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Escuela de Educación Secundaria Técnica N°2

“Gendarmería Nacional"

Literatura 4to año


Ciclo lectivo 2021
Actividad N°3

Primera parte. Introducción


Los héroes mitológicos griegos
En esta tercera actividad, nos sumergiremos en el mundo de la mitología
clásica, un mundo al que actualmente se hace referencia de muchas maneras
y que, por lo tanto, conocemos muy bien. En esta primaria instancia,
pondremos atención al mito singular del héroe dentro de la vasta mitología
griega para, en propuestas posteriores, trabajar una visión más abarcadora del
héroe, y ver de esta forma la transformación que sufre esta figura a lo largo de
la historia, cambios que obedecen a determinadas circunstancias e intereses
de un momento histórico particular.

Un poco de historia
Para las antiguas civilizaciones, todo el conjunto de los relatos míticos era
considerado verdadero y sagrado ya que formaba parte de sus creencias y por
lo tanto sostenían un profundo apego religioso a ellos, representado en lo que
denominamos mitología; esas creencias eran la base para la explicación del
mundo y de la vida.

Pero, para nosotros, el mito constituye un


sistema de referencia que nos ayuda a
comprender determinadas culturas (recordemos,
aquí, el concepto de cosmovisión).

Templo dedicado a Atenea

La abundancia de figuras heroicas en estos relatos es el rasgo en el que


centraremos nuestra atención:

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El héroe es una de las figuras principales en la mitología. Sin
embargo, no todos los heroes son iguales ni compraten los
mismos aspectos, aunque todos poseen características
excepcionales que los destacan del resto de los mortales. Son,
para los pueblos que los crean,
representantes de sus valores; por lo tanto,
existe más de una clase de héroe. Así, nos
encontraremos con héroes que se destacan por su
fortaleza física o por su valentía, pero también con otros
cuyo rasgo distintivo es la astucia, la inteligencia o la
mesura.

Sus características
 El héroe mitológico es un modelo para la comunidad que lo honra en su
culto, ya que se constituye como una figura digna
de ser imitada por la relevancia y la grandeza de
sus acciones humanas.

 Sin embargo, los héroes clásicos sufrían un Prometeo castigado por Zeus
tormento interior debido a su condición de
semidios (mitad humano, mitad dios). Este conflicto se reflejaba en la
búsqueda divina de la inmortalidad: todos ellos eran mortales por
diferentes causas según el origen de cada héroe (recordemos el origen
del héroe griego Aquiles1). Entonces, lo que se destaca en ellos es su
búsqueda de la condición moral, que se refleja en los muchos esfuerzos
que emprende y en los sufrimientos que padece para superar la mitad
humana de su naturaleza, ya que también padecían sufrimientos,
sentían piedad y eran vulnerables.
 Entre otras características, a veces, el héroe incurre en un error y que es
la muerte involuntaria de otros seres, circunstancia que suele ocurrirles a
los héroes trágicos, y que por ese error son castigados; pero no es algo
que hagan de manera consciente sino en un estado de enajenación.
 También está dotado de una astucia e inteligencia superiores para
resolver dificultades, y es valiente, eso queda demostrado en las
acciones que realiza y a los peligros que se enfrenta. También existe
algún ser que quiere deshacerse de él, lo que se conoce como oponente
y es quien conduce al héroe a su hazaña.

1
Aquiles: Según el poema incompleto Aquileida, escrito por Estacio en el siglo I, cuando Aquiles nació,
su madre, la diosa Tetis, intentó hacerlo inmortal sumergiéndolo en la laguna Estigia, pero olvidó mojar
el talón por el que lo sujetaba, dejando vulnerable ese punto.
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Los caminos del héroe
La historia de todo héroe mítico puede pensarse como un camino que debe
transitar y que se compone de tres fases: partida – enfrentamiento y superación
de pruebas - retorno.
El héroe se separa de su medio o parte de su comunidad con algún objetivo
hacia una región donde deberá enfrentarse a diversos peligros: seres
fabulosos, fuerzas de la naturaleza o sobrenaturales.
El triunfo por sobre esas fuerzas o seres lo inician en el camino heroico, le
acarrea una victoria y el regreso a su comunidad, con nuevos atributos y
beneficios. Además de los obstáculos, puede recibir ayuda de otros personajes
o fuerzas que lo favorezcan para concretar la victoria final.

En síntesis
Desde Homero2 hasta la modernidad, se tiene muy en cuenta el valor
heroico, que era apreciado por los antiguos, entre otras cosas, en el combate.
De esta manera, la grandeza del héroe radica en que al combatir arriesga su
vida, y por ello el combate se convierte en la prueba esencial de su existencia.
Fundamentalmente, han tenido un nacimiento singular, de hecho, son
semidioses, eso significa que uno de sus padres es mortal y el otro, un dios.
Además, todo héroe realiza una hazaña sobrenatural, lleva a cabo una acción
que ningún mortal superaría con vida. Por lo general, para poder cumplirla con
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Homero es el nombre dado al poeta a quien tradicionalmente se atribuye la autoría de los principales
poemas épicos griegos: la Ilíada y la Odisea.
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éxito, reciben distintas ayudas tanto de personas que los admiran como de
dioses que se conmueven ante su valentía. Finalmente, como es costumbre,
puede tener un final apoteósico3 y sobrenatural de purificación.
Por último, corresponde destacar nuevamente que en el héroe se percibe
siempre un sentido de conflicto entre lo divino y lo humano, entre el orden y el
desorden, entre lo civilizado y lo salvaje.

Luego de la lectura
Después de toda esta explicación, ustedes se preguntarán qué vamos a hacer.
Comenzaremos leyendo dos mitos de héroes y después, inevitablemente, los
invitamos a producir. Pero antes deberán escribir un breve texto a partir de la
información que acaban de leer en donde den su propia explicación de lo que
es un héroe.

