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Metamorfosis. Trazos de libertad.

Primera edición, 2020

© D.R. Tomasa Delgado Flores, Alfredo López Soto, coordinadores


© D.R. Policromía Servicios Editoriales
Escuela Normal número 401-1, colonia Sierra de Álica, c.p. 98050
Zacatecas, Zacatecas
policromiaediciones@gmail.com

ISBN: 978-607-99045-4-8

Imagen de portada: Sin título, Martha Leticia Villaneda, Grabado en linóleo


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E
l Centro de Formación, Producción e Investigación Gráfica MUSEOGRABADO
comenzó sus actividades el 6 de Diciembre de 1999 bajo la iniciativa de Mercedes
Oteiza y Manuel Felguérez y el ímpetu del Arq. Álvaro Ortiz. Se recibió asesoría del
maestro Alfonso López Monreal y Beatriz Medina del Taller “Antiguas Técnicas Gráficas”
para comenzar a hacer grabado. El apoyo económico para la adquisición del equipo vino del
Gobierno del Estado a través del Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”
y del CONACULTA a través del Centro Nacional de las Artes. Museograbado es un Centro
de Formación, Producción e Investigación dedicado a la gráfica como una técnica al servicio
de los artistas contemporáneos.

El proyecto de trabajo inicial incluía las siguientes tres etapas:

Arranque y Formación. Se enfocaron los esfuerzos principalmente a integrar y entrenar


el equipo de trabajo. Se desarrolló un manual de operaciones y sistemas de trabajo, se
investigaron materiales y técnicas para implementación en el Centro. Se instaló litografía y
se elaboraron todos los proyectos que más tarde se llevarían a cabo.
Etapa de consolidación. Se desarrollan obras artísticas más elaboradas y refinadas. Se realizaron
los simposios internacionales de gráfica mientras se ofrecieron cursos en otros talleres. El
enfoque fue la producción de alta calidad técnica y la generación de recursos propios con la
venta de obra, el club de Coleccionistas, las subastas y las exposiciones itinerantes.
Etapa Experimental. Envolvió proyectos artísticos que van más allá de la gráfica: Obra
tridimensional, proyectos conceptuales, gráfica digital, obras que no necesariamente
terminan en papel. Se consolidaron intercambios y exhibiciones internacionales con
instituciones de Estados Unidos, Inglaterra, Escocia, Argentina, Italia, España y Colombia.

Actualmente Museograbado se consolida como espacio de apreciación del arte impreso.


Contiene colecciones de gráfica contemporánea que hace disponible al público, organiza
exposiciones y difunde la disciplina a nivel nacional e internacional. Establece además
programas educativos para artistas, impresores, coleccionistas y público en general. Y
finalmente genera proyectos artísticos en estrecha colaboración con y para la comunidad.

Plinio Avila
Coordinador General de Museograbado
L
a invitación que me hicieron los organizadores del proyecto Metamorfosis para
participar con un taller de escritura en el Centro de Readaptación Social (Cereso)
Femenil de Zacatecas fue sorpresiva e intimidante; acepté el reto de compartir con
las mujeres reclusas mi gusto por la literatura y la escritura, así como algunas técnicas y
consejos para motivarlas a realizar sus propios textos creativos y seleccionarlos para
su publicación. Sin embargo, nunca pensé que este desafío también sería para mí una
experiencia enriquecedora, tanto profesional como personal, pues las talleristas tocaron
fibras emocionales de mi ser que hicieron reflexionara acerca de cómo los sucesos cotidianos
y las pequeñas decisiones diarias pueden transformar nuestra existencia.
En el taller de escritura participaron mujeres de diversas edades, oficios, contextos
socioeconómicos y experiencias de vida; todas con un ansia de aprender algo nuevo y con
la esperanza de ser libres a flor de piel, al menos por un instante de una manera ficticia.
El pequeño y acogedor salón que ocupamos generó un ambiente de confidencialidad y
empatía que aumentó en cada reunión que tuvimos.
En el transcurso de las sesiones me di cuenta de que las mujeres que están en prisión son
entes fantasmales de la sociedad, nadie habla de ellas; porqué están ahí, cómo viven, qué
comen, qué visten, qué actividades realizan; si realmente son culpables o cómo fue su vida
antes de llegar a ese sitio. De ellas se discute en los juzgados, pero como seres anónimos o
como casos foliados; sólo sus familias se preocupan realmente por su situación y bienestar,
esta percepción es la que ellas tienen ahí dentro.
Por supuesto que hay excepciones. Existen instituciones públicas y privadas –como, en
este caso, la Secretaría de Cultura y el Gobierno del Estado de Zacatecas que, en conjunto, a
través del Centro Nacional de las Artes, del Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López
Velarde” y del Centro de Formación, Producción e Investigación Gráfica Museograbado del
Museo de Arte Abstracto “Manuel Felguérez” llevaron a cabo el proyecto Metamorfosis−
que ofrecen talleres de integración social promoviendo la creatividad, dando a las reclusas
un poco de esperanza a través del arte o de la artesanía; les proporcionan actividades que
las sacan de la rutina insípida del encierro y del olvido generalizado; les ofrecen momentos
y espacios donde pueden enfocar su energía y sacar sus frustraciones. Sobre todo, les dan
herramientas para que cuando salgan puedan enfrentarse a la sociedad de una manera
positiva y propositiva; ésta es una labor loable que deja una huella en cada una de las mujeres
que decide participar.
Como todo ser humano en libertad, las mujeres del Cereso femenil de Zacatecas tienen
algo que contar. Nadie mejor que ellas para hablar sobre el encierro y el aislamiento físico y

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mental, sobre el anonimato y el olvido de la mujer en la sociedad civil y penitenciaria, pues
sus trágicas historias inician en libertad y se prolongan en el cautiverio. Aunque al inicio
del taller las asistentes estaban renuentes a siquiera decir algo, poco a poco, mediante las
lecturas y la confianza que se generó en el grupo, su participación aumentó al grado de que
todas quisieron compartir algo de su vida a través de la escritura; ésta se convirtió, más allá
de un método de liberación, en un medio para transmitir al mundo exterior lo que sienten
y piensan.
Advierto al lector que aquí no encontrará textos con una forma o técnica definida, pero
sí hallará historias o crónicas que fueron compartidas por las talleristas con la intención
de que se conocieran las experiencias y decisiones de vida que las llevaron a enfrentar la
justicia. El lector será testigo de cómo este sitio, aislado de la sociedad, las sometió a una
gran metamorfosis, para unas buena, para otras no tanto; todas ellas se convirtieron en
personajes literarios conscientes y reflexivos sobre su propia existencia.
Todo aquel que tome esta obra en sus manos reconocerá en cada página el deseo constante
de estas mujeres por la esperanza de un mejor mañana; sentirá junto con ellas la injusticia,
la vergüenza, el abandono, el engaño, la confusión, el maltrato, las violaciones y las muertes
que han experimentado y que ahora son temas recurrentes de su escritura, reflejados en
imágenes literarias y en personajes ficticios con grandes resonancias personales. Así, las
mujeres reclusas del Cereso de Zacatecas se vuelcan en las palabras para reconocerse y
transformarse en una metamorfosis que las libera del encierro.

Sonia Ibarra Valdez


Monitor del taller de escritura
“Todas tenemos algo que contar”

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L
a metamorfosis suele definirse como un proceso biológico a través del cual ciertos
animales se desarrollan, desde su nacimiento hasta su madurez, por medio de grandes
cambios estructurales y fisiológicos. No sólo hay variaciones de tamaño y aumento del
número de células, también se presenta una diferenciación celular, acompañada de alteraciones
en el habitad y el comportamiento. Dichas transformaciones son necesarias para el desarrollo
normal del animal en cuestión, sin ellas sería inviable su supervivencia. Lo mismo sucede con
los humanos, quienes viven un constante cambio físico, mental y emocional.
Cuando comencé el taller de gráfica “Trazos de libertad” en el Cereso Femenil de Zacatecas,
no conocía previamente a ninguna de las entusiastas participantes de este proyecto. Algunas
tuvieron la confianza de platicarme sus historias de vida, historias de mucho dolor, y pude
notar cómo todas llevan impresas en el alma cicatrices indelebles. Ellas están llevando a
cabo un proceso de metamorfosis muy profundo, eso es evidente. Precisan realizar cambios
sustanciales en su estructura psíquica para poder sobrevivir a su avasalladora realidad.
En algunas de ellas pude percibir un nivel de consciencia y de autoconocimiento muy
elevados, ajenos a los estándares que impone el frenético estilo de vida contemporáneo, que
requiere del acto impulsivo para poder mantener su acelerado ritmo y evitar a toda cosa el
acto de reflexión.
La mayoría, siendo reclusas, son prófugas de prisiones mucho más terribles y desesperantes
que la cárcel física. Están liberándose de cadenas que pensaban las atarían para toda la vida.
La transformación que están llevando a cabo van mucho más allá de las apariencias; están
cambiando toda su estructura interna.
Los dibujos hechos por estas mujeres atestiguan la profundidad de esta metamorfosis
que están realizando. Cada imagen está provista de una intensa carga emocional y de una
honestidad brutal. Algunas con un nivel de dibujo muy sofisticado, otras con un primitivismo
encantador, pero todas con una línea precisa, fuerte y segura. Ninguna vacila con el lápiz, ni
al hendir la gubia sobre la placa de linóleo.
Tienen muy claro el mensaje que quieren transmitir al través de sus imágenes. La
honestidad con la que algunas de ellas se desnudan y muestran al mundo sus expectativas
más desgarradoras, su dolor y su arrepentimiento por el daño causado, es una lección para
cualquier creador visual sobre la importancia de la verdad en el arte.

Alfredo Medina
Monitor del taller de gráfica
“Trazos de libertad”

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Sin título / China / Grabado en linóleo
Que el miedo no venza

A
unque mi estancia en prisión comenzó hace nueve meses, en ningún instante se
ha borrado de mi mente la mañana en que llegué. Fue un momento sumamente
pesado. Las horas parecían transcurrir muy despacio. Fue el 25 de febrero de 2019,
ése ha sido el día más cruel de mi vida.
Cuando crucé esa gran puerta, sabía que una delgada, pero enorme, línea me separaba de
mi hogar, de mi familia, de mis tres hijos. En ese momento quedaba aislada del mundo. Al
cruzar el umbral de este lugar experimenté un cambio radical en mi existencia. Desde que
ingresas parece que todos intentan jugar con tu mente.
Conoces a personas que lo único que buscan es la manera en cómo pueden hacer más
daño. Siempre escuchas los mismos cuestionamientos: ¿por qué vienes?, ¿con quién vienes?,
¿a quién conoces? Pero en ningún momento te preguntan ¿cómo estás?, ¿cómo te sientes? o
¿necesitas algo? No, no existe la empatía en este lugar.
Aquí aprendes a vivir con personas que, a pesar de que ya son adultas y en su mayoría son
madres, se siguen comportando como adolescentes. Muchas piensan que por tener cosas
materiales valen más que sus compañeras. Me he dado cuenta de que en este lugar son
pocas las mujeres que conocen la humildad, yo considero que, si no tienes humildad, no
posees nada. En realidad, lo único cierto es que estamos en prisión y eso nos hace iguales.
Cualquiera que haya sido el motivo parar estar aquí, todas sufrimos por estar encerradas.
En general, hablar de cárceles, centros de readaptación o penales, estando fuera de ellos nos
hace sentir determinadas emociones como miedo, odio, rencor y hasta lástima. Pero, cuando
vives en ellos, tienes otra perspectiva que te permite ver la vida de manera diferente, pues,
a pesar de estar en un espacio reducido, la privacidad no existe y en las cuatro paredes que
te rodean el tiempo pasa lento, muy lento. Mientras tanto reflexiono e intento encontrarme
conmigo misma.
Tener siempre presentes las imágenes de la situación en que me encuentro me hace
estremecer el cuerpo y aún más el alma. Estoy en una lucha eterna, tengo desafíos diarios que
enfrentar, retos que ganar para no permitir que el miedo me domine y me venza mientras
permanezco aquí.

D.D.D.

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Sin título / Arcelia García / Gradabo en linóleo

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Malas decisiones

N
ací el 2 de febrero de 1998, crecí a lado de mamá, papá y mis dos hermanos,
un hombre y una mujer. Mis padres siempre se han esforzado para darnos lo
mejor, nunca nos ha faltado nada. Mi madre es muy lista, con gran esfuerzo logró
terminar sus estudios y ahora es abogada. Mi padre viaja todo el tiempo; como operador
de autobuses, maneja días y noches enteras para que la familia no le falte lo indispensable.
Cuando tenía diez años, en épocas decembrinas de 2008, tiempo de levantamientos de
niño Dios, de posadas y de fiestas, me pasó algo inesperado, ¿cómo olvidar ese día? Nos
reunimos todos en casa de mi abuelita materna para irnos a un levantamiento con una de
sus hermanas. Llegamos todos juntos, saludamos a la demás familia, rezamos, adoramos al
niño Dios, repartieron los bolos, cenamos y, como cada año, nos quedamos a convivir.
Los más pequeños comenzamos a jugar, reíamos y comíamos dulces. De repente llegó un
sobrino de mi abuelita, él era mucho mayor que yo, y me dijo que fuéramos a jugar a las
escondidas. Me llevó a la planta de arriba y dijo que buscaríamos el mejor escondite para
que no nos encontrarán. Recuerdo subir escalón por escalón, con la astucia de encontrar el
mejor lugar y ganarles a todos. Llegamos a un pasillo y lo recorrimos hasta el fondo, hasta
llegar a la última habitación.
En ese lugar había muchas cosas, era como un cuarto donde guardaban todo lo que no
utilizaban. Él sólo dijo: “aquí nunca nos encontrarán”. El miedo se apoderó de mí al sentir
sus manos sobre mi cuerpo. Ya no quería estar ahí. Empezó a dolerme la forma en que
me tocaba. El miedo se convirtió en pavor cuando me pidió que yo le acariciara partes del
cuerpo que en ese momento ni siquiera conocía. No supe cuánto tiempo pasó, pero sufrí un
horror cada segundo que estuve en ese sitio. Ese terror aún no se va.
Salí de la habitación y recorrí el mismo pasillo, bajé cada escalón que había subido con
toda la felicidad para encontrar el mejor escondite, pero bajé con miedo, con dolor, un
dolor que no entendía. Me sentí sola. Me sentí sucia. Me senté en un sillón temerosa y me
quedé dormida. Desde aquel momento cambió mi vida. Me volví tímida, dejé de quererme,
me alejé totalmente de mis padres, no pude contarles nada. Aún siento el miedo que me
persigue, a un recuerdo los sonidos, las cosas, los pasos.
El primer año fue el más complicado, soñaba, pensaba e imaginaba que en cualquier
momento volvería a pasar. He tenido que vivir con eso por muchos años. Con el temor y el
dolor que cada día, al menos por un momento, siento.
Cuando cumplí 15 años entré a la preparatoria, tan distraída y descuidada que reprobé el
primer semestre. Les dije a mis papás que había fallado, que, como siempre, no había puesto
empeño a la escuela. Comprensivos, me dieron otra oportunidad, me volví a inscribir, pero
reprobé el segundo semestre.

