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Explica las causas de la formación del Frente Popular y las actuaciones tras su

triunfo electoral, hasta el comienzo de la guerra. (Estándar B122)

En 1935 el Gobierno radical-cedista de Alejandro Lerroux se vio inmerso en una grave crisis por varios
escándalos de corrupción, lo que provocaría el final del bienio conservador y la convocatoria de elecciones para
febrero de 1936.
Con la experiencia del fracaso electoral de 1933, que dio paso al bienio conservador, la izquierda vio la
necesidad de unir ahora sus fuerzas contra la reacción de la derecha. Los republicanos de centro-izquierda, los
socialistas y los comunistas del PCE y del POUM suscribieron un pacto en enero de 1936 por el que constituyeron el
Frente Popular, para ir unidos a las elecciones y defender la continuación de las reformas del bienio progresista y la
amnistía a los represaliados de octubre de 1934. La CNT, a pesar de que no firmó el pacto, recomendó a sus afiliados
votar a la coalición.
El Frente Popular obtuvo la mayoría en Cataluña, las regiones industriales y las zonas latifundistas del sur. La
derecha tuvo sus mejores resultados en las zonas rurales del norte y del interior del país. Como la ley electoral
beneficiaba a las coaliciones, el ajustado resultado se convirtió en una amplia mayoría del Frente Popular en las
Cortes.

Alcalá-Zamora nombró a Manuel Azaña presidente del Gobierno. El nuevo ejecutivo estaba formado por
miembros de Izquierda Republicana y Unión Republicana. Eran partidos republicanos de izquierda que contaban con
el apoyo parlamentario de socialistas y comunistas. Alcalá-Zamora continuó ejerciendo como presidente de la
República hasta el mes de abril, cuando fue destituido por las Cortes a iniciativa de la izquierda. En mayo Azaña fue
elegido nuevo presidente de la República y Santiago Casares Quiroga nombrado jefe de Gobierno.
El Gobierno del Frente Popular concedió una amplia amnistía política y se restituyeron los cargos públicos
suspendidos; se restauró la Generalitat de Cataluña, con el Gobierno de Companys; se inició la tramitación de los
Estatutos de Autonomía del País Vasco y Galicia; se concedió mayor autonomía a los municipios; se readmitió a los
trabajadores despedidos y represaliados por actividades políticas o sindicales, y la reforma de la enseñanza recibió
un nuevo impulso.
También se reanudó la reforma agraria con una serie de medidas: suspensión del pago de arrendamientos
en Andalucía y Extremadura; prohibición de los desahucios por impago, y asentamientos de miles de campesinos. De
hecho, el Gobierno se vio obligado a legalizar las tierras ocupadas espontáneamente por los campesinos con la
ayuda de las organizaciones agrarias, sobre todo en Extremadura. Con este procedimiento, más de quinientas mil
hectáreas de tierra fueron expropiadas en estos meses, hecho que suscitó un gran temor entre los propietarios.

En el Frente Popular coexistían dos tendencias: los partidarios del reformismo democrático y los favorables a
iniciar un proceso revolucionario. Tras las elecciones, Largo Caballero impuso la estrategia revolucionaria en el PSOE,
la UGT y las Juventudes Socialistas, con lo que se apartó del reformismo suscrito en el pacto electoral. Menos radical
se mostró el Partido Comunista, que defendía el apoyo al Gobierno republicano para consolidar las transformaciones
democráticas, y se mostró contrario a los desórdenes públicos que alarmaban a las clases medias. Por su parte, la
CNT continuó impulsando los movimientos revolucionarios.
El sector de la izquierda radical desató un clima de tensión con huelgas continuadas; ocupaciones de tierras;
asaltos de iglesias, conventos y periódicos; choques entre cenetistas y ugetistas, que rivalizaban por aumentar su
influencia entre los obreros y altercados entre campesinos y guardias civiles.
Los sectores más conservadores se alarmaron ante la política reformista que amenazaba su poder
económico y la radicalización obrera que subvertía el orden burgués. Apoyaron a las fuerzas políticas que
representaban sus intereses: el Bloque Nacional y la CEDA, y formaron un verdadero contrapoder en defensa de la
propiedad, la religión y la patria, y prepararon la insurrección contra la izquierda.
El Gobierno fue incapaz de frenar la espiral de violencia y de imponer medidas que frenaran la crisis social y
la desestabilización del equilibrio democrático. En la primavera de 1936 la confrontación política se intensificó y
proliferaron los enfrentamientos callejeros y los atentados contra líderes tanto de derechas como de izquierdas.
El Bloque Nacional y la Falange contaron con el apoyo de algunos militares de la Unión Militar Española, que
preparaban una conspiración contra la República. Aunque el Gobierno alejó de Madrid a los generales sospechosos
(Franco a Canarias, Mola a Pamplona y Goded a Baleares), la sublevación siguió organizándose.
En esta atmósfera de inquietud, el asesinato del teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo, militante
socialista, fue vengado por un grupo de compañeros con el asesinato de José Calvo Sotelo, jefe de la oposición
monárquica. Este acontecimiento fue utilizado como excusa para el golpe de Estado del 17 de julio de 1936,
planeado desde hacía tiempo y que, al fracasar, desembocó en una guerra civil.

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