Actividades
1. Los invitamos a leer los siguientes textos: “Heracles” y “Dánae y Perseo”.
2. Exponer qué características distinguen a los héroes míticos. Luego, explicar
cómo se ven esas características en los héroes que conocieron en los mitos.
Por ejemplo, si afirman que una característica de los héroes es que son
semidioses, expongan quiénes son la madre y el padre de cada uno que ilustre
esa característica.
3. La “areté” representa un concepto fundamental en la cultura de la Grecia
antigua. Es difícil establecer con certeza su significado, pero en líneas
generales, la “areté” es la “excelencia”. La palabra deriva de “aristós”, “mejor”,
que designa el cumplimiento máximo del objetivo que se planteó. Todos los
griegos eran educados para alcanzar la “areté”, que suponía una actuación
destacada para hablar y obrar exitosamente. Señalá, entre los personajes de
las obras, cuál o cuáles crees que han alcanzado esta cualidad. Justificá tu
elección.
4. Leé la siguiente cita:

“Los héroes griegos, como muchos héroes de las historias más modernas, recorren un camino
propio (cada uno el suyo) que, sin embargo, según los estudiosos de la literatura, guarda ciertas
similitudes con los recorridos de los demás héroes. Efectivamente, en todo relato puede distinguirse
un momento inicial: el héroe vive en un mundo más o menos habitual, con su familia aprendiendo y
experimentando como cualquier otro niño. Un día se le presenta un desafío y el héroe abandona su
mundo familiar, su niñez, y se dirige hacia un mundo nuevo, desconocido para él, a veces mágico
(…)” (Parra y Wolman, 2007)

Esta cita que acabás de leer, ¿con qué personaje, de los textos que leíste en
este trabajo, la relacionarías? Buscá y transcribí fragmentos que te permitan
ejemplificar tu respuesta.
5. Tengan en cuenta la historia de “Heracles” y luego miren este video para
resolver: https://youtu.be/wKb3pC7aYPU
3
Apoteosis: Momento culminante y triunfal de una cosa; en especial, parte final, brillante y muy
impresionante, de un espectáculo u otro acto.
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5.a) ¿Qué circunstancias de la historia de Heracles que están en el mito se


retoman en el video? Explicar.
5.b) ¿Para qué se utiliza esa información en el fragmento del documental que
vieron? Tengan en cuenta desde dónde se emite el programa y qué busca
vincular.

Anexo de lectura

Dánae y Perseo

El rey de Argos, Acrisio, que tenía una hija única, Dánae, emprendió el largo viaje
hacia Delfos para interrogar a la pitonisa. Esta vieja mujer, con la ayuda de los dioses,
podía, a veces, leer el futuro. El rey le hizo la única pregunta que le interesaba:
-¿Tendré alguna vez un hijo varón?
La respuesta de la pitonisa fue terrible e inesperada:
-No, Acrisio, nunca. En cambio, tu nieto te matará…
-¡Cómo! ¿Qué dices?
Pero la pitonisa no repetía nunca sus profecías. EL rey de Argos estaba consternado.
Regresó a su patria repitiendo:
-Dánae… ¡es necesario que Dánae no tenga hijos!
Ella lo recibió cuando volvió al palacio. Preguntó enseguida:
-¿Y bien, padre? ¿Qué ha dicho el oráculo?
El rey sintió que su corazón daba un vuelco. ¿Cómo evitar la profecía de los dioses
sin matar a Dánae?
-Guardias –ordenó-, que encierren a mi hija en una prisión sin puerta ni ventanas.
¡De ahora en más nadie podrá acercársele!
Dánae no comprendió por qué la llevaban a un amplio calabozo forrado de bronce.
EL pesado techo que cerraron encima de ella no tenía más que ranuras angostas a
través de las cuales, cada día, le bajaban la comida con una cuerda.
Pero en el Olimpo, Zeus se apiadó de la prisionera. Conmovido por su tristeza y,
también, seducido por su belleza, resolvió acudir en su ayuda.
Una noche, a Dánae la despertó una violenta tormenta que tronaba encima de su
cabeza. Extrañas gotas de fuego caían sobre ella.
-Parece increíble, pero… ¡es oro! –exclamó levantándose.
Enseguida, la lluvia luminosa cobró forma. Dánae estuvo a punto de desfallecer al ver
que se corporeizaba ante ella un hombre bello como un dios.
-¡No temas, Dánae!-dijo. Te ofrezco la manera de huir…
Esta promesa era algo inesperado, y Dánae sucumbió rápidamente al encanto de
Zeus.

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Cuando el alba la despertó, Dánae creyó que había soñado. ¡Pero pronto comprendió
que estaba embarazada! Y tiempo después, dio a luz un bebé de una belleza y de una
fuerza excepcionales.
-¡Lo llamaré Perseo! –decidió.

Un día, al atravesar las cárceles del palacio, Acrisio creyó oír los gritos de un niño de
pecho. Ordenó que se abrieran las puertas de las prisiones. ¡Grande fue su
estupefacción al descubrir a su hija con un magnífico recién nacido en brazos!
-Padre, ¡sálvanos! –suplicó Dánae.
El rey realizó una investigación e interrogó a los guardias. Finalmente, debió rendirse
a la evidencia: ¡sólo un dios había podido entrar en ese calabozo!
Si eliminaba a su hija y al niño, Acrisio cometería un crimen imperdonable.
Entonces, el rey vio un gran baúl de madera en la sala del trono.
-¡Dánae, entra a ese cofre con tu hijo!
Temblando de miedo, la joven obedeció. Acrisio hizo cerrar la caja y sellarla. Luego,
llamó al capitán de su galera personal.
-Carga este cofre en tu navío. ¡Y cuando estés lejos de toda tierra habitada, ordena a
tus hombres que lo arrojen al mar!
El capitán partió; después de tres días de navegación, el cofre fue lanzado por la
borda.
De nuevo prisionera, Dánae intentaba calmar los gritos del pequeño Perseo. Durante
mucho tiempo, el cofre de madera flotó en el mar, a merced de las olas…
Una mañana, mientras acercaba su embarcación a la arena, un pescador sintió intriga
por esa enorme caja que la marea había acercado a la playa. Abrió el candado
esperando encontrar en ella un tesoro. No podía creer lo que veía cuando, en su
interior halló inconscientes a una mujer y a un niño.
-Son bellos como dioses… ¡los desdichados parecen estar al límite de sus fuerzas!
¿Desde hace cuánto tiempo andarán a la deriva?
Es pescador, Dictis, era un hombre muy bueno. Condujo a Dánae y a Perseo a su
cabaña y los cuidó lo mejor que pudo.
-¿Dónde estamos? –preguntó Dánae cuando se despertó.
-En una isla de las Cícladas: Sérifos. La gobierna mi hermano, el tirano Polidectes.
Pero no temas, estarás segura en mi casa.
Pasaron los meses y los años. Perseo se volvió un muchacho robusto y valiente.
Todos los días, acompañaba a Dictis a pescar. En cuanto a Dánae, se ocupaba de la
casa y de la cocina, bendiciendo cada día la bondad de su salvador.
Una mañana, una soberbia comitiva se detuvo ante la cabaña de Dictis. Era el rey
Polidectes que venía a visitar a su hermano. Al ver a Dánae ante la puerta, le
impresionó la belleza y la nobleza de esta desconocida. En cuanto apareció Dictis, el
rey dijo, intrigado:
-Dime, hermano, ¿se trata de tu esposa o de una princesa?