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Mi madre, claramente enojada, después de darme un sermón y un ultimátum, me ofreció
una tercera oportunidad. La última. Cambié de preparatoria y todo iba bien, le estaba
echando ganas, ya no faltaba, hacía mis tareas, era puntual y tenía buenas notas, pues cómo
no, si eso ya lo había visto un montón de veces.
Llegué a los 17 años y, a inicios de octubre de 2015, conocí a una muchacha por Facebook,
empezamos a platicar días enteros, me trataba bien y comencé a sentir bonito. Después
me invitaba a salir, pero yo me negaba porque me atraían mucho las mujeres y no quería
destaparme, o como dicen “salir del closet”, y mucho menos contárselo a mi familia.
El 29 de octubre decidí salir con ella, me empezó a gustar en todos los sentidos, me
estaba enamorando. Tres días después, iniciamos un noviazgo a escondidas. Yo no sabía
cómo decirles a mis padres que tenía una orientación sexual diferente, que me gustaban las
mujeres. Pasó un mes y tomé el valor suficiente para decirle a mamá, pero era tan cobarde
que sólo pude hacerlo por un mensaje de WhatsApp. Me respondió muchas cosas: que cómo
era posible, que dejara de jugar y algunas −muchas− groserías. Pero al final lo aceptó,
creo que en el fondo lo sabía pues siempre fui muy obvia, desde pequeña me gustaban los
juguetes y la ropa de niño.
Transcurrieron los días y el 24 de diciembre mi pareja tuvo un accidente, se esguinzó un
pie y en enero de 2016 decidí que se fue a vivir a mi casa. Comencé a vivir un infierno. No
tardó mucho para engañarme con su ex novia. Sentí que mi mundo se empezaba a caer,
después de muchas discusiones, por amor o por tonta, la perdoné.
Vivimos con mis papás de enero a finales de mayo. Ella me hizo a su modo, poco a
poco empezó a envenenar mi cabeza y mi corazón en contra de mi familia. Cuando nos
independizamos fue más complicado, me siguió engañando, me dejaba sola en la casa y ella
se iba con su ex días y noches enteras. Me comenzó a pegar y a prohibir ver a mis padres.
A tal grado que, cuando ellos iban a buscarme, ella me escondía y no abría la puerta. Las
pocas oportunidades que lograba verlos, les decía que era feliz, aunque la realidad era otra.
Siempre decidí soportar los insultos y los golpes. Tiempo después nos cambiamos de casa,
a una que le prestaron. El periodo que vivimos ahí fue muy difícil. Hubo más pleitos y menos
dinero, pues ninguna de las dos trabajaba, hubo días que incluso nos quedábamos sin comer
o sólo comíamos una vez al día. Su mamá, “mi suegra”, era la única que nos apoyaba, y cómo
no, si era con la que más convivíamos.
Cada vez que su madre nos ayudaba, me echaba en cara que mis papás no me querían,
que no se preocupaban por mí, por si ya había comido, por si tenía que vestir o calzar.
Tontamente yo le creía todo y pensaba que sin ella yo no era nada. Ella era mi mundo y yo
parecía sólo su mascota. Siempre que nos peleábamos me corría de la casa y yo me quedaba
afuera, esperando a que me abriera la puerta.
Para conseguir un poco de dinero, ella comenzó a chatear con hombres, el primero fue
uno de Fresnillo, sólo me dijo que era su amigo, le decían Kike, y me avisó que íbamos a
hacer un trio con él y así fue. Después, en vez de trabajar en otra cosa, eso empezamos a

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“Mi otro yo” / Arcelia García / Grabado en linóleo

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hacer: ella buscaba hombres y yo hacía lo demás. En vez de poner un alto, decidí acceder a
todo lo que me decía, dejando atrás mis sueños y metas, yo ya no era la misma, cambié por
completo. Estaba en un hoyo del que creí no podría salir nunca; empecé a vivir para ella y
dejé de hacer lo que en realidad me hacía feliz.
El negocio creció, creamos un Facebook falso y ella comenzó a buscar más hombres a
quienes ofrecía servicios sexuales que hacia yo. En febrero de 2019, conoció a un sujeto
con el cual intercambió fotos eróticas que usamos para extorsionarlo por algunos meses. El
juego duró hasta las cinco de la tarde del ocho de julio.
Recuerdo ese momento perfectamente, había terminado de lavar y nos íbamos a bañar;
teníamos dos perritos de raza Pug que empezaron a llorar, le dije a ella que los sacara a hacer
sus necesidades, pensé que por eso estaban inquietos. Ella salió y yo empecé a quitarme la
ropa para bañarme. De pronto abrió la puerta y me dijo: “Ya valió, cámbiate”. Asomé la
cabeza por la ventana y vi a muchas personas. Hombres y mujeres con armas largas entraron
a la casa y sólo alcancé a ponerme un short y una playera de tirantes, dijeron que tenían una
orden de cateo y otra de aprensión. Nos esposaron.
Después, nos llevaron a la Ministerial, registraron nuestros datos, nos tomaron fotos y las
huellas digitales. Tenía mucho miedo. Lo único que pensaba era lo que le iba a decir a mis
padres. Estaba consciente de lo que había hecho y de las consecuencias.
Ese mismo día, de la Ministerial nos llevaron al Centro Estatal de Reinserción Social Femenil.
Llegamos como a las siete de la tarde, nos revisaron, hicieron que nos desvistiéramos y
desnudas nos pusieron a hacer sentadillas; nos pesaron, nos checaron físicamente y siguieron
el protocolo correspondiente para los nuevos ingresos. Ya no se dirigieron a nosotros por
nuestros nombres, sino como PPL, “Persona privada de su libertad”. Llegamos al área de
separos y lo único que pensaba era que se me había salido el problema de las manos, incluso
llegué a pensar que no le diría nada a mi familia, que yo sola saldría de esto, no quería
mortificarlos, decepcionarlos.
La celda estaba helada, nos dieron unas playeras color café, feas y sucias. Esa noche no
dormí, sólo podía llorar. Al día siguiente tuvimos audiencia e hicieron que nos bañáramos
a las siete de la mañana con agua fría y a usar como toalla una cobija. Nos fuimos a la
audiencia y no había ningún familiar. Nos leyeron el por qué se nos acusaba y nos regresaron
a la celda. Mis papás ya sabían que estaba aquí.
Más tarde me dijeron que tenía visita en los locutorios, pude ver a mi papá detrás de una
vitrina y lo único que podía decirle era que me perdonara. Ambos lloramos y él me dijo me
amaba. Sólo me dejaron verlo por cinco minutos. Después vi a mamá y entre lágrimas me
dijo que todo estaría bien, que tuviera confianza y fe en Dios.
Duramos nueve días en separos y luego nos pasaron a población. A mi pareja la llevaron
a una celda y a mí a otra. Yo tenía mucho miedo. A pesar de todo lo que habíamos pasado,
quise estar bien con ella, pero me di cuenta que su actitud no iba a cambiar. Aun estando en
la situación en la que estábamos, me seguía diciendo cosas malas de mi familia.

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En el encierro he tenido muchos días para pensar, para darme cuenta que permití muchas
cosas y que la única culpable era yo. Sabía que lo que habíamos hecho estaba mal y que
habría consecuencias, pero nunca imaginé que me llevaría de corbata a mis padres.
Aquí, en la cárcel, tomé la decisión de dejar a mi pareja, me di cuenta de que mi mundo
no era ella, que sí podía comer, bañarme y dormir sin ella, empecé a sentirme libre, con
unas ganas inmensas de vivir y de volver a soñar. Empecé a hablar más con mis padres, a
acercarme a ellos, a contarles lo poquito que quería o podía decirles, logré darles un abrazo
y un beso sin temor a que mi pareja se enojara, a darles el valor que merecen y descubrí que
sí cuento con toda mi familia. Tuve que caer en la cárcel para darme cuenta de tantas cosas.
Tengo cuatro meses aquí y a pesar de que estoy encerrada siento una felicidad que hace
tres años nueve meses no sentía. Me enamoré nuevamente, conocí a una personita que me
quiere como soy. Volví a sentir muchas cosas que pensé nunca las sentiría. Ahora sonrió a
leer las cartas que me escriben, trabajo y hago mis días menos complicados y más felices. Ella
me ha enseñado muchas cosas, sobre todo, a tener confianza en mí, a saber que sí puedo.
He aprendido que hasta en los peores lugares conoces a las mejores personas con las que
quieres estar y tener una relación bonita, sin complicaciones; hasta en los perores lugares te
enseñas a valorarte, a tomarle conciencia a la vida, a darte cuenta de que una relación toxica
te puede llevar a la perdición.
Tuve que llegar hasta este lugar para valorar mi vida, para darme cuenta de la importancia
que tiene mi familia, para salir del hoyo en el que estaba, en el que sólo dormía todo el
día para evadir la realidad; aislada del mundo me di cuenta que puedo volver a querer a
alguien. Aquí pude quitarme la venda de los ojos y a sacar lo bueno de mis malas decisiones.

Anónima

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“Amor eterno M y M” / Adriana / Grabado en linóleo

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Volver a nacer

E
l encierro es una situación horrible, jamás lo desearía para nadie: estar lejos de
la familia, de tu hogar, de esas cosas que cuando eres libre no valoras. Nunca te
imaginas que un día te van a detener, a recluir, que en ese momento dejarás de vivir
y sólo te quedarán sueños y recuerdos.
Cuando me detuvieron sentí mucha confusión, no me dio miedo porque sabía, y sé, que
jamás he hecho algo que merezca el encierro, menos la prisión, la grande, donde desde que
entras comienzan los malos tratos y las palabras groseras, porque todo el tiempo escuchas:
“no sabes en la que te metiste”. Y no, no tenía idea del por qué estaba aquí.
Lo único que sé es que ese día una simple decisión cambió mi vida. Me dirigía a casa y
un conocido me ofreció un aventón, como quería llegar rápido para atender a mi pequeña
hija, dije que sí y me sentí aliviada por no tener que esperar el camión. En el trayecto, una
patrulla nos detuvo y ahí comenzó todo.
Primero me llevaron a un lugar donde me interrogaron, al no encontrar nada, pensé
que me dejarían libre, nunca imaginé lo que me esperaba: una celda fría y sola. Triste y
confundida, guardaba la esperanza de que a la mañana siguiente me iría casa, pero no
fue así. Pasaron cuatro días y yo no contaba con un abogado, nadie me dio a conocer mis
derechos o por qué me encontraba detenida. Con cada minuto que pasaba crecía mi temor
y la impotencia de no poder hacer nada estando ahí.
Pensaba en mis padres, en todo lo que los había decepcionado. Ellos siempre han sido
unas personas responsables y honestas, igual que mis hermanos, todos con estudios y yo
en ese sitio, preocupada por mi hija, la escuela y el trabajo, ¿qué pasaría con todo? En ese
momento no imaginaba lo que ocurriría.
Sucedió lo que más temía, me llevaron a la grande. Primero llegué a los separos, entré a
un lugar horrible y observaba ansiosa todas esas rejas y candados; de mala gana me dieron
el uniforme, las reglas y los horarios. Lo peor de todo fue la revisión, tener que mostrar mi
cuerpo desnudo a oficiales y a un doctor; fue indignante, jamás me había desnudado frente
a desconocidos; lloraba al sentir sus miradas y al ver la cara con la que me observaban. Sentí
asco. Sólo se limitaron a decirme que era parte del procedimiento.
Pensaba: “¿por qué a mí, que ni siquiera soy capaz de matar una araña?” Sólo quería
regresar a casa y abrazar a mi hija. En vez de eso, me llevaron a una celda donde había
varias mujeres. Al inicio me sentí muy mal, me deprimí. Con los días me tranquilicé pues
no estaba sola y al escuchar las historias de mis compañeras, el por qué estaban presas, me

