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MITOS Y LEYENDAS

HISTORIAS ÉPICAS DE MUNDOS ALIENÍGENAS

RICHARD DINNICK
ILUSTRADO POR ADRIAN SALMON
Organización y maquetación
Organizado en Trello y maquetado por scnyc.

Traducción
Traducido por:
• Dani Lestrange
• El Caballo de Vardon por yog_sog.

Corrección
Corregido por Efipso y el Caballo de Vardon por Daovir

Portada
Portada adaptada al español por Dani Lestrange.
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Índice
¿EN QUÉ MITOS Y LEYENDAS ESTÁN BASADOS LOS RELATOS DE ESTA ANTOLOGÍA?
..............................................................................................................................................................6
SOBRE EL LIBRO..............................................................................................................................8
SOBRE EL AUTOR.............................................................................................................................9
INTRODUCCIÓN..............................................................................................................................11
EL TOQUE DE MONDAS................................................................................................................13
LA TERRIBLE MANUSSA..............................................................................................................39
EL INDESEADO DON DE LA PROFECÍA.....................................................................................60
EL MALVADO Y PROFUNDO CIELO NEGRO............................................................................78
JORUS Y LOS VOGANAUTAS.......................................................................................................92
EL CABALLO DE VARDON.........................................................................................................109
DESAFÍO DE LAS NUEVAS SANGRES......................................................................................131
EL REINO DE LOS CIEGOS..........................................................................................................160
LA RED LABERÍNTICA................................................................................................................172
LOS ÁNGELES DE LA VENGANZA...........................................................................................189
EL PELIGRO DE LA PROXIMIDAD SOLAR..............................................................................203
EL ENIGMA DE LA SORORIDAD...............................................................................................222
LA GUERRA MULTIFACÉTICA..................................................................................................236
LA CAJA DE PANDÓRICO...........................................................................................................251
AGRADECIMIENTOS....................................................................................................................276

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¿EN QUÉ MITOS Y LEYENDAS ESTÁN
BASADOS LOS RELATOS DE ESTA ANTOLOGÍA?
El Toque de Mondas
Basada en la historia del Rey Midas

La Terrible Manussa
Basada en la historia de la Medusa

El Indeseado Don de la Profecía


Basada en la historia de la Sibila de Cumas

El Malvado y Profundo Cielo Negro


Basado en la historia de Escila y Caribdis

Jorus y los Voganautas


Basada en el encuentro de los Argonautas con las Rocas Coincidentes de las
Simplégades

El Caballo de Vardón
Basada en la historia del Caballo de madera de Troya

El Desafío de las Nuevas Sangres


Basada en la historia de Prometeo

El Reino de los Ciegos


Basada en el escape de los Argonautas del Cíclope

La Red Laberíntica
Basada en la historia de Teseo y el Minotauro

Los Ángeles de la Venganza


Basada en la historia de las tres Furias y Orestes.

El Peligro de la Proximidad Solar


Basada en la historia de Dédalo e Ícaro

La Guerra Multifacética
Basada en la historia de Hércules y la Hidra

6
El Enigma de la Sororidad
Basada en el menos conocido segundo enigma de la Esfinge

La Caja de Pandórico
Basada en la historia de Pandora

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SOBRE EL LIBRO

Durante cuatro mil años, unas historias épicas han ido pasando de los Señores del
Tiempo a los estudiantes, de generación en generación. La verdad de estas historias se
perdió hace milenios, pero los mitos y las leyendas son intemporales.

Estas son las más perdurables de aquellas historias. Desde la princesa Manussa y
su gigantesca serpiente Mara; hasta el Caballo de Vardon de Xeriphin; estas historias
bañan de luz el universo a nuestro alrededor y de los seres de otros mundos que
conocemos. Los mitos alzan un espejo a nuestro pasado, presente y futuro, explicando
nuestra cultura, nuestra historia, nuestras esperanzas y miedos.

Una colección de aventuras épicas del pasado neblinoso de los Señores del Tiempo,
Mitos y Leyendas es una galería inolvidable de héroes y villanos, dioses y monstruos

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SOBRE EL AUTOR
Richard Dinnick es un guionista de televisión, novelista y escritor de cómics para la
BBC, ITV y Disney; escribiendo en Thunderbirds Are Go; Tree Fu Tom y Go Jetters entre
otros. También tiene varias series de televisión en desarrollo.
Ha escrito libros e historias cortas para Doctor Who, Sherlock Holmes y Stargate.
Richard ahora está escribiendo la saga de cómics de Doctor Who de Titan y Legendary
Entertainment está desarrollando su primera novela gráfica.
Richard vive en Norfolk con su esposa, dos hijos y un batiburrillo de perros, gatos y
gallinas…

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Para mi querida Clare, por todo.

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INTRODUCCIÓN
Muchas de las historias en esta colección vienen de nuestra historia más temprana,
un período algunas veces referido como la Época Oscura. Como tal, puede ser difícil
establecer si todo que contienen estas páginas es inequívocamente cierto o simplemente
mitos embellecidos. Muchas de estas historias, sin embargo, ayudan a bañar de luz en
periodos de nuestra historia que, de otra manera, estarían metidos en una mortaja de
incerteza.

Puede que no sepas que de las colonias que Gallifrey una vez tuvo en nuestro
pasado expansionista, antes de que el viaje en el tiempo se hubiera desarrollado por
completo. Teníamos civiles y soldados en la línea del frente y, a menudo, la mayor
valentía o la estratagema más astuta no provenía de un General o Líder de Colonia, sino
de los escalones más bajos de su mando.

Se nos da una idea de estos niveles raramente vistos en historias de campañas


militares e incluso misiones emprendidas por una Agencia de Intervención Celestial
incipiente. En el caso de este último, esta cuenta ha sido inventada o desclasificada, no
podemos estar seguros de qué.

No importa si se trata de las altas agujas del Capitolio o de la granja más humilde de
las colinas. Lo importante aquí no es el escenario, sino los personajes que encontramos
allí.

Quizás esa sea la naturaleza perdurable de estos mitos. No importa de qué planeta
seas, se nos presentan situaciones que todos podemos reconocer. Los lazos familiares:
madre e hijo, padre e hija, hermanos, hermanas, compañeros de armas o simplemente
aquellos cuya naturaleza es siempre tratar de hacer lo correcto, sin importar las
probabilidades. Nos sostienen un espejo y reconocemos lo que vemos en el reflejo.
Quizás incluso aspiramos a ser ese reflejo.

Si bien no podemos enfrentarnos a una araña roja gigante que mata a nuestros
amigos o enfrentar la pérdida de nuestra descendencia a manos de una raza malvada,
todos enfrentamos decisiones que son universales por naturaleza. Porque la vida es una
serie de elecciones y el camino que elegimos nos define. Esa verdad fundamental se ve
en todo el universo.

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Algunos de estos mitos nos han llegado a través de nuestra propia tradición
narrativa, mientras que otros tienen su origen en razas establecidas o en mundos
antiguos. Incluso parece haber un cuento con moraleja sobre un miembro intrigante de
nuestra propia raza de Señores del Tiempo. Me siento tentado a decir que este personaje
debe ser una amalgama de varias otras figuras. Sin embargo, no podemos estar seguros
de que la persona nunca reciba su nombre gallifreyano.

Al leer estos cuentos, parece haber ocasiones en las que un personaje misterioso
aparece casi de la nada para interferir y ayudar a que las cosas vayan tirando. Fácilmente
podría ser descartado como nada más que un deus ex machina, un conveniente
dispositivo de trama que a menudo se emplea en una tarifa tan legendaria. Sin embargo,
sospecho que hay más en este personaje, o arquetipo, de lo que parece. A pesar de que
solo tenemos tres o cuatro casos de su aparición en este volumen, se puede encontrar
tejido a través del tapiz del mito y la leyenda de los Señores del Tiempo.

Nunca se le da el mismo nombre dos veces y siempre parece tener una cara
diferente. Esto me ha dado motivos para preguntarme si podría ser un miembro de
nuestra propia especie, un Señor del Tiempo vagando por su propia historia. O tal vez sea
una figura de ayuda y guía que cambia de forma, o incluso un travieso dios recién nacido.

Su propósito es claro: ayudar a los que lo necesitan. Como suele ocurrir en la vida
real, nos enfrentamos a decisiones y elecciones. Difíciles. A los que nos resultan fáciles
de ignorar porque son muy complejos o tienen consecuencias de gran alcance. El status
quo es fácil. El cambio es difícil y es en esta coyuntura donde a menudo se puede
encontrar este personaje. Es un catalizador de acción y cambio. Algo, sospecho, que
todos podríamos hacer en alguna ocasión.

Esta es, pues, la cornucopia de mitos y leyendas que aguarda al lector, pero debo
emitir mi advertencia una vez más: los mitos y las leyendas son complejos, si no en la
narración, ciertamente en su historia y derivación. Como yo, debes arrancar los huesos de
la verdad que puedas encontrar dentro de sus cuerpos.

Canciller Drakirid

Historiador de la Oficina de Registros Antiguos de Gallifrey

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EL TOQUE DE MONDAS

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Los planetas gemelos de Dinasis y Bagoss eran infames. Dinasis, el más pequeño
de los dos, orbitaba a su hermano mayor a tal velocidad que creaba pozos de gravedad
letales para las naves espaciales que desaceleraban desde velocidades hiperligeras.