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-Oh, ni una cosa ni la otra, Polidectes. Es, simplemente, una náufraga que he
rescatado.
-¡Tienes suerte de haber pescado una perla tan bella! Esta joya es demasiado preciosa
para un pobre pescador. Ven, dime tu nombre.
-Dánae, señor, para servirlo –dijo la muchacha haciendo una reverencia.
-¿Servirme? De acuerdo. Bien, te conduzco a mi palacio. ¡Después de todo, lo que
llega a las orillas de mi isla es de mi propiedad!
Muda de espanto, Dánae se dio vuelta hacia Dictis: no quería cambiar su cabaña por
un palacio ni a su bienhechor por un rey.
-Ay –le murmuró Dictis-, me temo que debes obedecer.
-¡Ah, señor! –suplico Dánae. Tengo un hijo. Al menos, permite que me acompañe y
no nos separes.
-¡De acuerdo! –dijo Polidectes-. Ve a buscar a tu hijo.
Pero cuando el rey vio a Perseo, se reprochó su bondad. Ese muchacho semejante a
un príncipe podía convertirse en su rival…
En cuanto Dánae llegó al palacio, Polidectes le destinó las más bellas habitaciones. En
cambio, odiaba a Perseo, pero, para congraciarse con Dánae, convocó a los mejores
preceptores, quienes le enseñaron al muchacho todas las artes. Dánae no dejaba de
agradecer al rey por sus buenas acciones y, cada día, le costaba más rechazar sus
propuestas.
-Mañana –le anunció un día con tristeza a su hijo-, Polidectes organiza un gran
banquete para anunciar nuestro compromiso.
-¿Cómo? –preguntó Perseo con violencia-. ¿Te vas a casa con el rey?
-Ya no puedo oponerme por mucho más tiempo. Te lo suplico, Perseo, intenta
comportarte correctamente durante la ceremonia.
La fiesta fue suntuosa: Polidectes había hecho preparar las comidas más exquisitas.
Cada invitado había traído un regalo al amo de los dominios, tal como exigía la
costumbre.
-Y bien, Perseo –preguntó de golpe Polidectes-, ¿qué piensas de todos estos reglaos?
¿Te parecen dignos de nosotros?
-Señor –respondió Perseo con una mueca de despecho -, sólo veo allí cosas muy
ordinarias: copas de oro, caballos, arneses.
-¡Pretencioso! ¿Qué cosa tan original, pues, querías que me trajeran?...
-No sé… ¡la cabeza de Medusa, por ejemplo!
Un murmullo de temor circuló entre los invitados: Medusa era, de las tres gorgonas,
la de mayor tamaño y la más peligrosa. Se ignoraba dónde vivían esas tres hermanas
monstruosas, ¡pero se sabía que su cabellera estaba hecha de serpientes venenosas y,
sobre todo, que su mirada petrificaba en el instante a todo aquel que se atreviera a
mirarla!
-A propósito –dijo Polidectes -, tú, Perseo, ¿qué regalo nos has hecho?
El muchacho bajó la cabeza refunfuñando: ¿qué habría podido traerle a su anfitrión?

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-¡Y bien, te tomo la palabra! –decretó Polidectes -. Te ordeno que me traigas la
cabeza de Medusa. No regreses al palacio sin ella.
A la noche, Dánae desesperada, le suplicó que no la dejara. Pero no contó con el
orgullo de Perseo, que exclamó:
-No. Polidectes, me lanzó un desafío. Y le debo lo que reclama a cambio de su
hospitalidad.
Al día siguiente, Perseo erró a lo largo de la costa de Sérifos buscando alguna idea:
abandonaría la isla, de acuerdo. ¿Pero adónde ir?
Fue entonces cuando aterrizó delante de él Hermes, el de píes alados. Ante su
estupefacción, el dios de los viajes estalló en una carcajada:
-¡Te veo en problemas, joven audaz! Ignoro dónde se esconden las gorgonas, pero
sus otras tres hermanas, la grayas, lo saben. Además, poseen tres objetos sin los
cuales no podrás realizar tu misión.
-Y… ¿cómo hallaré a las tres grayas? –preguntó Perseo.
-Eso no es problema. Sube a mis espaldas, ¡te llevo!
Perseo trepó sobre los hombros de Hermes, que se echó enseguida a volar. El dios
voló durante mucho tiempo hacia el poniente antes de detenerse en una región árida
y sombría. Le murmuró a Perseo:
-Ten cuidado. ¡Estas viejas brujas no te darán esos datos y esos objetos por propia
voluntad! ¡Deberás hacerles trampa!
AL acercarse a las tres hermanas, Perseo hizo un movimiento de rechazo: eran de una
fealdad repugnante. Sus bocas no tenían dientes, las órbitas de sus ojos estaban
vacías.
Parecían agitadas y estar en medio de una gran conversación. Una y otra vez, se
pasaban entre sí… ¡un ojo y un diente! Perseo reprimió una exclamación.
-¡Y sí! –explicó Hermes-. No tienen más que un ojo y un diente para las tres.
¡Deben, por tanto, prestárselos sin parar!
Enseguida, Perseo tuvo una idea. Se acercó a las tres grayas; en el momento en que la
primera extendía el ojo y el diente a la segunda, ¡se apoderó de ellos! Las viejas
aullaron a ciegas:
-¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¡Devuélvenos nuestro ojo y nuestro diente!
-Con dos condiciones: ¡Qué me indiquen dónde encontraré a sus hermanas
gorgonas y que me den los tres objetos que me permitirían enfrentarlas!
Enloquecidas por tanta audacia, las tres grayas se pelearon y se lamentaron un
momento. ¡Pero ni siquiera tenían ya su único ojo para llorar! Por último, una de
ellas suspiró:
-Bien. Encontrarás a Esteno, Euríales y Medusa en los confines del mundo, en una
caverna, más allá del territorio del gigante Atlante.
-Aquí están las sandalias aladas que te permitirán llegar, una alforja mágica y el casco
de Hades.
-¡El casco de Hades! ¿Para qué me servirá?
-Aquel que lo lleva se vuelve invisible. ¡Ahora, devuélvanos nuestro bien!