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di cuenta de que aquí reina la injusticia, que el sistema vale madre; hay muchas personas
inocentes en este lugar y tantas allá afuera que fácilmente nos señalan sin saber la verdad
y lo mucho que se sufre en este sitio, o simplemente nos ignoran. La gente mala está allá
afuera, incluso mezclada entre aquellos que nos cuidan, que nos gobiernan, todos saben que
hay muchos verdaderos delincuentes de cuello blanco que han sido perdonados por nuestra
justicia ciega, y uno aquí pagando los pecados de otros.
Días después me llevaron a una audiencia sin ni siquiera haber hablado con un abogado,
y es que el MP ya tenía todo planeado, como me lo dijeron cuando llegué, no sabía en lo
que estaba metida o, mejor dicho, en la que me metieron ellos por no hacer su trabajo. Me
acusaron de robo de auto, pero en ese momento la abogada en mi defensa tumbó el delito y
me dieron la libertad, yo estaba feliz, sin saber que apenas empezaba la pesadilla.
Al llegar de la audiencia me encontré con una de las personas que me arrestó, la mujer
tenía una sonrisa sarcástica y me dijo: “¿te acuerdas que te dije que nos sabías en que te
habías metido? Pues ahora lo vas a saber, tienes una orden de aprehensión por secuestro.
Para que se te quite andarte juntando con malandros.”
Sentí que mi vida se terminaba, por qué a mí, si siempre he trabajado honestamente para
darle una vida digna a mi hija. Todo se había terminado, esa chava feliz que era, ahora se
derrumbaba. Mi hija, mi familia, la escuela, el trabajo, los amigos, todo quedó en sueños.
Para mis padres fue un golpe muy fuerte porque ellos me conocen y saben que no soy
capaz de hacer todo de lo que me acusaban en la segunda audiencia. Hubiera preferido
morir antes que ver el rostro de mi madre cuando daban lectura a mi acusación. ¡Qué
pena!¡Qué dolor! Ver a mis padres tratando de demostrar mi inocencia, gastando tanto
tiempo y dinero. Agradezco que no me hayan dejado sola en esto, “qué no hacen los padres
por un hijo”, es lo que siempre me dicen.
Pero mi pesadilla continuaría, me dieron algunos meses para juntar pruebas y todo iba
bien, cuando inesperadamente, el padre de mi hija se hizo presente, después de varios años,
reclamando, a su manera, a mi pequeña.
Me pidió a la niña un fin de semana para convivir con su familia, pero esos días se convirtieron
en semanas y luego en meses, nunca regresó a mi pequeña; cambió el número de su teléfono,
sé que se la llevó lejos. Ahora, una mujer, al parecer su pareja, me ha demandado, quiere la
custodia de mi hija. Todo sigue en proceso, mas no saber de mi niña me duele, me desespera,
me angustia. El papá de mi pequeña sabe que soy inocente y aprovechó la oportunidad para
darme en toditita la madre y lo logró, porque mi hija es mi vida y al llevársela me quitó la
esperanza por un tiempo.
Como siempre, mis padres me sacaron del hoyo tan profundo en el que estaba, yo ya no
quería vivir. Perder a un hijo es un dolor insufrible, no saber si come, si le tratan bien, si pasa
frío o si tiene miedo por las noches, si la llevan a la escuela, si la ayudan con la tarea, si lleva

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su lonche, si se ha enfermado, si le dan su medicamento a las horas indicadas; es horrible
no poder escuchar su voz, sentir su delicada piel y ver ese bello rostro todas las noches.
Extraño tanto a mi niña, quisiera cruzar esas paredes e ir corriendo por ella; sueño con
ella a diario diciendo que me extraña y que voy enseguida a buscarla, pero despierto y mis
brazos están vacíos.
Por ahora, lo único que puedo hacer desde el encierro es mantener viva la esperanza de
salir pronto de estas rejas para recuperarla y que la justicia llegue hasta donde tenga que
llegar. Agradezco a mis padres y hermanos por no dejarme sola, porque en este lugar lo
único que nos queda realmente es la familia.
Debo confesar que, así como uno pierde tantas cosas, también ganas otras; maduras, aprendes
y valoras las cosas que en la libertad pasan desapercibidas. En este lugar volví a nacer, ya no
pienso en los vicios, fiestas y desmadres que antes hacía, ahora quiero ser otra persona, alguien
mucho mejor de lo que era y si un día salgo, será para dedicarme a mis padres, a mi hija y a
mis hermanos, que son lo mejor de mi vida.

Sory

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Sin título / Wera / Dibujo

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Golpes de la vida

V
engo de una familia muy grande, soy la número trece de quince hijos. Aunque
éramos pobres, tuve una infancia muy feliz. Crecí y fui a la escuela primaria, no
asistí al prescolar porque en aquella época aún no existía. Recuerdo que estudié
la secundaria a fuerza, ya que mi padre era muy tradicionalista y estricto, no quería que
fuera. Pero cuando se llegó la fecha de las inscripciones, tomé mis documentos y fui sola a
inscribirme, ya que no me visualizaba sin tener estudios.
Con el paso del tiempo mi papá aceptó que estudiara. Recuerdo con nostalgia y melancolía
esa época, pues me gustaba estudiar mucho y tuve la oportunidad de conseguir una beca,
pero de pronto se suspendió el programa y no me la dieron. Me sentí algo frustrada pues me
esforzaba mucho por sacar buenas calificaciones, siempre obtenía puros dieces. No obstante,
eso no me detuvo y seguí estudiando hasta que terminé la secundaria.
Tenía muchos planes para en un futuro seguir preparándome y ser alguien en la vida, esa
era mi ilusión, pero al terminar la secundaria mis papás no tuvieron dinero para solventarme
una carrera y me quedé con las ganas de ser una profesional, con el paso del tiempo me fui
haciendo a la idea y traté de resignarme.
Luego tuve edad suficiente para ir a los bailes y mis padres comenzaron a dejarme ir sola a
las fiestas, pero eso no me llenaba, sentía un gran vacío en mi vida. Yo no me veía casada, ni
con hijos, no quería seguir las tradiciones, yo deseaba tener un título universitario y poder
ganar mi propio dinero.
No tenía de otra, así que me resigné y me dediqué a ayudarle a mi mamá al trabajo de la
casa, a sembrar flores, verduras y otras cosas, como en casa había un pozo, me ponía a regar
y a plantar varias cosas. También aprendí a tejer, hacía manteles y toallas de tejido y las
vendía para poder comprarme lo que yo quería.
Tiempo después, fui a un baile y conocí a un muchacho, desde que lo miré me gustó, pero
no pasó nada, poco a poco lo fui conociendo, pues siempre me sacaba a bailar cuando me
lo encontraba. Yo solía bailar con todos los jóvenes que me invitaban, pues no tenía novio ni
compromiso con nadie.
Después de tratar un tiempo al joven que me gustaba, él me propuso que fuéramos novios,
pero no estaba segura de aceptarlo, yo apenas empezaba a disfrutar de la vida y no quería
sentirme comprometida con nadie. Al mes de estar insistiéndome, acepté y fuimos pareja.
Todo iba bien hasta que mi papá se enteró, me regañó y me prohíbo salir con él, me amenazó
con no dejarme ir a los bailes si seguía con ese novio.
Le hice creer a mi padre que había dejado a aquel joven, pero seguíamos viéndonos a
escondidas y cuando había bailes yo bailaba algunas canciones con él y otras con los demás

24
muchachos para que mi papá no sospechara nada. Seguimos tratándonos y nos enamoramos,
pero enfrentamos muchísimos problemas juntos.
Un día, él me propuso matrimonio, quería pasar conmigo el resto de su vida. Pero yo no
quería comprometerme, lo pensaba mucho porque mi madre estaba enferma, tenía diabetes;
había temporadas en las que se ponía muy grave y yo no quería mortificarla. A veces él
me comprendía, pero en otras se enojaba muchísimo. Ese era el principal problema que
teníamos. Hubo un momento en que le propuse separarnos si tenía tanta prisa por casarse,
en ese momento la prioridad era cuidar de mi mamá. Él me amaba tanto que prometió
esperarme, pues no quería estar con ninguna otra.
Tiempo después mi madre se recuperó y tratamos el tema del casamiento nuevamente,
pero cuando estábamos a punto de comunicárselo a la familia, uno de mis hermanos se nos
adelantó con su boda y no pudimos hacer nada. Meses más tarde, cuando estábamos por
hacer público nuestro compromiso otra de mis hermanas también se nos adelantó con la
noticia de su matrimonio y otra vez pospusimos todo.
Cuando por fin los padres de mi novio fueron a pedir mi mano, mi padre no quiso recibirlos
y sólo puso de pretexto que estaba muy ocupado. Pero al poco tiempo, no recuerdo si al día
siguiente o a la semana, los papás de la pareja de una de mis hermanas llegaron a la casa
para pedirla en compromiso y mi padre los acogió con mucha calidez para hablar sobre los
preparativos de la boda. Cuando pasó esto, me dio muchísimo coraje, mi papá no se había
mostrado parejo conmigo y mi hermana.
Yo no quería ver a mi novio, me sentía avergonzada y muy decepcionada de mi padre.
Sólo lo vi una vez para decirle que me iría por un tiempo, noté una profunda tristeza en su
mirada cuando nos despedirnos. En esa temporada estaba de visita uno de mis sobrinos que
venía de Monterrey a pasar las vacaciones con nosotros y mi plan era irme con él.
Mi padre vendía gasolina en el pueblo y una mañana que se fue a surtir, aproveché su
ausencia para proponerle a mi sobrino que me llevara con él a Monterrey para pasar una
temporada con su madre, mi hermana, él no se negó. Le pedimos permiso a mi mamá y me
dijo que sí, inmediatamente hice mi maleta y nos fuimos. Quería irme antes de que mi padre
llegara a casa y así lo hice.
Mi novio no creyó que me iría, poco tiempo después, estando en Monterrey, recibí una
llamada suya, no sé cómo consiguió mi teléfono, pero comenzamos a hablar frecuentemente.
Pasaron los días y una de mis hermanas fue a casa de mis padres y papá me mandó decir que
me buscara otro novio porque el que tenía ya andaba con otra. Sentí mucho coraje, no sabía
si creerle o no, mi papá era extraño, un día decía una cosa y otro día otra; antes de que esto
sucediera me había escrito una carta donde me decía que si me quería casar lo hiciera, que
la familia me apoyaría, cuando leí eso lloré mucho, sentí tristeza y frustración porque ya era
muy tarde y opté por no responderle.
Al poco tiempo el muchacho me fue a buscar a Monterrey y me propuso que me fuera
con él, que no quería perderme nuevamente. Al escucharlo yo no sabía qué decir, estaba

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Sin título / Brenda Huizar / Grabado en linóleo

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confunda, así que le pedí tiempo para ordenar mis ideas; él se molestó y regresó a casa
para después irse a Estados Unidos. Yo seguí en Monterrey, busqué empleo y trabajé muy
duro durante un año. Él seguía comunicándose conmigo, la distancia no sirvió para que me
dejara de querer, pero yo me hice a la idea de que lo nuestro ya no funcionaria.
Luego, en el mes de mayo, recibí la noticia de que mi madre estaba muy enferma, así que
regresé a casa inmediatamente sin avisarle a nadie. En junio, mi exnovio habló a la casa
donde vivía en Monterrey para avisarme que regresaría a México y una de mis sobrinas le
dijo que yo ya estaba en casa.
Cuando él llegó, lo primero que hizo fue buscarme, por cosas del destino ese fin de semana
hubo un baile y, como la primera vez, nos encontramos; él me sacó a bailar, bailamos unas
tres canciones y me fui a sentar, pues nosotros ya no éramos nada. Yo bailé y conversé con
otros muchachos. Estaba a punto de irme a la casa y él me invitó la última pieza y comenzó
a decir que él seguía teniendo planes conmigo, que deseaba algo serio y quería que nos
casáramos. Yo acepté y reanudamos nuestra relación, me propuso que me fuera a vivir con
él y así lo hice.
En diciembre me fui con él, por fin estábamos juntos y éramos muy felices, pero poco
nos duró el gusto. Al mes, el 20 de enero, falleció mi madre y yo no podía ir a su sepelio,
mi padre estaba molesto conmigo por haberme ido con el novio y no quería saber nada de
nosotros. Una de mis tías se enteró de la situación y lo regañó, fue por mí a la casa de mi
suegra y pude despedirme de mi mamá.
No volví a casa de mis padres durante varios años. Pocos meses después de casarme tuve a
mi primer hijo, un varón. La felicidad reinaba en mi matrimonio. Cuando mi pequeño tenía
dos años, me enteré de que mi papá se había caído y se había quebrado un pie, tomé valor y
decidí ir a verlo. Había pasado mucho tiempo, al verme él me recibió muy contento, pensé
en ese momento que todo estaba resuelto, que me había perdonado, así que volví un par de
veces, pero volvió a lo mismo. Me echó de la casa y me dijo que ya no volviera.
No volví, me dediqué a formar mi familia y a tratar de ser feliz; con el paso de los años
tuve más hijos, cinco en total. Pasó el tiempo y mi padre se quedó solo, así que yo lo cuidaba,
hacía el aseo de su casa, lavaba su ropa, hacía su comida. En esa época mi esposo estaba
en Estados Unidos, así que no tenía conflictos por estar con él. Luego mi hermano, el más
chico, se casó; actualmente él y su familia viven en la casa de mi infancia.
Mi padre murió hace seis años, cómo olvidar esa fecha que dejó en toda la familia una
huella muy grande, honda y dolorosa. Falleció en diciembre y una de mis hermanas viajó
con su familia desde Estados Unidos para estar presentes en el funeral. Pasaron unos días
en casa de mis padres, pero ya tenían todo listo para volver. Un día antes de su regreso, la
familia paseaba en una camioneta y tuvieron un accidente muy fuerte en la carretera.
En ese vehículo iban mi hermana, sus hijos, nueras y nietos, eran doce personas, por
desgracia murieron seis y seis quedaron vivas, pero gravemente heridas. Recuerdo con
melancolía aquellos días pues fue algo muy doloroso, todavía no asimilaba la pérdida de mi

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papá y tenía que hacerme cargo de los arreglos funerarios de mi hermana y su familia. Fue
algo muy triste y traumático.
Pero la vida me tenía preparado otro golpe doloroso, un año después de aquel terrible
accidente, cuando las heridas estaban apenas cicatrizando, recibí una llamada telefónica
en la que me avisaban que a mi hermana, la que vivía en Monterrey, la habían atropellado
cuando se dirigía a su trabajo y que había fallecido en el accidente. Inmediatamente me
trasladé a su funeral, fue algo muy duro pues se volvió a abrir la herida de mis pérdidas.
Cuando regresé a casa, sentía que traía los nervios hechos pedazos; ya no quería saber
nada del mundo, no quería hablar con nadie, deseaba estar siempre dormida. Luego de un
tiempo empecé a reaccionar y me escudé en el trabajo duro del campo para olvidarme un
poco de lo que estaba pasando, vi la labor como refugio o terapia. Trabajaba de sol a sol para
no tener tiempo de pensar en ese dolor que sentía.
Seguí adelante con mi esposo y mi familia, trataba de ser feliz, mis hijos crecieron y
tomaron rumbo. El mayor se fue para Estados Unidos; la segunda y el tercero estudiaban
la universidad; la cuarta, la secundaria; y el pequeño, la primaria. Todo parecía perfecto,
teníamos planes familiares para un futuro mejor.
Sin embargo, la vida quería darme otro golpe y una noche, cuando menos esperaba,
encontré a mi esposo con otra mujer. El enojo me cegó, me lancé hacia ella y la golpeé a
más no poder hasta que perdió el conocimiento. Cuando recuperé el control me di cuenta
de lo que había hecho, pero era demasiado tarde. Ella murió por los golpes en la cabeza y
a mí me encerraron.
Jamás me hubiera imaginado terminar aquí, tras las rejas. Yo veía la cárcel como algo
muy lejano, ni en sueños pensé estar en una celda fría, tras unos barrotes que se abren y se
cierran todos los días, haciéndome saber que, a pesar de mis compañeras, estoy sola aquí
dentro, sin mi familia.
Tengo mucha fe en Dios, él es justo y ve en mi corazón que nunca tuve la intención de
asesinar a nadie, fue un momento de ira que me cambió completamente la vida. Después de
tanto sufrimiento, espero seguir teniendo la fuerza y la paciencia para seguir viviendo por
mis hijos. Ellos son mi motor, son lo más importante y bello que tengo en esta vida y por
ellos no pierdo la esperanza de salir de este lugar y abrazarlos muy, pero muy fuerte y nunca
más alejarme de ellos, a pesar de los golpes de la vida.

