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Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo

Marx, el más Grande entre los Grandes

Manuel Riesco

Capítulo del libro “Vigencia de Marx para Interpretar el Capitalismo Actual,”


editado por:
Tomás Moulian, Paula VIdal y Claudia Drago,
Editorial Lom, Santiago, 2010.

Tel: (562) 6883760 www.cendachile.cl cenda@cendachile.cl Vergara 578, Santiago, Chile


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Introducción

"Hay que estudiar a los Cuatro Grandes para comprender el destino que espera al capitalismo:
Al escocés Adam Smith, el alemán Carlos Marx,
el austríaco Joseph Schumpeter y el inglés John Maynard Keynes"

Financial Times, Londres, 12 de marzo del 2009.

Carlos Marx ha vuelto a la vida. A consecuencia de la caída del Socialismo, el término de la


Guerra Fría y la Gran Recesión. El principal diario financiero del mundo llama a estudiarlo, junto
a Adam Smith, Joseph Schumpeter - que era discípulo de Kautsky, que era el secretario de
Marx - y ciertamente, el gran John Maynard Keynes.
Bueno, no cualquier diario. Se trata del principal vocero moderno del liberalismo clásico, o
Neo clásico para estos efectos. En otras palabras, al igual que aquellos, vocero teórico de los
capitalistas industriales, que durante tres décadas han visto arrebatada su hegemonía sobre
los asuntos públicos por el desmesurado crecimiento de la fracción financiera del capital a partir
de los años 1980 y que al 2007, justo antes de la hecatombe general desatada precisamente
por ellos, se había apropiado nada menos que un 42 por ciento de todas las ganancias
empresariales en los EE.UU. ¡No es raro que los otros hayan quedado con sangre en el ojo!
A juzgar por lo que se argumenta en este texto y sucesivos editoriales del Financial Times, no
se trató solamente de la hegemonía de banqueros, sino también de los rentistas. Estos últimos
no son en realidad capitalistas, sino parásitos de aquellos. Sin embargo, encabezados por
las empresas petroleras y otros híbridos rentistas-capitalistas y en alianza con los banqueros,
fueron voraces hegemones de las tres décadas negras a las que la Gran Recesión de
principios del siglo XXI finalmente puso término. En buena hora.
Como siempre ocurre, cada hegemón consagra sus propios sacerdotes. En este caso,
banqueros y rentistas resucitaron a los liberales del Laissez-Faire, de la tumba en que yacían
muertos en vida desde su estruendoso fracaso en los años 1930. Lo primero que hicieron para
remozarlos un poco fue cambiarles de nombre por uno más marketero: Neoliberales.
Luego los elevaron a la respetabilidad de cátedras universitarias, siempre con
generosos "grants" de alguna institución financiera. De ahí al poder de los bancos centrales
e instituciones financieras internacionales, precisamente las creadas en Bretton Woods por
inspiración de John Maynard Keynes, que debe haberse revolcado en su tumba de rabia, al ver
que terminaban difundiendo las ideas de quiénes fueron siempre sus adversarios mortales. En
los países subdesarrollados, desde los bancos centrales y ministerios de Hacienda, jugaron
el papel de cónsules locales del hegemón, junto a su grupo de tecnócratas que hacían el
papel de guardia pretoriana para garantizar que los políticos locales no dieran rienda suelta a
su "populismo" natural, es decir, a cosas como recuperar sus recursos naturales o poner coto al
libertinaje del capital especulativo.
Los Neoliberales son liberales demenciados, puesto que pasan por alto aspectos cruciales
de la realidad, que los liberales Clásicos y también los Neoclásicos tenían bien claros, como
el rol del Estado y la teoría de la renta. No es casual que banqueros y rentistas les hayan
escogido como sus representantes en el plano intelectual, puesto que en cierta medida son
una expresión en el plano académico de las distorsiones que los otros presentan en el terreno

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práctico.
Como bien escribe Marx, citado precisamente por un articulista del diario británico antes
mencionado, para los banqueros el dinero produce dinero por si sólo. Su paso por la
producción y el comercio no representa para ellos más que un molesto interludio. Las fronteras
nacionales, que para los industriales han representado siempre los muros protectores de
mercados estables, representa en cambio para los banqueros un molesto obstáculo en su
interés de aprovechar cualquier diferencia de precios en los mercados mundiales, moviendo
sus capitales especulativos libremente por todos lados. Sueñan, digamos, con hacer pingües
ganancias en una sola noche comprando barato enTokyo y vendiendo caro en Santiago. La
concepción anarquista burguesa de los Neoliberales respecto del Estado, como fuera calificada
por el gran historiador británico Eric Hobsbawm, les viene a los banqueros como un anillo al
dedo.
No es raro que la tan bullada globalización inventada por los banqueros e impulsada con
aplicación por los Neoliberales y que pasó a ser el marco de referencia intelectual general del
período, haya resultado finalmente un fiasco. Solo resultó en el plano al que estaba destinada
originalmente, es decir, para el dinero. Pareció funcionar para las mercancías mientras las
cosas fueron bien. Sin embargo, con la llegada de la crisis todos recordaron que los verdaderos
mercados, es decir, espacios de libre circulación estable de dinero, mercancías y personas,
solo han existido históricamente al interior de los espacios regulados y protegidos por los
Estados o asociaciones de Estados vecinos, como la UE. En el plano internacional lo que
existe es comercio entre estos Estados-mercados, que crece y se contrae al ritmo de los ciclos
seculares. Y en cuanto a la libre circulación de personas, hay que preguntar a los Mexicanos
como anduvo aquello.
A los rentistas, en realidad la economía les importa un bledo. Siempre van a estar con aquellos
que les garanticen su apropiación sobre recursos lo mas cuantiosos posibles, de la manera
mas barata posible y por los cuales puedan cobrar la mejor renta posible. Ellos no tienen
presupuesto de innovación, investigación y desarrollo, como los industriales, sino maletines con
coimas y otras prebendas a repartir entre quienes garanticen su apropiación de recursos.
De este modo, entre unos y otros, banqueros y rentistas fueron los poderosos padrino y
madrina de los extremistas profesores Neoliberales. La debacle de los primeros en la reciente
crisis y su giro hacia el Estado como tabla de salvación, por una parte y el resurgimiento del
nacionalismo en la competencia con los rentistas por los recursos, ante la evidencia de su
escasez debido al mundo emergente, por otra, significaron un golpe muy duro a sus protegidos.
Están muy debilitados y lo mas probable es que no se recuperen en varias décadas, como
ocurrió en la Gran Depresión.
Como pronosticó Eric Hobsbawm durante su visita a Chile en 1998, el capitalismo se
recuperará de esta crisis como de las anteriores, pero la locura Neoliberal no.
Por el contrario, Carlos Marx resurgirá en gloria y majestad, al menos en el ámbito académico.
Se volverá a apreciar en todo su significado, su genial reconstrucción de la teoría económica
de los Clásicos, manteniendo fidelidad y resolviendo las contradicciones de su gran
descubrimiento teórico: que la única fuente de la moderna riqueza de las naciones es el trabajo
humano.
En lo que sigue se argumenta que dicha teoría permite explicar los principales fenómenos
que experimenta la economía global en el siglo 21, como la emergencia del mundo hasta ayer
subdesarrollado, la escasez de recursos y las crisis seculares, entre otros.
Por este gran aporte, sumado a los otros realizados en el plano de la historia, la política
y la filosofía, Carlos Marx bien merece ser considerado el más grande entre los grandes
economistas Clásicos.

