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En haras de señalar un puerto, que en honor a su etimología latina sea una amplia abertura
o paso, inclusivo de diversas prácticas, reflexiones y líneas teóricas posibles en torno a la
psiquiatría y la salud mental de niñas, niños u adolescentes, quisiera citar una frase de la
colega española Mardomingo Sanz: “La historia de la psiquiatría del niño y del adolescente
ha estado íntimamente unida a la actitud general de la sociedad frente a la infancia y al
modo de entenderla”. Es así que, para no ir caóticamente a la deriva de los vientos que
soplen, más allá del destino elegido, en esta navegación resulta ineludible traer, por lo
pronto, a Lloyd deMause (1976) y a Paul Bercherie (1983), en relación a la historia de la
infancia y de la psiquiatría infanto-juvenil, respectivamente. Fechas que, casualmente,
marcan nuestra historia, la de nuestro país (última dictadura-democracia) y la de nuestra
asociación (fundación, esa primavera). A partir de aquí, y habiendo transcurrido unas cuatro
décadas, habrá infinidad de aspectos a señalar, actuales o pretéritos y tanto desde
aspectos biológicos, psicológicos, sociales, históricos. En este sentido, desde esta
concepción de la psiquiatría del niño y del adolescente, Marcelli y Cohen (2021) nos
recuerdan que:
“Razonar en una dicotomía simplista, entre normal y patológico, tiene poco interés en la
psiquiatría infantil. Por otro lado, la evaluación del riesgo de morbilidad y de la
potencialidad patogénica de la organización psicopatológica actual de un niño debe
tener en cuenta varios ejes de referencia, remitirse a diversos modelos conceptuales.
Podemos estimar que estos modelos se dividen en cinco tipos principales: 1- el modelo
semiológico descriptivo, que contribuye a las clasificaciones sindrómicas; 2- el modelo
de lesión, que privilegia las causas o correlatos anatómicos y/o somáticas; 3- el modelo
de desarrollo, que tiene en cuenta los procesos de maduración y sus efectos
específicos; 4- el modelo psicodinámico, que integra los mecanismos de defensa y las
organizaciones fantasmáticas (o estructuras de personalidad en desarrollo); y 5- el
modelo ambiental, que privilegia las causas ambientales, los factores de riesgo y
protectores, los desencadenantes, la organización familiar y los factores culturales.
Definir qué es lo infanto-juvenil no es tarea sencilla. La cronología que ofrece la edad de 18,
20 o 25 años, sirve a distintos fines sanitarios: para organizar instituciones, políticas o
sistemas de salud mental; pero esos datos no alcanzan para la clínica con sujetos, que
requiere eminentemente de conceptos. Surge ya, desde aquí, una tensión que creo
necesaria sostener en nuestro campo: la de lo universal y lo singular, ya que hace de
puente entre lo sanitario y lo clínico. Por diversos motivos, un modo de inicio de la infancia
convendría ubicarlo en algún punto antes del parto. En el otro extremo, luego de la
“segunda deambulación” (R. Rodulfo, 2012), el final de la adolescencia, para J. D. Nasio
(2013), podría ubicarse “cuando ya no se es dependiente económicamente de los padres” o
cuando es posible “vivir sin temor de jugar como un niño y sin vergüenza de mostrarse
obediente”. Por otra parte, así como la práctica con adultos interactuará con lo laboral, las
maternidades-paternidades y la edad avanzada, lo específico del mundo infanto-juvenil lo
hace con los Derechos del Niño, la crianza, los avatares del (bio-psico-socio) desarrollo
humano y el mundo de lo educativo; y, en ocasiones, también se topa las narices con el
trabajo infantil y el embarazo adolescente, algunas veces, incluso, como parte del abuso
sexual.
En tanto porción de espacio institucional, esta columna aspira a co-construir, junto a los
Capítulos, socias y socios de APSA interesados en o abocados a lo infanto-juvenil (sean
especialistas en ésta área de la medicina o no). Co-construir escuchándonos -leyéndonos-
entre nosotros, ya que APSA nos agrupa pero quizá los Capítulos nos atomizan en
intereses aún más específicos y más que válidos, pero que no deberían impedir que nos
escuchemos como colegas de una especialidad o área de interés. Si APSA, aún sin ser
específica de la especialidad es, en modesta opinión, la institución más acorde para la
psiquiatría infanto-juvenil, es porque además de facilitar el intercambio con colegas de
especialidad permite también nutrirse de otros colegas psiquiatras o miembros no médicos
de la Asociación. Y esto promueve, sea en la asistencia o lo sanitario, en la docencia o la
investigación, una comprensión del problema desde una idea de continuidad del existir
humano niño-adulto que resulta insoslayable.
Los invito a construir juntos, desde este modesto espacio de Sinopsis y APSA, una
psiquiatría de, con y para niñas, niños, niñes y adolescentes, acorde a los tiempos que
corren, que surja de lo pasado revisitado sin dogmatismos, se nutra de lo actual
críticamente y que pueda preguntarse y aportar al futuro, confluyendo las diversas líneas
teóricas en una perspectiva científica y subjetivante, inclusiva de derechos y de género, con
foco en lo sanitario, aún desde la clínica y con alcance federal.