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TALENTO

Thomas Alva Edison


Thomas Alva Edison, el menor de cuatro hermanos, nació el 11 de febrero de
1847, en Milan, una pequeña población de Ohio en la que se había establecido
su padre, Samuel Edison, seis años antes. Su padre tuvo que abandonar
precipitadamente Canadá a consecuencia de una rebelión contra los ingleses en
la que tomó parte y que terminó en fracaso. Marginada por el ferrocarril, la
actividad en Milan fue disminuyendo poco a poco, y la crisis afectó a la familia
Edison, que tuvo que emigrar de nuevo a un lugar más próspero cuando su hijo
Thomas ya había cumplido la edad de siete años.

El nuevo lugar de residencia fue Port Huron, en Michigan, donde el futuro inventor
asistió por primera vez a la escuela. Fue ésa una experiencia muy breve: duró sólo tres meses, al cabo de los cuales
fue expulsado de las aulas, alegando su maestro la falta absoluta de interés y una torpeza más que manifiesta,
comportamientos éstos a los que no era ajena una sordera parcial que contrajo como secuela de un ataque de
escarlatina.

Su madre, Nancy Elliot, que había ejercido como maestra antes de casarse, asumió en lo sucesivo la educación del
joven benjamín de la familia, tarea que desempeñó con no poco talento, ya que consiguió inspirar en él aquella
curiosidad sin límites que sería la característica más destacable de su carrera a lo largo de toda su vida.

Cumplidos los diez años, el pequeño Thomas instaló su primer laboratorio en los sótanos de la casa de sus padres y
aprendió él solo los rudimentos de la química y la electricidad. Pero a los doce años, Edison se percató además de
que podía explotar no sólo su capacidad creadora, sino también su agudo sentido práctico. Así que, sin olvidar su
pasión por los experimentos, consideró que estaba en su mano ganar dinero contante y sonante materializando alguna
de sus buenas ocurrencias.

Su primera iniciativa fue vender periódicos y chucherías en el tren que hacía el trayecto de Port Huron a Detroit. Había
estallado la Guerra de Secesión y los viajeros estaban ávidos de noticias. Edison convenció a los telegrafistas de la
línea férrea para que expusieran en los tablones de anuncios de las estaciones breves titulares sobre el desarrollo de
la contienda, sin olvidar añadir al pie que los detalles completos aparecían en los periódicos; esos periódicos los vendía
el propio Edison en el tren y no hay que decir que se los quitaban de las manos.

Al mismo tiempo, compraba sin cesar revistas científicas, libros y aparatos, y llegó a convertir el vagón de equipajes
del convoy en un nuevo laboratorio. Aprendió a telegrafiar y, tras conseguir a bajo precio y de segunda mano una
prensa de imprimir, comenzó a publicar un periódico por su cuenta, el Weekly Herald. Una noche, mientras se
encontraba trabajando en sus experimentos, un poco de fósforo derramado provocó un incendio en el vagón. El
conductor del tren y el revisor consiguieron apagar el fuego y seguidamente arrojaron por las ventanas los útiles de
imprimir, las botellas y los mil cacharros que abarrotaban el furgón. Todo el laboratorio y hasta el propio inventor fueron
a parar a la vía. Así terminó el primer negocio de Thomas Alva Edison.

El joven Edison tenía sólo dieciséis años cuando decidió abandonar el hogar de sus padres. La población en que vivía
le resultaba ya demasiado pequeña. No faltándole iniciativa, se lanzó a la búsqueda de nuevos horizontes. Por suerte,
dominaba a la perfección el oficio de telegrafista, y la guerra civil había dejado muchas plazas vacantes, por lo que,
fuese donde fuese, le sería fácil encontrar trabajo.

Edison en 1878

Durante los siguientes cinco años Edison llevó una vida errante, de pueblo en pueblo, con empleos ocasionales. Se
alojaba en sórdidas pensiones e invertía todo cuanto ganaba en la adquisición de libros y de aparatos para
experimentar, desatendiendo totalmente su aspecto personal. De Michigan a Ohio, de allí a Indianápolis, luego
Cincinnati, y unos meses después Memphis, habiendo pasado antes por Tennessee.
Su siguiente trabajo fue en Boston, como telegrafista en el turno de noche. Llegó allí en 1868, y poco después de
cumplir veintiún años pudo hacerse con la obra del científico británico Michael Faraday Experimental Researches in
Electricity, cuya lectura le influyó muy positivamente. Hasta entonces, sólo había merecido la fama de tener cierto don
mágico que le permitía arreglar fácilmente cualquier aparato averiado. Ahora, Faraday le proporcionaba el método para
canalizar todo su genio inventivo. Se hizo más ordenado y disciplinado, y desde entonces adquirió la costumbre de
llevar encima un cuaderno de notas, siempre a punto para apuntar cualquier idea o hecho que reclamara su atención.

Convencido de que su meta profesional era la invención, Edison abandonó el puesto de trabajo que ocupaba y decidió
hacerse inventor autónomo, registrando su primera patente en 1868. Se trataba de un contador eléctrico de votos
que ofreció al Congreso, pero los miembros de la cámara calificaron el aparato de superfluo. Jamás olvidó el inventor
estadounidense esta lección: un invento, por encima de todo, debía ser necesario.

Sin un real en el bolsillo, Edison llegó a Nueva York en 1869. Un amigo le proporcionó alojamiento en los sótanos de
la Gold Indicator Co., oficina que transmitía telegráficamente a sus abonados las cotizaciones de la bolsa neoyorquina.
Al poco de su llegada, el aparato transmisor se averió, lo que provocó no poco revuelo, y él se ofreció voluntariamente
a repararlo, lográndolo con asombrosa facilidad. En recompensa, se le confió el mantenimiento técnico de todos los
servicios de la compañía.
Pero como no le interesaban los empleos sedentarios, aprovechó la primera ocasión que se le presentó para trabajar
de nuevo por su cuenta. Muy pronto recibió un encargo de la Western Union, la más importante compañía telegráfica
de entonces. Se le instaba a construir una impresora efectiva de la cotización de valores en bolsa. Su respuesta a este
reto fue su primer gran invento: el Edison Universal Stock Printer. Le ofrecieron por el aparato 40.000 dólares, cantidad
que le permitió por fin sentar la cabeza. Se casó en 1871 con Mary Stilwell, con la que tuvo dos hijos y una hija, e
instaló un taller pequeño pero bien equipado en Newark, Nueva York, en el que continuó experimentando en el telégrafo
en busca de nuevos perfeccionamientos y aplicaciones. Su mayor contribución en ese campo fue el sistema cuádruple,
que permitía transmitir cuatro mensajes telegráficos simultáneamente por una misma línea, dos en un sentido y dos
en otro.
El laboratorio de Menlo Park