Anónima

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Sin título / Sandra Muñoz / Relieve

Sin título / Fátima Uribe / Acuarela

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Juguetes rotos

U
na tarde soleada de agosto de 2006 fui con mi madre al rancho donde vivían sus
abuelos para convivir con la familia. En ese tiempo, yo solía jugar mucho con mis
muñecas y dos bebés Nenuco, yo cargaba con ellos para todos lados.
Ese día, cerca de las tres de la tarde, todos estaban comiendo dentro de la casa, mientras yo
me entretenía en las jardineras del patio, sentada, jugando con mis apreciados muñecos. De
pronto salió uno de mis tíos, que hasta ese momento era de mis favoritos, y me dijo: “ven, te
regalaré unos juguetes más bonitos que esos que traes”.
Con tristeza y felicidad a la vez, lo tomé de la mano y caminé a su lado hasta llegar a un
cuarto muy oscuro, le pregunté si podíamos encender la luz y, sin obtener respuesta, sentí
de pronto como comenzó a tocarme. Me lastimó en todas las formas posibles; el cuerpo, sí,
pero aún más el espíritu.
Cuando volví con mis muñecos, no pude hacer más que guardar silencio, rasgar sus diminutas
ropas, desprender sus extremidades y abandonarlos en aquel triste lugar al que no quise
volver más.
Después de haber pasado por aquello, mi vida cambió en todos los sentidos. Estando en el
encierro, al tener tanto tiempo para pensar, he logrado entender que ese breve y lastimoso
episodio ha influido mucho en lo bueno y, sobre todo, en lo malo que he decidido. Es algo
que aún no logro superar.

Anónima

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“Sueños rotos” / Guadalupe Reyes / Monotipo

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Fernanda, su amor y ellas

Si amarte fuera verte


y verte fuera perderte,
prefiero amarte sin verte
que verte para perderte.
Anónimo

T oda chica tiene una idea de cómo será su vida o, al menos, como quisiera que fuera.
Hablemos de la vida de Fernanda y de cómo la manejaba.
Ella estudiaba la universidad, su madre y hermano mayor querían que tuvieran una
carrera, pero ella era muy alegre y fiestera, cada fin de semana no faltaba al antro con su
mejor amiga, Pau, que era como la hermana que no tuvo. La madre de Fer siempre le decía:
“si nunca faltas los sábados de antro, los domingos de igual manera iras a misa conmigo”.
Y así tenía que ser, fiesta y luego iglesia; aunque ella se estuviera muriendo de sueño, ahí
estaba con su madre, trataba de no fallarle.
Un día, sin más, estando en su clase de inglés, pidió permiso para salir, se dirigió a la dirección
de aquella universidad y se dio de baja temporal, no le fue tan difícil pues ya era mayor de edad
y tomaba sus propias decisiones. Cuando firmó su baja, ella realmente no sabía lo que hacía.
Salió de aquella escuela y, fumándose un tabaco, caminó hacia su departamento a recoger
sus cosas. Guardó todo en una maleta color morado, muy grande, su madre se la había
regalado llena de ilusiones, la había elegido para los viajes de su hija universitaria. La familia
soñaba con que Fernanda tuviera una carrera e hiciera algo bueno con su vida, pero Fer no
pensó en eso mientras empacaba todas sus cosas.
Bajó de aquel departamento, tomó un taxi y se dirigió a la central, compró su boleto de
regreso a casa, subió al autobús y vio como avanzaba dejando atrás el plan que habían hecho
ella, su madre y hermano mayor. Una hora y media de camino y llegó a su hogar, cuando su
mamá le preguntó qué hacía ahí, Fernanda le dijo lo que había hecho y el silencio se hizo
presente, la decepción era notoria en su cara.
Fer planeó darse un año sabático, por un tiempo estuvo de nini, ni estudiaba ni trabajaba,
hasta que un día buscó empleo para darle seriedad a su vida; ya era hora de hacer algo.
Consiguió dos trabajos muy buenos y estables, a los que renunció porque sentía que la rutina la
consumía: el estrés, los horarios y la gente. Para poder viajar, decidió hacerse cargo de locales
en las ferias, le pagaban bien, pero era muy cansado. En esa época conoció muchos lugares y
personas, al final del día podía ir a conocer artistas y bandas que llegaban a las ferias.

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Un diciembre pidió vacaciones, una vez más hizo maleta y viajó a su casa para estar con
su madre y hermano menor. Fernanda tiene tres hermanos y ella es la única princesa. En su
hogar Fer era feliz. Sus otros dos hermanos trabajan lejos y los veía poco, pero aprovechaba
el tiempo para convivir con el resto de su familia, su abuela mamá y su gruñón abuelo papá.
Al día siguiente de su llegada, Fer decidió salir de fiesta, le hacía falta un descanso a lado de
sus amigas y unas buenas cheves. Cómo olvidar esa noche. Ya era muy tarde, de madrugada,
estando en el hermoso malecón de la ciudad, vio llegar un vehículo. Las luces de ese carro
eran muy intensas, se apagaron al estacionarse a un lado de donde ella se encontraba con
sus amigas, se abrió la puerta y bajó un hombre muy serio, al acercarse, Fer se dio cuenta de
que sus amigas lo conocían, así que los presentaron. Ella muy sonriente le dio la mano y lo
saludó, desde que lo vio le encantó, eso del amor a primera vista sí existió para ella. En los
recuerdos de Fernanda está muy presente como vestía su futuro amor: pantalón de mezclilla
verde, camisa Lacoste azul cielo, cinturón y zapatos café oscuro. Cuando él le dio la mano a
ella y le plantó un beso en la mejilla, su olor era compatible con ella y le fascinó.
Toda la noche trató de disimular la atracción que sentía y a él no le era tan indiferente,
se la comía con la mirada. Fer era muy coqueta, ese día vestía pantalones ajustados, tacones
muy altos, blusa ombliguera y usaba muchos piercings: en la nariz, en el labio, en la lengua
y en el ombligo. Su madre alguna vez le dijo: “Algún arete más que te falté, loca”, Fer
disfrutaba sacarla de sus casillas.
Pasaron varios días para que Fernanda aceptara una salida con aquel atractivo joven. No
iba a hacer fácil para él. Pasó tiempo antes de que que llegara el momento en que ella
aceptara salir a desayunar juntos.
Ella tenía 19 años, estaba por cumplir 20; él, 29 años, le llevaba casi una década, pero
eso a Fer no le importaba, a ella le gustaba y por su cabeza no pasaba nada del futuro, sólo
existía el presente. Ella quería verlo, disfrutar los momentos que estaban pasando y estaban
por pasar, después de varias salidas a comer, acompañarlo a ciertos lugares, un día él le dijo
a Fer que pasaran una semana juntos. No fue muy difícil convencerla, así de loca y turuleta
estaba Fernanda, después de un mes y medio de salir y conocerse aceptó.
Ellos quedaron en el acuerdo de que sería una semana, periodo que disfrutaron al máximo,
ambos se gustaban mucho. Cuando pasó el tiempo programado, ella le dijo que era hora
de irse a trabajar, las vacaciones habían terminado. Pero él no quería eso, deseaba que ella
se quedara más tiempo con él, era más que sexo, había un calor de un futuro hogar que él
quería hacer y no se atrevía a decir. Él le dijo que no se fuera, que se quedara más tiempo,
Fer decía que no cuando en realidad quería decir que sí.
Él no paró hasta convencerla. Esa semana se convirtió en dos y después en un mes; de
ser una simple atracción, ella se súper mega enamoró. Lo sabía, lo sentía por el latir de su
corazón, cuando él salía por cuestiones de trabajo, ella lo echaba mucho de menos, sentía
celos cuando no estaba con ella y se dio cuenta de que era amor. Fernanda cambió su manera

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Sin título / Fernanda Uribe / Acuarela

Viaje a la luna / Socorro Cervantes Luna / Monotipo

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de vivir y de ser. Comenzó a dedicarse a ellos. A ella no le faltaba nada, él la consentía
mucho, hasta mal acostumbrarla.
Pero el trabajo de su amado era muy estresante, más que estresante, Fer sentía que algún
día no volvería, porque él le decía cuando se ponían a platicar: “Sea chingona; póngase las
pilas, mija, que no le voy a durar para siempre” y ella siempre le respondía: “No seas tonto,
no digas eso, siempre estarás conmigo, hasta ser viejitos, si algo te pasara, ten por seguro
que yo te seguiré, estaremos juntos siempre”. Él sonreía y la abrazaba.
Ellos conversaban mucho, siempre paseaban, les gustaba caminar por un parque donde
había una heladería y él siempre le compraba su nieve de fresas con queso, su preferida.
Cada día que él salía temprano del trabajo, se lo dedicaba a su relación, a ellos dos.
La nueva etapa por la que estaba pasando Fer era lo mejor que le había sucedido, aunque
el cambio fue radical, ella lo disfrutaba mucho, era una relación en la que se sentía querida,
amada y ella le daba lo mejor de sí a él. Llegaron a los tres años de estar juntos, cada 14
de febrero celebraban su aniversario, y todos los años, en esa fecha especial, él era muy
detallista, era su amor real. Amaba a su guapo.
Ese aniversario de tres años juntos, él le dijo que ya era hora de tener un bebé y en ese
mismo mes Fer quedó embarazada. Ambos estaban felices. Él la cuidaba en exceso y le
consentía todos sus antojos sin dudarlo. Pasaron tres meses y les dijeron que su embarazo
era de mucho cuidado, pero a él le llegó un cambio de su trabajo y debían irse a otro estado
del país, así que había que empacar todo y decirle a mamá que se iría estando embarazada.
Fernanda lo siguió sin dudarlo, llegaron a su nuevo hogar y pasó el tiempo, al llegar a los
siete meses de embarazo, Fer viajó a casa de su mamá, pues necesitaba de cuidados especiales
de su madre, sus hermanos y de su abuela mamá, quienes la cuidaban y achechavan mucho, la
consentían en todo, Fer se sentía muy amada. La única hija mujer embarazada que les daría
por nieta a una hermosa niña, todos estaban súper felices.
Llegó el día del nacimiento de la bella beba, él no pudo estar con ella por su trabajo,
pero estaba en contacto con su suegra y le hacían saber cualquier cosa que estaba pasando.
Cuando nació la pequeña, Fer sólo escuchaba su tierno llanto, la nueva integrante de la
familia no paraba de llorar. En el momento que le pusieron a la bebé en los brazos de
Fernanda, cuando la vio por primera vez, su vida fue aún más feliz.
Fer era madre de una hermosa bebé. La pequeña era tan velluda, igual a su padre. Él
estaba muy emocionado. Cuando pudo hablar por teléfono con ella, se escuchaba en la
voz su alegría por el nacimiento de su primera hija entre ellos dos. La madre de Fer ya le
había mandado fotos y videos, así que hablaron de lo bella que era la nena y se despidió
diciéndole: “Te amo Fer, nuestra vida será aún más hermosa”.
A los 22 días del nacimiento de su bebé, que por nombre le pusieron Jade, él viajó por
ellas, llegó con los dos hijos que tuvo en una relación pasada, un niño y una niña con una
discapacidad psicomotriz, también lo acompañaban sus padres. Cundo se acercó a Fer y a su

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hija, él sentía miedo de intentar abrazar a su bebé, pero la felicidad en sus ojos se veía, ella
sabía que el amor entre ellos iba a ser hermoso y los iba a mantener muy unidos. Cuando
Jade cumplió 24 días tuvieron que tomar carretera para regresar al estado en que radicaban
por el trabajo de él.
Teniendo Jade mes y medio, los hijos de él se fueron a vivir con ellos, su madre, la suegra
de Fer, dijo que, si él ya estaba haciendo su vida, era momento que se hiciera cargo de sus
hijos mayores: Fuensanta y Eustacio, al niño lo inscribieron a la escuela y a natación y a ella,
por su condición, la cuidaba Fer, todos los días salían a pasear. A la recién formada familia le
gustaba mucho ir al cine, andar en las plazas, sus tiempos libres los dedicaban a estar juntos
y lo disfrutaban mucho.
Poco tiempo después, vivieron otro cambio, una vez más tenían que mudarse de estado
por el trabajo de él. El nuevo sitio era muy caluroso, cerca del mar, así que nuevamente,
hicieron las maletas, tomaron camino y viajaron. Comenzaban de nuevo en otro lugar,
como siempre; buscaron escuelas, los supermercados que quedaban cerca para cuando él
no pudiera llevarlos, muebles. Listo, se encontró el lugar adecuado, pasaros dos años ahí y
festejaron el cumpleaños número dos de la pequeña Jade, hicieron fiesta con piñata, pastel,
dulces, lo que la princesa deseó para que se divirtiera.
Un día, Fer se sintió mal, él la llevó por medicamento a la farmacia, pero ella decidió comprar
una prueba de embarazo, cuando llegaron a casa, se hizo el examen sin que él supiera. Ella
esperó el resultado y fue positivo. Fernanda no lo podía creer, pero estaba feliz, él se encontraba
viendo la televisión con su pequeña princesa mientras los niños mayores jugaban videojuegos,
cuando Fer salió del baño fue a la recamara, se acercó a él y le dijo extendiendo su mano con la
prueba: “¿Qué crees?, mira, estoy embarazada”. Él se quedó callado un momento, no lo podía
creer, sólo pudo exclamar: “Fer, vamos a tener cuatro hijos”.
Fernanda se hizo la prueba tres veces para estar segura, no había duda.
Esperaban a su segundo bebé pero tuvieron que volver a cambiar de estado por trabajo, el
nuevo lugar no le agradó a Fer, encontraron departamento semiamueblado en un segundo
piso y se instalaron, esa vez sólo llegaron él, Jade, Fuensanta y Fer, el niño Eustacio, por el
embarazo de ella, se quedó con los abuelos para terminar la primaria.
Pasaron los meses y a Fer le dijeron que su embarazo era de alto riesgo, ya que desarrolló
diabetes gestacional, padecía de taquicardias frecuentes y de altibajos en la presión arterial.
Una de las consecuencias fue que el bebé creció demasiado, pero eso a Fer no le importaba,
siempre acariciaba su enorme y hermosa panza.
Cuando se acercó la fecha de parto, otra vez él tuvo que viajar por su trabajo, así que llevó
a Fer a la tierra de donde él era originario, para que estuviera cerca de su suegra, Teófila; la
relación entre ellas no era muy buena, por lo que rentaron un departamento para que todos
estuvieran más tranquilos.