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El Valor de los Clásicos


En El Capital, Carlos Marx reconstruye críticamente la teoría económica clásica de Adam
Smith y David Ricardo, manteniendo fidelidad estricta a su descubrimiento que, en palabras
del propio Marx, “cambió la historia del pensamiento humano”: la fuente exclusiva del valor
de las mercancías es el trabajo humano invertido en su producción. Esa es la substancia
común a todas ellas, cuya necesidad lógica fue planteada ya por Aristóteles, que hace posible
intercambiarlas en proporciones precisas.
Marx hace de este modo su mayor contribución a la teoría económica moderna. Recién
ahora empieza a valorarse universalmente, siendo ésta quizás una de las más profundas
repercusiones teóricas de los dos mayores sucesos históricos de las últimas décadas: el
término de la guerra fría y la reciente crisis mundial.
Como es sabido, al menos en el discurso teórico, la mayoría de los economistas liberales
posteriores abandonaron este postulado fundamental, puesto que encierra la verdad incómoda
que la ganancia capitalista es trabajo no retribuido. Marx, por el contrario, la devela al descubrir
que tras su apariencia superficial de “precio del trabajo,” el salario representa el valor de la
fuerza de trabajo. De este modo, con estricto apego a la teoría del valor de los Clásicos, deja
en evidencia que el capitalismo continúa siendo un régimen de explotación, como los que
sometían a siervos y esclavos. Al igual que ellos, los asalariados también dividen su jornada en
una parte destinada de reproducirse ellos mismos y sus familias y entregan el resto en forma
gratuita a sus explotadores; la especificidad reside en que dichas partes quedan ocultas bajo su
forma de valor y no separadas a simple vista en el tiempo y en el espacio como ocurría en los
regímenes anteriores.
Desde luego, Marx no vulgariza el gran descubrimiento de los Clásicos. Muy por el contrario,
lo expone y desarrolla en toda su riqueza de modo brillante, aprovechando la dialéctica
Hegeliana, en la primera sección del Libro I de El Capital. Destaca que aunque todo el valor es
creado por trabajo humano con destreza, complejidad e intensidad medias, no cualquier trabajo
crea valor, sino sólo aquel que se plasma en productos y servicios que logran venderse. Es
decir, en mercancías que salen bien paradas tras su “salto mortal” al enfrentarse con el dinero.
De este modo, reafirma la convicción de los Clásicos que el valor se asienta en el mercado, en
la repetición sucesiva y multitudinaria de compras y ventas en todo el mundo. Sólo crea valor el
trabajo humano que entra cotidianamente en esa trituradora planetaria de músculos y nervios
y al final de la jornada logra salir bien parado de ella. Si bien la naturaleza continúa siendo la
madre, el trabajo es el padre exclusivo de la moderna riqueza de las naciones.
Este concepto central continúa siendo reconocido en los hechos, aunque no en las palabras,
por la teoría económica. Desde luego, todos aceptan que el conjunto de todas las mercancías
se vende estrictamente por lo que valen. Asimismo, miden el valor nuevo producido
anualmente con bastante exactitud en el producto interno bruto (PIB), que como se sabe
no es la suma total de los precios, sino la sumatoria del valor agregado por los distintos
procesos productivos. Es decir, como bien sabe cualquiera que calcule el IVA a fin de mes,
es la sumatoria de las ventas menos la sumatoria de las compras de productos y servicios
de terceros. Por cierto, las remuneraciones jamás se pueden deducir en el cálculo del IVA, a
riesgo de terminar en la cárcel, como si se puede hacer en cambio con los demás costos de
producción.
También reconocen que una economía capitalista no puede crecer si su fuerza de trabajo no
incrementa constantemente su número. Esta condición esencial de la acumulación capitalista
es analizada por Marx en la Sección VII del Libro I de El Capital, que titula precisamente “La
Acumulación.” Para ello resulta indispensable, en primer lugar, que los trabajadores “salgan

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del proceso productivo igual como entraron,” como dice Marx, es decir, forzados a vender
nuevamente su fuerza de trabajo. Incluso el crecimiento del ejército industrial de reserva es
presentado como una condición para mantener los salarios en un nivel que impida que los
asalariados ahorren lo suficiente para dejar de serlo. Es la ley general de la acumulación
capitalista. No parecen haberla comprendido algunos círculos de izquierda que adoptaron
recientemente la moda de promover la transformación general de los trabajadores en
emprendedores, lo cual ciertamente resulta una completa utopía en el capitalismo, que requiere
precisamente lo contrario.
Otro tanto ocurre con los que suponen que la tendencia general de la producción capitalista es
hacia la eliminación del trabajo humano. Como señala Marx, la condición general básica de la
acumulación capitalista de aumentar constantemente el número de trabajadores explotados
para aumentar el PIB y las ganancias, entra constantemente en contradicción con el interés de
los capitalistas individuales en reducir el trabajo introduciendo constantemente innovaciones
técnicas, para aprovechar la transitoria elevación de sus ganancias que ello les proporciona,
mientras no son adoptadas por sus competidores. Cuando sucede esto último los precios se
reducen, puesto que la tecnología no crea valor, como bien dejaron establecido los Clásicos,
sino sólo lo transfiere desde los capitalistas que se quedan atrás hacia sus competidores
innovadores. Este inmenso incentivo a la innovación es identificado como el verdadero motor
del carácter revolucionario del capitalismo, como Marx subraya una y otra vez. Sin embargo,
esta contradicción, que constantemente atrae y repele a los trabajadores de las fábricas, según
Marx se encuentra en la base de los ciclos económicos.
En la economía moderna no existen dos variables más correlacionadas que el empleo y el
PIB, es decir, ambos suben y bajan al unísono. En el curso del último siglo, el PIB mundial ha
crecido mas o menos al mismo ritmo promedio que el número de trabajadores dedicados a la
producción de mercancías.
Todos los economistas reconocen asimismo que mejorar la calificación de la fuerza de trabajo
la hace más productiva. La economía clásica señalaba que ello permite realizar un trabajo
más complejo, que a su vez resulta más productivo, puesto que concentra en poco tiempo
muchas horas de duro entrenamiento. Asimismo, el aserto clásico que aumentar la intensidad
del trabajo incrementa su productividad en términos de valor, es algo que entiende cualquier
capataz de fábrica. Marx mantiene su teoría estrictamente ceñida a este exigente rasero: solo
tres factores inciden en la producción de valor: cantidad, complejidad e intensidad del trabajo
destinado a producir bienes y servicios que logran venderse en el mercado.
Hoy las principales economías desarrolladas enfrentan un serio problema de disminución
de su población activa y todos reconocen que ello incidirá en su estancamiento económico,
precisamente por la razón antes indicada. La economía de Japón, por ejemplo, una de las
más modernas y tecnologizadas y adicionalmente una de las más puramente capitalistas,
en el sentido que la abrumadora mayoría de sus trabajadores son asalariados que trabajan
en la producción mercantil, se ha mantenido estancada por dos décadas y los economistas
reconocen que su problema principal es precisamente el estancamiento en el número de
sus trabajadores. Las otras economías más desarrolladas actualmente dependen para su
crecimiento de un flujo de inmigrantes, para reponer una tasa de crecimiento del PIB que la
demografía de su propia fuerza de trabajo ya no es capaz de sostener. Ello es reconocido en
forma unánime por economistas y gobiernos.

