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Resumen segundo parcial

DERECHOS HUMANOS

Los Estados y la comunidad internacional frente a graves violaciones de derechos


humanos y al derecho internacional humanitario.

Protección de niños, niñas y adolescentes


INTRODUCCIÓN
La historia de la infancia es la historia de su exclusión, ya que siglo tras siglo, desde el punto
de vista jurídico, los niños fueron considerados como invisibles, como objetos de caridad,
como incapaces, como menores y objetos de control.
Esto ocurrió así en todos los Estados de la Comunidad Internacional, se trataba de un
contexto global. En nuestro país, no fue la excepción, ya que, si se repasa la historia de la
comisión jurídica de la infancia de la República Argentina, se advierte que, desde los inicios
de la formación del Estado como tal, la protección de la infancia estaba dirigida a la infancia
desvalida, es decir, aquella abandonada que no tiene contención familiar. Además, esta
tutela, concentrada a ese tipo de infancia, se la reservó al ámbito privado, quedaba a cargo de
la iglesia, de las sociedades de beneficencia.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la cuestión de la infancia pasa a ser de interés
para el Estado, ya que, por ejemplo, crea casas de internación. Sin embargo, en la
Constitución Nacional Histórica, no hay referencias expresas a derechos de la niñez, se
encuentran ausentes los niños, niñas y adolescentes. Tal como se concebía al Estado en ese
momento, éste no estaba preocupado por la situación en la que se encontraba la niñez.
Recién con el surgimiento de la Argentina Moderna (1880) se va a volver una cuestión de
asunto público el control social de los niños que estaban necesitados de ayuda. Con el paso
del tiempo, la situación, luego de muchas idas y vueltas, en el año 1919, el Congreso de la
Nación sancionó la ley 10.903 “Patronato de menores”, también conocida como Ley
Ambote, nombre del Senador que impulsó la sanción de esta norma.
En toda América del Sur, esta ley se caracteriza por ser una regulación modelo en su tipo, ya
que no existía en otros Estados una ley relacionada a la minoridad, sino que fue moderna.
Aun así, la ley procuró regular la situación de menores que estaban vinculados a la comisión
de delitos, ya sea como autores, pero también como víctimas, también a cuestiones
relacionadas con faltas, contravenciones, entre otras. En definitiva, más allá de sus
intenciones, no reguló la protección de niños y niñas pobres, con carencias de recursos, sino
que, por el contrario, fue una ley de tipo penal. Toda esa regulación prevista en la ley se
inscribió en lo que se denomina "Modelo Tutelar", que concebía a la niñez como objeto de
regulación.
Este régimen se mantuvo vigente hasta fines de la década del 80, particularmente hasta el
año 1899 cuando la Asamblea General de Naciones Unidas el día 20 de noviembre de 1989,
adopta la Convención sobre los Derechos del niño, que nuestro país ratifica en el año 1990.
Esta Convención viene a instaurar un nuevo paradigma de abordaje y de derechos de la
niñez. Sin embargo, a pesar de otorgarle jerarquía constitucional a la Convención en el año
1994, en una inacción legislativa incomprensible, la ley de Patronato de Menores se mantuvo
vigente hasta el año 2005.
Argentina, desde el momento en que ratifica la Convención, demoró 15 años en sancionar
una ley integral de protección de la infancia, ya que recién lo hace el 28 septiembre de 2005,
cuando el Congreso sancionó la ley 20.061 "Ley de Protección Integral de los Derechos de
Niños, Niñas y Adolescentes". Esta ley deroga a la ley de Patronato de Menores, la cual
estuvo vigente durante 86 años, con disposiciones que eran abiertamente contrarias, reñidas
con los derechos y garantías previstas en la Convención sobre los Derechos del niño. Por
supuesto, cada vez que se pasa de un régimen diametralmente opuesto, aún subsisten, a pesar
de los años, algunos resabios de cómo se concebía a los niños.
EL NUEVO STATUS DE LA NIÑEZ A PARTIR DE LA ADOPCIÓN DE LA
CONVENCIÓN SOBRE LOS DERECHOS DEL NIÑO Y DE LA NIÑA
El 20 de noviembre de 1989 la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la Convención
sobre los Derechos del Niño. Entrando en vigor rápidamente, ya que lo hace en 1990.
Además, se caracteriza por tener una aceptación universal, es decir, lo hacen hecho 196
Estados; casi la totalidad de los Estados Miembros de la ONU, otros que se encuentran por
fuera de la misma, a excepción de Estados Unidos que es el único que no lo ha hecho.
Hasta el año 2016, Estados Unidos compartía el hecho de estar acompañado por otro Estado
que no había ratificado la Convención que era Somalia, pero luego la ratifica.
Esta Convención fue aprobada por Argentina mediante la ley 23.849, en septiembre del año
90, siendo ratificada en diciembre de ese año. Se trata de un Tratado que tiene jerarquía
constitucional, considerada como la Constitución Nacional de los Niños.
Ha marcado un verdadero hito en la historia de la niñez, ya que instaura un nuevo paradigma
que es el de la protección integral y que concibe a niños, niñas y adolescentes como
verdaderos Sujetos de Derechos.
Así mismo, es el primer instrumento que asume en su texto la integralidad de derechos, en
donde los caracteres de indivisibilidad e interdependencia son notables. Los derechos civiles
y políticos y los derechos económicos, sociales y culturales expresamente en relación a la
niñez están consagrados en un único texto que además es jurídicamente obligatorio.
La Convención tiene un preámbulo y 54 artículos que están distribuidos en 3 partes.
En una Primera Parte la Convención aborda lo relativo a derechos en favor de niños y niñas
que van desde los artículos 1 a 41. Una Segunda Parte en donde regula lo referente al órgano
de supervisión (al órgano de control) que creó, el Comité sobre Derechos del Niño. Una
Tercera Parte se denomina "Disposiciones transitorias", que son cuestiones relacionadas a
cuándo entra en vigor en tratado.
En relación a la Segunda Parte, la Convención crea un órgano de supervisión en virtud del
Tratado, el Comité sobre los Derechos del Niño, que se encuentra conformado por 18
expertos internacionales, que actúan a título personal y a los que se les exige tener experticia
y una alta autoridad moral.
En la historia de la conformación del Comité de los Derechos del Niño, hubo un argentino
que integró el Comité, llamado Norberto Liwski, quien fue un médico pediatra que colaboró
con las madres de plaza de mayo, pero que fue impulsado por el gobierno argentino como
candidato, electo en el periodo 2003-2007. Sin embargo, fue cuestionado por organismos de
defensa de derechos humanos en nuestro país porque no reunía cuestiones morales, ya que se
consideraban que había colaborado con el gobierno de Duhalde.
Durante el gobierno de Hugo Chávez, Venezuela propuso como candidato a ser miembro de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a alguien que no reunía ninguna de las
condiciones, ni tenía alta autoridad moral ni conocimientos en materia de derechos humanos.
Ello se menciona debido a que no ocurre en Naciones Unidas. En América Latina se ha
establecido una suerte de preselección que hacen organizaciones reconocidas en materia de
derechos humanos, que se han conformado en una suerte de Comité de expertos, donde cada
vez que los Estados presentan a sus candidatos, se expiden al respecto, hacen un análisis de
los antecedentes, de cuáles son las condiciones. En base a todo ello, dan su veredicto, el cual
no es vinculante, pero sí tiene peso por hacerse público.
El Comité, con su sede en Ginebra, que se reúne en sesiones 3 veces al año, es el órgano
encargado de interpretar y aplicar la Convención. En esa labor interpretativa, el Comité
elabora unas producciones jurídicas denominadas Observaciones Generales, las que son
fuente de derecho y tienen un valor jurídico significativo. Inclusive, a la fecha son más de 25
Observaciones Generales, entre las que se destaca la Observación General N. °12.
Observación General N. °12
Básicamente, establece que los Estados partes garantizarán al niño, que esté en condiciones
de formarse un juicio propio, el derecho de expresar su opinión libremente en todos los
asuntos que lo afecten, teniéndose en cuenta debidamente sus opiniones, en función de su
edad y madurez, es decir, marca las pautas para entender en profundidad el derecho a la
participación de la infancia. Por esta razón, se trata de interpretaciones jurídicas de basto
valor, las cuales se encuentran en constante revisión.
El Comité ha mencionado que el niño tiene derecho a ser escuchado, como también puede
manifestar no ejercer ese derecho. Además, según el Comité no impone ningún límite de
edad al derecho del niño a expresar su opinión. A su vez, el niño no deberá ser entrevistado
con más frecuencia de la necesaria, sobre todo cuando se trata de sucesos o eventos dañinos,
ya que recordar esas circunstancias pueden revictimizarlo. Además, el Comité tiene dicho
que esta disposición tiene que ser aplicable en todo tipo de proceso judicial, pero también en
todo tipo de procedimiento de cualquiera índole
El Comité de los Derechos del niño también, en esa labor de aplicación e interpretación que
hace de la Convención, evalúa la situación de Derechos Humanos de los Estados Partes a
través del Sistema de Informes Periódicos, como también, por ejemplo, tiene competencia
para recibir comunicaciones individuales.
Argentina, cuando aprueba la Convención mediante la ley 23.849, expresamente señaló que
dejaba formulada las siguientes reservas y declaraciones (1990), a saber:
1. Hacia reserva de unos incisos del artículo 21 que se referían a materia de adopción
internacional. Argentina menciona que este artículo 21 que se refiere a adopción de niños y
niñas a nivel internacional, no van a regir en su jurisdicción. Una reserva es una declaración
de la voluntad que hace el Estado de que tal disposición no rija en relación al Estado.
También hace 3 declaraciones, a saber:
1. Declaró que, en relación al artículo 38, la Convención hubiese prohibido terminantemente
la utilización de niños en conflictos armados.
2. Tiene que ver con lo previsto en el artículo 24, que atañe a la participación familiar,
considerando que ello atañe a los padres de manera indelegable.
3. Menciona que, en relación al artículo 1 de la Convención, para la Argentina debe
interpretarse en el sentido de que entiende como niño a toda persona o a todo ser humano
desde el momento de su concepción y hasta los 18 años.
El Estado tiene competencia para hacer reservas, todos pueden hacer las que quieran,
excepto que el Tratado diga que sobre tal disposición no puede hacerse o que la reserva vaya
en contra del objeto y fin del Tratado. Las declaraciones no tienen valor jurídico
internacional como sí, por ejemplo, una reserva.
La Convención se estructura sobre 4 principios:
1. El Derecho a la vida, supervivencia y desarrollo.
2. Derecho a la igualdad y no discriminación.
3. El interés superior.
4. Derecho a ser escuchado y que sus opiniones se tengan en cuenta.
ANÁLISIS DE 3 ARTÍCULOS DE LA CONVENCIÓN
Artículo 1
Para los efectos de esta Convención, niño es todo ser humano menor de 18 años de edad. Sin
embargo, allí persiste una laguna que tiene que ver desde cuándo se comienza a ser niño, ya
que la Convención no lo menciona. Desde una posición cuestionable, Argentina, por parte de
muchos doctrinarios, siguen sosteniendo que se es niño a partir del momento de la
concepción, dándole soporte jurídico a esta declaración que se hizo en el año 1990 cuando se
aprobó la ley.
Dicha declaración sostiene que para Argentina es niño todo ser humano desde la concepción
y hasta los 18 años. En relación a ello, en el año 2012, la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, en el caso F.A.L, menciona que esa declaración que hizo la República Argentina en
el año 1990, no es una reserva, ya que, si hubiera querido hacer una, lo hubiera hecho, pero
en su lugar hizo una declaración. Por lo tanto, la Corte menciona que se trata de una mera
declaración interpretativa. Esto tiene una importancia significativa porque esta postura hasta
antes del caso F.A.L fue también el soporte para que se negara sistemáticamente el derecho a
la interrupción del embarazo por parte de mujeres que han sido violadas. En definitiva, en el
caso F.A.L el Comité de Derechos del niño, al admitir el aborto para aquellos embarazos
como consecuencia de una violación, no viola la Convención, como sí se postulaba.
Artículo 3
La Convención establece que en todas las medidas concernientes a niños y niñas una
concepción primordial a la que se deberá atender es al interés superior.
¿Qué es el interés superior?
La Convención no lo define, no hay una definición de lo que es porque sería imposible de
abarcar todas las situaciones que requieren a este principio rector. Más allá de eso, el Comité
de los Derechos del niño ha elaborado una Observación General N. °14 "Sobre el Interés
Superior”.
Observación General N. °14.
El Comité subraya que el interés superior una concepción triple, a saber:
1. Es un derecho sustantivo.
2. Es un principio jurídico interpretativo fundamental.
3. Es una norma de procedimiento.
También menciona que el interés superior es un concepto dinámico que abarca diversos
temas que están en constante evolución.
Ese interés superior tiene que estar presente cada vez que se determinen derechos de
cualquier índole de un niño o de una niña, es decir, siempre se tiene que apuntar al interés
superior. Además, al ser un concepto jurídico que no se puede determinar, le tiene que
otorgar, a quien lo aplique, un cierto margen de discrecionalidad.
“Los niños no son un grupo homogéneo, por lo que debe tenerse en cuenta la diversidad al
evaluar su interés superior. La identidad del niño abarca características como el sexo, la
orientación sexual, el origen nacional, la religión y las creencias, la identidad cultural y la
personalidad.”
Otro de los derechos que contempla es el derecho a ser escuchado y que sus opiniones se
tengan en cuenta (artículo 12).

