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Enigmas y despedidas

Juan Luis Panero


JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN
31 enero, 1999

Tusquets. Barcelona, 1999. 69 páginas, 1.300 pesetas.


Pocos poetas tan obsesivos, tan insistentes, tan aparentemente monótonos como Juan
Luis Panero. Desde su libro inicial, A través del tiempo (1968), se ha mantenido fiel a
una concepción de la poesía a la vez elegíaca y reflexiva, culturalista y autobiográfica,
siempre idéntica a sí misma y siempre diferente.
Recibido con buenos auspicios por la crítica oficial del momento -la de “Cuadernos
Hispanoamericanos”, “La Estafeta Literaria”, “Poesía Española”-, no en vano era hijo
de uno de los poetas del régimen, Juan Luis Panero fue borrado del mapa en la década
de los setenta; hubo razones biográficas (el autor se fue a vivir a Hispanoamérica,
alejándose del entonces tan endogámico medio literario español) y también otras
razones: la algarada novísima, que parecía querer hacer borrón y cuenta nueva con la
poesía española de posguerra, le colocó entre los epígonos de Cernuda, junto a Brines,
no entre los que presuntamente abrían caminos nuevos, como Gimferrer o su propio
hermano Leopoldo María.
Juegos para aplazar la muerte, en 1984, cuando ya otra generación había entrado en
escena, nos devolvió al poeta. A partir de entonces, cada libro suyo, siempre al límite,
siempre aparentando ser el último, fue conquistando nuevas capas de lectores tan
emocionados como deslumbrados: Antes que llegue la noche (1985), Galería de
fantasmas (1988), Los viajes sin fin (1993). Junto a esos títulos debe colocarse, sin duda
alguna, Los mitos y las máscaras (1994), recopilación de su prosa literaria, siempre a
medio camino entre el artículo y el poema en prosa, entre la autobiografía y la
evocación cultural, no menos fascinante que su poesía.
El lector habitual de Juan Luis Panero -y yo lo soy desde que allá por 1975 recibí un
delgado volumen de la colección Provincia, entonces dirigida por Antonio Gamoneda,
con versos que no he podido olvidar (“Solo bajó del tren,/atravesó solo la ciudad
desierta,/solo entró en el hotel vacío…”) – abre cada nuevo libro suyo con una mezcla
de avidez y de temor: ¿Qué tiene que decirnos de nuevo un poeta que ya parece
habérnoslo dicho todo, haber reiterado hasta la saciedad sus juegos para aplazar la
muerte? Pero basta leer el primer poema, “Humo al atardecer”, para darnos cuenta de
que este libro epigonal es algo más que un libro epigonal.
Enigmas y despedidas: pocas veces un título resultó tan preciso (todos los de Juan Luis
Panero lo son: sabe siempre encontrar las palabras justas que mejor definen su poesía).
El enigma de la muerte, su aliento cada vez más cerca, y los múltiples enigmas que
constituyen el vivir; la poesía como ensayo de una despedida (Brines tituló así su obra
completa) y también como una colección de despedidas. En el poema que inicia el libro,
“después de tantos cuerpos y pasiones y sueños”, el poeta se deja vivir ya sin preguntas
mientras el humo del cigarrillo dibuja todos sus rostros “en el frágil y caprichoso
tiempo”.
De enigmas y despedidas están llenos estos poemas, también de homenajes y recuerdos.
Como unas fragmentarias memorias de su vida de escritor y de lector pueden
considerarse los libros últimos de Juan Luis Panero. En estas páginas nos encontramos
con Juan Rulfo que cuenta historias “de cristeros y pólvora” en una fonda de ciudad de
México; con un borgeano cuchillo comprado en la calle Florida y con la última imagen
de Borges, en Quito; con Carlos Barral leyendo bajo los árboles “en la noche calurosa
de Villa Borghese”; con “la sombra terca de Pedro González Valderrama”; con Gastón
Baquero, riéndose a carcajadas, y repitiendo unas palabras que a Juan Luis Panero le
gusta citar, porque pueden considerarse como el emblema de su vida: “Parece que estoy
solo, pero llevo conmigo un mundo de fantasmas”.
Algunas veces los poemas de homenaje incurren en la anécdota banal, en el poema de
circunstancias, pero eso no ocurre demasiadas veces. “Típicos y tópicos, los deseos y
los sueños” dice uno de los versos de “Venecia, 1959”; la poesía de Panero bordea muy
a menudo, y muy peligrosamente, el tópico: no le teme al melodrama, ni a las palabras
gastadas, ni a su propio y literaturizado personaje. No me parece casual ese hecho:
nuestras virtudes se alimentan de nuestros defectos; las caídas de un poeta le definen
tanto como sus aciertos. Y cuando Panero acierta lo hace como nadie, de la más
inolvidable manera. Dos ejemplos: el poema que da título al libro, “Enigmas y
despedidas”, donde “el maullido de un gato en la noche antes de morir”, se convierte en
el más intenso símbolo del absurdo humano; “To return again”, donde ese absurdo y ese
sinsentido se condensan en una anécdota banal, el viaje en tren de una pareja -de
Londres a Dover-, en el que ella lee el periódico mientras él mira por la ventanilla.
Juan Luis Panero, con este nuevo libro, ha añadido un puñado de poemas memorables a
su libro de siempre: el que nos muestra su privada galería de fantasmas, nos explica los
trucos de la muerte y nos cuenta sus viajes sin fin -llenos de desapariciones y fracasos,
de enigmas y despedidas-, a través del tiempo, antes que llegue la noche. “Artificio y
pasión, las palabras de un mago”, define uno de los poemas la obra de Gastón Baquero.
Con igual exactitud podría definirse así este libro breve e inagotable.

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