Esto no habría importado tanto si Bagoss no se hubiera celebrado en todo el


cuadrante como el mejor lugar para poner en tus manos cualquier cosa que tu corazón
deseara. Si bien su hermano era famoso por el peligro que representaba, Bagoss se ganó
su infamia al no hacer preguntas sobre de dónde provenían los bienes con los que
comerciaba o con qué propósito se utilizarían.

La elegante nave dardo perteneciente a la Buscadora Sylen había salido de la luz


ultraligera a cierta distancia de estos terribles gemelos. La nave tardó cuatro días en llegar
a la órbita, pero Sylen no había perdido el tiempo. Había estudiado minuciosamente
mapas del fabuloso mercado que se extendía por una quinta parte de la masa terrestre
del planeta. Había leído informes de exploración de los mejores comerciantes con la
tecnología más exótica. Había acumulado una gran cantidad de información sobre las
costumbres locales que podían ofender a los vendedores del mercado o a los
compradores.

Ahora, después de tres semanas viviendo y respirando la asombrosa, impactante y a


veces peligrosa vida del mercado, su búsqueda había terminado. Un comerciante de
chips de realidad virtual le había dicho, después de muchas botellas de horudo, que había
visto el guante en posesión de un comerciante llamado Ki.

Ella había oído hablar por primera vez de un guante mítico en Pyro Shika, un
fascinante planeta del cúmulo claudiano. Se decía que el guantelete poseía poderes
mágicos: curar, dar vida eterna, reparar barcos de vela o armas antiguas. Era el guante
de un dios, decían. Tras una importante donación a las arcas de la orden religiosa, a
Sylen se le permitió leer los textos sagrados en los que aparecía.

Puede que fuera mítico, pero Sylen estaba casi segura de que el guantelete era real.
Eso se confirmó cuando encontró la tumba profanada del sacerdote-rey Xanthos en la
ciudad en ruinas de Sagli-Ghent. Fue aquí donde el guantelete había sido enterrado una

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vez. Pero junto con muchos otros artefactos religiosos de la época, ya no estaba allí. El
rastro, aunque temporalmente, se había enfriado.

Luego, varios meses después, siguiendo el rastro de un antiguo soldado


supuestamente impulsado por una tecnología defectuosa, conoció a una mujer en un bar
que le ofreció nueva información. Era una arqueóloga, luchadora y poco convencional,
que, durante una suntuosa cena que Sylen le compró, mencionó que uno de sus
asociados más empobrecidos había sido persuadido de unirse a una sombría expedición
de robo de tumbas a Pyro Shika.

Sylen había preguntado inmediatamente a la profesora qué había sucedido con el


equipo y sus hallazgos. Ella se rio y le dio una respuesta sarcástica. Lo último que ella
había escuchado, el colega empobrecido, un pícaro llamado Cedo, era un playboy rico en
alguna estación espacial con un nombre espeluznante.

Sylen no había tardado mucho en localizar la estación; no con un nombre como El


Monoide Rosa. Satisface los apetitos más imaginativos cuando se trata de asuntos de la
carne. Sylen había viajado mucho, pero incluso ella se había sorprendido por lo que
presenció allí antes de encontrar al exarqueólogo.

Cedo era la sombra de un humano, demacrado y con los ojos hundidos. Casi había
gastado su fortuna en indulgencias de todo tipo. Entonces, por un precio que le duraría
hasta que terminara el resto de su vida, le dijo a la Buscadora que el líder de la expedición
se había encargado de la venta de los artefactos. Sylen, al ver que estaba en sus últimos
días, se arriesgó a preguntar específicamente sobre el guante. Él había sonreído.

—Ese guante me hizo un hombre aún más rico.

Fue solo después de que encontró a la viuda del líder de la expedición que supo lo
que él quería decir con eso. Un virus metálico había matado a muchos de los tripulantes
en el viaje de regreso de Pyro Shika. Era esto lo que había aumentado la parte de Cedo.

Por supuesto, ahora el tesoro estaba maldito, y si algo aumenta el precio de los
artículos arqueológicos robados, es una buena historia de terror. Sin embargo, los
ladrones empedernidos no escuchan tales tonterías, y después de que el Solarium
Panática adquiriera el guante, fue robado en una redada menos de un año después.

De planeta en planeta, Sylen había seguido el rastro; de coleccionista privado a


ladrón y viceversa hasta que el guante terminó en un carguero que se había perdido. No

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se hizo ningún reclamo de seguro para la embarcación, ya que no había sido
exactamente legal en el espacio y su propietario estaba ansioso por evitar la
investigación. Sólo el ayudante del propietario, un patético miembro de la raza tovoliana,
sabía que el barco se había estrellado en Dinasis; estaba muy feliz de contárselo a la
Buscadora Sylen, una vez que ella le había dado un pasaje seguro de regreso a su
mundo natal ocupado.

Sabiendo que la nave que llevaba el guantelete se había estrellado contra Dinasis,
Sylen supuso que los carroñeros nativos del planeta lo habrían desnudado. Luego habrían
vendido el contenido a un comerciante de Bagoss que lo pondría a la venta en el
mercado.

Si había que creer al comerciante borracho de chips de realidad virtual, ese


comerciante se llamaba Ki y ahora estaba frente a su emporio.

El cielo en lo alto era de un azul claro nítido, entrecruzado con columnas de chorro
de skimmers comerciales y taxis que desafiaban el frío ambiente. Aquí, debajo de la
cúpula, la temperatura se mantenía constante y los olores, a veces abrumadores, se
extraían mediante drones ventilador flotantes.

El emporio en sí era el edificio estándar de tres pisos, un poco más maltrecho que la
mayoría. Esto no sorprendió a Sylen. Ella había escuchado que Ki tenía una mala racha.
Eso facilitaría aún más el trato. Sylen había localizado el guante y su Reina estaría muy
feliz.

—¡Qué historia tan emocionante!

La mujer que hablaba estaba sentada a la cabecera de la mesa. Era serena y


elegante, un cuello esbelto que desembocaba en un rostro noble y cincelado; El pelo
negro, largo y brillante, caía por debajo de su hombro, mantenido en su lugar en la parte
superior por una corona angular que parecía tanto un resplandor solar como un engranaje
mecánico.

A la mitad de la mesa de metal estaba sentada Sylen. Estaba rodeada por los otros
Buscadores, todos los cuales habían regresado para la Ceremonia de Dar. Ahora llevaba
una capa verde esmeralda que la marcaba como miembro de élite de los Buscadores de
Catrigan Nova. La mujer a la cabecera de la mesa era su reina, Lydia.

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—¿Tienes el guante? —preguntó la reina. Estaba emocionada y nerviosa, como una
niña el día de su nombre.

—Por supuesto, Majestad.

Sylen se puso de pie y dio unos golpecitos en la superficie de la mesa con pantalla
táctil. Inmediatamente, las puertas que daban al Salón de la Búsqueda se abrieron con un
ligero silbido hidráulico. Dos miembros de los Compañeros Reales, la guardia del palacio,
entraron, resplandecientes con sus armaduras de bronce y cascos. Entre ellos llevaban
un cojín de terciopelo verde. Sobre esto descansaba el guantelete.

No parecía gran cosa cuando se lo veía en ese entorno. Parecía ser lo que era: un
trozo de chatarra, comprado a un comerciante dudoso en un lugar lejano. Pero Sylen
sabía que también era mucho más.

La reina Lydia contempló el regalo con una sonrisa fija. Sylen pudo ver que estaba
tratando de no ocultar el hecho de que estaba un poco desconcertada.

—No se desilusione indebidamente, majestad. El guantelete es antiguo. Pero sus


poderes son legendarios.

—¿Legendarios? —preguntó Lydia con una leve risa.

—Ser legendario no los hace falsos—dijo Sylen—. Se lo aseguro. Basta con ponerse
el guante para descubrir su poder.

Lydia extendió su mano izquierda favorita y la recorrió a lo largo del guante. Estaba
construido con un metal gris que hacía tiempo que había dejado de brillar; ahora era casi
mate. Pero, mientras los dedos de la Reina acariciaban el guantelete, parecía brillar por
donde pasaban, volviéndose plateado.

Todos vieron y un grito colectivo de aprobación vino de alrededor de la mesa. La


Reina parecía cautivada. Lo recogió y acercó el guantelete al candelabro brillante de
arriba para ver mejor su construcción.

Parecía casi un perfecto facsímil de una mano humanoide. Nudillos y yemas de los
dedos de metal, tendones y músculos que se extendían desde la parte posterior de la
mano casi hasta el codo. La Reina Lydia vaciló, pero luego, con el aliento contenido de
todos los Buscadores alrededor de la mesa, deslizó su esbelta mano y su antebrazo en el
guante de metal.

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Ella jadeó cuando el metal dentro del guantelete se sintió casi vivo. Una agradable
sensación de hormigueo se extendió desde la punta de sus dedos hasta su brazo, más
allá del final del guante.

Lydia levantó el brazo frente a ella, maravillándose de la sensación que estaba


recibiendo de él y el hecho de que ahora parecía casi nuevo.

—¿Puede ser cierto? —preguntó, casi para sí misma—. ¿El guante de un dios?

—Creo que es poco probable, Majestad—dijo Sylen—. Pero pensé que el único
elemento de la verdad podría ser su capacidad para reparar dispositivos mecánicos.

La Reina sonrió.

—Me gustaría probar esa teoría—dijo. Sus ojos se iluminaron en los dos
Compañeros, ahora de pie a ambos lados de la puerta principal del Salón de la Búsqueda.
Hizo una seña a uno para que se acercara—. ¡Tú!