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Sin título / Fátima Uribe / Relieve

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Junto con uno de sus hijos, la madre de Fer viajó hasta donde su hija estaba para
acompañarla. Llegó el ansiado día, la segunda cita a ciegas de Fer. Mientras se dirigían
a la clínica, la futura madre sufrió de taquicardia, por más que intentaba controlarse, su
corazón parecía salir de su pecho. Los médicos estuvieron a punto de cancelar la cesaría
programada, pero lograron estabilizarla y nació su segunda hermosa bebé, ella no lloraba
como su primera hija y eso la angustió. Por su condición, la recién madre vomitó, y en
plena operación comenzó a convulsionarse, los médicos la trataban de controlar mientras la
intervenían quirúrgicamente. Al final ella salió bien.
Fer vio que colocaron a su bebé en una incubadora y cuando la pasaron a cuarto su hija
aún no estaba ahí, al poco tiempo la llevaron en la incubadora y le checaban la glucosa cada
dos horas. La situación la ponía muy mal, además, le angustiaba mucho estar lejos de Jade,
pues jamás se habían separado.
Llegó el momento de dejar el hospital y del encuentro entre las dos princesas de Fer. Jade,
acompañada de su tío, vio a su hermanita y se puso muy feliz, con una dulce y tierna voz dijo
que su hermanita estaba “hemosa”.
A los 15 días de nacida la nueva integrante de la familia, llegó el amor de Fernanda, el
padre de sus dos bellos tesoros. Se veía feliz con sus dos hijas. A los 25 días viajaron de
regreso al estado donde radicaban. Cuando la bebé cumplió su segundo mes, festejaron
comprando pastel y tomando muchas fotos, no querían perder cada momento especial que
vivían sus pequeñas.
El 23 de noviembre de 2018, fecha inolvidable, la más pequeña cumplía tres meses y
el amor de Fer, su hombre guapo, se encontraba en el trabajo, pero siempre estaba en
comunicación con su familia. Ese día ella no quiso salir, así que su madre fue a comprar
pastel y gelatina para festejar a su nieta. Celebraron y tomaron muchas fotos para no olvidar
aquel momento tan especial.
Ese día, Fernanda se mensajeó varias veces con su amor, él le contestaba cada que su
trabajo se lo permitía, pues trataba siempre de estar al pendiente de su familia. Fer solía
esperarlo despierta todos los días. Esa noche, ella se encontraba viendo la televisión, poco
después de las doce escuchó que abrieron la puerta. Era él, tenía mucha prisa y nervioso
le dijo: “amor, búscame el uniforme que voy a realizar un cateo”. Rápidamente, Fernanda
buscó la ropa y le ayudó a vestirse para que a él no se le olvidara nada.
Al abrir la puerta para irse a trabajar, Jade se despertó, Fer la abrazó y la llevó hacia él y
la pequeña somnolienta balbuceó: “Papá ya no te vayas”. Él acarició el tierno rostro de su
pequeña y le respondió: “No tardo, princesa, duerme, ahorita regreso para abrazarte. Hace
mucho frío, cobíjate”. Jade con voz suave le dio la bendición a su padre, lo besó en los labios
y se despidió: “No tardes, te amo mucho”.
Esa noche él no volvió, Jade despertó temprano y preguntó por su papá. Fernanda comenzó
a marcarle y escribirle, envió varios textos, demasiados, y no obtuvo respuesta. En el último

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mensaje que él mandó se leía: “Las amo mucho, mis mujeres hermosas”. Fer comenzó a
realizar los deberes de la casa, imaginó que su amor seguía trabajando y que probablemente
el celular se había descargado.
A las diez de la mañana, Jade le pidió a su madre cereal y un huevo de chocolate. Fer se
encontraba lavando, pero la niña, que montaba en su triciclo mientras veía un programa de
ponis en la televisión, le expresaba repetidamente que quería sus chuchulucos. Fer la invitó a
ir a la tienda, la pequeña se negó porque estaba muy entretenida jugando, así que se quedó
al cuidado de su abuela.
Fernanda salió en pijama, cerró la puerta del departamento y mientras bajaba la escalera
del edificio, presintió algo, no sabía si era producto de su imaginación lo que veía: unas
manos se asomaban por los escalones, conforme descendía todo era más claro. Había una
persona tirada bocabajo. Aunque no podía verle el rostro, supo que era él, su guapo, su
amor. Fer se acercó y comenzó a hablarle, parecía dormido y quería despertarle, pero él no
respondió. Al tocarlo se dio cuenta que estaba helado.
De pronto, la desesperación se apoderó de Fernanda, quien gritaba pidiendo ayuda.
Mucha gente se acercó, le hacían preguntas, pero nadie hacía nada. A Fer se le hizo un nudo
en la garganta y no pensaba más que en ellas, sus niñas. De rato llegó una ambulancia, y le
comunicaron a Fer que él ya no estaba vivo. Ella no podía creerlo. Lo abrazaba, le hablaba,
le decía que despertara, que sus hijas lo estaban esperando.
La escena se llenó de policías quienes separaron a Fernanda del cuerpo de su amado.
Llegó el agente del Ministerio Público, un perito, un fotógrafo y una camioneta con la
inscripción Semefo. Fer ya no pudo acercarse a su guapo, sólo vio horrorizada como subían
una camilla con el cuerpo cubierto por una sábana blanca a una camioneta.
La gente se retiró poco a poco del lugar dejando sola a Fernanda y a sus hijas. Cuando
llegó la noche, tocaron la puerta del departamento de la dolida familia, le dijeron a Fer que
necesitaban que fuera a dar su declaración de los hechos. Ella accedió sin ningún problema,
dejó a su madre a cargo de sus pequeñas y prometió volver pronto.
Afuera la esperaba un carro con un par de hombres. Subió al vehículo y le informaron que
tenían una orden de aprensión en su contra por ser la principal sospechosa del homicidio
de su pareja. Fernanda se aterró, no lo podía creer. Inmediatamente le habló por teléfono a
su madre y le explicó lo que estaba pasando y que por favor cuidara de sus hijas.
La llevaron a unas oficinas donde le tomaron sus datos, huellas digitales, fotografías.
Después de eso, la subieron a otro carro y agarraron carretera. Ella no sabía a donde la
llevaban. El vehículo se detuvo frente a una edificación y Fer pudo leer que encima de la
entrada decía “CERESO femenil”.
Estaba muy asustada, al entrar en aquel lugar la recibió una oficial que la revisó por
completo y le hizo quitarse los zapatos. Después, la llevaron al segundo piso, subió las
escaleras, recorrió un largo pasillo, cruzó una reja y la sentaron en una de las tres sillas que

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Dulce / Dulce María / Monotipo

“Anay” / Janny / Monotipo

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se encontraban en el sitio. Nuevamente anotaron sus datos y le tomaron las huellas digitales;
le quitaron todo: sus cosas, su ropa, su dignidad. Le hicieron usar un pantalón de mezclilla
y una blusa café, algo parecido a un uniforme, y la llevaron a una fría y oscura celda en los
llamados separos.
Fernanda quería morirse, lloraba sin parar por no poder decir adiós; en esa celda había
una pequeña ventanita por donde ella podía ver una gran estrella que brillaba mucho; Fer
sentía que era él, su amor, su guapo, y ella le pedía que le ayudara a saber de las niñas.
Pasó una semana y tuvo una audiencia, ahí le entregaron a una de sus hijas, a la más
pequeña, pero Fer sentía mucha desesperación y angustia por no poder ver y estar con Jade.
Esa noche durmieron madre e hija abrazadas. Al día siguiente, una comandante pasó a la
nueva y a su hija al área de población, junto a las demás presas, la pusieron en una celda
con otras compañeras, y por fin logró comunicarse con su madre para que fuera a visitarla.
Cuando se encontraron se abrazaron y lloraron juntas. Fer no entendía lo que estaba pasando
y no sabía qué sucedería con su pequeña Jade a quien las autoridades se llevaron a una casa
cuna mientras se investigaba el asunto.
Ha pasado poco más de un año de aquel traumático día y Fernanda sufre cada instante por
estar tras las rejas, lejos de su pequeña Jade y por lo sucedido, por perder de pronto toda la
felicidad que había construido a lado de su amado; cada día es una tortura para ella pensar
que ya no podrá hablar más con él, ni verlo o sentirlo. Le angustia no saber qué les dirá a
sus pequeñas cuando pregunten por su padre. Quiere siempre amarlo, pero ya no quiere
dañarse a sí misma, ni a sus pequeñas, con aquel recuerdo.
Fernanda se desespera, quiere salir de ahí, de esa cárcel. Cada vez que ve irse a una
compañera libre siente escalofríos, porque imagina ser ella saliendo con su hija en brazos e
ir por su Jade y su madre, y alejarse de esa pesadilla para siempre.

Anónima

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Reflexiones

Algo no esperado
El momento menos esperado fue cuando ingresé a este lugar. Nunca me pasó por la cabeza
que ese día no corría con tanta suerte, como unos días o meses atrás, ya que yo escogí esta
manera de vida y ahora la justicia me condena por actos que cometí, pero estoy agradecida
por cada nuevo amanecer que puedo respirar.
Agradecida con el de arriba.

Hay que estar libres de maldad


¡Ánimo!
Me ayudo a mí misma a dar un paso atrás y a fijarme en mi vida. Resurjo para encontrar mi
autoestima en quien soy, más que en lo que hago.
Disfruto la vida porque hay mucho tiempo para estar muerto.
La discusión basada en el respeto mutuo quizá influya naturalmente a quienes hemos sido
afectados.

Muerte
Es algo lleno de tanto vacío en el momento que es alertado, más cuando se trata de un ser
querido, y no tratar de asimilar aquel vacío en nosotros y en los mejores recuerdos de los
buenos atardeceres.

La muerte me mira
y yo la respeto,
aunque muchos enemigos
quieren verme muerto…

Yakira

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Sin título / Sandra Muñoz / Monotipo

Sin título / Aracelí / Monotipo

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Fragmentos de vida
Tu cuerpo está encerrado,
pero no tu mente.

M
ary era la menor cinco hermanos y la niña consentida de sus papás y su madrina.
Le encantaba acompañar a sus padres al trabajo, no le gustaba quedarse en casa.
Cuando sus hermanos estaban en la escuela, para que no se quedara sola la
dejaban encargada con su madrina, quien le daba gusto en todo, le compraba lo que quería
y le hacía de comer sus platillos favoritos.
Era costumbre que cuando sus abuelitos maternos iban de visita, toda la familia salía a
pasear a algún balneario, pero a Mary no le gustaba salir con ellos, prefería quedarse en
casa o ir a misa con su madrina, le era más divertido. Al cumplir seis años tuvo que ir a la
escuela y enfrentarse sola al mundo. No fue fácil adaptarse, pero conforme pasaron los días
le encantó ir a clases. Como era muy lista, siempre la elegían para los bailables o para recitar
alguna poesía, eso le agradaba.
Cuando cursaba sexto grado, su madrina murió, Mary no lo podía creer, le parecía
imposible saber que no estaría más a su lado. Fue muy triste para ella comprender que jamás
la volvería a ver. Con ayuda de sus papás poco a poco lo fue asimilando.
En secundaria conoció nuevos compañeros, todo era diferente, había más materias,
algunas le gustaban y otras no; en ocasiones mejor se salía de clase, a veces se escapaba de la
escuela y se iban con sus amigas a un balneario cercano o a casa de alguna compañera para
ver películas. Cuando su madre se enteró de lo que hacía y de que había reprobado algunas
materias, platicó con ella y le dijo que si no quería estudiar que mejor se lo dijera y que no
estuviera perdiendo el tiempo.
Pero Mary siguió yendo a la secundarían y continuó escapando con sus amigas. Al enterarse
sus padres de la situación, decidieron que lo mejor era no dejarla ir, más que un castigo, fue
un premio para ella, estaba feliz de saber que ya no regresaría a estudiar. Así que se quedaba
en casa o acompañaba a sus padres al trabajo en el campo, pues ellos pasaban casi todo el
día en el rancho, ocupándose en la agricultura.
A Mary le encantaba ir a trabajar, andar de paseo en caballo y recorrer las milpas, así duró
hasta que cumplió 17 años. En ese momento ella decidió platicar con sus padres para que
le dieran otra oportunidad de estudiar, lo hizo y terminó la secundaria. En lugar de iniciar
la preparatoria prefirió entrar a un trabajo temporal, levantando un censo de población y
vivienda en algunas comunidades cercanas.
Cuando el contrato de ese trabajo terminó, decidió laborar en un súper, sus padres no estaban
de acuerdo, pero, al ver que se aburría en casa, aceptaron, al fin de cuentas la tienda estaba