Derechos de las Personas con Discapacidad.


Material de lectura en Cátedras Virtuales (Libro de Agustina Palacios, Capítulo específico
¿?)
INTRODUCCIÓN
Es importante mencionar que alrededor del 15% de la población mundial tiene una
discapacidad. Esto no se trata de un dato menor, ya que ese porcentaje da cuenta de que las
personas con discapacidad representan la primera gran minoría del mundo. Inclusive, esa
cifra va en aumento, debido al crecimiento del envejecimiento de la población, ya que, si
bien hubo avances por parte de la medicina, la persona, si bien vive más, se enferma en
mayor cantidad como consecuencia de enfermedades crónicas.
Además, la discapacidad forma parte de la condición humana, ya que casi todas las personas
hemos tenido o tendremos una discapacidad, ya sea de carácter transitoria o permanente.
En el ámbito educativo, según la UNESCO, el 90% de niños y niñas con discapacidad no va
a la escuela. Inclusive, la tasa mundial de alfabetización de personas adultas que tienen una
discapacidad es del 3%. Por ejemplo, personas de 18 años que, como consecuencia de su
discapacidad, no asisten a establecimientos universitarios.
En el ámbito laboral, según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) unos 386
millones de personas que están en edad de trabajar, tienen una discapacidad, las que también
pudieron haber quedado con la misma como consecuencia de ese empleo. Por esta razón, las
personas que quedan con una discapacidad, luego de un accidente laboral, se enfrentan a una
considerable disminución de oportunidades para acceder a cualquier empleo.
En la República Argentina, según el último censo (2010), hay más de 5 millones de personas
que viven con una discapacidad, lo cual representa casi un poco más del 12% de la
población. Esta información demuestra la actualidad de la discapacidad, llevándonos como
sociedad a poner foco en cuáles son los obstáculos y las desigualdades que se generan para
determinadas personas.
Una cuestión no menor en relación al tema es en cómo siendo sociedad se hace alusión a la
discapacidad, ya que en el día a día se escuchan referencias tales como, por ejemplo,
"impedido", "disminuido", "anormal", entre otros, para hacer alusión a las personas con
discapacidad. Inclusive, ello se agrava en relación a las personas que padecen una
discapacidad mental, a quienes se les menciona como “retardados" "insanos" "dementes",
entre otros. Algunos de estos términos se encuentran en desuso, pero aparecen otros que son
utilizados con frecuencia y que, inclusive, se los utiliza con la intención de no discriminar,
pero, aun así, ocurre cada vez que se refiere a una persona con esa expresión.
Las personas con discapacidad no tienen capacidades especiales o diferentes, sino que, por el
contrario, todas somos personas iguales ante el tratamiento ante la ley, ya que nuestras
diferencias no se deben medir en términos de discapacidades.
TRATAMIENTO HISTÓRICO DE LA DISCAPACIDAD
(Ver Libro de Agustina Palacios)
En la actualidad, no hay duda alguna de que la discapacidad es una cuestión de derechos
humanos, pero esta afirmación, la cual no admite cuestionamiento alguno, hasta no hace
mucho tiempo la mirada hacia la discapacidad era otra, es decir, no se la concebía como tal.
Inclusive, se trataba de una mirada más bien caritativa, la cual no llegaba a comprender la
complejidad social de este fenómeno.
Agustina Palacios menciona que desde la antigüedad hasta nuestros días es posible distinguir
tres Modelos de Tratamiento de la Discapacidad, los cuales no actúan como compartimentos
estancos, sino que, por el contrario, existen elementos de uno en el otro.
Primer Modelo "De Prescindencia"
Se caracteriza por ser el modelo propio de la antigüedad, que va a perdurar hasta la Edad
Media.
Los presupuestos de este modelo son dos, a saber:
1. La justificación religiosa de la discapacidad.
2. La consideración de que la persona con discapacidad no tenía nada para aportar a la
comunidad.
En primer lugar, se asume que la discapacidad era un castigo de los dioses por haber
cometido un pecado, por una desobediencia cometida por una persona o hasta por la
comunidad. Como también una advertencia de los dioses sobre una posible catástrofe que se
avecinaba.
En segundo lugar, según esta concepción, se concebía la idea de que las personas con
discapacidad eran seres improductivos, es decir, una carga que debía ser arrastrada por la
familia y la comunidad. Dentro de este modelo se encuentran dos submodelos, a saber:
Modelo Eugenésico
Desde este submodelo, se consideraba que la persona con discapacidad era un ser cuya vida
no merecía ser vivida y si, como consecuencia, se detectaba que una persona nacía con
alguna deformidad congénita, cuando crecían eran sometidos a infanticidio, como, por
ejemplo, en Esparta. Se trataba de un pueblo netamente guerrero, en donde si un niño nacía
débil o deforme, es decir, con una pierna más chica o un problema de inmovilidad en alguna
de sus extremidades, los padres los abandonaban cerca del Monte Taigeto o, de lo contrario,
se lo arrojaba por un peñasco. Sin embargo, prescindir de niños y niñas que nacían con una
deformidad congénita no sólo sucedía en esta civilización, sino en casi todos los pueblos.
Modelo de Marginación
La característica principal de este submodelo es la marginación, es decir, la expulsión, como
consecuencia de subestimar a las personas con discapacidad y por considerarlas como objeto
de compasión o también se las excluía por ser objeto de desprecio.
Este submodelo, propio de los primeros años después de Cristo, ya no se comete infanticidio,
pero una gran parte de niños que nacían con deficiencias congénitas, morían como
consecuencia de omisiones o falta de interés o por invocar a la fe cristiana como el único
recurso de salvación.
Si los niños de edad temprana sobrevivían, la apelación a la caridad era el único medio de
subsistencia, apostándose a los alrededores de las iglesias, mendigando, ya que era la única
forma que tenían a su alcance para poder subsistir. Como también, la última opción para las
personas con discapacidad, era ser objeto de divertimento, como, por ejemplo, en los teatros
ambulantes. La diferencia con el Modelo Eugenésico, no se prescindía de las personas con
discapacidad matándolas, sino que se las marginaba.
Segundo Modelo "Rehabilitador"
Difundido en la Edad Moderna y en la Contemporánea.
Los presupuestos de este modelo son los siguientes, a saber:
Se señala que las causas de la discapacidad no son religiosas, es decir, no se trata de un
castigo divino, sino que, por el contrario, son científicas. Por lo tanto, ya no se habla de Dios
o del Diablo, sino que se alude a la diversidad funcional en términos de salud y enfermedad.
Además, se entiende que las personas con discapacidad no son inútiles, sino que, por el
contrario, tienen algo que aportar a la sociedad, pero en la medida en que sean
"normalizadas", "rehabilitadas".
Por lo tanto, es un modelo donde prevalece la medicina, es decir, donde los médicos eran
quienes determinaban las discapacidades, como también la vida de las personas que las
poseían.
Se entendía que la diversidad funcional era como una enfermedad fruto de causas biológicas
o naturales. En base a ello, en la medida de lo posible se busca la rehabilitación de la persona
y la educación especial se convierte en una herramienta importante en ese camino de la
rehabilitación. Es un modelo que tiene sus resabios en la actualidad, ya que prevaleció por
una importante cantidad de tiempo.
En este modelo, dentro de lo que son las prácticas habituales, aparece un fenómeno asociado
que es la institucionalización, es decir, se institucionalizan a las personas con discapacidad.
Por lo tanto, empiezan a aparecer instituciones o establecimientos para sordos, mudos,
ciegos. Como también se institucionaliza a la persona que tiene discapacidades mentales, con
la aparición de los manicomios.
La diferencia con la marginación es que se los excluía y ya, aquí se los educa de una manera
especial y se los trata de rehabilitar.
Este modelo se basa en una actitudpaternalista sobre las personas con discapacidad, el cual
está sentado en el déficit que considera que tienen menos valor que el resto, que se los
encasilla como incapaces. Inclusive, así ha sido receptado desde el punto de vista jurídico.
Sin embargo, desde el punto de vista de los medios de subsistencia, en este modelo, sobre
todo en el siglo XIX-XX-XXI, la seguridad social y el empleo protegido son los únicos
medios obligados que tienen las personas con discapacidad para poder subsistir. La
asistencia social pasa a ser el medio principal de manutención.
Este modelo rehabilitador, se potenció por la industrialización como consecuencia de los
accidentes de trabajo. Además, subsistió hasta el siglo XXI. De esta manera, se pasa al
Modelo Social de Discapacidad.
Para esta modelo, las causas de la discapacidad no son religiosas ni científicas, sino más bien
preponderantemente sociales. Por lo tanto, las causas son las propias limitaciones que la
sociedad impone para prestar servicios apropiados y para asegurar que las necesidades de las
personas con discapacidad sean tenidas en cuenta dentro de la organización social.
Desde esta concepción, las personas con discapacidad tienen mucho para aportar o que, al
menos, su contribución sea en la misma o en menor medida que la del resto. Inclusive, queda
plasmado en la Convención sobre los Derechos de las personas con discapacidad.
CONVENCIÓN INTERNACIONAL SOBRE LOS DERECHOS DE LAS PERSONAS
CON DISCAPACIDAD
En Naciones Unidas, tras un proceso de 4 años de negociaciones, el día 13 de diciembre de
2006, la Asamblea General aprueba la Convención.
Se caracteriza por instaurar un nuevo paradigma, es decir, un nuevo modelo en el tratamiento
de las personas con discapacidad. Establece una protección específica, consagra nuevos
derechos, como también reconoce a la accesibilidad, la movilidad social, la rehabilitación
como derecho, los cuales no se encontraban en otros Tratados.
Esta Convención tiene una alta aceptación en el plano internacional e, inclusive, nuestro país
le ha asignado jerarquía constitucional. Además, tiene 50 artículos y un preámbulo.
Artículo 1 Establece cuáles son los propósitos de la Convención y define quiénes son las
personas con discapacidad.
"Las personas con discapacidad incluyen a aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales,
intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con distintas barreras, puedan
impedir su participación plena y efectiva en la sociedad en igualdad de condiciones que las
demás”.
Artículo 2 Establece definiciones convencionales sobre "enfoques diferenciados" que tiene la
Convención, tales como ajustes razonables, el diseño universal. El enfoque diferencial
propone un marco metodológico que orienta las políticas, planes, proyectos y acciones a
desarrollar desde todo sector para la protección de los derechos de la población con
discapacidad.
Artículo 3 Establece cuáles son los principios generales que tiene la Convención.
a) El respeto de la dignidad inherente, la autonomía individual, incluida la libertad de tomar
las propias decisiones, y la independencia de las personas;
b) La no discriminación;
c) La participación e inclusión plenas y efectivas en la sociedad;
d) El respeto por la diferencia y la aceptación de las personas con discapacidad como parte
de la diversidad y la condición humanas;
e) La igualdad de oportunidades;
f) La accesibilidad;
g) La igualdad entre el hombre y la mujer;
h) El respeto a la evolución de las facultades de los niños y las niñas con discapacidad y de
su derecho a preservar su identidad.
Artículo 4 Los Estados Partes se comprometen a asegurar y promover el pleno ejercicio de
todos los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas con discapacidad
sin discriminación alguna por motivos de discapacidad. A tal fin, los Estados Partes se
comprometen a:
a) Adoptar todas las medidas legislativas, administrativas y de otra índole que sean
pertinentes para hacer efectivos los derechos reconocidos en la presente Convención;
b) Tomar todas las medidas pertinentes, incluidas medidas legislativas, para modificar o
derogar leyes, reglamentos, costumbres y prácticas existentes que constituyan discriminación
contra las personas con discapacidad;
c) Tener en cuenta, en todas las políticas y todos los programas, la protección y promoción
de los derechos humanos de las personas con discapacidad;
d) Abstenerse de actos o prácticas que sean incompatibles con la presente Convención y
velar por que las autoridades e instituciones públicas actúen conforme a lo dispuesto en ella;
e) Tomar todas las medidas pertinentes para que ninguna persona, organización o empresa
privada discrimine por motivos de discapacidad.
Artículo 6 Desde donde se habla sobre las mujeres con discapacidad y cómo mujeres y niñas
con discapacidad están expuestas a múltiples formas de discriminación, como, por ejemplo,
si se trata de una mujer que tiene una discapacidad y está privada de su libertad, dándose una
situación de discriminación múltiple.
Artículo 9 Desde donde la Convención aborda la cuestión sobre la accesibilidad.
Artículo 13 La Convención hace referencia a la obligación que asumen los Estados para que
las personas con discapacidad tengan acceso a la justicia en igualdad de condiciones.
Artículo 24 Se hace referencia al derecho a la educación y obliga a los Estados a asegurar
una educación inclusiva en todos los niveles de enseñanza. Los obliga a desinstitucionalizar
para incluir a las personas con discapacidad.
La educación inclusiva que debe garantizarse en todos los niveles implica que las personas
con discapacidad puedan acceder a educación primera y secundaria inclusiva, siendo de
calidad y gratuita. En ese sentido, obliga a que se hagan los ajustes razonables en las
instituciones educativas. Inclusive, que en todo caso se preste el apoyo que sea necesario a
las personas con discapacidad en el marco del sistema general de educación.
La Convención crea un órgano de protección, el Comité de los Derechos para las personas
con discapacidad, conformado por 7 expertos. Como todos los Comité de Naciones Unidas,
tiene competencias para interpretar y aplicar, en donde elabora Observaciones Generales.
Inclusive, tiene 7 Observaciones Generales a la fecha.
DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA NORMATIVA NACIONAL
En lo referido a ello, en el año 1997 se sanciona la ley 24.901, la cual establece un sistema
de prestaciones básicas para la habilitación y rehabilitación a favor de personas con
discapacidad.
El nuevo CCyC ha generado modificaciones importantes, a diferencia del Código de Vélez
decimonónico que menciona que las personas que tienen una discapacidad mental son
incapaces absolutos. En cambio, el nuevo CCyC establece en su artículo 31 que la capacidad
de ejercicio de derecho que tienen las personas se presume, aun cuando se encuentre
internada en un centro asistencial. Sin embargo, hay algunos institutos que subsisten como,
por ejemplo, la curatela, la figura de la incapacitación, vestigios de un sistema tutelar propio
del modelo rehabilitador.
En nuestro país, el mayor avance en materia legislativa se ha dado con la sanción de la ley de
salud mental 25.657, la cual es acorde a los postulados de la Convención, pero que tiene
muchas dificultades a la hora de su aplicación o de su implementación. Además, en nuestro
país se ha creado un organismo para atender situaciones de personas con discapacidad, la
Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS).