Bien pronto se planteó Edison la construcción de un verdadero centro de investigación, una «fábrica de inventos», como
él lo llamó, con laboratorio, biblioteca, talleres y viviendas para él y sus colaboradores, con el fin de realizar no importa
qué investigaciones, mientras fuesen prácticas, ya fueran por encargo o por puro interés personal. Los recursos
económicos no le faltaban y las proporciones de sus proyectos se lo exigían. Buscó un lugar tranquilo en las afueras
de Nueva York hasta que encontró una granja deshabitada en el pueblecito de Menlo Park. Fue el lugar elegido para
construir su nuevo cuartel general, el primer laboratorio de investigaciones del mundo, de donde habrían de salir
inventos que cambiarían las costumbres de buena parte de los habitantes del planeta.
Se instaló allí en 1876 (tenía entonces veintiocho años), e inmediatamente se puso a trabajar. La búsqueda de un
transmisor telefónico satisfactorio reclamó su atención. El inventado por Alexander Graham Bell, aunque teóricamente
bien concebido, generaba una corriente tan débil que no servía para aplicaciones generales. Sabía que las partículas
de grafito, según se mantuvieran más o menos apretadas, influían sobre la resistencia eléctrica, y aplicó esta propiedad
para crear un dispositivo que amplificaba considerablemente los sonidos más débiles: el micrófono de gránulos de
carbón, que patentó en 1876.

Edison con su dictáfono, una de las


aplicaciones derivadas del fonógrafo

Era habitual en Edison que un trabajo le llevase a otro, y el caso anterior no fue una excepción. Mientras trataba de
perfeccionar el teléfono de Bell observó un hecho que se apresuró a describir en su cuaderno de notas: «Acabo de
hacer una experiencia con un diafragma que tiene una punta embotada apoyada sobre un papel de parafina que se
mueve rápidamente. Las vibraciones de la voz humana quedan impresas limpiamente, y no hay duda alguna que podré
recoger y reproducir automáticamente cualquier sonido audible cuando me ponga a trabajar en ello». Liberado, pues,
del teléfono, había llegado el momento de ocuparse del asunto. Un cilindro, un diafragma, una aguja y otros útiles
menores le bastaron para construir en menos de un año el fonógrafo, el más original de sus inventos, un aparato que
reunía bajo un mismo principio la grabación y la reproducción sonora.

El propio Edison quedó sorprendido por la sencillez de su invento, pero pronto se olvidó de él y pasó a ocuparse del
problema del alumbrado eléctrico, cuya solución le pareció más interesante. «Yo proporcionaré luz tan barata -afirmó
Edison en 1879- que no sólo los ricos podrán hacer arder sus bujías.» La respuesta se encontraba en la lámpara de
incandescencia. Se sabía que ciertos materiales podían convertirse en incandescentes cuando en un globo privado de
aire se les aplicaba corriente eléctrica. Sólo restaba encontrar el filamento más adecuado. Es decir, un conductor
metálico que se pudiera calentar hasta la incandescencia sin fundirse, manteniéndose en este estado el mayor tiempo
posible.

Antes que Edison, muchos otros investigadores trabajaron en esta dirección, pero cuando él se incorporó lo hizo sin
regatear esfuerzo alguno. Trabajó con filamentos de las más distintas especies: platino, que desestimó por caro, carbón,
hollín y otros materiales, e incluso envió a sus colaboradores al Japón, a América del Sur y a Sumatra para reunir
distintas variedades de fibras vegetales antes de escoger el material que juzgó más conveniente. La primera de sus
lámparas estuvo lista el 21 de octubre de 1879. Se trataba de una bombilla de filamento de bambú carbonizado, que
superó las cuarenta horas de funcionamiento ininterrumpido. La noticia del hecho hizo caer en picado las acciones de
las compañías de alumbrado de gas.
Con la invención que le dio celebridad (c. 1918)

En años sucesivos, Edison se ocupó en mejorar su bombilla, y fue esta actividad la que le llevó hacia el único de sus
descubrimientos que pertenece a una área estrictamente científica. Ocurrió en 1883, mientras trataba de averiguar
por qué su lámpara de incandescencia se ennegrecía con el uso. En el transcurso de tales investigaciones, el prolífico
inventor presenció la manifestación de un fenómeno curioso: la lámpara emitía un resplandor azulado cuando era
sometida a ciertas condiciones de vacío y se le aplicaban determinados voltajes. Edison averiguó que tal emisión
luminosa estaba provocada por la inexplicable presencia de una corriente eléctrica que se establecía entre las dos
varillas que sostenían el filamento de la lámpara, y utilizó dicho fenómeno, que recibió su nombre, para concebir un
contador eléctrico cuya patente registró en 1886.
De hecho, Edison pudo haber dado aquí el paso de la electrotecnia a la electrónica. No supo, sin embargo calibrar la
importancia del descubrimiento Su método, más próximo al «ensayo y error» que a la deducción científica, se lo impidió.
Hubo que esperar a que el ingeniero británico John Ambrose Fleming, un tecnólogo de sólida formación científica, diera
el paso en 1897 cuando logró, tras discretas modificaciones, transformar el contador eléctrico de Edison en la válvula
de vacío, el primero de una larga serie de dispositivos eléctricos que dieron origen a una nueva era tecnológica.
Más de un millar de inventos

En 1886, dos años después de que falleciera su esposa, Edison se casó con Mina Miller, mujer de carácter fuerte, hija
de un rico industrial de Akran, Ohio, cuya influencia sobre su excéntrico marido se hizo notar, ya que consiguió hacer
de él una persona más sociable. El matrimonio tuvo tres hijos, uno de los cuales, Charles, se dedicó a la política,
llegando a convertirse en gobernador del estado de Nueva Jersey.

Al año de casarse, Edison trasladó su laboratorio de Menlo Park, a la sazón pequeño, a West Orange, Nueva Jersey.
Creó allí un gran centro tecnológico, el Edison Laboratory (hoy monumento nacional), en torno al cual levantó
numerosos talleres, que daban trabajo a más de cinco mil personas.

