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DERECHOS HUMANOS
Ley sobre actos discriminatorios (23.592), Ley de Identidad de género (26.473), Ley de matrimonio igualitario (26.618), Ley de inclusión laboral (27.636) y
Decreto 476/21, en el que Argentina se instituye como el primer país de la región en reconocer identidades más allá de las categorías binarias de género en los
sistemas de registro e identificación de personas.
Esta ley se basa en el reconocimiento del principio de universalidad de los derechos humanos, del derecho a la igualdad ante la ley y de la prohibición de
discriminar por cualquier causa o condición, incluidas las que se basan en la orientación sexual y en la identidad y expresión de género. Introduce en nuestro país
la posibilidad de matrimonio homosexual al hacer sexualmente neutras todas las disposiciones referentes a los contrayentes, permitiendo así la unión conyugal
de dos personas sea cual fuere el sexo de una y de otra.
El 17 de mayo es el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Se toma esta fecha porque el 17 de mayo de 1990 la Organización
Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, dando cuenta de que la patologización era un acto de
discriminación. Esta fecha se consolida como un día de visibilización, promoción y reclamo de los derechos humanos de esta población a nivel internacional.
También es conocida como el Día internacional de la Lucha contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género, de modo de explicitar que
el odio o rechazo a las personas homosexuales, transexuales o bisexuales son producto de un aprendizaje social; no de la fobia o el miedo.
A su vez, la Educación Sexual Integral (ESI) es una herramienta valiosa para contribuir a la lucha por el ejercicio de los derechos de todas las personas. Uno de
los ejes de trabajo de la ESI es respetar la diversidad, entendiendo que su abordaje implica rescatar el significado profundo de convivir en una sociedad plural. Se
pone de relieve la importancia de valorar positivamente la multiplicidad de formas en las que las personas nos manifestamos, pensamos, actuamos y amamos.
También hace al trato digno de las personas detenidas el goce efectivo de los derechos a la
alimentación adecuada y al acceso al agua potable. Ello supone una alimentación de buena calidad y
con valor nutritivo suficiente y agua salubre y en cantidad adecuada para atender las necesidades
cotidianas de consumo e higiene.
Con respecto a esto, la Corte Interamericana ha sostenido que la falta de condiciones mínimas que
aseguren el suministro de agua potable en los centros de detención constituye una falta grave del
Estado a sus deberes de garantía hacia las personas que se hallan bajo su custodia.
En relación con las condiciones de hacinamiento y superpoblación, se ha indicado que el espacio
particularmente reducido –por ejemplo, aproximadamente 30 centímetros cuadrados por persona
detenida– constituye en sí mismo un trato cruel inhumano y degradante.
Asimismo, los grandes dormitorios en los que se aloja simultánea- mente a numerosas personas
implican, necesariamente, falta de privacidad para éstas en su vida diaria y altos riesgos de que se
vean expuestas a situaciones de intimidación y violencia, toda vez ello que favorece la violencia
intracarcelaria. A su vez, la superpoblación en los centros de detención repercute también en la vida
cotidiana de quienes se alojan en celdas individuales, pues la situación afecta el normal desempeño de
las todas las funciones esenciales de los centros de detención. En ese sentido, se ocasiona un deterioro
generalizado de las instalaciones físicas del establecimiento y las personas privadas de libertad ven
restringidas las actividades que realizan fuera de las celdas.
La atención efectiva del hacinamiento requiere por parte de los Estados la adopción de políticas y
estrategias que incluyan, por ejemplo, reformas legislativas e institucionales necesarias para asegurar
un uso más racional de la prisión preventiva y que realmente se recurra a esta medida de forma
excepcional y la prevención de detenciones arbitrarias o ilegales por parte de las fuerzas policiales.
Otra importante medida que incide en la concesión de un trato digno para las personas privadas de
libertad consiste en la separación de éstas por categorías. En efecto, los Estados están obligados a
establecer un sistema de clasificación que garantice a las personas procesadas separación de las
condenadas y un trato adecuado a esa condición, acorde con la presunción de inocencia. Así se prevé
en los artículos 5.4 de la Convención Americana y 10.2.a) del Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos, que establecen la obligatoriedad de esta separación “salvo en circunstancias
excepcionales”.