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Perseo les entregó el ojo y el diente. Luego fue a reunirse con Hermes.
-¡Mira! –le dijo alegremente. ¡Poseo unas sandalias parecidas a la tuyas! ¿Me
acompañarás?
-De ninguna manera –contestó Hermes-. Tengo mucho que hacer. De ahora en más,
puedes arreglarte solo. Pero cuida de no mirar nunca a Medusa ni a sus hermanas: ¡te
convertirás en piedra! Ah, toma, te confío mi hoz de oro, te será útil.
Perseo se deshizo en agradecimientos. Se puso las sandalias y se echó a volar con una
torpeza que hizo sonreír a Hermes. El dios de los voladores le hizo una seña:
-No sacudas los pies tan rápidamente… el vuelo es una cuestión de
entrenamiento… ¡Aprenderás enseguida!
Perseo, lleno de alegría, se dirigió hacia el poniente: ¡gracias a los dioses que velaban
por él, ya no dudaba de que vencería a Medusa!
Atravesando bosques y ríos, se encontró con las ninfas, jóvenes divinidades de las
forestas y de las aguas. Encantadas por el coraje y por el andar de ese joven héroe, le
indicaron la guarida de las gorgonas.

Cuando Perseo llegó al medio de un desierto y descubrió la entrada de la caverna,


tembló de terror: alrededor, no había más que estatuas de piedra. Allí estaban todos
los que habían enfrentado a las gorgonas y que habían sido petrificados por su
mirada. Hasta aquí, Perseo no había medido la dificultad de su tarea: ¿cómo decapitar
a Medusa sin dirigir su mirada hacia ella?
Sin embargo, se arriesgó en el antro oscuro, revoloteando. Penetró en el corazón de
la caverna donde resonaban ronquidos. Luego, vio un nudo de serpientes que se
contorsionaban levantando hacia él sus cabezas que silbaban. Enseguida, desvió su
mirada y murmuró, con el corazón palpitante:
-Las gorgonas están adormecidas… ¡Los reptiles que tienen por cabellera van a
revelarles mi presencia! No puedo de ningún modo matar a Medusa con los ojos
cerrados. ¡Ah!, Atenea –suspiró- diosa de la inteligencia, ven en mi ayuda,
¡inspírame!
Una luz iluminó la gruta…y apareció Atenea, vestida con su coraza y armada. Su
mirada era de bondad.
-Estoy conmovida por tu valor, Perseo. Toma, te confío mi escudo. ¡Enfrenta a
Medusa sirviéndote de su reflejo!
Perseo se dio vuelta y comprendió de inmediato. Ahora, podía avanzar hacia los tres
monstruos: extendía delante de sus ojos el escudo de la diosa, ¡tan liso y pulido
como un espejo!
Las tres gorgonas ya se agitaban en su sueño. Con su cuerpo recubierto de escamas y
sus largos colmillos puntiagudos que erizaban sus fauces, eran en verdad horribles.
Perseo ubicó inmediatamente a Medusa, en el centro; era la más joven y la más
venenosa de las tres. Retrocediendo siempre y guiándose por el reflejo del escudo,
llegó hasta la Gorgona en el momento en que esta se despertaba. ¡Entonces, dando
media vuelta, blandió la hoz que le había prestado Hermes y la decapitó! La enorme

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cabeza comenzó a moverse y a saltar por el suelo. Durante un instante, Perseo no
supo qué hacer. Luego, tomó la alforja que le habían dado las grayas.
-Ay, ¡es demasiado pequeña! No importa, probemos…
Conteniendo su repugnancia, recogió la cabeza. Milagrosamente, la bolsa se agrandó
lo suficiente como para que Perseo pudiera guardar en ella su botín. Después de los
cual, la alforja recobró su tamaño.
El héroe no tuvo tiempo de saborear su victoria: un ruido insólito lo alertó. Vio la
sangre que brotaba a grandes chorros del cuerpo decapitado de Medusa. De aquella
efervescencia rojiza surgieron dos seres fabulosos. Primero, apareció un gigante con
una espada dorada en la mano. Como Perseo retrocedía, el otro lo tranquilizó:
_Gracias por haberme hecho nacer, Perseo. ¡Mi nombre es Crisaor!
De la sangre de Medusa se desprendía, poco a poco, otra criatura, aún más
extraordinaria: un caballo alado, de una blancura resplandeciente…
-Y he aquí Pegaso –le dijo Crisaor-. ¡Ah…ten cuidado! ¡Las hermanas de Medusa se
han despertado! ¡Están bloqueando el paso! ¡No… sobre todo, no te des vuelta!
Rápidamente, Perseo se colocó el casco de Hades. Se volvió invisible de inmediato.
Desconcertadas, las gorgonas se pusieron a buscar a su adversario.
Y Perseo, con los ojos protegidos detrás del escudo de Atenea, pudo escurrirse hasta
la salida.
En cuanto se quitó el casco, las hermanas de Medusa comprendieron que habían sido
engañadas. Salieron de la caverna y se lanzaron en su búsqueda. Perseo estaba listo
para echar vuelo con sus sandalias cuando Pegaso, a su vez, salió de la gruta
relinchando.
De un salto, el héroe subió al caballo alado que voló por los aires. Con el rostro
azotado por el viento, Perseo estaba radiante de felicidad, ¡había vencido a Medusa y
estaba montando el más hermoso de los caballos! De la bolsa que llevaba en la mano,
se escapaban numerosas gotas de sangre. Cada una de ellas, al caer al suelo, se
transformaba en una serpiente. Esta es la razón por la cual hoy hay tantas en el
desierto.
A la noche siguiente, Hermes se le apareció a Perseo. EL héroe agradeció al dios por
sus consejos y por su ayuda; le devolvió la hoz y le pidió que restituyera a las tres
grayas el casco de Hades y las sandalias aladas; pero, desde luego, se guardó la bolsa
con lo que contenía…
Una noche, en el camino de regreso y mientras atravesaba una región árida y
escarpada, Perseo decidió hacer un alto. Poco después, llegó un gigante, Esta vez, se
trataba de un coloso tan grande como un volcán, y mantenía curiosamente los
brazos alzados.
-¿Qué haces aquí, extranjero? –gruñó-. ¿Sabes que estás muy cerca del jardín de las
hespérides? ¡Rápido, vete!
-¡Estoy agotado! –explicó Perseo-. Déjame dormir aquí esta noche.
-De ninguna manera. ¡Mi trabajo no soporta la presencia de nadie!
Perseo no comprendía. Quería defenderse.