Uno de los talleres de West Orange

La electricidad continuó absorbiendo la mayor parte de su tiempo, pues se ocupaba de todos los aspectos relativos a
su producción y distribución. No con mucha suerte, sin embargo, ya que cometió un grave error al insistir en el sistema
de corriente continua cuando existían razones de peso en favor de la corriente alterna. Edison se interesó también por
muchos otros sectores industriales: la producción de cemento y de materias químicas, la separación electromagnética
del hierro y la fabricación de baterías y acumuladores para automóviles fueron algunos de sus preferidos.
Su último gran invento fue el Kinetograph, cuya patente registró en 1891. Se trataba de una rudimentaria cámara de
cine que incluía, sin embargo, un ingenioso mecanismo para asegurar el movimiento intermitente de la película. En
1894 Edison abrió el Kinetoscope Parlor en Broadway, Nueva York, donde un solo espectador se sentaba frente a
una mirilla en una cabina de madera para ver la película, que se iluminaba desde atrás por una lámpara eléctrica.
Aunque el Kinetoscope Parlor despertó inmediatamente la atención como atracción de feria, Edison no creyó nunca
que fuese importante encontrar algún sistema de proyección para mayores auditorios, lo que le impidió dar el paso
definitivo al cinematógrafo de los hermanos Lumière.

El Kinetoscope Parlor

La actividad de este genial inventor se prolongó más allá de cumplidos los ochenta años, completando la lista de sus
realizaciones tecnológicas hasta totalizar las 1.093 patentes que llegó a registrar en vida. La arteriosclerosis, sin
embargo, fue minando la salud de este inquieto anciano, cuyo fallecimiento tuvo lugar el 18 de octubre de 1931, en
West Orange, Nueva Jersey.
ELEMTOS CLAVES
Thomas Edison, fue un hombre que conforme fue viviendo su vida, iba adquiriendo experiencias, vivencias que lo harían
un hombre sabio. Además, en su labor de dejar un legado para el futuro, más allá de sus inventos, es decir, fomentar
en las futuras generaciones, las ideas y la invención mismas.
Tomando en cuenta esos principios que fueron claves en la vida del Edison y que hoy día lo conocemos gracias a que
sus ideas e inventos lo hicieron inmortal. Su legado perdura más allá de la muerte, y se convierte en ejemplo a seguir
de las nuevas generaciones. He aquí algunas de las frases más célebres de Thomas Edison:
«Nunca hice nada por casualidad, ni ninguno de mis inventos llegaron por accidente; llegaron por el trabajo».
-Thomas Alva Edison-
«El primer requisito para el éxito es la capacidad de aplicar tus energías físicas y mentales a un problema, sin cesar y
sin cansarse».
-Thomas Alva Edison-
«Nuestra mayor debilidad radica en renunciar. La forma más segura de tener éxito es siempre intentarlo una vez más».
-Thomas Alva Edison-
«Si hiciéramos todas las cosas de las que somos capaces , literalmente nos sorprenderíamos a nosotros mismos».
-Thomas Alva Edison-
«Las personas no son recordadas por el número de veces que fracasan, sino por el número de veces que tienen éxito».
-Thomas Alva Edison-

SUPERDOTACION

Bill Gates
(William Henry Gates III; Seattle, Washington, 1955) Informático y empresario estadounidense, fundador de Microsoft.
La fortuna de este precoz programador, que no llegó a terminar sus estudios y que a los 31 años era ya multimillonario,
procede del éxito arrollador de su sistema operativo, el MS-DOS (1981), que evolucionaría hasta convertirse en el
popular Windows 3.1 (1992) y daría lugar a las sucesivas versiones de este sistema operativo, omnipresente hasta
nuestros días en la inmensa mayoría de los ordenadores portátiles y de sobremesa.

Bill Gates
Es difícil juzgar hasta qué punto fue suerte o genial intuición advertir que, en la eclosión de la informática de consumo,
había un mercado tan valioso en la fabricación de ordenadores (hardware) como en la creación del sistema operativo
y de los programas que habían de emplearse en ellos (software). Lo cierto es que, mientras los fabricantes competían
duramente por el hardware, una serie de circunstancias llevaron a que su sistema operativo se extendiese hasta quedar
sin apenas competencia. De hecho, a menudo se ha acusado a Microsoft de prácticas monopolísticas, y a su fundador
de falta de verdadera creatividad. Pero, aun admitiéndolo, deberá reconocerse que su contribución efectiva a la
popularización de la informática (y a la vertiginosa escalada tecnológica que ha conllevado) fue inmensa.
Biografía

Bill Gates nació en una familia acomodada que le proporcionó una educación en centros de élite como la Escuela de
Lakeside (1967-73) y la Universidad de Harvard (1973-77). Siempre en colaboración con su amigo Paul Allen, se
introdujo en el mundo de la informática formando un pequeño equipo dedicado a la realización de programas que
vendían a empresas o administraciones públicas.
En 1975 se trasladaron a Alburquerque (Nuevo México) para trabajar suministrando a la compañía MITS una serie de
programas susceptibles de ser utilizados con el primer microordenador, el Altair, para el cual habían desarrollado una
versión del lenguaje de programación BASIC. Ese mismo año fundaron en Alburquerque su propia empresa de
producción de software informático, Microsoft Corporation, con Bill Gates como presidente y director general. Su
negocio consistía en elaborar programas adaptados a las necesidades de los nuevos microordenadores y ofrecérselos
a las empresas fabricantes más baratos que si los hubieran desarrollado ellas mismas. Cuando, en 1979, Microsoft
comenzó a crecer (contaba entonces con dieciséis empleados), Bill Gates decidió trasladar su sede a Seattle.
El negocio del software
A principios de la década de 1970, la invención del microprocesador permitió abaratar y reducir el tamaño de las
gigantescas computadoras existentes hasta entonces. Era un paso decisivo hacia un sueño largamente acariciado por
muchas empresas punteras en el sector tecnológico: construir ordenadores de tamaño y precio razonable que
permitiesen llevar la informática a todas las empresas y hogares. El primero en llegar podría iniciar un negocio
sumamente lucrativo y de enorme potencial. Era impensable que una empresa como Microsoft, dedicada solamente
al software (sistemas operativos y programas) pudiese jugar algún papel en esta carrera entre fabricantes
de hardware, es decir, de máquinas.
Paul Allen y Bill Gates