44
Sin título / María Sifuentes Diaz de León / Grabado en linóleo

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muy cerca de la casa. Duró nueve meses y decidió cambiarse a otra tienda que estaba un poco
más lejos; era divertido porque cuando salían del trabajo, ella y sus compañeras paseaban por
el jardín, iban a bailes, a comparar ropa, hacían ejercicio o practicaban algún deporte.
A veces la acompañaba su novio, un chico muy festivo pero muy celoso. En realidad, Mary
no quería formar una relación seria con él, sentía que la estresaba mucho, pero siempre
andaba juntos, tal vez porque lo quería mucho. Cierta ocasión platicaron y ella le comentó
que conseguiría otro empleo por la mañana y luego se incorporaba al que tenía por la tarde,
pero él no estaba de acuerdo.
A Mary le daba igual lo que su novio opinara, así que entró a trabajar como barrendera del
jardín, ya que sólo le dedicaba tres horas por la mañana, por lo que le alcanzaba continuar con su
otro empleo. Un día de diciembre, con ánimos de superarse, fue a pedir trabajo a la Presidencia,
para su sorpresa se lo dieron. Inmediatamente Mary aceptó y dejó los otros empleos.
Las exigencias del nuevo empleo le impedían seguir llevando la vida que acostumbraba,
ya no salía tanto con sus amigas, ni tampoco con su pareja, hubo un distanciamiento
considerable pues era otra la dinámica de trabajo: salidas a diversos lugares, resguardar
fiestas, bailes, coleaderos, hacer revisiones y operativos, en fin. Al enterarse en casa de que
Mary estaba trabajando como elemento de seguridad se preocuparon y enojaron bastante,
todos los días le recordaban que estaba expuesta a demasiado peligro, le rogaban que se
saliera de ahí, que estaba mejor en el otro empleo.
Mary no quiso escuchar, se aferró a quedarse en ese trabajo, cambió todo imaginando
que estaría mejor. Al principio todo parecía ir muy bien, ella disfrutaba de estar ahí, de sus
salidas, de convivir con sus compañeros. En los descansos le gustaba pasear, sentir el aire
fresco de las noches, ver cómo las estrellas brillaban en la oscuridad; aprovechaba para
salir con la familia, con los amigos, con su novio; comer todo lo que le gustaba e ir a bailar.
Aunque la mayor parte del tiempo prefería quedarse en casa a escuchar música y estar lista
al día siguiente para irse a trabajar.
Su novio a cada rato le reclamaba que lo abandonaba demasiado, que mejor formaran
una relación más seria, ya no quería que ella trabajara. Mary le daba largas, nomás le decía
que sí, pero no lo hacía. El plan era dejar el trabajo para casarse con él, sólo le pedía que
la esperara hasta diciembre, ese mes nunca llegó. El dos de noviembre de 2011, cuando se
encontraba de vacaciones, decidió salir de viaje por tres días. Ella, alegre y feliz, preparó su
maleta sin saber que sería la última vez que platicaría con su novio y que dormiría en casa.
A día siguiente por la tarde, Mary se divertía paseando, cuando de pronto recibió una
llamada del director de su centro de trabajo, le pedía que se presentara en Zacatecas; ella
ni preguntó de qué se trataba, al contrario, en ese mismo instante quería trasladarse para
estar a primera hora, pero en ese momento no se podía, ya era noche y no había salidas de
autobuses hasta otro día.
Las personas con las que se encontraba le decían que no fuera, pero ella, desesperada, ni si
quiera pudo dormir, creía que se le hacía tarde y no llegaba puntual a la oficina. Al amanecer,

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salió, tomó un taxi y se fue a la central camionera, subió al autobús y se dirigió a su destino.
Cuando llegó a su trabajo todo era muy raro, nadie decía absolutamente nada, solo había
miradas extrañas, parecía que estaban tramando algo. Mary, siempre sonriente, no tenía
idea de lo que pasaba, ni de qué se trataba. A ella y algunos compañeros los trasladaban de
una oficina a otra. A la hora de la comida les llevaron alimento, pues ya llevaban todo el día
en aquel lugar; por la tarde les mandaron llamar uno por uno, cuando fue el turno de Mary,
le pidieron que esperara y que los demás se retiraran, algo ocurría.
La encerraron, ella no sabía el motivo por el cual estaba ahí. Al oscurecer, al ver que no
salía, preguntaba desesperada por qué la detenían, pero nadie decía nada. Quedó atrapada
en esas rejas, recostada en una cama dura y fría, se sintió impotente, le estaban arrebatando
sus sueños, las ilusiones, ahí terminaba todo.
No tuvo oportunidad de defenderse para volver a casa. Sintió dolor, tristeza, desesperación,
quería regresar el tiempo, pero era demasiado tarde y creyó que todo estaba perdido. Detrás
de las rejas conforme fueron pasando los días, los meses y años, las emociones de Mary
cambiaron poco a poco, aprendió que las cosas por algo pasan y comenzó a ver de otra
forma la vida.
Encerrada empezó a disfrutar más los pequeños momentos que pasa con su familia;
aprendió a escuchar los consejos, a ser diferente, mejor persona. Encontró tras las rejas
la verdadera felicidad, aprendió a amar sinceramente, sin esperarlo, conoció en ese sitio
desolado a aquel que la cautivó e hizo que su corazón latiera por alguien nuevamente.
Imaginó el futuro con ese hombre del que estaba orgullosa y pasar todo el tiempo posible
con él.
Pronto formalizaron su relación y se casaron. A los cuatro meses se enteraron de que
tendrían un bebé, lo esperaron con mucha ilusión, querían conocerlo, tenerlo entre sus
brazos. Disfrutaban al máximo cada momento que les permitieron estar juntos, compartieron
sus alegrías con la familia.
Ahora, Mary agradece a Dios y valora inmensamente lo que cada día le da la vida, se siente
segura y confiada de saber que tiene personas con las que cuenta incondicionalmente. El
pasado le ha enseñado a aprender de sus propios errores y la ha ayudado a construir un
presente mejor con todos los que la rodean.
Hoy sólo espera salir pronto para estar con su familia, su esposo y su pequeño Jhovany.

Román

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“Hazael” / Shardy / Monotipo

“Solenlly” / Brenda / Monotipo

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La equivocación

Creí ser feliz en mi mundo rosa, pero un


mundo gris me enseñó a serlo más.

L
a llegada de Ella fue una gran sorpresa para sus padres, pues la cigüeña no los
visitaba desde hacía quince años. La gran noticia desconcertó a toda la familia, no
se lo esperaban, no estaba en sus planes; pero aun así todos brincaron de gusto,
especialmente sus tres hermanos, quince, dieciséis y diecisiete años tenían cada uno; porque
el nuevo integrante de la familia sería niña, la única mujer.
Su padre era de carácter fuerte, frío para demostrar cariño, un poco prejuicioso, pero
estaba muy feliz; su madre era noble, sencilla y un poco sumisa, estaba contenta y preocupada
a la vez, pues, a sus treinta y ocho años, el embarazo era de alto riesgo.
Como sus padres trabajaban, cuando Ella nació, era complicado conseguir quien la cuidara,
dos de sus hermanos estudiaban y el mayor trabajaba. Aunque se turnaban para cuidarla, a
veces la dejaban encargada con alguna vecina.
La pequeña creció y llegó el momento de ir a prescolar. Le gustaba asistir a la escuela,
aunque su día favorito era el sábado, pues era cuando su madre descansaba y la tenía sólo
para ella, a pesar de que también ese día lo dedicara a limpiar la casa.
Poco tiempo después uno de sus hermanos, el mediano, se fue para “el otro lado” en
busca del sueño americano, Ella tenía una relación muy cercana con él, así que sentía mucha
tristeza al no poder verlo, con sus cuatro añitos lo extrañaba demasiado.
Ella se sentía muy solita, sus padres siempre estaban fuera de la casa trabajando y cuando
entró a la primaria las vacaciones, que para la mayoría de los niños eran lo mejor del mundo,
para Ella eran un martirio, pues sus papás tenían que buscar quien la cuidarla y así fue hasta
que tuvo edad suficiente para dejarla con más confianza en casa.
Poco a poco se acostumbró a tener la casa para ella sola, todos los días escuchaba música
a todo volumen, invitaba a sus amigas para jugar, bailar y hacer muchas cosas divertidas,
aunque en el fondo siempre se preguntaba por qué no podía comer con la familia junta, salir
juntos, por qué nadie la ayudaba a hacer la tarea; eran pocos los momentos que Ella pasaba
con toda su familia reunida.
El más chico de sus hermanos se casó, y con el más grande no tenía la confianza para
platicarle sus cosas, por la diferencia de edades, cada uno vivía en su propio mundo. Ella
deseaba tener una hermana con la cual compartir cosas de mujeres. Cerca de cumplir los
quince años, Ella tenía ya muchos amigos en la secundaria y la pasaba bien.

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Cuando salía de clases, a veces, invitaba a sus compañeros a su casa para ver películas o
para comer acompañada. En ocasiones se iba a casa de otros, pero debía regresar a las tres
de la tarde para servirle de comer a su padre, antes de que éste regresara al trabajo. Por las
tardes invitaba a su novio, el Greñudo, y juntos escuchaban música y disfrutaban haciendo
cosas “de grandes”, él le enseñó a fumar y beber alcohol.
En esa época, después de once años, su hermano regresó de Estados Unidos para festejar
su cumpleaños, pero ya no era lo mismo, después de tres semanas volvió a irse no sin antes
aconsejar a su hermana y a sus padres que Ella debía separarse del Greñudo, pues le causaba
mala espina. Pero su familia no intervino en esa relación, fue la madre de su novio quien
los separó, pues decía que Ella no era buena influencia, que inducia a su hijo a los vicios,
aunque siempre fue al contrario.
Por supuesto que Ella sufrió mucho, sintió una tristeza indescriptible, estaba tan
acostumbrada a él. Su Greñudo cambió de domicilio y ya no pudo verlo, tiempo después
lo encontró por Facebook y sintió que para Ella los hombres eran indispensables. La vida
continuó, superó esa ruptura y conoció más gente. Entró a la prepa y todo iba bien, poco
antes de cumplir los dieciocho años conoció a otro chico que la marcaría de por vida.
Se conocieron un día cualquiera gracias a unas amigas, se fueron de paseo y él llegó en su
auto quemando llanta, inmediatamente se dio el flechazo, aunque él hablaba muy raro, a
Ella le cayó muy bien y se la pasaron platicando hasta ya entrada la noche.
Tuvieron algunas citas y en una de ellas él le dijo: “Tú vas a hacer mi novia y no quiero
jaladas”. Ella pensó que era una forma muy rara de declarársele a alguien, incluso sintió un
poco de miedo, hasta sospechó que andaba en malos pasos. No sabía qué hacer, pensaba
que, si le decía que no, probablemente le haría algo, así que accedió, pero todo fue bien, él
estudiaba y trabajaba y a Ella la trataba de maravilla, incluso la presentó a su familia.
Al poco tiempo todo se tornó gris, empezaron las prohibiciones, a cada rato le escuchaba
decir: “Quítate esa falda tan rabona”, “ni se te ocurra salir si no es conmigo”, “quítate ese
piercing”, “esa amiga tuya no me cae bien”, “¿quiénes eran esos tipos con los que te vi
hablando?” Ella, por amor, o quizá por miedo, hacia todo lo que él le pedía.
Para probarle su amor, Ella le entregó su primera vez, pero él se enfureció al pensar, por
falta de “pruebas”, que su novia ya no era virgen. A partir de eso, todo comenzó a ir mal,
hasta que un buen día se dejaron. Le lloró, lo sufrió demasiado, Ella cayó en depresión, pero
después de unos meses superó la nueva ruptura.
Regresó a la preparatoria y después de mucho esfuerzo logró terminarla, pues quería
estudiar gastronomía, pero en ese entonces esa carrera sólo la ofertaban en escuelas privadas
cuya colegiatura Ella no podía pagar, así que decidió trabajar temporalmente, mientras
esperaba a que la abrieran en la universidad pública.
Entró a una empresa como telefonista y siguió llevando una vida libre, tenía más amigos y
salía seguido con ellos, su lema era “sábado de antro”. Le fascinaba ir a bailar, dar la vuelta

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Sin título / Anónimo / Grabado en linóleo

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por el centro de la ciudad y tomarse unas vikis. En ese entonces estaba de moda un sitio
donde se reunía mucho malandrillo, a Ella le atraían ese tipo de muchachos, que varias
veces le invitaban lo tragos.
Un día del año 2011, por Facebook, conoció a un chavo que recordaba haber visto antes
en el antro, platicaron mucho y se atrajeron, en una de sus conversaciones descubrieron
que vivían muy cerca uno del otro. Su primer encuentro fue inesperado, una casualidad.
Un sábado de antro, una de sus amigas le pidió se fuera a su casa al salir del trabajo y que
ahí se arreglarían para irse de fiesta como cada semana, pero que en esa ocasión irían
acompañadas de unos chicos; cuando ellos llegaron, Ella abrió la puerta y era el chavo del
Face, ambos se sorprendieron, pero no podían decir ni hacer nada pues él iba con su amiga.
Todos los amigos salieron a bailar, a tomar, a divertirse, después de ese día siguieron
comunicándose por el Face, él le puso por apodo la Flaca. No se volvieron a ver hasta que un
día, Ella y sus amigas se dirigían a una soleada y se lo toparon en la calle. Él se ofreció para
darles un aventón y cuando llegaron a su destino, él preguntó si podía pasar por ella más
tarde. Esa noche, después de salir juntos a divertirse, comenzaron una relación.
Él era un amor, nunca peleaban, era el príncipe azul que la Flaca siempre había soñado:
detallista, amoroso, atento, dedicado, ¿qué más podía pedir? Pero no todo sería perfecto,
existía un pequeño gran detalle, él hacía tiempo que había dejado de trabajar y aun así
siempre traía dinero y carros distintos. Ella no era tonta y quería saber de dónde provenía
todo aquello y varias veces lo cuestionó, pero él se negaba a contarle lo que sucedía.
Un día, cansado de tantas preguntas, él le confesó que estaba medito en unos negocios
chuecos junto con otros dos chavos y una chica. La Flaca no se escamó, siguió siendo su
novia, nunca pasó por su mente que pasaría algo malo y menos a ella ya que nunca se metió
en los asuntos de él, además, no era la primera vez que salía con un hombre que se dedicara
a la delincuencia, “era la moda”.
Lo único que le preocupaba a la Flaca era que a él le pasara algo, pues no quería dejarlo.
Ella no media el peligro, no dimensionaba el riesgo al que estaba expuesta; era tan inmadura
y confiada. A parte, ¿cómo iba a abandonar al primer hombre que le ponía atención, que
le brindaba todo su amor, al que le bajaba la luna y las estrellas, al que siempre le demostró
interés? Ella siempre había estado necesitada de amor y era tan insegura, además no tenía el
carácter para decirle que no se metiera en problemas y él nunca la involucró en sus asuntos.
Pero como toda historia, ésta llegaría a un desafortunado fin un sábado de fiesta. Se
juntaron varias parejas para ir a dar la vuelta por la ciudad, estando en ello, de pronto, los
amigos de él agarraron a un chavo. La Flaca pensó que se trataba sólo de una riña callejera.
Su novio se bajó del auto y fue a hablar con sus cuates, Ella no entendía nada, subieron a
las mujeres a su auto, y su novio le dijo que tenía que llevarlas a casa, la Flaca le dijo que
también la dejara a ella, pero él prefirió esperar a que se le bajara la borrachera. Después
de dejar a las chicas, se dirigieron a una colonia lejana, ubicada en las orillas de la ciudad.