La Llamada Acumulación Originaria del Capital


De este modo, el genial descubrimiento de los Clásicos, revitalizado por Marx, explica algunos
de los problemas más generales que enfrentan las economías más avanzadas. Pero hay

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mucho más. Como se ha mencionado, queda fuera de la ecuación clásica del valor todo el
esforzado trabajo que se invierte en bienes y servicios que no se venden. Desde luego, la
mayor parte del que realizan los más de tres mil millones de personas que todavía permanecen
trabajando y viviendo en el campo, a la antigua y que constituyen exactamente la mitad de
la población mundial al 2008, según NN.UU., Asimismo, el trabajo doméstico que realizan
cotidianamente miles de millones de mujeres.
Sin embargo, esto está cambiando aceleradamente, en la medida que multitudes
de campesinos migran cada año, cuyo número recientemente la OIT ha estimado
conservadoramente en 30 millones por año - solo en China se registran oficialmente 18
millones de inmigrantes rurales anuales. Junto a otras tantas mujeres que dejan su trabajo
doméstico, ellos se incorporan al mercado del trabajo, principalmente en las mega-ciudades
que se expanden alrededor del mundo emergente. Éstas son las supernovas, inmensas
explosiones de mercancías que se disparan en todas direcciones, que están dando a luz
las verdaderas dimensiones de la economía capitalista global del siglo XXI. Al dar este salto
epocal, sus manos adquieren milagrosamente el toque de Midas: debido a que ahora producen
bienes y servicios que se venden el mercado, milagrosamente, el producto del sudor de su
frente aparece ahora registrado en el PIB mundial.
De este modo, el gran descubrimiento de los Clásicos, rescatado por Marx de sus propias
contradicciones, permite explicar de modo bastante sencillo nada menos que el fenómeno
económico más importante que tiene lugar en la economía mundial en la actualidad: la irrupción
de las economías emergentes. Jim O’Neill, jefe de estudios del banco Goldman-Sachs, fue el
primero en las altas esferas capitalistas en reconocerlo con su trabajo “Soñando con BRICs: La
ruta al 2050,” publicado el 2003, en que calcula que a mediados de siglo Brasil, Rusia India y
China serán cuatro de las cinco mayores economías del mundo.
Marius Kopplers, presidente ejecutivo de BHP Billiton, la principal minera del mundo en
buena medida gracias a lo que se lleva sin pagar desde Chile, lo expresa claramente en una
entrevista del 2008 al Wall Street Journal, citadas por El Mercurio de Santiago del 18 de agosto
del 2010: "El PIB y su desarrollo están siendo impulsados por... gente nueva que ingresa a la
era industrial moderna... a través de gigantescos procesos de urbanización.”
Ésta es sin duda la principal consecuencia teórica de la caída del Muro de Berlín: develó que al
otro lado el comunismo continuaba siendo un fantasma, sin embargo, en su lugar emergieron
formidables competidores capitalistas de carne y hueso que a poco andar dejarán atrás a los
del lado de acá.
Marx analizó en forma brillante este proceso en el conocido capítulo 24 del Libro I de El
Capital, que titula “La Llamada Acumulación Originaria del Capital.” Hace honor a Marx desde
el punto de vista teórico, explicar como el modo de producción capitalista de hecho aún se
está instalando históricamente, globalmente, recién en pleno Siglo XXI. Como es sabido, su
contribución más importante al pensamiento humano es previa y se encuentra en un plano
superior a su estudio económico detallado de la producción capitalista. Como bien destaca
Marta Harnecker en “Los Conceptos Elementales del Materialismo Histórico” - el libro acerca
del marxismo más difundido en habla castellana, de muy lejos - el concepto más importante
acuñado por Marx es el de modo de producción. Ubica el capitalismo en el contexto de la
sucesión histórica de éstos, en que cada uno ha dado de sí todo lo que es capaz, para en
ese momento y solo entonces, dejar paso al que le sigue, mediante la acción colectiva de los
hombres manifestada principalmente en la lucha de clases, el motor de la historia, como la
denomina Marx.
No deja de ser una ironía que el propio autor de esta genial visión que se ha denominado más
tarde el materialismo histórico, haya interpretado exactamente al revés de lo que fueron, la
increíble sucesión de revoluciones que en el curso de unas pocas semanas de 1848 derribó

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simultaneamente casi todos los gobiernos de Europa, con la significativa excepción del
británico. En ese ambiente se alumbró este concepto y su primera formulación magistral en
el Manifiesto Comunista, que salió a luz precisamente en esos días. Transcurrido un siglo
y medio, parece bastante evidente que la llamada “Primavera de los Pueblos,” no marcó el
fin del capitalismo y su reemplazo por el socialismo de los trabajadores, como soñaron los
dos geniales muchachos, uno de treinta recién cumplidos y el otro menor aún, imaginando
la inminencia de la revolución proletaria mundial cuando había transcurrido apenas medio
siglo desde la Revolución Francesa y la Revolución Industrial inglesa. Por el contrario y ello
ciertamente no la desmerece un ápice, la “Primavera de los Pueblos” fue recién la clarinada
que anunciaba que Europa había iniciado masivamente la larga marcha de sus campesinos.
Había empezado antes en el Reino Unido y tanto allí como en partes de Francia se encontraba
por entonces mucho más avanzada que en resto del continente.
El gigantesco impacto de ese proceso hoy lo conocemos bien. Generó la urbanización y
subsecuente emergencia económica del viejo continente, lo cual engendró las maravillas de
todo orden que asombraron y subyugaron al mundo entero. Al mismo tiempo, precipitaron el
horror de las dos guerras mundiales y el Holocausto. Unos y otros son productos genuinos
de la Europa emergente, que al mismo tiempo engendró los ferrocarriles y el Holocausto, a
Goethe, Beethoven, Marx, Freud y Eistein y también a Hitler. Es una lección a tener en cuenta
por el mundo emergente del Siglo XXI, con el agravante que ya no se trata una modernización
en miniatura remitida a un sólo continente de tamaño medio, sino en dimensión planetaria.
La marcha de los campesinos Europeos se derramó asimismo por otros lados. Saltando el
Atlántico llegó a América, principalmente al Norte, donde proporcionó la infantería para la
emergencia económica del Este y la fulgurante conquista del Oeste. También llegó al Sur,
aunque masivamente sólo al Río del La Plata, donde engendró el temprano surgimiento de
las modernas Buenos Aires y Montevideo. A Chile llegó de goteras, pero igualmente impulsó
el temprano surgimiento del capitalismo en Punta Arenas y proporcionó los cuadros de donde
surgiría más tarde el núcleo de las progresistas clases medias industriales, comerciales,
profesionales e intelectuales, incluyendo muchos dirigentes de los partidos progresistas y
populares. En el otro lado del mundo, motivó la emergencia económica de Australia y Nueva
Zelanda, entre otros lugares.
Todo ello fue exclusivamente el producto de la acumulación originaria en Europa, que era el
único lugar donde tuvo lugar durante el Siglo XIX. En todo el resto del mundo, los campesinos
continuarían durmiendo su siesta secular hasta la vuelta del nuevo siglo. La revolución de
1905 en Rusia, luego en 1912 en México y especialmente la Gran Revolución de Octubre de
1917, anunciaron que este proceso se había iniciado ya en otras partes del mundo. Después
de la Primera Guerra Mundial las revoluciones y turbulencias institucionales se multiplicaron,
destacando las de Europa Central y Turquía, las del Lejano Oriente y la República Española,
entre muchas otras. A lo largo del siglo y especialmente tras la Segunda Guerra Mundial,
se sucederían revoluciones, movimientos militares progresistas y guerras anticoloniales en
muchos países del mundo, entre los que destacan la Independencia de la India (1947), la
Revolución China (1949), la Guerra de Corea (1950), los movimientos militares progresistas
en el Medio Oriente (1952), la Revolución Cubana (1959), la revolución y guerra en Vietnam
(1952-1975) y la Revolución Iraní (1979), entre muchas otras.
La marcha de la acumulación originaria ha sido bien caprichosa, sin respeto alguno por la
adyacencia geográfica, como lo demuestra la Revolución de los Claveles en Portugal, que
recién marcó este hito en 1974 ¡a un tiro de piedra de Gran Bretaña donde todo se inició dos
siglos antes!
Chile resulta paradigmático en este proceso, en parte porque no recibió inmigración masiva
ni tampoco sufrió guerras o invasiones, por lo cual el proceso transcurre casi exclusivamente