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-¿Cómo te atreves a insistir? –refunfuñó el gigante adelantando un pie amenazador -
. ¡Pequeña larva, haré de ti un bocado!
Entonces, el héroe sacó de la bolsa la cabeza de la Gorgona cuyo poder, lo sabía,
seguía intacto. ¡Se la extendió al gigante que quedó…pasmado! En un segundo, su
cuerpo se había transformado en una montaña de piedra. Perseo exclamó:
-¡Era Atlante! ¡He petrificado al que cargaba el cielo sobre sus hombros!
Desde ese día, el gigante se vio liberado de su carga. Y el peso del cielo es soportado
por la montaña que lleva su nombre.
Cuando Perseo llegó a la isla de Sérifos, corrió hasta el palacio para presentarse frente
al rey Polidectes. Al no ver a su madre, se preocupó. EL soberano, furioso, le lanzó:
-¡Dánae se escapó! Se niega a casarse conmigo. Se ha refugiado en un templo con mi
hermano Dictis, es pescador. Esperan la protección de los dioses. Estoy sitiando su
guarida, no aguantarán mucho tiempo más. Y tú, ¿de dónde vienes?
-Señor –respondió Perseo-, he cumplido con lo que usted me pidió: le traigo la
cabeza de Medusa.
Incrédulo, Polidectes estalló en malvadas carcajadas.
-¡Cómo! ¿Y entra en esa pequeña bolsa? ¿Cómo te atreves a burlarte así de mí?
-Esta bolsa es mágica –dijo Perseo, que disimulaba mal su cólera -. Crece y se achica
en función de lo que se mete adentro.
-¿La cabeza de Medusa allí dentro? –se burló el rey-. ¡Me gustaría ver eso!
-A sus órdenes, señor: hela aquí.
El héroe tomó la cabeza de Medusa y la blandió frente a Polidectes. EL rey no tuvo
tiempo de responder ni de sorprenderse: se transformó en piedra en su trono. Y
cuando los soldados y los cortesanos reunidos iban a arrojarse sobre él, Perseo les
extendió la cabeza de la Gorgona, ¡al punto, quedaron todos petrificados, en ese
mismo instante!
Perseo corrió a liberar a su madre ya Dictis, su fiel protector. Salvados del tirano, los
habitantes de la isla de Sérifos quisieron que Perseo reinara en su lugar.
-No –les respondió-. EL único trono legítimo que tengo el derecho de reivindicar es
el de Argos, mi patria. Allí regresaré.
El rumor de las hazañas del hijo de Dánae había llegado hasta Acrisio: ¡entonces su
hija y su nieto habían sobrevivido! Para escapar de la profecía, Acrisio huyó y se
exilió en la ciudad de Larisa; le importaba menos su trono que su vida.
Fue entonces cuando Perseo llegó a Argos y, en ausencia de su abuelo, reinó. Una
noche, se le apareció Atenea. El héroe se inclinó ante la diosa, le devolvió su escudo
y la bolsa.
-Contiene la cabeza de Medusa. ¿Quién mejor que tú podría usarla, ya que eres la
diosa de la guerra y la sabiduría?
-Acepto tu regalo, Perseo, y te lo agradezco.
Atenea tomó la cabellera de serpientes y la aplicó sobre el escudo que había
permitido engañar a la Gorgona.
Desde entonces, la cabeza de Medusa adorna es escudo de Atenea.

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Mientras tanto, en Larisa, el rey de la ciudad acababa de ordenar juegos. Aun en el
exilio, Acrisio, el padre de Dánae, concurrió a las arenas para asistir a ellos. Se sentó
en la primera fila. Enseguida se sintió intrigado por un joven atleta que, antes de
lanzar un disco, quería a toda costa retroceder hasta el fondo del estadio.
-¿Qué teme? –preguntó Acrisio encogiéndose de hombros.
-Teme lanzar el disco demasiado lejos –le explicó su vecino-, y lastimar así algún
espectador,
Acrisio sonrió ante la pretensión del atleta.
-¿Quién es para creerse tan fuerte?
-Es el nieto del antiguo rey de Argos. Su nombre es Perseo.
Con sorpresa y espanto, Acrisio se levantó de su grada. Pero allá, en el otro extremo
del estadio, el atleta acababa de lanzar el disco…El proyectil voló hacia las primeras
filas; se abatió sobre la cabeza de Acrisio, que cayó muerto instantáneamente.
Así el héroe Perseo mató a su abuelo, por accidente.
Sin consuelo por su acto, fue reconfortado por Dánae.
-Hijo mío –afirmó-, tú no eres responsable. Nadie escapa de su destino. El tuyo es
glorioso. ¿Y quién sabe si tus hijos no realizarán hazañas aún más espectaculares que
las tuyas?

Dánae no se equivocaba: con la bella Andrómeda, su esposa, Perseo habría de tener


una numerosa descendencia. Una de sus nietas, Alcmena, sería incluso, como Dánae,
amante de Zeus. Y de esa unión de una mortal y de un dios habría de nacer entonces
el mayor y más célebre de los héroes: Heracles.

Si quieren conocer cómo continúa este mito, los invitamos a escuchar a


Alejandro Dolina quien narró esta historia en su programa de radio “La
Venganza Será Terrible”:
https://www.youtube.com/watch?v=UmBXlN8xwiI

Heracles
Una larga noche de amor
El hijo del rey Tirinto, Anfitrión, estaba comprometido con Alcmena, hija del rey
Electrión, rey de Micenas. Anfitrión estaba desesperado por conseguir el amor de
Alcmena.
-Te lo concederé –le dijo ella- cuando hayas vengado la muerte de mis ocho
hermanos.
-De acuerdo –aceptó Anfitrión, reconociendo que aquello que le había pedido
Alcmena era justo-, partiré hacia la guerra contra los tafios y los telebeos.

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Durante las semanas que duró aquella guerra, Alcmena esperó pacientemente el
regreso de su marido. Una noche, éste retornó, pero no lo acompañaba ni un solo
soldado. Alcmena, extrañada por esa soledad, le pidió pruebas de que la venganza
había sido consumada. Anfitrión le regaló una copa de oro forjado, arrebatada al
rey vencido, y fue sazonando la noche de amor con pormenorizados relatos de la
batalla. Alcmena, convencida, se entregó a su marido.
Lo que Alcmena no sabía, aún, era que había caído en brazos del mismísimo Zeus.
El dios había adoptado la figura de Anfitrión para seducirla y engendrar en ella un
héroe, el último de los hijos que habría de tener con mujeres mortales. Tampoco
sabía del ardid4 al que había recurrido Zeus para hacer que esa noche de amor fuera
interminable. A Helio, dios del Sol, lo había exhortado a que apagara los fuegos
solares. Resignado, el dios había aceptado, no sin antes recordar las buenas épocas
en las que Zeus no reinaba y en las que los días eran días y las noches, noches.