El hombre con armadura se detuvo ante Lydia y se puso firme.

—¿Sí, mi reina?

—Solo quiero probar algo—dijo—. Quédate quieto…

La Reina extendió lentamente su mano enguantada, el guante plateado contrastaba


con el bronce de la armadura del Compañero Real. Cuando los dos metales hicieron
contacto, se escuchó un chisporroteo y el olor a ozono de soldadura llenó el aire.

Al principio, el guardia no hizo nada, pero luego arqueó la espalda y se alejó


tropezando de la Reina, rugiendo de dolor. Los Buscadores se pusieron de pie de un salto
mientras él se doblaba y caía al suelo.

Los Compañeros Reales llevaban mucho tiempo equipados con la mejor tecnología
de vanguardia. Su armadura corporal generalmente podía soportar todo tipo de
proyectiles e incluso algunas armas de energía, podían activar escudos de protección
personal y tenían dispositivos de comunicación incorporados y sistemas de armas
secundarias como dardos inteligentes y perdigones de aturdimiento flash-bang.

El otro Compañero Real estaba reaccionando a la situación de su camarada ahora,


hablando por el comunicador alojado en su armadura de antebrazo derecho.

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—¡Emergencia médica! ¡Salón de la Búsqueda!

La Reina miraba con los ojos muy abiertos. Un puñado de Buscadores había sacado
sus armas en caso de que el hombre ahora representara una amenaza para Lydia. Sylen
fue uno de ellos. Necesitaba parecer más leal, especialmente porque pensaba que tal vez
su regalo no había sido el éxito que esperaba. Pudo ver a algunos otros buscadores
dándole miradas de reojo que confirmaban que estaban pensando en líneas similares.
Especialmente el viejo Gordias, el Buscador en Jefe.

Por fin, el hombre se quedó quieto y el segundo guardia se arrodilló a su lado. La


Reina y sus Buscadores se reunieron alrededor y estiraron para ver su rostro. Los ojos del
Compañero parpadearon por un momento y luego se abrieron. Comenzó directamente en
Lydia.

—Su Majestad—suspiró.

Varios Buscadores lo ayudaron a levantarse y, mientras estaba de pie, Sylen pudo


ver que la armadura dorada en su pecho no solo se había convertido en una plata opaca,
sino que había cambiado de forma. En lugar del pectoral de oro liso y batido, ahora había
una burda imitación de su musculatura: una serie de placas de metal estriadas.

El Compañero sonrió y los Buscadores dieron un fuerte aplauso.

En ese momento, un médico de la corte se apresuró a entrar flanqueado por dos


enfermeras, cada una con mochilas móviles de enfermería sobre los hombros. Detrás de
ellos venía una mujer joven. Iba vestida como una mujer noble de Catrigan Nova: un
sencillo y elegante vestido de color azul cielo nocturno. Se podía ver en su rostro que se
parecía mucho a la Reina.

El médico hizo una reverencia y pasó corriendo junto a ella para examinar al
Compañero Real.

La joven corrió hacia la Reina.

—¡Alabado sea Catrigan! —dijo—. ¡Pensé que estaban hablando de ti!

La Reina la besó suavemente en cada mejilla.

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—Mida, cariño. ¿Cómo podría pasarme algo? Tengo a los Compañeros Reales, los
Buscadores están aquí. ¡Rara vez he estado mejor protegida! —agitó el guante a los que
estaban reunidos alrededor de la mesa.

Mida inclinó la cabeza.

—Sí, mamá —dijo. Luego vio el guante metálico—. ¿Qué es eso?

—Un regalo de uno de los Buscadores. ¡La causa de esta alarma!

Mida miró al guardia de palacio caído, ahora atendido por el médico y las dos
enfermeras. Observó cómo escaneaban sus signos de vida y tomaba muestras de tejido y
líquido, pasándolas a través de los paquetes móviles de enfermería. Un momento o dos
después, el clínico se puso de pie para enfrentarse a la Reina una vez más.

—Puedo informar que el Compañero Litarsas parece gozar de buena salud—dijo—.


¿Puedo preguntar qué ha pasado?

La Reina le contó sobre el guantelete y que ella había tocado su armadura con él.

—Ya veo—dijo, asintiendo—. Eso se ajusta a mis hallazgos.

—¿Cuáles son? —preguntó Mida.

—La función médica de Litarsas ha sido... mejorada por la nanotecnología más


sofisticada que jamás haya visto. Por ejemplo, según los registros médicos de Palacio, su
presión arterial estaba ligeramente elevada, posiblemente debido a que creíamos que era
excesivo en alimentos con alto contenido de colesterol.

—Me gustan los pasteles—dijo Litarsas. Todos rieron.

—Eso es cierto—dijo el médico—. Pero, Majestad, esa condición ha sido corregida.


De hecho, cualquier leve debilidad médica que pudiera haber tenido antes, que no era
demasiada como Compañero Real, se ha desvanecido.

—¡Entonces sí cura! —jadeó Lydia, maravillándose una vez más del guante.

—Hay más, Alteza—agregó el médico—. Su cuerpo se ha fusionado con su


armadura alrededor del abdomen.

La sonrisa se desvaneció de los labios de todos. La Reina se volvió hacia su


guardia.

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—¿Cómo te sientes, Compañero Litarsas?

—Bien, majestad —respondió—. Mejor que eso, incluso —él sonrió—. La armadura
se siente... natural. Parte de mí. No duele.

Se golpeó el estómago y el pecho con los puños para demostrar su punto.

—¿Pero tenías dolor? —preguntó la Reina.

Litarsas ladeó la cabeza.

—Sé que me estaba retorciendo por el suelo como si fuera un pez fuera del agua—
dijo—. Pero no creo que lo llamaría dolor, Majestad.

La Reina asintió y sonrió. De repente, todos estaban hablando a la vez, balbuceando


sobre lo que había sucedido como fanáticos del torneo después de la victoria del equipo.
Lydia buscó a Sylen.

—Debe ser felicitada, Buscadora Sylen—dijo, casi ronroneando—. Este es, sin duda,
el mejor hallazgo que me han presentado.

Sylen sonrió entonces y sus ojos se posaron en el viejo Gordias. Hablaba con Mida,
sonriendo como todos los demás. Pero solo con la boca. Sus ojos contaban una historia
diferente. Quizás era hora de una ceremonia de jubilación. La Reina notó que ella miraba
al anciano.

—Gordias nos ha servido bien —dijo Lydia—. Y es uno de los favoritos de mi hija.
Se me ocurre que debería ser recompensado con la elevación.

Sylen se volvió hacia su señora. ¡Entonces, la Reina estaba pensando lo mismo que
ella! La promoción de los Buscadores significaba un puesto en el Consejo Rector, del que
todos sabían que la Reina no recibía orientación. Amaba la tecnología por encima de todo
y, por lo tanto, si escuchaba a alguien, eran los Buscadores y especialmente el Buscador
en Jefe.

—Sí, majestad —logró decir Sylen, formándose una amplia sonrisa.

—Pero mantengamos eso como una sorpresa por ahora.

La Reina se volvió y arrastró a los Buscadores con ella.

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—¡Venid, quiero probar esta maravilla en una tableta de datos! ¡Mida, únete a
nosotros!

La Reina estaba encantada con su nuevo juguete. Lo usó con tanta tecnología como
pudo. Cuando lo usó en la tableta de dados, mejoró la máquina más allá del
reconocimiento, dándole una señal mucho más amplia, una velocidad de procesamiento
más rápida y una memoria aún mayor. Era realmente asombroso.

Cada nueva pieza de tecnología que tocaba con el guantelete se actualizaba más
allá de sus sueños más locos y la sociedad en Catrigan Nova era una que casi veía la
tecnología como una religión.

La noticia del asombroso guante se extendió por los sistemas cercanos, y la


fabulosa riqueza del planeta encontró una nueva fuente de ingresos para igualar su
búsqueda de oro en los famosos remolinos dorados: el turismo. Al principio fueron
dignatarios de gobiernos locales y primeras familias. Solicitaban audiencias con la Reina
para ver el legendario guante.

Al darse cuenta de que había interés no solo de los forasteros, sino también de la
población de Catrigan Nova, Lydia ordenó que se construyera una exhibición permanente
en el Museo del Palacio. Una vez que se creó, se mejoró cuando la Reina abrió la
exposición y tocó todas las pantallas interactivas.

Mientras tanto, la Reina había instigado un programa de actualización voluntario


para los Compañeros Reales. Los cambios a Litarsas habían continuado. Se había vuelto
más rápido: capaz de correr casi al doble de la velocidad del atleta más rápido de
Catrigan Nova. Podía estar sin comida ni agua durante períodos prolongados,
permanecer despierto durante días y podía levantar tres veces su propio peso corporal.
Se había convertido en un sobrehumano en menos de una semana. Ahora llevaba lo que
se había conocido como la Lámpara de los Compañeros Reales, una luz azul circular en
su unidad de pecho, que todos veían como una insignia de honor.

Para cuando llegaron los primeros turistas, la reina Lydia había utilizado el guante
para mejorar todas las máquinas, instrumentos y dispositivos mecánicos, electrónicos y
computarizados del Palacio Nova. Las filas de los Compañeros Reales habían aumentado
de la fuerza de élite de 48 a más de 100 y de ellos, casi 30 se habían unido a las filas de

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agosto de lo que la Reina había llamado los Campeones Reales: aquellos que habían
sido tocados por el guante.

