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La nueva comunicación. Selección e introducción de Yves Winkin. Editorial Kairós.

Estructuras de la comunicación psicótica por Paul Watzlawick.

Página 256, La paradoja. La importancia psicopatológica de la paradoja en comunicación humana es


grande (...) No es posible comportarse con lógica coherente en un contexto ilógico e incoherente.

(...) En vista de la circularidad de las relaciones humanas, (...) esta reciprocidad puede ilustrarse con la
siguiente situación: un padre alcohólico mistificará probablemente a sus hijos exigiendo de ellos que le vean
como un padre amante y tierno y no como el borracho temible y violento que es efectivamente. En
consecuencia, si sus hijos manifiestan su temor cuando regresa a casa borracho y les amenaza, se ven
colocados en un callejón sin salida, pues deben negar su percepción a fin de prestarse a la mascarada de su
padre. Supongamos que, después de que lo han conseguido, el padre les acusa súbitamente de tratar de
engañarle enmascarando su miedo, es decir que les acusa del mismo comportamiento que les ha hecho
adoptar bajo el terror. Entonces, si los niños dejan translucir su temor, serán castigados por haber
sobreentendido que su padre es un borracho peligroso; si ocultan su miedo, serán castigados por su
"insinceridad" y su fueran capaces de protestar y metacomunicarse (por ejemplo, "mira lo que nos haces..."),
se arriesgarían a que les castigara por "insolencia". La situación es verdaderamente insostenible. Ahora
bien, si uno de ellos tratara de huir pretendiendo que hay "un enorme gorila negro arrojando fuego" en la
casa, muy bien podría llamarse a esto una alucinación. Pero, tomada en su contexto, tal vez sería más
interesante ver en ella el único comportamiento posible. El mensaje del niño niega: (a) que se trate de un
mensaje referido al padre, (b) que se trate incluso de una negativa; es decir, que el temor del niño tiene
ahora una razón, pero de tal género que sobrentiende que no se trata de una verdadera razón. Como es
manifiesto que no hay gorilas negros en los alrededores, el noño dice de hecho: "Me pareces una bestia
peligrosa que huele a alcohol"; pero al mismo tiempo niega esta significación utilizando una metáfora
inocente. A la paradoja se opone otra, aprisionando así al padre, que no puede ya forzar a su hijo a ocultar
su miedo si el niño no le teme a él, sino a una figura "imaginaria". Y no puede interpretar al fantasma, pues
ello significaría admitir que efectivamente se parece a ese peligroso animal... de hecho, que él es esa bestia.

Este artículo tiene por objeto lo que ocurre en la comunicación psicótica, y no el porqué. Buscar el porqué podría
revelarse como un ejercicio estéril, porque muchas de las estructuras de interacción (y quizá todas) aparecen
de una manera altamente compleja pero contingente y fortuita, que puede ser inaccesible. El "lo-que-
sucede" de la interacción es observable mucho más directamente y de manera menos deductiva y, podría
ofrecer aquello de lo que tenemos necesidad para comprender y cambiar un sistema de interacción humana.

La interacción humana no se produce por azar. A medida que se desarrolla una relación, se estructura cada
vez más; esto significa que, en el gran número de comportamientos posibles, algunos resultan más frecuentes
(y por ello más previsibles) mientras que otros no se utilizan jamás. Desde un punto de vista heurístico, es
útil considerar los sistemas humanos como gobernados por reglas. Donde lo que importa es ver que el
sistema funciona como si estuviera controlado por tales reglas (o regularidades), y como si toda violación de
una regla exigiera ciertas contramedidas para restablecer la estabilidad del sistema. Cuanto más sano es el
sistema, más vasto es el repertorio de reglas y más flexibles aparecen las mismas reglas. Cuanto más
"enfermo" está el sistema, más sofocantes y estrictas son las reglas. Pero, a parte de esta diferencia, el sistema
enfermo parece desprovisto de un rasgo esencial que caracteriza al sistema sano: los sistemas patológicos
parecen privados de metarreglas utilizables, es decir, de reglas que permitan cambiar las reglas. En
consecuencia, se impone de entrada que, por una parte, semejante sistema no puede hacer frente con
eficacia a una situación para la que sus reglas (su repertorio de comportamientos) son inadecuadas, y que,
por otra parte, no será capaz de engendrar nuevas reglas para dominar la situación en causa. Un sistema
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así participará entonces fatalmente en un género de resolución de problemas de una vana circularidad, que
muy bien podría denominarse un juego sin fin.

En estos casos, la función de la terapia consiste en introducir nuevas reglas de interacción. Al entrar en
comunicación con una persona que no está apresada en un juego sin fin, el sistema -así ampliado- puede
observar su antiguo estado desde el exterior, por así decirlo, y abrirse de este modo a un cambio específico.

(...) Cuando se conozcan mejor los efectos comportamentales (pragmáticos) de la comunicación humana y
de la naturaleza compleja del sistema que forma la patología, sin duda será inevitable una revisión de
nuestro concepto de enfermedad mental.

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