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Mientras Ella dormitaba, él entró a una casa a la que llevaron al chico que habían agarrado
momentos antes.
La Flaca despertó completamente por un fuerte ruido y supo que algo malo pasaba. Su
novio salió de aquella casa junto con sus amigos con cara de espanto y preocupación. “¿Qué
pasa?” Le preguntó Ella. “Ya valió, salió mal esto, tengo que irme de la ciudad”, fueron las
únicas palabras que intercambiaron en ese momento. Estaba a punto de amanecer, él iba
a dejar a la Flaca a su casa y ella sólo pudo preguntar con quién se iría, cuando supo que
una mujer los acompañaría, Ella decidió irse con él. No quería dejar ir al amor de su vida y
menos en compañía de una chava.
Todo pasó muy rápido, en pocas horas arreglaron todo y tomaron carretera. En ese
momento, Ella aceptaba compartir toda responsabilidad de las acciones que él había hecho,
no dimensionó la magnitud de lo que estaba pasando. La Flaca se sentía en un sueño, a lado
de su príncipe iban camino a un destino inesperado. Él manejaba y Ella tomaba su mano.
Cruzaron la frontera del estado y a cincuenta minutos del lugar al que se dirigían varios
carros de policías federales los comenzaron a perseguir, en el momento que ordenaron se
detuviera, el conductor no dudó y paró el vehículo.
La camioneta en la que viajaban tenía reporte de robo, en ese instante la Flaca pensó que
había dejado todo por nada, su familia, sus amigos, pero nunca imaginó que esos instantes
serían los últimos en que podía disfrutar de un cielo estrellado. Él estaba muy nervioso y ella
no decía nada, sólo podía sentir cómo el latir de su corazón se aceleraba. Los esposaron y él
sólo le decía a su Flaca que todo estaría bien, que ella no había hecho nada.
La Flaca tenía mucho miedo, estaba aterrorizada, los tuvieron detenidos en unas oficinas un
par de noches; a él lo golpearon y los ministeriales los amenazaban con que si no confesaban
a Ella se la iban a coger.
Después de unas horas, a la Flaca se la entregaron a otras autoridades y la llevaron al
CERESO. Ese fue el peor día de su vida, nunca pensó que algo así le pasaría, se le vino el
mundo encima, perdió todo cuando cruzó esa puerta, esas rejas. Al entrar sintió vergüenza,
se sintió nada, recién puesto un pie dentro lo primero que recibió fueron malos tratos,
gritos; le quitaron la ropa, la hicieron hacer sentadillas desnuda; le dieron un informe y le
dijeron que dentro le darían su “calentadita” que ahí no querían a los de Zacatecas; a cada
rato le preguntaban a qué cartel pertenecía, pero la Flaca siempre alegó su inocencia.
Estuvo ahí cerca de un año, en diciembre de 2012 fue absuelta, fue libre, pero la felicidad
le duraría poco, al estar esperando el transporte para dirigirse a su tierra natal la detuvieron,
tenían una orden de aprensión en su contra por ser cómplice de secuestro y la trasladaron
a Zacatecas.
Desde el día que fue encerrada en ese lugar donde se respira soledad, miedo, tristeza y
olvido, la Flaca dejó afuera a la chiquilla caprichosa que solía ser, aunque ya era tarde, dejó
todas las cosas que ya no deseaba en su vida, como los vicios y aquel amor que la llevó hasta

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ahí, cambió su vida para siempre. Lo que más le pesa a la Flaca es haberse llevado entre las
patas a sus padres y hermanos, que siempre han estado ahí para apoyarla y ahora esperan
con ansias su libertad.
Cuando Ella ingresó a la cárcel pasaron muchas cosas por su cabeza, prefería estar muerta,
pero con el tiempo se ha dado cuenta de que es una mujer fuerte y valiente, que acepta
sus errores y que los está pagando caro, sabe que por y para algo pasan las cosas. La Flaca
extraña muchas cosas simples como la comida, el agua caliente, su privacidad, dormir hasta
tarde, hacer lo que quiere cuando quiere; en la cárcel tiene que seguir reglas, hacer lo que le
ordenan, vestir como le dice y comer lo que le dan. Ahora, la Flaca valora la libertad, antes
no sabía lo importante que era para ella.
Si bien, estar encerrada es un suplicio, la Flaca ha aprendido cosas que podrá hacer
cuando salga como bisutería, tejer, papiroflexia, hacer deporte, además de valorar las cosas
más simples como contemplar el cielo de día y de noche, a madurar, a quererse y amar a su
familia. También tiene muchos sueños por cumplir: estudiar, encontrar una buena pareja,
tener hijos y disfrutar cada instante con sus padres, esos seres hermosos que han estado
siempre al pie del cañón apoyándola.
La Flaca sabe que el encierro no es para siempre y, aunque le parece injusto estar pagando
por algo que no hizo, sabe que Dios la eligió para que pasara por eso y supiera aprovecharlo,
valorar lo malo, pero sobre todo lo bueno. Sabe que quiso comerse al mundo con sus 21 años
a lado de un chico que no valía la pena, pues él desde que, por ironías de la vida, salió libre,
no volteó para atrás, no regresó por Ella y de una forma muy cruel la Flaca se dio cuenta de
que había cometido una gran, gran equivocación.
Todo ser humano comete errores y la Flaca, a sus 30 años, desea tener otra oportunidad
de vivir y valorar la vida en libertad.

La 3Rs

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“Ilusión”, Huizar, Monotipo

Sin título / E. V. Pereyra / Monotipo

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Evento inesperado

L es voy a contar un poco de la historia de mi vida. A pesar de que han pasado muchos
años, tengo algunas memorias de mi niñez.
Recuerdo que, cuando mis padres estaban casados, todos los domingos salíamos a algún
lugar a divertirnos o ibamos a casa de una de mis tías a comer. Tengo una hermana mayor,
la cual me lleva diez años de diferencia, y otros dos medios hermanos, aunque para mí son
hermanos completos, a la menor le llevo siente años y a mi hermano, el único hombre,
ocho. Mi relación con ellos es muy buena, a veces peleamos, como en todas las familias, pero
siempre nos apoyamos.
Mi papá era muy estricto con nosotras (mi hermana mayor y yo), pero también era muy
cariñoso, no le gustaba que mi mamá nos regañara y menos que nos pegara. Todo estaba
bien en la familia, hasta que un día todo cambió. Mi padre llegó una mañana con un camión
de mudanza y nos dijo que se iría de casa porque él y mamá ya no se entendían y lo mejor
era que él se fuera.
En ese momento yo no entendía nada, era una niña de apenas cinco años, desde ese
instante ya nada volvió a ser igual. Mi hermana dejó de estudiar y se hizo rebelde; mi
mamá y mi papa no nos ponían tanta atención con lo de su divorcio; y yo, de ser una niña
obediente, pasé a ser caprichuda. Mi papá sólo nos mandaba dinero, nunca lo veíamos, pero
no lo culpo porque mi madre no dejaba que se nos acercara.
Dos años después de su separación lo volvimos a ver, pero mi hermana seguía siendo
rebelde y mi mamá ya había rehecho su vida con alguien más, con quien tuvo a mis dos
hermanos menores. Así que, con su trabajo, la casa y dos niños pequeños, menos atención
recibía de mi madre, si ni tiempo para ella tenía, qué podía esperar yo. Me sentía sola,
desplazada.
Pasaron los años y entré a la secundaria, pero me expulsaron cuando estaba en segundo
grado porque me fui de pinta muchas veces. En ese tiempo, comencé a fumar y a tomar bebidas
alcohólicas a escondidas. Cuando mi madre se enteró estaba furiosa y mi papá ni se diga.
Un día, mi mamá y mi hermana mayor me regañaron por mi desobediencia, así que tomé
algunas cosas y decidí irme de casa. Arrepentida, después de saber que me estaban buscando
como locos por todos lados, volví. Cuando regresé me dijeron que me iría a vivir con mi
papá, en ese momento estaba triste y feliz a la vez, no quería separarme de mamá, pero
desde que mi padre se había ido yo quería estar con él. Después de instalarme, buscamos
otra escuela; al final me inscribió en la que yo quise y mi castigo por haber perdido el año
fue llevarme a trabajar con él.

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Sin título / Reyes I. / Gradabo en linóleo

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Mi padre me compraba todo lo que necesitaba y le agradezco por ello. Cuando cumplí 15
años no quise fiesta, eso era para niñas y yo ya me sentía grande. En ocasiones, me salía a
escondidas por la noche para verme con un muchacho, así duramos un par de meses hasta
que un día enfermé y resultó que estaba embarazada. En ese momento no sabía qué hacer
ni qué pensar, había decepcionado a mis padres y a mi hermana mayor, aunque al final del
día me apoyaron en lo que pudieron.
Cuando mi pareja se enteró de que seríamos padres se puso muy feliz. Me fui a vivir con
él, pero fue un error haberlo hecho. Era muy celoso y agresivo, no dejaba que nadie se me
acercara ni que me hablara, llegó al punto de golpearme estando embarazada. Me hizo
muchas cosas malas que ya he perdonado. Mi familia me apoyó para que lo dejara, pero mi
inmadurez y el miedo que le tenía hicieron que regresara con él. Después de mi retorno, sólo
duramos un par de semanas viviendo juntos porque a él lo detuvieron.
Mi mamá me dio asilo en su casa para ayudarme en la etapa que estaba viviendo. Cinco
meses después, tuve la gran bendición de ser madre de una hermosa bebé, así que, con
mayor razón, tuve motivos para salir adelante. Cuando mi pequeña cumplió cinco meses,
su padre salió de la cárcel y me buscó, pero yo ya no quería nada con él. Dentro de su
impotencia, siempre que me veía me insultaba. Sus agresiones duraron un año, hasta que
me cansé y decidí irme con mi padre para ya no verlo.
Después de unas semanas, empecé a ir de nuevo a casa de mamá. Yo siempre tenía miedo
de que él quisiera quitarme a la bebé, hasta que un día se acercó y me la quiso arrebatar de
los brazos. Cuando esto pasó tomé la decisión de solicitar una restricción legal, al cabo de
dos meses de haberla pedido recibí una llamada y me dijeron que él había muerto.
Al pasar el tiempo tuve otras relaciones, yo buscaba algo diferente, no quería nada serio
con quién no valorara a mi familia. Cuando mi hija cumplió cuatro años comencé una nueva
relación sentimental que cambió mi vida 180 grados. Mi reciente pareja hizo que viera la
vida de otra forma, que empezara a madurar, a valora a las personas y creer en el amor.
Un día decidimos vivir juntos y nos llevábamos muy bien. Los dos trabajábamos, los dos
ayudábamos en las cosas de la casa, pero mi mundo cambió en un instante, pasó de ser blanco
a ser negro. Salimos de la ciudad a trabajar y sin imaginarlo nos detuvieron y encerraron
por un delito que no cometimos. Ambos, a pesar del lugar y las circunstancias, nos amamos
y nuestras familias nos apoyaban.
Cuando llegué a este lugar tenía miedo de no volver a ver a mi familia, me atemorizaba
que me fueran hacer algo. Al principio me desesperaba, me estresaba por todo, quería
llorar de cualquier cosa, pero mi pareja buscó la forma de tener contacto conmigo y eso me
tranquilizó un poco.
Al pasar el tiempo, comprendí muchas cosas, mi mundo se había derrumbado. Quería
estar con mi pareja y buscamos la manera de vernos, pero teníamos que casarnos para poder
estar, aunque sea por un instante, juntos. Pasaron casi dos años antes de conseguir una visita
conyugal, cuando lo vi tuve sentimientos encontrados, ya no quería separarme de él.

58
En este lugar he aprendido muchas cosas, a madurar, a ser más independiente y mejor
persona, a comprender la vida, a valorarla, a verla de otra forma. En este sitio hay días en
que uno amanece bien y otros mal; no puedes confiar en nadie, te vuelves egoísta; te sientes
atado de pies y manos. Aquí careces de muchas cosas, tanto sentimentales como materiales,
seamos inocentes o culpables al final del día nos encontramos aquí, en el encierro, donde
perdemos casi todo, no somos dueñas de nuestros pensamientos; aquí hay reglas internas,
incluso, a veces, hasta la autoridad abusa de su poder, pero uno calla por miedo a represalias.
Lo único que no puedes permitirte perder es la fe y la esperanza.
El deseo más grande que tengo ahora es obtener mi libertad y poder estar con mi familia.
Nadie es perfecto, pero debemos aprovechar y valorar cada segundo que la vida nos regala,
pues no sabemos que pueda pasar mañana.

J.L.F.