Por su parte, las Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos incluyen una disposición más
detallada que indica distintos parámetros que deben tomar los Estados para realizar la clasificación
pretendida. En ese sentido, se señala que “los reclusos pertenecientes a categorías diversas deberán ser
alojados en diferentes establecimientos o en diferentes secciones dentro de los establecimientos, según
su sexo y edad, sus antecedentes, los motivos de su detención y el trato que corresponda aplicarles. Es
decir que: […] b) Los detenidos en prisión preventiva deberán ser separados de los que están
cumpliendo condena”.
La Corte Interamericana indicó que la separación entre las personas sometidas a proceso y aquellas
que cuentan con una condena, requiere no solamente mantener alojadas a esas personas en diferentes
celdas, sino que corresponde que estas celdas se encuentren en diferentes sectores del establecimiento
penitenciario o, si fuera posible, en distintos establecimientos.
Los derechos a recibir visitas y a mantener y desarrollar relaciones familiares se ven, a menudo,
obstaculizados por la lejanía de los centros penitenciarios en relación con los entornos familiares de
las personas de- tenidas y por las dificultades de acceso a éstos para sus allegados por la distancia o el
costo del traslado.
La Comisión Interamericana ha enfatizado el carácter de derecho básico e inderogable de éste y la
consecuente obligación de las autoridades de facilitar y reglamentar el contacto entre las personas
detenidas y sus familias. En ese sentido, ha recomendado a los Estados la implementación de espacios
físicos adecuados en los centros de detención para que se lleven a cabo las visitas en condiciones de
privacidad, seguridad e higiene; la capacitación debida del personal de seguridad y controles para el
trato que deben brindar a las personas que acuden a las visitas y el uso de métodos y dispositivos
tecnológicos apropiados de manera tal que no se someta a los familiares de las personas privadas de
libertad a inspecciones corporales vejatorias.
Además, ha expresado que la distancia entre el domicilio de una persona y el lugar de su detención es
uno de los elementos que con- forman el conjunto de condiciones de detención y, como tal, la lejanía
entre ambos lugares puede constituir un agravamiento injustificado de la privación de libertad.
A fin de garantizar el derecho a recibir un trato digno, el personal penitenciario debe ser
adecuadamente entrenado para las siguientes funciones, en el marco de sus tareas:
Prevenir la violencia intracarcelaria.
Hacer uso de la fuerza solo de manera excepcional, planeada y limitada. El uso de fuerza letal y de las
armas de fuego por parte de los agentes de seguridad debe prohibirse como regla.
Sólo puede ser usado cuando resulte absolutamente necesario en relación con la fuerza o amenaza que
se busca repeler. Como corolario, cualquier uso de la fuerza en forma excesiva del que resulte la
privación de la vida será arbitrario. Además, debe estar formulado por ley en forma clara y aquélla
debe interpretarse de manera restrictiva.
Asimismo, en los Principios y Buenas Prácticas se indican que por disposición de la ley debe
prohibirse la aplicación de sanciones colectivas, la suspensión o limitación de la alimentación y del
acceso al agua potable, y la aplicación de castigos corporales. A su vez, las Reglas Mínimas para el
Trata- miento de Reclusos establecen la prohibición de castigos corporales, del encierro en celdas
oscuras y del empleo de medios de coerción e inmovilización como forma de sanción disciplinaria
(reglas 31 y 33).
Finalmente, la Comisión Interamericana ha recomendado especial- mente a los Estados la necesidad
de prevenir, investigar y sancionar de forma efectiva todos aquellos casos en los que se denuncie el
uso des- proporcionado de la fuerza por parte de las autoridades a cuyo cargo se encuentran las
personas privadas de libertad.
Según el Comentario General No. 13 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de
Naciones Unidas, significan:
Disponibilidad
Tienen que existir instituciones y programas educativos en cantidad suficiente dentro del territorio del
Estado, lo cual implica contar con edificios, servicios sanitarios, agua potable, personal docente capacitado,
entre otros.
Accesibilidad
Las escuelas y los programas de enseñanza deben ser accesibles a todos, sin discriminación, dentro de la
jurisdicción del Estado.
Adaptabilidad
La educación debe ser flexible para que pueda adaptarse a las necesidades de sociedades y
comunidades cambiantes y responder a las necesidades de estudiantes dentro de diversos contextos
sociales y culturales.
