Una vez más, la historia efectiva es re
emplazada por la historia de las ideas, luchas y conflictos reales que
sólo existen a través de su pálida representación en las antinomias del
sistema. Así, cuando Habermas escribe que “es en su teoría (se refiere a
Hegel) donde en principio aparece esa constelación conceptual que
une modernidad, conciencia del tiempo y racionalidad 3”, lo que pare
ce molestarle es que la “racionalidad” esté hinchada de espíritu absolu
to; no se da cuenta de que es justamente esa unificación lo que constitu
ye la ilusión hegeliana. No solamente íos/ps/ssima verba de Hegel, sino
la estructura, la dinámica y la lógica de conjunto de su filosofía condu
cen al tema antimoderno por excelencia: un “fin de la historia” ya
III
El m undo fragmentado Vh
nes, o el elemento “subjetivo" que siempre implica. Éste se manifiesta
básicamente en los criterios elegidos para la división de los períodos,
criterios que condensan los presupuestos filosóficos y teóricos del in
vestigador. Evidentemente, esa “subjetividad" es inevitable y debe ser
reconocida como tal. La mejor manera de hacerle frente es que esos
presupuestos se vuelvan tan explícitos como sea posible. Mis propios
presupuestos se pueden formular así:
- la individualidad de un período se debe buscar en la especificidad
de las significaciones imaginarias que genera y que lo dominan;
- sin descuidar la complejidad polifónica y extraordinariamente rica
del universo histórico que se despliega en Europa occidental, a partir
del siglo xil, la mejor manera de captar su especificidad es relacionán
dola con la significación y el proyecto de la autonomía (social e indivi
dual). La emergencia de ese proyecto es lo que marca la ruptura con la
“verdadera” Edad Media4.
18 C ornelius C astoriadis
Un equilibrio difícil e inestable, entre ese movimiento sociohistóricq
y el orden tradicional (más o menos reformado), se alcanza durante-el
siglo xvii, el siglo “clásico”. . , , ,Tí,
El mundo fragmentado 19
sión ilimitada del “dominio racional”, por el otro. Ambas conllevan
una existencia ambigua, bajo el techo común de la “Razón”, En su
acepción capitalista, el sentido de “Razón” es claro: es el “entendi
miento” (el Verstand en el sentido de Kant y de Hegel), es decir lo que
yo llamo la lógica conjuntista-identitaria, que esencialmente se encar
na en la cuantificación y conduce a la fetichización dél “crecimiento"
por sí misma. A partir del postulado oculto (y, en apariencia, evidente)
de que el único objeto de la economía es.producir más (outputs) con
menos (inputs), nada debe ser un obstáculo en él proceso de
maximizacíón: ni la “naturaleza” física o humana, ni la tradición, ni
otros “valores”. Todo es convocado ante el tribunal de la Razón (pro
ductiva) y debe demostrar su derecho a la existencia a partir del crite
rio de la expansión ilimitada del “dominio racional”. El capitalismo se
vuelve así un movimiento perpetuo de auto-re-institución de la socie
dad considerada “racional”, pero esencialmente ciega, por el uso
irrestricto de medios (pseudo-) racionales con vistas a un solo fin
(pseudo-) racional.
Pero para los movimientos sociohistóricos que manifiestan el pro
yecto de autonomía social e histórica, la “Razón” significa, desde el
punto de partida, la distinción tajante entre factum y jus. Esa distin
ción se convierte en el arma principal contra la tradición (contra.la
pretensión de continuar con el statu quo, simplemente porque está ins
talado) y se prolonga en la afirmación de ía posibilidad y el derecho de
los individuos y la colectividad de encontrar (o de producir), por sí
mismos, los principios que ordenen sus vidas. No obstante, la Razón,
proceso abierto de crítica y de elucidación, se transforma bastante rá
pido, por un lado, en computación mecánica y uniformadora (ya ma
nifiesta durante la Revolución Francesa) y, por otro, en sistema uni
versal y pretendidamente exhaustivo (intención claramente legible en
Marx y que afectará en forma decisiva al movimiento socialista). Esa
transformación plantea problemas complejos, profundos y oscuros que
no pueden ser discutidos aquí. Sólo señalaremos dos puntos. El prime
ro concierne a la influencia universalmente invasora de la “racionali
dad” y de la “racionalización” capitalistas. El segundo se relaciona con
la tendencia nefasta -y casi inevitable- del pensamiento a buscar fun
damentos absolutos, certidumbres absolutas, proyectos exhaustivos. La
lógica conjuntista-identítaria crea las ilusiones de la autofundación,
20 C ornelius C astoriadis
de la necesidad y de la universalidad. La “Razón” -en réaíidád^íi&Ól
rendimiento- se presenta entonces como el fundamento áut'osüficíeñéf
de la actividad humana, la que sin aquélla descubriría que n q f | | ^
otro fundamento que ella misma. Y la contrapartida (y “g^ráhtíá-’ J^ób^
jetiva” de esa “Razón” se debe descubrir en las cosas fnisriias:
Historia es Razón, la Razón “se realiza” en la historia humaría; fá
linéalmente (Kant, Condorcet, Comte, etcétera), ya “dialéeticaméS*
tev (Hegel, Marx). El resultado final es que el capitalismo, el libefáiiá¿
rtio y el movimiento revolucionario clásico comparten el imágináriÓ
del Progreso y la creencia en que la potencia material y técnica, cómo
tal, es la causa o condición decisiva para la felicidad o la emancipación
hutnana (inmediatamente o, después de un plazo, en un futuro ya des
contado desde ahora).
Á pesar de esas contaminaciones recíprocas, las características esen
ciales de la época son la oposición y la tensión entre las dos significa
ciones centrales: por un lado, autonomía individual y social y, por otro,
expansión ilimitada del “dominio racional”. La expresión efectiva de
esa tensión se encuentra en él despliegue y la persistencia del conflicto
político, social e ideológico. Como he intentado demostrarlo en otra
parte5, ese conflicto fue, en sí mismo, la principal fuerza motora para el
desarrollo dinámico de la sociedad occidental durante esa época, y la
condición sine qúa non para la expansión del capitalismo y la limita
ción de los irracionalismos de la “racionalización” capitalista. Es una
sociedad turbulenta-realmente turbulenta, intelectual y espiritualmen
te- la que constituyó el medio favorable para la afiebrada creación
cultural y artística de la época “moderna”.
3, La retirada al conformismo
Las dos guerras mundiales, la emergencia del totalitarismo, la caída
del movimiento obrero (resultado y, a la vez, condición para el desliza
miento catastrófico hacia el leninismo/stalinismo), la decadencia de la
mitología del Progreso marcan la entrada de las sociedades occidenta
les a una tercera fase.
Considerada a la distancia, desde la perspectiva que se tiene a fines
de los ochenta, el período que se da a partir de 1950 se caracteriza
básicamente por la evanescencia del conflicto social, político e ideoló
gico. Sin duda alguna, el totalitarismo comunista está siempre ahí, pero
El mundo fragmentado 21
aparece cada vez más como una amenaza externa, y su “ ideología” pa
dece una pulverización sin precedentes. También es cierto que los últi
mos cuarenta años han visto el nacimiento de importantes movimien
tos con efectos duraderos (mujeres, minorías, estudiantes y jóvenes).
Esos movimientos, sin embargo, han resultado semifracasos; ninguno
de ellos ha podido proponer una nueva visión de la sociedad, ni hacer
frente al problema político global como tal. Después de los movimien
tos de los años sesenta, el proyecto de autonomía parece estar sufrien
do un eclipse total, Se puede considerar esto como una evolución co
yuntural, de corto plazo. Pero esa interpretación es poco probable, ante
el peso creciente de la privatización, de la despolitización y del “indi
vidualismo” en las sociedades contemporáneas. La atrofia completa de
la imaginación política se completa con un grave síntoma concomi
tante. La pauperización intelectual tanto de los “socialistas” como de
los “conservadores” es aterradora. Los “socialistas” no tienen nada para
decir, y la calidad intelectual de la producción de los voceros del libe
ralismo económico, desde hace quince años, haría que Smith, Constant
o Mili se revolcasen en sus tumbas. Ronald Reagan ha sido una obra
maestra de simbolismo histórico.
Intentar establecer relaciones causales entre los diversos aspectos y
elementos de la situación no tendría sentido. Pero he señalado más
arriba la concomitancia entre la turbulencia social, política e ideológi
ca de la época “moderna” y las explosiones creativas que la caracteri
zan, en el campo del arte y la cultura. También, para el período presen
te, es suficiente con señalar los hechos. La situación después de 1950
es la de una decadencia manifiesta de la creación intelectual. En filo
sofía, el comentario y la interpretación textuales e históricos de los
autores del pasado cumplen la fundón de sustitutos del pensamiento.
Esto ya comienza con el segundo Heidegger y después ha sido teoriza
do, de manera aparentemente opuesta pero conduciendo a los mismos
resultados, como “hermenéutica” y “deconstrucción”. Un paso suple
mentario ha sido la reciente glorificación del “pensamiento débil”
(pensiero debole). Toda crítica sería aquí desplazada; se estaría obligado
a admirar la candidez de esa confesión de impotencia radical, si no
estuviese acompañada de “teorizaciones” resbaladizas. Evidentemente,
la expansión científica continúa, pero uno puede preguntarse si no se
trata de la continuación intersticial de un movimiento puesto en mar
22 C ornelius C astoriadis
cha hace mucho tiempo. Las proezas teóricas del primer tercio del siglo
-relatividad, cuántica- no han tenido paralelo desde hace cincuenta
años. (Quizá la tríada teórica de los fractales, del caos y de las catástro-
fes constituye la excepción.) Uno de los campos más activos dé la ciencia
contemporánea, donde se alcanzan resultados de enorme importáñciá,
es la cosmología; pero el motor de esta actividad es la explosión técni
ca observacional, mientras que su marco teórico sigue siendo siempre
la relatividad y las ecuaciones de Friedmann, escritas a comienzos de
los años veinte. Igualmente llamativa es la pobreza de la elaboración
teórica y filosófica de las implicaciones formidables de la física moder
na (que, como se sabe, ponen en tela de juicio la mayoría de los postu
lados del pensamiento heredado). Pero el progreso técnico continúa e
incluso se acelera.
Si el período moderno, tal como se lo ha definido más arriba, se
puéde caracterizar, en el dominio del arte, como la búsqueda conscien
te de sí mismo en forma novedosa, esa búsqueda es ahora explícita y
categóricamente abandonada. El eclecticismo y el retroceso a las obras
del pasado han adquirido la dignidad de programas. Cuando Donald
Barthelme escribía “el collage es el principio básico de todo arte del
siglo XX” , se equivocaba en la datación (Proust, Kafka, Rilke, Matisse
no tienen nada que ver con el “collage”), pero no en cuanto al sentido
del “posmodernismo”. El arte “posmodemo” brinda un gran servicio:
hacer ver el indudable valor del arte moderno.
IV
El mundo fragmentado 23
. ¿recita de ello que; todos los períodos y los regímenes sociohistóricos
s $pn equivalentes? Esa eliminación conduce a su vez al agnosticismo
político, o bien a las divertidas acrobacias que hacen los “posmodemos”
o sus hermanos cuando se sienten obligados a defender la libertad, la
democracia, los derechos del hombre, etcétera.
El mundo fragmentado 25
nificación imaginaria capitalista de la expansión ilimitada del (pseudo-)
dominio (pseudo') racional, la modernidad está más viva que nunca,
comprometida en la carrera frenética que conduce a la humanidad hacia
los peligros más extremos. Pero, aunque ese desarrollo del. capitalismo
estuvo condicionado, decididamente, por el despliegue simultáneo del
proyecto de la autonomía social e individual, la modernidad está aca
bada. Un capitalismo que se desarrolla, con el esfuerzo de afrontar una
lucha continua contra el statu quo de las cadenas de fabricación, así
como contra las esferas de las ideas o del arte, y un capitalismo cuya
expansión no encuentra ninguna oposición interna efectiva son dos
animales sociohistóricos totalmente diferentes. Ciertamente, el pro
yecto de autonomía en sí mismo no se ha acabado ni. está terminado.
Pero su trayectoria durante los dos últimos siglos ha demostrado la in
adecuación radical, para hablar con moderación, de los programas en
que se había encarnado, ya sea la república liberal, o el “socialismo”
marxista-leninista. No hace falta subrayar que la demostración de esa
inadecuación en la experiencia histórica efectiva es una de las raíces
de la apatía política y de la privatización contemporáneas. Para el re
surgimiento del proyecto de autonomía se requieren nuevos objetivos
políticos y nuevas actitudes humanas, de los que por ahora los signos
son escasos. Pero sería absurdo tratar de decidir si estamos viviendo un
largo paréntesis, o si asistimos al comienzo del fin de la historia occi
dental en tanto, que historia esencialmente ligada con el proyecto de
autonomía y codeterminado por éste.
Agosto de 1989
26 CORNELIUS C astoriaois
N otas
í3¡
El mundo fragmentado 27
R eflexiones sobre el racismo*
El mundo fragmentado 29
dominios es la falta del reflejo que prevalece en todas las otras discipli
nas: ¿lo que digo no puede ser invalidado por un contra ejemplo posi-
ble? Cada seis meses, se leen grandiosas teorías fundadas en estos te-
mas, y uno se sorprende todavía de asombrarse: ¿el autor no escuchó
nunca hablar de Suiza o China?, ¿de Bizancio o de las monarquías cris
tianas ibéricas?, ¿de Atenas o de Nueva Inglaterra?, ¿de los esquimales
o de los kung? Después de cuatro o veinticinco siglos de autocrítica del
pensamiento, siguen prosperando las serenas generalizaciones a partir
de una idea que se le ocurre al autor.
Una anécdota, quizá divertida, me conducirá a uno de los aspectos
centrales de la cuestión. Como habrán visto en el anuncio del colo
quio, mi nombre es Cornelius -en francés antiguo-, y para mis amigós,
Comedle. Fui bautizado en la religión cristiana ortodoxa y, para qué
así fuera, era necesario que hubiese un santo epónimo y, en efecto,
había un agftios Kornelios, transliteración griega del latín Cornelius -de
la gens Cornelia, que había dado su nombre a cientos de miles de habi
tantes del Imperio-, santificado mediante una historia que se cuenta
en las Actas (10-11), la cual paso a resumir. Dicho Corneille, centurión
de una corte itálica, vivía en Cesárea, daba grandes limosnas al pueblo
y temía a Dios, al que rogaba sin cesar. Luego de la visita de un ángel,
invita a su casa a Simón, apodado Pedro. En el camino, éste también
tiene una visión, cuyo sentido es que no hay más alimentos puros e
impuros. Llegado a Cesárea, cena en casa de Corneille - cenar en casa
de un goy es, según la Ley, abominación- y mientras habla, el Espíritu
Santo cae sobre los que escuchaban sus palabras, lo cual sorprende a
los compañeros judíos de Pedro, más que a nadie que asisten a la esce
na, puesto que el Espíritu Santo también se había propalado sobre los
no circuncisos, que se habían puesto a hablar y magnificar a Dios. Más
tarde, volviendo a Jerusalén, Pedro tiene que responder a los amargos
reproches de sus otros compañeros circuncisos; éstos se calman luego
de que aquél se justifica diciendo que Dios otorgó el arrepentimiento a
las “naciones" para que vivan.
Evidentemente, esta historia tiene múltiples significaciones. Es la
primera vez en el Nuevo Testamento que se afirma la igualdad de las
“naciones" ante Dios, y lo innecesario del pasaje por el judaismo para
llegar a ser cristiano. Lo que me parece aún más importante, es la con
traposición de esas proposiciones. Los compañeros de Pedro se quedan
30 C ornelius C astoriadis
“absolutamente extrañados” ( “exéstésan” , dice el original griego de las
Actas: ex'istamai, eksistir, salir de sí mismo) de que el Espíritu Santo
quiera propalarse por todas las “naciones”. ¿Por qué? Evidentemente,
porque hasta allí no puede habérselas más que Con judíos -y, en las
mejores condiciones-, con esa secta particular que se decía de Jesús de
Nazaret. Pero también nos remite por implicancia negativa a especifi
caciones de la cultura hebraica -aquí empiezo a ser desagradable-, que
para los demás no van de suyo, y es lo menos que puede decirse. ¿No
aceptar comer entre los goím, a sabiendas del lugar que la comida en
común tiene en la socialización y la historia de la humanidad? Releemos
entonces el Antiguo Testamento atentamente, especialmente los li
bros relativos a la conquista de la Tierra prometida, y vemos que el
pueblo elegido no lo es simplemente por una noción teológica, sino
eminentemente práctica. Por lo demás, las expresiones del Antiguo
Testamento tomadas literalmente son, si se nos permite decirlo, muy
bellas (desgraciadamente, sólo puedo leerlo en la versión griega de los
Setenta, algo posterior a la conquista de Alejandro. Sé que hay proble
mas, pero no creo que afecten lo que voy a decir). Vemos allí que todos
los pueblos que habitan el “perímetro” de la Tierra prometida pasan
por el “filo de la espada” (dia stomatos romphaias) sin discriminación de
sexo o edad, que no se hace ninguna tentativa de “convertirlos”, que se
destruyen sus templos, se arrasan sus bosques sagrados, todo bajo la
orden directa de Yahvé. Como si aquello no bastara, abundan las pro
hibiciones concernientes a la adopción de sus costumbres (bdelygma,
abominación, miasma, mancilla) y a las relaciones, sexuales entre ellos
(porneia, prostitución; palabra que se repite obsesivamente en los pri
meros libros del Antiguo Testamento). La simple honestidad obliga a
decir que el Antiguo Testamento es el primer documento racista de la
historia. El racismo hebreo es el primero del que tenemos huellas escri
tas, lo que no significa en absoluto que haya sido el primero. Más bien,
todo haría suponer lo contrario. Felizmente, me atrevo a decir, el Pue
blo elegido es un pueblo como los otros1. Creo que es necesario recor
dar esto porque la idea de que el racismo o simplemente el odio al; otro
es una invención específica de Occidente es una de las burradas que
actualmente gozan de gran circulación.
No puedo detenerme en ios diversos aspectos de la evolución histó
rica y su enorme complejidad. Simplemente señalaré:
El mundo fragmentado 31 .
a) que entre los pueblos de religión monoteísta, los hebreos tienen,
a pesar de todo, esta ambigua superioridad: una vez conquistada Pales
tina (hace tres mil años, no sé nada de hoy) y “normalizados” los habi
tantes anteriores, de una o de otra manera, dejan tranquilo al mundo.
Ellos son el Pueblo elegido, su creencia es demasiado buena para los
otros, no hay esfuerzos de conversión sistemática (pero tampoco recha
zo a la conversión)2;
b) las otras dos religiones monoteístas, inspiradas en el Antiguo
Testamento y que “suceden” históricamente al hebraísmo, desgracia
damente no son tan aristocráticas: su Dios es bueno para todos; si los
otros no lo quieren, serán obligados a tragarlo a la fuerza o bien serán
exterminados. Desde este punto de vista, sería inútil explayarse sobre
la historia del cristianismo, o, más bien, imposible: por el contrario, no
sólo sería útil sino también urgente rehacerla, ya que desde fines del
siglo XIX y de los grandes “críticos”, todo parece olvidado, y se propa
gan versiones rosas de la difusión del cristianismo. Se olvida que cuan
do los cristianos se adueñan del Imperio Romano via Constantino, son
una minoría, que se convierte en mayoría sólo a través de las persecu
ciones, el chantaje, la destrucción masiva de los templos, de las esta
tuas, de los lugares de culto y de los manuscritos antiguos -y finalmen
te por disposiciones legales (Teodosio el Grande) que prohíben a los
que no son cristianos habitar el Imperio. Ese ardor de verdaderos cris
tianos por defender al verdadero Dios con la espada, el fuego y la san
gre se presenta constantemente, tanto en la historia del cristianismo
oriental, como occidental (herejes, sajones, cruzadas, judíos, indios
americanos, objetos de la caridad de la Santa Inquisición, etcétera).
De la misma manera, sería necesario restituir, frente a la adulación
servil actual, la verdadera historia de la propagación apenas creíble del
islam. Por supuesto, no fue el encanto de las palabras del Profeta lo que
propagó el Islam (y la mayoría de las veces arabizando), en las pobla
ciones que van del Ebro a Sarawak y de Zanzíbar a Tashkent. Desde el
punto de vista de la conquista, la superioridad del Islam sobre el cris
tianismo estaba en que bajo el primero se podía sobrevivir sin conver
tirse, aceptando ser explotado y más o menos privado de derechos;
mientras que en tierra cristiana la alodoxa, incluso cristiana (cf. las gue
rras de religión de los siglos XVl y XVll), por lo general no era tolerada;
c) contrariamente a lo que se pudo haber dicho (por uno de esos
32 C ornelius C astoriadis
choques de rechazo como respuesta al “renacimiento” del monoteís
mo), no es el politeísmo como tal, el que asegura el respeto al otro. Es
cierto que en Grecia o en Roma hay tolerancia casi perfecta de la reli
gión o de la “raza” de los otros; pero esto concierne a Grecia y a Roma,
ñb dl politeísmo como tal. Para tomar sólo un ejemplo, el hinduismo
no sólo es intrínseca e interiormente “racista” (castas), sino que ali-
mentó tantas masacres en el curso de su historia como cualquier mo-
¡rtóteísiiao, y continúa haciéndolo. ¡
La idea que me parece central es que el racismo participa de algo
mucho más universal que lo que se quiere admitir habitualmente. El
racismo es un brote, o una transformación, particularmente agudo y
exacerbado, incluso estaría tentado de decir que es una especificación
monstruosa de un rasgo empíricamente universal de las sociedades hu
manas. Se trata de la aparente incapacidad de constituirse en sí sin
excluir al otro, y de la aparente incapacidad de excluir al otro sin
desvalorizarlo y, finalmente, odiarlo.
Siempre que se trata de la institución de la sociedad, el tema tiene
necesariamente dos facetas; la del imaginario social que instituye sig
nificaciones imaginarias e instituciones; y la del psiquismo de los seres
humanos singulares; lo que éste impone como obligaciones a la institu
ción de la sociedad y lo que padece, a su vez, por parte de ésta.