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en base a sus fuerzas internas. La primera clarinada tuvo lugar el 11 de Septiembre de 1924,
cuando en medio de una extendida agitación social inspirada en parte por la Revolución
Rusa, un grupo de jóvenes oficiales de ejército mediante el ruido de sus sables forzaron
al Parlamento a aprobar en una sesión una serie de leyes progresistas. Éstas habían sido
presentadas cuatro años antes por el Presidente Alessandri Palma y dormían el sueño de los
justos en un parlamento dominado por los conservadores. Movimientos parecidos tuvieron
lugar contemporaneamente en varios países de America Latina, significativamente en Brasil y
también en otros muy lejanos como Turquía, que se ha mencionado
De ese modo se inauguró también en nuestro país la presencia de un actor que resultaría
decisivo en todos los procesos de transición del siglo XX: el Estado Desarrollista, que bajo
inspiraciones y formas muy diversas, en todos estos países asumió la misión de traer a tierras
atrasadas el progreso que ya había resultado de la emergencia de Europa. Desde el primer
momento, comprendieron que tenía una dimensión económica y también una dimensión social,
asumiendo ambas con toda decisión.
Una vez que completaron con notable éxito su tarea principal de crear la infraestructura
institucional, económica y social para ello, los mismos Estados desarrollistas giraron su
estrategia e impulsaron con decisión economías de mercado. En su mayor parte, realizaron
dicho giro sin traumas mayores y sin destruir lo que previamente habían construido, muy por el
contrario, fortaleciendo simultaneamente el sector público. Así sucedió de modo paradigmático
en el Japón de postguerra, ejemplo que fue seguido por los Tigres Asiáticos y mas tarde,
significativamente por China; Brasil hizo una experiencia parecida, entre muchos otros países.
En algunos países, lamentablemente, el giro coincidió con golpes militares contra-
revolucionarios, desmembramientos nacionales y guerras civiles atroces, que acarrearon
sufrimientos que se prolongaron por décadas. Lamentablemente, Chile fue uno de ellos.
Incidieron en esta forma destructiva del giro al mercado, por una parte la Guerra Fría, que en
países como los del Sud-Este Asiático había sido, por el contrario, un factor favorable. Por otra
parte, la hegemonía Neoliberal que se extendió por el mundo a partir de los años 1980 y hasta
la reciente crisis mundial, de la mano del aumento desmesurado del sector financiero en ese
mismo período.
En el plano propiamente social, la acumulación originaria en Chile tuvo un primer momento
lento y gradual en el enganche de campesinos a trabajar en las salitreras, que se inició en la
década de 1880 y alcanzó su clímax en 1929 igual que las exportaciones de salitre. Ese año
los trabajadores pampinos alcanzaron su número máximo de 65.000, que equivaldrían a unos
260.000 trabajadores de hoy en proporción a las respectivas poblaciones.
El segundo momento fue la Gran Crisis, que en tres años cerró casi todas las oficinas y
redujo los trabajadores a solo 8.600. El resto se dispersó de regreso por todo el territorio,
desembarcando la mayoría en Santiago, que duplicó su población en pocos años. Allí surgió
por primera vez una masa obrera libre en el doble sentido que Marx exige a la acumulación
originaria, libres de las trabas que los ataban a latifundios y oficinas salitreras, pero al mismo
tiempo desposeídos de medios de producción propios y por lo tanto forzados a vender su
fuerza de trabajo. De este modo, en los conventillos de la periferia del Santiago de entonces, se
juntaron los que pocos antes eran campesinos y luego pampinos, con aquellos otros, escasos,
que poco antes eran campesinos en Europa y llegados a Chile habían instalado allí sus talleres
familiares. De esos talleres de conventillo surgió en buena medida la industria manufacturera
nacional, que creció al amparo del Estado durante la llamada sustitución de importaciones.
El tercer momento fue el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, que puso término a medio
siglo de desarrollismo singularmente avanzado, democrático y que culminó en una revolución
hecha y derecha, conducida por el gobierno del Presidente Allende. Como secuela del golpe,
no menos de cien mil campesinos fueron expulsados violentamente de sus tierras y cerca

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de dos mil asesinados, por el delito de haber apoyado la Reforma Agraria. En el curso de
dos o tres años, fueron expulsados asimismo casi todos los que quedaron en las reservas
devueltas a los antiguos dueños y también en las tierras rematadas a empresas forestales, que
representaron en cada caso un 30 por ciento del total de tierras expropiadas. Sin embargo,
hay que mencionar que a su modo brutal, Pinochet cumplió con la ley de reforma agraria, que
establecía las reservas y entregó el 40 por ciento a campesinos considerados “leales.” Al cabo
de pocos años, esta nueva estructura de tenencia de la tierra sirvió de base a la revolución
exportadora de celulosa, frutas y otros productos agrícolas.
En el transcurso de todo este proceso, la migración campesina continuó a un ritmo creciente,
que alcanzó su peak a mediados del siglo y se mantuvo en ese nivel hasta fines de los años
1980. Incluso hoy día, el campesinado sigue existiendo en un número significativo, aunque
se ha reducido a un 10 por ciento de la población desde el 50 por ciento que representaba en
1930, y continúa migrando rápidamente.
Así se escribió en Chile la dura historia de la acumulación originaria del capital. Como enseña
Marx, no es otra cosa que la transformación de la masa de los campesinos en una fuerza de
trabajo urbana o al menos liberada de las ataduras del agro tradicional, razonablemente sana
y educada. Como concluye en su clásico estudio del mismo fenómeno en la Inglaterra de los
siglos XVII y XVIII, la violencia, el despojo, el pillaje y otras linduras, jugaron un rol decisivo.
También en Chile, como en todos lados, “el capitalismo vino al mundo chorreando sangre y
lodo por todos los poros, de los pies a la cabeza.”

Capitalistas y rentistas
Junto con descubrir que su fuente es el trabajo humano, los liberales Clásicos habían
identificado tres grandes procesos de transferencia de valor: la tecnología, que lo transfiere
desde los capitalistas retrasados a los innovadores, como se ha mencionado; las comisiones
e intereses, que lo transfieren desde los industriales a los comerciantes y banqueros y; las
rentas, que lo transfieren desde los capitalistas a los terratenientes en pago por acceder a los
recursos apropiados por estos últimos. Marx descubre un cuarto gran proceso de transferencia
de valor, desde las industrias intensivas en mano de obra a las intensivas en medios de
producción. En su conjunto, estas cuatro formas constituyen otros tantos términos de la función
que, impulsada por la competencia, transforma la matriz de valores de las mercancías en los
precios de mercado de las mismas.
Por estos días, una de estas formas de transferencia ha pasado a primer plano a nivel nacional
y mundial. Martin Wolf, principal editorialista económico del Financial Times, uno de los dos
más influyentes diarios financieros del mundo, abrió una sección especial al debate entre los
economistas acerca de la pregunta ¿Porqué la renta de los recursos ha sido eliminada de la
teoría económica?
Argumentando a favor del nuevo cobro por el uso de recursos minerales introducido por el
gobierno de Australia, el diario británico hizo una síntesis magistral de la teoría clásica de la
renta en un editorial del 1 de julio del 2010: "La economía de los recursos es como la de los
buscadores de tesoros. Una vez que se sacan de la tierra, su valor no guarda relación alguna
con el costo de encontrarlos y extraerlos. Depende solamente de lo que los interesados estén
dispuestos a pagar por ellos. Por este motivo, los países donde se encuentran tienen todo el
derecho a quedarse con una parte sustancial del mismo."
De este modo, el editorialista dejaba sentada la radical diferencia entre las industrias que,
como la minería y varias otras, se basan en recursos escasos y el resto de las industrias. De
la misma manera, dejaba en claro el abismo que separa a los rentistas de los capitalistas.
Estos últimos bien saben que no pueden vender por encima de sus costos de producción y