Por intermedio de Hermes, Zeus pidió a las Horas que se quedaran al día siguiente
en casa; a la Luna, que siguiera lentamente su órbita y al Sueño, que amodorrara a
todos los hombres para que nadie interrumpiera a los amantes durante esa noche,
que tuvo la duración de tres.
Al día siguiente, Anfitrión regresó triunfante y lleno de pasión. Cuando le reclamó a
su mujer los favores que ella le había prometido, Alcmena lo recibió distante, como si
la separación no hubiese sido tan prolongada.
-¿Qué te sucede, bella Alcmena? –preguntó Anfitrión en el lecho, junto a su amada
mujer.
-Nada, querido, ¡pero no pretenderás pasar conmigo otra noche como la anterior, ni
volverás a relatarme otra vez la guerra con todos sus detalles!
-¿Qué has dicho? –volvió a preguntar Anfitrión, desorientado.
Mas al ver la copa que Alcmena puso ante sus ojos, el rey calló, tras comprender
que estaba ocurriendo algo que él era incapaz de explicar.
Unos días después, Anfitrión consultó al adivino Tiresias. Así se enteró de que el
mismísimo Zeus había ocupado su lugar junto a su esposa. Sin embargo, el vientre
de Alcmena ya había sido fecundado por ambos: dos mellizos –uno mayor que el
otro por una noche- comenzaron a crecer en él. El mayor era hijo de un dios; el
menor, hijo de un mortal.

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Ardid: Acción hábil con que se pretende engañar a alguien o conseguir algo.
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Desde entonces, Anfitrión se abstuvo de su esposa para no despertar los celos del
dios. Pero otros celos, más pérfidos, ni por Anfitrión ni por Alcmena, pudieron ser
evitados, Eran los de la esposa de Zeus, la celosa y vengativa Hera, quien no
habría de cesar en perseguir a Heracles.
Hera, la vengativa
Zeus, feliz por el inminente nacimiento de su hijo, comentó imprudentemente ante su
esposa:
-¿Sabes, querida? He engendrado un hijo que está a punto de nacer. Se llamará
Heracles, en tu honor, y gobernará la noble casa de Perseo.
-Lindo nombre –comentó Hera. Pero ya su corazón ardía de celos.
Unos segundos después, el plan de Hera estuvo armado:
-¿Me juras –le dijo a su esposo- que, si en la ciudad de Micenas nace algún príncipe
antes del anochecer, este será rey supremo?
-Lo juro –respondió solemnemente Zeus. Total, Alcmena era la única reina a punto
de parir.
Hera no perdió un minuto más. Bajó a la Tierra y apresuró los dolores de parto de
la esposa del rey Esténelo. Su embarazo andaba aún por el séptimo mes.
Enseguida envió brujas a Tebas que se sentaron con las piernas cruzadas, las
ropas atadas en nudos y los dedos fuertemente entrelazados ante la puerta de
Alcmena.
Antes del anochecer, la esposa de Esténelo dio a luz un bebé sietemesino:
Euristeo. Este niño, que nunca llegaría a ser un hombre completo ni moral ni
físicamente, estaba destinado por el juramento de Zeus a ser el rey supremo.
Alcmena, entre tanto, no podía dar a luz. Las brujas ante su puerta impedían el
alumbramiento, Su ayudante, la fiel Galantias, urdió un plan para vencerlas. Desde
el interior del cuarto de Alcmena, lanzó un grito de alegría, festejando un nacimiento
que aún no había ocurrido. Las brujas, sorprendidas y extrañadas, se pusieron de
pie. Al hacerlo, destrabaron piernas y brazos. Ese instante bastó a Alcmena para
parir. Los mellizos Ificles y Heracles vieron al fin la luz del Sol.
¿Quién es hijo del dios?
Una noche cualquiera, las dudas de Anfitrión acerca de las palabras del adivino
Tiresias se disiparon rápida y espectacularmente. Después de amamantar y lavar a
sus dos hijos, Alcmena los acostó en una habitación, utilizando como cuna el escudo
de Anfitrión.

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Pero Hera aprovechó la desprotección. Envió dos enormes serpientes prodigiosas
de azuladas escamas al cuarto de los niños. Llevaban una orden estricta: matar al hijo
de Zeus. Las serpientes, sigilosas, entraron en el cuarto. Zeus, como única ayuda,
envió una luz sobrenatural que iluminó la escena y despertó a los mellizos. Los bebés
vieron dos serpientes que se retorcían a su alrededor. Ificles cayó del escudo y se
echó a llorar aterrorizado. Los gritos de espanto despertaron a Alcmena, que llamó
a Anfitrión. El padre desenvainó su espada y se dirigió al cuarto de los niños. Pero,
en ese momento, la luz enviada por Zeus se apagó. Anfitrión llamó a los esclavos
para que llevaran antorchas.
A la luz de las teas, Anfitrión, Alcmena y los esclavos contemplaron a los dos
bebés. Uno lloraba temblando de miedo: era Ificles. El otro estrangulaba una
serpiente con cada mano. Cuando las serpientes murieron, Heracles se echó a reír y
a saltar alegremente. Luego las arrojó a los pies de Anfitrión. ¿Quién era hijo de
Zeus?
Los doce trabajos de Heracles
Pasaron los años. Hera, la vengativa, veía cómo Heracles, una tras otra, realizaba
con éxito las hazañas que le encomendaban. Sus hijos crecían, y eran ya una
descendencia numerosa que acrecentaría su fama. ¿Cómo obstaculizarle el camino?
Tenía que obligarlo a realizar algo deshonroso, una acción que manchara su historia
para siempre.
En medio de una lucha, la diosa entrevió su oportunidad: sin previo aviso, el héroe
fue tomado por un acceso de locura, regalo de su divina contrincante. Sin ser
consciente de sus actos, Heracles atravesó a flechazos a los hijos que había tenido
con Megara. Cuando se disponía a atacar a su propio padre, Anfitrión, Atenea se
interpuso.
-¡Ya basta! –gritó enfurecida la diosa, que contemplaba la horrible escena desde el
Olimpo. Y tras arrojar una piedra que golpeó el pecho de Heracles, lo sumió en un
sueño profundo.
Al recuperar la lucidez, Heracles se enteró de la matanza que había acabado de
realizar. Desesperado, se dirigió al oráculo de Delfos. Allí preguntó al mensajero
del dios Apolo qué debía hacer para expiar su culpa. El oráculo le ordenó:
-Estarás bajo las órdenes de tu primo Euristeo durante doce años.
-¿Al servicio de ese cobarde? pregunto Heracles, recordando la figura maltrecha del
rey, el primo sietemesino que, por un ardid de las diosa que lo odiaba, le había
robado el trono que a él le correspondía.

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El oráculo calló. No había palabras para agregar a las órdenes que venían del
Olimpo. Heracles aceptó: los designios de los dioses no se discuten.