A sugerencia de Litarsas, se construyó una nueva armadura para los Compañeros


que no estaba hecha de oro. Se había convertido en el primer Campeón Comandante y
ahora ocupaba el puesto militar más alto que Catrigan Nova había tenido. El planeta
había basado durante mucho tiempo su economía y cultura en la fabulosa riqueza que le
proporcionaban los remolinos. Ningún monarca había tenido jamás pretensiones militares
o incluso ambiciones. Hasta ahora.

Una noche, mientras estaba sentada en su dormitorio, con un criado peinándose,


Mida entró a verla.

—¿Por qué estás ampliando los Compañeros? —preguntó.

— Porque este es nuestro momento, cariño —respondió Lydia. Se volvió para mirar
a su hija y la criada se movió con ella, manteniéndola cautelosamente a distancia de la
mano enguantada que descansaba en el regazo de su Reina—. ¿No lo ves?

—¡No, no lo hago! —dijo Mida y se dejó caer en la cama. Ella no había salido de la
infancia y aún podía comportarse con cierta petulancia si no se salía con la suya. Lo cual,
reflexionó la reina, no era nada malo para un futuro monarca.

—Mida, se nos ha dado esta maravilla tecnológica. Hasta ahora ha dado a un


pequeño número de guardias del palacio gran velocidad, fuerza y salud. ¿Debería ser ese
realmente el límite de nuestra ambición?

—¿Ambición? —Mida la miró fijamente—. ¿Qué “ambición”?

—Sabes que hay poderes celosos ahí fuera—dijo Lydia—. Extraterrestres que nos
arrebatarían nuestra riqueza si lo permitiéramos—ella suspiró—. Quizás no lo entiendes
porque todavía estás muy cerca de la época escolar.

—Es porque estoy cerca de mis días de escuela que lo entiendo totalmente—dijo
Mida, poniéndose de pie—. He aprendido muy bien mis lecciones. Tengo calificaciones
superiores. Especialmente en Política e Historia. Es por eso por lo que sé que nuestra
riqueza nunca nos será “arrebatada” porque mientras algunos querrían, otros lo evitarían.
Hemos mantenido ese equilibrio de poder durante siglos porque siempre hemos sido
neutrales y justos.

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—Ése es el problema de los status quo—le espetó Lydia—. A menudo se rompen
por aquellos que menos esperamos, a veces estamos menos preparados para ellos.

—Tonterías—Mida giró sobre sus talones y salió de la habitación, dejando la puerta


entreabierta.

—Su hija tiene razón —dijo una voz. Era dura, pero suavizada por una agradable
melodía.

La criada dio un pequeño chillido y dejó caer el cepillo. El dueño de la voz estaba al
otro lado de la habitación y la recogió antes de que ninguna de las mujeres pudiera
reaccionar. Era delgado, tenía el rostro arrugado y el pelo del color del peltre, peinado
hacia arriba, alejándose de la frente. Sonrió y le devolvió el cepillo al sirviente.

—¿Quién eres? —preguntó la Reina, con un ligero nerviosismo en su voz.

—No hay necesidad de alarmarse. O los guardias para el caso, realmente no me


gustan los guardias. Siempre me están encerrando. Y siempre estoy escapando. Quizás
podríamos pasar por alto eso, ¿eh? Es un poco aburrido a largo plazo. Y he tenido una
carrera muy larga.

—Estamos seguros de que estará de acuerdo en que seríamos una reina tonta si no
convocáramos la seguridad cuando un hombre extraño irrumpe en nuestro dormitorio.

Lydia indicó que la criada debería hacerlo, y la mujer ratonil asintió con la cabeza
antes de correr hacia un comunicador en la mesita de noche.

—Bueno, no soy Michael Fagan, pero tal vez deberías. Son las razones por las
cuales estoy aquí. Bueno, ellos y ese guantelete tuyo—el hombre metió las manos en los
bolsillos de sus pantalones, sacando las alas de su chaqueta en un destello de forro
escarlata.

—Quién ... —intentó volver a preguntar la Reina.

—Un amigo. Por supuesto. Y lo necesitas.

En ese momento, las puertas se abrieron de golpe y Litarsas irrumpió con otros dos
Campeones y un escuadrón de cuatro hombres de sus Compañeros habituales detrás de
ellos. Se abrieron en abanico, rodeando al recién llegado.

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—¿Ves? —dijo el hombre—. ¿Qué he dicho sobre los guardias? ¡Simplemente se
interponen en el camino!

—¿Majestad? —dijo Litarsas.

—Este hombre ha entrado en nuestro dormitorio. ¿Es este el nivel de competencia


que podemos esperar de nuestros Compañeros? ¿Nuestros Campeones, incluso?

—Prendedlo—dijo Litarsas. Parecía totalmente imperturbable por la extraña


naturaleza del intruso o las duras palabras de su monarca.

Dos de los Compañeros avanzaron y agarraron al hombre, inmovilizándole los


brazos a la espalda.

—Mis disculpas, Alteza —dijo Litarsas. Una vez más su voz sonó como si hubiera
sido drogado. No arrastrado, solo un tono monótono.

El recién llegado apartó los brazos de los Compañeros y cruzó la habitación para
mirar a Litarsas, cara a cara. Incluso tocó la lámpara azul en su pecho.

—Sí—dijo—. Primitivo. Pero innegable—se dio la vuelta rápidamente y se acercó a


la Reina—. ¡Está en un peligro terrible!

Lydia lo miró. Parecía serio, pero claramente estaba trastornado.

Litarsas lanzó un brazo plateado y ahora los dos Campeones avanzaron. Tomaron
los brazos del extraño y él hizo una mueca.

—¡Está bien! ¡Está bien! —gruñó—. Solo tened cuidado con la sastrería. Me gusta
este forro.

—Al nivel de la mazmorra—dijo Litarsas.

—Perfecto —dijo el hombre de cabello peltre—. Llevadme lejos de vuestro líder.

Lydia seguía preocupada por las palabras del intruso, pero pensó que
probablemente era el hecho de que las noticias de sus súper soldados se estaban
extendiendo por todo el cuadrante. Era natural que tal información despertara temores en
algunas personas, especialmente los de naturaleza desquiciada.

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Mida no lo veía así en absoluto. Ella pensó que el hombre había estado hablando
con sentido común. Seguía sin comprender por qué Catrigan Nova tenía que ponerse en
pie de guerra.

Luego llegó esa mañana, unos días después. Era ese período del año en el que el
frío del invierno se arrastra para jugar en los límites del día todavía veraniego. La reina
estuvo en la ceremonia de creación de un equipo de nuevos Campeones.

A estas alturas, los implantes y mejoras en aquellos a los que ya había tocado con el
guante estaban muy extendidos. Pocos Campeones dormían. Elaboraban planes para
barcos y armas que Litarsas le aseguraba que serían necesarios para asegurarse de que
no les quitaran su riqueza. Y, sin embargo, también abogaba por la venta de su oro a un
ritmo sin precedentes. Afirmó que era para financiar la construcción de estas nuevas
maravillas. Pero estaba bajando el precio en los mercados en tres cuadrantes.

Lydia estaba de pie en un estrado elevado, su respiración se formaba en el aire


fresco de la mañana. Los soles se arrastraban sobre el ápice puntiagudo del cuartel de los
Compañeros, disminuyendo lentamente las sombras. Ante ella, seis de sus súbditos
llevaban la nueva armadura de acero bruñido de los Compañeros. Ella misma llevaba una
bufanda de acero que le colgaba del cuello y estaba decorada con una placa de circuito
estilizada.

El guantelete estaba en su mano izquierda, como siempre lo estaba en estos días.


Lydia no quería admitirlo ante nadie, pero no había podido quitarse el guante desde antes
de que llegara el intruso en el dormitorio. Ella lo miró ahora y frunció el ceño. ¿Había
crecido? Su mano y antebrazo parecían mucho más grandes: como los de un hombre
poderoso, o, de hecho, como uno de los Campeones.

Cuando el Himno de Catrigan Nova comenzó a sonar, la Reina bajó de su


plataforma y se acercó a la fila de Compañeros. Se alegró de ver que se trataba de una
mujer. Lydia se acercó al primer hombre y, como era costumbre, dio un paso adelante.
Ella colocó la palma del guantelete en la placa de su pecho, donde se formaría la lámpara
del Campeón.

Le tomó unos segundos, pero luego el hombre jadeó. Se las arregló para retroceder
antes de inclinar la cabeza en lo que parecía dolor, aunque después del evento todos
afirmaron que el proceso no los hería. El proceso de actualización parecía llevar más

26
tiempo ahora. La Reina no tenía idea de por qué. Quizás el guantelete se estaba
quedando sin energía. Aun así, cuando llegó a la única mujer en el desfile, la armadura de
pecho del primer hombre casi había cambiado.

Cuando estaba completamente convertida, la armadura se parecía a los músculos y


ligamentos del cuerpo fundidos en metal. Cada extremidad estaba estriada con líneas y
alguna forma de tubo exesquelético corría muy de cerca por cada pierna y brazo desde el
hombro hasta el codo y desde el muslo hasta la rodilla. De pie a un lado estaba Litarsas.
Lydia había notado que su cuello ahora estaba cubierto con una abrazadera de metal y la
columna metálica de su armadura se extendía sobre la parte posterior de su cabeza, casi
hasta la coronilla.