POLÍTICAS PÚBLICAS
Educarse en derechos humanos es diseñar, construir y fortalecer un sistema en el que se enseñe y
aprenda en un contexto propicio para el disfrute de los derechos humanos, aplicable a todos los niveles
y áreas del saber. Un sistema que debe preocuparse incluso por la coherencia interna, en el que debe ser
tan importante el derecho a la educación y su contenido, como la práctica de los derechos en los
contextos formales e informales de la enseñanza. Para ello es necesario el armado de estrategias
institucionales serias, que incluyan planes de estudios pertinentes, mecanismos adecuados de formación
docente, y asignación de partidas presupuestarias suficientes. Se requiere entonces de voluntad política.
Se trata de la necesidad de contar con lo que se llaman buenos gobiernos, atraídos por un único afán, el
de lograr que los Estados en los que se insertan, alcancen el fin primordial por el cual existen.
La política educativa de un Estado, que no debe estar desprovista de ópticas y perspectivas de derechos
humanos, tampoco debe carecer de lazos que la vinculen con el conjunto de las restantes políticas
públicas de contenido eminentemente social.
Además, se debe estar a favor del montaje de nuevas estructuras que garanticen la posibilidad de
ahondar en las especificidades y potencialidades de la disciplina, pero también del trabajo transversal
que permita el aprendizaje de cada trayecto formativo desde el prisma de los derechos humanos. Ambas
modalidades se fortalecen recíprocamente cuando son bien impartidas, a la vez que disminuyen los
riesgos de fracaso institucional cuando no son adecuadamente implementadas.
Una verdadera educación en derechos humanos debe alentar la reflexión y evaluación crítica del nivel
de disfrute real del derecho humano a la educación en su sentido más amplio y pleno. Por esta razón, la
educación es derechos humanos se presenta como una herramienta que facilita la revisión y el
mejoramiento del sistema educativo en su conjunto. Ello es posible cuando desde ámbitos específicos se
evalúa el modo en el que se enseña dentro, pero también fuera de ellos. Allí, el rol docente y sus
abordajes metodológicos son tan centrales como las instancias de efectiva participación estudiantil.
Claro que lo es también de las autoridades educativas, en espacial aquéllas que se emplazan en espacios
claves en los que se toman decisiones públicas que directa o indirectamente impactan en los sistemas de
enseñanza. Por ello es central que todas las autoridades se encuentren formadas y entrenadas en
educación en derechos humanos, para que comprendan la esencia pedagógica e impulsen todas las
acciones en ese mismo sentido.
EDUCACIÓN Y CALIDAD EDUCATIVA
A la elaboración de actividades pedagógicas pertinentes a cada estadío formativo, y la selección de
recursos bibliográficos adecuados, se le añaden otros aspectos, como la continua capacitación y
formación docente, junto a la infraestructura y el equipamiento necesario de las instituciones de
formación.
Se debe advertir que el mayor respeto de los derechos laborales deviene en una mejor calidad educativa,
sucediendo lo mismo en sentido inverso. Un Estado que no trata debidamente a sus docentes agravia
incluso a la educación futura, toda vez que provoca una falta de estímulo en el emprendimiento de
carreras pedagógicas, especialmente en detrimento de quienes tienen una genuina vocación por la
enseñanza.
Esa relación entre el desempeño de una función y la ubicación de quien la realiza dentro de una
estructura social determinada, incluso más allá del ingreso, explica frecuentemente el motivo por el cual
muchas de las personas que disputan con energía un cargo docente en el ámbito de las universidades
jamás habrían estado dispuestas a desempeñarlo en niveles inferiores.
Sólo un sistema educativo de calidad puede alojar un verdadero modelo de educación en derechos
humanos, en el que se potencien las libertades y capacidades naturales de cada quien a favor del disfrute
del conjunto de los derechos.
EJES CENTRALES DE LA EDUCACIÓN EN DERECHOS HUMANOS
La educación en derechos humanos debe ser igualitaria e inclusiva, y para ello debe formar en la teoría
y la práctica de la no discriminación, y en la libertad de patrones estereotipados por motivos de género y
otros.
La primera lucha contra la discriminación se vincula con el acceso al sistema educativo en condiciones
de igualdad real. Los Estados se ven impedidos de establecer mecanismos de restricción en el ingreso a
la educación primaria y se encuentran obligados a generalizar y hacer accesible el goce de la educación
media y superior.