Y así fue al principio: una competición entre fabricantes de ordenadores no demasiado honesta, pues hubo más de un
plagio. A mediados de los años setenta, en un garaje atestado de latas de aceite y enseres domésticos, Steve Jobs y
Stephen Wozniak diseñaron y construyeron una placa de circuitos de computadora, toda una muestra de innovación y
de imaginación. Al principio tenían la intención de vender sólo la placa, pero pronto se convencieron de la conveniencia
de montar una empresa, Apple, y vender ordenadores. En 1977 empezaron a comercializar la segunda versión de su
computadora personal, el Apple II, que se vendía con un sistema operativo también creado por Apple: un hito histórico
que marca el nacimiento de la informática personal.
Bastante ingenuamente, Apple cometió el error de dar a conocer a otras empresas las especificaciones exactas del
Apple II. Para desarrollar su primer ordenador personal, la empresa IBM copió y adaptó la arquitectura abierta del
ordenador de Apple y escogió el microprocesador Intel 8088, que manejaba ya caracteres de 16 bits. De este modo,
en 1981, IBM pudo lanzar su primer PC (Personal Computer, ordenador personal). Pero el sistema operativo de su
PC, imprescindible para su funcionamiento, no había sido creado por IBM, sino por Microsoft. Un año antes, en 1980,
Bill Gates había llegado a un acuerdo con IBM para suministrarle un sistema operativo adaptado a sus ordenadores
personales, el MS-DOS, que desde 1981 iría instalado en todos los ordenadores de la marca.
IBM obtuvo un gran éxito comercial con su PC. Con un precio que, con el paso de los años, sería cada vez más
asequible, cualquier consumidor podía comprar una computadora de tamaño reducido, cuyas aplicaciones no hacían
sino aumentar, y que abarcaban tanto el ocio como múltiples actividades laborales. Pero IBM también cometió errores
en el uso de la patente. Muchas empresas, conscientes del gran boom que se avecinaba, se lanzaron a la fabricación
y comercialización de PC compatibles, llamados en la jerga informática clónicos, más económicos que los de IBM.

El mercado se inundó de ordenadores personales compatibles con el de IBM que funcionaban con el sistema operativo
de Microsoft, que podía venir instalado o adquirirse por separado, porque, aunque IBM lo había encargado, el MS-DOS
no era de sus propiedad: había cedido los derechos de venta a Microsoft. Por otro lado, aparte de las empresas y
administraciones, no siempre los usuarios adquirían la licencia del MS-DOS. Era sencillísimo conseguir una copia e
instalarlo sin pagar, hecho que favoreció aún más su difusión.
Del MS-DOS a Windows
Aún existían otra opciones, pero se quedaron en minoritarias: gracias a su bajo coste, la combinación PC más MS-DOS
acabó copando el mercado y convirtiéndose en el estándar. Mientras los fabricantes de ordenadores intentaban reducir
costes, entregados a una guerra de precios de la que nadie pudo sacar una posición dominante, una empresa
de software, la de Bill Gates, se hizo con prácticamente todo el mercado de sistemas operativos y buena parte del de
programas.
A partir de ese momento, la expansión de Microsoft fue espectacular. Y no sólo porque los PC necesitaban un sistema
operativo para funcionar, sino también porque los programas y aplicaciones concretas (un procesador de textos, un
hoja de cálculo, un juego) se desarrollan sobre la base de un sistema operativo en concreto, y ese sistema era el MS-
DOS. Las distintas empresas de software (y entre ellas la misma Microsoft) podían desarrollar, por ejemplo, distintos
procesadores de textos, compitiendo entre ellas para agradar al usuario. Pero como la inmensa mayoría de usuarios
tenía MS-DOS, desarrollaban programas para funcionar con MS-DOS, y acababan por hacer un favor a Microsoft, que
podía presumir de que sobre su sistema operativo podían funcionar todos los programas imaginables: los suyos y casi
todos los de la competencia. Esa retroalimentación viciosa era el fabuloso activo de Microsoft, y Bill Gates supo
conservarlo.

Bill Gates

El MS-DOS, sin embargo, era un entorno poco amigable, cuyo manejo requería el conocimiento de comandos que se
introducían a través del teclado. Con el lanzamiento en 1984 del ordenador personal Macintosh, Apple pareció tomar
de nuevo la delantera. Su sistema de ventanas supuso un salto cualitativo; su interfaz simulaba la distribución de una
mesa de trabajo por medio de iconos. Un pequeño aparato, el ratón, cuyo movimiento se reflejaba en la pantalla con
un icono parpadeante, permitía recorrerla en busca del documento o programa buscado. En lugar de tener que recordar
los comandos de cada una de las operaciones y teclearlos en cada momento, bastaba acudir a los listados de acciones
posibles y hacer clic con el ratón sobre la opción elegida.

Por el momento, aquellas innovaciones no parecían hacer sombra a Bill Gates. En 1983 Paul Allen dejó Microsoft,
aquejado de una grave enfermedad. Y cuando, en 1986, Microsoft salió a la Bolsa, las acciones se cotizaron tan alto
que Bill Gates se convirtió en el multimillonario más joven de la historia. Volcado en un proceso de innovación
tecnológica acelerada, y en su caso imitando más el Macintosh de Apple que innovando, Gates lanzó una interfaz
gráfica para MS-DOS llamada Windows: Windows 3.0 en 1990 y Windows 3.1 en 1992.

No era, en realidad, un nuevo sistema operativo, sino, como se ha dicho, una interfaz gráfica con ratón, iconos y
ventanas bajo la que seguía corriendo el viejo MS-DOS, pero fue muy bien recibido por los usuarios, que disponían
finalmente de un sistema tan intuitivo como el de Macintosh pero mucho más económico al funcionar sobre un PC,
gracias a lo cual se impuso fácilmente en el mercado. El enorme éxito llevó a la verdadera renovación que fue Windows
95 (en cuya campaña de promoción a escala mundial asumió el propio Gates el papel de profeta de la sociedad
cibernética como personificación de Microsoft), al que seguirían Windows 98 y las sucesivas versiones de este sistema
operativo, de entre las que sobresale Windows XP (2001), el primero cien por cien de nuevo cuño, que dejaba
completamente de lado el antiguo MS-DOS.
Bill Gates en la presentación de Windows XP
Entretanto, el negocio no había cesado de crecer (de los 1.200 empleados que tenía en 1986 hasta más de 20.000
en 1996), y, con la generalización de Windows, Bill Gates pasó a ejercer un virtual monopolio del mercado
del software mundial, reforzado por su victoria en el pleito de 1993 contra Apple, que había demandado a Microsoft
por considerar que Windows era un plagio de la interfaz gráfica de su Macintosh. Desde 1993 embarcó a la compañía
en la promoción de los soportes multimedia, especialmente en el ámbito educativo.