No me detendré en el caso de la institución de la sociedad; con
frecuencia he hablado de ello en otras partes3. La sociedad -cada socie
dad- se instituye creando su propio mundo, con lo cual no se indica
solamente “representaciones”, “valores”, etcétera. En la base de todo
'eso hay urt modo de representar, una categorización del mundo, una
estética y una lógica, como también un modo de valorización, y sin
duda, y en cada uno de los casos, también un modo de ser afectado. De
una u otra manera, en esa creación del mundo, siempre encuentra lu
ja r la existencia de otros humanos y de otros sociedades. Es necesario
distinguir entre la constitución de otros parcial o totalmente (míticos
(los salvadores blancos para los aztecas, los etíopes para los griegos
homéricos), que pueden ser “superiores” o “inferiores”, hasta mons-
‘trüósos; y la constitución de otros reales, de sociedades que .efectiva
mente se encuentran. He aquí un esquema muy rudimentario para con
siderar el segundo caso. En un primer tiempo mítico (o, lo que viene a
ísér Ió mismo, “lógicamente inicial”), no hay otros. Luego se los encuen
El mundo fragmentado 33
tra (el tiempo mítico o lógicamente inicial es el de la autodisposición
de la institución). Para lo que nos interesa ahora, se abren grosso modo
tres posibilidades: las instituciones de esos otros (y, por lo tanto, los
otros en sí) pueden ser consideradas como superiores (a las “nuestras” ),
cómo inferiores, o como “equivalentes”. Enseguida notamos que el pri
mer caso entrañaría a la vez una contradicción lógica y un suicidio
real. La consideración de las instituciones “extranjeras” cómo superio
res por parte de la institución de una sociedad (no por tal o cual indivi
duó) no tiene cabida: esa institución no haría más que ceder el lugar a
la otra. Si la ley francesa ordena a los tribunales que en todos los casos
se aplique la ley alemana, se suprime como ley francesa. Puede ser que
tal o cual institución, en el sentido secundario del término, sea consi
derada apropiada, y que efectivamente sea adoptada; pero la adopción
global y sin reserva esencial de las instituciones centrales de otra socie
dad implicaría la disolución, como tal, de la sociedad que toma prestado.
Por lo tanto, el encuentro sólo deja dos posibilidades: que los otros
sean inferiores, que los otros sean iguales a nosotros. La experiencia
demuestra, como dijimos, que se sigue casi siempre la primera vía, casi
nunca la segunda. Hay para eso una razón “aparente”. Decir que los
otros son “ iguales a nosotros”, no puede significar iguales en la
indiferenciación, ya que implicaría, por ejemplo, que es igual que coma
cerdo o que no lo coma, que corte las manos a los ladrones, o no, etcé
tera. Todo se volvería indiferente y sería desinvestido. Los otros son
simplemente otros; dicho de manera distinta, no solamente las len
guas, o el folclore, los hábitos en la mesa, sino las instituciones consi
deradas globalmente, como un todo y en detalle, son incomparables. Lo
cual es verdad, pero sólo en un sentido. La “incompatibilidad” no pue
de producirse “naturalmente” en la historia, y no debería ser difícil
comprender la razón. Para los sujetos de la cultura considerada, esa
“incompatibilidad” implicaría tolerar en los otros lo que para ellos es
abominable; y, a pesar de la actual perspectiva facilista de los defenso
res de ios derechos del hombre, aquélla hace surgir cuestiones teórica
mente irresolubles en el caso de los conflictos entre culturas. Así lo
demuestran los ejemplos ya citados y así procuraré demostrarlo al final
de estas observaciones.
La idea aparentemente tan simple e incuestionable de que los otros
son simplemente otros, es una creación histórica que va contra la co-
El MUNDO FRAGMENTADO 35
fuera la histórica, en el estricto sentido del término. La exclusión del
otro no siempre ha cobrado la forma del antisemitismo, ni mucho me'
ños. Se conoce la historia del antisemitismo en los países cristianos:
ninguna “ley general” puede explicar las localizaciones espaciales y tem
porales de las explosiones de ese delirio. Otro ejemplo todavía más
elocuente: el Imperio Otomano, una vez llevada a cabo la conquista,
mantuvo siempre una política de asimilación, luego de explotación y
de capitis diminutio de los conquistados no asimilados (sin esa asimila
ción masiva, no existiría la nación turca). Después, súbitamente, entre
1895 y 1896, y, entre 1915 y 1916, los armenios (siempre sometidos, es
verdad, a una represión mucho más cruel que las otras nacionalidades
del Imperio) se convierten en el objeto de dos monstruosas masacres
en masa, en tanto los otros alógenos del Imperio (y especialmente los
griegos, todavía muy numerosos en Asia Menor entre 1915-1916, y
cuyo Estado prácticamente está en guerra con Turquía) no son perse
guidos.
Ya se sabe q[ue, a partir del momento en que hay fijación racista, los
“otros” no solamente son excluidos e inferiores; como individuos y como
colectividad se convierten en el punto de apoyo de una cristalización
imaginaria en segundo grado, la cual los dota de una serie de atributos
y, tras éstos, de una esencia de maldad y perversidad que justifica de
antemano todo lo que se les hará padecer. Sobre ese imaginario, en
Europa, especialmente antijudío, la literatura es inmensa y no tengo
nada que agregar5. Salvo que me parecería muy superficial presentar
ese imaginario -por añadidura, bautizado “ideología”“ como algo fa
bricado de pies a cabeza por clases o grupos políticos para asegurar su
dominación o para llegar a ella. En Europa, un sentimiento antijudío
difuso y “rastrero” circuló permanentemente, por lo menos desde el
siglo Xi. A veces ha sido reanimado y revivido en momentos en que el
cuerpo social ha experimentado, con una intensidad más fuerte que de
costumbre, la necesidad de encontrar un objeto malo “interno-exter
no” (el “enemigo interno” es tan cómodo), un chivo emisario ya “seña
lado de nacimiento” como tal. Pero esas revivificaciones obedecen a
leyes y reglas; es imposible, por ejemplo, relacionar las profundas crisis
económicas sufridas durante ciento cuarenta años por Inglaterra con
una explosión cualquiera de antisemitismo, mientras que hace quince
años tales explosiones comienzan a producirse, pero contra los negros.
36 C ornelius C astoriauis
Hago un paréntesis. Para la opinión generalizada y los autores más
destacados -pienso, por ejemplo, en Hannah Arendt- en el racismo es
intolerable el hecho de que se odie a alguien por algo de lo que no es
responsable, su “nacimiento” o su “raza”. Es verdad que esto resulta
abominable, pero las observaciones que preceden ponen de manifiesto
que esa perspectiva es errónea o insuficiente, que no capta la esencia y
la especificidad del racismo; tanto es así, que ante el conjunto dedos
fenómenos entre los que el racismo es el más agudo, una combinación
de vértigo y de horror del horror hace vacilar a las mentalidades más
sólidas. Considerar a alguien culpable por su pertenencia a una colec
tividad a la que no eligió pertenecer no es lo propio del racismo. Ilya
Ehrenburg lo había formulado con esa brutal claridad del gran período
estalinista: “Los únicos alemanes buenos son los alemanes muertos”.
(= Nacer alemán, ya es merecer la muerte.) Lo mismo vale para las
persecuciones religiosas o las guerras con componente religioso. Entre
todos los conquistadores que masacraron a los infieles para glorificar al
Dios del día, no existió uno solo que les preguntase a los masacrados si
habían elegido su fe “voluntariamente”.
La lógica nos fuerza a decir otra cosa desagradable. La única verdad
específica del racismo (y de las diversas variantes del odio a los otros),
la única decisiva, como dicen los lógicos, es ésta: el verdadero racismo
no da ¡a posibilidad de abjurar (se los persigue, o se los vigila, y una vez
que han abjurado: marranos). Lo desagradable es que debemos conve'
nir en que encontraríamos al racismo menos abominable si se satisfi-
cíerá con conversiones forzadas (como el cristianismo, el Islam, etcé-
tera). Pero el racismo no quiere la conversión de los otros; quiere su
muerte. En el origeh de la expansión del Islam hay millones de árabes;
en el origen del Imperio Turco, hay millones de otomanos. El resto, es
producto de las conversiones de las poblaciones conquistadas (forzadas
o indultadas, poco importa). Pero para el racismo, el otro es inconvertible.
Enseguida advertimos la casi necesidad del apuntalamiento del imagi
nario racista en características físicas (por lo tanto, irreversibles) cons
tantes, o consideradas como tales. Un nacionalista francés o alemán
que se precie, instrumentalmente racional (es decir, precisamente des
embarazado del creciente imaginario del racismo), debería estar en
cantado si los alemanes o los franceses pidieran la naturalización dé
millones de personas en el país de enfrente. Por otra parte, a veces se
E l MUNLX> FRAGMENTADO 37
naturaliza en forma póstuma a los muertos gloriosos del enemigo. Poco
después de mi arribo a Francia (en 1946, creo), un gran artículo apare'
cido en Le Monde celebraba a Bach como “genio latino”. (Menos refi'
nados, los rusos trasladaron las fábricas de la zona y, en lugar de inven-
tár una ascendencia rusa de Kant, lo hicieron nacer y morir en
ÍCaliningrado.) Pero Hitler no tenía ningún deseo de apropiarse de Marx,
Einstein o Freud como genios germánicos, y los judíos más asimilados
fueron enviados a Auschwitz como los demás.
Rechazo del otro, en tanto que otro: componente, no necesario,
sino extremadamente probable de la institución de la sociedad. “Natu
ral”, en el sentido en que la heteronomía de la sociedad es “natural”.
La superación de ese rechazo exigiría una creación a contrapelo; por lo
tanto, es improbable.
Podemos encontrar la contrapartida de ello -no digo la “causa”- en
el plano del psiquismo del ser humano singular. Seré breve. Una faceta
del odio al otro, en tanto que otro, es inmediatamente comprensible;
se puede decir que es el reverso del amor propio, del investimiento del
yo. Poco importa la falacia que implica, el silogismo del sujeto frente al
otro es siempre el de “si afirmo el valor de A, debo también afirmar el
no-valor de no-A”. Evidentemente, la falacia consiste en que el valor
de A excluye cualquier otro: A (lo que soy) vale, y lo que vale es A. Lo
que en el mejor de los casos es inclusión o pertenencia (A como parte
de los objetos que tienen un valor), se convierte falazmente en equiva
lencia o representatividad. A es el tipo mismo de lo que vale. Es cierto
que, en situaciones extremas, en el dolor, frente a la muerte, la falacia
aparece bajo otro aspecto. Pero no es nuestro tema.
Ese falso razonamiento (umversalmente extendido) solamente da
ría lugar a las diferentes formas de desvalorización o de rechazo de quie
nes ya han sido aludidos. Pero otra faceta del odio es más interesante y
creo que habitualmente no se menciona: el odio al otro como una fa
ceta del odio inconsciente hacia sí mismo6. Retomemos la cuestión por
otro lado. ¿La existencia del otro como tal puede poner en peligro al
yo? (Evidentemente hablamos del mundo inconsciente en el cual el
hecho fundamental de que el “yo” no existe, fuera del otro o de los
otros, brilla por su ausencia como en las teorías “individualistas” con
temporáneas.) Puede bajo una condición: que en lo más profundo de la
fortaleza egocéntrica una voz repita, suave pero incansablemente: nues
38 C ornelius C astoriadis
tras' murallas son de plástico, nuestra acrópolis es de papel mâché. ¿Y
qjüién podría hacer audibles y creíbles esas palabras que se oponen a
todos los mecanismos que han permitido al ser humano ser alguien (cam
pesino cristiano francés o poeta árabe musulmán)? Por cierto que no
uha Vduda intelectual”, que apenas puede existir o tener fuerza propia
en las capas profundas de las que hablamos, sino un factor ubicado en
la ■ proximidad inmediata a los orígenes, lo que subsiste de la mónada
psíquica y de su negación encarnizada de la realidad, vuelta ahora ne
gación, rechazo y aborrecimiento del individuo en el que ella debió
transformarse, y que fantasmáticamente sigue odiando. Lo. cual hace
que la cara visible, “diurna”, construida, expresiva del sujeto sea siem
pre él objeto de un investimiento doble y contradictorio: positivo en
tanto que el sujeto es un sustituto de la mónada psíquica, negativo en
tanto que es la huella visible y real de su fragmentación.
• De manera que el odio a sí mismo, lejos de ser una característica
típica de los judíos, como suele decirse, es inherente a todo ser huma
no y -como todo lo demás- objeto de una elaboración psíquica ininte
rrumpida. Y pienso que es este odio a sí mismo, habitualmente intole
rable en su faz manifiesta, el que alimenta las formas más extremas del
odio al otro y su descarga en las manifestaciones más crueles y arcaicas.
Desde este punto de vista, se puede decir que las expresiones más
agudas del odio al otro —y sociológicamente el racismo es la más aguda
por el motivo ya aludido de la inconvertibilidad- constituyen mons
truosos desplazamientos psíquicos, a través de los que el sujeto puede
guardar el afecto cambiando de objeto. Ésa es la razón por la que no quiere
encontrarse en el objeto (no quiere que el judío se convierta o conozca
la filosofía alemana mejor que él), en tanto que la primera forma del
rechazo, la desvalorización del otro, se satisface generalmente con el
“reconocimiento” por parte del otro, que se ve determinado a la derro
ta o a la conversión.
- Después de todo, la superación de la primera forma psíquica del odio
al otro parecería no exigir mucho más que lo que implica la vida en
sociedad: la existencia de carpinteros no cuestiona el valor de los fon
taneros, y la existencia de los japoneses no debería poner en tela de
juicio el valor de los chinos.
- La superación de la segunda forma implicaría sin duda elaboracio
nes psíquicas sociales mucho más profundas. Como el resto de la de-
El m u n ix >fragmentado 39
moeracia, en el sentido de autonomía, requiere una aceptación de núes*
tra mortalidad “real” y total, de nuestra segunda muerte sobrevenida
luego de la muerte de la totalidad imaginaria, de la omnipotencia, de
Id inclusión en'nosotros del universo.
Pero quedarnos allí sería permanecer en la esquizofrenia eufórica de
los Hóys-scouts intelectuales de las últimas décadas, que preconizan
si’múltáneámente los derechos del hombre y la diferencia radical de las
OtraS'iculturas. ¿Entonces cómo se pueden juzgar (y eventualmente re
chazar) lá cultura nazi o estaliñista, los regímenes de Pinochet, de
Menghis.tu, de Khomeini? ¿No son “estructuras’’ históricas diferentes,
incomparables e igualmente interesantes?
En los hechos, el discurso de los derechos del hombre se ha susten
tado en las hipótesis tácitas del liberalismo y del marxismo tradiciona
les: la':aplanadora del “progreso” conduciría a todos los pueblos hacia
la misma cultura (efectivamente, la nuestra, enorme comodidad polí
tica de las pseudofilosofíás de la historia) . Las preguntas que planteé
antes serían automáticamente resueltas, a lo sumo, después de uno o
dos “accidentes desdichados” (guerras mundiales, por ejemplo).
Lo que ha sucedido ha sido más bien lo contrario. Mal que bien, la
mayor parte del tiempo, los “otros han asimilado ciertos instrumentos
de la cultura occidental, una parte de lo que responde a lo conjuntista-
identitario por ella creado, pero de ningún modo las significaciones
iináginartas de la libertad, la igualdad, la ley, la interrogación indefini
da. La victoria planetaria de Occidente es victoria de metralletas, de
jeeps y de la televisión, no del babeas Corpus, de la soberanía popular,
de la responsabilidad del ciudadano.
A:sí, lo que antes aludí como au n simple problema “teórico”, y que,
sin ningurta duda, ha hecho correr ríos de sangre en la historia -¿cómo
una cultura podría admitir que existen otras que son comparables con
ella misma y que tienen por alimento lo que para ella es sacrilego?^ se
convierte en uno de los mayores problemas políticos y prácticos de nues
tra época, llevado al paroxismo por la aparente antinomia en el seno
de nuestra propia cultura. Pretendemos ser, a la vez, una cultura entre
otras y que ésta es única, en tanto reconoce la alteridad de las otras (lo
que nunca se había hecho antes y lo que las otras culturas no le recono
cen) y en tanto ella ha establecido significaciones sociales imagina
rías, con las consecuentes reglas de valor universal: para tomar el ejem-
40 C ornelius C astoriadis
pío más fácil, los derechos del hombre. ¿Y qué hacen ustedes con res
pecto a las culturas que explícitamente rechazan los “derechos del hom
bre” (cf. el Irán de Khomeíni), sin hablar de la abrumadora mayoría,
que los pisotean cotidianamente en los hechos, suscribiendo declara
ciones hipócritas y cínicas?
Termino con un simple ejemplo. Hace unos años se hablaba mucho
-ahora menos, no sé por qué- de la excisión y de la infíbulación de las
niñas, practicadas como regla general en una multitud de países musul
manes africanos (creo que las poblaciones son mucho más vastas de lo
que suele decirse). Todo eso sucede en África, allá, in der Turkei, como
dicen los burgueses filisteos de Fausto. Ustedes se indignan, protestan,
no pueden hacer nada contra aquello! Después un día, aquí en París,
descubren que su criado (u obrero, colaborador, colega) por el que sien
ten mucho afecto, se prepara para la ceremonia de excisión-infibula-
eión de sü niñita. Si ustedes no dicen nada, se olvidan de los derechos
del hombre (el habeos Corpus de la niña). Si tratan de cambiar las ideas
del padre lo están apartando de su cultura original, y transgrediendo
así el principio de la incomparabilidad de las culturas.
Combatir el racismo siempre será esencial. No debe servir de pre
texto para dimitir ante la defensa de valores que fueron creados por
nosotros, que consideramos válidos para todos, que no tienen relación
con la raza o el color de la piel y a los que queremos convertir, sí, razo
nablemente, a toda la humanidad.
El mundo fracmentalx ) 41
N otas
1 Véase Éxodo 23, 22-33; 33,11.-17. Léxico 18, 24-28. Josué 6, 21-22; 8, 24-29;
10, 28, 31-32, 36-37, etcétera.
1 Los escasos esfuerzos de proselitismo judío bajo el Imperio Romano son tardíos,
marginales y sin porvenir.
J La tíltitria vez e n Los dominios del hombre (París, Ed. du Seuil, 1986): los textos
"El imaginario: la creación en el dominio sociohistórico” e "Institución de la
sociedad y la religión”«
* Véase "Institución de la sociedad y religión”, op. cit.
5 Se pueden ver, por ejemplo, las numerosas indicaciones que da Eugène Enríquez
en De la horde à-l'Etat. París, Galiimard, 1983, pp. 396-438.
6 Recientemente, Micheline Enríquez (En las encrucijadas del odio. París, Ed. de
l'Epi, 1984) ha hecho una importante contribución a la cuestión del odio en
psicoanálisis. Desde el punto de vista que nos interesa ahora, véase sobre todo
pp. 269-270.
E l MUNDO FRAGMENTADO 43
¿C amino sin salida ?*
Ya todo ha sido dicho1y todo está siempre por decir, hecho que,- por
sf mismo, podría conducir a desesperar. La humanidad parecería sorda;
low.es en lo esencial. De eso se trata, ante todo, cualquier discusión
referida1a lás cuestiones políticas fundamentales. Para la humanidad
moderna, tales son las relaciones entre su saber y su poder; más exacta
mente: entre el poder en constante crecimiento de la tecnociencia y la
impotencia manifiesta de las colectividades humanas contemporáneas,
i El téímino “relación” ya no sirve. No hay relación. Existe un poder de
la tecnociencia contemporánea -el que básicamente es impotente—,
poder anónimo en todos los aspectos, irresponsable e incontrolable (ya
que no se puede asignar a nadie) y, por el momento (momento bastan
te largo, a decir verdad), una pasividad completa de los hombres (in
cluyendo a los científicos y a los técnicos por el hecho de. ser ciudada
nos). Pasividad completa, e incluso complaciente, ante el curso de
acontecimientos que todavía quieren creer benéfico, sin estar ya com
pletamente persuadidos de que lo será a la larga2. Todos los términos
del debate tendrían que ser retomados, replanteados, vueltos; a diluci
dar.. Más adelante lo intentaré con algunos de ellos. Pero, para justifi
car mi propósito antes de ir más lejos, algunas preguntas:-¿quién deci
dió las fecundaciones in vitro y los trasplantes de embriones?, ¿quién
decidió que había vía libre para las manipulaciones del código genético?,
¿quién dispuso la utilización de los dispositivos anticontaminantes (qué
retienen el C 0 2), culpables de las lluvias ácidasí
i. ; Desde hace mucho tiempo, no podemos y no queremos -no debemos
querer-^ renunciar a la interrogación racional, a la exploración del
mundo, de nuestro ser, del misterio mismo, que hace que nos sintamos
siémpre empujados a investigar y a interrogar. Uno se puede dejar ab
sorber -y la sociedad debería ser de tal manera que todos los que qui
sieran tuviesen la posibilidad de ello- por una demostración matemá
tica, por los enigmas de la física fundamental y de la cosmología, por
los inextricables meandros y retromeandros en las interacciones de los
El mundo fragmentaix ) 45
sistemas nervioso, hormonal e inmunológico, con una satisfacción cuya
calidad difiere, pero cuya intensidad no envidia nada a la que se puede
experimentar escuchando La ofrenda musical, contemplando Los espo
sos Amolfini, leyendo Los cantos de Maldoror. El autor de estas líneas,
que ha gozado como humilde amateur - amante sería la palabra que co
rresponde- en esos dominios, puede dar fe de ello. Como también pue
de dar fe de que debe su supervivencia y la de sus seres queridos (en
varias ocasiones), a la eficacia técnica de la medicina contemporánea.
Y de que, muchas veces, ha tenido la ocasión de criticar la inconse-
cuéncia, tan difundida en ciertos ambientes ecológicos, donde se re
chaza de palabra la industria moderna con música de fondo provenien
te de sofisticados sistemas de audio, y ante la enfermedad se espera
como cualquiera el milagro de la omnipotencia técnico-médica3. No
se trata entonces de un prejuicio anticientífico o antitécnico; el pre
juicio está en las antípodas de lo que se está exponiendo.