Los Estados y la comunidad internacional frente a graves violaciones de derechos


humanos y al derecho internacional humanitario (continuación).

Los derechos de Pueblos Indígenas.


Los pueblos indígenas son grupos sociales y culturales distintos que comparten vínculos
ancestrales colectivos con la tierra y con los recursos naturales donde viven, ocupan o desde
los cuales han sido desplazados.
A pesar de que algunos instrumentos internacionales de derechos humanos incluyen
protección de los derechos de los pueblos indígenas, la mayoría no son lo suficientemente
efectivos para protegerlos, en la medida en que se centran en resguardar los derechos
individuales de las personas indígenas. Los pueblos indígenas necesitan, además, el
reconocimiento de derechos colectivos específicos para lograr garantizar de forma efectiva
su supervivencia, bienestar y dignidad como grupo humano.
Durante los últimos 20 años la comunidad internacional ha venido trabajando en la adopción
de normas de carácter colectivo. Los principales instrumentos internacionales vigentes
dedicados específica y exclusivamente a los derechos de los pueblos indígenas son:
El Convenio N.º 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes,
adoptado por la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo el 7 de
junio de 1989.
La Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas,
aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 13 de septiembre de 2007.
La importancia de este avance radica en que los pueblos indígenas no solo representan la
mayoría de la población de un país, sino que además tienen una identidad cultural propia que
es invisible en los instrumentos pensados para proteger a las minorías.
Además de los instrumentos específicos, existen otros que permiten defender los derechos de
los pueblos indígenas, como la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las
formas de Discriminación Racial (1965). Mediante este instrumento, los Estados se
comprometieron a prohibir y a eliminar la discriminación, entre otras, por razones étnicas y
consagraron protecciones para las personas frente a la discriminación racial, incluida aquella
que ocurre por motivos étnicos (arts. 1 a 7).
La OIT fue el primer organismo internacional que se interesó por la situación de los pueblos
indígenas, para mejorar sus condiciones de trabajo y de vida, ya que en aquella época el
trabajo forzado afectaba particularmente a los pueblos indígenas. En 1957, la OIT adoptó el
Convenio N.º 107 sobre poblaciones indígenas y tribales en países independientes. Este
Convenio fue el primer instrumento internacional que consagró derechos de los pueblos
indígenas y las correspondientes obligaciones para los Estados que lo ratificaran.
Sin embargo, treinta años más tarde, la OIT tenía una mirada diferente sobre la realidad de
los pueblos indígenas y decidió revisar el Convenio N.º 1076, dadas las amplias críticas a su
terminología condescendiente y paternalista y a su enfoque integracionista. Es así como en
junio de 1989, la Conferencia Internacional del Trabajo decidió aprobar el Convenio N.º 169
sobre pueblos indígenas y tribales en países independientes.
El Convenio No. 169 (art. 38.2) consideró suficiente la ratificación de dos Estados miembros
para que el instrumento entrara en vigor, lo que en efecto ocurrió en noviembre de 1900 0,
dos meses después de que el Director General de la Oficina del Trabajo recibiera la segunda
ratificación.
¿Qué poder vinculante tiene el Convenio N.º 169?
Las disposiciones del Convenio N.º 169 son de obligatorio cumplimiento para los países que
lo han ratificado. En consecuencia, los Estados deben adecuar la legislación nacional para
desarrollar el Convenio al interior de sus países. Esto implica derogar todas las normas que
sean contrarias al Convenio y aprobar las que hagan falta para aplicarlo. Si las medidas
normativas y legislativas no son suficientes, los Estados deben tomar otras medidas, tales
como adoptar políticas públicas que tengan en cuenta los derechos y la perspectiva de los
pueblos indígenas.
Las disposiciones del Convenio N. °169 han ejercido una importante influencia en países que
aún no lo han ratificado tanto en la formulación de políticas públicas como en la expedición
de legislaciones nacionales, así como sobre decisiones judiciales a nivel nacional e
internacional. En el ámbito nacional, los tribunales constitucionales y las cortes supremas de
varios países incorporan el Convenio en sus decisiones. En igual sentido, tribunales
internacionales de derechos humanos como la Corte Interamericana de Derechos Humanos
han invocado en su jurisprudencia el Convenio N.º 169 de la OIT, como parte del corpus
iuris de los derechos de los pueblos indígenas.
Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas
Después de 20 años de negociaciones, el 13 de septiembre de 2007 la Asamblea General de
las Naciones Unidas aprobó la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los
Pueblos Indígenas, con el voto de 143 Estados. La Declaración constituye un paso histórico
hacia el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, en la medida en que
establece, en el ámbito universal, las normas mínimas para garantizar la supervivencia, la
dignidad, el bienestar y el respeto de los derechos de los pueblos indígenas.
¿Qué reconoce y qué contiene la Declaración?
La Declaración afirma que los pueblos indígenas y sus miembros tienen derecho a disfrutar
plenamente de todos los derechos humanos y libertades fundamentales consagrados en la
Carta de Naciones Unidas, en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en las
demás normas internacionales de derechos humanos.
Adicionalmente, consagra la libertad y la igualdad de todos los pueblos y personas indígenas
y prohíbe la discriminación en el ejercicio de sus derechos, en especial la que se funda en su
origen o identidad étnicos.
También consagra el derecho a la libre autodeterminación política, económica, social y
cultural; a conservar y fortalecer sus propias instituciones políticas, jurídicas, económicas,
sociales y culturales, así como a participar plenamente en la vida política, económica, social
y cultural del Estado. Asimismo, consagra el derecho de los pueblos indígenas a las tierras,
territorios y recursos que tradicionalmente han poseído, ocupado, utilizado o adquirido.
La Declaración no obliga jurídicamente a los Estados dado que no es un tratado o
convención internacional. Sin embargo, el amplio consenso con que fue adoptada y la fuerza
política que de ello se deriva permiten anticipar que su uso por parte de personas y pueblos
indígenas, tribunales nacionales e internacionales, y los mismos Estados, llevará a que pronto
se convierta en un instrumento jurídicamente vinculante, tal y como ocurrió con la
Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, que sin ser un tratado internacional,
su valor político y el gran uso que de ella se ha hecho, la convirtieron en la piedra angular de
la protección internacional de los derechos humanos.
La gran virtud de la Declaración está en consagrar y reunir en un instrumento específico de
las Naciones Unidas, bajo la perspectiva de los pueblos y personas indígenas, un conjunto de
derechos previamente consagrados en otros instrumentos que son obligatorios jurídicamente
para los Estados, tales como el Pacto de derechos civiles y políticos y el Pacto de derechos
económicos, sociales y culturales, y otras convenciones o normas de derecho
consuetudinario.
DERECHOS DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS PROTEGIDOS POR EL DERECHO
INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
“Derecho a la no discriminación y a la igualdad ante la ley”
Tanto el Convenio No 169 de la OIT como la Declaración Universal de Derechos de los
Pueblos Indígenas señalan que los indígenas tienen derecho a ejercer y a gozar plenamente
todos los derechos humanos y las libertades fundamentales reconocidos en el derecho
internacional, así como los “derechos generales de ciudadanía”, sin ningún tipo de
obstáculos o discriminación, en especial aquella que deriva de su origen étnico. Este derecho
es aplicable por igual a hombres y mujeres.
Las personas indígenas tienen derecho a acceder, sin discriminación alguna, a la educación y
a la salud. Asimismo, tienen derecho al mejoramiento de sus condiciones económicas y
sociales, en la educación, la vivienda, el saneamiento, la salud, la seguridad social, el empleo
y la capacitación. Los Estados tienen el deber de extender progresivamente los regímenes de
seguridad social a los pueblos indígenas y aplicarlos sin discriminación.
Los Estados deben adoptar medidas especiales para combatir los prejuicios y eliminar la
discriminación contra las personas y pueblos indígenas, así como para garantizar a los
miembros de los pueblos indígenas el mismo nivel de vida y oportunidades a las que tienen
acceso los demás miembros de la sociedad. Estas medidas deben reflejar las aspiraciones de
los pueblos indígenas de proteger, mantener y desarrollar sus culturas e identidades,
costumbres, tradiciones e instituciones.
El primer Relator Especial de las Naciones Unidas para los Derechos y las Libertades
Fundamentales de los indígenas, Rodolfo Stavenhagen, señaló que existen varios tipos de
discriminación racial y étnica: 1) la legal, 2) la interpersonal, 3) la institucional y 4) la
estructural.
La discriminación legal se refiere a la discriminación en las normas bien porque consagran
disposiciones discriminatorias o bien porque no consagran disposiciones que favorezcan el
disfrute de los derechos humanos por parte de los pueblos indígenas.
La discriminación interpersonal se concreta en las actitudes de rechazo y exclusión hacia los
indígenas por parte de la población no indígena, así como en las conversaciones y en las
imágenes que difunden los medios de comunicación sobre los indígenas.
La discriminación institucional se manifiesta en la situación desfavorable de los indígenas en
la distribución del gasto público y de los bienes colectivos; la poca participación de los
indígenas en la administración pública y en las instancias políticas es una muestra de este
tipo de discriminación.
La discriminación histórica es la base de las anteriores y se concreta en los mecanismos de
exclusión de los pueblos indígenas usados históricamente para marginarlos de los recursos
económicos, políticos e institucionales necesarios para vivir en condiciones de equidad con
el resto de la población.
“Derecho a la libre determinación”
Tanto la Carta de las Naciones Unidas como los pactos de derechos civiles y políticos y de