Además de Windows, muchos de los programas y aplicaciones concretas más básicas e importantes producidas por
la empresa (el paquete ofimático Microsoft Office, por ejemplo) eran siempre las más vendidas. Surgieron muchas
voces críticas que censuraban su posición monopolística, y en numerosas ocasiones Microsoft fue llevada por ello a
los tribunales por empresas competidoras y gobiernos, pero nada logró detener su continua ascensión.
Empresario y filántropo
El talento de Gates se ha reflejado en múltiples programas informáticos, cuyo uso se ha difundido por todo el mundo
como lenguajes básicos de los ordenadores personales; pero también en el éxito de una empresa flexible y competitiva,
gestionada con criterios heterodoxos y con una atención especial a la selección y motivación del personal. Las
innovaciones de Gates contribuyeron a la rápida difusión del uso de la informática personal, produciendo una innovación
técnica trascendental en las formas de producir, transmitir y consumir la información. El presidente George
Bush reconoció la importancia de la obra de Gates otorgándole la Medalla Nacional de Tecnología en 1992.

Gates con su esposa Melinda


Su rápido enriquecimiento ha ido acompañado de un discurso visionario y optimista sobre un futuro transformado por
la penetración de los ordenadores en todas las facetas de la vida cotidiana, respondiendo al sueño de introducir un
ordenador personal en cada casa y en cada puesto de trabajo; este discurso, que alienta una actitud positiva ante los
grandes cambios sociales de nuestra época, goza de gran audiencia entre los jóvenes de todo el mundo por proceder
del hombre que simboliza el éxito material basado en el empleo de la inteligencia (su libro Camino al futuro fue uno
de los más vendidos en 1995).
Los detractores de Bill Gates, que también son numerosos, le reprochan, no sin razón, su falta de creatividad
(ciertamente su talento y sus innovaciones no son comparables a las de un Steve Jobs, y más bien siguió los caminos
que abría el fundador de Apple), y critican asimismo su política empresarial, afirmando que se basó siempre en el
monopolio y en la absorción de la competencia o del talento a golpe de talonario. A los críticos les gusta subrayar un
hecho totalmente real, pese a que parezca una leyenda urbana: ni siquiera el MS-DOS es obra suya. Bill Gates lo
compró por 50.000 dólares a un programador de Seattle llamado Tim Paterson, le cambió el nombre y lo entregó a
IBM.
En la actualidad, Microsoft sigue siendo una de las empresas más valiosas del mundo, pese a haber perdido diversas
batallas, especialmente la de Internet y la de los sistemas operativos para teléfonos móviles, que lidera ahora Google
(Sergei Brin y Larry Page), otro gigante tan valioso como Microsoft. Frente al dinamismo de la era de Internet, en la
que surgen y se convierten rápidamente en multimillonarias nuevas ideas como la red social Facebook, de Mark
Zuckerberg, la empresa de Gates parece haber quedado algo anquilosada, aunque no se pone en duda la solidez de
su posición.
Tampoco ello es exclusiva responsabilidad de Bill Gates, que ya en el año 2000 cedió la presidencia ejecutiva de
Microsoft a Steve Ballmer y pasó a ser arquitecto jefe de software para centrarse en los aspectos tecnológicos. Bill
Gates había contraído matrimonio en 1994 con Melinda French, con la que tendría tres hijos. En el año 2000 creó,
junto con su esposa, la Fundación Bill y Melinda Gates, institución benéfica dedicada a temas sanitarios y educativos
cuya espléndida dotación económica procede mayormente de su fortuna personal. No en vano el fundador de Microsoft
es un habitual de las listas anuales de la revista Forbes: en 2014 la había encabezado ya en quince ocasiones como
el hombre más rico del planeta.

En 2008, Bill Gates abandonó definitivamente Microsoft para dedicarse íntegramente a sus labores en la fundación,
que había recibido el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 2006. Si antes fue una figura
discutida, esta nueva etapa como filántropo despierta más bien unánime admiración: al igual que lo fue su empresa,
su fundación es la más grande del mundo por lo que respecta a la cuantía de sus aportaciones económicas a toda
clase de programas de ayuda, investigación y desarrollo.
ELEMENTOS CLAVES
1. Trabajo incansablemente.
2. Sueña
3. Independencia.
4. Enfocado a los clientes
5. Sencillez
6. Trabajo en equipo

GENIALIDAD

Leonardo da Vinci

Considerado el paradigma del homo universalis, del sabio renacentista versado en todos los ámbitos del conocimiento
humano, Leonardo da Vinci (1452-1519) incursionó en campos tan variados como la aerodinámica, la hidráulica, la
anatomía, la botánica, la pintura, la escultura y la arquitectura, entre otros. Sus investigaciones científicas fueron, en
gran medida, olvidadas y minusvaloradas por sus contemporáneos; su producción pictórica, en cambio, fue de
inmediato reconocida como la de un maestro capaz de materializar el ideal de belleza en obras de turbadora sugestión
y delicada poesía.
Recreación de un retrato de Leonardo
En el plano artístico, Leonardo conforma, junto con Miguel Ángel y Rafael, la tríada de los grandes maestros del
Cinquecento, y, pese a la parquedad de su obra, la historia de la pintura lo cuenta entre sus mayores genios. Por los
demás, es posible que de la poderosa fascinación que suscitan sus obras maestras (con La Gioconda a la cabeza)
proceda aquella otra fascinación en torno a su figura que no ha cesado de crecer con los siglos, alimentada por los
múltiples enigmas que envuelven su biografía, algunos de ellos triviales, como la escritura de derecha a izquierda, y
otros ciertamente inquietantes, como aquellas visionarias invenciones cinco siglos adelantadas a su tiempo.
Juventud y descubrimientos técnicos