El león de Nemea
El primer trabajo que Euristeo impuso a Heracles fue matar y desollar al león de
Nemea. Este animal, que tenía una piel a prueba del hierro, el bronce y la piedra,
había sido parido por la diosa Selene con un estremecimiento espantoso. Selene lo
dejó caer cerca de Nemea, junto a una cueva de dos b cas, donde el león vivía, desde
entonces, devorando animales y personas.
Heracles llegó a Nemea al mediodía. Se encontró con un caserío despoblado, sin
nadie que lo orientara, ni rastros de la fiera. Registró un monte, revisó otro; al poco
tiempo, divisó al león: volvía a su guarida salpicado con la sangre de la matanza del
día. Heracles le lanzó una andanada de flechas. Estas, obsequio del divino Apolo,
rebotaron; el león se lamió las quijadas y bostezó. Heracles le lanzó su espada. La
espada, tallada por Hermes, se dobló como si fuera de plomo. Finalmente, el héroe
levantó su clava6. La clava que él mismo había tallado con el tronco de un olivo
silvestre dio contra el hocico del león, con una fuerza inaudita. Pero el león apenas
sacudió la cabeza, mientras entraba en la cueva con un ligero zumbido en los oídos.
Heracles contempló abatido su clava rota. Entonces, cubrió con una red una de las
bocas de la cueva y se introdujo en la otra. La última arma que le quedaba por
probar eran sus manos.
La lucha era pareja hasta que el león le arrancó un dedo de un mordisco. Entonces
el dolor enardeció a Heracles, que tomó la cabeza de fiera bajo su brazo y apretó.
Apretó y apretó sin cesar, hasta ver cómo el león caía a sus pies, estrangulado.
Con el cuerpo de la fiera sobre sus hombros, Heracles salió de la cueva. Ofreció un
sacrificio a Zeus Salvador y se cortó una nueva clava.
Cuando llegó el momento de desollar al animal, otra vez las armas mostraron su
ineptitud: ni el hierro, ni el bronce, ni la piedra lograban traspasar la piel. Heracles
miró a su víctima perplejo. ¿Acaso no podría completar el trabajo encargado por
Euristeo? ¿Tendría que volver a medias vencido?
Entonces oyó una voz:
-Utiliza las garras del mismo león.
Era la voz de un dios que le estaba soplando la solución al oído. Heracles desolló al
león de este modo y se calzó la piel invulnerable sobre su cuerpo. Asombrado, vio

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que la piel se amoldaba a sus formas, como si se tratara de un escudo hecho a su
medida. Sobre su cabeza, la cabeza de la fiera lo protegía como un yelmo.
Así vestido, mitad hombre, mitad fiera, Heracles se presentó en Micenas ante
Euristeo. Su primo lo observó aterrado. Era tan evidente la diferencia que existía
entre ambos, que Euristeo no sintió pudor de mostrar su cobardía.
Primero, prohibió a Heracles la entrada a la ciudad. En el futuro, debería dejar los
frutos de sus trabajos ante las puertas cerradas de Micenas. Y para asegurarse aún
más, Euristeo mandó a fabricar una urna de bronce que ocultó bajo la tierra. Cada
vez que le anunciaran la llegada de Heracles, él se refugiaría en esa urna y le enviaría
sus órdenes por medio de un heraldo.
Heracles cumplió con los doce trabajos que le encargó el más pusilánime de los
hombres de su época. Jamás se enfrentó a su primo, sabiendo que no era ese
hombrecito maltrecho quien los estaba probando, sino los dioses mismos.
Heracles no sabía, cuando se esforzaba en cada una de las hazañas que tuvo que
afrontar que, al término de su larga y trabajosa vida, los dioses lo recompensarían
con la inmortalidad. Y que hasta la vengativa Hera, su más terrible enemiga, haría las
paces con él cuando ingresara en el Olimpo.

Este mito figura en Mitos clasificados II de Editorial Cántaro, Buenos Aires,


2003.

Segunda parte

Con todo lo que venimos leyendo y estudiando podemos sintetizar que:


 las pioneras civilizaciones de la tierra se encontraron frente a un mundo
desbordante de preguntas y las primeras explicaciones nacieron en
forma de cuentos y leyendas orales; fantasías que fueron articulándose
hasta alcanzar la estatura de mitologías. Cada cultura hizo su relato, con
sus dioses y sus historias propias, pero todos se orientaron a llenar el
mismo vacío: establecer un orden en el universo.
 Los siglos pasaron y muchos de aquellos pueblos sucumbieron en
guerras, conquistas o por simple efecto del tiempo. Las civilizaciones
griega, egipcia, maya, inca y azteca, entre tantas, desaparecieron como
tales, pero dejaron la herencia de esos grandes relatos.

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Mientras tanto, en América:

Los misioneros españoles que tuvieron a su cargo la instrucción religiosa


de los habitantes del Nuevo Continente también les enseñaron a hablar
y a leer en lengua castellana. Algunos aprendieron a escribir con el
alfabeto latino y así transcribieron los textos indígenas.
De este modo se conservaron las narraciones que se
habían transmitido en forma oral, de generación en
generación. Tal fue el caso del libro sagrado de los
mayas conocido como Popol Vuh5 o Libro del Consejo que fue
recopilado en lengua quiché, en una época imprecisa, por un indígena
de Santo Tomás Chichicastenango que conocía las antiguas tradiciones
de Guatemala.

Los héroes mayas

La segunda parte del Popol Vuh relata las hazañas de dos héroes, los gemelos
Hunahpú e lxbalanqué, y cómo vencieron a los Señores de
Xibalbá, los Príncipes del Infierno. La leyenda cuenta que
su padre, Hun-Hunahpú, y su tío, Vucub-Hunahpú, nacieron
en la oscuridad de la noche, antes de que existieran el Sol y la
Luna, antes de que fuese creado el hombre. Ellos solían jugar
a la pelota, pero el ruido molestaba a los Señores de Xibalbá,
quienes los desafiaron en sus dominios. Cuando llegaron allí,
fueron sometidos a engaños y asesinados.
Los capítulos que siguen narran cómo fueron concebidos Hunahpú e lxbalanqué y
cómo se vengaron de los Príncipes del Infierno.

Segunda Parte - Capítulo II (…)

Los castigos de Xibalbá eran numerosos; eran castigos de muchas maneras.


El primero era la casa Oscura, en cuyo interior solo había tinieblas. El
segundo, la casa donde tiritaban. El tercero, la casa de los Tigres. La casa
de los Murciélagos se llamaba el cuarto lugar de castigo. El quinto se
llamaba la casa de las Navajas, dentro de la cual solamente había navajas
cortantes y afiladas. Muchos eran los lugares de tormento de Xibalbá.
Cuando entraron Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú les dijeron:
-Está bien. Hoy será el fin de sus días. Ahora morirán. Serán destruidos,
los haremos pedazos y aquí quedará oculta su memoria. Serán sacrificados.