derechos económicos, sociales y culturales y la Declaración y Programa de Acción de Viena
establecieron el derecho de todos los pueblos a la libre determinación. Una de sus
manifestaciones es el derecho de los pueblos indígenas a determinar libremente su condición
política y a perseguir libremente su desarrollo económico, social y cultural. En ejercicio de
su libre determinación, tienen derecho a la autonomía o autogobierno. El derecho a la
autodeterminación les permite a los pueblos indígenas perseguir su bienestar y futuro de
acuerdo con sus propias prácticas, modos de vida y costumbres. Este derecho resulta de vital
importancia en la medida en que garantiza la supervivencia de los pueblos indígenas como
pueblos distintos.
En la práctica, el derecho a la libre determinación enfrenta una serie de dificultades para su
efectiva protección, pues a la mayoría de los Estados les preocupa que al reconocer este
derecho su integridad política y soberanía territorial se vean afectadas. Es por ello que los
pueblos indígenas y los Estados deben trabajar juntos en la interpretación y aplicación de
este derecho, teniendo en cuenta los contextos específicos de cada país.
“Derecho a la identidad e integridad cultural”
El derecho a la identidad e integridad cultural se concreta en el derecho que tienen los
pueblos indígenas a determinar y proteger el sistema cultural y de valores bajo el cual
quieren vivir y a no sufrir la asimilación forzada o la destrucción de su cultura. En este
sentido, el derecho a la identidad cultural implica la posibilidad real de mantenerse y
perpetuarse como pueblos distintos. El derecho a la identidad e integridad cultural supone la
protección de sus costumbres y tradiciones, sus instituciones y leyes consuetudinarias, sus
modos de uso de la tierra, sus formas de organización social y su identidad social y cultural.
Los Estados deben reconocer y respetar la identidad cultural y la deben tener en cuenta antes
de adoptar medidas o proyectos que puedan afectar a los pueblos indígenas.
Recomendación general N.º 23 relativa a los derechos de los pueblos indígenas
Sobre el derecho a la identidad cultural, el Comité para la Eliminación de la Discriminación
Racial, en su recomendación general No 23 relativa a los derechos de los pueblos indígenas,
exhortó a los Estados a que “reconozcan y respeten la cultura, la historia, el idioma, y el
modo de vida de los pueblos indígenas” y a que “garanticen que las comunidades indígenas
puedan ejercer su derecho a practicar y reavivar sus tradiciones y costumbres culturales y
preservar y practicar su idioma”.
“Derecho a la propiedad de la tierra, el territorio y los recursos naturales”
Tanto el Convenio 169 de la OIT como la Declaración de las Naciones Unidas sobre los
Derechos de los Pueblos Indígenas protegen el derecho a la propiedad de las tierras
indígenas. El Convenio 169 establece el deber de los Estados de reconocerles el derecho a la
propiedad y a la posesión de las tierras que tradicionalmente han ocupado y garantizar su
efectiva protección. Por su parte, la Declaración señala que los pueblos indígenas tienen
derecho a las tierras, territorios y recursos naturales que tradicionalmente han poseído,
ocupado, utilizado o adquirido y derecho a poseer, utilizar, desarrollar y controlar las tierras,
territorios y recursos que poseen, ocupan o utilizan de manera tradicional, así como aquellos
que hayan adquirido de otra forma.
La Corte Interamericana ha mencionado al respecto que “entre los indígenas existe una
tradición comunitaria sobre una forma comunal de la propiedad colectiva de la tierra, en el
sentido de que la pertenencia de ésta no se centra en un individuo sino en el grupo y su
comunidad”.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha sostenido que los Estados, para proteger
adecuadamente el derecho a la propiedad de los pueblos indígenas, deben “respetar la
especial relación que los miembros de los pueblos indígenas y tribales tienen con su
territorio”. la Corte sostuvo que los indígenas tienen derecho a vivir libremente en sus
propios territorios. Asimismo, que la estrecha relación que mantienen con la tierra debe ser
reconocida y comprendida como la base fundamental de sus culturas, su vida espiritual, su
integridad y su supervivencia económica, pues “para las comunidades indígenas la relación
con la tierra no es meramente una cuestión de posesión y producción sino un elemento
material y espiritual del que deben gozar plenamente, inclusive para preservar su legado
cultural y transmitirlo a las generaciones futuras”. En consecuencia, de lo anterior, los
Estados deben reconocer y proteger los sistemas de tenencia tradicionales de los pueblos
indígenas.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, al interpretar el alcance y contenido del
artículo 21 de la Convención Americana (derecho a la propiedad), consideró que en el caso
de las comunidades indígenas se debe salvaguardar “la estrecha vinculación [que estas
tienen] sobre sus territorios tradicionales, y los recursos naturales ligados a su cultura que ahí
se encuentren, así como los elementos incorporales que se desprendan de ellos”.
El derecho a la propiedad de las tierras y los territorios no puede desvincularse de la cuestión
del acceso a los recursos naturales que tradicionalmente han usado las comunidades
indígenas. Estos recursos son componentes vitales e integrales de sus tierras y territorios,
pues son necesarios para la supervivencia, desarrollo y continuidad de su estilo de vida. En
esa medida, los recursos naturales ligados a sus culturas son de propiedad comunitaria de los
pueblos indígenas y como tales deben ser protegidos.
PRONUNCIAMIENTOS DE LOS COMITÉS CONVENCIONALES SOBRE LOS
DERECHOS DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
Comité de Derechos Humanos,“Derecho a la libre determinación”
En 1984, el Comité de Derechos Humanos adoptó la Observación General No. 12, relativa al
derecho a la libre determinación de los pueblos. Aunque esta observación no contiene
referencia alguna al significado de “pueblo”, como tal, sí establece que todos los Estados
Parte deben presentar información sobre los procesos constitucionales y políticos que
permitan el ejercicio del derecho a la libre determinación. Adicionalmente, el Comité
establece que el artículo 1.3 del Pacto impone obligaciones positivas a los Estados Parte, en
el sentido de adoptar medidas que faciliten el ejercicio y el respeto del derecho de los
pueblos a la libre determinación.
Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, “Derechos Individuales de los
miembros de los pueblos indígenas y su dimensión colectiva”
En la Observación General No. 23, el Comité de Derechos Humanos se refirió a los derechos
de las minorías y señaló que, si bien los derechos protegidos por el artículo 27 son derechos
individuales, estos derechos dependen de la capacidad del grupo minoritario para conservar
su cultura, su idioma o su religión y que, en consecuencia, la protección de estos derechos
tiene por objeto último garantizar la preservación y el desarrollo continuo de la identidad
cultural, religiosa y social de las minorías. Adicionalmente, el Comité afirma que, en el caso
de los pueblos indígenas, la cultura se manifiesta de modo particular en la relación que éstos
tienen con los recursos naturales, y a través de actividades tradicionales como la pesca y la
caza.
Finalmente, el Comité concluye que los Estados deberán adoptar las medidas necesarias para
asegurar la debida protección del ejercicio de esos derechos e indicar en sus informes las
medidas que hayan adoptado para tal fin.
“Derechos culturales: garantías inherentes a la existencia de los pueblos indígenas”
En la Observación General N.º 21, relativa al derecho que tiene toda persona de participar en
la vida cultural, el Comité observó que para los pueblos indígenas la vida cultural tiene una
fuerte dimensión colectiva y que la protección de la misma resulta indispensable para
salvaguardar la existencia, bienestar y desarrollo de la comunidad. Asimismo, el Comité
señaló que los Estados Parte deben adoptar todas las medidas necesarias para proteger los
valores culturales y los derechos de los pueblos indígenas asociados a sus tierras ancestrales
y a su relación con la naturaleza, a fin de evitar la degradación de su peculiar estilo de vida.
En la Observación General 13, sobre el derecho a la educación, el Comité hizo especial
énfasis en la obligación que tienen los Estados de adoptar medidas positivas para que la
educación sea culturalmente aceptable por los pueblos indígenas.
“Derecho a la propiedad intelectual”
En la Observación General 17, referente a la protección de la propiedad intelectual, el
Comité afirmó que los Estados deberán adoptar medidas para “garantizar la protección
efectiva de los intereses de los pueblos indígenas en relación con sus producciones, que a
menudo son expresiones de su patrimonio cultural y sus conocimientos tradicionales”.
También mencionó que los Estados Parte deberán tener en cuenta las preferencias de los
pueblos indígenas, al momento de adoptar medidas que protejan sus producciones
científicas, literarias y artísticas.
Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer
El Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, en la Observación
General No. 24, instó a los gobiernos a prestar especial atención a los derechos y necesidades
de salud de las mujeres pertenecientes a grupos vulnerables, dentro de los cuales incluyó a
los pueblos indígenas.
OTROS INSTRUMENTOS DE PROTECCIÓN
La Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación
Racial (1965). Obliga a los Estados a prohibir y eliminar la discriminación por razones
étnicas y consagran protecciones para las personas frente a la discriminación.
Convenio sobre la Diversidad Biológica de 1992, en el que se recomienda a los Estados que
respeten, preserven y conserven los conocimientos, innovaciones y prácticas de las
comunidades indígenas;
La Agenda 21 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el
Desarrollo de 1992;
La Declaración y Programa de Acción de Viena de 1993, en el que se señala que los Estados
deben adoptar de común acuerdo medidas positivas para asegurar el respeto de todos los
derechos humanos de los pueblos indígenas, sobre la base de no discriminación;
El Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático de 1992 y la
Convención de las Naciones Unidas de lucha contra la desertificación en los países afectados
por sequía grave o desertificación.