Leonardo nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo natural de una campesina, Caterina (que se casó poco
después con un artesano de la región), y de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de
ciudades-estado como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa.
El Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el Sacro Imperio
Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites.
A pesar de que su padre se casaría cuatro veces, sólo tuvo hijos (once en total, con los que Leonardo entablaría pleitos
por la herencia paterna) en sus dos últimos matrimonios, por lo que el pequeño Leonardo se crió como hijo único. Su
enorme curiosidad se manifestó tempranamente: ya en la infancia dibujaba animales mitológicos de su propia invención,
inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció. Giorgio Vasari, su primer biógrafo, relata
cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo de Medusa con dragones que aterrorizó a su padre
cuando se topó con él por sorpresa.
Consciente del talento de su hijo, su padre le permitió ingresar como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio. A
lo largo de los seis años que el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido como artista
libre, Leonardo aprendió pintura, escultura y técnicas y mecánicas de la creación artística. El primer trabajo suyo del
que se tiene certera noticia fue la construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia
de Santa Maria dei Fiori. Junto al taller de Verrocchio, además, se encontraba el de Antonio Pollaiuolo, en donde
Leonardo hizo sus primeros estudios de anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego.
Joven agraciado y vigoroso, Leonardo había heredado la fuerza física de la estirpe de su padre; es muy probable que
fuera el modelo para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el ángel, de finos y bellos rasgos.
Por lo demás, su gran imaginación creativa y la temprana pericia de su pincel no tardaron en superar a las de su
maestro. En el Bautismo de Cristo, por ejemplo, los inspirados ángeles pintados por Leonardo contrastan con la
brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio.
Ángeles atribuidos a Leonardo en el Bautismo de Cristo (c. 1475), de Andrea del Verrocchio
El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al
óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la tela. Además de los
extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en otros cuadros de su maestro, sus grandes obras de este período
son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos inconclusos), notables por el innovador
dinamismo otorgado por la destreza en los contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el
extraordinario manejo de la técnica del claroscuro.
Florencia era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; las numerosas tejedurías y los talleres de
manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de occidente la convertían en el gran centro comercial de la
península itálica; allí los Medici habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que
contaba. Pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico más que alabanzas a
sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más prospero.
Primer período milanés (1482-1499)
En 1482 se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán, en cuya corte se quedaría diecisiete
años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos (casi
todos irrealizados) abarcaron la hidráulica, la mecánica (con innovadores sistemas de palancas para multiplicar la
fuerza humana) y la arquitectura, además de la pintura y la escultura. Fue su período de pleno desarrollo; siguiendo
las bases matemáticas fijadas por Leon Battista Alberti y Piero della Francesca, Leonardo comenzó sus apuntes para
la formulación de una ciencia de la pintura, al tiempo que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes.

Estimulado por la dramática peste que asoló Milán y cuya causa veía Leonardo en el hacinamiento y suciedad de la
ciudad, proyectó espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la
artillería enemiga. Habiendo recibido de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua ecuestre en honor de
Francesco, el fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante dieciséis años en el proyecto del «gran caballo»,
que no se concretaría más que en un modelo en barro, destruido poco después durante una batalla.
Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile franciscano que hacia 1496 concluyó su
tratado De la divina proporción, ilustrado por Leonardo. Ponderando la vista como el instrumento de conocimiento
más certero con que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo que a través de una atenta observación debían
reconocerse los objetos en su forma y estructura para describirlos en la pintura de la manera más exacta. De este
modo el dibujo se convertía en el instrumento fundamental de su método didáctico, al punto que podía decirse que en
sus apuntes el texto estaba para explicar el dibujo, y no al revés, razón por la que Leonardo da Vinci ha sido reconocido
como el creador de la moderna ilustración científica.
El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie
de tratados inconclusos que serían luego recopilados en el Codex Atlanticus, así llamado por su gran tamaño. Incluye
trabajos sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica y aerodinámica, fundiendo arte
y ciencia en una cosmología individual que da, además, una vía de salida para un debate estético que se encontraba
anclado en un más bien estéril neoplatonismo.
Aunque no parece que Leonardo se preocupara demasiado por formar su propia escuela, en su taller milanés se creó
poco a poco un grupo de fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio de Predis, Andrea Solari y su
inseparable Salai, entre otros; los estudiosos no se han puesto de acuerdo aún acerca de la exacta atribución de
algunas obras de este período, tales como la Madona Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli.

Detalle de La Virgen de las Rocas (segunda versión, c. 1507)


Contratado en 1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción para realizar una pintura para la iglesia de San
Francisco, Leonardo emprendió la realización de lo que sería la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final,
en dos versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino veinte años más tarde. En ambas
versiones la estructura triangular de la composición, la gracia de las figuras y el brillante uso del famoso sfumato para
realzar el sentido visionario de la escena supusieron una revolución estética para sus contemporáneos.
A este mismo período pertenecen el retrato de Ginevra de Benci (1475-1478), con su innovadora relación de
proximidad y distancia, y la belleza expresiva de La belle Ferronnière. Pero hacia 1498 Leonardo finalizaba una pintura
mural, en principio un encargo modesto para el refectorio del convento dominico de Santa Maria dalle Grazie, que se
convertiría en su definitiva consagración pictórica: La Última Cena. Necesitamos hoy un esfuerzo para comprender su
esplendor original, ya que se deterioró rápidamente y fue mal restaurada muchas veces. La genial captación plástica
del dramático momento en que Jesucristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la escena una
unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento fugaz de sorpresa de los comensales (del que sólo Judas
queda excluido). El mural se convirtió no sólo en un celebrado icono cristiano, sino también en un objeto de
peregrinación para artistas de todo el continente.
El regreso a Florencia
A finales de 1499 los franceses entraron en Milán; Ludovico el Moro perdió el poder. Leonardo abandonó la ciudad
acompañado de Pacioli y, tras una breve estancia en Mantua, en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este,
llegó a Venecia. Acosada por los turcos, que ya dominaban la costa dálmata y amenazaban con tomar el Friuli,
la Signoria de Venecia contrató a Leonardo como ingeniero militar.

En pocas semanas proyectó una cantidad de artefactos cuya realización concreta no se haría sino, en muchos casos,
hasta los siglos XIX o XX: desde una suerte de submarino individual, con un tubo de cuero para tomar aire destinado
a unos soldados que, armados con taladro, atacarían a las embarcaciones por debajo, hasta grandes piezas de artillería
con proyectiles de acción retardada y barcos con doble pared para resistir las embestidas. Los costes desorbitados, la
falta de tiempo y, quizá, las pretensiones de Leonardo en el reparto del botín, excesivas para los venecianos, hicieron
que las geniales ideas no pasaran de bocetos. En abril de 1500, tras casi veinte años de ausencia, Leonardo da Vinci
regresó a Florencia.
Dominaba entonces la ciudad César Borgia, hijo del papa Alejandro VI. Descrito por el propio Maquiavelo como
«modelo insuperable» de intrigador político y déspota, este hombre ambicioso y temido se estaba preparando para
lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió los territorios del
norte, trazando mapas, calculando distancias precisas y proyectando puentes y nuevas armas de artillería. Pero poco
después el condottiero cayó en desgracia: sus capitanes se sublevaron, su padre fue envenenado y él mismo cayó
gravemente enfermo. En 1503 Leonardo volvió a Florencia, que por entonces se encontraba en guerra con Pisa, y
concibió allí su genial proyecto de desviar el río Arno por detrás de la ciudad enemiga para cercarla, contemplando
además la construcción de un canal como vía navegable que comunicase Florencia con el mar. El proyecto sólo se
concretó en los extraordinarios mapas de su autor.