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deben innovar constantemente para evitar que sus competidores los dejen fuera del mercado.
Los rentistas, en cambio, solo deben preocuparse de no perder el control de los recursos que
se han apropiado, ojalá incrementarlos y asegurarse de cobrar las rentas más substanciosas
posibles por el acceso a los mismos.
En el modo de producción capitalista hay tres clases sociales, los obreros, los capitalistas y
los rentistas, escribe Marx en el último capítulo inconcluso del Libro III de El Capital, titulado
justamente Las Clases Sociales. Para los Clásicos y para Marx, los últimos son parásitos de
los segundos y ambos, desde luego, se sostienen en hombros de los primeros. Como se ha
mencionado, para la economía clásica, los recursos que no han agregado trabajo humano
no poseen valor alguno. La renta que perciben sus propietarios es una transferencia de valor
desde las otras industrias, las cuales deben disminuir levemente sus precios para solventar el
pago de todas las rentas, que son bastante cuantiosas. De esa fuente provienen las rentas de
los dueños de tierras agrícolas, minas, terrenos urbanos, derechos de agua para riego, pesca y
acuicultura y generación hidroeléctrica, y suma y sigue.
Marx y los liberales Clásicos se hubiesen asombrado de comprobar que en el mundo de hoy
ha surgido un híbrido: el capitalista-rentista. En efecto muchas empresas y conglomerados
derivan la mayor parte de sus ganancias no de su capacidad innovadora, sino de los recursos
de los cuales se han apropiado. Su asombro hubiese sido mayor al comprobar que varias de
las mayores corporaciones del mundo, entre ellas la mas grande de todas, corresponden a este
engendro estéril.
Felizmente, comprobarían que varias de ellas son empresas estatales, lo cual elimina el
problema de raíz. Los Clásicos, que eran los representantes teóricos de los entonces nacientes
capitalista industriales, tenían muy claro su adversario principal y estos no eran los obreros
sino los terratenientes. De este modo, dieron con una respuesta sencilla y efectiva al problema:
David Ricardo propuso que el Estado debía expropiar todas las tierras y cobrar por el acceso a
las mismas. De ese modo, todos los empresarios de todos las ramas quedarían en igualdad de
condiciones y forzados a competir bajo las mismas reglas.
Marx coincide plenamente con la teoría de la renta de los liberales Clásicos y la complementa
mostrando que no solo existe la renta diferencial, descubierta por David Ricardo, es decir,
aquella que obtienen los propietarios de los recursos relativamente mas productivos, por
ejemplo, tierrra mas fértiles o minas con leyes superiores o de explotación más sencilla. Marx
demuestra que también existe la renta absoluta, que perciben incluso los menos productivos de
los recursos escasos. La teoría moderna de la renta acepta el criterio de Marx en este aspecto.
Un siglo y medio mas tarde, Paul Samuelson, el gran economista Neoclásico y pionero en la
utilización del cálculo diferencial para el análisis económico marginal, abogaría por una solución
parecida: sin necesidad de expropiarlos, el Estado debía cobrar royalty e impuestos específicos
que capturasen, en el óptimo, toda la renta de todos los recursos escasos.
Samuelson es autor de una de las más interesantes variantes de la teoría clásica de la renta,
al introducir el concepto de cuasi-renta, o renta de monopolio. Demostró que el monopolio es
en los hechos un tipo de rentista, puesto que logra levantar barreras de acceso a un mercado
determinado, lo cual le permite reducir la producción y elevar los precios por encima de sus
costos, con exactamente el mismo resultado que si se asentara sobre un recurso escaso.
Otro aporte significativo a la teoría de la renta fue hecho por Hötelling, un economista
estadounidense de los años 1930, que introdujo el concepto de renta intertemporal, para
distinguir el caso de los recursos no renovables, que tienen asociada de este modo una renta
mayor que los recursos renovables.
Finalmente, cabe mencionar que la teoría de la renta constituye el principal vinculo entre la
teoría económica y la teoría ecológica. Puesto que cada vez más recursos resultan cada vez
mas escasos, las rentas resultan cada vez mayores. Al mismo tiempo, el cobro adecuado de

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impuestos por parte del Estado a los recursos que se tornan escasos constituye un mecanismo
que ayuda efectivamente a su conservación.
Esto se relaciona con otro aporte de Samuelson y economistas neoclásicos posteriores, que
es el análisis de las regulaciones como fuente de renta. En un reciente artículo publicado en
el diario La Tercera, el ex ministro de Bachelet, Eduardo Bitrán, analizaba rigurosamente este
concepto para el caso de la pesca. Si no hay regulación al acceso, los recursos se agotan
rápidamente como ha ocurrido recientemente con el jurel y diversas otras especies y la
renta se disipa completamente. La regulación del acceso evita este problema, al fijar cuotas
globales en niveles de explotación sustentables. Sin embargo, como alega Bitrán, al hacerlo,
el Estado genera una renta para los que tienen acceso y con toda razón se pregunta ¿quién
se queda con esa renta? Rechazando la idea que sean los actuales titulares, propone licitar
periódicamente al menos la mitad de las cuotas y adicionalmente que el Estado se quede
con al menos la mitad de las rentas asignada en propiedad privada, mediante el cobro de
impuestos específicos.
Un caso que se puede asimilar a éste ocurrió en los años 1990 en la minería del cobre chilena.
Los gobiernos democráticos, olvidando completamente las enseñanzas de Marx y los Clásicos
al respecto, abrieron libre acceso sin cobro a los ricos minerales chilenos. El resultado fue una
avalancha de inversiones de tal magnitud que copó con creces el aumento de la demanda
mundial en el mismo período - como lo advirtió el economista Orlando Caputo ya en 1995
- generando una sobreproducción mundial desde Chile que para el 2003 había reducido el
precio del cobre a 62 centavos de dólar libra el precio más bajo desde los años 1930, con la
diferencia que ahora ello ocurrió no en el medio de una crisis sino por el contrario, durante la
fase maa expansiva de la demanda. Ese año, una producción dos veces más grande que la de
1995 se vendió por un valor total inferior al de aquella. El efecto disipador de renta fue brutal y
afectó especialmente al principal productor establecido, CODELCO. Eso es justamente lo que
quiere evitar el estado canadiense de Saskatchewan, que es el principal exportador mundial
de potasio. El Financial Times del 21 de octubre del 2010 informa que Brad Wall, Premier del
estado, ha solicitado al gobierno de Canadá bloquear la compra de una de sus empresas por
parte de BHP Billiton, alegando precisamente que Saskatchewan ha mantenido la política de
regular su producción para ser "fijadores y no tomadores de precios" que es lo que se propone
BHP según declaraciones de la propia empresa.
El interés por los recursos venía gestándose desde hace algunos años, ante la evidencia de la
inmensa demanda de recursos que van a generar los países emergentes. Estados y empresas
han definido una estrategia para asegurarse el acceso a los recursos, aunque tengan que
pagar por los mismos, lo cual ha mejorado significativamente las condiciones que pueden
negociar quienes los poseen en abundancia.
Muchos países, encabezados por Rusia, han recuperado en los últimos años los recursos que
habían privatizado irresponsablemente en los años 1990. En América Latina, Bolivia recuperó
sus reservas de gas de modo que si antes las empresas que los explotan "se llevaban 80
y nos dejaban 20, ahora se llevan 20 y nos dejan 80," como declaró el Presidente Morales.
Ecuador nacionalizó su petróleo y Venezuela renegoció sucesivamente términos cada vez
mejores para el suyo. El Presidente Kirchner estableció en Argentina el 2007 un royalty de
10 por ciento sobre las ventas a la explotación de minerales. Todavía mas significativamente,
el Presidente Lula promulgó el 2009 la nueva política de recursos de la principal potencia
Latinoamericana. En un discurso en que parafraseando al Presidente Allende proclamó "la
Segunda Independencia," definió que el Estado asumiría la explotación de los recién
descubiertos yacimientos submarinos de petróleo. Poco después, en la mayor oferta pública
de acciones de la historia, recuperaba el control de Petrobras, en una suerte de privatización al
revés en que aportó los yacimientos encontrados, valorados a un precio de mercado de 70.000

