Pocos poetas tan obsesivos, tan insistentes, tan aparentemente monótonos como Juan Luis Panero. Desde su libro inicial, A través del tiempo (1968), se ha mantenido fiel a una concepción de la poesía a la vez elegíaca y reflexiva, culturalista y autobiográfica, siempre idéntica a sí misma y siempre diferente. Recibido con buenos auspicios por la crítica oficial del momento -la de “Cuadernos Hispanoamericanos”, “La Estafeta Literaria”, “Poesía Española”-, no en vano era hijo de uno de los poetas del régimen, Juan Luis Panero fue borrado del mapa en la década de los setenta; hubo razones biográficas (el autor se fue a vivir a Hispanoamérica, alejándose del entonces tan endogámico medio literario español) y también otras razones: la algarada novísima, que parecía querer hacer borrón y cuenta nueva con la poesía española de posguerra, le colocó entre los epígonos de Cernuda, junto a Brines, no entre los que presuntamente abrían caminos nuevos, como Gimferrer o su propio hermano Leopoldo María. Juegos para aplazar la muerte, en 1984, cuando ya otra generación había entrado en escena, nos devolvió al poeta. A partir de entonces, cada libro suyo, siempre al límite, siempre aparentando ser el último, fue conquistando nuevas capas de lectores tan emocionados como deslumbrados: Antes que llegue la noche (1985), Galería de fantasmas (1988), Los viajes sin fin (1993). Junto a esos títulos debe colocarse, sin duda alguna, Los mitos y las máscaras (1994), recopilación de su prosa literaria, siempre a medio camino entre el artículo y el poema en prosa, entre la autobiografía y la evocación cultural, no menos fascinante que su poesía. El lector habitual de Juan Luis Panero -y yo lo soy desde que allá por 1975 recibí un delgado volumen de la colección Provincia, entonces dirigida por Antonio Gamoneda, con versos que no he podido olvidar (“Solo bajó del tren,/atravesó solo la ciudad desierta,/solo entró en el hotel vacío…”) – abre cada nuevo libro suyo con una mezcla de avidez y de temor: ¿Qué tiene que decirnos de nuevo un poeta que ya parece habérnoslo dicho todo, haber reiterado hasta la saciedad sus juegos para aplazar la muerte? Pero basta leer el primer poema, “Humo al atardecer”, para darnos cuenta de que este libro epigonal es algo más que un libro epigonal. Enigmas y despedidas: pocas veces un título resultó tan preciso (todos los de Juan Luis Panero lo son: sabe siempre encontrar las palabras justas que mejor definen su poesía). El enigma de la muerte, su aliento cada vez más cerca, y los múltiples enigmas que constituyen el vivir; la poesía como ensayo de una despedida (Brines tituló así su obra completa) y también como una colección de despedidas. En el poema que inicia el libro, “después de tantos cuerpos y pasiones y sueños”, el poeta se deja vivir ya sin preguntas mientras el humo del cigarrillo dibuja todos sus rostros “en el frágil y caprichoso tiempo”. De enigmas y despedidas están llenos estos poemas, también de homenajes y recuerdos. Como unas fragmentarias memorias de su vida de escritor y de lector pueden considerarse los libros últimos de Juan Luis Panero. En estas páginas nos encontramos con Juan Rulfo que cuenta historias “de cristeros y pólvora” en una fonda de ciudad de México; con un borgeano cuchillo comprado en la calle Florida y con la última imagen de Borges, en Quito; con Carlos Barral leyendo bajo los árboles “en la noche calurosa de Villa Borghese”; con “la sombra terca de Pedro González Valderrama”; con Gastón Baquero, riéndose a carcajadas, y repitiendo unas palabras que a Juan Luis Panero le gusta citar, porque pueden considerarse como el emblema de su vida: “Parece que estoy solo, pero llevo conmigo un mundo de fantasmas”. Algunas veces los poemas de homenaje incurren en la anécdota banal, en el poema de circunstancias, pero eso no ocurre demasiadas veces. “Típicos y tópicos, los deseos y los sueños” dice uno de los versos de “Venecia, 1959”; la poesía de Panero bordea muy a menudo, y muy peligrosamente, el tópico: no le teme al melodrama, ni a las palabras gastadas, ni a su propio y literaturizado personaje. No me parece casual ese hecho: nuestras virtudes se alimentan de nuestros defectos; las caídas de un poeta le definen tanto como sus aciertos. Y cuando Panero acierta lo hace como nadie, de la más inolvidable manera. Dos ejemplos: el poema que da título al libro, “Enigmas y despedidas”, donde “el maullido de un gato en la noche antes de morir”, se convierte en el más intenso símbolo del absurdo humano; “To return again”, donde ese absurdo y ese sinsentido se condensan en una anécdota banal, el viaje en tren de una pareja -de Londres a Dover-, en el que ella lee el periódico mientras él mira por la ventanilla. Juan Luis Panero, con este nuevo libro, ha añadido un puñado de poemas memorables a su libro de siempre: el que nos muestra su privada galería de fantasmas, nos explica los trucos de la muerte y nos cuenta sus viajes sin fin -llenos de desapariciones y fracasos, de enigmas y despedidas-, a través del tiempo, antes que llegue la noche. “Artificio y pasión, las palabras de un mago”, define uno de los poemas la obra de Gastón Baquero. Con igual exactitud podría definirse así este libro breve e inagotable.