Si se pudiera decir ^-como lo hacen algunos ante las potencialidades
apocalípticas de la tecnociencia- “prohibamos la ciencia, detengamos
la técnica o tracémosles un límite preciso”, no habría un verdadero
conflicto, sino solamente “problemas prácticos” (es cierto, que son in
numerables). Además, examinándolo bien se ve su imposibilidad, a
menos que se renunciara a la libertad. No por el hecho de que se impu
sieran prohibiciones legales para el ejercicio de una actividad (después
de todo, matar está prohibido), sino porque la creación de la libertad,
en la historia greco-occidental, es indisociable de la emergencia y la
interrogación de la búsqueda racional. Y es porque no se puede resol
ver, que la cuestión conduce hacia una antinomia insuperable en el
plano estrictamente teórico y sólo remediable con la acción y el
juzgamiento políticos de las colectividades humanas. Después volveré
sobre esto. Pero también hay que señalar que no somos conscientes de
la situación, al pretender que los “buenos” y los “malos” aspectos de la
ciencia y de la técnica contemporáneas son perfectamente separables y
que para eso bastaría una mayor consideración de algunas reglas de
éticaftécnico-científlca, la eliminación de la ganancia capitalista o la
supresión de la burocracia gestionaría. Entendamos que no es en el
nivel de los dispositivos de superficie o incluso de las instituciones
fórmales donde se puede reflexionar sobre la cuestión: una sociedad
verdaderamente democrática, liberada de las oligarquías económicas,
fQpRNEtIUS C astoriadis
políticas o de otra clase, viviría la situación con la misma intensidad.
Lo que aquí está en juego es uno de los núcleos del imaginario occiden'
tal moderno, el imaginario de, un dominio “racional” y de una raciona'
ítidád artificializada, que ha devenido no sólo impersonal (no indívi'
iJúaL), sino inhumana ("objetiva”). Antes de llegar hasta allí, tenemos
^úe acometer algunos estratos exteriores.
El mundo fragmentado 41
nuestros actos no terminan nunca de sucederse, más aún, incluso los
resultados más inmediatos los conocemos cuando el momento del acto
está próximo, proximidad en sí misma fragmentada. No se desprende
de lo anterior ningún tipo de agnosticismo o de indiferencia ética y
práctica. Lo sabemos muy bien a través de la vida cotidiana, del mun
do familiar. Debemos saberlo, para que los resultados humanamente
previsibles de nuestras acciones dependan de lo que hacemos y que así
sea posible a la vez un proceder razonable y la responsabilidad con
respecto a nuestros actos y sus consecuencias. Todo lo cual no quiere
decir que se puedan delimitar geométricamente las fronteras de la
previsibilidad. Nunca se podrán reemplazar los tribunales por las
computadoras. Trazamos una frontera de lo que se requiere como pre
visión -frontera que en sí misma está, de alguna manera, tácitamente
instituida por la sociedad considerada- y es en su interior, donde plan
teamos la cuestión de la responsabilidad, Eso ya es una conquista de la
civilización. Hubo culturas, para las cuales el hecho de haber sido co
locadas -real o imaginariamente- en un punto cualquiera de la cadena
que conducía al acontecimiento perjudicial, bastaba para designar a
alguien.como culpable. Lo prueba todavía el adagio “Ay de aquél, cul
pable del escándalo”: no necesariamente la desgracia sobrevendrá para
el auténtico autor del escándalo, sino para todos los que, incluso cie
gos, permitieron que se produjera.
Se debe admitir que, en lo esencial, es en la vida cotidiana y el
mundo familiar, en los paisajes explorados desde tiempo inmemorial,
donde podemos actuar con conocimiento de causa. La diferencia entre
un buen y un mal artesano se nota casi siempre de inmediato, sin ésta
no habría vida social. Pero también porque la hipótesis contraria con
duciría a conclusiones directamente opuestas a todo discurso y a toda
vida: todo vale, ¿mythinggoes. Pero la legitimidad del pasaje a un domi
nio donde la misma expresión “en conocimiento de causa" pierde toda
significación es más que problemática.
: La humanidad siempre lo supo. Los mitos sustentados en lo que está
prohibido sin motivos “razonables" y, especialmente, en los “secretos”
que un héroe o una heroína no deben tratar de develar -desde el fruto
del Arbol del Conocimiento hasta el Aprendiz de Brujo- están en el
iinaginario de todos los pueblos. Es cierto que debemos situarlos entre
los pilares.de una institución heterónoma de la sociedad: existe lo que
"Por favor, dice Alicia al gato de Chesire, ¿podría decirme qué camino
debo tomar a partir de aquíÌ
-Eso depende mucho del lugar a donde se dirija, dice el gato.
—No me importa mucho adónde sea, dice Alicia.
- Entonces tampoco importa mucho qué camino tome, dice el gato.
con tal de que llegue a ALGUNA p a r t e , agrega Alicia a modo de
explicación.
-Oh, seguramente llegará allí, dice el gato, si camina durante bastante
tiempo.”
El MUNDO FRAGMENTADO 49
temporánea sabe a dónde quiere llegar, no desde el punto de vista del
“saber puro”, sino en cuanto al tipo de sociedad que desearía y a los
caminos que conducen a ella? ¿Cómo y por qué, en esas condiciones,
rechazar un largo camino que se abre aparentemente ante sus pasos?
Ese camino -cosa paradójica si se piensa en el dinero y los esfuerzos
gastados- es, cada vez menos, el de lo deseable y, cada vez más, el de lo
simplemente factible. No se intenta hacer lo que “se debería”, o lo que
se considera “deseable”. Cada vez más, se hace lo que se puede hacer,
se trabaja en lo que se estima factible a más o menos corto plazo. Es
decir, se persigue lo que se cree poder alcanzar técnicamente, con el
temor de que el invento llegue después que el hallazgo de los “usua
rios”. Nadie se ha preguntado si había una verdadera “necesidad” de
computadoras familiares; se podía fabricarlas a un precio no prohibiti
vo para ciertas franjas de ingresos. Al mismo tiempo, se fabricó tam
bién la “necesidad” correspondiente, y ahora, se está imponiendo (Minitel
en Francia, etcétera5).
Aquello que sea técnicamente factible, será hecho regardless (des
cuidadamente), como se dice en el inglés coloquial, sin ningún otro
tipo de miramientos. De la misma manera se llegó a trasplantes de
embriones, fecundaciones in vitro, intervenciones quirúrgicas a los fetos,
etcétera. Actualmente, muchos años después del dominio de la técni
ca, la cuestión no es ni siquiera discutida, a excepción del gesto valien
te y ejemplar del profesor Testard 6, con respecto a un libro que habla
en favor de sandeces como la “gestación” masculina, el que -protegido
por una ideología barata- encabeza la lista de best-sellers en Francia
desde hace muchos meses.
La mejor imagen es la de una guerra de posiciones (1914-1918) contra
la Madre Naturaleza. En el frente se tirotea permanentemente, pero
los grandes batallones se envían allí donde parece haber una brecha;
esos pasos se aprovechan sin ninguna idea estratégica. Aquí todavía es
la lógica la conductora de lo ilógico. Concentrar esfuerzos y sitiar don
de parece más oportuno, no deja de ser perfectamente razonable. Cuan
do se preguntó a Hilbert por qué no acometían el “último” teorema de
Fermat, contestó que para eso hubiera necesitado tres o cuatro años de
trabajo preparatorio, sin la seguridad de obtener un resultado positivo.
Con frecuencia, se constató que un gran físico pudo hacer avanzar la
ciencia y realizar una gran obra, porque en lugar de acometer los pro
El mundo fragmentado 51
cas) nunca renegaron del segundo término de ese trinomio. En Rusia,
ák menos, en abril de 1979, hubo una explosión en una fábrica de
SVéfqlovsk y, en junio del mismo año, otro accidente en una de las
afueras del sur de Novossibirsk: en ambos casos, se trató de fábricas de
armas bacteriológicas. En Novossibirsk, parece que se operaba con án
trax; en Sverdlovsk, con un virus “V-21” o “U-21”. En ambos casos,
Hubo muchísimos muertos 8. Aun más recientemente, el presidente de
la República Francesa, hablando de las armas químicas, declaraba que
no encontraba ninguna razón para que la panoplia defensiva de Fran
cia estuviese desprovista de ellas. ¿Por qué razones debería ésta privar
se de armas biológicas?
Desde ahora, ante las posibilidades de manipulación genética, las
armas “bacteriológicas” adquieren un simpático color retro. El ántrax
es al código genético lo que la pólvora a la bomba H. Si las investiga
ciones y el abastecimiento en ese dominio permanecen limitados (sal
vo en el caso de Rusia, no se tiene información sobre el resto de las
potencias), es por la saturación del poder homicida de las armas nu
cleares, del overkill; y quizá también porque, a semejanza de las armas
nucleares, las armas biológicas plantean el problema del choque de
rechazo, creando una vez más la situación de dos escorpiones en una
botella ?.
Las armas químicas que quisiera tener el presidente francés (proba
blemente ya tiene) no serán fabricadas por plomeros, sino por quími
cos. Cuando se tuvo necesidad de físicos y de matemáticos para fabri
car armas nucleares (sin von Neumann y Ulám, probablemente no
hubiese habido bomba A, norteamericana), se los encontró fácilmente
en Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia, China, India, quizás
en otros lugares. Cuando la RGB necesita psiquiatras, los encuentra
tan fácilmente como la policía argentina encontraba médicos para
mantener con vida a la víctima, a la que quería seguir torturando. La
experiencia demuestra, si hubiera necesidad de ello, que los científicos
como tales no son mejores ni peores que el resto de la gente, y, se
podría agregar, ni más ni menos cuerdos (no digo “sabios” o “expertos”).
Aquí entran en juego muchas consideraciones difíciles de distin
guir. Podemos dejar de lado la simple codicia -contra la que la forma
ción científica no está más prevenida que cualquier otra; tampoco está
prevenida contra las motivaciones políticas o nacionales (no necesa-
52 C ornelius C astoiuadis
trámente nacionalistas)—, de la que se tuvo demostración a gran escala
¿on las dos guerras mundiales. Pero hay también motivaciones más
específicas. Una carrera en la investigación militar es mucho más fácil,
qúé'en la investigación “civil”. No me refiero a la carrera desdé el puti-
to dé vista del dinero, sino de posibilidades de “hacer cosas más intere
santes”, “hacerlas al propio modo”, dirigir un laboratorio antes que ir a
trabajar allí como subordinado. Y, sobre todo, existe el virus de la in
vestigación, en sí mismo neutro, si no admirable. Virus que, al fin de
éuéhtas, motiva los gestos de los prisioneros de Stalin en El primer cír
culo dé Solyenitsin, los conduce a colaborar apasionadamente en un
proyecto cuyo objetivo es facilitar la localización y descubrimiento de
lbs‘ sospechosos para la KGB. Todos piensan que Stalin es un mons
truo* dueño de un instrumento -la KGB-, todavía más monstruoso que
él. Petó el interés por la solución del problema científico -identificar a
uh individuo a partir del espectrograma de su voz- supera todas las
ofóas consideraciones. No se puede agregar nada. Desde el punto de
vista científico, la pregunta acerca de cómo destruir ala humanidad
tiéne el mismo valor que la de cómo salvarla10.
Todavía se podría demostrar más fácilmente que la investigación
militar, como la política de armamentos de la que es comensal, supues
tamente poseedora de criterios unívocos, en realidad no tiene
-trivialidades aparte- una orientación dominada por la racionalidad
instrumental (Zweckrationalitát). Pero me atrevo a decir que, incluso
éñ el peor de los casos, los usos militares sólo son un pequeño aspecto
de la cuestión. Todo lo cual nos remite a dos citas:
“La peor cosa que pueda suceder -que va a suceder- durante los
años ’80, [efectivamente, ya terminaron, C.C.] no es el agotamiento de
los; recursos energéticos, el hundimiento económico, una guerra nu
clear limitada o el asalto al poder de un gobierno totalitario. Por más
terribles que sean para nosotros esas catástrofes, podrían ser reparadas
eh él espacio de algunas generaciones. Pero el proceso único que está
en curso en los años ’80, y que exigirá millones de años para ser corre
gido, es la pérdida de la diversidad genética y específica debido á la
destrucción de los hábitats naturales. Es la locura que nuestros descen
dientes tendrán más dificultad para perdonarnos.”
“Hay- pocos problemas que sean menos reconocidos y más impor
tantes que la desaparición acelerada de los recursos biológicos de la
El mundo fragmentado 53
Tierra. Empujando a las otras especies a la extinción, la humanidad
está serruchando enérgicamente la rama sobre la que está asentada11
No se trata básicamente de la destrucción que provoca la caza, el
D D J o incluso la horrorosa pesca de ballenas, que no obstante han
monopolizado las energías de los “ambientalistas”. Se puede enunciar
así: desaparición casi con certeza de la selva tropical dé aquí a treinta
años, como resultado de la roturación y de la tala intensivas a que se
abocan, por fuerza (simulando que es para sostener a los pueblos ham-
brientos, y los socios capitalistas desarrollados lo impulsan), los países
de la zona tropical y ecuatorial. Los resultados catastróficos de esa evo
lución se harán sentir, no sólo en la segura extinción de cientos o miles
de especies, sino también en perturbaciones gravísimas del equilibrio
térmico de la tierra, de su régimen hidrológico y meteorológico y de los
grandes ciclos de metabolismo bioquímico. Un planeta cuya superficie
continental está cubierta de bosques y un planeta cuya misma superfi
cie está cubierta de cultivos de cereales son completamente diferentes.
Chernobyl, que conmovió tanto al mundo, fue sólo un pequeño in
conveniente. La alharaca se hizo con el fin de dirigir a la población
hacia objetivos políticos aparentemente accesibles, aprovechándose de
su miedo: el cierre de las centrales nucleares (a la vez imposible en el
contexto actual e irrisoriamente insuficiente). ¿Pero cómo movilizar a
la población contra la destrucción de la selva tropical? Esos pueblos
necesitan comer. Si se replica que se podría comenzar por distribuirles
los excedentes de los países industriales (como se sabe, son sobre todo
excedentes agrícolas), luego dejar de penalizar en éstos a los campesi
nos que podrían producir mucho más, se lo acusará de querer mantener
en la dependencia a los países del tercer mundo. Si usted me dice aho
ra que obviamente sabe muy bien que eso no se podría hacer, más que
a condición de un cambio radical en la estructura política y social de
los países “desarrollados”, usted es un utopista incorregible, mientras
que aquellos que sólo son capaces de ver de aquí a diez años son evi
dentemente realistas.
¿Quién sostendrá que el conjunto de esas evoluciones corresponde
a elecciones en lo posible dilucidadas? ¿Y quién haría esas elecciones?
Como tales, los científicos no deciden; como tales, los científicos no
tendrían por qué decidir (no es en tanto especialista en láser que un
físico puede decidir que esa investigación es o no prioritaria con res
El MUNIX) FRAGMENTADO 55
neo, incluyendo su pesado componente tecnocientífico. Éste ha dota
do al mundo del que procede de ese instrumento intrínsecamente adap
tado, no solamente a la extensión sino al contenido mismo de la mani
pulación: los modernos medios de comunicación. Esta verdad no agota
la cuestión. ¿Quién quiso la tecnociencia moderna tal como es?, ¿y
quién quiso su continuación y proliferación indefinida? Nadie y todos.
Hay que dejar de repetir con la humanidad entera la operación marxis
ta con respecto al proletariado: un sujeto todopoderoso y totalmente
inocente de lo que le sucede. Si nunca sobreviene un invierno nuclear,
si nunca se hunden los glaciares polares; si nunca un virus letal de
propagación rápida sale del laboratorio genetista, y si los sobrevivien
tes hirsutos y hambrientos arrastran al físico o al biólogo residual ante
un tribunal, las paradojas y las aporías serán tan agudas y tan intensas
como cuando se evoca al tribunal de Nuremberg, la presencia en éste
de procuradores soviéticos y la elección reciente de Waldheim para la
presidencia de Austria. Ya que, así como ningún régimen totalitario
hubiera podido hacer lo que ha hecho sin millones de Eichmann y de
Waldheim (acepto en el caso de este último, la versión oficial más
reciente, a saber, que sirvió como intérprete en una unidad armada que
exterminaba a partisanos yugoslavos y griegos) -y éstos no hubiesen
sido nada sin la.tolerancia de los pueblos respectivos-, de igual mane
ra, pero más claramente, la avalancha de la tecnociencia contemporá
nea se alimenta del apoyo activo de los pueblos y no de una simple
tolerancia: ¿Se puede arrastrar a pueblos enteros hasta un tribunal?,
¿qué tribunal y quiénes los arrastrarían? Pero tal vez estén yendo por sí
mismos, encadenando a ellos a los treinta y nueve justos de la parábola
judía.
Todo el mundo-liberales, marxistas, ricos, pobres, sabios, analfabe
tos- creyó, quiso creeer y siempre quiere creer que la tecnociencia es
casi omnisciente, casi omnipotente, casi siempre buena, si algunos
malvados no la desviaran de sus objetivos auténticos. La cuestión su
pera con mucho toda dimensión de “intereses particulares,, o de “ma
nipulación” . Concierne al núcleo imaginario del hombre moderno, de
la sociedad y de las instituciones que crea y que le crean. Volveré sobre
este tema hacia el final del artículo. Sólo retengamos que, si es real
mente así, las transformaciones requeridas son infinitamente más vas
tas y profundas que las que se haya podido imaginar hasta hoy. La crea-
56 C ornelius C astoriauis
jetón de la vida sedentaria o de la domesticiación de las especies vi-
■ Vientes ofrece pálidas analogías con aquéllas.
Esta última afirmación sólo parecerá excesiva a quienes apenas en
ciéndan la dimensión de lo que se apuesta, pero sobre todo el carácter
liésgarrador de las elecciones virtuales, enraizadas en interrogaciones
elementales antinómicas.
Desde un punto de vista abstracto: nadie quiere -nadie debería que
p i s el regreso a la edad de piedra (aunque parecería que ya lo hubiése
mos dictam inado sin saberlo ni quererlo); y nadie debe seguir
[ilusionándose con la tecnociencia, “excelente instrumento en manos
de pérfidos amos”.
Más concretamente: ¿quién hizo y quién podría hacer, desde el punto
de vista de la humanidad, el cálculo costos/beneficios entre las sumas
consagradas a la investigación sobre el cáncer y aquellas que serían
necesarias para ir en ayuda de los hambrientos del tercer mundo? ¿Qué
O pinión “racional” puede haber sobre la diferencia entre los admira
bles resultados de las experiencias del CERN (y los millones de dólares
que se les consagraron) y los muertos en vida por las calles de Bombay
y de Calcuta? No hablaré del debate -que, por lo demás, nadie lleva a
Cabo- sobre el “derecho de los individuos estériles a tener sus propios
hijos”, las investigaciones y el dinero que se consagran a ello, de tan
siniestra que me parece la farsa, cuando se muestra al mismo tiempo
en la televisión a los esqueletos vivos de niños de Etiopía o Eritrea.
ha elección ya está hecha: el señor y la señora N. N. tendrán “su
propio (? )” hijo, al precio de sumas de dinero y de tiempo de trabajo
que hubieran podido mantener en vida quizás a cincuenta niños afri
canos.
No digo que todas esas elecciones, y todas las otras que se podrían
citar, sean “falsas”. Desde cierto punto de vista, son completamente
‘‘arbitrarias” y, desde otro, no totalmente arbitrarias. Son determinadas
por cualquier otra cosa, antes que prioridades “racionales” o humanas.
Cuando se pretende que sirven a los intereses permanentes y universa
les de la humanidad (todo ser humano podría un día padecer de cán
cer, por ejemplo) esa universalidad se revek vacía (buena parte de Id
humanidad ni siquiera tiene la oportunidad de alcanzar la edad de ma
yor incidencia del cáncer). Las elecciones se “determinan" por ese pro»
ceso, “aleatorio” en sus detalles y más bien vectorizádo en su-conjuntó?;
El m u n d o fr a g m en ta d o
por medio del cual se desarrolla la tecnociencia, verdadero martillo sin
dueño y en movimiento acelerado.
El mundo fragmentado 59
que el edificio de la física estaba casi terminado, con la excepción de
dos pequeños problemas a los que los años inmediatamente venideros
iban a ofrecerla solución. No se sabe si admirar más la arrogancia
megalomaníaca o el instinto seguro del físico genial que da en el clavo
de lo que precisamente iba a echar por tierra el edificio del que Kelvin
proclamaba su culminación: la experiencia de Michelson y la radia
ción del cuerpo negro, entre tantas otras cuestiones que ya antes como
ahora continúan abiertas. Desde entonces, no han escaseado las pro
clamaciones análogas, sobre todo difundidas por los divulgadores y los
periodistas, que van repitiendo todo el tiempo la resolución del último
enigma de la naturaleza.
Las dos falacias tienen implicancias políticas. Nosotros sabemos todo,
así que déjennos hacer. Nadie sabe nada, no hay discurso coherente
posible (o hay una infinidad sobre el mismo objeto, lo que viene a ser
lo mismo), por lo que el orden existente de las cosas es tan bueno o tan
malo como cualquier otro.
Las dos tienen algo en común: quieren ocultar la interrogación filo
sófica que no sólo está en el origen de la ciencia occidental, sino que,
hoy más que nunca, es requerida por las dificultades teóricas sin prece
dentes de la ciencia.
Sociológica e históricamente, lo que quizá resulta más interesante
es la existencia segura (no estoy discutiendo su importancia estadística
-desde mi punto de vista la tiene y mucho-) de una categoría de cien
tíficos que viven en el clivaje mental entre la “conciencia de sí” y la
“representación de sf\ sin que se pueda afirmar cuál de esos niveles es
el primero o el más profundo con relación al otro.
En uno de esos niveles, el científico representativo, de esa categoría
pensará y expresará: tenemos la verdad, o vamos a aproximarnos a ella
lo más humanamente posible. En otro nivel, dirá: es estúpido (“metafí
sica”) plantearse el problema de la verdad; esa cuestión no tiene senti
do, la ciencia no examina el qué sino el cómo: no interroga al objeto, lo
manipula previendo su comportamiento. Hay cálculos y experiencias
que marchan, otras no. Se las exprime hasta el logro o bien se cambian
las hipótesis. Si se es más sofisticado epistemológicamente, se recono
cerá con deleite dentro de una concepción que consigue la extraña
síntesis de las dos precedentes y dirá que una teoría nunca es verdadera
sino simplemente “falseable” o (“refutable”), que se acepta mientras
60 C ornelius C astoriadis
no ha sido refutada. Desde luego, no se planteará la cuestión de lo que
Hace “verdadera” o válida la refutación de una teoría, todavía menos
cuáles son los presupuestos, con respecto al sujeto como al objeto de la
ciencia, para que procedimientos como el planteamiento de hipótesis
y enseguida su “falseabilidad” o “refutación” sean posibles.