Derechos humanos de las mujeres, perspectiva de género, discriminación y violencia


contra las mujeres.

Los derechos de personas Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (LGBTI).


La formación en diversidad sexual, entendida como valor positivo e indispensable de toda
sociedad, busca aportar la promoción de prácticas institucionales respetuosas de la
diversidad sexual en pos de una sociedad más justa e igualitaria, precisamente a favor de los
derechos de las personas LGBTI.
La impronta de la formación en diversidad sexual radica en posibilita que la situación de las
personas LGBTI pueda revertirse, ya que se encuentran en una situación de extrema
vulnerabilidad en todo el continente, considerando que la violación de sus derechos humanos
son prácticas extendidas que se encuentran presentes en todos los Estados de la OEA.
Estas prácticas están basadas en el deseo del perpetrador de castigar identidades,
expresiones, comportamientos o cuerpos que difieren de las normas y roles de género
tradicionales, o que son contrarias al sistema binario de hombre/mujer, tales, como, por
ejemplo, violaciones al derecho a la vida, como consecuencia de ejecuciones extrajudiciales
cometidas por actores estatales o bajo la aquiescencia de éste, entre otras causas.
En este contexto, dentro del universo de las personas LGBTI, las personas trans y de género
diverso son aquellas que se encuentran expuestas a mayores niveles de vulnerabilidad y son
quienes suelen padecer mayores niveles de exclusión, estigma y prejuicio social. Esta
situación es merecedora de atención urgente por dos factores, por un lado, por la reducida
expectativa de vida de las personas trans y de género diverso y los altísimos niveles de
violencia y discriminación que surgen en la región. Por el otro, la exclusión parece muchas
veces estar legitimada por agentes del Estado y por sociedad que aún conservan y
normalizan prejuicios sociales contra las personas trans y de género diverso.
En ese sentido, existe un sinnúmero de barreras que alejan a las personas trans y de género
diverso de poder desarrollar su pleno potencial y acceder a derechos básicos desde una
temprana edad, que tienen que ver con el rechazo y la violencia que reciben desde que
comienzan a exteriorizar su identidad de género. En ese orden, son numerosos los informes
que dan cuenta de una alta prevalencia de adolescentes trans y de género diverso que sufren
la expulsión de sus hogares a temprana edad.
A su vez, la escuela suele ser un escenario donde la violencia se hace presente en agresiones
verbales y físicas por parte de pares, docentes y directivos, o bien como exclusión de grupos
y aislamiento social. Numerosos estudios dan cuenta de altas tasas de ausentismo y deserción
entre adolescentes trans y de género diverso a causa del hostigamiento escolar en muchos
países de la región. La falta de capacitación y formación impacta directamente en las
posibilidades de insertarse laboralmente en el mercado, agudizando aún más la situación de
exclusión.
Sin embargo, esa falta de posibilidades laborales puede darse también cuando se tiene la
educación suficiente, pero el prejuicio contra las identidades no normativas afecta las
posibilidades de lograr una contratación o bien posteriormente lograr un ascenso. Ese mismo
prejuicio suele operar entre quienes comparten el espacio de trabajo, lo cual puede erosionar
los vínculos y el rendimiento laboral. Adicionalmente, la asistencia y el desempeño laboral o
escolar podrán verse disminuidos en toda oportunidad en que la persona sea víctima de una
agresión o algún acto de hostigamiento transfóbico por la vía pública que pudierarequerirle
atención médica. Además, los ámbitos de salud también suelen presentar resistencia y
hostilidad frente a personas con identidades no normativas.
Todo ello configura la discriminación estructural que reduce sensiblemente las posibilidades
de cualquier persona trans y de género diverso de lograr un mínimo de bienestar económico
o de poder salir de la pobreza, en la que suelen quedar como consecuencia de esa exclusión
sistemática.
Sin embargo, en los últimos años, algunos Estados han tomado medidas de carácter
afirmativo que buscan revertir esta situación preocupante y avanzar progresivamente hacia la
reparación de violaciones de derechos humanos en contra de las personas trans y de género
diverso. Inclusive, los avances realizados por el Estado se encuentran íntimamente
relacionados a la labor de organizaciones de la sociedad civil que han logrado que se
presenten avances en materia legislativa, en políticas públicas y en materia judicial, mediante
el litigio estratégico.
En definitiva, de manera progresiva, distintos organismos internacionales, agencias de
Naciones Unidas, órganos de derechos humanos, entre otros, han comenzado a analizar la
problemática de la exclusión de las personas LGBTI desde el punto de vista del desarrollo
económico y del desarrollo humano.
A su vez, los estándares americanos sobre los derechos de las personas LGBTI tienen
fundamento en el principio de igualdad y no discriminación, base fundamental del sistema de
protección de derechos humanos de la OEA y que, según la jurisprudencia interamericana,
ha ingreso en el dominio del IUS COGENS, ya que sobre él descansa el andamiaje jurídico
del orden jurídico público nacional e internacional y permea todo el ordenamiento jurídico.
Los principios y obligaciones en materia de derechos de las personas LGBTI se encuentran
comprendidos en los instrumentos internacionales de derechos humanos del sistema
interamericano, principalmente en la Declaración Americana de Deberes y Derechos del
Hombre y en la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
Por otro lado, un importante desarrollo que ha tenido impacto en el derecho internacional en
materia de identidad y expresión de género se encuentra en los principios de Yogyakarta,
emitidos en el año 2007 y actualizados mediante la aprobación de los Principios de
Yogyakarta+10 en 2007. Si bien no constituyen un instrumento internacional de carácter
vinculante, interpretan las obligaciones estatales ya consagradas en trataos internacionales de
carácter vinculante, a la luz del principio de no discriminación, cuando esta se basa en la
orientación sexual, la identidad de género, la expresión de género o características sexuales.
La CIDH ha afirmado que la identidad de género se refiere a la vivencia interna e individual
del género tal como cada persona la siente profundamente, la cual podría o no corresponder
con el sexo asignado al nacer, incluyendo la vivencia personal de cuerpo y otras expresiones
de género con el cual la persona se identifica.
La falta de garantía del derecho al reconocimiento de la identidad de género tiene como
consecuencia el hecho de que las personas trans y de género diverso muchas veces porten
documentos de identificación que no se condicen con su identidad de género. Inclusive, la
imposibilidad de rectificar la documentación personal ha sido identificada como uno de los
mayores obstáculos para el efectivo goce de otros derechos humanos, tanto civiles y
políticos, como económicos, sociales y culturales, lo cual torna urgente la necesidad de que
los Estados adopten medidas para garantizar este derecho conforme los estándares
interamericanos e internacionales en la materia.
Inclusive, por primera vez en 2016, la CIDH reiteró la noción de que los Estados deben
garantizar el derecho de las personas trans de modificar su nombre y el marcador de género
en documentos de identificación y registros públicos mediante mecanismos sencillos y
céleres.
En 2018, en ocasión del Día Internacional de la Visibilidad Trans, la CIDH y el Experto
Independiente de la ONU sobre protección contra la violencia y discriminación por
orientación sexual e identidad de género, urgieron a los Estados a garantizar el ejercicio
pleno de los derechos humanos de las personas trans, en particular a adoptar medidas sin
dilación para proporcionar el reconocimiento legal rápido, transparente y accesible de la
identidad de género, garantizando los derechos humanos de todas las personas trans y de
género diverso, y respetando su autonomía corporal.
Por último, a fines del 2017, la Corte Interamericana emitió una Opinión Consultiva N. °24
en la que explicitó de manera contundente los fundamentos jurídicos interamericanos del
derecho al reconocimiento de la identidad de género en la Convención Americana y en la
Declaración Americana. La Corte enfatizó que la Identidad de Género es un elemento
constitutivo y constituyente de las personas, por lo que su reconocimiento por parte del
Estado resulta de vital importancia para garantizar el pleno goce de los derechos humanos de
las personas transgénero. Esta argumentación coloca a la dignidad humana como eje central,
vinculándola con la posibilidad de todo ser humano de autodeterminarse y escoger
libremente las opciones y circunstancias que le dan sentido a su existencia, conforme a sus
propias opciones y convicciones.
De esta manera, la Corte estableció que, si bien el derecho al reconocimiento de la identidad
de género no se encuentra explícitamente consagrado en la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, este se deriva necesariamente de una interpretación de los artículos que
garantizan el reconocimiento de la personalidad jurídica, el libre desarrollo de la
personalidad, el derecho a la privacidad y el derecho al nombre.
Por otro lado, la Corte ha establecido que la expresión de género se refiere a la manifestación
externa del género de una persona. Asimismo, los Principios de Yogyakarta aclaran que la
expresión de género puede o no condecirse con la identidad de género de una persona, ya
que de la misma forma en que todas las personas tienen una orientación sexual y una
identidad de género, también ocurre lo propio con la expresión de género. Inclusive, la
realidad muestre que el abanico de posibilidades relacionadas con la expresión de género es
mucho más amplio y diverso que las estrictamente “masculinas y femeninas”.
En relación a ello, las personas que no se adecúan a los patrones establecidos social y
culturalmente sobre cómo se supone que debe comportarse un hombre o una mujer sufren
discriminación y violencia con base en su expresión de género. La raíz de estos preceptos
suele tener componentes sexistas y estar vinculados con el rol que se le atribuye, espera y
exige a cada género del binario.
La cuestión fundamental relativa a la expresión de género como causal de discriminación es
que esta constituye una forma visible de manifestación personal, la cual, al ser percibida por
otras personas, sobre todo en contexto donde cunde el rechazo y el prejuicio contra las
expresiones no normativa, genera reacciones violentas o discriminatorias. En efecto, gran
parte de la violencia y la discriminación que tienen lugar contra las personas trans y de
género diverso, suele ocurrir cuando la identidad y expresión de género de la persona es
percibida por otra como no acorde con la información que obra en su documentación, lo cual
pone de relevancia lo íntimamente imbricadas que se encuentran la identidad y expresión de
género al momento de analizar las causales de discriminación y la opresión sistemática a la
que se encuentran sometidas las personas trans.
LEGISLACIÓN ARGENTINA
La Argentina se instituye como un país avanzado en el reconocimiento de los derechos de la población LGTBI. El desafío es transformar la igualdad jurídica en
igualdad real, lo cual implica garantizar cotidianamente ámbitos laborales, sanitarios, escolares, entre otros, respetuosos de la diversidad sexual y de género.

Ley sobre actos discriminatorios (23.592), Ley de Identidad de género (26.473), Ley de matrimonio igualitario (26.618), Ley de inclusión laboral (27.636) y
Decreto 476/21, en el que Argentina se instituye como el primer país de la región en reconocer identidades más allá de las categorías binarias de género en los
sistemas de registro e identificación de personas.

Ley de Identidad de Género (26,473)


Reconoce el derecho a tener la identidad sexual auto percibida en el documento nacional, así como el acceso a la atención sanitaria integral de personas trans.
Especifica que en ningún caso será requisito acreditar intervención quirúrgica por reasignación genital total o parcial, ni acreditar terapias hormonales u otro
tratamiento psicológico o médico. Aclara que no se requiere un trámite judicial o administrativo para rectificar el registro del sexo, sólo hay que presentarse ante
una oficina del Registro Nacional de las Personas, y en el caso de menores de 18 años, la solicitud tiene que ser efectuada a través de sus representantes legales.

Ley de Salud Mental (26,657)


El acceso a la salud y el reconocimiento de la identidad de género son derechos humanos, y su cumplimiento no debe depender de categorías diagnósticas. La
Ley de Salud Mental promueve la despatologización de la orientación e identidad sexual puesto que prohíbe realizar un diagnóstico médico sobre estas bases,
establece que “en ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva (…) de la elección o identidad sexual”.

Ley de Matrimonio Igualitario (26,618)

Esta ley se basa en el reconocimiento del principio de universalidad de los derechos humanos, del derecho a la igualdad ante la ley y de la prohibición de
discriminar por cualquier causa o condición, incluidas las que se basan en la orientación sexual y en la identidad y expresión de género. Introduce en nuestro país
la posibilidad de matrimonio homosexual al hacer sexualmente neutras todas las disposiciones referentes a los contrayentes, permitiendo así la unión conyugal
de dos personas sea cual fuere el sexo de una y de otra.

DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA HOMOFOBIA, TRANSFOBIA Y BIFOBIA

El 17 de mayo es el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Se toma esta fecha porque el 17 de mayo de 1990 la Organización
Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, dando cuenta de que la patologización era un acto de
discriminación. Esta fecha se consolida como un día de visibilización, promoción y reclamo de los derechos humanos de esta población a nivel internacional.

También es conocida como el Día internacional de la Lucha contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género, de modo de explicitar que
el odio o rechazo a las personas homosexuales, transexuales o bisexuales son producto de un aprendizaje social; no de la fobia o el miedo.

A su vez, la Educación Sexual Integral (ESI) es una herramienta valiosa para contribuir a la lucha por el ejercicio de los derechos de todas las personas. Uno de
los ejes de trabajo de la ESI es respetar la diversidad, entendiendo que su abordaje implica rescatar el significado profundo de convivir en una sociedad plural. Se
pone de relieve la importancia de valorar positivamente la multiplicidad de formas en las que las personas nos manifestamos, pensamos, actuamos y amamos.

Los derechos de las personas privadas de libertad.