Bajo su brazo sostenía un casco. Lydia enarcó una ceja. Eso era nuevo. Al igual que
la armadura, era de un tono plateado mate con una ranura para la boquilla y orificios
redondos para los ojos. Curiosamente, parecía haber un segundo círculo mucho más
pequeño en la parte inferior de cada uno, mirando hacia el lado del casco. En el vértice,
había un accesorio en forma de cuña para el que la Reina no veía ningún uso.

Hizo una nota mental para preguntarle a Litarsas al respecto en su próxima


audiencia y luego, con la ceremonia terminada, la Reina abandonó la fría plaza y regresó
por el Palacio. Cuando llegó a los apartamentos familiares, Mida la estaba esperando
vestida con un sencillo vestido de manga corta. Lydia supo por la forma en que estaba
parada que su hija estaba molesta.

—¿Cuántos son con eso? —preguntó Mida con brusquedad.

—Los Campeones están ahora en la fuerza de la Compañía—respondió Lydia y


pasó junto a su hija al pasillo—. Un poco más de 70 o así—se miró en el espejo. Se veía
pálida, demacrada—. Pero estoy cansada, cariño—agregó, mirando a su hija en el reflejo
—. ¿Podemos tener esta pelea en otro momento?

—No—dijo Mida. Tenía las manos en las caderas—. Has cambiado, madre. Esa
cosa del guantelete. Eso es lo que ha sucedido.

—Cariño, solo necesito descansar —Lydia fue a pasar a la habitación de al lado


para sentarse, pero Mida la bloqueó.

—Ese hombre tenía razón—dijo—. Creo que esa cosa es peligrosa. ¿Cuándo fue la
última vez que te lo quitaste?

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Lydia se resistió a responder la pregunta. ¿Cómo podía decirle a su hija que no
había podido? Esto la hizo darse cuenta de que podría haber algo de verdad en sus
palabras.

—No lo he hecho—dijo finalmente.

—¿Qué? —Mida negó con la cabeza—. Increíble. Y no crees que sea peligroso. Y
no quieres hablar de eso. ¡Y siempre estás cansada!

Se volvió para irse, pero Lydia fue tras ella, extendiendo una mano para detenerla,
pacificarla.

—Por favor, espera, cariño—pero entonces sucedió. Su mano agarró el brazo de


Mida. Pero era su mano enguantada.

Su hija gritó cuando su hombro pareció estallar en una erupción plateada que cubrió
su brazo en segundos. Mida apartó la mano del agarre de Lydia y miró con miedo y odio a
su madre.

—¿Qué has hecho? —suspiró.

—¡No! —Lydia se adelantó para ayudar a su hija, pero Mida se encogió de miedo—.
No, por favor. Mida, cariño.

Ella no sabía qué hacer. Por primera vez en muchos meses, incluso años, no había
nada que pudiera hacer.

Lydia observó, incapaz de moverse, mientras la plata se extendía por el brazo de


Mida y la mano. Con los ojos muy abiertos por el horror, la Reina vio cómo el brazo de su
hija se convertía rápidamente en una copia del suyo. Otro guante.

Su hija la miró con lágrimas en los ojos, un odio en su voz que nunca había estado
allí antes. —¡Te lo dije! —chilló—. ¡Te dije que era peligroso!

Miró al suelo mientras Lydia se ponía de pie, con su propia mano cyborg en la boca.

—Mazmorras—dijo el hombre. Parecía como si se hubiera alojado en una de las


lujosas habitaciones del Palacio, no en una celda de dos metros cuadrados y amueblada
únicamente con una cama, lavabo e inodoro—. Puertas de madera.

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Lydia estaba de pie frente a él, al otro lado de la puerta de la celda con barrotes
pesados.

—Un pequeño error de cálculo de mi parte, de lo contrario habría estado allí para
ayudar.

—¿Puedes ayudarme ahora? —preguntó la Reina en voz baja.

—Puedo intentarlo—dijo el hombre. Se acercó a la puerta de la celda y miró a


través, tratando de ver qué había más allá de la puerta exterior—. Déjame adivinar. No
hay “Campeones” aquí. El deber de guardia de la prisión es demasiado bajo para tus
nuevos súper soldados. Y además, probablemente estén construyendo naves espaciales
y pistolas de rayos y planificadores y controladores.

Lydia asintió.

—Estamos planeando una nueva flota con nuevas armas—dijo. Ella estaba mirando
al suelo y luego se atragantó, comenzando a llorar—. Me siento tan avergonzada.

—Eso deberías hacer—dijo el hombre—. Pero no es bueno llorar por la


cybertecnología derramada.

La Reina lo miró, secándose las lágrimas con su mano derecha, su mano normal.

—¿Conoces el origen de este guante?

—Así es. Una desagradable especie de cyborgs. Es posible que hayas oído hablar
de ellos —sonrió sin humor—. Los Cybermen.

La palabra le sonaba familiar. Lydia hizo una mueca mientras trataba de sacar el
recuerdo a la superficie.

—Cybermen—repitió.

—Eso es. ¡Puedes hacerlo! Tu educación fue hace mucho tiempo, ¿no? —él sonrió,
esta vez con genuina calidez—. Sin ofender.

—Pero...—la Reina podía recordarlo ahora—. Se extinguieron. La... galaxia de


hibernación explotó. O algo. No, no puede haber sido una galaxia.

—Lo fue. La galaxia espiral tiberiana. He estado cazando esa cosa durante mucho
tiempo —dijo señalando su brazo izquierdo—. Y nunca mueren. Siempre sobreviven. Es

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su principal motivador. No importa qué. Casi podrías admirarlos si no fueran tan
indeciblemente inhumanos. ¡Y ahora tienes el toque Mondas!

El extraño esbozó rápidamente un plan. Necesitaba hablar con sus guardias de


mayor confianza: los Campeones que aún no se habían ofrecido como voluntarios para el
proceso de actualización. Cualquiera de los Compañeros originales también. Aquellos
totalmente leales a ella y no temerosos ni en deuda con Litarsas. Él le preguntó si había
alguna otra fuerza a la que pudiera recurrir y ella sonrió cuando la golpeó: los Buscadores.
Sylen, especialmente.

—Bien —dijo el hombre—. Ellos son solo una precaución. Ojalá no los necesitemos,
pero nunca se sabe. ¡Ahora! Tu hija. Tráela aquí. Estableceremos la base en las
mazmorras. Nunca pensarán en buscar problemas aquí. Puedo tratarla y luego necesito
secuestrarte.

Sonrió de nuevo, sus ojos se arrugaron en las esquinas. La Reina logró esbozar una
leve sonrisa en respuesta.

—Gracias —dijo—. ¿Como debería llamarte?

—Oh—se rio el hombre—. No les demos pistas. Solo llámame Don Listo.

Luego se volvió para ir a hacer los arreglos.

—¿Una última cosa? —preguntó.

Lydia se detuvo en seco.

—Cualquier cosa—dijo.

—¿Me abres la puerta de la celda?

Los reclutas secretos de la Reina se movieron rápidamente por el palacio, trayendo


suministros médicos de Don Listo y un equipo de enfermería mejorado, persuadiendo a la
princesa para que asistiera a las mazmorras y tratando de mantenerse fuera del camino
de los Campeones.

Los propios Campeones ahora llevaban los nuevos cascos. Lydia se encontró con
tres de ellos en la sala del trono. Estaban parados en fila, inmóviles. Se acercó a uno de

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ellos y trató de mirar por los ojos. No podía ver nada más allá de la malla negra que los
cubría. Le preguntó a uno de ellos qué estaban haciendo allí, pero él no respondió.

Estaba a punto de darles un vendaje enojado cuando vio que pequeños tubos de
metal crecían hacia arriba de manera constante desde los lados del casco, donde
deberían estar las orejas. Unos tubos similares sobresalían de la parte superior de la
cabeza donde estaba la corona en forma de cuña. Lydia observó, paralizada, cómo los
dos extremos se curvaban el uno hacia el otro y finalmente se encontraban, dando a los
cascos la apariencia de tener asas. Corrió a las mazmorras para contarle a Don Listo
sobre ellas.

Estaba de pie junto a su hija, que estaba acostada en la litera de la celda. La cama
había sido despojada de su manta gris y había sido reemplazada por una sábana médica
blanca inmaculada. Tenía las mangas arremangadas y llevaba guantes quirúrgicos.

—Handles—dijo—. Era un buen compañero.

La reina había decidido no hacerle más preguntas al respecto, sino que preguntó por
su hija.

—Está en coma —dijo—. Lo pensé mejor. El proceso de reversión es muy doloroso


y, aunque a los Cybermen no les importan ese tipo de cosas, a mí sí.

Ella lo vio trabajar durante unos minutos. Era gentil y seguro. Cada movimiento y
acción la llenaba de confianza en que había hecho lo correcto al acudir a él.

—Por favor—susurró en voz baja—. Salva a mi hija. Te lo ruego.

Sin levantar la vista y a pesar de estar al otro lado de la puerta de la celda abierta
dijo:

—Lo haré.

La Reina durmió a intervalos esa noche y cuando se despertó fue recibida por la
noticia de que los Campeones habían comenzado a acorralar a miembros del público,
incluso visitantes del planeta. Lo llamaban servicio militar obligatorio. Se vistió y se
apresuró a ir a las mazmorras.

Un milagro la recibió. Mida estaba sentada en la cama, con el brazo completamente


normal, salvo por algunos rasguños en el hombro.

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—No hay daños permanentes—confirmó Don Listo—. Pero recomiendo un período
de descanso. Os dejaré a las dos solas.