Pero lo más grave es que, para ese tipo de científico, los dos niveles
descritos están completamente cubiertos por su actitud real, en cierto
sentido, la más auténtica. Actitud para la cual la cuestión de la verdad
ni siquiera se plantea en el grado necesario como para decir: la cues-
tión no tiene sentido. Es cierto que siempre hay consideraciones de
corrección o de exactitud; de resultados correctos, de observaciones exac-
tas y, sobre todo, de coherencia o correspondencia para que lo que se
investiga avance con theaccepted body ofbeliefs, el cuerpo de supuestos
científicos admitidos y considerados como establecidos, provisoriamente
o no. En este nivel de realidad, efectivo, la actividad científica se con
vierte en una actividad técnico-pragmática que manipula objetos, ins
trumentos, algoritmos y conceptos, se satisface con todo lo que “vale”,
mal que bien, y se prohíbe interrogarse a sí misma sobre las condicio
nes de su éxito, incluso pragmático.
Pero para que esta actividad técnico-pragmática, para que el desa
rrollo de ese tecnosaber sean sociológicamente posibles, para que la
empresa, con sus costos generalmente inmensos y no justificables ra
cionalmente (lo cual no quiere decir que sean positivamente injustifi
cados) sea financiada, para que atraiga jóvenes dotados acumulando
autoridad y prestigio y que los riesgos de todo tipo que engendre per
manezcan socialmente contenidos, hace falta presentar al público una
cierta imagen de la ciencia moderna, que es precisamente la que el
publico, bajo la influencia de la significación imaginaria de la expan
sión ilimitada del dominio “racional”, espera y demanda. Esa imagen
es la de una marcha triunfal, dónde incertidumbres teóricas interiores
a la ciencia, y cuestiones de fondo relativas a su objeto y a su relación
con la sociedad deben ser evacuadas a todo precio. También hace falta
asegurar, contra la evidencia, que no existe ningún problema o riesgo
mayor qué se derive de la utilización o de la aplicación dé los descubri
mientos científicos, o que algunas reglas de buena conducta de los la>
boratorios bastan para ponerles fin.
Así, de todas las actividades humanas, la ciencia sería la única que
El MUNIX> FRAGMENTADO 61
resuelve asuntos sin cuestionar ninguno, sustraída tanto de la interro
gación como de la responsabilidad. Divina inocencia, maravillosa ex
traterritorialidad,
? Dé la misma manera, habría que abolir toda comunicación entre
ciencia y filosofía, o simplemente el pensamiento, la reflexión, la inte
rrogación. Las cuestiones que promueven las crisis sucesivas de la cien
cia y su historia, pero también las condiciones y los fundamentos de la
actividad científica, finalmente, y, sobre todo, lo que ésta dice o no
sobre lo que es y su modo de ser, así como también sobre aquel que
conoce y su modo de ser, todas esas cuestiones deben olvidarse. A tal
punto, que me pregunto si lo que estoy diciendo aquí (y en otras partes
desde hace mucho tiempo), ese lenguaje, esas preocupaciones (que fue
ron, en su tiempo, con perdón sea dicho, las de esos débiles mentales
llamados Demócrito, Platón, Aristóteles, Descartes, Leibniz, Newton,
Kant, Maxwell, Eínstein, Poincaré, Bohr, Weyl, Eddington, Hilbert,
Broglie, Heisenberg, etcétera), ese mismo asombro -el thaumazein, decía
Aristóteles- que no puede más que amplificarse e intensificarse
inmensamente por el mismo éxito -en un sentido poco razonable- de la
ciencia moderna, si ese lenguaje y esas preocupaciones tendrán todavía
un sentido cualquiera, aunque fuese incoherente, para el científico de
aquí a treinta años, o si ellas le parecerán simplemente ininteligibles.
Dije antes que, mientras más se sabe, se sabe menos, y es cierto que
puede parecer una boutade motivada por la diferencia entre la realidad
del saber y la idea que, en realidad, se tiene de ella. Pero no es tanto
asL Los mundos “clásicos” eran, por así decir, completos (en el sentido
“topològico” ). Para Newton, no había “agujeros” manifiestos en el sis
tema del mundo de Newton (de Laplace), ni los había para Euclides,
eri las<matemáticas de Euclides. Evidentemente, en los dos casos había
problemas, pero se trataba de algo completamente diferente. El mundo
éüclidiano (con su reforma hilbertiana) está completo, una vez
“ekiíiada” la cuestión de la validez del postulado de las paralelas; está
completo con esa validez indiscutible como punto sin límites. El mun-
dqmewtòniàno está completo, a condición de prohibir una o algunas
62 C ornelius C astoriaois
cuestiones aparentemente “periféricas” (por ejemplo, el significado de
la simultaneidad de observaciones hechas por observadores distantes o
el modo de verificarlas). Y la milagrosa correspondencia entre Euclides y
Newton también era “completa”. Dicho de otra manera, los “agujeros”
estaban en la frontera del sistema y había un solo sistema, o muy pocos.
Por lo tanto, era posible taparlos, “aislarlos” casi del todo. Hoy ese ais
lamiento u ocultamiento ya no son posibles, no deben ser posibles.:
Me gustaría tener espacio como para analizar más de cerca las aporías
que surgen del interior de la ciencia contemporánea, poner así de ma
nifiesto su importancia, tanto para la ciencia como para la filoso
fía13. A falta de aquél, y para señalar lo que me parece cierta torpeza
epistemológica que se ampara en la época, daré solamente una serie de
ejemplos mayores que justifican, según mi opinión, que un científico
se incline sobre los fundamentos de su actividad y reanude la interro
gación filosófica.
A tal señor, tal honor. Comencemos por algunas cuestiones relati
vas a las matemáticas. Después de los dos teoremas de Godel (1931),
surgieron otros teoremas de indecidibtlidad (especialmente Church,
1936; Turing, 1936). Para abreviar, esos teoremas significan que fuera
de casos perfectos, en matemáticas, existen proposiciones indécidibles,
que la coherencia de los sistemas formales nunca se puede demostrar
desde el interior de esos mismos sistemas, que nunca existirá una má
quina (o algoritmo) que indique por adelantado si una proposición es
o no decidible. Desde su publicación, la discusión de esos teoremas
parece ser progresivamente aislada en el interior de un círculo estre
cho de especialistas en lógica matemática. En un sentido, es natural:
esos teoremas no afectaban el trabajo corriente de los matemáticos,
cualquiera fuese la “profundidad” de su objeto. Su importancia está en
otro lado. Ellos destruyen la idea de la posibilidad de un s^ber hipoté-
tico-deductivo riguroso, en el único dominio no acabado y al qué nos
parecía habernos aproximado. De lo anterior, no solamente desconoz
co cualquier verdadera elaboración filosófica; sino que, a mi entender,
nadie intentó examinar sus implicancias para la física de lo real (es cier
to que se considera que ésta sólo está en relación con cantidades fini
tas, pero constantemente pone en práctica conjuntos infinitos en los
formalismos que utiliza).
Por otra parte, desde Cantor, la matemática fue reconstruida pro
El m u n d o fra g m en ta d o 6.5
ción). Simplemente advertimos que, además de la importancia intrírv.
seca fundamental de la cosmología y de la elección entre esos modelos
(u otros), la simple existencia de un modelo coherente (derivado de la
relatividad general y de las ecuaciones de Friedmann) en principio
compatible con observaciones posibles, en el seno, del cual algunas le*
yes esenciales de conservación de la física actual no son válidas, basta
para mostrar qué extravagancia sería el pensar que esa física está ver
daderamente asegurada sobre sus bases teóricas.
En el otro extremo de la física (íntimamente ligado con el primero),
la “zoología” de las partículas elementales de las que se quejaba
Heisenberg ha cambiado de forma, pero tal vez no de fondo. Si se pudo
poner orden en los cientos de partículas “elementales”, no obstante,
queda pendiente una treintena de partículas “verdaderamente funda
mentales”, en sí misma “resultante” de la combinatoria de un número
más limitado de características. Se puede pensar que la verdadera cues
tión es menos la multiplicidad de las partículas, que la pluralidad de las
características de base; ¿por qué la carga, el espín, el u, el d, el b, el t y
todo el resto? Por otra parte, las tentativas de construir una teoría ver
daderamente unificada tropieza siempre con la incompatibilidad entre
ía estructura de la relatividad general y la de la teoría cuántica, ambas
constantemente “confirmadas” por observaciones y hechos experimen
tales. Pero si, como parecería, la posición cuántica es inquebrantable
(cf. la suerte de “paradoja EPR”, todavía reciente, y la cuestión de la
no separación), una unificación exigiría una cuantificación del espa
cio-tiempo, expresión a la que parece imposible dar un sentido. La
situación de la física fundamental está siempre en movimiento y nue
vos conceptos de base se introducen periódicamente, como hace poco
la “super-sim etría”, o las “cuerdas” y “super-cuerdas” (strings y
superstrings), que deberían reemplazar a las partículas en un Universo
subyacente “verdadero" en diez dimensiones.
En el dominio de la biología, hay que señalar un malentendido in
menso que reina casi desde que el darwinismo original fue superado.
Constantemente se habla de la teoría de la evolución. El término “evo-
lución”, tanto en el lenguaje común, como para Darwin (cf. para no
dar más que un ejemplo, las expresiones de “selección” y de
“sobrevivencia del más apto”), tiene el sentido ineludible de un des
pliégúe de potencialidades, de una progresión, al menos de una
Et MUNDO FRAGMENTAIS 67
fíca todo esto para los verdaderos científicos y para quienes no pueden
permanecer indiferentes ante su inmensa tarea, sino un llamado a la
renovación del pensamiento humano?
En lugar de concluir
68 C ornelius C astoriaois
ten. La falacia de la separación: conservemos la medicina moderna y
rechacemos (las consecuencias militares de) la física nuclear. Esa acti
tud es tan ilógica, como la de los jóvenes ecologistas que huyen de la
industria estableciendo comunidades rurales, en el seno de las cuales
no pueden prescindir de productos industriales. La medicina moderna
y la física nuclear (teórica y aplicada) no son plantas diferentes, sino
dos ramas del mismo árbol, por no decir dos sustancias contenidas en
el mismo fruto. La existencia y el desarrollo del uno como del otro
presuponen el mismo tipo antropológico, las mismas actitudes con res
pecto al mundo y a la existencia humana, los mismos modos de pensa
miento, de tecnicismo y de instrumentación.
Todo esto no significa que la investigación científica sea “mala” en
sí misma, lejos de eso, tampoco que haya que detenerla (de todas ma
neras ni se podría, ni se debería). Solamente advertimos ciertas evi
dencias, algunas más banales, otras menos.
Evidencias banales: fuera de su laboratorio, los científicos son hom
bres como los otros, tan vulnerables a la ambición, al deseo de poder, a
la adulación, a la vanidad, a las influencias, a los prejuicios, a la codi
cia, a los errores de juicio y a las tomas de posición irreflexivas como
cualquiera. Además, como se podía prever, el inmenso progreso del sa
ber positivo y de sus aplicaciones no ha sido acompañado por un mínimo
de progreso moral, ni de sus protagonistas ni de sus conciudadanos.
Evidencias menos banales: la fantástica autonomización de la
tecnociencia -Jacques Ellul tuvo el imprescriptible mérito de formu
larla en 1947-, que tanto científicos como laicos disimularon con la
ilusión de la separabilidad entre los “medios” y los “fines”: dependería
del especialista dar otra orientación a la evolución técnico-científica.
Pero ese conjunto de conocimientos, de prácticas, de posibilidades,
que fabrica laboratorios, ayudantes de laboratorio, imitadores, inven
tores, descubridores, armas apocalípticas, bebés de probeta, quimeras
reales, venenos y medicamentos, a esa hipermegamáquina nadie la
domina ni controla y, en el estado actual de las cosas, la cuestión de
saber si alguien podría controlarla ni siquiera se plantea. Con la
tecnociencia, el hombre moderno cree haber alcanzado el poder. En
realidad, a medida que ejerce un número creciente de “dominios” pun
tuales, va siendo menos poderoso que nunca ante la totalidad de los
efectos de sus acciones, precisamente porque éstas se han multiplicado
El MUNIX) FRAGMENTAIX) 69
tanto, y porque alcanzan estratos del ser físico y biológico sobre los que
no se sabe nada, lo cual no impide hurgar con un palo siempre más
grande el hormiguero que, por supuesto, es también un avispero.
j -J-Iay que terminar con la idea de que la ciencia y la técnica'conferí'
rfen a la humanidad un poder que sería actualmente “mal utilizado”.
Por un lado, la tecnociencia produce constantemente “poder”, en el
sentido limitado de capacidad efectiva para hacer; por otra, con la evo-
lución de la sociedad contemporánea (cf. infra), ese poder no podría
ser utilizado de otra manera, ni por otros que no fueran quiénes lo
utilizan, es decir Nadie. No hay tecnocracia, ni cientocracia. Lejos de
formar un nuevo grupo dominante, científicos y técnicos sirven a Apa'
ratos de poder existentes (en rigor, ellos forman parte de los mismos) y
esos Aparatos explotan, por cierto, y oprimen a casi todo el mundo,
pero no dirigen verdaderamente nada.
En el corazón de la época moderna, desde el fin de las “edades oscu-
ras” , dos significaciones sociales imaginarias, intrínsecam ente
antinómicas aunque relacionadas (no nos podemos detener ahora en
esa relación). Por un lado, la autonomía que animó tanto a los movi'
mientos democráticos y de emancipación que recorren la historia de
Occidente, como al renacimiento de la interrogación y de la investiga-
ción racional. Por otra parte, la expansión ilimitada del dominio “ra-
cional”, fundamento de la institución del capitalismo y de sus avatares
(entre ellos, por monstruosa inversión, el totalitarismo), que induda-
blemente culmina con el desencadenamiento de la tecnociencia.
Por razones que en otras oportunidades desarrollé ampliamente, el
dominio “racional” en expansión ilimitada, en realidad, sólo es un do-
minio seudoracional. Pero me importa más resaltar ahora otra dimen-
sión. Un “dominio racional” implica y exige, desde el momento en que
la racionalidad fue vista como perfectamente “objetivable”, ser
algoritmizable, ser un dominio impersonal. Pero es evidente que un
dpmihio impersonal expandido es el dominio de outís, de nadie, y por
lá misma razón es un no dominio, es decir, la impotencia. (Sin duda
ajgpnáv en una democracia hay una regla racional impersonal, la ley,
pebrada sin deseo como decía Aristóteles, pero también hay gobernatv
tes Mi uéces que son de carne y hueso.)
Eíi esc sentido, es completamente sintomática la tendencia actual a
la “automatización de las decisiones”, ya en curso en un gran número
70 C ornelius C astóriadis
de casos secundarios, pero que empieza a cobrar otra dimensión con los
“sistemas expertos”. Y todavía es más ilustrativa la idea de la Doomsday
machine -de alguna manera la culminación de lo anterior—, sistema
experto que haría partir automáticamente misiles de un campo, en
cuanto los del otro fueran computados o supuestamente disparados,
eliminando así todo factor político-psicológico “subjetivo” (falible e
Influible) en la disuasión, y del que no estamos tan lejos.
En las sociedades que precedieron a la nuestra, la negación de la
mortalidad humana estaba asegurada por la religión, considerada en el
sentido más amplio del término. Esta negación siempre fue una dene
gación, en el sentido freudiano del término: negación que, en el acto
mismo dé formularse, demuestra lo contrarió de lo que afirma explíci
tamente. (Si el hombre fuera inmortal, no habría necesidad de todas
esas demostraciones y todos esos artículos de fe.) En la medida de sus
posibilidades, ese lugar hoy ha sido ocupado por la tecnociencia, No
basta ir repitiendo que en el mundo moderno la ciencia ocupa el lugar
de la religión; hay que entender, a la vez, los límites de esa sustitución
(que aquí no nos concierne) y el indicio de verdad que comporta. La
ciencia ofrece un sustituto de la religión, por el mismo hecho de que
encarna nuevamente la ilusión de la omnisciencia y de la omnipoten
cia: la ilusión del dominio. Esa ilusión saca partido de una infinidad de
maneras, desde la espera del medicamento milagroso, pasando por la
creencia de que los “expertos” y los gobernantes saben lo que es bueno,
hasta el último consuelo: “soy débil y mortal pero el Poder existe”. La
dificultad del hombre moderno para admitir la eventual nocividad de
la tecnociencia no deja de tener una analogía con el sentimiento de
absurdo que experimentaría el fiel ante la aserción: Dios es malo.
De la valorización del poder-hacer, en tanto que tal, a la adoración
de la fuerza desnuda, la distancia es muy breve.
Sin duda, el fantasma de la omnipotencia existe desde que el hom
bre es hombre. Siempre fue aprovechado por algún poder, refugiándo
se en la magia o en la conquista militar. Por primera vez, la fecunda
ción por parte de su vástago -la racionalidad- le permitió convertirse
en poder histórico efectivo, significación social imaginaria que domi
na al mundo entero. Si esto pudo ser así, no lo fue sólo porque el ima
ginario humano hizo ese rodeo y se dio otros medios además de los
mágicos o ingenuamente militares. También el mundo -el mundo “pre-
El munuo fragmentado 7Í
humano”- se prestó a ser cognoscible e, incluso, manipulable. Aparen--
teniente, es cognoscible de manera ilimitada, develando paulatinamente
a través de nuestro trabajo, estratos conectados y, no obstante,
heterogéneos. Pero es ¿vidente que su manipulación tiene límites, no ■
simplemente desde iin punto de vista “cuantitativo” (invertir el senti
do dé la rotación de la galaxia, por ejemplo), sino desdé un punto de
vista cualitativo. Hemos alcanzado visiblemente ese límite y estamos
franqueándolo en muchos puntos a la vez. Y -como he intentado de
mostrarlo- existe la más íntima relación entre el despliegue sin límite
de-nuestro conocimiento y los límites que deberían ser impuestos a
.nuestras manipulaciones.
Ahora bien, al mismo tiempo que se expande triunfante el furor del
“poder”, el fetichismo del “dominio racional”, parece sufrir un eclipse la
otra gran significación social imaginaria creada por la historia greco-
occidental: la de la autonomía, especialmente la política. La crisis actual
de la humanidad es política en el sentido más amplio del término, crisis
arla vez de la creatividad y de la imaginación políticas, y de la participa
ción política de los individuos. En primer lugar, la privatización y el
‘‘individuaUsmo” reinantes dejan libre curso a lo arbitrario de los apara
tos; en un nivel más profundo, a la marcha autónoma de la tecnociencia.
, Éste es el punto básico de la cuestión. Los peligros enormes, lo ab
surdo del desarrollo en todas direcciones y sin ninguna verdadera “orien
tación” de la tecnociencia no pueden ser superados por “reglas” esta
blecidas de una sola vez, ni por una “compañía de sabios”, que
finalmente se volvería un instrumento, si no. ya sujeto de una tiranía.
Lo que se requiere es más que una “reforma del entendimiento huma
no”;.es una reforma del ser humano en tanto ser sociohistórico, un
e|/rpSidc la mortalidad, una autosuperación de la Razón. No necesita
o s a algunos “sabios”. Necesitamos que la mayor cantidad posible
adquiera y ejerza la cordura, lo que a su vez requiere una transforma
ción radical de la-sociedad como sociedad política, instaurando rio so
lamente la participación formal, sino la pasión de todos para los asun
tos comunes. Ahora bien, lo que menos produce la cultura actual es
seres humanos sensatos.
“-¿Qué quiere.entonces?, ¿cambiar a la humanidad?
-No, algo mucho más modesto: que la humanidad se cambie a sí
misma, como ya Jo hizo dos o tres veces.”
72 C ornelius C astoriadis
N otas
El m u n d o fragm entado 73
poner al Nuevo Mundo en cuarentena. También hay que tener en cuenta el
Costo relativamente bajo y la facilidad desconcertante con la que tales armas
podrían ser llevadas a cabo. Digamos que en este caso también hay, en teoría, el
"equivalente de un primer atisbo quirúrgico y la “defensa estratégica": Ubrar.el
" agente patógeno después de asegurarse que se posee el antídoto suficiente para
;: k>s países, amigos.
;10:El argumento de que destruyendo la humanidad el científico “estaría en contra-
dicción consigo mismo”, porque sin humanidad no habría ciencia, no es válido.
Nunca vi demostración científica que demostrase que debe haber ciencia. Un
; Científico que destruyera la humanidad entraría en contradicción consigo mis-
“ trió; tal vez como hombre -o con valores éticos, en el caso de que los tuviese-^
pero no con una proposición científica cualquiera que valorice la ciencia.
• Valorizar la ciencia no es obligatorio, de ninguna manera; cf. el ayatollah
/ Khomeini y sus partidarios, para dar el ejemplo más cercano. Asimismo, se pue
de sóstener que la demostración de la conjetura de Goldbach tendría más inte
rés ctcntí/ico que el descubrimiento de un tratamiento para el cáncer: estaría
■-rerérídá á objetos de una universalidad mucho más vasta. El punto dé vista rigu-
• rosamente científico puede llegar a esa conclusión, y en tal caso a ningún medio
de evaluar esos dos tipos de investigación.
11 Citas de E. O.Wilson, de Harvard, y de Paul Ehrlich, de Standford, en Scientific
American, febrero de 1986, p. 97.
12 Por ejemplo, por G P. Snow en Science and Government. Oxford University
Press, 1961 y A Postscript to Science and Government, Oxford University Press,
1962.
13 Lo hice hace quince años en "Science moderne ec interrogation philosophique”,
op: cit .
SEGUNDA PARTE
POLIS
LOS INTELECTUALES Y LA HISTORIA'
78 C ornelius C astoriams
cualquiera sea su ocupación (y se dirá de paso que es exactamente lo
contrario a la definición de la justicia dada por Platón: ocuparse de los
propios asuntos y no mezclarse en todo, lo cual no tiene nada de sor'
préndente, ya que uno de los fines a los que apuntaba Platón era mos
trar que una sociedad democrática no es justa).