El reconocimiento de la dignidad inherente a las personas constituye el fundamento de la tutela
internacional de los derechos humanos, independientemente de las condiciones y situaciones jurídicas
en las que cada quien se encuentre. Estas consideraciones adquieren especial relevancia para las
personas que se encuentran detenidas pues, al encontrarse bajo custodia estatal, están expuestas a
condiciones de especial vulnerabilidad.
Los derechos de las personas privadas de libertad están protegidos por los artículos 5 de la CADH y
10 del Pacto, en los que se indica, de manera genérica, que toda persona privada de libertad será
tratada con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano.
Si bien la privación de libertad conlleva regularmente la afectación del goce de otros derechos dicho
trato supone que esos efectos colaterales, que se producen de manera inevitable, deben ser limitados
rigurosamente.
El contenido esencial de este derecho consiste pues en la protección de la integridad de quienes
encuentran restringida su libertad contra las interferencias injustificadas y arbitrarias del Estado o de
terceros. En ese sentido, debe asegurarse a las personas detenidas que la forma de ejecución de la
medida privativa de la libertad no las someta a angustias o restricciones que excedan el nivel
inevitable de sufrimiento intrínseco a la detención.
La Corte Interamericana ha enfatizado que el trato acorde a la dignidad humana forma parte de un
núcleo inderogable de derechos. Esto es, no puede ser suspendido en ningún supuesto, aun cuando se
trate de casos de guerra, peligro público o amenazas a la independencia o seguridad estatales. En
relación con ello, precisó que la restricción de los derechos a la vida, a la integridad personal, a la
libertad religiosa y al debido proceso no solo no tiene justificación en la privación de la libertad, sino
que, además, está prohibida por el derecho internacional.
En ese sentido se ha expedido también el Comité de Derechos Humanos al indicar que el trato
humano y el respeto de la dignidad de las personas privadas de libertad constituyen normas básicas de
aplicación universal, que deben ser aplicadas sin distinción alguna.2
Asimismo, ambos órganos internacionales han señalado que las dificultades económicas no pueden
ser invocadas por los Estados para justificar condiciones de detención que no cumplan con los
mínimos estándares internacionales que imperan en la materia.
El Estado, como responsable de los establecimientos de detención, debe garantizar el disfrute de todos
los derechos de las personas detenidas. Ello implica necesariamente la asunción de una serie de
responsabilidades particulares y la adopción de iniciativas especiales para brindar a las personas bajo
su custodia las condiciones requeridas para desarrollar una vida digna.
Es evidente que las autoridades penitenciarias ejercen un control total sobre las personas privadas de
libertad que las coloca en una relación de sujeción especial caracterizada por la particular intensidad
con que el Estado regula sus derechos y obligaciones y por las circunstancias propias del encierro. En
esas condiciones de particular vulnerabilidad, las personas detenidas no pueden satisfacer por su
cuenta un conjunto de necesidades básicas que son esenciales para desarrollar sus vidas con dignidad
y, en consecuencia, éstas quedan exclusivamente a cargo de las autoridades estatales con una radical
disminución de sus posibilidades de autoprotección. De allí, que sean esas autoridades quienes deban
asumir la posición de garante de los derechos de las personas privadas de libertad.
Como corolario de esta función de garantía, se presume la responsabilidad estatal en lo que les ocurra
a las personas detenidas y, asimismo, corresponde a las autoridades explicar lo que les suceda durante
el período en el que se hallan privadas de libertad.
Debe señalarse que este deber estatal de respetar y garantizar los derechos de las personas privadas de
libertad no se limita a lo que su- ceda en el interior de las instituciones carcelarias, sino que se
mantiene también en circunstancias tales como el traslado de personas reclusas de un establecimiento
a otro; su conducción a diligencias judiciales y al período de hospitalización en centros externos.
Por otra parte, la obligación de protección de las personas que se encuentran bajo custodia estatal
comprende, también, el deber de controlar las actuaciones de terceros particulares. Esta obligación,
caracterizada por la Corte Interamericana como erga omnes, cobra especial importancia en los
contextos de encierro donde, en muchas oportunidades, las personas son víctimas de la violencia que
producen otras personas también privadas de libertad. Este deber supone para las autoridades estatales
no solo la obligación negativa de abstenerse de maltratar a las personas detenidas sino también la de
adoptar obligaciones positivas tendientes a evitar ataques o atentados contras ellas provenientes de
cualquier fuente.
A su vez, en función de esta posición especial de poder que asumen los Estados con respecto a las
personas detenidas, las autoridades penitenciarias se encuentran obligadas a registrar adecuadamente
los datos de quienes ingresan a un centro de detención. Ello supone la inclusión de un conjunto de
informaciones que permita controlar la legalidad de las detenciones, entre las que pueden citarse: la
identificación completa y adecuada de la persona detenida, lo motivos de la detención, la notificación
a la autoridad competente, el día y el horario de ingreso y de libertad y la indicación sobre estado
físico y traslados efectuados. De esta manera, el mantenimiento de registros de las personas detenidas
y de controles y protocolos adecuados de ingreso, no solo constituyen buenas prácticas penitenciarias,
sino también medios eficaces de protección de los derechos fundamentales de las personas privadas de
libertad.
A fin de lograr una adecuada gestión de los registros y expedientes de las personas detenidas, resulta
necesario que la información concerniente a éstas sea tratada de forma organizada y eficiente en cada
centro penal, y que ésta esté, a su vez, disponible en sistemas centralizados de información. Además,
el Estado tiene el deber de actuar con la debida diligencia en la transferencia y archivo de documentos
enviados desde los juzgados y tribunales hacia los centros penitenciarios. Esto es particularmente
relevante en el caso de las sentencias, órdenes de libertad, citaciones judiciales y otros documentos
esenciales de quienes ven restringida su libertad.
En efecto, las autoridades estatales tienen la obligación de proporcionar a las personas detenidas
revisión médica regular y atención y tratamiento adecuados en caso de ser necesarios. Esa atención y
ese tratamiento deben ser gratuitos. Ello conlleva, también, la posibilidad de que quienes se
encuentren bajo custodia estatal puedan atenderse con un médico o médica de su confianza.
a atención por parte de un profesional que no tenga vinculación con las autoridades penitenciarias
constituye una importante salvaguardia en contra de la tortura y los malos tratos. En relación con ello,
se ha sostenido que corresponde a las autoridades estatales garantizar la independencia del personal
médico y de salud encargado de examinar y prestar asistencia a las personas detenidas de manera que
aquél pueda practicar libremente las evaluaciones médicas necesarias.
si una persona es detenida en buen estado de salud y, posterior- mente, se enferma o muere, recaen
sobre el Estado –en el primer supuesto– la obligación de adoptar las medidas necesarias para
garantizar la salud y la vida de esa persona, brindando la asistencia médica necesaria y –en el
segundo– la de proveer una explicación satisfactoria y convincente de lo sucedido. Este deber estatal
debe ser cumplido de manera particularmente rigurosa cuando muere una persona bajo custodia y, en
esa situación, el Estado debe –asimismo– iniciar una investigación sobre las circunstancias que
rodearon la muerte de esa persona.
A su vez, las autoridades estatales tienen la obligación de iniciar de oficio y de inmediato una
investigación imparcial, independiente y minuciosa que permita determinar la naturaleza y el origen
de las lesiones advertidas en las personas detenidas e identificar y procesar a los responsables de tales
actos.
Por otra parte, la tortura y los tratos crueles, inhumanos o degradantes están estrictamente prohibidos.
Esta prohibición es absoluta e inderogable en toda circunstancia. En ese sentido, tanto la Corte como
la Comisión han indicado que la prohibición de la tortura constituye hoy una norma de ius cogens.
Incluso, se ha calificado como trato cruel e in- humano el hecho de amenazar a una persona con
torturarla cuando esa amenaza sea lo suficientemente real e inminente.
En relación con ello, cabe señalar que las lesiones, los sufrimientos y los daños a la salud sufridos
durante la detención pueden llegar a constituir una forma de trato o pena cruel cuando, debido a las
condiciones de encierro, existe un deterioro de la integridad física, psíquica y moral de las personas
privadas de libertad. En función de ello, constituyen –a modo de ejemplo– una violación a la
integridad personal de las personas privadas de libertad:
El uso de grilletes o cadenas.
La falta de cama para reposo, que obliga a las personas detenidas a dormir en el suelo o a hacer turnos
con otras para el descanso.
La falta de condiciones adecuadas de higiene.
El encarcelamiento solitario prolongado y la incomunicación.

También hace al trato digno de las personas detenidas el goce efectivo de los derechos a la
alimentación adecuada y al acceso al agua potable. Ello supone una alimentación de buena calidad y
con valor nutritivo suficiente y agua salubre y en cantidad adecuada para atender las necesidades
cotidianas de consumo e higiene.
Con respecto a esto, la Corte Interamericana ha sostenido que la falta de condiciones mínimas que
aseguren el suministro de agua potable en los centros de detención constituye una falta grave del
Estado a sus deberes de garantía hacia las personas que se hallan bajo su custodia.
En relación con las condiciones de hacinamiento y superpoblación, se ha indicado que el espacio
particularmente reducido –por ejemplo, aproximadamente 30 centímetros cuadrados por persona
detenida– constituye en sí mismo un trato cruel inhumano y degradante.
Asimismo, los grandes dormitorios en los que se aloja simultánea- mente a numerosas personas
implican, necesariamente, falta de privacidad para éstas en su vida diaria y altos riesgos de que se
vean expuestas a situaciones de intimidación y violencia, toda vez ello que favorece la violencia
intracarcelaria. A su vez, la superpoblación en los centros de detención repercute también en la vida
cotidiana de quienes se alojan en celdas individuales, pues la situación afecta el normal desempeño de
las todas las funciones esenciales de los centros de detención. En ese sentido, se ocasiona un deterioro
generalizado de las instalaciones físicas del establecimiento y las personas privadas de libertad ven
restringidas las actividades que realizan fuera de las celdas.
La atención efectiva del hacinamiento requiere por parte de los Estados la adopción de políticas y
estrategias que incluyan, por ejemplo, reformas legislativas e institucionales necesarias para asegurar
un uso más racional de la prisión preventiva y que realmente se recurra a esta medida de forma
excepcional y la prevención de detenciones arbitrarias o ilegales por parte de las fuerzas policiales.
Otra importante medida que incide en la concesión de un trato digno para las personas privadas de
libertad consiste en la separación de éstas por categorías. En efecto, los Estados están obligados a
establecer un sistema de clasificación que garantice a las personas procesadas separación de las
condenadas y un trato adecuado a esa condición, acorde con la presunción de inocencia. Así se prevé
en los artículos 5.4 de la Convención Americana y 10.2.a) del Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos, que establecen la obligatoriedad de esta separación “salvo en circunstancias
excepcionales”.
Por su parte, las Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos incluyen una disposición más
detallada que indica distintos parámetros que deben tomar los Estados para realizar la clasificación
pretendida. En ese sentido, se señala que “los reclusos pertenecientes a categorías diversas deberán ser
alojados en diferentes establecimientos o en diferentes secciones dentro de los establecimientos, según
su sexo y edad, sus antecedentes, los motivos de su detención y el trato que corresponda aplicarles. Es
decir que: […] b) Los detenidos en prisión preventiva deberán ser separados de los que están
cumpliendo condena”.
La Corte Interamericana indicó que la separación entre las personas sometidas a proceso y aquellas
que cuentan con una condena, requiere no solamente mantener alojadas a esas personas en diferentes
celdas, sino que corresponde que estas celdas se encuentren en diferentes sectores del establecimiento
penitenciario o, si fuera posible, en distintos establecimientos.
Los derechos a recibir visitas y a mantener y desarrollar relaciones familiares se ven, a menudo,
obstaculizados por la lejanía de los centros penitenciarios en relación con los entornos familiares de
las personas de- tenidas y por las dificultades de acceso a éstos para sus allegados por la distancia o el
costo del traslado.
La Comisión Interamericana ha enfatizado el carácter de derecho básico e inderogable de éste y la
consecuente obligación de las autoridades de facilitar y reglamentar el contacto entre las personas
detenidas y sus familias. En ese sentido, ha recomendado a los Estados la implementación de espacios
físicos adecuados en los centros de detención para que se lleven a cabo las visitas en condiciones de
privacidad, seguridad e higiene; la capacitación debida del personal de seguridad y controles para el
trato que deben brindar a las personas que acuden a las visitas y el uso de métodos y dispositivos
tecnológicos apropiados de manera tal que no se someta a los familiares de las personas privadas de
libertad a inspecciones corporales vejatorias.
Además, ha expresado que la distancia entre el domicilio de una persona y el lugar de su detención es
uno de los elementos que con- forman el conjunto de condiciones de detención y, como tal, la lejanía
entre ambos lugares puede constituir un agravamiento injustificado de la privación de libertad.
A fin de garantizar el derecho a recibir un trato digno, el personal penitenciario debe ser
adecuadamente entrenado para las siguientes funciones, en el marco de sus tareas:
Prevenir la violencia intracarcelaria.
Hacer uso de la fuerza solo de manera excepcional, planeada y limitada. El uso de fuerza letal y de las
armas de fuego por parte de los agentes de seguridad debe prohibirse como regla.
Sólo puede ser usado cuando resulte absolutamente necesario en relación con la fuerza o amenaza que
se busca repeler. Como corolario, cualquier uso de la fuerza en forma excesiva del que resulte la
privación de la vida será arbitrario. Además, debe estar formulado por ley en forma clara y aquélla
debe interpretarse de manera restrictiva.
Asimismo, en los Principios y Buenas Prácticas se indican que por disposición de la ley debe
prohibirse la aplicación de sanciones colectivas, la suspensión o limitación de la alimentación y del
acceso al agua potable, y la aplicación de castigos corporales. A su vez, las Reglas Mínimas para el
Trata- miento de Reclusos establecen la prohibición de castigos corporales, del encierro en celdas
oscuras y del empleo de medios de coerción e inmovilización como forma de sanción disciplinaria
(reglas 31 y 33).
Finalmente, la Comisión Interamericana ha recomendado especial- mente a los Estados la necesidad
de prevenir, investigar y sancionar de forma efectiva todos aquellos casos en los que se denuncie el
uso des- proporcionado de la fuerza por parte de las autoridades a cuyo cargo se encuentran las
personas privadas de libertad.

Formación en y para derechos humanos.


