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EL MARQUÉS DE BECCARIA, Tratado de los delitos y de las penas, escrito en italiano, traducido al

castellano por don Juan Rivera, Imprenta de don Fermín Villalpando, Madrid, 1821, pags. 118-122
(existen en el texto algunas faltas de ortografía las cuales, no obstante, no eran tales en el momento
de la publicación del texto y, por respeto a su origen, se mantienen en la transcripción).

§ XL. FALSAS IDEAS DE UTILIDAD

Se pueden considerar las falsas ideas de utilidad que tienen los legisladores como uno de los
manantiales más fecundos de errores e injusticias. ¿Pero cuáles son estas falsas ideas de utilidad?
Las que mueven al legislador a hacer más caso de los perjuicios particulares que de los
inconvenientes generales; a querer dominar los sentimientos y opiniones que, si bien pueden
escitarse, es imposibles enseñorearse de ellos; a atreverse a imponer silencio a la razón y aherrojarla
con las cadenas de las preocupaciones: las que le conducen a sacrificar las ventajas más reales a los
inconvenientes más imaginarios y menos importantes; a llevar a mal el no poder prohibir a los
hombres el uso del fuego y del agua, porque estos dos elementos causan incendios y naufragios; en
fin, a no saber impedir el mal sino destruyendo. Tales son también las leyes que prohíben llevar
armas consigo, leyes que observadas únicamente por los ciudadanos pacíficos, dejan el acero en
manos del malvado, que ha adquirido el hábito de violar los pactos más sagrados, y por consiguiente
de no respetar los que son arbitrarios y de poca importancia; leyes en fin cuya infracción ni cuesta
trabajo ni espone a peligros, y cuya egecución exacta destruiría la libertad personal, tan preciosa
para el hombre, tan respetable para el legislador ilustrado, y haría que recayesen sobre la inocencia
las vejaciones que están reservadas a los delitos. Sólo sirven para multiplicar los asesinatos,
entregando el ciudadano indefenso a los ataques del malvado esas leyes que favoren más al que
acomete que al que es acometido, y que son más bien consecuencias de la impresión popular en
alguna circunstancia horrorosa, que fruto y resultado de sabias combinaciones; en fin, esas leyes
dictadas más bien por el temor del delito que por la voluntad de precaverle con disposiciones
acertadas. [...].

§. XLI. DE LOS MEDIOS DE PRECAVER LOS DELITOS

Si es interesante castigar los delitos, sin duda es mucho mejor precaverlos. Tal debe ser, y tal es
efectivamente el objeto de todo legislador ilustrado, pues que una buena legislación no es más que
el arte de hacer que los hombres gocen la mayor felicidad o esperimenten la menor infelicidad
posible, según el cálculo de los bienes y los males de esta la vida. ¿Pero qué medios se han empleado
hasta ahora para conseguir este fin?¿No son por la mayor parte insuficientes y aun opuestos al
resultado que se desea? Querer sujetar la actividad tumultuosa de los hombres a la precisión de un
orden geométrico, exento de confusión e irregularidad, es tratar de una empresa que jamás podrá
realizarse. Si las leyes de la naturaleza, siempre sencillas y constantes, no impiden que los astros
esperimenten aberraciones en sus movimientos ¿cómo podrían las leyes humanas obviar todos los
desórdenes que debe escitar continuamente en la sociedad el choque perpetuo de las pasiones?
Pues esta es la quimera de los hombres de cortos alcances, cuando llegan a tener algún poder.

Prohibir una multitud de acciones indiferentes no es precaver delitos, supuesto que ninguno puede
resultar de ellas; sino que al contrario es crear nuevos crímenes, y cambiar arbitrariamente las
nociones de vicio y virtud, al mismo tiempo que se procura presentarlas como eternas e inmutables.
¿Cuál sería nuestra suerte, si hubiera de prohibírsenos todo aquello que puede inducirnos a obrar
mal? [...]

Si se trata seriamente de evitar delitos, es necesario hacer leyes claras, sencillas y tales que toda la
sociedad gobernada por ellas reuna sus fuerzas para defenderlas, sin que haya una parte de la
nación que se ocupe en minarlas. Estas leyes, protectoras de todos los ciudadanos, deben favorecer
a cada individuo en particular más bien que a las diversas clases de hombres que componen al
Estado; deben inspirar respeto y terror; pero estos sentimientos han de estar reservados a ellas
exclusivamente.

- Extrae las ideas principales del texto.

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