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millones de dólares.
Sin embargo, el asunto se precipitó el 2010 cuando las compañías mineras australianas
culminaron con éxito una campaña para derribar al Primer Ministro de su país, Kevin Rudd, que
intentó imponerles un "super impuesto" que capturase de manera más o menos adecuada la
gigantesca renta de los minerales que pertenecen a esa nación y de los cuales se han venido
apropiando pagando poco. Las mineras pagaron bastante caro por su aventura. Desde luego,
tuvieron que acordar substanciales incrementos en los royalty que pagan en las provincias -
los que se consolidan al calcular el “super impuesto” al gobierno nacional -, subieron éstos de
aproximadamente 3 por ciento hasta 5 por ciento sobre las ventas en el caso de los minerales
refinados y 7 por ciento en el caso de los concentrados; todo ello con el compromiso de
deponer al primer ministro. Logrado este objetivo tuvieron que pactar con la nueva primera
ministra un súper impuesto de 30 por ciento sobre las utilidades que excedieran un 12,5 por
ciento sobre el capital invertido, que se considera una ganancia normal. Su predecesor quería
un impuesto de 40 por ciento para todas las utilidades que excedieran un 6,5 por ciento sobre
el capital invertido.
Todo lo anterior, desde luego, por encima de los impuestos normales que pagan todas las
empresas, que en Australia están sujetas una tasa de 30 por ciento, que se rebajó a 29 por
ciento tras la aprobación del “super impuesto a las mineras.” Sus dueños, asimismo, deben
pagar impuestos personales elevados sobre las utilidades que retiran, de los cuales no pueden
descontar como crédito la totalidad de los que pagaron antes sus empresas, como sucede en
Chile.
Se ha detallado el caso Australiano porque puede compararse fácilmente con el "nuevo trato"
que se impuso a las mineras que operan en Chile, en una ley aprobada el mismo día que los
33 mineros eran rescatados de regreso a la superficie. Las mineras quedaron sometidas a
un impuesto específico cuya tasa llega hasta un máximo de 14 por ciento sobre el margen
operacional, según una tabla cuyos autores estiman arrojará una tasa promedio de 8,2 por
ciento. Es decir, menos de un tercio de lo que las mismas empresas acordaron pagar en su
propia casa.
Ello aparte de los impuestos generales a todas las empresas que en Chile tienen una tasa de
17 por ciento, íntegramente acreditable, como se ha mencionado, a los impuestos que pagan
sus dueños, que en al caso chileno alcanzan a 35 por ciento para los inversionista extranjeros
y 40 por ciento para los nacionales. Es decir, incluso en las actuales circunstancias mundiales,
las mineras en Chile pagan muy poco.
De hecho, hasta el 2003 no pagaban nada por el uso del mineral, que según la Constitución
pertenecen al Estado en forma "inalienable e intransferible," según el artículo que se mantiene
en vigencia desde que fueron nacionalizados en 1971. Sin embargo, las mineras se apropiaron
de los mismos mediante una modificación introducida en 1981 por José Piñera, hermano del
actual Presidente, que permitió su "concesión plena" por tiempo indefinido.
A partir del 2003 empezaron a pagar un impuesto específico que llega hasta 4 por ciento sobre
sus márgenes operacionales. Sin embargo, aún después de dicho pago, según sus propios
balances, las mineras privadas obtuvieron en los años 2005 al 2009 utilidades totales antes de
impuestos, intereses, amortizaciones y depreciaciones, lo que en jerga contable se conoce por
su sigla en inglés EBITDA y mide bien sus ganancia efectivas, por 76.850 millones de dólares.
Ello equivale a más de tres veces el total de sus inversiones en Chile, las que entre 1974 y
2008 sumaron 21.800 millones de dólares según el Comité de Inversiones Extranjeras. Por otra
parte, equivale aproximadamente a la mitad del presupuesto del Estado chileno entre el 2005 y
el 2009. Es decir, los chilenos financian un Estado y medio, por haber olvidado las enseñanzas
de Marx y los Clásicos acerca de la renta.
El daño sobre la economía chilena es aún mayor. El olvido de la teoría clásica de la renta

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ha generado una completa distorsión de la economía chilena y una esterilización de sus
principales empresarios. Desde 1974, se privatizaron crecientemente los recursos naturales
sin cobro alguno. El resultado es que desde entonces y hasta el 2010, según la misma fuente
antes citada, la mitad de las inversiones extranjeras que ingresaron al país se dirigieron a un
solo sector, la minería, que representa menos del uno por ciento de la fuerza de trabajo. Ello
se agrava por el hecho que la mayor parte de la otra mitad se orientó asimismo hacia ramas
que se basan en recursos naturales, como la generación de energía eléctrica, la industria
forestal, la pesca y la construcción inmobiliaria, entre otros. La inversión nacional siguió rumbos
parecidos.
El resultado es que lejos de ser una pujante potencia industrial emergente, Chile se ha
transformado en una suerte de coto de caza privado de rentistas. Aparte de las empresas
mineras, que son de lejos las más grandes y todas extranjeras excepto una menor, los dos
principales grupos empresariales están sentados encima de medio millón de hectáreas de
bosques y buena parte de los derechos de agua para pesca y generación hidroeléctrica.
Comparten estos últimos con el tercero, que se apropió de la empresa estatal respectiva e
irónicamente hoy pertenece a ENEL, del Estado italiano. Los grupos que siguen se dedican
ostensiblemente al comercio minorista pero son básicamente inmobiliarios y prestamistas. Los
grupos financieros propiamente tales, por su parte, controlan un sector altamente protegido,
que incluye bancos y pensiones y salud privatizadas. Todos los sectores están altamente
monopolizados, siendo controlados por dos o tres empresas en la mayoría de los casos.
De este modo, todos ellos derivan la mayor parte de sus ganancias no de su capacidad
innovadora propiamente capitalista, sino de la renta de los recursos y mercados que se han
apropiado. Tienen asimismo industrias en su interior, pero no son lo más importante. En el
caso de la minería se llega al extremo que ni siquiera refinan en el país la mayor parte de los
minerales que exportan. Todos ellos son híbridos, más rentistas que capitalistas.
Mientras tanto, la industria manufacturera se ha reducido a menos del diez por ciento de la
fuerza de trabajo. Durante cuarenta años, la cesantía oficial ha mantenido una tasa promedio
del orden de ocho por ciento, en circunstancias que los países emergentes de Asia y Chile
antes de 1973 muestran tasas del dos a tres por ciento.
Al mismo tiempo, se ha desmantelado un sistema nacional de educación pública que en 1973
matriculaba a un 30 por ciento de la población en establecimientos gratuitos de reconocida
buena calidad, en todos los niveles educacionales. Hoy, los establecimientos públicos están
por lo general en condiciones deplorables y el total de matriculados tanto en éstos como
en los privados, en todos los niveles, alcanza al 27 por ciento de la población del país. Si al
mismo tiempo se ha logrado elevar la cobertura, ello se debe a que la proporción de jóvenes
en la población ha disminuido, no porque el país haga hoy un esfuerzo mayor en educación,
sino todo lo contrario. Adicionalmente, hoy las familias deben desembolsar la mitad del gasto
educacional global, el 86 por ciento del presupuesto de las universidades y el 100 por ciento
de la educación superior técnica. Para remate, la calidad de la educación es reconocidamente
deficiente.
Otros países emergentes como Corea, en cambio, han alcanzado un 98 por ciento de
cobertura en educación terciaria y cuentan con la fuerza de trabajo mejor calificad del mundo.
Ellos comprenden perfectamente y hacen honor al postulado central de la economía clásica
revitalizado por Calor Marx: la fuente exclusiva de la moderna riqueza de las naciones es la
cantidad y calidad de su fuerza de trabajo.