Son muchas las acciones que resultan útiles para que las naciones se orienten en la consolidación del mejor
de los sistemas de gobierno, de aquél capaz de servir de escenario para el logro de la libertad más plena, de
la que nos exime del temor y la miseria, y entre ellas la educación se ubica en un lugar central, de profundo
privilegio.
La educación que adquiere la mayor capacidad de incidir favorablemente en la consolidación de los
adelantos alcanzados, y en el logro de los avances pendientes, es la educación en derechos humanos. Es
justamente ella la que constituye el único modo de honrar fielmente el cumplimiento de un derecho
fundamental, como lo es el de la educación, al tiempo que configura un derecho en sí mismo, junto a una
creciente e ineludible obligación estatal.
EDUCACIÓN Y DERECHOS HUMANOS
La educación es un derecho, comprendido tradicionalmente dentro del conjunto de derechos humanos de
naturaleza esencialmente económica, social y cultural. Resulta de vital importancia para el desarrollo
integral de la persona y para el disfrute efectivo y pleno de los demás derechos esenciales.
En cada derecho fundamental se halla un componente educativo, tanto como en la educación se encuentran
dimensiones de los restantes.
La educación debe comprender los ideales y principios de los derechos humanos, pero, además, que el
ejercicio de los poderes y responsabilidades dentro de las escuelas debe respetar las mismas bases que se
pretenden transmitir a los y las estudiantes.
En palabras de Ana María Rodino, la educación en derechos humanos “debe preparar también para el
ejercicio activo de la democracia y la participación en un Estado de Derecho. Ha de ser una educación en y
para los derechos humanos: en su ideología y para su puesta en práctica. Esto significa crear conciencia y
formar en derechos como un aprendizaje para ser personas y vivir juntos como personas, es un aprender a
valorarse a uno mismo como persona y aprender a reconocer y valorar al otro como un igual”.
La educación de una persona es el conjunto de valores, principios, conocimientos que le permiten tener la
capacidad y criterio para decidir. Por lo tanto, la educación en derechos humanos, no sólo es una obligación
del Estado como aparece en el preámbulo de la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas,
sino que específicamente es uno de los objetivos fundamentales de la Organización de las Naciones Unidas.
En definitiva, educar en y para los derechos humanos es educar en y para los valores, “es una estrategia de
largo plazo que apunta a las necesidades de las generaciones futuras”, siendo posible concluir entonces que
“la educación para los derechos humanos es en sí misma un derecho humano”.
LA RECEPCIÓN NORMATIVA INTERNACIONAL DE LA EDUCACIÓN
El derecho a la educación ha sido receptado en un importante número de instrumentos de tutela de derechos
humanos, e incluso en las propias cartas constitutivas de las organizaciones internacionales en las que se
sustentan los sistemas universal e interamericano de protección de los derechos básicos.
En el ámbito de la protección universal, el derecho a la educación fue y es reconocido en la Declaración
Universal de Derechos Humanos, desarrollado en mayor medida en el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales, e incluso aludido en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos, es decir, los tres instrumentos generales de protección de derechos fundamentales lo tutelan.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 26 afirma:
1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a
la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y
profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de
los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del
respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y
la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de las
actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.
Por su parte, el artículo 13 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales destaca
que la educación debe orientarse hacia el pleno desarrollo de la personalidad humana y del sentido de su
dignidad, y debe fortalecer el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales. Asimismo,
obliga a los Estados a garantizar una enseñanza primaria obligatoria y gratuita, y una secundaria y superior
generalizadas y accesibles para todas las personas, con implementación progresiva de la gratuidad.
En el ámbito regional, la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del hombre lo reconoce como
derecho fundamental, haciendo lo propio la Convención Americana sobre Derechos Humanos y su
Protocolo Facultativo sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales, conocido como Protocolo de San
Salvador.
Si bien el artículo 26 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, única disposición relativa a
derechos sociales contenida en el tratado, no alude expresamente a la educación, la doctrina especializada se
ha encargado de afirmar que la norma incluye todas aquellas disposiciones de naturaleza esencialmente
económica, social y cultural consagradas ya por entonces en la Declaración Americana, y previamente en la
Carta Constitutiva de la Organización de Estados Americanos.
El déficit del Pacto de San José de Costa Rica en materia social motivó la adopción del Protocolo de San
Salvador, en cuyo artículo 13 se reconoce el derecho a la educación con un contenido similar a la recepción
dada por el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, incorporando además de
manera expresa en el artículo 16 el derecho de las personas con discapacidad, y los derechos de niños y
niñas a una educación gratuita y obligatoria, al menos en su fase elemental.
La Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, en su
artículo 5, destaca la necesidad de prohibir y eliminar el grave obstáculo en lo referente al ejercicio del
derecho a la educación y a la formación profesional.
La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer insta en el
artículo 10 a que los Estados adopten las medidas necesarias para asegurarle a la mujer los mismos derechos
que al hombre en materia educativa, como, por ejemplo, acceso igualitario a estudios y diplomas, entre
otros.
Por su parte, en el ámbito continental, la Convención de Belem Do Pará, focaliza en su apartado 8 en el
diseño de programas de educación para contrarrestar cualquier práctica que se base en la premisa de la
inferioridad o superioridad de cualquiera de los géneros, o papeles estereotipados que puedan exacerbar la
violencia contra la mujer, como también en el deber progresivo de fomentar la educación y capacitación del
personal de la administración de justicia, policial, y la ejecución de programas de educación para
concientizar a las sociedades.
La Convención sobre los Derechos del Niño en su artículo 28 reconoce el derecho a la educación en
términos de progresividad y de igualdad de oportunidades, imponiendo una serie de obligaciones estatales
diferenciadas según el nivel de educación de que se trate. Estableciendo que ella debe estar encaminada a
desarrollar la personalidad, inculcar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales, y
prepararlos para asumir una vida responsable en una sociedad libre, con espíritu de comprensión, paz,
tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos, grupos étnicos, nacionales y religiosos y
personas de origen indígena.
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y su par regional, la Convención
Interamericana para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra las Personas con
Discapacidad, también reconocen – y con múltiples enfoques – el derecho a la educación en sus artículos 8,
16, 23, 24 y 26; y 3 respectivamente.
El derecho a la educación también ha sido objeto de especial mención en torno a pueblos indígenas, así se ha
reconocido en el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes.
A todo lo mencionado, se le debe sumar r la amplia producción jurídica emanada de órganos convencionales
y extra-convencionales que complementan todo lo enunciado, interpretando, aplicando y haciendo aplicar
las disposiciones legales mediante observaciones generales, informes, resoluciones, declaraciones,
programas y planes de acción, y demás fuentes del derecho internacional dispuestas a consolidar las
obligaciones estatales asumidas en la materia.
Por ejemplo, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales en su Observación General Nro. 11
“sobre Planes de Acción para la Enseñanza Primaria”, orientada a fortalecer la garantía de su obligatoriedad
y gratuidad. Como también la Observación General Nro. 13 “sobre el Derecho a la Educación”, la cual
realiza un aporte invaluable al concepto y contenido del derecho en un análisis interpretativo enriquecedor
del artículo 13 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
En el pronunciamiento, el órgano de supervisión impone a los Estados el compromiso de velar para que los
planes de estudio, en todos los niveles del sistema educativo, estén orientados a los objetivos del desarrollo
de la personalidad humana y la dignidad, y el fortalecimiento de los derechos humanos y las libertades
fundamentales, obligando incluso a las naciones a establecer y mantener un sistema transparente y eficaz
para comprobar si la educación se alinea o no a los propósitos educativos expuestos.
El Comité de los Derechos del Niño en su primera Observación General, relativa al Derecho a la Educación,
decidió reforzar los compromisos jurídicos derivados del tratado, afirmando que los Estados deben asegurar
el acceso a la educación, también cuidar sus contenidos, orientándolos al disfrute de los derechos humanos y
fomentando una cultura en la que prevalezcan sus valores, para lo cual promueve incluso una revisión
sistemática de libros de texto, y de otros materiales y tecnologías docentes, así como políticas escolares.
En definitiva, la educaciónes un derecho- llave, un multiplicador que cuando se garantiza, aumenta el
disfrute de todos los demás derechos, mientras que cuando se niega impide el disfrute de los otros derechos.
En la vida social muchos derechos son inaccesibles para quienes fueron privados de educación – en especial
los derechos asociados al trabajo, al salario justo, a la seguridad social y a ser elegido en un cargo político.
El derecho a la educación dentro de la doctrina de derechos humanos tiene un contenido que ha sido
conceptualizado con claridad, en especial por el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de
las Naciones Unidas y por KatharinaTomasevsky, primera Relatora Especial de Naciones Unidas para el
derecho a la educación.
Los rasgos constitutivos del derecho a la educación, que representan las obligaciones del Estado para
garantizarlo, son cuatro:

Disponibilidad, Accesibilidad, Aceptabilidad y Adaptabilidad.

Según el Comentario General No. 13 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de
Naciones Unidas, significan:

Disponibilidad

Tienen que existir instituciones y programas educativos en cantidad suficiente dentro del territorio del
Estado, lo cual implica contar con edificios, servicios sanitarios, agua potable, personal docente capacitado,
entre otros.

Accesibilidad

Las escuelas y los programas de enseñanza deben ser accesibles a todos, sin discriminación, dentro de la
jurisdicción del Estado.

Esta obligación tiene tres dimensiones:


No discriminación: acceso para todos, especialmente los grupos en condiciones de mayor
vulnerabilidad, asegurada por la ley y en la realidad.
Accesibilidad material: la educación tiene que estar al alcance físico de las personas, ya sea para
concurrir a un centro educativo localizado a distancia geográfica razonable o por vía de la tecnología
(programas a distancia).
Accesibilidad económica: la educación tiene que estar al alcance económico de todos. La educación
primaria debe ser universal y gratuita, y los Estados deben introducir en forma progresiva la educación
gratuita en los niveles secundario y superior.
Aceptabilidad
La sustancia y la forma de la educación, incluyendo los programas de estudio y los métodos de
enseñanza, tienen que ser relevantes, culturalmente apropiados y de buena calidad. El Estado debe
establecer estándares mínimos que regulen estos aspectos.

Adaptabilidad
La educación debe ser flexible para que pueda adaptarse a las necesidades de sociedades y
comunidades cambiantes y responder a las necesidades de estudiantes dentro de diversos contextos
sociales y culturales.
POLÍTICAS PÚBLICAS
Educarse en derechos humanos es diseñar, construir y fortalecer un sistema en el que se enseñe y
aprenda en un contexto propicio para el disfrute de los derechos humanos, aplicable a todos los niveles
y áreas del saber. Un sistema que debe preocuparse incluso por la coherencia interna, en el que debe ser
tan importante el derecho a la educación y su contenido, como la práctica de los derechos en los
contextos formales e informales de la enseñanza. Para ello es necesario el armado de estrategias
institucionales serias, que incluyan planes de estudios pertinentes, mecanismos adecuados de formación
docente, y asignación de partidas presupuestarias suficientes. Se requiere entonces de voluntad política.
Se trata de la necesidad de contar con lo que se llaman buenos gobiernos, atraídos por un único afán, el
de lograr que los Estados en los que se insertan, alcancen el fin primordial por el cual existen.
La política educativa de un Estado, que no debe estar desprovista de ópticas y perspectivas de derechos
humanos, tampoco debe carecer de lazos que la vinculen con el conjunto de las restantes políticas
públicas de contenido eminentemente social.
Además, se debe estar a favor del montaje de nuevas estructuras que garanticen la posibilidad de
ahondar en las especificidades y potencialidades de la disciplina, pero también del trabajo transversal
que permita el aprendizaje de cada trayecto formativo desde el prisma de los derechos humanos. Ambas
modalidades se fortalecen recíprocamente cuando son bien impartidas, a la vez que disminuyen los
riesgos de fracaso institucional cuando no son adecuadamente implementadas.
Una verdadera educación en derechos humanos debe alentar la reflexión y evaluación crítica del nivel
de disfrute real del derecho humano a la educación en su sentido más amplio y pleno. Por esta razón, la
educación es derechos humanos se presenta como una herramienta que facilita la revisión y el
mejoramiento del sistema educativo en su conjunto. Ello es posible cuando desde ámbitos específicos se
evalúa el modo en el que se enseña dentro, pero también fuera de ellos. Allí, el rol docente y sus
abordajes metodológicos son tan centrales como las instancias de efectiva participación estudiantil.
Claro que lo es también de las autoridades educativas, en espacial aquéllas que se emplazan en espacios
claves en los que se toman decisiones públicas que directa o indirectamente impactan en los sistemas de
enseñanza. Por ello es central que todas las autoridades se encuentren formadas y entrenadas en
educación en derechos humanos, para que comprendan la esencia pedagógica e impulsen todas las
acciones en ese mismo sentido.
EDUCACIÓN Y CALIDAD EDUCATIVA
A la elaboración de actividades pedagógicas pertinentes a cada estadío formativo, y la selección de
recursos bibliográficos adecuados, se le añaden otros aspectos, como la continua capacitación y
formación docente, junto a la infraestructura y el equipamiento necesario de las instituciones de
formación.
Se debe advertir que el mayor respeto de los derechos laborales deviene en una mejor calidad educativa,
sucediendo lo mismo en sentido inverso. Un Estado que no trata debidamente a sus docentes agravia
incluso a la educación futura, toda vez que provoca una falta de estímulo en el emprendimiento de
carreras pedagógicas, especialmente en detrimento de quienes tienen una genuina vocación por la
enseñanza.
Esa relación entre el desempeño de una función y la ubicación de quien la realiza dentro de una
estructura social determinada, incluso más allá del ingreso, explica frecuentemente el motivo por el cual
muchas de las personas que disputan con energía un cargo docente en el ámbito de las universidades
jamás habrían estado dispuestas a desempeñarlo en niveles inferiores.
Sólo un sistema educativo de calidad puede alojar un verdadero modelo de educación en derechos
humanos, en el que se potencien las libertades y capacidades naturales de cada quien a favor del disfrute
del conjunto de los derechos.
EJES CENTRALES DE LA EDUCACIÓN EN DERECHOS HUMANOS
La educación en derechos humanos debe ser igualitaria e inclusiva, y para ello debe formar en la teoría
y la práctica de la no discriminación, y en la libertad de patrones estereotipados por motivos de género y
otros.
La primera lucha contra la discriminación se vincula con el acceso al sistema educativo en condiciones
de igualdad real. Los Estados se ven impedidos de establecer mecanismos de restricción en el ingreso a
la educación primaria y se encuentran obligados a generalizar y hacer accesible el goce de la educación
media y superior.
La educación debe contextualizarse, por ello es preciso que se inserte en el terreno de la desigualdad
social para trabajar desde allí en detrimento de ella y corregirla. Por ello, el ineludible condicionante
que genera la escasez de recursos no puede derivar en un empobrecimiento de la calidad educativa en
términos comparados, ya que de hacerlo se estaría perpetuando una diferencia y ampliando una brecha
social de manera ilegítima, con extremos difícilmente reconciliables.
La verdadera educación en derechos humanos supone una igualdad de oportunidades, al tiempo que
prepara para esa igualdad, es decir que la cualidad debe darse en el proceso educativo para que también
pueda hacerlo en su resultado.
Cuanto más vulnerable sea el público destinatario, o más emplazado en situación de vulnerabilidad se
encuentre, mayor debe ser el esfuerzo del Estado en la garantía de una educación de calidad, y
consecuentemente más sofisticados deberán ser sus mecanismos internos de supervisión y control.
El sistema educativo, que no puede discriminar en términos desfavorables por razones económicas, ni
en el acceso ni en el desarrollo y egreso, tampoco puede hacerlo por causas de género, sexo, orientación
sexual, u otra condición. Sin embargo, la obligación no es sólo de abstención, sino también de acción en
la generación de sensibilidad y búsqueda de conciencia sobre las problemáticas que de manera indebida
suelen motivar tratos desfavorables, impedir el acceso y disfrute igualitario de derechos, obstaculizar los
procesos formativos y entorpecer los mecanismos de fortalecimiento democráticos.
Para ello, la educación debe ser capaz de abordar desde la teoría y la práctica los conflictos que se
presenten en cada una de las áreas curriculares de los sistemas formativos, no comportándose como si se
tratara de compartimentos estancos desprovistos de vinculaciones internas y de lazos sociales.
El desafío es comprender que todos los temas son capaces de ser abordados desde perspectivas de
derechos humanos, por ello ninguno debe quedar exento de esos enfoques en una educación que se
precie de serlo, específica y transversalmente. Dichas miradas, en una disciplina fuertemente
caracterizada por el dinamismo propio de la progresividad, deben ser actuales y fortalecidas con ópticas
de vanguardia.