No intentaré aquí responder a esa cuestión. Mis observaciones im
plicarán a quienes, por el uso de la palabra y la formulación explícita
de ideas generales, pudieron o pueden tratar de influir en la evolución
de su sociedad y en el curso de la historia. La lista es inmensa, las cues
tiones que sus palabras o actos plantean son innumerables. De manera
que me limitaré a una breve discusión de tres puntos. El primero con
cierne a dos tipos diferentes de relación entre el pensador y la comuni
dad política, tal como los ejemplifica la oposición radical entre Sócrates,
el filósofo de la ciudad, y Platón, el filósofo que se pretende por encima
de la ciudad. El segundo se referirá a la tendencia que, a partir de cierta
fase histórica, se amparó en los filósofos para racionalizar lo real, es
decir, para legitimarlo. En la época que acaba de concluir, hemos co
nocido casos particularmente lamentables con los compañeros de ruta
del estalinismo; también con Heidegger y el nazismo, de manera dife
rente en lo “empírico”, pero filosóficamente equivalente. Concluiré
con un tercer punto: la cuestión que plantea la relación de la crítica y
la visión del filósofo-ciudadano con el hecho de que, en un proyecto
de autonomía y democracia, es la gran mayoría de los hombres y de las
mujeres viviendo en sociedad quienes son la fuente de la creación,
depositarios principales del imaginario instituyente, y quienes deben
convertirse en sujetos activos de la política explícita.
En Grecia, durante un largo período inicial el filósofo fue un ciuda
dano como todos. Es por eso también que a veces fue llamado a “dar las
leyes” a su ciudad o a otras. Solón es el ejemplo más célebre. Pero
todavía en el año 443, cuando los atenienses establecieron una colo
nia panheíénica en Italia (Thurioi), fue a Protágoras que pidieron el
establecimiento de las leyes.
El último en esa línea -el último grande, en todo caso- es Sócrates.
Sócrates es filósofo, pero también es ciudadano. Discute con todos sus
conciudadanos en el ágora. Tiene una familia e hijos. Forma parte de
tres expediciones militares. Asume la magistratura suprema, es epistate
de los prítanes (presidente de la república por un día) en el momento
El MUNIX) FRAGMENTADO 79
quizá más trágico de la historia de la democracia ateniense: el día del
proceso de los generales vencedores de la batalla de Arginuses, cuando
presidiendo la asamblea del pueblo» afronta a la muchedumbre enlo
quecida y rechaza iniciar ilegalmente el procedimiento contra los ge
nérales. De la misma manera, algunos años más tarde se negará a obe
decer las órdenes de los Treinta Tiranos y a detener ilegalmente a un
ciudadano. Su proceso y condenación son una tragedia en el estricto
sentido del término, en la cual sería en vano buscar inocentes y culpa
bles, No hay duda de que el demos del 399 no es más el de los siglos vi
y V, y no hay duda de que la ciudad hubiera podido seguir aceptando a
Sócrates como lo había hecho durante décadas. Pero, en rigor, tam
bién hay que comprender que la práctica de Sócrates transgrede el lí
mite de lo que es tolerable en una democracia. La democracia es el
régimen explícitamente basado en la doxa, la opinión, la confronta
ción de las opiniones, la formación de una opinión común. La refuta
ción de las opiniones de los demás, más que permitida y legítima, es la
respiración misma de la vida pública. Pero Sócrates no se limita a mos
trar que tal o cual doxa es errónea (y no propone una doxa propia en su
lugar). Muestra que todas las doxae son erróneas e incluso que quienes
las defienden no saben lo que dicen. Ahora bien, ninguna vida en so
ciedad y ningún régimen político, la democracia menos que ninguno,
son posibles sobre la hipótesis de que todos los participantes viven en
un mundo de ilusiones incoherentes, lo que Sócrates demuestra cons
tantemente. Esto hubiera debido ser aceptado por la ciudad; lo hizo
durante mucho tiempo, con respecto a Sócrates y a otros. Pero Sócrates
mismo sabía perfectamente que, tarde o temprano, debería rendir cuen
tas de su práctica; no había necesidad de que se le preparase una apolo
già/ dijo, porque pasó toda su vida reflexionando en la apología que
presentaría si lo acusaban. Y Sócrates no sólo acepta el juzgamiento
del tribunal formado por ciudadanos: su discurso en el Critón, que con
tanta frecuencia se toma por una arenga moralizante y edificante, es un
magnífico desarrollo de la idea griega fundamental: la ciudad como
fófmàdòra del individuo. Polis andra didaskei, es la ciudad la que educa
ál hombre, escribía Simónides. Sócrates sabe que fue engendrado por
Atenas Y qué no lo hubiera podido ser en ninguna otra parte.
Es difícil'pensar en un discípulo que, en la práctica, haya traiciona
do más Íáisícléas de su maestro que Platón. Platón se retira de la ciudad;
80 C ornelius C aStoriadis
es en sus puertas que establece una escuela para discípulos elegidos. No
se conoce que haya participado en campañas militares. No se le cono
ce familia. No provee a la ciudad que lo alimentó y lo hizo ser lo que él
es, con nada de lo que todo ciudadano le debe: ni servicio militar, ni
hijos, ni aceptación de las responsabilidades públicas. Calumnia a Ate
nas en el grado más extremo: gracias a su inmensa capacidad para la
puesta en escena, la retórica, el sofisma y la demagogia, logrará iihpo-
ner a los siglos venideros esta imagen: los hombres políticos de Atenas
-Temístocles, Pericles- eran demagogos; sus pensadores, sofistas (en el
sentido que él le dio a la expresión); sus poetas, corruptores de la ciu
dad; su pueblo, una vil tropa librada a las pasiones e ilusiones. Falsifica
a sabiendas la historia, en ese dominio es el primer inventor de los
métodos estalinistas: si no se conociera la historia de Atenas más que
por Platón (Tercer Libro de las Leyes) se ignoraría la batalla de Salamina,
victoria de Temístocles y del despreciable démos de los remeros1. Quie
re establecer una ciudad sustraída del tiempo y de la historia, y gober
nada no por su pueblo sino por los “filósofos”. Pero es también -y con
trariamente a toda la experiencia griega precedente, donde los filósofos
habían mostrado una phronésis, una sagacidad en sus acciones, ejem
plar- el primero en exhibir esa ineptitud esencial que desde entonces
caracterizará tan frecuentemente a filósofos e intelectuales frente a la
realidad política. Se quiere consejero del príncipe, en realidad del tira
no -esto no se terminó después-, y lamentablemete fracasa porque él,
sutil psicólogo y admirable retratista, confundió al tirano Dionisio de
Siracusa con un rey filósofo en potencia, como veinte siglos más tarde,
Heidegger tomó a Hitler y el nazismo por encarnaciones del espíritu
del pueblo alemán y de la resistencia histórica contra el reino de la
técnica. Es Platón quien inaugura la era de los filósofos que se alejan de
la ciudad pero que al mismo tiempo, erigidos en poseedores de la ver
dad, quieren dictarle leyes en pleno desconocimiento de la creatividad
instituyente del pueblo, y que, impotentes políticamente, tienen como
máxima ambición convertirse en consejeros del príncipe.
Sin embargo, no es con Platón que comienza esa otra parte deplora
ble de la actividad de los intelectuales frente a la historia: la
racionalización de lo real, es decir, la legitimación de los poderes exis
tentes. El culto al hecho consumado es desconocido e imposible como
actitud en la mentalidad griega. Hay que llegar a los estoicos para co
El MÜNDO FRAGMENTADO 33
to a sí mismo: y esto no sólo bajo la forma de “objetividad”, sino la del
esfuerzo permanente por superar su especialidad, la de que le concierna
todo .taque tenga relación con los hombres,
;Sin ninguna duda, esas actitudes tenderían a separar al sujeto de sus
contemporáneos. Pero hay separaciones y separaciones. Sólo saldre-
tad^de la perversión que ha caracterizado el lugar de tos intelectuales
d.éáde Platón y nuevamente desde hace setenta arios, si el intelectual
vüeíyé a ser un verdadero ciudadano, Un ciudadano no es forzosamen
te M ilitante en un partido”,: sino alguien que reivindica activamente
su participación en la vida pública y en los asuntos comunes con el
mismo derecho que todos los otros.
JE$.evidente que hay una antinomia que no tiene solución teórica.
Solamente la phronésis, la cordura, puede permitir su superación. El
intelectual debe considerarse ciudadano como los otros, sentirse por
tavoz, con derecho, de la universalidad y de da objetividad. La condi
ción para poder mantenerse en ese espacio es que reconozca los límites
dé lo que su. supuesta objetividad y universalidad le permiten; debe
aceptar, y no a desgano, que lo que trata de hacer entender, todavía es
una doxa, una opinión, no una episteme, una ciencia. Sobre todo es
necesario reconocer que la historia es el dominio en el que se despliega
la creatividad- de todos, hombres y mujeres, sabios y analfabetos, de
una humanidad en la que él mismo no es más que un átomo. Todo lo
cual.no debe convertirse en pretexto para que avale sin. crítica las deci
siones de la mayoría, para que se incline ante la fuerza del número. Ser
democrático y poder decir al pueblo, si así se considera: ustedes se equi
vocan. Eso es lo que se le debe exigir. Sócrates pudo hacerlo en el
proceso de los arginuses. Después el caso parece evidente y Sócrates
podíaademás, apoyarse en una regla de derecho formal. A menudo, las
cosas son mucho más oscuras. Sólo la cordura, la p/ironésis, y. el gusto
pueden permitir todavía separar el reconocimiento de la creatividad
del pueblo, del culto ciego a la “fuerza de los hechos”. Y que nadie se
asombre de encontrar la palabra gusto al fin de estas reflexiones. Basta
ría leer cinco líneas de Staíin,' para comprender que la revolución no
podía ser eso
84 @©RHBU!U.SiíSASXpRIAptS
N otas
El m u n d o f r a c m e n t a ix ) 85
A
•«
P oder, política , autonomía*
El MUNDO I RAOMINTADO SI
asamblea de inconscientes nucleares sería imaginariamente más abs-
trusa que la peor sala de locos furiosos de un manicomio. La sociedad,
en tanto que siempre ya instituida, es auto-creación y capacidad de auto
alteración, obra del imaginario radical como instituyente que se
autoconstituye como sociedad constituida e imaginario social cada vez
particularizado.
El individuo como tal no es, por lo tanto, “contingente” relativa
mente a la sociedad. Concretamente, la sociedad no es más que una
mediación de encarnación y de incorporación, fragmentaria y comple
mentaria, de su institución y de sus significaciones imaginarias, por los
individuos vivos, que hablan y se mueven. La sociedad ateniense no es
otra cosa que los atenienses -sin los cuales no es más que restos de un
paisaje trabajado, restos de mármol y de ánforas, de inscripciones
indescifrables, estatuas salvadas de las aguas en alguna parte del Medi
terráneo—, pero los atenienses son sólo atenienses por el nomos de las
polis. En esta relación éntre una sociedad instituida que sobrepasa infi
nitamente la totalidad de los individuos que la “componen”, pero no
puede ser efectivamente más que en estado “realizado” en los indivi
duos que ella fabrica, y en estos individuos puede verse un tipo de
relación inédita y original, imposible de pensar bajo las categorías del
todo y las partes, del conjunto y los elementos, de lo universal y lo
particular, etc. Creándose, la sociedad crea al individuo y los indivi
duos en y por los cuales sólo puede ser efectivamente. Pero la sociedad
no es una propiedad de composición, ni un todo conteniendo otra cosa
y algo más que sus partes -no sería más que por ello que sus “partes” son
llamadas al ser, y a “ser así”, por ese “todo” que, en consecuencia, no
puede ser más que por ellas, en un tipo de relación sin analogía en
ningún otro lugar, que debe ser pensada por “ella misma”, a partir de
“ella misma” como modelo de “sí misma”5.
Pero a partir de aquí hay que ser muy precavidos. Se habría apenas
avanzado (como algunos creen) diciendo: la sociedad hace los indivi
duos que hacen la sociedad. La sociedad es obra del imaginario
instituyente. Los individuos están hechos por la sociedad, al mismo tiem
po que hacen y rehacen cada vez la sociedad instituida: en un sentido,
ellos sí son sociedad. Los dos polos irreductibles son el imaginario radi
cal instituyente —el campo de creación sociohistórico-, por una parte,
y la psique singular, por otra. A partir de la psique, la sociedad instituí-
88 C ornelius CASTORiAnis
da hace cada vez a los individuos --que como tales, no pueden hacer
más que la sociedad que los ha hecho-. Lo cual no es más que la imagi
nación radical de la psique que llega a transpirar a través de los estratos
sucesivos de la coraza social que es el individuo, que la recubre y la
penetra hasta un cierto punto -límite insondable, ya que se da una
acción de vuelta del ser humano singular sobre la sociedad-. Nótese,
de entrada, que una tal acción es rarísima y en todo caso imperceptible
en la casi totalidad de las sociedades, donde reina la heteronomfa insti*
mida 6, y donde, aparte del abanico de roles sociales predefinidos, las
únicas vías de manifestación reparable de la psique singular son la trans
gresión y la patología. Sucede de manera distinta en aquellas socieda
des donde la ruptura de la heteronomía completa permite una verda
dera individualización del individuo, y donde la imaginación radical de la
psique singular puede a la vez encontrar o crear los medios sociales de
una expresión pública original y contribuir a la autoalteración del
mundo social. Y queda todavía otro aspecto por constatar, además de
alteraciones social-históricas manifiestas y marcadas, sociedad e indi
viduos se implican recíprocamente.
La institución y las significaciones imaginarias que lleva consigo y
que la animan son creaciones de un mundo, el mundo de la sociedad
dada, que se instaura desde el principio en la articulación entre un
mundo “natural” y “sobrenatural” -más comúnmente “extrasocial” y
“mundo humano” propiamente dicho-. Esta articulación puede ir des
de la casi fusión imaginaria hasta la voluntad de separación más rotun
da; desde la puesta de la sociedad al servicio del orden cósmico o de
Dios, hasta el delirio más extremo de dominación y enseñoramiento
sobre la naturaleza. Pero, en todos los casos, la “naturaleza” como la
“sobrenaturaleza”, son cada vez instituidas en su propio sentido como
tal y en sus innombrables articulaciones, y esta articulación contempla
relaciones múltiples y cruzadas con las articulaciones de la sociedad
misma instauradas cada vez por su institución 7.
Creándose como eidos cada vez singular (las influencias, transmisio
nes históricas, continuidades, similitudes, etc., ciertamente existen y
son enormes, como las preguntas que suscitan, pero no modifican, en
nada la situación principal y no pueden evitarla presente discusión), la
sociedad se despliega en una multiplicidad de formas organizativas, y
organizadas. Se despliega, de entrada, como creación de un espacio.y
El m u n d o fragm entado M
ì:
J
j?]
4*
I
■>éi
M
'H
■S
’3
Uno de los universales que podemos “deducir” de la idea de socie-
dad, una vez que sabemos lo que es una sociedad y lo que es la psique,
concierne a la validez efectiva (Geltung), positiva (en el sentido del
“derecho positivo”) del inmenso edificioinstituido. ¿Qué sucede para
que la institución y las instituciones (lenguajes, definición de la “reali-
dad” y de la “verdad”, maneras de hacer, trabajo, regulación sexual,
permisión/prohibición, llamadas a dar la vida por la tribu o por la na
ción, casi siempre acogida con entusiasmo) se impongan a la psique,
por esencia radicalmente rebelde a todo este pesado fárrago, que cuan
to más lo perciba más repugnante le resultará? Dos vertientes se nos
muestran para abordar la cuestión: la psíquica y la social.
Desde el punto de vista psíquico la fabricación social del individuo
es un proceso histórico a través del cual la psique es constreñida (sea
de una manera brutal o suave, es siempre por un acto que violenta su
propia naturaleza) a abandonar (nunca totalmente, pero lo suficiente
en cuanto necesidad/uso social) sus objetos y su mundo inicial y a in
vestigar unos objetos, un mundo, unas reglas que están social mente
instituidas. En esto consiste el verdadero sentido del proceso de
sublimación9. El requisito mínimo para que el proceso pueda desarro
llarse es que la institución ofrezca a la psique un sentido - otro tipo de
sentido que el protosentido de la mónada psíquica-. El individuo so
cial que constituye así interiorizando el mundo y las significaciones
creadas por la sociedad, interiorizando de este modo explícitamente
fragmentos importantes e implícitamente su totalidad virtual por los
“re-envíos” interminables que ligan magmáticamente cada fragmento
de este mundo a los otros.
La vertiente social de este proceso es el conjunto de las institucio
nes que impregnan constantemente al ser humano desde su nacimien
to, y en destacado primer lugar el otro social, generalmente pero no
ineluctablemente |a madre, que toma conciencia de sí estando ya ella
misma socializada de una manera determinada, y el lenguaje que había
esc otro. Desde una perspectiva más abstracta, se trata de la “parte” de
todas las instituciones que tiende a la escolarización, al pupilaje, a la
educación de los recién llegados, lo que los griegos denominan paideia:
familia, ritos, escuela, costumbre y leyes, etcétera.
La validez efectiva de las instituciones está así asegurada de entrada
y antes que nada por el proceso mismo mediante el cual el pequeño
EL MUNiX) HRAOMENTAIX3 91
monstruo chillón se convierte en un individuo social. Y no puede con-
vertirse en tal más que en la medida en que ha interiorizado el proceso.
Si definimos cómo poder la. capacidad de una instancia cualquiera
(personal o impersonal) de llevar a alguno (o algunos-unos) a hacer (o
no hacer) lo que, a sí*mismo, no habría hecho necesariamente (o ha-
bría hecho quizá) es evidente que el mayor poder concebible es el de
preformar a alguien de suerte que por sí mismo haga lo que se quería
que hiciese sin necesidad de dominación (Herrschaft) o de poder explí
cito para llevarlo a... Resulta evidente,que esto crea para el sujeto so
metido a esa formación, a la vez la apariencia de la “espontaneidad”
más completa y en la realidad estamos ante la heteronomía más total
posible. En relación con este poder absoluto, todo poder explícito y
toda dominación son deficientes y testimonian una caída irreversible.
(En adelante hablará de poder explícito; el término dominación debe
ser reservado a situaciones social-históricas específicas, ésas en las que
se ha instituido una división asimétrica y antagónica del cuerpo social.)
Anterior a todo poder explícito y, mucho más, anterior a toda “do
minación” la institución de la sociedad ejerce un infra-poder radical
sobre todos los individuos que produce. Este mira-poder -manifesta
ción y dimensión del poder instituyente del imaginario radical- no es
localizable. Nunca es sólo el de un individuo o una instancia determi
nada. Es “ejercido” por la sociedad instituida, pero detrás de ésta se
halla la sociedad instituyente, “y desde que la institución se establece,
lo social instituyente se sustrae, se distancia, está ya aparte” 10. A su
alrededor la sociedad instituyente, por radical que sea su creación, tra
baja siempre a partir y sobre lo ya constituido, se halla siempre -salvo
por un punto inaccesible en su origen- en la historia. La sociedad
instituyente es, por un lado, inmensurable, pero también siempre retoma
lo ya dado, siguiendo las huellas de una herencia, y tampoco entonces
se sabría fijar sus límites. Todo lo que esto comporta respecto de un
proyecto de autonomía y de la idea de libertad humana efectiva será
tratado más adelante. Nos queda el infra-poder en cuestión, el poder
instituyente que es a la vez el del imaginario instituyente, el de la so
ciedad instituida y el de toda la historia que encuentra en ello su salida
provisional. Es pues, en cierto sentido, el poder del campo histórico,-,
social mismo, el poder de out/s, de Nadie11.
Tomado en sí mismo, pues, el infra-poder instituyente tal y como es
92 C ornelius C astoriadis
ejercido por ja institución,, debería ser absoluto y formar a los indivi
duos de manera tal que éstos reprodujesen eternamente el régimen que
los ha producido. Es ésta, por otra parte evidente, la estricta finalidad
de las instituciones existentes siempre y por todas partes. La sociedad
instituida no alcanza nunca a ejercer su infra-poder como absoluto.
Además es el caso de las sociedades salvajes y, más generalmente, de
las sociedades que debemos llamar tradicionales; puede alcanzar a ins
taurar una temporalidad de la aparente repetición esencial, bajo la cual
trabaja, im perceptiblem ente y sobre muy largos periodos, su
ineliminable historicidad12. En tanto que absoluto y total, el infra-po
der de la sociedad instituida (y, tras él, de la tradición) está, pues, abo
cado al fracaso. Este hecho, que aquí simplemente constatamos, se nos
impone -existe la historia, existe una pluralidad de otras sociedades- y
requiere ser elucidado.
Cuatro son los factores que aquí intervienen.
La sociedad crea su mundo, le concede sentido y hace provisión de
significación destinada a cubrir de antemano todo cuanto pueda pre
sentarse. El magma de significaciones imaginarias socialmente insti
tuidas que reabsorbe potencialmente todo cuanto pueda suceder, no
puede, en principio, ser sorprendido o tomado desprevenido. En esto,
evidentemente, el rol de la religión -y su función esencial para la clau
sura del sentido- ha sido siempre central13(el Holocausto se convierte
en prueba de la singularidad y de la elección del pueblo judío). La
organización conjuntiva-identitaria “en sí” del mundo es no sólo sufi
cientemente estable y “sistemática” en su primer momento para per
mitir la vida humana en sociedad, sino también suficientemente ende
ble e incompleta como para conllevar un número indefinido de
creaciones social-históricas de significaciones. Los dos aspectos remi
ten a las dimensiones ontológicas del mundo en sí, como ninguna sub
jetividad trascendental, ningún lenguaje, ninguna pragmática de la co
municación sabrían hacerlo M. Pero también el mundo, en tanto que
“mundo presocial” -límite del pensamiento-, aunque en sí mismo no
“significa” nada, está siempre ahí, como provisión inabarcable de
alteridad, como riesgo siempre inminente de desgarrar el tejido de signi
ficaciones con el cual la sociedad lo ha revestido. El sinsentido del mun
do representa siempre una amenaza posible para el sentido de la socie
dad, el riesgo siempre presente de que se resquebráje el edificio social.