Después de un emotivo reencuentro y promesas hechas por ambos lados, la Reina


encontró a Don Listo en el pasillo fuera de las mazmorras. Estaba comiendo una
empanada en un plato de madera. Ella lo miró como si de alguna manera nunca lo
hubiera imaginado comiendo.

—Siempre come un buen desayuno antes de una batalla—dijo.

—¿Batalla?

—Sí. Ahora que Mida está curada, necesito tomarte prisionera y ocuparme de los
Cybermen.

Una vez más, le explicó su plan. Si tenía razón, sería sencillo. Solo era necesario
que uno de los Campeones mejor conocido por Litarsas le dijera que la Reina había sido
tomada por un grupo de rebeldes liderados por un extraterrestre. De hecho, Don Listo
llevaría a Lydia solo a los remolinos dorados. Las tropas leales a la Reina solo se
dirigirían allí una vez que todos los Cybermen hubieran abandonado el Palacio.

El plan se puso en marcha. Con el fin de llegar rápidamente a los remolinos, se


convenció a Don Listo de que dejara a la Buscadora Sylen pilotarlos allí en su hiperdardo.
Llegaron a la asombrosa estructura geográfica en menos de una hora.

Sylen le explicó al recién llegado que el área era una gran hendidura en el suelo:
una milla de profundidad y casi cien millas de ancho, cubierta casi enteramente por
piscinas naturales. Estas piscinas se llenaban de agua expulsada del suelo por la
actividad volcánica debajo de la superficie del planeta. El líquido estaba forzado a través
de estrechos respiraderos a una velocidad tan alta que se convirtieron en remolinos. Eran
peligrosos por dos razones: la velocidad de sus corrientes y el hecho de que podían
arrastrar a una persona hacia abajo sin previo aviso, a través de conductos de ventilación
más grandes que actuaban para vaciar las cuencas tan pronto como se llenaban.

—¡Es como sacar el tapón de una bañera! —dijo don Listo—. Me encanta la idea de
dar un baño a los Cybermen, ¿no? ¡Me aseguraré de que se limpien detrás de esas
orejas suyas!

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Mientras volaban en círculos sobre sus cabezas antes de aterrizar, el sol atrapó el
valle y los estanques brillaban y refulgían bajo el sol. Lydia no había estado allí durante
mucho tiempo y había olvidado su belleza natural.

—Pero es por eso por lo que realmente estamos aquí—dijo el hombre.

Esta era la fuente de la fabulosa riqueza de Catrigan Nova. Junto con el agua,
también se introducían pequeñas pepitas de oro a través de los conductos de ventilación.
Eran arremolinadas por la corriente a velocidades muy altas, pero también tendían a
asentarse en el fondo de los estanques.

—Oro —dijo don Listo, frotándose la sien—. Sé con certeza que la Cyberíade
todavía adolece de una debilidad. ¿Supongo que usáis un supresor para mantener la
velocidad del agua bajo control y así poder extraer el oro?

Lydia asintió.

—Pero no sé dónde está el control.

—No importa—dijo el hombre. Sacó una extraña herramienta azul que tenía una luz
al final—. Lo tengo. Todo lo que tenemos que hacer es esperar a que los Cybermen
vengan a rescatarte y luego apagamos los supresores. Bañar a los Cybermen en una
suspensión de oro será, espero, como ponerlos en una licuadora.

—Pero, ¿por qué me salvarán? —preguntó Lydia.

—Porque eres necesaria—dijo—. Eres una figura líder. Aunque han comenzado el
reclutamiento, todavía te necesitan para asegurarse de que la gente no se levante. Si te
matan demasiado pronto, se enfrentarán a la resistencia, por inútil que sea.

Puso su mano alrededor de los hombros de la Reina y se la llevó.

—Hay otra cosa. Esto será difícil —dijo—. Tanto para que lo escuches como para
que lo hagas.

Lydia asintió.

—Lo que digas…

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—Cuando llegue el momento, también tendrás que poner el guante en uno de los
remolinos. El oro tendrá el mismo efecto en tu brazo que con suerte tendrá en los
Cybermen. El mismo efecto.

La Reina pareció perpleja por un segundo y luego la dolorosa comprensión se


extendió por su rostro.

—Mi brazo —dijo.

—Me temo que lo perderás. Por debajo del codo. Será doloroso. Lo siento.

Lydia asintió con la cabeza, con una expresión sombría y decidida en su rostro.

—Que así sea—dijo.

No tuvieron que esperar mucho al enemigo. La compañía de Cybermen llegó sobre


la cresta de la depresión, como una manada de ñus plateados. Su velocidad era
impresionante mientras se acercaban.

Se detuvieron a poca distancia. Al frente de las filas estaba lo que solía ser Litarsas.
Su casco era ligeramente diferente a los demás; tenía asas negras en lugar del mismo
color plateado que tenían las demás.

Don Listo dio un paso adelante.

—Líder—dijo, saludando a Litarsas. El hombre frunció el ceño ante los Cybermen,


con el ceño fruncido por debajo de las cejas de una manera con la que nadie vivo
discutiría.

—Eres conocido y registrado como enemigo de los Cybermen.

—Sí, sí. Estoy seguro de que lo soy —puso un extraño acento vibrante—. Pero la
pregunta que debéis haceros esta noche es: ¡hundiros o salir nadando!

Se volvió hacia la Reina y Sylen.

—¿Qué decís, amigas? ¿Nos hundimos o salimos nadando? —señaló al cielo y


todos miraron hacia arriba, incluso los Cybermen. Pero no había nada que ver. Entonces
Lydia notó que no estaba señalando. Tenía la herramienta azul en la mano y zumbaba
como un nido de avispas furiosas.

—Espero que sus tropas estén aquí, alteza —dijo Don Listo.

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Sylen asintió.

—Recibí su señal justo antes de que llegaran—dijo.

—¡Diles que abran fuego!

De repente, el agua de los remolinos se volvió más salvaje y ruidosa, golpeando los
lados, salpicando la brillante suspensión sobre Don Listo, la Reina y Sylen, así como
sobre varios Cybermen.

—¡Fuego! —gritó Sylen en su comunicador de muñeca.

—Matadlo—entonó el Cyberlíder.

Entonces todo se volvió borroso. Antes de que los Cybermen pudieran operar sus
armas, el fuego láser de la cresta los golpeó. Esto los hizo retroceder, pero no causó
daños permanentes. A estas alturas, el flujo de oro líquido era un torrente y rápidamente
se elevó a la altura de la cintura y, cuando los cyborgs tropezaron hacia atrás bajo el
impacto de los disparos, algunos de ellos cayeron en las piscinas más profundas.

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Inmediatamente, los diminutos granos de oro se convirtieron en las mejoras de los
Cybermen. Lydia observó cómo le arrancaban el casco pieza a pieza para revelar un
rostro horrible debajo: la mujer que había estado en un desfile sólo unos días antes. Sus
ojos habían desaparecido y un material plateado que se pegaba cerca de las
ondulaciones de su cráneo había reemplazado la mayor parte de su piel. Cables y
circuitos sobresalían del área craneal y ella levantó una mano, ya sea como un gesto de
desafío o como una señal de ayuda, era imposible de decir, mientras se deslizaba bajo las
olas.

Ahora solo quedaba un puñado de Cybermen sobre la superficie e incluso los que
estaban colapsaron cuando sus piernas y rodillas se desgastaron. Pero aun así, el
Cyberlíder se mantuvo en pie. De hecho, avanzaba vadeando, con las manos extendidas
hacia la Reina.

Sus manos plateadas agarraron la garganta de Lydia, pero ella también tenía un
fuerte cyberbrazo y logró detenerlo. Pero lo que una vez había sido Litarsas era más
fuerte. Entonces la Reina recordó su entrenamiento de protección personal. Si alguna vez
la atacaban, había dicho su antiguo maestro, debería usar la fuerza y el impulso del
agresor contra ellos.

Entonces ella lo hizo.

Lydia rodó hacia atrás, lo que tomó por sorpresa al Cyberlíder. Cayó hacia adelante,
tropezando con un remolino cercano del líquido mortal. Luchó por permanecer por encima
de la línea de flotación, pero la Reina no solo tenía la fuerza de un cyborg sino la de una
madre enfurecida. Empujó hacia abajo las asas metálicas de las orejas y el rostro del
Cyberman desapareció bajo la superficie.

Su brazo también. Lydia gritó de agonía cuando la parte metálica de su brazo se


enrojeció con la suspensión dorada. Pero ella se aferró.

Fue Don Listo quien la levantó suavemente del agua, señalando un cuerpo de metal
que fue arrastrado por los rápidos dorados y finalmente succionado hacia una de los
estanques. Luego, una vez más alzó su dispositivo zumbante hacia el cielo. Casi tan
repentinamente como había estallado, el agua retrocedió. Se pasó la mano por el pelo
color peltre empapado y sonrió a Lydia.

—Como una licuadora—dijo.

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—¡Mamá! —todos se volvieron y vieron a Mida corriendo por el suelo empapado.
Estaba a punto de abrazarse con su madre cuando vio que el brazo de su madre se había
desvanecido por debajo del codo. Se detuvo abruptamente y comenzó a llorar.

Lydia atrajo suavemente a su hija hacia ella y se abrazaron durante un largo rato.
Ella había renunciado al guante mágico; el que había prometido la salvación tecnológica y
entregado exactamente lo contrario.

Mida miró a su madre y sonrió.

—Has sido tan valiente —dijo.

