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encuentra con su familia y sus amigos. Dantès está a punto de recibir una promoción a
capitán en la casa naviera mercante donde se encuentra empleado, y se apresta
igualmente a casarse con una bella española, Mercedes [Mercédès, sic, en francés]
Herrera.
Al morir Faria, los guardias envuelven su cuerpo en una pesada manta. A Dantès se le
ocurre, entonces, ocupar el lugar de Faria en el sudario y llevar el cadáver a la celda que
él ocupaba. Los carceleros, sin darse cuenta de la suplantación del cuerpo, atan una
pesada bala a Edmundo y, creyendo que se trataba del abate muerto, lo lanzan al mar
por un barranco.
Dantès escapa del sudario evitando las rocas y nada hasta una isla desierta donde pasa
una noche tormentosa. Al día siguiente ve en el mar un barco naufragado, nada hacia los
restos y divisa luego otra nave que lo recoge. Edmundo se hace pasar por un náufrago a
causa de la tormenta. Hace amistad con ellos, se rasura, cambia el nombre y se dedica
durante un tiempo a ser contrabandista. Varias de las transacciones que hacían los
contrabandistas eran en la isla de Montecristo, por ser esta desierta y discreta. Edmundo
explora detalladamente la isla, aún dudando de la historia que su viejo amigo el abate le
narró sobre el gran tesoro escondido.
Un día, sospechando dónde podría hallarse el tesoro, va a cazar una cabra y finge una
caída. Sus compañeros lo ayudan a moverse, pero él alega que está lesionado, y que
prefiere permanecer ahí. Con la excusa de que podría retrasar la inminente expedición
de los contrabandistas, les pide que se marchen y que vuelvan a por él dentro de seis
días. Una vez que Edmundo pierde el barco de vista, se pone en pie y encuentra el
tesoro.
Edmundo se enteró, además, de que su anciano padre murió de hambre, pobre, triste y
abandonado.
Mientras tanto, los amigos de Edmundo han sufrido en manos del destino. Al principio
de la novela, Julien Morrel es el rico y amigable propietario de un negocio naval en
alza. Pero durante el encarcelamiento de Dantés, Morrel sufrió una trágica serie de
desventuras, entre ellas el hundimiento de su barco Faraón, y en el momento en el que
Edmundo regresa a Marsella, aquel no tiene más que a sus dos hijos, Julie y
Maximilian, y a unos cuantos criados leales.
En ese contexto y con su negocio naviero en bancarrota, Morrel decide suicidarse. Pero
Edmundo lo impide en el último momento, ayudando de manera anónima a su antiguo
jefe: le hace llegar dinero para que responda a sus acreedores, además de un nuevo
barco, en reemplazo del “Faraón”. Para ocultar su nombre, en esa operación Dantés
actúa bajo el seudónimo de «Simbad el Marino».
Diez años después de su viaje a Marsella, Dantés traza una hábil y meticulosa estrategia
para vengarse de quienes lo habían enviado a prisión, destruyendo su vida.
Montecristo tiene una bella esclava griega, Haydée, cuya familia y hogar en Janina
habían sido destruidos por Fernando. Puntualmente, éste traicionó a Alí, padre de
Haydée, entregándolo a sus enemigos y causando su muerte y la de su esposa, pese a
que su misión era cuidarlos.
Esa misma noche, Mercedes, esposa de Fernando, le hace una visita al Conde de
Montecristo. Entonces, le confiesa que desde el principio estaba al tanto de su verdadera
identidad, y le suplica por la vida de su hijo, a lo que Edmundo accede.
Sin embargo, las cosas son más complicadas de lo que Dantès anticipó. Sus esfuerzos
para destruir a sus enemigos y proteger a los pocos que le defendieron se entremezclan
horriblemente. Maximilien Morrel se enamora de Valentine de Villefort, y Dantès los
ayuda a fugarse juntos fingiendo la muerte de la joven. Al verse descubierta por su
esposo, Héloïse envenena al pequeño Édouard y se suicida ella también. Todo esto hace
que Dantès se cuestione su papel como agente de la venganza de Dios.
Viendo que su ira se iba extendiendo lentamente más allá de lo que él pretendía, Dantès
cancela el resto de su plan y toma medidas para equilibrar las cosas. Aunque la
venganza sobre sus enemigos no está completa del todo, deja en libertad a Danglars, no
sin antes secuestrarlo en Roma gracias a su amigo Luigi Vampa, el bandido más temido
de Italia, y haciéndole pasar hambre y cobrándole casi todo el resto de su fortuna por
restos de comida, y finalmente le revela su verdadera identidad en la cima de su agonía.
Edmond también indemniza a los que quedaron envueltos en el caos resultante,
aplicándose así también sus propios criterios de justicia. En el proceso, se conforma con
su propia humanidad y es capaz de encontrar cierto perdón para sus enemigos y para sí
mismo.