Santa Ana, la Virgen y el Niño (c. 1510)


Pero Leonardo ya era reconocido como uno de los mayores maestros de Italia. En 1501 había trazado un boceto de
su Santa Ana, la Virgen y el Niño, que trasladaría al lienzo a finales de la década. En 1503 recibió el encargo de pintar
un gran mural (el doble del tamaño de La Última Cena) en el palacio Viejo: la nobleza florentina quería inmortalizar
algunas escenas históricas de su gloria. Leonardo trabajó tres años en La batalla de Anghiari, que quedaría inconclusa
y sería luego desprendida por su deterioro. Pese a la pérdida, circularon bocetos y copias que admirarían a Rafael e
inspirarían, un siglo más tarde, una célebre reproducción de Peter Paul Rubens.
También sólo en copias sobrevivió otra gran obra de este periodo: Leda y el cisne. Sin embargo, la cumbre de esta
etapa florentina (y una de las pocas obras acabadas por Leonardo) fue el retrato de Mona (abreviatura de Madonna)
Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, razón por la que el cuadro es conocido como La Mona Lisa o La
Gioconda. Obra famosa desde el momento de su creación, se convirtió en modelo de retrato y casi nadie escaparía a
su influjo en el mundo de la pintura. Como cuadro y como personaje, la mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros
y leyendas, y hasta una ópera; pero es poco lo que se conoce a ciencia cierta. Ni siquiera se sabe quién encargó el
cuadro, que Leonardo llevaría consigo en su continua peregrinación vital hasta sus últimos años en Francia, donde lo
vendió al rey Francisco I por cuatro mil piezas de oro.

Detalle de La Gioconda (c. 1503-1507)


Perfeccionando su propio hallazgo del sfumato, llevándolo a una concreción casi milagrosa, Leonardo logró plasmar
un gesto entre lo fugaz y lo perenne: la «enigmática sonrisa» de la Gioconda es uno de los capítulos más admirados,
comentados e imitados de la historia del arte, y su misterio sigue aún hoy fascinando. Existe la leyenda de que Leonardo
promovía ese gesto en su modelo haciendo sonar laúdes mientras ella posaba; el cuadro, que ha atravesado no pocas
vicisitudes, ha sido considerado como cumbre y resumen del talento y de la «ciencia pictórica» de su autor.
De nuevo en Milán (1506-1513)

El interés de Leonardo por los estudios científicos era cada vez más intenso. Asistía a disecciones de cadáveres, sobre
los que confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo humano; al mismo tiempo hacía
sistemáticas observaciones del vuelo de los pájaros (sobre los que planeaba escribir un tratado), con la convicción de
que también el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia del aire (algunos apuntes de este
período se han visto como claros precursores del moderno helicóptero).

Absorto por estas cavilaciones e inquietudes, Leonardo no dudó en abandonar Florencia cuando en 1506 Charles
d'Amboise, gobernador francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte; honrado y admirado por
su nuevo patrón, Leonardo da Vinci proyectó para él un castillo y ejecutó bocetos para el oratorio de Santa Maria dalla
Fontana, fundado por el mecenas. Su estadía milanesa sólo se interrumpió en el invierno de 1507, cuando colaboró
en Florencia con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad.
Quizás excesivamente avejentado para los cincuenta años que contaba entonces, su rostro fue tomado por Rafael
como modelo del sublime Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco, dedicándose
a recopilar sus escritos y a profundizar en sus estudios: con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de
anatomía, trabajaba junto a Marcantonio della Torre, el más célebre anatomista de su tiempo, en la descripción de
órganos y el estudio de la fisiología humana.

Leonardo como Platón en La escuela de Atenas (1511), de Rafael


El ideal leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas: escribía sobre matemáticas,
óptica, mecánica, geología, botánica; su búsqueda tendía hacia el encuentro de leyes, funciones y armonías compatibles
para todas estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. Paralelamente, a sus antiguos discípulos se sumaron
algunos nuevos, entre ellos el joven noble Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio
de Predis, Leonardo culminó hacia 1507 la segunda versión de La Virgen de las Rocas; poco antes, había dejado sin
cumplir un encargo del rey de Francia para pintar dos madonnas.
El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo Trivulzio, quien pretendía retomar para sí el monumental
proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba en la capilla de San Nazaro
Magiore; pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos, lo que supuso para Leonardo su segunda
frustración como escultor. En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto
a Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere de Giuliano de Médicis, hermano del nuevo papa León
X.
Últimos años: Roma y Francia
En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió
antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y, además, reanudó su
estrecha amistad con el gran arquitecto Donato Bramante, hasta el fallecimiento de éste en 1514. Pero en 1516,
muerto su protector Giuliano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente para pasar los tres últimos años de su
vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey».
El gran respeto que le dispensó Francisco I de Francia hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más
bien como un miembro de la nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción
de sus últimas páginas para el nunca concluido Tratado de la pintura, cultivó más la teoría que la práctica, aunque
todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan
Bautista, un andrógino duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo imitarían poco
después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el Louvre de París.

Detalle de San Juan Bautista (c. 1516)


A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable, comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado;
pero, con su incansable mano izquierda, Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y
hasta decorados para las fiestas palaciegas. Convertida en una especie de museo, su casa de Amboise estaba repleta
de los papeles y apuntes que contenían las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar
siglos para demostrar su factibilidad y aun su necesidad; llegó incluso, en esta época, a concebir la idea de hacer casas
prefabricadas. Sólo por las tres telas que eligió para que lo acompañasen en su última etapa (San Juan Bautista, La
Gioconda y Santa Ana, la Virgen y el Niño) puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros
de su tiempo.