Lydia sonrió y pensó que se debía a Don Listo. Ella se volvió para buscarlo. Pero el
misterioso extraño no estaba allí. Se había desvanecido. La Reina sonrió y saboreó una
lágrima que le había resbalado por la cara. Era de felicidad y se lo debían todo a él.

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LA TERRIBLE MANUSSA
Cuando tenía ocho años, Persisalevatolla había examinado el Cisma Desenfrenado
y había visto una cosa: la posibilidad de una aventura. El problema era que ella era del
capítulo de Patrexes y para ellos la aventura no era fácil. Por eso se había propuesto
averiguar todo lo que pudiera sobre los Celestiales.

Había oído hablar por primera vez de la Agencia de Intervención Celestial en


relación con los Shakri. Pero pocos hablaban de los intervencionistas, y cuando lo hacían
era en voz baja. Persis había rastreado pequeñas referencias a las actividades de la AIC
en la biblioteca, pero eran oblicuas en el mejor de los casos. Todas las demás consultas
de información se bloqueaban o daban cero resultados.

A medida que se acercaba a su graduación, Persis se convenció de que la vida que


buscaba estaba más allá de ella y una carrera en Control del Espacio-Tiempo la atraía,
registrando TARDIS dentro y fuera de Gallifrey. Entonces sucedió algo increíble. En su
último día, horas antes de la ceremonia de graduación, su maestro de clásicos
temporales, un cardenal prydoniano llamado Kroshen, se acercó sigilosamente a ella en la
biblioteca de Torre Rothe y le susurró algo al oído.

—Estás interesada en la Agencia de Intervención Celestial, ¿no es así, Persis?

Cuando se graduó con un doble primero, se fue directamente a entrenar con la AIC.
Y aunque los rangos de las estrellas eran emocionantes, en su mayoría eran más clases y
estudio. Leer sobre planetas alienígenas y criaturas extrañas era ciertamente más
animado que los tiempos secos de la Academia, pero quería verlos por sí misma.

Y ahora había llegado su momento.

La sala de reuniones era una celda blanca y sencilla con dos sillas blancas
diseñadas para la incomodidad y un escritorio blanco sin función discernible. Persis nunca
antes había visto una sala de reuniones y no tenía idea de lo que debía hacer.

Sin que Persis se diera cuenta, un Señor del Tiempo vestido de negro apareció
detrás de ella. Una voz masculina cortante le dijo que se sentara, así que ella se sentó.

El Señor del Tiempo se movió alrededor de la mesa como si flotara. Llevaba la


capucha negra ajustada y el cuello alargado que lo distinguía como un exmiembro del

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AEET: los Agentes Especiales Espaciotemporales. Su rostro estaba tranquilo pero curtido
por la intemperie. No el habitual cutis regordete y pastoso que tenían los viejos Señores
del Tiempo. Persis se encontró automáticamente respetándolo.

Se sentó en el lado adyacente de la mesa y sonrió.

—Bienvenida, Persis —dijo—. Por favor, presta atención a la pantalla.

Inmediatamente apareció una imagen en la pared frente a ella. Era una mujer joven
y hermosa: cabello oscuro y lustroso, ojos con motas color avellana y un aplomo que le
dijo a Persis que la mujer se sentía extremadamente cómoda en su propia piel. Alrededor
de su cuello había un colgante de cristal rojo.

La información fluía hacia la izquierda y la derecha de la imagen, ya que el hombre


de negro dio algunos detalles biográficos.

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—La mujer a la que estás mirando es una princesa alienígena llamada Manussa,
originaria del planeta G139901KB, el cuarto planeta del sistema Scrampus. Desde hace
varias décadas, se ha vuelto cada vez más poderosa mediante el uso de cristales
especiales.

La imagen cambió de nuevo y Persis se volvió a sentar, frunciendo el ceño. Era poco
posible ver que el rostro pertenecía a la misma mujer. Atrás quedaban la tez radiante, el
cabello color chocolate oscuro y los suaves ojos castaños. En su lugar, Manussa ahora
tenía su rostro tatuado con las escamas de un reptil. Su cabello había sido trenzado y
pintado para que parecieran serpientes, y sus ojos se habían vuelto tan rojos como el
colgante que había usado en la foto anterior.

—A través de la astucia, una determinación singular y una clara falta de moral, ahora
se ha convertido en la reina de su pueblo y ha canalizado todos sus recursos para crear
estos grandes cristales utilizando los telépatas más poderosos que la especie haya
desarrollado.

La imagen cambió nuevamente para mostrar un cristal azul de cinco lados. Luego
otro en rojo y un tercero en naranja. La pantalla volvió a la imagen de Manussa.

—Si miras más de cerca la ornamentada armadura que lleva, verás que en realidad
está hecha de cristales del tipo naranja y rojo. Creemos que cada color refleja un uso
diferente, pero no estamos seguros. Se fabrican fuera del mundo en la luna de Ojo
Grisáceo en entornos antigravitatorios.

Persis miró la pantalla, absorta por las imágenes exóticas y extraterrestres que
mostraba. Trató de no dejar que la emoción se reflejara en su lenguaje corporal. Si se dio
cuenta, el hombre de negro no hizo ningún comentario.

—Estos cristales se pueden utilizar para muchas cosas. Pero ahora sabemos que
también han sido utilizados por una criatura intersticial conocida como Mara para cruzar a
nuestra realidad. Manussa ahora no solo es la reina de su planeta, y un imperio a
distancia más allá, sino también la líder religiosa de su especie. Al principio, ella era
simplemente la cabeza de un culto llamado Unión de la Serpiente, pero ahora la suya es
la única religión en G139901KB. Esto tuvo lugar después de que ella proscribiera todos
los demás credos y convirtió sus templos al culto Mara.

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Persis asintió. Había oído hablar de la Mara.

—La Mara en sí es una enorme criatura legendaria parecida a una serpiente—dijo—.


Un ser poderoso de la tentación, el miedo y el odio que se dice que vive en los lugares
oscuros de la mente.

El hombre de negro la miró como un padre orgulloso miraría a su hija favorita.

—Tu interés en los aspectos más esotéricos de tu entrenamiento claramente te


resulta muy útil.

—Los cristales son impresionantes—dijo Persis—. ¿Pero cuál es el interés de la AIC


en esta mujer y su serpiente de mito?

Su compañero agente asintió con la cabeza y agitó una mano sobre la mesa.
Inmediatamente se encendió y una exhibición holográfica de una sala del trono apareció
en miniatura en su superficie. La figura de Manussa con armadura de cristal estaba
sentada sobre un grupo de visires y consejeros.

—... y la mano de obra necesaria para el arma Ojo Grisáceo está siendo
transportada a la luna ahora—dijo una de los visires, una mujer con visor.

—Bien—Manussa bajó la mirada desde su trono. Se lamió los labios y Persis vio
claramente la lengua bífida—. Pero también he oído que ha habido un problema con las
cubas de crecimiento de cristales.

El rostro de la mujer con visera decayó.

—Majestad—empezó a decir, pero Manussa la hizo callar levantando un dedo. Los


otros visires se alejaron discretamente de ella.

—¿Estabas tratando de ocultarme esto? —su voz se convirtió en un siseo mientras


se levantaba del trono y avanzaba por el suelo.

—Gran Manussa, yo nunca...

Antes de que la mujer pudiera inventar una excusa, Manussa se puso de pie y su
cabello cobró vida. Estos no eran facsímiles trenzados. Eran serpientes reales. Sisearon y
chasquearon cuando los ojos de Manussa se enrojecieron. De repente, la visir fue
levantada del suelo, atrapada en un resplandor rojo de energía del tiempo.

43
Persis asintió.

—Estasis temporal—dijo. Había estudiado el tema durante su segundo año en la


Academia. Era rudimentario. Pero luego la mujer desapareció por completo. El holograma
se desvaneció.

—¿Tiempo en bucle? —jadeó Persis.

—Esa es nuestra creencia—dijo el hombre negro—. Los indígenas han apodado al


poder como “tempetrificación”.

La estasis era una cosa, pero esto...

—¿Cómo? ¿Con su mente?

—Una vez más, no estamos seguros, pero está claro que el enfoque proporcionado
por los cristales le ha dado a Manussa la capacidad de controlar la energía temporal en
un grado asombroso.

Hasta ahora, la capacidad de realizar un bucle temporal adecuado de un objeto


había eludido a los Señores del Tiempo. Era un poco difícil para Persis comprender cómo
lo había hecho una civilización relativamente atrasada y cuasirreligiosa.

—Me temo que lo peor está por venir—dijo el hombre—. El poder del bucle temporal
se desarrolla como un arma mucho más grande en la luna de Ojo Grisáceo.

La imagen en la pared cambió para mostrar una base lunar con varios soldados con
uniformes de piel de serpiente marchando a través de un hangar.

—Prevemos un momento en que esta arma estará equipada con una unidad de
propulsión planetaria.

Persis jadeó. Eso planteaba una amenaza significativa para la supremacía de


Gallifrey.

—Manussa tiene la intención de usar el arma para congelar planetas enteros,


demostrando así su poder y obligando a innumerables mundos nuevos a adorarla.
Puedes entender que, si no se controla, su imperio no solo se extendería por la galaxia,
sino que tal arma causaría un daño incalculable al continuo espacio-tiempo.

Persis miró al hombre que le informaba.

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—Entiendo.

—Nos gustaría que viajaras al sistema Scrampus en un momento antes de que el


arma esté completamente desarrollada. Primero, necesitarás acceder a la luna Ojo
Grisáceo. Debe destruir el arma o dejarla inoperable permanentemente. Alternativamente,
si te enteras de algún componente clave en su funcionamiento, debes traerlo a Gallifrey
para su examen.