Las crisis
Los aportes de Marx a la compresión de la economía del siglo 21 incluyen al menos otro

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aspecto crucial, aparte de los ya mencionados y entre otros: su aporte a la teoría de las crisis.
Los ciclos económicos resultan bastante incomprensibles para la economía liberal en general.
Reconocen su existencia, desde luego y dedican importantes recursos a su estudio acucioso.
Llevan de este modo la estadística precisa de los más de treinta ciclos que, con un período
promedio del orden de siete años, han venido afectando a la producción capitalista moderna
desde 1825, cuando se registró la primera gran crisis cíclica de este modo de producción.
Antes se habían experimentado solo algunas grandes crisis financieras, como la de los
tulipanes o la de la compañía del Pacífico Sur.
Han registrado debidamente asimismo, especialmente a raíz de la crisis en curso, los grandes
ciclos seculares que la han afectado en 1872, 1929, 1969 y 1999, que se han extendido
por dos o tres décadas cada una de ellos y durante los cuales varios ciclos "normales" se
han sucedido uno tras otro, no hacia arriba, sino hacia abajo. Es decir, en dos o tres ciclos
sucesivos al inicio de cada uno de estos períodos depresivos seculares, la economía se ha
precipitado en una nueva crisis cuando todavía se encontraba por debajo del máximo anterior.
Es precisamente lo que ha venido ocurriendo a lo largo de la última década, desde en 1999 se
inició el ciclo secular en curso.
De hecho, en los EE.UU. está oficialmente designado un panel de sabios cuya misión
específica consiste precisamente en declarar cuando las recesiones se inician y terminan; el
único problema es que como se trata de gente sabia y prudente, generalmente las recesiones
han finalizado para el momento en que ellos determinan su fecha de inicio.
Del mismo modo, comprenden perfectamente que aunque las crisis generalmente se precipitan
en el sector financiero, la verdadera clave del comportamiento cíclico se encuentra en las
profundidades de la economía real y particularmente en el comportamiento del gasto de las
empresas, más específicamente en la expansión y contracción cíclica del mismo. De este
modo, siguen mensualmente el índice que confeccionan los gerentes de compras de la
empresas y también sus niveles de inventarios, como el mejor indicador de la actividad cíclica
general.
Sin embargo, los elude sistemáticamente la comprensión teórica de su causa y más
precisamente, la causa de su reiteración cíclica. Los atribuyen siempre a causales diferentes y
circunstanciales. En esta última, por ejemplo, le echaron la culpa a los derivados financieros y
al hecho que los genios matemáticos que los diseñaron no consideraron series suficientemente
largas en el tiempo.
Ello sin desconocer los grandes aportes teóricos a la comprensión de este fenómeno. De
partida el gran aporte de Bagehot en cuanto al rol del dinero y los bancos centrales en las
crisis. Este banquero publicó su obra el mismo año que Marx el libro I de El Capital y en ella
enumera como en un manual lo que deben hacer los bancos centrales en momentos de
crisis: proporcionar la liquidez que la economía requiere con desesperación, al interrumpirse
bruscamente el crédito que hasta ese momento ha servido de vehículo para la abrumadora
mayoría de las transacciones comerciales. Esta misma teoría fue desarrollada luego por
Friedman en su famoso estudio acerca de la crisis de 1930 y sirve de base a la política actual
de los principales bancos centrales del mundo.
John Maynard Keynes es sin duda el gran teórico del papel del Estado en la economía y
particularmente en los ciclos económicos. Fue Keynes quién, a raíz de la Gran Crisis de 1930,
desarrolla nada menos que toda una nueva disciplina económica, la Macroeconomía, cuyo
objeto principal es el empleo y el gasto agregado y el interés bancario como resultado de ello.
Demuestra que en las crisis las empresas dejan de gastar y las personas son luego arrastradas
en la misma dirección en la medida que bajan sus salarios y pierden sus empleos. De este
modo, el Estado es el único actor que en esas circunstancia puede incrementar el suyo,
para compensar la caída de los otros y sostener la demanda agregada. Su pensamiento ha

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recobrado toda su actualidad durante la actual crisis y de hecho, junto con Bagehot-Friedman
en lo que respecta al dinero, ha inspirado la acción de los gobiernos en todo el mundo para
evitar que la misma se convierta en una segunda gran depresión.
Resulta irónico que en la concepción vulgar y debido a la inspiración marxista de los más
importantes y progresistas Estados desarrollistas del siglo XX, el nombre de Marx y el
Estado intervencionista se han convertido en una suerte de sinónimos, a pesar que este
autor practicamente no aborda el tema en su obra económica principal. En El Capital solo se
encuentran referencias sueltas al rol económico del Estado, muchas de ellas en las notas y
no pocas se refieren críticamente al rol del Banco de Inglaterra en la crisis de 1847, cuando
contrajo el dinero igual que Carlos Massad, a la sazón presidente del Banco Central, lo hizo en
la de 1998 en Chile. Incluso desde el punto de vista de la teoría política, el gran teórico clásico
del Estado es Lenin y no Marx. Ello ciertamente sin desmerecer la inmensa contribución de
Marx y Engels a la teoría del Estado, todo lo cual puede ser materia de otra discusión.
Dejando establecido lo anterior, es mucho lo que los economistas pueden aprender de Marx
respecto de las crisis económicas. Por cierto es el economista clásico que más la estudió, pero
asimismo es el que proporciona la clave teórica para comprenderlas. La teoría económica
clásica reconstruida críticamente por Marx permite dilucidar este gran problema de modo que
resulta casi trivial.
El asunto es explicar porqué la tasa de ganancia se reduce en los períodos de boom previos
a las crisis, hasta el punto en que se genera lo que en tiempos de Marx se denominaba
una "plétora de capital," es decir, un momento en que las nuevas inversiones del conjunto de
los capitalistas ya no solo no genera un incremento en la masa general de ganancias, sino por
el contrario, una contracción en la misma.
Es evidente que, llegado ese punto e incluso mucho antes, deja de tener sentido continuar
invirtiendo y eso es precisamente lo que los capitalistas dejan de hacer, precipitando la
crisis. Al revés, cuando ésta ha depreciado masivamente el capital y recompuesto la tasa de
ganancias, los capitalistas vuelven a invertir y la crisis termina.
No está de más subrayar, puesto que generalmente se asocia erróneamente a Marx con las
teorías del subconsumo, que lo primero se produce cuando el consumo de las personas es
máximo en lo mas alto del boom, cuando el empleo y los salarios son elevados y el crédito
fluye a chorros. Por el contrario, las crisis terminan en el mentó en que el consumo de las
personas se encuentra en su punto más bajo, debido al elevado desempleo, bajos salarios y
contracción del crédito. En el Libro II de El Capital, Marx desarrolla el primer modelo insumo-
producto, distinguiendo los sectores productores de medios de producción y de medios de
consumo y demuestra que el capitalismo genera su propio mercado interno, principalmente
en base al crecimiento necesariamente mas rápido del primero de ellos, que identifica como el
más importante de los dos.
La dificultad para explicarse la caída cíclica de la tasa de ganancias radica en que se ha
perdido de vista que el valor y las ganancias generales solo dependen de la fuerza de trabajo y
no del conjunto del capital. La competencia fuerza a los capitalista a invertir crecientemente en
tecnología para apropiarse, como se ha dicho, de parte del valor producido por los trabajadores
de sus competidores. Ello genera inevitablemente un incremento en la proporción entre el
capital invertido en fuerza de trabajo y aquel invertido en medios de producción, siempre a
favor de este último. En otras palabras, aumenta considerablemente la cantidad de medios de
producción movilizados por cada trabajador.
Esta proporción, que Marx denomina composición orgánica del capital, se convierte asimismo
en otra forma de transferencia de valor, en este caso no entre competidores de una misma
rama, como ocurre con la tecnología, sino desde las ramas con menor composición orgánica a
aquellas donde ésta es más elevada, hasta que la tasa de ganancia en ambas se iguala.