Q^aNELIUS CASTORIADIS
rada la defensa más fuerte -lá más fuerte desde hace mucho tiempo, y
Su duración parece extenderse al menos desde hace cien mil años- Es
k negación y lá ocultación de la dimensión instituyeme de la sociedad
y la imputación del origen y del fundamento de la institución y de las
significaciones lo que-conduce a una fuente extrasocial (extrasocial en
relación con la sociedad efectiva, viviente: se puede tratar de los dioses
0 de Dios, pero también de los héroes fundadores o de los ancestros que
M reencarnan continuamente en las nuevas venus). Líneas suplemen
tarias aunque más débiles de defensa han sido creadas en los más tor
mentosos universos históricos. Mientras que la negación de la altera
ción de la sociedad o el recubrimiento de la innovación por su exilio
en un pasado mítico se convierten en imposibles, lo nuevo puede ser
sometido a una reducción ficticia pero eficaz mediante el “comenta
rio” y ía “interpretación” de la tradición (es el caso de las Weltreligionen,
dé las religiones como-históricas, y en particular de las concernientes a
los mundos judíos, cristianos e islámicos).
El hecho de que todas estas defensas puedan fracasar, y en cierro
sentido fracasen siempre, que puedan ocurrir crímenes, conflictos vio
lentos insoíubles, calamidades naturales que destruyan la funcionalidad
de las instituciones existentes, guerras, etc., constituye una de las fuen
tes del poder explícito. Hay y habrá siempre una dimensión de la insti
tución de la sociedad encargada de esta función esencial: restablecer el
Orden, asegurar la vida y la operación de la sociedad hacia y contra lo
tjue en acto o en potencia la ponga en peligro.
Existe otra fuente, tan importante o más que la anterior, del poder
explícito. La institución de la sociedad, y el magma de significaciones
imaginarias que ella encarna, es mucho más que un montón de repre
sentaciones (o de “ideas”). La sociedad se instituye en y por las tres
dimensiones indisociables: de la representación, del afecto y de la in
tención.
Si la parte “representativa” (lo cual no significa forzosamente
representable y que pueda ser dicha) del inagna de significaciones ima
ginarias sociales es la más difícilmente abordable, ello de entrada per
manecería en un segundo plano (como a menudo en las filosofías de la
bistoriá y1fehflás'historiografías) si no apuntara más que a una historia y
una hermenéutica de las “representaciones” y de las “ideas", si ignorara
el magma de afectos propios de cada sociedad -su Stimmung, su “manera
96 C ornelius C astoriadis
mediante eí fracaso que supone el derrumbe del edificio de significa-
ciones instituidas puede empezar a hacerse oír la voz de las armas. Y
para que la violencia pueda intervenir es necesario que la palabra -el
imperativo del poder existente- asiente su poder en los “grupos de hom
bres armados”. La cuarta compañía del regimiento Pavlovsky, la guar
dia de corps de Su Majestad, y el regimiento Semenovsky, son los más
sólidos sostenes del trono del zar -hasta las jornadas del 26 y 27 de
febrero de 1917, cuando confraternizan con las masas y voltean las
armas contra sus propios oficiales-. El ejército más poderoso del mun
do no puede proteger nunca “si no” es fiel -y el fundamento último de
su fidelidad es su creencia imaginaria en la legitimidad imaginaria-.
Hay y habrá siempre, pues, poder explícito en cualquier sociedad, a
menos que ésta no consiga transformar sus individuos en autómatas,
haciéndoles interiorizar completamente el orden instituido y constru
yendo una temporalidad que recubra de antemano todo el porvenir,
misión imposible a tenor de lo que sabemos que está dado en la psique,
en el imaginario instituyente y en el mundo.
Esta dimensión de la institución de la sociedad, relacionada con el
poder explícito, o bien debido a la existencia de instancias que puedan
emitir imperativos sancionables, es a lo que hay que identificar como la
dimensión de lo político. A este respecto, importa poco que estas ins
tancias se encarnen en la tribu entera, en los ancianos, en los guerre
ros, en el jefe, en el démos, en el Aparato burocrático o en lo que sea.
Llegados aquí conviene disipar tres confusiones. La primera, la iden
tificación del poder explícito con el Estado. Las “sociedades sin Esta
do” no son "sociedades sin poder” . En éstas existe no solamente, como
en todas partes, un mira-poder enorme (tanto más enorme cuanto más
reducido sea el poder explícito) de la institución ya dada, sino también
un poder explícito de la colectividad (o de los hechiceros, los guerreros,
etc.) relativo q la diké y al télos - a los litigios y a las decisiones-. El
poder explícito no es el Estado, término y noción que debemos reser
var a un eidos específico, ya que la creación histórica es de hecho casi
datable y localizable. El Estado es una instancia separada de la colectivi
dad e instituida de tal manera que asegure constantemente esta separa
ción. El Estado es típicamente una institución secundaria18.
Propongo reservar el término Estado a aquellos casos en que éste se
encuentra instituido como Aparato de Estado, lo cual comporta una
El MUNIX3 FRAGMENTADO 97
“burocracia” separada, civil, clerical o militar, que es rudimentaria, es
decir: una organización jerárquica con delimitación de áreas de com- ■
petencia. Esta definición cubre la inmensa mayoría de organizaciones :J
estatales conocidas y no deja fuera, por encima de sus límites, más que §
cosas excepcionales sobre las cuales pueden ensañarse los que olvidan j
que toda definición en el dominio social-histórico no va más que ós epi J
fb polu, en la gran mayoría de las ocasiones, como diría Aristóteles. En j
este sentido, la polis democrática griega no es “Estado” si se considera |
que el poder explícito-la posición del nomos, la diké, el télos-Apertene' |
cen al conjunto de los ciudadanos. Y esto explica, entre otras cosas, las |
dificultades de un espíritu tan potente como el de Max Weber ante la ,|j
polis democrática, merecidamente subrayadas y correctamente comen- í|
tadas en uno de los últimos textos de M. 1. Finley19, la imposibilidad de j
hacer entrar la democracia ateniense en el tipo ideal de dominación |
“tradicional” o “racional” (tengamos presente que para Max Weber j
“dominación racional” y “dominación burocrática” son términos ínter- :
cambiables) y sus desafortunados esfuerzos por vincular los “demago- ?i
gos” atenienses con los detentadores de un poder “carismàtico”. Los ^
marxistas y las feministas replicarán, sin duda, aduciendo qué el dèmos
ejercía un poder sobre los esclavos y las mujeres, ya que se trataba de J
un Estado. Pero ¿admitirían, entonces, que los blancos de los estados |
del Sur de Estados Unidos eran el Estado con respecto a los esclavos J
negros hasta 1865? ¿O bien que los varones adultos franceses eran Es- ]j
tado respecto de las mujeres hasta 1945 (y, por qué no, los adultos |
respecto de los no adultos en la actualidad)? Ni el poder explícito ni '?
incluso la dominación toman necesariamente la forma de Estado.
• La segunda dimensión del poder explícito alude a la confusión de lo j
¡político con la institución conjunta de la sociedad. Se sabe que el tér- •;
mino “lo político” fue introducido por Karl Schmitt (DerBegriff des }
Politischen, 1928) en un sentido excesivamente estrecho y, en el caso
de aceptarse lo que venimos arguyendo, esencialmente defectuoso. I
Asistimos en la actualidad a una tentativa inversa que consiste en pre- :
tender dilatar el sentido del término hasta permitirle absorber la insti- j
tuéión conjunta de la sociedad. La distinción de lo político en el seno i
de Otros “fenómenos sociales” reemplazaría, al parecer, al positivismo
(por supuesto de lo que se trata no es de “fenómenos”, sino de dimen
siones ineliminables de institución social: lenguaje, trabajo, reproduc- |
98 C ornelius C astoiuadis
dòn sexual, aprendizaje de las nuevas generaciones, religión,
bres, “cultura” en su sentido restringido, etc.). También dé esto^eí^l,-,
cargaría la política que asumiría la carga de generar las relaciones enttp-.
los seres humanos y de éstos con el mundo, la representación ídé'dS,
naturaleza y del tiempo, o la relación del poder y la religión. Esto no til
obviamente, nada distinto a lo que desde 1965 vengo definiendo comò'
institución imaginaria de la sociedad y su desdoblamiento esencial e s,
instituyeme e instituido20. Dejando de lado los gustos personales, no
vemos qué beneficios se obtienen de denominar lo político a la institu-
ción catholou de la sociedad, y vemos claramente lo que se pierde. Así
pues, o una cosa o la otra: bien, denominando “lo político” a eso que
todo el mundo denominaría naturalmente la institución de la socie*
dad, se opera un cambio de vocabulario, que sin comportar nada res*
pecto de la sustancia crea una confusión y entra en contradicción con
nomina non sime praeter necesitatem multiplicando; o bien se intenta pre
servar en esta sustitución las connotaciones que el término político
tiene desde su creación por los griegos, es decir, que alude a decisiones
explícitas y, al menos en parte, conscientes o reflexionadas; y enton
ces, por un extraño cambio, la lengua, la economía, la religión, la re
presentación del mundo, se encuentran relevadas de decisiones políti
cas de una manera que no desaprobarían ni Charles Maurras ni Pol-Pot.
Todo es política o bien no significa nada, o bien significa: todo debe
ser política, salvo la decisión explícita del Soberano.
La raíz de la segunda confusión se encuentra, quizás, en la tercera.
Actualmente se oye decir: los griegos han inventado la política21. Se
puede atribuir a los griegos muchas cosas -sobre todo: muchas más co
sas de las que se les atribuyen habitualmente- pero ciertamente no la
de la invención de la institución de la sociedad, ni siquiera del poder
explícito. Los griegos no han inventado “lo” político en el sentido de
la dimensión del poder explícito siempre presente en toda sociedad;
han inventado o mejor, creado, “la” política, lo cual es muy distinto.
En ocasiones se discute para saber en qué medida existía la política con
anterioridad a los griegos. Vana querella, términos vagos, pensamiento
confuso. Antes de los griegos (y después) existían intrigas, conspira
ciones, tráficos de influencia, luchas sordas o declaradas para conse
guir el poder explícito, hubo un arte (fantásticamente desarrollado en
China), de administrar y agrandar el poder. Ocurrieron cambios explí-
El m u n ito fr a g m en ta d o 99
çitos; y decididos, de algunas instituciones -incluso de re-instituciones
radicales (“Moïse” o, si se prefiere, Mahoma)-. Pero en estos últimos
casos, el legislador alegaba un poder de instituir que era de derecho
divino, fuese Profeta o Rey. Invocaba o producía los Libros Sagrados.
Pero si los griegos han podido crear la política, la democracia, la filoso*
fía* es también jorque no tenían ni Libro Sagrado, ni Profetas. Tenían
poetas, filósofos, legisladores y politeti.
La política tal y como ha sido creada por los griegos ha comportado
la puesta en tela de juicio explícita de .la institución establecida de la
sociedad -lo que presuponía, y esto se ve claramente afirmado en el
siglo y, que al menos grandes partes de esta institución no tenían nada
dç? “sagrado”, ni de “natural”, pero sustituyeron al nomos-. El movi-'
miento democrático se acerca a lo que he denominado el poder explí
cito y tiende a reinstituirlo. Gomo se sabe, lo intenta (no llega a pías*
marse verdaderamente), en la mitad de las poleis. Ello no impide que se
desarrolle en todas las poleis, yaque también los regímenes oligárquicos
o tiránicos debían, ante él, definirse como tales, aparecer tal y como
eran. Pero no se limita a esto, pretende potencialmente la re-institu
ción global de la sociedad y esto se actualiza mediante la creación de la
filosofía. Ya no se hacen más comentarios o interpretaciones de textos
tradicionales o sagrados, eí pensamiento griego es ipso facto cuestiona
do; por la dimensión más importante de la institución de la sociedad;
las representaciones y las normas de la tribu, y por la noción misma de
verdad. Existe, siempre y en todas partes, “verdad” socialmente insti
tuida, equivalente a la conformidad canónica de las representaciones y
de los enunciados con lo que es socialmente instituido como el equiva
lente de “axiomas” y de “procedimientos de verificación”. Es preferible
denominarla simplemente corrección (Richtigkeit) . Pero los griegos crean;
la verdad como movimiento interminable del pensamiento, poniendo
constantemente a prueba sus límites y volviendo sobre sí mismo
(reflex ivi dad) y la crean como filosofía democrática: pensar no es la
ocupación de los rabinos, los curas, etc., sino de los ciudadanos que
quieren discutir en un espacio público creado por este mismo movi
miento. •
Tanto la política griega como la política katá ton orthon logon pue
den ser definidas como la actividad colectiva explícita queriendo ser
lúcida (reflexiva y deliberativa), dándose comò objeto la institución
14 C o r n e l iu s C astoriadis
P sicoanálisis y política*
... Quienes han escrito sobre las relaciones entre psicoanálisis y polfti-
, lca se han concentrado, en su mayoría, de manera unilateral en
. formulaciones aisladas de Freud o en sus escritos de excursión e incur-
t sión en los ámbitos de la filosofía de la sociedad y de la historia (¡El
malestar en la cultura, El porvenir de una ilusión, Moisés), De éstos, casi
siempre se han extraído conclusiones “pesimistas" y hasta “reacciona
rias” sobre las implicaciones del psicoanálisis respecto de los proyectos
de transformación social y política. Los psicoanalistas mismos, por cuan
to -rara vez- expresaron una opinión sobre estas cuestiones, han mos
trado una perezosa y sospechosa prisa en conformarse con estas “con
clusiones". Para ello, había que desechar o hacer silencio sobre otras
obras (por ejemplo, Tótem y tabú) y otras formulaciones de Freud sobre
las que he llamado la atención en otro lugar1. Pero también, lo que es
mucho más grave, al hacer esto se han ocultado cuestiones de sustan
cia fundamentales, mucho más importantes que las “opiniones” de
Freud. ¿Cuál es la significación del psicoanálisis mismo, como teoría y
como práctica? ¿Cuáles son sus implicaciones, las que, por cierto, no
han sido exploradas por Freud en su totalidad? ¿Acaso nada tienen que
ver con el movimiento de emancipación de Occidente? ¿El esfuerzo
por conocer el inconsciente y transformar el sujeto no tiene acaso nin
guna relación con la cuestión de la libertad, y con los problemas de la
filosofía? ¿Hubiera sido posible el psicoanálisis fuera de las condicionéis
sociohistóricas que se dieron en Europa? ¿El conocimiento del incons
ciente nada puede enseñarnos en relación con la socialización de los
individuos, y, por ende, con las instituciones sociales? ¿Por qué la pers
pectiva práctica que es la del psicoanálisis en el campo individual esta
ría automáticamente tachada de nulidad al pasar al campo colectivo?
Es preciso constatar que estas preguntas sólo se plantean rara, vez., y
nunca de manera satisfactoria. Resumo y extiendo en las líneas qqc
siguen las conclusiones de un trabajo de veinticinco años2, ;
Voy a empezar con una frase de Freud que considero profundamente
El mundo fragmenta£>o ;
cierta. En dos ocasiones, Freud declaró que el psicoanálisis, la pedago-
gía y la política son las tres profesiones imposibles5. No explicó por qué
eran imposibles. Este término debe ser tomado literalmente y cum gra
no salís a la vez, ya que, después de todo, Freud había creado el psicoa
nálisis y lo ejercía. Podemos reflexionar con provecho sobre este tér
m ino: im posibles. Freud no dijo que estas profesiones eran
extremadamente difíciles -como lo son las de neurocirujano, concer
tista de piano o de guía de montaña-. Y tampoco podemos calificarlas
de imposibles por trabajar con el más inmanejable de los materiales, el
ser humano. Los generales, los vendedores, las prostitutas trabajan con
este mismo material, y no por ello calificaríamos sus profesiones como
imposibles.
Parecería poder evocarse una razón de peso que convierte al
psicoanálisis y la pedagogía por lo menos, en casi imposibles: ambas se
proponen cambiar a los seres humanos. Sin embargo, las cosas no son
tan sencillas. Un psiquiatra conductista (en realidad, pavloviano), un
"pedagogo” como el padre del presidente Sehreber, los guardias de un
carnpo de concentración nazi o stalinista, los agentes del Minilove, y
O’Brien misino (Orwell, 1984)*. todos ellos actúan para cambiar a los
seres humanos -lográndolo a menudo-. En todos estos casos,, empero,
el fin de la actividad aparece ya completamente determinado en el
cerebro del agente: se trata de erradicar, en mente y alma del paciente,
coda huella de un pensar y un querer propios. El agente utiliza medios
igualmente determinados; tiene por tarea, además, controlar por com
pleto estos medios y los procesos de conjunto. (El hecho de que pueda
Tacasar, y el que las razones de un fracaso tal no sean en absoluto acci
dentales, es otra cuestión.) Una vez dadas las condiciones necesarias,
.ncluidas el saber del agente, dados también sus fines y lo que sabe o
:ree saber del paciente, el agente actúa, o debe actuar, del modo racio
nalmente más eficaz. Evidentemente, su saber también puede com
prender cierto conocimiento de los procesos psíquicos profundos, como
o ha mostrado Bruno Bettelheim en su análisis de los lineamentos
acionales del trato de los prisioneros en los campos de concentración
nazis: se trataba allí de quebrar en el prisionero su imagen de sí, de
lemoler sus hitos identificatorios. Antes de Bettelheim, y de manera
ndependiente, Orwell vio esto con claridad y penetración en 1984.
Son también estas consideraciones las que me hacen hablar de política,
16 C ornelius C astoriapis
al comentar la frase de Freud, y no de “gobierno” (Regierung) .‘“ gober
nar” a los hombres, por el terror o la suave manipulación, piiedé redu
cirse a una técnica racional con úna acción Zwechrationaly inátrúíhéti*
tal o racional de acuerdo con medios, en la expresión de Max Webér.
. Consideremos ahora el psicoanálisis: nada de lo que acaba de decir>
se puede aplicársele. Por abiertas que sean las discusiones sobre los
propósitos y los fines o el fin del análisis, el objetivo que el analista
stratá de alcanzar no puede definirse fácilmente en términos determi-
nádos y específicos. O’Brien alcanza su meta cuando Winston Smith
•rió sólo confiesa todo lo que le piden que confiese, sino que admite en
sí mismo que ama realmente a Big Brother. Se trata en este caso de un
Catado del sujeto (del paciente) que puede definirse y describirse clara
mente. Nada semejante puede decirse con respecto al fin del análisis.
(Considero aquí lo que llamaría proceso analítico “pleno” -y no
“ideal”-. Es cierto que la naturaleza del caso puede conducir al analista
a limitar sus ambiciones. Pero aun en esa situación no sabría él definir
de antemano hacia qué y hasta dónde quiere llegar.) Como se sabe,
Ffeud volvió en varias ocasiones sobre la cuestión del fin y de los fines
del análisis, dándoles definiciones diversas y aparentemente diferen
tes. Me detendré aquí en una de las más tardías, pues considero que es
la más rica, imponente y osada. Es la célebre Wo es war, solllch werden,
donde era Ello, Yo debo/ debe devenir. Ya he discutido y comentado in
extenso esta formulación en otro lugar4, por lo que me limito a resumir
mis conclusiones. Si -como por desgracia parece implicarlo la conti
nuación inmediata del texto de Freud- entendemos que esta frase quiere
decir: el Ello, el Es, debe ser eliminado o conquistado por el Yo, el Ich,
desagotado y cultivado como la Zuider Zee, nos propondríamos un ob-
jétivo inaccesible y monstruoso a la vez5. Inalcanzable, puesto que no
puede existir ser humano Cuyo inconsciente haya sido conquistado por
ló consciente, cuyas pulsiones estén sometidas a un completo control
pór parte de las consideraciones racionales, que haya dejado de fanta
sear y soñar. Monstruoso, dado que si alcanzáramos ese estado, habría
mos matado lo que hace de nosotros seres humanos, que no es la racio
nalidad sino el surgimiento continuo, incontrolado e incontrolable de
ttúestra imaginación radical creadora en y por el flujo de las represen
taciones, dos afectos y los deseos. Por el contrario, uno de los fines del
análisis es precisamente liberar este flujo de la represión a la que se ve
El. MUNIX1.FRAGMENTADO
decirse, recordando a Aristóteles, un ser capaz de gobernar y de ser
gobernado.
La pedagogía debe en todo momento desarrollar la actividad propia
del sujeto utilizando, por así decirlo, esta misma actividad propia. El
objeto de la pedagogía no es enseñar materias específicas, sino desarro-
llar la capacidad de aprender del sujeto -aprender a aprender, aprender
a descubrir, aprender a inventar-. Por supuesto, la pedagogía no puede
hacer esto sin enseñar ciertas materias, así como tampoco puede avan-
zar el análisis sin las interpretaciones del analista. Pero, al igual que
estas interpretaciones, las materias enseñadas deben ser consideradas
como escalones o puntos de apoyo útiles, no sólo para hacer posible la
enseñanza de un número creciente de materias, sino para desarrollar
las capacidades del niño de aprender, descubrir e inventar. La pedago-
gía también debe necesariamente enseñar, y desde este punto de vista
deben condenarse los excesos de varios pedagogos modernos. Mas dos
principios deben ser firmemente defendidos:
- todo proceso educativo que no apunte.a desarrollar al máximo la
actividad propia de los alumnos es malo;
< todo sistema educativo incapaz de proveer una respuesta razonable
a la posible pregunta de los alumnos: ¿y por qué tenemos que aprender
esto í, es defectuoso.
No puedo abordar aquí el inmenso tema de las relaciones entre psi
coanálisis y pedagogía. Pero hay que despejar al menos un malentendi
do. El psicoanálisis no postula la existencia de un ser humano intrínse
camente “bueno”, así como tampoco cree -es el caso de Reich, Marcuse
y algunos ideólogos franceses del “deseo”- que baste con dejar expre
sarse los deseos y pulsiones para arribar a la felicidad universal. Para el
psicoanálisis -como también, de hecho, para el sentido común y para
los pensadores que van de Platón y Aristóteles a Diderot-, un ser hu
mano, adulto necesariamente ha interiorizado un inmenso número de
restricciones externas que, a partir de ese momento, son parte integral
de la psique. Desde el punto de vista psicoanalítico, tal ser ha renun
ciado a la omnipotencia, acepta cjue las palabras no significan lo que
quisiera que significaran, reconoce la existencia de otros seres huma
nos cuyos deseos, las más de las veces, se oponen a los suyos, y así
sucesivamente. Desde el punto de vista social-histórico, ha interiorizado
yirtu^lmente la totalidad de la institución social mente dada y, de ma-
||0 v C o R U E t iu s C a s t o r ia w s
ñera más específica, las significaciones imaginarias que en cada socie
dad particular organizan el mundo humano y no humano, y le confie
ren un sentido.