Derechos humanos de personas Migrantes.


La migración es un supuesto de movilidad humana y es una característica importante de la
globalización. Además, forma parte de la condición humana, ya que siempre ha sido así. El
mundo globalizado, al verse cargado de conflictos, catástrofes, entre otros motivos, muchas
veces resulta inevitable para que se de este supuesto, como, por ejemplo, en la búsqueda de
mejores condiciones de vida, trabajo, mejores estructurales y económicos, tanto hacia
adentro como en relación a otros Estados, como en el caso de ciudadanos venezolanos que
arriban en Argentina en busca de esas oportunidades.
También puede darse por violaciones masivas y sistemáticas de derechos humanos, como en
el caso del conflicto bélico que tiene lugar en la actualidad entre Ucrania y Rusia, que obliga
a millones de personas a abandonar sus hogares tras ver vulnerados sus derechos en manos
de diferentes ataques. En definitiva, se hace referencia a factores determinantes de impulsión
y de atracción de la migración.
Según la Organización Internacional para las Inmigraciones (OIM), en cifras del 2020,
alrededor de 281 millones de personas viven fuera de su país de origen, lo cual representa el
4% de la población mundial.
Según el último censo, en nuestro país hay 2.280.000 de migrantes, lo que representa el 5%
de la población del territorio argentino.
En general, los migrantes, cuando migran a un país, se encuentran en una situación irregular
y de desventaja, ya que, muchas veces, las condiciones de trabajo son clandestinas, se ven
privados de ejercer sus derechos y son muchos más vulnerables que el resto de la población a
sufrir discriminación, explotación, marginación. Por lo tanto, se encuentran emplazados en
una situación de vulnerabilidad.
Inclusive, el profesor Fabián Salvioli, considera que "las personas migrantes son personas
que están en una especial situación de vulnerabilidad que impacta en muchos órdenes de su
vida, ya que se encuentran fuera de su ámbito de pertenencia. Por esta razón, el derecho de
los derechos humanos le tiene que dispensar una protección específica/adicional, debido a
que como fenómeno fundamentalmente humano todo lo relacionado con la migración es una
cuestión de derechos humanos".
Cabe mencionar que desde 1945, cuando Europa se encontraba con graves consecuencias,
producto de la Segunda Guerra Mundial, casi que no tenía fronteras, lo que generó que la
migración internacional, conforme a este desplazamiento, haya sido objeto de interés. En ese
plano, en 1949, en el marco de la OIT, se adopta el convenio N. °97 "Convenio sobre
trabajadores migrantes". Luego de transcurrido un año, se establece un órgano, que es la
oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para las personas refugiadas (ACNUR).
En el año 1951 se estableció la OIM y también se adoptó el Estatuto para las personas
refugiadas.
En 1990 en Naciones Unidas se adoptó la Convención Internacional para la protección de
derechos de trabajadores migratorios y sus familiares, esta Convención tiene menos
ratificaciones que cualquier otra Convención de Naciones Unidas, ya que ningún país
europeo lo ha hecho. Sin embargo, entró en vigor en 2003, contando tan sólo con 56
ratificaciones. Además, crea un órgano de protección que es el Comité de Derechos de
Trabajadores Migratorios, el cual se integra por 14 expertos internacionales.
En Naciones Unidas, en 1990 se estableció una relatoría sobre derechos humanos de
migrantes, la cual, actualmente, está a cargo de un jurista chileno Felipe González Morales.
Sin embargo, cabe mencionar que quienes forman parte de este colectivo cuentan con la
protección de todos los tratados de derechos humanos, por el mero hecho de ser personas.
Por esta razón, los Estados asumen la obligación de respetar y garantizar derechos de
personas migrantes, al igual que la obligación de suprimir cualquier diferencia de trato entre
nacionales y no nacionales. Además, de esas obligaciones generales, sí asumen obligaciones
específicas respecto a personas migrantes, tales, como, por ejemplo:
La obligación de combatir la discriminación
De prohibir las detenciones arbitrarias
De garantizar el derecho a la salud, a la educación y a un nivel de vida adecuado
De proteger el trabajo decente
De garantizar el acceso a la justicia
Esto es así debido a que los Estados, más allá de que tienen la potestad de determinar sus
políticas en materia de migración, ese derecho va a estar condicionado por las obligaciones
contraídas en materia de derecho de los derechos humanos. Por esta razón, los Estados no
pueden discriminar o tolerar situaciones de discriminación contra los migrantes. Aunque sí
pueden fijar o establecer, ya que el derecho de los derechos humanos se lo permite, un trato
distinto a migrantes que estén en una situación regular, en relación a migrantes que estén en
situación irregular, como, por ejemplo, indocumentados, siempre y cuando esa distinción no
represente un trato diferencial y que no sea razonable, objetivo, proporcional. Por esta razón,
se encuentran prohibidas las legislaciones que expresamente establezca un trato diferencial a
personas extranjeras.
DERECHOS Y GARANTÍAS DE PERSONAS MIGRANTES
Son titulares de todos los derechos y garantías, pero por estar emplazados en una situación
de vulnerabilidad, desde los derechos de los derechos humanos se les brindan determinados
derechos y garantías que no tienen otras personas, no se trata de ventajas, sino más bien que,
con los mismos, se pretende equiparar esta situación desigual en la que se encuentran.
“Derecho a la libertad personal”
En relación a este derecho, toda persona migrante tiene derecho a ser notificada a su derecho
a la asistencia consular de su país. Se trata de una prerrogativa reconocida y garantizada en el
marco de las garantías del debido proceso, las cuales permiten el ejercicio de un efectivo
derecho de defensa. Por lo tanto, cuando una persona migrante es detenida debe permitírsele
ejercer este derecho.
Quien detenta la función consular, puede brindar asistencia a la persona detenida, como, por
ejemplo, en lo que respecta a la contratación de un patrocinio consular, la obtención de
pruebas en su país de origen. En lo que respecta a la verificación de las condiciones legales
de detención, también la observancia de la situación mientras la persona se haya privada de
la libertad.
Por otro lado, la legislación que prevea la detención de personas por incumplimiento de leyes
migratorias, nunca debe perseguir fines punitivos, es decir, no tiene que criminalizar la
situación irregular de migrantes en un país.
De resultar necesaria la privación de libertad de personas migrantes por su situación
migratoria deberán ser detenidas en establecimientos que estén destinados a esos fines y
nunca en prisiones comunes.
Derecho de debido procedimiento en casos que disponen como sanción la deportación o
expulsión de migrantes. En todo proceso de expulsión o deportación de migrantes se deben
respetar ciertas garantías mínimas, a saber:
1. Ser informada de los cargos que pesan en su contra y los motivos de la expulsión.
Además, esa notificación deberá incluir información sobre su derecho de pedir asistencia
consular, como también que se le provea de un traductor.
2. En caso de decisión desfavorable, es decir, que la autoridad migratoria ordene la
expulsión, se le deberá permitir ejercer su derecho a que se revise judicialmente esa decisión
administrativa.
3. Si eventualmente se decide la expulsión, la misma sólo puede tener lugar luego de una
decisión fundamentada conforme a la ley y que sea debidamente notificada.
Por lo tanto, el Estado puede expulsar a una persona migrante siempre y cuando cumpla con
estas garantías, pero tiene que tener en cuenta lo siguiente, a saber;
1. Toda persona tiene derecho a la no devolución cuando su vida, su integridad o libertad
estén en riesgo de violación, sin importar cuál es la condición migratoria en que se
encuentra. Este principio va camino a transformarse como una norma del Ius Cogens, es
decir, una norma imperativa del derecho internacional y los Estados tienen la obligación de
cumplirla.
2. Todo proceso por el cual puede resultar la expulsión de una persona extranjera debe ser
individual, es decir, se encuentran prohibidas las expulsiones colectivas.

INMIGRACIÓN EN ARGENTINA
Desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX, Argentina recibió una gran afluencia de
inmigrantes de origen europeo. Inclusive, entre 1894 y 1914, casi el 30% de la población de
nuestro país era de origen extranjera. Estos datos están en contraste con la cantidad de
migrantes que tenemos actualmente en nuestro país, que representan el 5%.
Esta afluencia migratoria empezó a mermar con los años y para la década del 60 se redujo.
Por lo tanto, nuestro país comenzó a recibir un flujo migratorio de países limítrofes. De esta
manera, las personas sudamericanas comenzaron a constituirse en el grupo migratorio más
importante del país.
Sin embargo, a partir del año 1970, la normativa en materia de inmigración estaba dispersa
en resoluciones de la dirección nacional de migraciones, en decretos de gobiernos de facto,
situación que perduró hasta el año 1981, cuando Jorge Rafael Videla dictó la ley 22.349
“Ley General de Migraciones y de Fomento de la Inmigración”, conocida como Ley Videla.
En su artículo 2 de la misma, que estuvo vigente hasta el año 2003, establecía que el poder
ejecutivo promoverá la inmigración de extranjeros, pero cuyas características culturales
permitan su adecuada integración a la Sociedad Argentina.
Se trataba de disposiciones que eran abiertamente inconstitucionales, xenófobas, como, por
ejemplo, obligaba, a quienes estaban a cargo de instituciones hospitalarias, a denunciar
cuando un inmigrante quería ser tratado.
Sin embargo, amén de lo mencionado, estuvo vigente hasta el año 2003, cuando es derogada
por el Poder Legislativo, para luego sancionar la Ley de Migraciones 25.871, 17 de
diciembre de 2003.
Esa ley sí establece un modelo de gestión que reconoce a la migración como un derecho
humano y que promueve y obliga al Estado a establecer mecanismos de regularización
migratoria, garantiza el acceso a la justicia y elimina distinciones. Además, se encuentra
enrolada en estándares de derechos humanos. Inclusive, expresamente en su artículo 4
reconoce el derecho a la migración como un derecho humano.
En el artículo 7 se establece que, en ningún caso, la irregularidad migratoria impedirá la
admisión como alumno a un establecimiento educativo.
En el artículo 8 se establece que no se pueden negar o restringir en ningún caso el acceso al
derecho a la salud a cualquier persona extranjera, cualquiera sea su situación migratoria.

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