El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que el
discípulo se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su
muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado
una existencia regida por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del
lecho mortuorio para recibir, antes de expirar, los sacramentos.
ELEMENTOS CLAVES
SIETE PRINCIPIOS DE LEONARDO DA VINCI
Primer Principio. Potenciar la Curiosidad.
Mantener la mente como la de un niño, todo le atrae, quiere aprenderlo todo.
Debemos mantener la curiosidad en un proceso continuo para aprender en cada momento y no de una manera
selectiva.
Segundo Principio. Experimentar
El conocimiento es importante, pero de nada sirve si no lo pones en práctica.
Hoy en día con internet y el dios google podemos acceder a un gran conocimiento, podemos aprender cualquier
carrera, sea técnica o de humanidades, pero ¿te dejarías operar por una persona que tenga mucho conocimiento pero
ninguna experiencia?
La experiencia te obliga a practicar, a aprender de los errores cometidos y seguir adelante.
Tercer Principio. Sensación
Para poder grabar todas las experiencias vividas en nuestro sistema emocional.
Abrir nuestros sentidos a las nuevas experiencias.
Cuarto Principio. “Esfumación”
Así llamaba Leonardo a la facultad de aceptar las incertidumbres, la ambigüedad, las imposibilidades momentáneas.
En el Zen se habla de la “aceptación”.
No luchar contra la idea que tenemos de la realidad. Aceptar a veces es una demostración de madurez.
Quinto Principio. Equilibrar la Lógica e Imaginación
El Maestro mantenía que una persona que no está equilibrada no está desarrollada.
Postulaba por mantener un equilibrio entre la lógica y la imaginación o como él decía “Equilibrar el Arte y la Ciencia, la
Ciencia y el Arte”.
Sexto Principio. Coporalidad
Trabajar el cuerpo en todos sus aspecto para mantener la salud, el equilibrio, la gracia, la postura, la personalidad.
El cuerpo era sagrado para él, como hemos podemos ver en todas sus obras.
Séptimo Principio. Conexión
Saber reconocer y “ver” que todo a nuestro alrededor está conectado.
Que todos los fenómenos que ocurren, tanto dentro de nosotros como fuera, están interconectados y que al final
nuestra última razón de existir es volver o tomar conciencia de esa conexión.

• ¿Qué haría si en su salón de clases tiene a un estudiante con Superdotación o talento?

1. Explicar las cosas con claridad


Para un alumno no existe nada peor que sentirse perdido en clase. No tener idea del tema que están dando, ni saber
qué es lo próximo que van a dar, los desanima enormemente. Por ello el profesor tiene la tarea de presentar desde el
primer día el plan de estudio, las unidades que van a dar, y comprometerse a hacer el mismo mecanismo cada vez
que va a comenzar un tema nuevo. De esta manera los estudiantes saben qué se espera de ellos y qué deben hacer
para tener éxito en esa clase.
2. Permite el intercambio de ideas
Asistir a clase para ser un agente pasivo ya no es una posibilidad. Los estudiantes están acostumbrados a las redes
sociales donde constantemente pueden dar su opinión y comentar, sobre todo. Por ello esta dinámica debe
aprovecharse en el área educativa. Los profesores tienen que dar un paso atrás de tanto en tanto para permitir que
se generen intercambios de idea ente los alumnos. El ida y vuelta permite que aprendan del otro y es una buena
oportunidad para que el docente observe si realmente comprendieron los conceptos y contenidos que está dando.
3. Haz devoluciones siempre que puedas
Claro que es más sencillo llevarte a tu casa las tareas, corregirlas y devolverlas al otro día con la calificación, pero no
es la opción más efectiva. Para que los estudiantes sepan si realmente están avanzando y mejorando, eres tú el
encargado de darles una devolución sobre lo que hicieron. Una manera es hablando con el grupo entero y proceder a
señalarles las debilidades que aún tienen y cómo pueden mejorarlas.
4. Realiza evaluaciones sobre el proceso de formación
Además de los clásicos exámenes y pruebas para evaluar lo aprendido, deberás realizar evaluaciones para analizar el
proceso de formación de tus estudiantes. Compara el desempeño que están teniendo con las metas que deberían ir
cumpliendo según los objetivos plantados desde el principio. Al hacerlo con frecuencia podrás adaptar los materiales
y la velocidad con la que avanzas. Incluso puedes pedirles a ellos que evalúen tu forma de actuar.
5. Fomenta la autosuficiencia de tus estudiantes
Debes brindarles oportunidades a tus estudiantes para que aprendan a organizarse, a crear su propio plan de acción
y a evaluar su propio trabajo. Al ser conscientes de su forma de pensar y de actuar a nivel académico, consiguen
modificar conductas y conseguir mayores logros que si tu les estas encima y los obligas a hacerlo.
Una excelente forma de aprender estrategias docentes es leyendo libros de Pedagogía, o imitar a los grandes docentes
que con sus métodos logran resultados exitosos. Para hacerlo, te recomendamos estos 2 libros de Amazon que seguro
te ayudarán a manejarte mejor en el aula.

• ¿Qué sugerencias brindaría a los compañeros docentes para la atención de estudiantes con estas
cualidades?

Si hay un niño con superdotación en el aula, el maestro debe buscar la orientación del especialista, mientras esto
ocurre las clases deben continuar.

La primera estrategia pedagógica es aprovechar la habilidad del niño superdotado para que ayude a sus compañeros.

Lo más probable es que si el niño ya conoce el tema, se distraiga o presente aburrimiento, por lo que hay que hacerlo
activo.

La forma más adecuada y la más creativa es hacer que niños superdotados colaboren con el maestro.

Las estrategias integrativas proporcionan una herramienta más al aprendizaje colectivo e individual, porque un niño
que ya conoce el objetivo puede ayudar a varios a adelantar sobre el tema de la clase.

Los maestros mas expertos integraran al niño a que explique una parte del tema o que comience una breve explicación
sobre un concepto.

Las preguntas activas y la lluvia de ideas ayudan a la participación de todos y de los niños con capacidades especiales
o superdotación.

Estas son las actividades que se pueden usar en el aula con niños que tiene capacidades especiales:
• Lluvia de ideas: se hace una pregunta que todos deberán responder, solicitando el uso de la palabra. Se
escriben frases o palabras en la pizarra principal
• Preguntas activas: lograr la participación de todos los niños incluidos los que son superdotados
• Solicita al niño con más capacidades que construya un concepto con lo dicho por el resto del grupo en el
aula.

• ¿Y qué debe realizar el centro educativo para la atención de esta población?

El aprendizaje centrado en el estudiante, también conocido como educación centrada en el estudiante, en términos
generales abarca métodos de enseñanza con un cambio de foco en la instrucción del profesor al estudiante.
El papel de la atención en el ámbito educativo se debe a la necesidad de visibilizar tanto los procesos conscientes
como los inconscientes, de forma que se puedan dirigir los procesos atencionales, para favorecer una adecuada
concentración que garantice un aprendizaje significativo.

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