Así, desde la perspectiva psicoanalftica, la pedagogía es (debe ser)
la educación del recién nacido que lo conduce al estado anteriormente
descrito, implicando éste la inhibición mínima de su imaginación ra
dical y el desarrollo máximo de su reflexividad. No obstante, desdé la
perspectiva sociál-histórica, la pedagogía debería educar a su sujetó de
manera tal que logre interiorizar -y, por lo tanto, haga mucho más que
aceptar- las instituciones existentes, cualesquiera sean éstas. Resulta
claro que llegamos de esta manera a una aparente antinomia, una cues
tión profunda y difícil. Esto nos conduce a la política, y al proyecto de
áútonomía como proyecto necesariamente social, y no meramente in
dividual.
Antes de abordar esta cuestión, una observación más sobre el térmi-
ino freudiano “imposibilidad” con el que comenzamos. La imposibili-
dád del psicoanálisis y de la pedagogía consiste en que ambas deben
apoyarse en una autonomía aún inexistente a fin de ayudar a crear la
Autonomía del sujeto. Esto se muestra, visto desde la lógica común, la
lógica conjuntista-identitaria, como una imposibilidad lógica. Pero la
^imposibilidad también parece consistir, particularmente en el caso de
da¡pedagogía, en la tentativa de volver autónomos a hombres y mujeres
dentro del marco de una sociedad heterónoma y, yendo aún más lejos
;én éste enigma aparentemente insoluble, ayudar a los seres humanos a
¡acceder a la autonomía a la vez que -o a pesar de que- ellos absorben e
interiorizan las instituciones existentes.
La solución de este enigma es la tarea “imposible” de la política
arrias imposible aún ya que debe, también en este caso, basarse en una
autonomía aún inexistente a fines de hacer surgir la autonomía. Este es
‘el ítema que ahora tendremos que abordar.
El psicoanálisis apunta a ayudar al individuo a devenir autónomo:
ds decir, capaz de actividad reflexiva y de deliberación. Desde este punto
de vista, pertenece en un todo a la inmensa corriente social-histórica
que se manifiesta en las luchas por la autonomía, al proyecto de eman
cipación del que la democracia y la filosofía también forman parte. Sin
embargo, como ya he indicado, el psicoanálisis, al igual que la pedago
gía, debe enfrentar desde el primer momento la cuestión de las institü-
EL MUNIX} FRAGMENTADO ll l
ciones existentes en la sociedad. En el caso de la pedagogía, esto se
manifiesta de inmediato. En el caso del psicoanálisis, el encuentro con
la institución existente es el encuentro con el Yo concreto del pacien
te. Este Yo es, en una parte decisiva, una fabricación social: está cons
truido para funcionar dentro de un dispositivo social dado y para pre
servar, continuar y reproducir este dispositivo -es decir, las instituciones
existentes- Estas no se conservan tanto por la violencia y la coerción
explícita sino especialmente gracias a su interiorización en los indivi
duos fabricados por ellas.
Las instituciones y laá significaciones imaginarias sociales son crea
ciones del imaginario radical, del imaginario social que instituye la
capacidad creadora de la colectividad anónima, tal como se manifiesta
de modo palmario, por ejemplo, en y por la creación del lenguaje, las
formas de familia, costumbres, ideas, etc. La colectividad sólo puede
existir en tanto instituida. Sus instituciones son una y otra vez su pro
pia creación, pero casi siempre, una vez creadas, aparecen para la co
lectividad como dadas (por ios ancestros,-los dioses, Dios, la naturale
za, la Razón, las leyes de la historia, los mecanismos de la competencia,
etc.). Así es como ellas se vuelven fijas, rígidas, sagradas. Siempre hay
en las instituciones un elemento central, potente y eficaz, de
autoperpetuación (sumado a los instrumentos necesarios a tal fin) -lo
que se llamaría, en psicoanálisis, de repetición-; el principal de estos
instrumentóles, corno ya se ha dicho, la fabricación de individuos con-
formistas. Llamó a este estado de la spciedad “heteronomía”; el héteros,
el otro, que ha dado la ley, no es sino la sociedad instituyente misma, la
que, por razones muy profundas, debe ocultar este hecho. Llamo autó
noma a una sociedad que no sólo sabe explícitamente que ha creado
sus leyes, sino que se ha instituido a fin de liberar su imaginario radical
y de poder alterar sus instituciones por intermedio de su propia activi
dad colectiva, reflexiva y deliberativa. Y llamo “política” a la actividad
lúcida que tiene por objeto la institución de una sociedad autónoma y
las decisiones relativas a las empresas colectivas. Es inmediatamente
evidente que el proyecto de una sociedad autónoma pierde todo sentb.
do si no es a la vez el proyecto que apunta a hacer surgir individuos
autónomos —y a la inversa-.
Existe efectivamente una esclarccedora analogía (no es, por cierto*:
una identidad o una “homología estructural”) entré las cuestiones y la§;
P8 • Cornelius C astoriaois
N o ta s
1 "Epilegómenos a una teoría del alma que pudo presentarse como ciencia.” en C.
Castoriadis, El psicoanálisis. Proyecto y elucidación.
2 La institución imaginaria de la sociedad, op. cit; Los dominios del hombre, op.
cit.
II
1 36 C ornelius C astoriadis
relativas a la propiedad) merece destacarse, así como su “ignorancia”
respecto de la cuestión de las mujeres: éstas, que cuentan entre las má¿
decisivas, marcan sus límites. Existen sin duda muchas otras cuest{p-r
n'es. Sólo menciono a aquéllas para combatir la confusión y el olvido
que caracterizan a nuestra época.
Esto no impide que -salvo para quienes consideran que el capitalis-
mo liberal es la forma por fin hallada de la sociedad humana, y quienes,
hegelianos o no, sueñan con el fin de la historia- las preguntas que, de
mañera explícita o implícita, ha suscitado la Revolución, así como las
que ha callado, sigan acompañándonos.
III
IV
CORNELIUS C a STORIAPIS
ël que repite Solyenitsin, simplemente invirtiendo los signos algebraicos.
(Señalemos al pasar que el paralelo entre Luis XVI y Nicolás II es am-
pitamente desarrollado por Trotski7.) Repite también, evidentemente,
Sü metafísica subyacente: la fatalidad de la “Rueda roja” se asemeja
COtííó una hermana al determinismo de la “dinámica interna del proce
so revolucionario”, caro a Lenin y Trotski. La obsesión de Lenin con él
■‘precedente” francés (del que evidentemente se ha fabricado una ima
gen a medida de sus propósitos y falsa dé un extremo al otro), su expli
cita identificación con los jacobinos, su idea fija de “Termidor” son
■ conocidas. Su frase “si un Termidor se vuelve inevitable, lo haremos
nosotros mismos”, pensándolo bien, lo dice todo,: mantener el poder
pase lo que pasé, sin importar para qué. Pero esta imitación grotesca y
siniestra de un pasado caricaturizado dista en mucho de poder crear
qna “naturaleza común”.
; La obsesión con una esencia.de la Revolución como tal, común a
tos procesos francés y ruso, esencia angelical para la ideología comu
nista, diabólica para Solyenitsin, hace a este último perder de vista lo
esencial, Bajo su pluma desaparecen los pueblos como agentes activos
(lúcidos o no, poco interesa aquí) de su historia. Desaparecen también
lás decisivas diferencias entre los acontecimientos de Francia y los de
?Rú$ia. Desaparecen, por último, las diferencias en sus resultados.
En efecto, el movimiento de las sociedades y las actividades com
plejas de los hombres se encuentran disueltos entre, por una parte, una
serié de exacciones y crímenes cometidos por locos y bandidos y, por la
Offa, él “torbellino que apresa” casi todo, la “Rueda roja”. Apenas son
hombrados de manera esporádica algunos grupos sociales, los que pare
cen actuar solamente por reflejo ó bien aprovechan las oportunidades
dé entregarse a crímenes y rapiñas, lo que, como bien se sabe, es propio
dë' las “multitudes”. El “despertar popular”, la “actividad excepcional
délas masas populares”, para retomar las expresiones de François Furet,
hó éxisteñ para él o bien son tratados como pura anarquía y desorden.
Así, Solyenitsin producé la ablación de, hasta el momento, el único
título de entrada, en la historia de su país, la historia de la libertad: la
creación de los soviets, en 1905 así como en 1917, seguida de la Crea
ción de los comités de fábrica. Son nuevas formas de poder colectivo
democrático (los consejos de fábrica, sabemos, serán recuperados por
la Revolución húngara de 1956) que no coinciden en absoluto con el
El mundo fragmentaix-) Nr
poder bolchevique, el cual tratará de apropiárselas, hallará a menudo
resistencia por parte de las mismas, y no logrará emascularlas y domes-;
ticarlas por completo más que aí cabo de cuatro años. yi:
. Ahora bien, este hecho mismo devela una de las diferencias esen*
cíales (no descriptivas) entre lo que sucedió en Francia y lo que suce-j
dió en Rusia. Esquematizando en verdad enormemente, puede decirse,
que en Francia no aparece al comienzo y durante largo tiempo un ven'
d¡adero clivaje entre las capas sociales que hacen la Revolución y los
“representantes" políticos. Como se ha dicho ya, a partir del fin de
1.792 el pueblo se retira. Desde ese momento, sólo quedan en escena
tos activistas de las secciones, parisienses en su mayoría, que reprimirá
el .poder de Robespierre en otoño de 1793 y luego, nuevamente, en la
primavera de 1794. Pero hay en Rusia una enorme „brecha que
Solyenitsin, exactamente del mismo modo que la historiografía bol-; ;ít
chevique, oculta. Febrero; no es bolchevique -y octubre no es popu
lar-.. Existen dos vectores en los acontecimientos de Rusia. El desmo
ronamiento del zarismo es efecto de un inmenso movimiento de obreros
y soldados, extendido de inmediato al campesinado que, como se sabe,
vuelve a tomar, por sorpresa a los bolcheviques, y que de inmediato se
proporciona formas de organización autónomas: los soviets. La lógica
de este movimiento no es por cierto el poder totalitario de un partido
único. Por el otro lado se encuentra Lenin y su partido -muy débil al
comienzo-, que apunta a conseguir el poder absoluto y se organiza para
apoderarse de él. Éste partido es ya un miCro-Estado y un micro-ejérci
to. Si bien logra adquirir una fuerte influencia en el soviet de Petrogrado
y los soviets obreros, es fuertemente minoritario cuando -en octubre-
torna el poder. Desde entonces, el totalitarismo en germen se expande
rápidamente: se vuelve de hecho Partido/Estado/Ejército, y “resuelve"
todos sus problemas con el terror. En vano se buscará en sus activida
des ralguna.creación institucional que posea interés y sentido. O. más
v.?b^|>^iJb^^i^arpreaci^n. es. precisamente el totalitarismo, acompañado
pqtda reconstrucción de un aparato de Estado y militar y, quince años
^más^arde, ppr la construcción de la industria sobre millones de cada-
-véresj jRerp sólo podrá hacer esto destruyendo de hecho a los soviets
i .^apjbpfándose impúdicamente a la vez de su nombre-quitándoles todo
transf ° rrnarl ° s (no hallar una
e.ñ correa de transmisión por algún tiempo y lúe-
Octubre de 1989
LOGOS
¿El fin de la filosofía?’"
E l MUN1X1 FRAíiMliNTAlXi Wl
de decadencia que comienza en ese entonces haya producido dos de. los
mayores filósofos que hayan existido, Platón y Aristóteles- si bien Platón
el matricida se crió y se formó bajo la democracia.
Con Platón comienza la torsión (y distorsión) platónica que desde
entonces ha dominado la historia de la filosofía o por lo menos su co
rriente principal. El filósofo deja de ser un ciudadano. Sale de la polis,
o se alza por sobre ella, y dice a los ciudadanos qué tienen que hacer, lo
que él deduce de su propia epistéme. Busca, y cree encontrar, úna onto
logía unitaria -es decir, una ontología teológica-. En el centro de esta
ontología, como de todo lo demás, ubica la metaidea de lo determina
do (peras, Bestimmheit). De esta ontología trata de derivar, el régimen
político ideal. Y más tarde (con los estoicos y, mucho más, con el cris
tianismo) santifica la realidad, es decir, comienza a racionalizar lo exis
tente en todos los ámbitos.
Nos es posible demorarnos apenas en el largo período intermedio.
Tiene lugar un nuevo nacimiento en Europa occidental, durante los
siglos XÍl y XIII, con la emergencia de la protoburguesía y la constitución
de las colectividades políticas -las nuevas o renovadas ciudades- que
quieren acceder al autogobierno. A partir de ese momento, la filosofía,
si bien situada bajo pesadas restricciones teológicas, vuelve a'conver-
, tirse en parte fundamental del movimiento emancipador de Occiden
te, sin liberarse, empero, nunca por completo en su corriente central
de la torsión platónica.
A partir del siglo XVi, la lucha se vuelve manifiesta en el interior de
la filosofía misma. De este modo, la galaxia en despliegue de la filosofía
europea, desde Occam y Duns Escoto hasta Husserl y Heidegger, pre
senta constantemente caracteres antinómicos. La filosofía participa en
ocasiones de los combates por la emancipación; las más de las veces,
permanece indiferente a ellos, y los mira en ciertos casos con hostili
dad y desprecio. La actitud predominante sigue siendo, bajo formas
diversas, la que conduce a construir sistemas, sacralizar la realidad y
mirar la colectividad desde arriba. Esto a veces desemboca en tos más
extraños iresultados, como el de los pensadores “críticos" Marx y
Nietzsehe, quienes, sin duda, comparten la mentalidad de la sancta
rédito*(leyes-de la historia, “inocencia del devenir”, etcétera). Duran
te todo este período, la principal contribución de la filosofía al movi
miento emancipador no se halla tanto en los “contenidos” de las filo-
* Las ideas de este texto han sido expuestas primeramente en ocasión de una
conferencia en la Universidad Goethe de Francfort, en noviembre de 1986. La
versión aquí publicada es la de una conferencia dictada en el Skidinore College
{octubre de 1988) y publicada en Sfllmagtmdi N ° 82-83 (primavera-verano de
1989).
El m u n d o fr a g m e n t a d o 171
más radical, por qué hay unidad y unicidad del tiempo-si la hay-: son
éstas preguntas para las que sólo es posible una tentativa de respuesta
muy compleja. La situación al respecto es idéntica a la concerniente al
ser y, si pienso acertadamente, por las mismas razones profundas.
He hablado de tiempo subjetivo y objetivo. ¿Por qué retomar y vali
dar esta vetusta y banal distinción entre lo subjetivo y lo objetivó?
Volveré más adelante a esta cuestión. Por el momento, afirmo que hay
ser como sujeto, o que hay seres que son sujetos, á saber, que son para sí
mismos. Por ejemplo: nosotros. Pero un sujeto no es nada si no hay
creación de un mundo para él en una clausura relativa. Este mundo
(receptáculos, elementos, relaciones, etc.) es lo que es para el sujeto, y
no sería así y tal como es si no hubiera un sujeto y ese sujeto (y/o esa
clase de sujetos, etc.). Esta creación siempre es creación de una multi
plicidad. Sólo podemos encontrar esto ante nosotros y constatarlo; no
podemos producirlo ni deducirlo. Esta multiplicidad se despliega siem
pre en dos modos: el modo de lo simplemente diferente, como diferen
cia, repetición, multiplicidad ensídica (eonjuntista-identitaria); y el
modo de lo otro, como alteridad, emergencia, multiplicidad creadora,
imaginaria o poiética (véase Nota al final de este texto).
Pero afirmo también que la subjetividad no agota el ser (a menos de
dejarse llevar uno por un delirio solipsista absoluto). Ante todo, ¿de
qué sujeto se trata? Hay otros sujetos y modos de ser sujeto; no hay
ninguna posibilidad de que yo llegue a construir la organización y el
funcionamiento existentes y eficaces para sí de un cocodrilo o de un
panal de abejas como producto de mi conciencia (trascendental). Asi
mismo, tampoco puedo olvidar que el mundo del panal implica nece
sariamente el mundo de las plantas con flores; o -para detener aquí
una sucesión ilimitada de inferencias- que el mundo de las plantas se
relaciona con ciertas propiedades de la materia inorgánica o con tas
posibilidades que ella ofrece. Es cierto que todo lo que voy a decir
sobre todo esto también está codetermínado, coorganizado de manera
decisiva por mí en tanto sujeto. Pero -y volveré sobre este argumento-
aunque piense la organización que en tanto sujeto pensante impongo
yo a lo que es, o la organización que los seres vivos en general al mismo
tiempo exhiben en sí mismos e imponen a su mundo, sigue siendo cier
to que ni una ni otra podrían existir si el mundo, como tal, en sí, no
fuera organizable. Los sujetos no pueden existir fuera de un mundo, ni
II
El m u n ix ) f r a g m e n t a d o 179
tiempo, todos los animi debían ser dotados a priori no sólo de una capa
cidad abstracta de medir el tiempo sino también, de la capacidad de
medir el mismo tiempo y estrictamente de la misma manera. Señale
mos a! pasar que, en esta perspectiva, la existencia de un fluir del
tiempo con igual dirección para todos los sujetos debe considerarse
como un simple hecho, que no puede ser sometido a elaboración o
elucidación ulterior. Es tal la estructura de la subjetividad que ésta
vive prestando atención..., expectante y rememorante (en Husserl:
atención, retención, protención; en Heidegger: lo anticipado, la me
moria, lo presente), y con igual orden de. los acontecimientos para
todos. El contenido concreto de este orden para mí debe ser el mismo
contenido concreto del orden para ustedes. Esto parece serle eviden
te a Agustín (así como, en verdad, a casi todos los filósofos), dé ma
nera que no menciona siquiera el problema. Pero también: la medida
debe establecerse con los mismos patrones, y conducir a los mismos
resultados sin ningún jalón externo. Así, el animus -todos los animi,
o el animus como tal- debe ser de modo tal que todas las operaciones
de medida deban ser idénticas, de manera totalmente independiente
de toda “cantidad” y “cualidad” de los recuerdos acumulados en cada
caso particular. Entonces ¿por qué hacer siquiera mención de estos
recuerdos? ¿Y por qué dirigirse siempre al animus como animus meus,
como lo hace Agustín (lo que pasará a ser el je meine, je eigene de
■ Heidegger) í Pero incluso en eí caso de un animus único ¿qué podría
garantizar la identidad de sucesivas medidas del mismo lapso, o el
carácter comparable, con respecto a la medida, de lapsos diferentes,
los que indudablemente se hallan cada uno de ellos llenos de recuer
dos diferentes?
Permítaseme aquí una digresión. ¿Vamos a morir tras haber nacido
porque expectamos la muerte y rememoramos el nacimiento (Tal y
Qéworfenheit de Heidegger)? Proposición absurda ésta en su conjunto,
y falsa o poco rigurosa en su segunda parte. No recordamos nuestro
nacimiento; estrictamente hablando, propiamente, eigentlich, no sabe-
mós que hemos nacido. El Dasein no sabe de sí y por sí mismo que ha
venido al mundo; simplemente se lo dijeron, y ha visto nacer a otros.
Asimismo, él Dasein tampoco sabe eigentlich que morirá; se lo dijeron, y
ha visto morir a otros. Nada hay en mí, nada mío y propio, que me diga
qü'e hé habido y que moriré -nada “psicológico” y nada “trascenden-
;$ $ (! GORNEfcRJS C a STORIAOIS
tal”-. El hecho de que nací y moriré es un saber esencialmente social,
que me es transmitido/impuesto (y que, por supuesto, el núcleo tnásí
íntimo de la psyché ignora sin más). ;
Volvamos a las aporías del abordaje subjetivo. Dentro del encuadre
teológico de Agustín, podrían allanarse las dificultades por construc
ción divina (¿qué podría no serlo?) Esta vía se encuentra cerrada para
un filósofo (para Husserl, para Heidegger, etc.). Pero, aun para Agustín
el teólogo sigue estando en esta vía llena de trampas, puesto que basa
claramente el conjunto de su argumentación en nociones estrictamen
te subjetivas (memoria, etc.) Por consiguiente, las propiedades de los
sujetos equivalentesá priori deben ser objeto de un postulado a i hoc. La
Cuestión es importante porque, dentro de un marco diferente, persiste,
después de Kant, en Husserl y Heidegger, en donde se vuelve imposible
de analizar.
Resulta útil mostrar este punto en el caso de Kant. Para Kant, el
tiempo en tanto forma a priori de la intuición fuerza (por así decirlo)
todo lo que aparece, externo o interno, a entrar en una dimensión
única dé sucesión. La imposición de esta forma a todo lo que aparece
(los fenómenos) requiere de la mediación de un esquema trascenden
tal, dado por la imaginación trascendental. Este esquema es la “línea”.
Asistimos aquí a un visible desplazamiento de la problemática del tiem
po hacia la problemática del espacio. Pero incluso este desplazamiento
tampoco alcanza. Una propiedad fundamental del tiempo (de toda es
pecie de tiempo) es la irreversibilidad, y no hay nada irreversible en
una línea: el orden total sobre el intervalo [abierto o cerrado] (x, y) es
isomorfo al orden total sobre el intervalo (y, x). Pero también el tiem
po debe ser, además, medido. En el caso del espacio, puede aceptarse la
idea de una medida sin soporte externo (como se hace por ejemplo en
matemática): la intuición pura compara segmentos, los encuentra igua
les o desiguales, y así sucesivamente. Pero esto presupone que los seg
mentos pueden ser superpuestos o vueltos congruentes (en la intuición
pura). Sin embargo, los segmentos de la “línea del tiempo”, por su na
turaleza misma, no son superponibles. ¿Cómo pueden ser entonces com>
parados de manera válida, y cómo podría medirse el tiempo? Sin algo
inherente a tos fenómenos como tales, que el sujeto trascendental nó
puede dar, es decir, sin la existencia de la repetición efectiva de pares>
equivalentes de ocurrencias fenoménicas de los que pueda postulabe
EL MUNIX'» FRAGMENTAIS)
racionalmente que se encuentran separados por intervalos equivalen*
tes» no puede haber medida del tiempo -así como tampoco experiencia
física (Erfahrung) en el sentido de Kant.