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El problema es que todo el valor nuevo y por lo tanto la ganancia, provienen solo de la fuerza
de trabajo y no del resto de los medios de producción. Éstos solo transfieren su propio valor
al producto. De este modo, la generación de ganancias choca constantemente con ese límite.
No puede aumentar si no aumenta la masa de trabajadores ocupados productivamente. Por
este motivo, la tasa de ganancia, es decir, la proporción entre la masa de ganancias y la masa
de capital invertido, tiende a reducirse a medida que aumenta la cantidad de capital requerido
por cada trabajador. Las ganancias aumentan solo si se incrementa la inversión en trabajo,
mientras el último depende tanto de la inversión en trabajo como en los demás medios de
producción, los que aumentan más rápido que el trabajo, como se ha mencionado. Incluso,
muchas veces la inversión se traduce en una reducción transitoria de la fuerza de trabajo. Eso
ocurre constantemente.
Para hacer frente a la constante disminución general de la tasa de ganancia por estos motivos,
los capitalistas individuales solo tienen dos medios, aumentar la producción, con lo cual
incrementan la masa de ganancias, e invertir aún mas en tecnología. Con ambas acciones
agravan el problema general, puesto que abarrotan mercados de productos y reducen los
precios de los mismos, tensan mercados de factores y elevan sus precios, al mismo tiempo que
elevan todavía mas la composición orgánica del capital global.
La tasa de ganancia puede reducirse sin mayores efectos, mientras la masa de ganancias
continúa creciendo. Sin embargo, debido al alza general de precios de factores, incluidos los
salarios y la moderación de precios de productos, puede llegar un momento en que la masa
general de ganancias se reduzca asimismo, es decir, se genere la "plétora de capital" que hace
inevitable la crisis.
Como quien dice, el remedio para los síntomas agrava la enfermedad. Puesto en los términos
dialécticos de Marx, la contradicción entre la necesidad general de aumentar el trabajo para
aumentar la producción de valor y las ganancias globales y el interés de los capitalistas
individuales por reducirlo mediante nueva inversiones e innovaciones e incrementar la
producción a toda costa, para aumentar las suyas propias, se resuelve en una forma de
movimiento cíclica.
Aparte de eso, Marx describe como en esos períodos los capitalistas se entregan asimismo a
las mas disparatadas empresas especulativas - como se ve, nada nuevo bajo el sol
La crisis es en esencia una brutal destrucción de capital, con el resultado de una masiva
desvalorización de los medios de producción, con la consecuente reducción de la composición
orgánica del capital y subsecuente reconstitución de la tasa de ganancia. Aparte de aliviar
todos los mercados de factores, reducir los salarios, desatochar los mercados de productos y
toda suerte de desequilibrios generados en la fase de boom. Y el ciclo vuelve a empezar.
Una descripción parecida se encuentra en el Libro III de El Capital. Ciertamente, muchos
economistas de hoy harían mas que bien en estudiarlo.
Las teorías de los Clásicos revitalizadas por Marx y los aportes propios de este autor,
especialmente los que se han expuesto más arriba, permiten además formular una de las
tesis masa plausibles para explicar el fenómeno más relevante que ha afectado a la economía
mundial en sus breves dos siglos de evolución: los llamados ciclos seculares.
Este fenómeno fue descubierto por el gran economista, estadístico y revolucionario Ruso,
Nikolái Dmitriyevich Kondratiev. En 1925 publicó un trabajo que identificaba el primer gran
ciclo largo, como los llamó, desde 1825 a 1872 y postuló que si el período se mantenía, era
de esperar una gran crisis... ¡en 1929! Le apuntó medio a medio. Lamentablemente, perdió los
favores de Stalin y fue fusilado junto con casi todo el Comité Central Bolchevique y el mismo
día que otro gran revolucionario y economista ruso, Nikolái Bujarin quién, de paso, fue el autor
en 1919 de la teoría de la posibilidad del paso directo del feudalismo al socialismo.
Sin embargo, la explicación de los ciclos seculares ha eludido hasta ahora a todos los

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economistas. Marx, desde luego, solo presenció la crisis que desencadenó el primer ciclo
secular, en 1972. Hasta que apareció Robert Brenner. Este notable historiador y economista
estadounidense, profesor de UCLA, inspirado en Marx, mostró que entre 1950 y 1970 se
verificó una baja secular de la tasa de ganancia en los EE.UU. la que por cierto explica el ciclo
largo iniciado justamente en 1969. Como dice Brenner, si la tasa de ganancia es elevada, su
baja en el ciclo corto no tiene consecuencias demasiado graves, a lo mas provoca una suave
recesión. En cambio, si la tasa ya es viene baja desde antes, el efecto del ciclo corto resulta
similar al de una ola para quién tiene ya el agua hasta el cuello.
Sin embargo, la baja secular referida afectó solamente a las industrias transables, es decir,
las que compiten con el exterior. Su causa, por lo tanto, la busca Brenner en los países
emergentes del período, en este caso, Japón y la reincidente Alemania. En resumen, la
explicación de Brenner apunta a que los ciclos seculares son causados por el efecto sobre
la tasa de ganancia de las industrias transables de las economías mas desarrolladas, de la
competencia de las potencia emergentes de cada ciclo largo, fenómeno que a su vez, como
se ha visto al principio, es consecuencia de la acumulación originaria en aquellos. Es decir,
se trata de una versión de la teoría de la destrucción creativa expuesta por Schumpeter, solo
que en este caso los que la provocan no son empresas, sino Estados-mercados emergentes
históricamante determinados.
Se trata de una tesis sugerente y ciertamente es grande la tentación de extrapolarla a la
emergencia de Alemania como causa del ciclo secular iniciado en 1872, de los propios EE.UU.
en 1929, Japón y nuevamente Alemania en 1969 y finalmente, los Tigres Asiáticos y China en
la de 1999. Brenner al menos lo ha probado con cifras en el tercero de estos casos.

Palabras finales
Todo lo anterior resume varios de los principales aportes de Marx a la teoría económica
del capitalismo, que bastan para ubicarlo junto a Smith y Ricardo como uno de los grandes
economistas Clásicos modernos.
Adicionalmente, al decir de Eric Hobsbawm, sus aportes a la teoría de la historia forman
parte de lo que constituye hoy el sentido común de esta ciencia. Uno puede intentar explicar
la historia del siglo a partir de la historia del Jazz, dice el gran historiador británico, que
es asimismo un gran amante y estudioso de este género musical. Sin embargo, concluye
Hobsbawm, parece mucho mas razonable elegir la evolución de la base económica y social
como hilo conductor.
Posiblemente, como dice el mismo Marx con bastante realismo, falta mucho tiempo para que
la humanidad comprenda que el salario no es el precio del trabajo sino de la fuerza de trabajo.
Mal que mal, tardó bastante tiempo antes de caer en cuenta que el sol no giraba alrededor de
la tierra sino era ésta la que giraba sobre sí misma y alrededor del astro.
Sin embargo, concluida la guerra fría, el tiempo parece estar más que maduro para que su
genial exposición y reconstrucción de la teoría económica de los Clásicos con fidelidad a su
descubrimiento fundamental, se convierta en la base de la formación de todos los economistas,
alrededor del mundo.
En el caso de Chile, al menos, ganaríamos mucho dinero al recuperar lo que nos legaron
Allende y el movimiento popular del siglo XX. Adicionalmente, la potencia de esta pequeña
economía emergente aumentaría considerablemente si nuevamente se ubicase el trabajo en el
lugar de privilegio que le corresponde, como el padre legítimo de las riquezas de la nación.

Seúl, octubre 2010

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