5
El Popol Vuh es una recopilación de narraciones míticas, legendarias e históricas del pueblo k’iche’, el
pueblo maya guatemalteco con mayor cantidad de población. El libro, de gran valor histórico y
espiritual, ha sido llamado el Libro Sagrado de los mayas.
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En seguida los sacrificaron y los enterraron en el Pucbal-Chah, así llamado.
Antes de enterrarlos le cortaron la cabeza a Hun-Hunahpú y enterraron al
hermano mayor junto al hermano menor.
- Lleven la cabeza y pónganla en aquel árbol sembrado en el camino
dijeron. Y habiendo ido a poner en él la cabeza, al punto se cubrió de frutas
ese árbol que jamás había fructificado antes. Con admiración contemplaban
el fruto redondo que estaba en todas partes; pero no se distinguía la cabeza
de Hun-Hunahpú; era un fruto igual a los demás. La naturaleza de este
árbol era maravillosa, por lo que había sucedido en un instante, cuando
pusieron entre sus ramas la cabeza de Hun-Hunahpú. Y los Señores de
Xibalbá ordenaron:
- ¡Que nadie venga a tomar de esta fruta! ¡Que nadie venga a ponerse
cerca de este árbol!
Sin embargo, una muchacha oyó la historia maravillosa. Ahora contaremos
cómo fue su llegada.

Capítulo III
Esta es la historia de una doncella, hija de un Señor llamado Cuchumaquic.
Llegaron [estas noticias] a sus oídos. Su nombre era Ixquic. Cuando ella oyó
la historia de los frutos del árbol, se quedó admirada de oírla.
-¿Por qué no he de ir a ver ese árbol que cuentan? -exclamó la joven-
ciertamente deben ser sabrosos los frutos de que oigo hablar. A continuación
se puso en camino ella sola y llegó al pie del árbol sembrado en Pucbal-
Chah.
-¡Ah!, ¿qué frutos son los que produce este árbol? ¿No es admirable ver
cómo se ha cubierto de frutos? ¿Me he de morir, me perderé si corto uno
de ellos? -dijo la doncella.
Habló entonces la calavera que estaba entre las ramas del árbol y dijo:
-¿Qué es lo que quieres? Estos objetos redondos que cubren las ramas del
árbol no son más que calaveras-así dijo la cabeza de Hun-Hunahpú
dirigiéndose a la joven-. ¿Por ventura los deseas? - agregó.
- Sí, los deseo - contestó la doncella.
-Muy bien -dijo la calavera- . Extiende hacia acá tu mano derecha.
- Bien - replicó la joven, y extendió su mano en dirección a la calavera.

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En ese instante la calavera lanzó un chisguete de saliva
que fue a caer directamente en la palma de la mano
de la doncella. Se miró esta rápidamente y con
atención la palma de la mano, pero la saliva de la
calavera ya no estaba en ella.
- En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia - dijo la voz en el
árbol- . Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una
calavera despojada de carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la
carne es lo único que les da una hermosa apariencia. Y cuando mueren se
espantan los hombres a causa de los huesos. Así es también la naturaleza de
los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijos de un Señor, de un
hombre sabio o de un orador. Su condición no se pierde cuando se van, sino
que se hereda; no se extingue ni desaparece la imagen del Señor, del
hombre sabio o del orador, sino que la dejan a sus hijas y a los hijos que
engendran. Esto mismo he hecho yo contigo. Sube, pues, a la superficie de
la tierra, que no morirás. [ ... ]
La doncella volvió a su casa, habiendo concebido inmediatamente los hijos
en su vientre por la sola virtud de la saliva. Y así fueron engendrados
Hunahpú e Ixbalanqué.

El destino de lxquic
Al enterarse del estado de su hija, el padre de la doncella expone su
problema ante la asamblea de los Señores de Xibalbá, quienes deciden que
unos mensajeros la maten y les lleven su corazón como prueba. Sin
embargo, lxquic logra convencerlos de que la perdonen y engañen a los
Señores con una bola de resina roja en lugar de su corazón. La muchacha
huye entonces al mundo superior y se refugia en la casa de Hun-Hunahpú.

Tras cierto tiempo, lxquic da a luz a los gemelos Hunahpú e lxbalanqué, que
vengarán a su padre en el reino de Xibalbá. También ellos son llevados a la
casa de la Oscuridad, a la de las Navajas, a la casa del Frío y a la de los
Tigres, donde son sometidos a grandes pruebas, pero no mueren a causa de
los tormentos, ni son vencidos por los animales feroces que allí habitan.
Entonces los Señores del Infierno preparan una gran hoguera y los llaman
para que pasen por encima de ella. Los mellizos se dejan ir sobre el fuego y
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mueren juntos. Todos los de Xibalbá se llenan de alegría creyendo que los
han vencido. Molieron sus huesos y hechos polvo los arrojaron a la corriente
del río siguiendo los consejos de los adivinos, pero el agua no se los llevó sino
que, yéndose al fondo, se convirtieron en dos hermosos muchachos. [ .. . ]
Tomaron a uno de los que miraban, lo hicieron pedazos y en un instante lo
juntaron todo y lo resucitaron.[ ... ] Al ver estos prodigios los Señores
pidieron también ser despedazados y resucitados. Los muchachos los
despedazaron pero ya no volvieron a resucitarlos. Y así fueron vencidos los
Señores de Xibalbá, los Príncipes del Infierno, por Hunahpú e Ixbalanqué,
quienes, después de haber vengado en los de Xibalbá la muerte de su padre,
subieron al cielo: uno fue puesto por Sol y el otro por Luna; así se iluminó la
bóveda del cielo y la faz de la tierra.
Anónimo, Popo! Vuh. Las antiguas historias del Quiché, México,
Fondo de Cultura Económica, 1975 (fragmento adaptado).

Manos a la obra
Luego de la atenta lectura, resolvé:

1. Comparen los héroes míticos de la primera parte con Hunahpú e lxbalanqué,


teniendo en cuenta sus acciones y características. Luego escriban un breve
texto en el que expliquen estas similitudes o diferencias.
2. La madre de los jóvenes es una heroína mítica, ¿cuáles son sus
características?
3. En la historia de la concepción de Hunahpú e lxbalanqué se hace alusión a
un fruto prohibido. ¿Con qué hecho del Génesis bíblico que leyeron en el
trabajo práctico n° 2 podría relacionarse? Intercambien opiniones acerca de si
este episodio puede ser originario del pueblo maya-quiché o si recibió
influencia de la conquista y colonización cristiana.
4. Cuando Hunahpú vuelca su semilla en la palma de la doncella pronuncia
palabras acerca de los hombres y su descendencia, ¿qué conceptos pueden
rescatar?

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