La educación debe contextualizarse, por ello es preciso que se inserte en el terreno de la desigualdad
social para trabajar desde allí en detrimento de ella y corregirla. Por ello, el ineludible condicionante
que genera la escasez de recursos no puede derivar en un empobrecimiento de la calidad educativa en
términos comparados, ya que de hacerlo se estaría perpetuando una diferencia y ampliando una brecha
social de manera ilegítima, con extremos difícilmente reconciliables.
La verdadera educación en derechos humanos supone una igualdad de oportunidades, al tiempo que
prepara para esa igualdad, es decir que la cualidad debe darse en el proceso educativo para que también
pueda hacerlo en su resultado.
Cuanto más vulnerable sea el público destinatario, o más emplazado en situación de vulnerabilidad se
encuentre, mayor debe ser el esfuerzo del Estado en la garantía de una educación de calidad, y
consecuentemente más sofisticados deberán ser sus mecanismos internos de supervisión y control.
El sistema educativo, que no puede discriminar en términos desfavorables por razones económicas, ni
en el acceso ni en el desarrollo y egreso, tampoco puede hacerlo por causas de género, sexo, orientación
sexual, u otra condición. Sin embargo, la obligación no es sólo de abstención, sino también de acción en
la generación de sensibilidad y búsqueda de conciencia sobre las problemáticas que de manera indebida
suelen motivar tratos desfavorables, impedir el acceso y disfrute igualitario de derechos, obstaculizar los
procesos formativos y entorpecer los mecanismos de fortalecimiento democráticos.
Para ello, la educación debe ser capaz de abordar desde la teoría y la práctica los conflictos que se
presenten en cada una de las áreas curriculares de los sistemas formativos, no comportándose como si se
tratara de compartimentos estancos desprovistos de vinculaciones internas y de lazos sociales.
El desafío es comprender que todos los temas son capaces de ser abordados desde perspectivas de
derechos humanos, por ello ninguno debe quedar exento de esos enfoques en una educación que se
precie de serlo, específica y transversalmente. Dichas miradas, en una disciplina fuertemente
caracterizada por el dinamismo propio de la progresividad, deben ser actuales y fortalecidas con ópticas
de vanguardia.
INMIGRACIÓN EN ARGENTINA
Desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX, Argentina recibió una gran afluencia de
inmigrantes de origen europeo. Inclusive, entre 1894 y 1914, casi el 30% de la población de
nuestro país era de origen extranjera. Estos datos están en contraste con la cantidad de
migrantes que tenemos actualmente en nuestro país, que representan el 5%.
Esta afluencia migratoria empezó a mermar con los años y para la década del 60 se redujo.
Por lo tanto, nuestro país comenzó a recibir un flujo migratorio de países limítrofes. De esta
manera, las personas sudamericanas comenzaron a constituirse en el grupo migratorio más
importante del país.
Sin embargo, a partir del año 1970, la normativa en materia de inmigración estaba dispersa
en resoluciones de la dirección nacional de migraciones, en decretos de gobiernos de facto,
situación que perduró hasta el año 1981, cuando Jorge Rafael Videla dictó la ley 22.349
“Ley General de Migraciones y de Fomento de la Inmigración”, conocida como Ley Videla.
En su artículo 2 de la misma, que estuvo vigente hasta el año 2003, establecía que el poder
ejecutivo promoverá la inmigración de extranjeros, pero cuyas características culturales
permitan su adecuada integración a la Sociedad Argentina.
Se trataba de disposiciones que eran abiertamente inconstitucionales, xenófobas, como, por
ejemplo, obligaba, a quienes estaban a cargo de instituciones hospitalarias, a denunciar
cuando un inmigrante quería ser tratado.
Sin embargo, amén de lo mencionado, estuvo vigente hasta el año 2003, cuando es derogada
por el Poder Legislativo, para luego sancionar la Ley de Migraciones 25.871, 17 de
diciembre de 2003.
Esa ley sí establece un modelo de gestión que reconoce a la migración como un derecho
humano y que promueve y obliga al Estado a establecer mecanismos de regularización
migratoria, garantiza el acceso a la justicia y elimina distinciones. Además, se encuentra
enrolada en estándares de derechos humanos. Inclusive, expresamente en su artículo 4
reconoce el derecho a la migración como un derecho humano.
En el artículo 7 se establece que, en ningún caso, la irregularidad migratoria impedirá la
admisión como alumno a un establecimiento educativo.
En el artículo 8 se establece que no se pueden negar o restringir en ningún caso el acceso al
derecho a la salud a cualquier persona extranjera, cualquiera sea su situación migratoria.