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Sin título / Anónimo / Grabado en linóleo

Sin título / Cardona / Dibujo

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Una tras otra

M
i nombre es Rosa Landín García, así sin sobrenombres, y recuerdo mi niñez como
si fuera ayer, marcada por la violencia y el maltrato. Nací en 1991, soy una de las
niñas más pequeñas de los ocho hijos que tuvo mi mamá, ella trabajaba en una
cantina casi todo el día y parte de la noche, por lo que nos dejaba al cuidado de mi abuela
y mis hermanas mayores.
Una de mis memorias de maltrato se remonta al año 2002. Como mi madre no estaba en
casa se me hizo fácil irme a jugar a las muñecas con una de mis vecinas, el tiempo pasó muy
rápido y llegué tarde a casa. Mi abuela ya me esperaba, tenía sobre la mesa una manguera,
un cable y un palo para darme una golpiza. Ella decía que con diez golpes aprendería y no
volvería a salirme sin permiso y si lo hacía ya sabía lo que sucedería.
En otra ocasión, una de mis hermanas perdió su anillo de matrimonio y, como decían que
yo era muy hiperactiva, me echaron la culpa, dijeron que yo lo había agarrado. Ese día fue
un infierno para mí. Recuerdo que buscaron por todos lados, hasta en los botes de basura,
pero como no lo encontraban mi hermana me señaló y me cuestionó muy molesta: “¿Dónde
está el anillo que dejé en esta caja?”, aunque yo le repetí muchas veces que no lo había
tomado, comenzó a pegarme con un cable.
Con las piernas todas lastimadas, me puse a buscarlo, quería encontrarlo antes de que
mi madre volviera del trabajo, pues temía que si le decía algo mis hermanas volverían a
golpearme, así que nunca le comenté nada. Afortunadamente lo encontraron de rato,
cuando llegó otra de mis hermanas y dijo que ella lo tenía, que dejaran de lastimarme. Yo
sentí dolor por todo el cuerpo, en la cabeza, los brazos y, sobre todo, en las piernas. Todo
terminó con una disculpa que no eliminó el sufrimiento.
Esa noche dormí debajo de la cama porque tenía mucho miedo, cuando llegó mamá la
abrace fuerte y le pedí que nunca me dejara sola, ella me respondió tiernamente: “Tranquila,
siempre estaré contigo, Rosita”, aunque yo sabía que tenía que trabajar, sentí un poco de
alivio al saber que había una persona en el mundo que me amaba realmente.
Otra situación traumática que viví pasó en el 2004. Tenía 13 años, mi abuela me pidió que
la acompañara al negocio de abarrotes de un tío quien le fiaba el mandado. Ese día sentí por
primera vez el pene de un hombre; mientras mi abuela iba a otros mandados yo me quedé
en esa tienda eligiendo los productos de la lista que me había dado. De pronto, mi tío se
acercó demasiado a mí y tomó mi mano, la puso en su miembro y la frotó. Para mí fue algo
muy extraño, pero él me dijo que no le dijera nada a nadie, menos a mi mamá, si lo hacía
él le diría a mis hermanas que yo lo había robado, y como yo les tenía mucho temor jamás
conté nada.

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En septiembre del 2007, recién había cumplido yo 16 años, me cuidaba una de mis
hermanas mayores. Una de sus amigas le pidió que fuera con ella a la feria a ver un grupo
juvenil de moda, mi hermana dudó un poco porque yo estaba bajo su cuidado, pero su
amiga la convenció diciéndole que podía llevarme, al fin que ya no era tan pequeña. Nunca
imaginé lo que pasaría esa noche. Cuando terminó el concierto, un conocido de la amiga
de mi hermana, nos invitó a seguir la fiesta en su departamento, fuimos, pero ellos tres ya
estaban muy tomados. Yo no sabía qué hacer.
Estábamos en la sala de la casa del muchacho y él tocaba todo el cuerpo de mi hermana,
de repente le dijo que me ordenara acompañarlo por otras botellas de vino al segundo piso.
No había opción, mi hermana estaba muy ebria como para saber qué hacía, al igual que su
amiga. Así que subí con él, entramos a su habitación, sorpresivamente me empujó hacia la
cama, tapó mi boca y con su dedo índice hizo una señal de silencio en sus labios. Me estrujó,
me bajó un poco los pantalones y en ese momento perdí la inocencia. Sólo podía gritar por
dentro: “Dios, ayúdame, me duele mucho. Por favor, ayúdame”.
Ese día el silencio se adueñó de mí, cuando llegamos a casa corrí a mi cama y me cubrí
hasta la cabeza con las cobijas. Mi hermana me preguntó varias veces que qué me ocurría,
pero yo no podía hablar, sólo lloraba, el aire me faltaba y lo único que quería era salir
corriendo, escapar de aquella casa, de esa realidad. El temor creció al imaginar que, si decía
algo, mis hermanas me golpearían por dejar que pasara.
No aguantaba más mi situación, necesitaba una salida rápida. Al día siguiente por la
noche, salí de casa a escondidas, cerca de la calle donde vivía se juntaban unos chicos,
siempre eran cinco, a los que mi mamá llamaba malandros mariguanos. Me acerqué a ellos
y les pedí un trago de una caguama que se estaban rolando. Todo iba bien, comenzaba a
relajarme, me cuestionaron el porqué estaba ahí y sin más les platiqué lo sucedido, necesitaba
decirlo, sacarlo, porque me estaba consumiendo por dentro. Cuando les conté me sentí un
poco liberada. Avanzada la noche, entre ellos hicieron señales extrañas y noté miradas de
complicidad. No supe en qué momento se acercaron todos a mí, me taparon la boca y uno
por uno abusaron de mi cuerpo. No podía creer lo que me estaba pasando.
Un mes después, mi madre notó mi tristeza, mi depresión, sabía que algo pasaba y me
cuestionó tiernamente. Sólo pude decirle que creía que estaba embarazada, ella preguntó
que quién era el padre y yo guardé silencio. Ese día perdí el apoyo de mi familia, me cerraron
las puertas de la casa. Trabajé duro mientras pude, pero después de que nació el bebé, una
hermosa niña, busqué empleo, mas nadie me contrató; la desesperación se apoderó de mí y
decidí tomar el camino de la prostitución. Fue una época muy dura.
Tiempo después, un cliente me dijo que se había enamorado de mí y me propuso
matrimonio, prometió cuidar de mí y de mi hija. La única condición que me puso fue
guardar el secreto de mi trabajo a su familia, que él se encargaría de lo demás. Así que un
día cualquiera me fui con él, sus padres me aceptaron con mi hija. Fui feliz, al menos por
un instante. Conforme pasaron los días, él cambió su comportamiento totalmente, no me

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“M y M” / Adriana / Monotipo

Sin título / Rivera / Monotipo

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dejaba salir y me golpeaba cuando se enojaba. En una ocasión, por venganza a sus malos
tratos, decidí contarle a su familia de dónde él me había sacado.
Por supuesto, el matrimonio nunca sucedió. Me corrió de su casa. Quemó toda mi ropa y
la de mi pequeña. Yo no sabía que estaba enfermo de neurosis. Así que busqué a mi madre
y me recibió nuevamente en su hogar. Yo no encontraba empleo y volví a prostituirme, pero
decidí estudiar y lo hice en el INEA. Al mes y medio noté que tenía síntomas de embarazo,
me hice una prueba de las que venden en la farmacia y sí, estaba esperando a mi segundo
hijo y era del hombre que acababa de abandonarme.
Un día uno de mis maestros se acercó a mí y me dijo que sabía en qué trabajaba y que
deseaba ayudarme con un poco de dinero. Me propuso ir a platicar sobre el asunto, a dar una
vuelta, que volveríamos pronto. Me fui pensando en que quizá mi futuro cambiaría un poco.
Llegamos a un sitio alejado de la ciudad, él sacó una botella de tequila y comenzó a beber.
Le dije que mejor regresáramos, que ya era tarde. Comenzó a tocarme las piernas. Forcejé
con él, de repente sacó un arma, me apuntó a la cabeza y me dijo que, si no cooperaba, me
mataría, así que cedí a todo lo que él quiso hacerme.
¿Qué más podía pasarme? Yo tenía mucho miedo de ese hombre, lo conocía, vivía en la
misma colonia que mi madre y siempre que lo veía con su esposa y su hija, pensaba en lo
malvado que era. En esa época comencé a cortarme las piernas pensando en todo lo que
había sobrevivido. Pensaba: “dolor con dolor se acaba”; seguí con mis brazos y mis manos.
Recuerdo que abrazaba a mi hija y le decía: “Nadie te hará daño mi princesa, mamá estará
contigo y con tu hermana. Las amo con todo mi corazón”.
En el 2011 nació mi segunda hija, la cual amo, fue cuando decidí hacerme la salpingo para
ya no tener hijos, porque yo siempre pensé que un hijo requiere mucha atención y yo no
podía dárselas. Seis años después conocí a una amiga, ella me invitaba seguido a su casa,
pero nunca imaginé que su esposo anduviera en malos pasos. Una tarde del 2017, salimos
a dar una vuelta ella, su marido, su hermana, su cuñada y yo. Estábamos llegando a su casa
cuando de pronto salió una camioneta verde y los hombres que iban en ella comenzaron a
disparar contra nosotros. Mi amiga estaba embarazada y su esposo estaba muy asustado. Nos
gritaba que nos agacháramos, que saliéramos del vehículo.
Logré salir del auto y el hombre que nos disparaba me gritó que me tirara al suelo. El
esposo de mi amiga echó andar su carro en reversa. El tipo me ordenó que me subiera a la
camioneta y me quedara quieta, si me movía me dispararía; me agaché pidiéndole ayuda a
Dios, solo podía pensar en mis hijas y comencé a orar. Llegamos a una calle cercana y me
cambiaron de vehículo, me subieron a una camioneta de los ministeriales; recuerdo que
eran muchos, me acusaron de que era una secuestradora y comenzaron a golpearme. Me
encerraron mientras investigaban el asunto. Supe que agarraron a todos, a mí me acusaron
de intento de homicidio más logré salir a los tres días por falta de pruebas. Mi amiga también
salió rápido, pero su esposo fue condenado a tres años de prisión.

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Pasaron los meses y en el 2018 mi madre enfermó de gravedad; yo la cuidaba en el hospital.
Uno de esos días llegó mi hermana a relevarme, me despedí de mamá y le dije cuanto la
amaba. Tuve un pequeño presentimiento e instintivamente le pedí perdón por todo lo que
había sufrido por mí; ella sólo me dijo: “No tengo nada que perdonarte, eres mi hija y te
quiero”; me dio un beso en la mejilla y yo besé sus manos. Me fui a casa.
Otra de mis hermanas cuidaba a mis hijas y esa noche descansé para recargar pilas y seguir
cuidando a mi mamá. Al amanecer, abracé a mi pareja, lo conocí meses atrás y vivíamos
juntos. Era un buen hombre. Nos preparábamos para realizar las actividades del día; él me
pidió ir a la tienda a comprarle un rastrillo, mientras se daba una ducha.
Fui a la tienda y vi a dos hombres sentados en una banca afuera del negocio. Ambos
se acercaron a mí, detuvieron mi paso y sin decirme nada, uno de ellos sacó un celular
e inmediatamente llegó una camioneta de los ministeriales y me subieron. Pregunté qué
pasa, pero nadie respondió. Llegamos a la ministerial, escribieron mis datos y me tomaron
las huellas digitales; yo sólo les preguntaba qué pasaba y una mujer me dijo bruscamente:
“¡Hazte qué no sabes!” Esperé en una banca y me dieron un papel donde decía que estaba
acusada de secuestro agravado. En ese momento entendí todo, me acusaban junto con el
esposo de mi amiga, al que habían encerrado un año atrás.
Me trajeron al CERESO femenil y me dejaron aquí. Los primeros días la pasé llorando pues
yo no sabía nada, no había hecho nada. Sólo podía pensar en mis hijas y mi madre, no toleraba
la idea dejarlas solas. Me ingresaron el 18 de octubre del 2018, han pasado los meses y mi vida
se colapsó, tengo depresión e hipertensión por tanto estrés que genera el encierro.
El 24 de mayo del 2019 me avisaron que mi madre había fallecido, sentí morirme, los
recuerdos volvieron a mi mente; pensé en todo lo que había vivido y ahora sólo le pido a
Dios que no me abandone. Es imposible sentir tanto dolor, pasar por tanto sufrimiento.
Tengo fe y esperanza en el Señor, le pido que bendiga a mis hijas y las cuide mientras yo sigo
aquí enclaustrada. Sé que debo ser fuerte y que un día todo esto terminará.

Rosa Landín

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Solenlly” / Brenda / Grabado en linóleo

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Cuando salga

T
engo unos cuantos años aquí dentro. Cuando todo comenzó, yo pensaba que sólo
iba a estar privada de mi libertad, pero no fue así; en este sitio estoy privada de
infinidad de cosas, entre ellas, la comida. Cuando amanece, ¡cómo se me antoja
desayunar unos huevitos estrellados, una conchita blanca y un cafecito! A mediodía, casi
siempre, deseo como colación una jugosa y deliciosa manzana verde y unos hot cakes con
mucha miel.
Me encantaría comer un pedazote de bistec, con mucho queso y salsa verde, acompañado
con unos frijolitos refritos en manteca y un plato de ensalada César. De postre, fantaseo con
una copa jumbo de helado sabor chocolate, con dos galletitas de nieve y su cerecita, de ésas
que vendían en las neverías Barroca.
Me encantaría de cena, para dormir a gusto, como lo hace la gente libre, un elote con extra
mayonesa y queso y, claro, otra conchota blanca con un cafecito bien caliente.
En fin, volviendo a mi cruda realidad, es hora de dejar de soñar, despertar e irme a cenar,
ya gritaron: “¡celda 7!” ¿Qué me darán? ¡No!, ¡otra vez no! ¡Chayote y frijoles!
Cuando ponga un pie afuera de este lugar, ¿qué voy a hacer? Mmmm, hay un Oxxo en el
entronque, a unos metros de este sitio, ¿qué agarraré primero? una paleta Solero de piña
con coco, unos tamarindos, unos chocolates Hershey con almendra y unas Sabritas verdes de
limón. Sí, eso comeré primero, ya me estoy saboreando.
Esto es una tortura psicológica, siento que se me va a reventar la hiel. Pero cuando salga
voy a arrasar con esa tienda.
Cuando salga...

Anónima

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Sin título / E. V. Pereyra / Grabado en linóleo

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DIRECTORIO

Alejandra Frausto Guerrero


Secretaria de Cultura

María de los Ángeles Guadalupe Castro Gurría


Directora General Adjunta del Centro Nacional de las Artes

Alejandro Tello Cristerna


Gobernador Constitucional del Estado de Zacatecas

Alfonso Vázquez Sosa


Director General del
Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”

Mercedes Oteyza y Manuel Felguérez


Presidentes Honorarios del Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez

Víctor Hugo Becerra Femat


Director del Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez

José Luis González Martínez


Subdirector del Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez

Plinio Humberto Avila Márquez


Coordinador General del Centro de Formación
Producción e Investigación Gráfica Museograbado
Metamorfosis. Trazos de libertad.,
se editó en Zacatecas, Zacatecas, México en 2020.
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