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EL JARDÍN DE LAS NUEVE TRIBUS (segunda parte)1

En el Jardín hay un río. Un hermoso caudal que lo atraviesa por entero y se pierde
mucho más allá de él. El río siendo lo que es, cuando pasa frente a las diferentes tribus es
percibido de manera bastante diferente por cada una de ellas. Esto se debe a que cada una
de las tribus, de la misma forma que tienen unos talentos y dotes particulares, también su
visión de las cosas tiene cierto matiz muy peculiar.
Cuando el río pasa por la tribu de los Responsables, ellos advierten a todos que no
se metan, pues hay peligro y se tornan miedosos, paranoicos. Reaccionan en forma des-
medida y comienzan a ver posibles agresiones de toda índole en donde no existen. Des-
confían de todos y de todo. Se arraigan a cánones, religiones, cultos, rituales, leyes, etc. y
se adhieren con todas sus fuerzas a ellas intentando encontrar un poco de seguridad que
les permita paliar un poco su miedo, o pueden tornarse muy groseros y agresivos para tra-
tar de sofocar su miedo y demostrarse a sí mismos que son valientes.
Cuando el río pasa por la tribu de los Armónicos, estos se dejan flotar y llevar por
la corriente sin preguntarse adónde los llevará el río, dejándose mover cual leño a la deriva.
Se ponen muy cómodos para descansar sin el menor esfuerzo y así se van dejando morir
lentamente, sin apenas darse cuenta de ello y se dicen a sí mismos: ¿Para qué preocupar-
se? Dejemos que las cosas se solucionen por sí solas. Si algo tiene solución, ¿para qué pre-
ocuparse? Si no la tiene, ¿para qué preocuparse? Y la vida sucede sin que ellos participen
de ella. Como zombis o sombras van por la vida, sin tomar partido en nada para no entrar
en conflictos, propósito que no logran como no lo logra ninguna de estas visiones parciales
de este maravilloso jardín, el hermoso planeta azul, La Tierra.
Cuando el río pasa por la tribu de los Efectivos, ellos ponen una presa y comienzan
a pedir una cierta cantidad para dejar pasar el agua a las demás tribus. Comienzan a inte-
resarse más por la imagen de la fachada del jardín que por los rincones más ocultos; de
esta forma sólo atienden la imagen exterior dejando que por dentro los frutos se pudran.
No les importa mentir, engañar o disfrazar los frutos para que estos parezcan mayores,
más dulces, más jugosos y apetecibles, así por dentro estén huecos, agrios o podridos de
gusanos. Llegan a perderse tanto en sus labores buscando el reconocimiento de sí mismos
y de “su jardín", tan bello en apariencia, que se llegan a olvidar por entero de que existen
espacios interiores. Cultivando solo lo exterior se pierden a ellos mismos en la imagen que
ven reflejada en el río, en donde se ven mucho más engrandecidos, llegando a desconec-
tarse por completo de su mundo interno. Descuidan las raíces y los nutrientes, interesados
como están únicamente en lo externo, en lo superficial.
Cuando el río pasa por la tribu de los Divertidos, ellos lanzan un grito de entusias-
mo y se tiran al río peligroso. Piensan que si algo es bueno, más de lo mismo es mucho
mejor. Buscan la novedad en todo momento y tratan de escapar de lo cotidiano, de todo
aquello que les conecte con los aspectos dolorosos inherentes a la vida. En aras de no su-
frir van saltando constantemente de lado en lado pensando que probando constantemente
cosas nuevas no sufrirán. Se vuelen hiperactivos y superficiales. Conocen de todo un poco
pero sin profundizar, de la misma manera que se tiran al río, salen de él y corren en busca
de algo nuevo que no les permita estar en silencio, pues dentro de ellos bulle un dragón

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Adaptado con permiso del test creado por Nonirb para Eneagrama2001
que pugna por ser escuchado. Pero ellos tienen pavor de oírlo, se pierden así de la profun-
didad de la vida.
Cuando el río pasa por la tribu de los Conocedores, ellos se paran en la orilla y se
preguntan: ¿Adónde irá? Y pueden perderse en elucubraciones y deducciones, teorías y
razonamientos o racionalismos, pudiendo ensimismarse y desconectarse del mundo real,
del jardín real. Pueden olvidarse de comer y hasta de vivir... en aras de seguir en su diatri-
ba mental y sus especulaciones.
Cuando el río pasa por la tribu de los Fuertes, estos nadan a contracorriente puesto
que no hay nadie más fuerte que ellos. “Todo lo pueden”. Nada se les opone. Ningún mal-
dito río les va a ganar. No perciben sus propios límites ni tampoco se dan cuenta de la
búsqueda constante de intensidad para sentir que están vivos. En el fondo se han creado
tal coraza o caparazón para defenderse de su vulnerabilidad de niños inocentes, ofendidos
y asustados que necesitan experiencias cada vez más fuertes para sentir que tienen vida, a
la cual identifican con el poder. Determinados a no dejar que nunca nadie más los pisotee,
se cierran y endurecen y se auto lastiman al ir atropellando a los demás. En su aplasta-
miento del otro, lo que hay es una no-aceptación de su propio niño dolorido.
Cuando el río pasa por la tribu de los Compartidores, estos bañan a la gente en él
y más adelante les da de beber agua sucia. No se dan cuenta que en su afán por ayudar a
los demás está escondida una pulsión y un deseo recóndito de sentirse necesitados, de que
los demás los reconozcan como "ayudadores disponibles", como “gente que da” y que
en ese afán de dar, se pierde. Terminan llorando furiosos por no recibir el pago de sus es-
fuerzos de atender a los demás y comienzan a darse cuenta que en el fondo su "dar" no
es desinteresado sino un contrato de compraventa, con un interés oculto de ser vistos y,
sobre todo, de ser amados. Pero que les cuesta mucho trabajo expresar este sentimiento
carencial y por ende prefieren seducir y manipular, antes que pedir de manera directa.
Cuando el río pasa por la tribu de los Profundos, ellos lo veneran y se sacrifican a
él. El profundo se ahoga en un mar de lágrimas, se pierde en sentimentalismos; en roman-
ticismos y en fugas hacia paraísos imaginarios. Pierde el momento presente y sufre por lo
que no hay o por lo que podría haber sido. No se permiten disfrutar todo lo que hay ahora.
Piensan que el jardín vecino es más hermoso, profundo y armónico que el propio. Se que-
dan bloqueados y comienzan a ver todo en tonos grises y negros y se tornan melancólicos
y pesimistas. Se sienten a disgusto y malhumorados y piensan que nadie comprende su
profundo dolor, que nadie es capaz de entenderlos o de entender su sufrimiento. Llegan a
considerar demasiado vulgares o poco sofisticadas y muy superfluas a las demás tribus.
Cuando el río pasa por la tribu de los Seleccionadores, estos, viendo el río, deci-
den que está chueco y que hay que enderezarlo. Sufren infructuosamente tratando de lle-
varlo por el "buen camino" y no se dan cuenta que aquello que les sirve de referencia
para considerar lo bueno, lo deseable, lo ético o lo moral puede ser un corsé muy estrecho
que les va llevando de sufrimiento en sufrimiento buscando la perfección a cada paso y no
permitiéndose vivir, amar y ser amados.

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