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La Palabra de Dios nos enseña que los bienes no son para acumularlos, sino para compartir. El
anhelo de Jesús es que vivamos como hermanos, que vivamos en comunión. Esa comunión también
alcanza a nuestros bienes. El amor de Dios se hace visible entre nosotros en el compartir la vida y los
bienes que administramos. El compartir con los demás es un signo contundente de la presencia de
Dios en nuestras vidas.
Nuestra opción por Dios, que es amor y comunión, nos lleva no solo a buscar vivir
evangélicamente la administración de los bienes, sino también a denunciar el afán de tener, de
acumular, de dominar.
Nuestra opción por vivir el evangelio implica también una opción de comunión con los más
desfavorecidos, con los olvidados y excluidos de la sociedad.