Importa destacar que ni Aristóteles ni Agustín pueden mantener su
pQsip.ión hasta el final* •
; He recordado más arriba dos formulaciones de Aristóteles que am
biguamente ligan el tiempo con la actividad del alma (Fis, IV, 11, 219
a 22¿25, 26-29). Pero hay más. Si nada cambia en nuestro espíritu, o si
elcarnbip escapa a nuestra atención, nos parece (dokei) que no ha trans
currido tiempo. Pero si hay “un movimiento del alma”, aun estando en
la oscuridad y sin que nada afecte nuestros cuerpos, nos parece de in
mediato que ha transcurrido tiempo (Fis. IV, 11, 218 b 21-219 2 y 219
a 4-6). Así, el alma no puede percibir el tiempo a menos que haya un
cambio para ella; pero también, ella misma puede producir el cambip
(el “movimiento” ) por el cual le es dado el tiempo. Y cuando, al final
de su investigación, Aristóteles discute la aporía: ¿habría tiempo si no
hubiera alma?, su respuesta suscita más dificultades de lo que |os intér
pretes quisieran admitir. Sin un sujeto que mide -dice explicando la
aporía- no puede haber numero (y el tiempo -recordemos- es el nú
mero del movimiento). Por consiguiente, “si ninguna otra cosa tiene
en su naturaleza (pephuken) la posibilidad de medir, salvo el alma y el
espíritu del alma, es imposible que el tiempo sea si el alma no es, ex
cepto para lo que concierne al sustrato del tiempo (ho pote on), de la
misma manera que sería posible para el movimiento ser sin el alma”.
En un mundo sin alma habría movimiento porque la phusis es movi
miento; por esta razón existiría también el “sustrato” del tiempo; pero
no habría tiempo en el sentido pleno -en el sentido dado por la propia
definición de Aristóteles- puesto que éste exige numerar” o “medir”.
Las;dificultades de esta solución se encuentran ligadas con las dificul
tades; miás generales de la fundamental distinción aristotélica entre po
tencia y,acto,que no puedo discutir aquí. Pero podemos concluir que,
para .Aristóteles: a) el alma misma puede producir un sustrato para el
tiempo por intermedio de su propio movimiento (lo que no causa sor
presa dado que la psyché es phusis o bien está fuertemente ligada con
élla)* y bj).;la actualización (pasaje de la potencia al acto) del tiempo
comq medida del movimiento, implica la actividad del alma-
Las eóspisjsop más sencillas con Agustín, quien se contradice abierta
(p'ASTORlAPIS
e ingenuamente. Unas páginas más lejos en las Confesiones, retomando
la discusión de la creación, afirma directamente: “Tú (Dios), a partir
de esta casi nada (paene nihilo, la informitas inicial creada antes que
todo el resto) Tú has creado todas las cosas en las que este mundo
mutable (mutabilis) subsiste y no subsiste, donde aparece la mutabili
dad misma, donde el tiempo puede ser percibido (sentiri) y medido,
pues los tiempos están hechos gracias a las mutaciones de las cosas,
cuando las apariencias (species) varían y cambian (vertuntur)”, (L XII,
VIH* 28-32; cf. ibíd, IX, 13-15). Pero ya había escrito anteriormente:
(L XI, XI, 4^10): ■‘¿Quién podría nunca decirme que, si todas las apa
riencias fueran suprimidas y anonadadas, y sólo debiera quedar la
informitas a través de la cual todo varía y cambia de una forma en otra,
esta informitas presentaría las vicisitudes del tiempo? Esto es absoluta
mente imposible, pues no hay tiempo sin la variedad de las mociones,
y allí donde no hay forma no hay variedad”. Aquí el tiempo ha dejado
de ser la simple distentio animi, la extensión de mi espíritu; es aquello
en lo que las formas veruntur, cambian unas en otras, es producido por
esta mutación de las formas y estrictamente dependiente de ella. En
otros términos, Dios debe crear el tiempo a la véz que da forma a la
informitas inicial creada por El. (Es evidente que todo esto es una pará
frasis del Timeo de Platón con oropeles del Antiguo Testamento.) Y rio
se trata aquí de un lapsus de Agustín: él debe decir esto, puesto que la
creación es una historia que se despliega en el tiempo (en un tiempo
cósmico, desde el punto de vista de aquí abajo, diesseits), y donde la
creación del alma tiene lugar a b último.
III
El tiempo pertenece a todo sujeto -a todo ser para sí-. Es una forma
del autodespliegue de todo ser para sí. El ser para sí (por ejemplo, todo
ser vivo) es creación de un interior, es decir, de un mundo propió;
mundo organizado en y pdr un tiempo propio (Bigenzeit). No se trata
aquí de una deducción ni de una explicación. Consideramos esto cornò
un hecho que exige elucidación.
Este hecho es totalmente evidente para nosotros, como dató prima
rio, en el caso de la psique humana -tanto inconsciente comò cohs-
E l m ó n d o fr a ü m e n t a o o 18 5
aspectos. La sociedad se apuntala -y siempre debe apuntalarse- en el
primer estrato natural en lo que concierne a la dimensión identitaria
(ensídica) de sus creaciones. (Lo dicho vale para todo ser para sí.) Me
atrevo a pensar que una verdadera consideración de este hecho nos
obliga a admitir las dos proposiciones cardinales -y, a mis ojos, évident
tes- que he mencionado al comienzo de este texto y que deberían pó^
ner fin a la eterna disputa filosófica entre subjetivismo y objetivismo*
ubicando en un nuevo terreno la cuestión a la que estas concepciones
intentaban responder:
Las sociedades conocen (como el zorro y el puercoespín) algo al.
menos del mundo. De no ser así, no podrían existir. Pero esto implica
que, al menos en algunos de sus aspectos, el mundo es cognoscible, se¡
presta a algún conocimiento (el que éste sea empírico, relativo, eto
carece de total pertinencia para la presente discusión). Las sociedades
construyen su mundo cada vez -pero esto conlleva la existencia de
algo que en sí mismo posee esta cualidad, independientemente de toda
construcción: el ser constructible (por cierto, en parte)-.
Pero si nos ubicamos en un punto de vista último, no estamos en lá
situación de poder separar enteramente y desentrañar rigurosamente
lo que se origina, en estas construcciones, en el sujeto constructor -eri
este caso particular, la sociedad- y lo que pertenece al mundo en sí, a
lo que está allí. Nuestro esfuerzo por lograr esta separación no es por
cierto estéril ni carente de sentido (muy por el contrario), pero está
condenado a ser interminable.
Podemos mostrar esto con mayor precisión en el caso de la instituí
ción social del tiempo.
La sociedad se crea -se instituye- a lo largo de dos dimensiones;
tejidas a la par: la dimensión conjuntista-identitaria (ensídica) y 1^
dimensión propiamente imaginaria, o poiética. Ella crea la lógica y la
aritmética corrientes, ordinarias, y objetos dotados de propiedades e$&
tables y permanentes; es ésta la dimensión identitaria (ensídica) delà
institución y de todas las significaciones encamadas por ella. La socie*
dad nunca habría podido hacer esto sin apuntalarse sobre el primer
estrato natural, a saber: la capa inmediatamente accesible del mundo;
tal como es dada a los humanos en razón de su constitución animal.
Para decirlo brutalmente, la existencia de sociedades prueba que hay
en el’mundo en sí -al menos, en el primer estrato natural- algo que
El munixi fragmentado
independiente de toda apoyatura sustantiva sobre el primer estrato
natural: es pura creación de la sociedad considerada (compárese, por
ejemplo, el tiempo cristiano y el tiempo hindú o budista). Teniendo
en cuenta las implicaciones más generales de este hecho, nuestra pre-
gunta filosófica acerca del mundo puede formularse del modo más
penetrante. Relativamente al tiempo identitario, como también al
conjunto del edificio de objetos y relaciones identitarias erigido por
la sociedad, preguntamos: ¿cómo debe ser el mundo para que este
edificio pueda erigirse? La única respuesta posible es: el mundo debe
contener el equivalente (misterioso, por otra parte) de una dimen
sión identitaria. Por ejemplo, las vacas y los toros engendran y, a ni
vel social funcional, no pueden engendrar otra cosa que terneros y
terneras -dejando de lado lo que puedan significar toros y vacas en la
religión o las representaciones de la tribu-; y los astros retornan pe
riódicamente, sean ellos dioses, luminarias creadas por Dios o masas
de hidrógeno y helio.
Relativamente al tiempo imaginario, como a todo el edificio de
significaciones imaginarias erigido por cada sociedad, preguntamos:
¿cómo debe ser el mundo, en sí mismo, para que esta sorprendente e
ilimitada variedad de edificios imaginarios pueda erigirse? La única
respuesta posible es: el mundo debe ser tolerante e indiferente res
pecto de todas estas creaciones. Debe poder darles un lugar a todas
ellas y no impedir, favorecer o imponer una cualquiera en compara
ción con las demás. En síntesis: el mundo debe ser carente de senti
do. Es solamente porque no hay una significación intrínseca al mun
do que los humanos deben y pueden dotarlo de esta extraordinaria
variedad de significaciones fuertemente heterogéneas. Porque no hay
ninguna voz atronando detrás de las nubes y ningún lenguaje del Ser
es que ha sido posible la historia. (Lógicamente, las religiones -espe
cialmente las religiones reveladas- afirman lo contrario. La desgracia
es que hay demasiadas.) Y hoy día, la prevalencia en la significación
imaginaria occidental de la expansión ilimitada del seudodominio
seudorracional se hace posible por la ubicuidad de la dimensión
identitaria del mundo (sobre la que se apoyan sus realizaciones prác
ticas), la que, como tal, carece de sentido.
El m u n d o f r a g m é n t a ix 'i 193
tas otras dimensiones de esta multiplicidad Oseudofisica. Tales propie
dades podrían ser, por ejemplo:
a) las producciones son irreversibles; es decir, la inversión de la
estructura de orden total impuesta a la dimensión “tiempo" es imposi
ble o carente de sentido; .
b) existen propiedades distinguidas {elementos y construcciones)
que permanecen invariables a lo largo de esta dimensión, es decir, pro
piedades que son conservadas a lo largo de este tiempo “espacial" (por
ejemplo, la cantidad de “materia-energía” y, en este momento, algunas
otras cantidades más exóticas de la física cuántica);
c) ciertos “subconjuntos” y “producciones1’, llamadas procesos, no
son transportables a lo largo de esta dimensión.
Tenemos entonces una multiplicidad cuatrí- (on-) dimensional,
construida a partir de lo idéntico y lo diferente (o sea, idéntico repeti
do), que podemos pensar y elaborar haciendo abstracción de todos sus
contenidos concretos, (Las cosas devienen más complicadas con la
relatividad general, en donde la medida del “tiempo” depende de la
estructura “espacio-temporal” total del universo, la que a su vez depen
de del “contenido” del universo en materia-energía. Pero penetramos
aquí en los enigmas cosmológicos a los que ya se ha aludido.)
En el caso de la alteridad, empero, no podemos hacer abstracción de
lo que es cada vez otro; no podemos pensar la pura alteridad como tal
La alteridad también aparece de hecho en el espacio, pero no hay espa
cio puro, abstracto, de la alteridad. La alteridad es siempre la alteridad
de algo relativamente a otra cosa (ti y alio ti -etwas anderes, no etwas
verschiedenes). Sentimos la alteridad en el momento en que nos ena
moramos (o descubrimos que nos hemos enamorado) como con todo
súbito cambio de humor, o con la emergencia de otra idea, o leyendo
El castillo después de Madame Bovary, o al mirar focos del Partenón y de
la catedral de Reims, o incluso, al mirar una roca y descubrir súbita
mente un gusano moviéndose sobre ella.
Así, no tenemos en este caso un receptáculo que pudiera ser colma
do o no por elementos indiferentes. La dimensión a lo largo de la cual
aparece la alteridad siempre es consustancial y coemergente con lo que
emerge como otro en relación con algo. Es inseparable de esto, es inse
parable de las formas o de los acontecimientos que hacen ser la alteridad
y hacen de ella cada vez una alteridad otra. Las diferencias en las posi
194 C o r n e l iu s C a s t o r ia d is
ciones de Marte y Venus en relación con la Tierra son comparables (y,
por lo tanto, medibles en el espacio-tiempo identitario). La alteridad
que separa Gaspar de la noche de los Cuartetos Rasumovsky y estos últi
mos de El arte de la fuga no es comparable, y la distancia cronológica
entre estas obras (medidas en tiempo identitario, calendario) no*nos
ofrece sino jalones externos. La alteridad es irreductible, indeductible
e improductible.
Por cuanto la forma que emerge en cada caso es otra, ella trae con
sigo -es consustancial con- su tiempo propio. Hay otro tiempo pata
cada categoría o clase de alteridad. Y surge la cuestión de un tiempo
propio de cada instancia o realización de la forma nueva -aun si ella es
única-. El tiempo de la célula sin duda no es el tiempo del organisíno
en su conjunto; pero también el tiempo de La educación sentimental no
es el mismo que el tiempo de Endgame. El éncastre/inclusión, la inter
conexión, el mutuo engranaje de estos tiempos es un tema inmenso
que no puede ser abordado aquí. Como emergencia de la alteridad -de
lo que no puede ser producido o deducido de lo que allí está- el ser es
creación; creación de sí mismo, y creación del tiempo como tiempo de
la alteridad y del ser. Y la creación implica la destrucción -aunque más
no fuera porque una forma otra altera la forma total de lo que allí está.
La diferencia y el espacio abstracto son solidarios, pero son exterio
res a lo que es cada vez diferente: por ejemplo, dos puntos. Así, pode
mos pensar el espacio abstracto haciendo abstracción precisamente de
todo contenido particular: la matemática. La alteridad y el tiempo son
solidarios. Pero la alteridad y el tiempo no son exteriores a lo que es,
cada vez, otro. No podemos pensar la pura alteridad como tal. Un es
pacio vacío es a la vez un concepto matemático legítimo y una posibi
lidad de nuestra intuición (“pura”). Un tiempo vacío no es nada-o no
es sino una dimensión “espacial” adicional de la que, si la considera
mos como tal no podemos tener una intuición de ella y, simplemente,
no podemos pensar-. Añadiré que, independientemente de toda posi
bilidad o imposibilidad de nuestra intuición, un tiempo vacío no pue
de ser.
El tiempo es el ser por cuanto el ser es alteridad, creación y destruc
ción. El espacio abstracto es el ser por cuanto el ser es determinidad,
identidad y diferencia.
Se vuelve indispensable en este punto una larga digresión. He ha-
196 C o r n e l iu s C a s t o r ia o is
cap. IV de La institución imaginaria de la sociedad.) Hay espacio poiético,
espacio que se despliega con y por la emergencia de formas. Como hay
tiempo identitario, tiempo ensídico incorporado en el tiempo poiético
o imaginario. Y el límite de este tiempo identitario es el que en vano
tratamos de alcanzar cuando tratamos de pensar la diferencia entre el
éstado E y el estado E’ de un puro gas de fotones. Aun en este caso, sin
duda habría una diferencia, que sería descriptible por y para un obser
vador ultrafino y ultrapoderoso -cuya aparición, empero, destruiría
inmediatamente el estado del universo como puro gas de fotones; ade
más, por sus observaciones y actos subjetivos, sería la única fuente de
sentido para un antes y un después ligados con los estados del gas.
¿Existe entonces la posibilidad de una distinción esencial entre tiem
po y espacio, más allá de la evidencia vivida de esta diferencia, más
allá de la reducción objetivista del tiempo al espacio abstracto, y más
allá del esquive positivista de la pregunta? Pienso que esta posibilidad
existe* y que resulta de su relación distinta con la alteridad y la altera
ción.
Digo: la emergencia de las formas es el carácter último del tiempo;
el antes y el después son dados por la escansión de la creación y la
destrucción. Sobre esta vía podemos, en un sentido, elucidar la irrever-
sibílidad. A lo largo de la dimensión indiferente, ensídica del tiempo,
más allá de la repetición medible pero reversible de lo idéntico cómo
sucesivo, emergen o son destruidas formas (|no: se encuentran termo-
dinámicamente desorganizadas!). La dirección según la cuál se
incrementa la desorganización de lo ensídico (entropía) y emergen y
son destruidas formas en tanto formas nos da una flecha del'tiempo.
(Las formas como tales no son destruidas por la entropía creciente. El
enunciado “el Imperio Romano se desmoronó en función de la segun
da ley de la termodinámica” carece de sentido.) ¿Podríamos invertir
esta flecha? Si nos limitamos a la dimensión identitaria o.énsídica, esta
inversión es posible, si bien prodigiosamente improbable. Pero si to
mamos en cuenta las formas, la idea de una inversión pierde su senti
do. Existe una probabilidad finita (aunque, en la práctica, cercana a
cero) para que la gota de tinta que se diluye en un vaso de agua vuélva
a condensarse de manera espontánea en el sitio del que cayó al princi
pio. Pero no hay ningún sentido en la idea de que Proust podría haber
escrito En busca del tiempo perdido antes de Jean Santeuil; o que Aterías
198 C o r n e l iu s C a s t o r ia o is
pectiva del espado es esencialmente deficiente. Considerado como tal,
el ser de una forma no se refiere ni está ligado con una sucesión cual-
quiera, a un pasado/presente/futuro; del mismo modo, tampoco necesi-
ta tiempo para aparecer como tal. (La forma como tal implica el espa
cio, la multiplicidad simultánea. No implica eltiempo, la multiplicidad
sucesiva; su emergencia es la que requiere el tiempo y escansiona el
tiempo.) Podemos destacar aquí que, en una extraña reversión, típica
del pensamiento heredado, este hecho ha sido considerado desdé Platón
como "fundante" del carácter “derivado" del tiempo.
Podemos expresar esta idea todavía de otro modo.
Si no emergieran nuevas formas, no podríamos decir que el espacio
ha dejado de ser, así como tampoco siquiera que se hubiera convertido
en espacio abstracto, ensídico. Podemos Concebir un espacio heterogé
neo, lleno de formas inmutables, donde cada una es otra de todas las
otras, donde nada ocurre. (Un mundo platónico de las ideas podría
ofrecer un modelo al respecto.) Si un viajero debiera explorar ese espa
cio y encontrar sucesivamente otras formas, nuevas para él, siempre se
trataría dé sus propios descubrimientos; nunca ocurriría nada, excepto
su (imposible) viaje y los cambios en sus estados subjetivos, escansiones
de ese tiempo subjetivo sin relación con el mundo que visita. Es éste,
más o menos, el viaje del alma platónica en el mundo supracéleste.
Pero podemos decir que sin la emergencia de la alteridad, sirria
creación/ destrucción de formas, no habría tiempo (excepto en el sen
tido puramente ensídico e imposible indicado antes. Llevando ésta idea
a su límite, podemos decir que no habría nada, puesto que ninguna
forma habría emergido jamás.
En este sentido, el tiempo está esencialmente ligado con la emer
gencia de la alteridad. El tiempo es esta emergencia como tal -mien
tras que el espacio es “solamente" su acompañante necesario-. El tiem
po es creación y destrucción -el tiempo es ser en sus determinaciones
sustantivas.
200 X íO RN Eiius C a s t o r i a o is
derar los modos de esta autoalteración y los modos de ser que hacen
surgir.
¿El ser es en tanto alteridad?.Sin duda alguna; si tal no fuera el caso,
no habría un ser-sujeto (una niultiplicidad indefinida de seres^sujetos y
una multiplicidad indefinida de modos de ser-sujeto), que cree cada
vez su propio modo de ser y su propio mundo (y tiempo) y, por ejem
plo, que piense el ser y hable de él. Sin la alteridad, no habría ñingima
pregunta del ser. No sólo no habría nadie que planteara la pregunta
sino que, si ésta fuera formulada por así decirlo en el vacío, la respuesta
sería simple: el ser sería un conjunto, o un.corijunto de conjuntos, y en
este caso ser y modo de ser coinciden, como también coinciden la po
sibilidad y la efectividad. Matemáticamente, lo que es posible es a se
cas; y algo no es si y sólo si éste es imposible. Los elementos de un
conjunto son si y sólo,: si puede definirse, de manera consistente, el
conjunto del que son elementos.
La multiplicidad del ser es un datura primario, irreductible. Es dada.
Pero también es dado que esta multiplicidad existe por una parte, como
diferencia, por otra, como alteridad. Por cuanto la diferencia es una
dimensión del ser hay identidad; persistencia, repetición. Por cuanto
la alteridad es una dimensión del ser, hay creación y destrucción de
formas. Y en realidad, también aquí ta alteridad implica la diferencia.
No puede decirse de una forma que ella* es a menos de ser idéntica a sí
misma (en el sentido más amplio del término idéntico) y de persistir/
repetirse por un tiempo - a saber, en y por una dimensión identitaria a
lo largo de la cual ella difiere de sí misma simplemente por el hecho de
encontrarse ubicada en un tiempo (identitario) diferente. Y ésto es
sólo un aspecto del hecho de que no puede haber forma sin un mínimo
de determinidad, lo que quiere decir que toda forma necesariamente
implica una dimensión énsídica -y, por lo tanto, que participa necesa
riamente del universo ensíd ico-.
Si tales son los caracteres del ser, encontramos que son los mismos
que los que debemos atribuirle al tiempo: el despliegue de la alteridad,
que va a la par con una dimensión de idcntidad/difercncia (repeti
ción). En el espacio abstracto (ensídico), sólo encontramos esta ulti
ma. Encontramos ambas -diferencia y alteridad- en el espacio efecti
vo; pero, por las razones ya mencionadas, el espacio efectivo presupone
el tiempo. La plenitud del ser es dada -a saber, simplemente: es- sola-
202 C o r n e l iu s C a s t o r i a d is
N otas
Las ideas de este texto han sido expuestas por primera vez en una conferencia
en ocasión del coloquio Temps et devenir en Ccrisy'la-Salle (junio de 1983). El
texto reelaborado ha provisto la base de mi conferencia introductoria al colo-
quio The Construction of Tíme efectuada en Stanford, en febrero de 1988. Lo he
traducido al francés, con algunas modificaciones secundarias.