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Persis sonrió. Astuto.

—Una vez que lo hayas logrado, debes llevar a la propia Manussa ante la justicia.

—¿Te refieres a matarla? —preguntó Persis.

Ella no era una niña; sabía que el asesinato era a veces una necesidad. Y
ciertamente veía la amenaza que representaba Manussa. Simplemente no estaba segura
de que mereciera la máxima sanción.

—Eso te lo dejo a ti—dijo el hombre de negro mientras se levantaba de la incómoda


silla. Sacó un objeto de metal de un bolsillo oculto en su túnica—. También te dejaré esto.
Un anillo de tiempo. Te devolverá a Gallifrey una vez que hayas terminado.

Persis lo tomó. Sabía que funcionaba de manera similar, aunque más primitiva, a
una TARDIS, ya que se encerraba en entornos adecuados para la materialización.
También había oído que podían ser poco fiables.

—Ten cuidado de no perderlo. Persis. Ese Anillo del Tiempo es tu salvavidas.


¡Buena suerte!

Y se fue.

Persis se puso de pie y activó el circuito de vestuario en su dispositivo de camuflaje


personal. Su propia túnica negra y su gorro se convirtieron en el uniforme de piel de
serpiente y la capucha de un oficial de la Fuerza de Ataque Manussano.

Luego deslizó el brazalete de metal en su brazo y desapareció en el vórtice del


tiempo.

El pasillo metálico se extendía en ambas direcciones, desapareciendo mientras se


curvaba en un arco. Persis se volvió primero hacia un lado y luego hacia el otro. No
importaba qué camino tomara, ya que ambos caminos parecían idénticos. Ella se encogió
de hombros y se dirigió a su izquierda.

Podía sentir que la gravedad era artificial y, como no había ventanas, se preguntó si
su Anillo del Tiempo la habría depositado en una estación espacial o nave en lugar de en
la luna de Ojo Grisáceo.

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Antes de que pudiera procesar esto, escuchó algo que inusual en la curva del
pasillo. Era una voz profunda y meliflua recitando poesía. Persis avanzó con cautela y vio
que habían quitado una gran escotilla de acceso y que había un hombre tendido con las
piernas sobresaliendo del panel.

Mientras miraba, el hombre se dio cuenta de su presencia y lentamente se


desenredó del funcionamiento. Tenía una mata de cabello rubio rebelde y estaba vestido
como un bufón de colores. Su mirada era clara y ardía de inteligencia. Él la miró,
parpadeó y luego sonrió, poniéndose de pie de un salto. Antes de que Persis supiera lo
que había sucedido, el hombre le tomó la mano.

—¡Hola! —dijo—. ¿Qué te trae por este pasillo remoto?

Persis estaba a punto de dar una respuesta plausible cuando recordó su disfraz. Ella
era una oficial de la Fuerza de Ataque Manussano.

—¡Podría hacerte la misma pregunta!

—Podrías—dijo—. ¿Pero creo que tienes peces más grandes para freír?

Esto desconcertó un poco a la agente Señora del Tiempo.

—¿Pez?

—Sí. Es un dicho—hizo una pausa para meterse las manos en los bolsillos e
inclinarse hacia adelante—. No creo que mis retoques aquí te preocupen tanto.

Persis miró al hombre con recelo. ¿Podría ver a través de su disfraz? ¿Tenía alguna
forma de habilidad psíquica? ¿Era una deidad traviesa? Fuera cual fuera su poder, Persis
sintió que sus sospechas se desvanecían. Había algo en su comportamiento que la
hacía... confiar en él.

—Eso está por verse—dijo finalmente—. ¿Con qué estás “jugueteando”?

—¡Ajá! Ahora que es una pregunta interesante. Incluso pertinente.

Sacó la mano derecha del bolsillo.

—Creo que puedes ayudarme, de hecho.

Abrió la mano para revelar un mecanismo que no parecía muy diferente a un antiguo
circuito de desmaterialización.

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—Así es como lo hace ella, ¿ves?

Persis no pudo evitar sonreír.

—¿Ella? Te refieres a Manussa.

—Sí. Muy interesante, ¿no? Cómo empiezan las cosas. O concluyen. Eso es lo que
estoy tratando de hacer, de verdad. Atar algunos cabos sueltos.

Él tomó su mano y colocó el pequeño instrumento en su palma ahora, antes de


cerrar sus dedos.

—Todo tuya. La llave del arma. Puedes deshacerte de ella tan bien como yo.

Persis dio un paso atrás.

—Pensaba que estábamos en una estación espacial.

El hombre se burló.

—Esto no es una estación espacial. ¡Es una luna!

Persis asintió y colocó el pequeño componente en una de sus bolsas de combate.

—Gracias por tu ayuda—dijo—. No sé quién te ha enviado...

—¡Nadie me ha enviado! —el hombre sonrió con los labios apretados—. ¡Soy el gato
que caminaba solo y todos los lugares son iguales para mí!

—¿Otro dicho? —preguntó Persis, arqueando una ceja.

—Touché—el hombre sonrió ampliamente ahora. Luego se volvió y comenzó a


colocar la escotilla—. Pero dígame, hay más en tu misión. ¿Verdad?

Persis vaciló.

—Sí.

El bufón multicolor se volvió hacia ella, la comprensión y la preocupación en su


rostro.

—¿La misma Manussa?

Persis asintió.

—Debo llevarla ante la justicia.

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—¿Sabes que tiene el poder de meterte en un bucle temporal?

—Esas son mis órdenes.

—¡Órdenes! —el hombre hizo una pedorreta—. Bueno, no podrás llevar a cabo esas
órdenes sin un poco de tecnología sónica. Vamos. Hay un laboratorio por aquí.

Caminó por el pasillo como si viviera en uno, con las manos entrelazadas a la
espalda. Casi se perdió de vista cuando Persis se dio cuenta de que debería estar
siguiéndolo.

Su cabeza se inclinó hacia atrás por la esquina.

—¡Vamos!

Una carrera loca más tarde, Persis estaba de pie en el centro de un laboratorio
tecnológico. Había piezas de maquinaria y placas de circuitos de ordenador esparcidas,
un proyector de hologramas en una esquina y una lanza sónica en un banco cercano. El
hombre recogió este último objeto.

—¡Excelente! ¡Necesito reemplazar el mío! —se volvió hacia ella y sonrió


tímidamente—. Un pequeño encuentro en las alcantarillas fue suficiente para el último.

—¿Qué estamos haciendo exactamente aquí?

El hombre ya estaba examinando piezas de tecnología; ya sea amontonándolas en


sus brazos, o descartándolas con muecas infantiles.

—Tecnología sónica—repitió—. Puede doblar la energía temporal en las frecuencias


correctas.

Persis sonrió. Ella nunca había oído hablar de estas habilidades, y la tecnología
sónica era nativa de los Señores del Tiempo.

—Lo descubrí de unos guerreros de hielo. Por casualidad.

No tenía idea de qué estaba hablando ahora, pero había demostrado ser un valioso
diablillo de colaborador y estaba agradecida de que estuviera de su lado.

—Yo mismo te ayudaría —dijo, como si leyera sus pensamientos—. Pero mi vida
parece haberse vuelto bastante complicada últimamente—levantó la vista de su colección
de equipo y sonrió de nuevo—. ¿Sabes cómo es?

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Persis todavía no tenía idea de qué estaba hablando, pero complació al llamativo
ángel con un movimiento de cabeza.

—Por supuesto.

—Muy perspicaz de tu parte, querida—dejó el montón de componentes en una mesa


cercana—. Ahora. Lo que necesitas es un escudo sónico. ¡Vamos, puedes ayudarme!

Juntos armaron un escudo sónico rudimentario. Ella había hecho dispositivos


similares en la Academia, pero el extravagante hombre había agregado algunas
modificaciones y ajustes en los que nunca había pensado.

Parecía un signo más de metal con una correa a modo de asa en el centro. Cuando
se encendía, los cuatro extremos se extendían y se generaba una onda de sonido
permanente de cada travesaño, dando la apariencia de un círculo azul traslúcido.

Cuando Persis terminó de probar el escudo, su protector se dirigió hacia la puerta.

—Será mejor que te vayas. Como digo, y sin querer sonar como un ógron, hay
complicaciones...

Al marcharse, Persis pensó en correr tras él, en preguntarle su nombre y volver a


darle las gracias. Pero sabía que no serviría de nada. Si hubiera querido compartir su
nombre, lo habría hecho. ¡Y parecía que no necesitaba el agradecimiento ni el permiso de
nadie para nada!

En cambio, preparó el Anillo del Tiempo en su muñeca. Estaba a punto de operarlo


cuando notó una nota escrita a mano en el escudo.

Decía: “¡Dos cosas finales! No te materialices dentro del palacio y no dejes que Mara
te tiente. D.”

Se maravilló de las habilidades de este pícaro y luego ajustó el Anillo del Tiempo
para la ciudadela en lugar del palacio. Mientras desaparecía, pensó que escuchó un
viento que se levantaba y bajaba en un patrón familiar...

Sarpentón era la capital del Imperio Manussano: una extensa megalópolis de


comerciantes y templos, ornamentadas casas de sacerdotes y miserables viviendas
pertenecientes a los trabajadores. Era tan brillante y llamativa como la ropa que llevaba el

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hombre que acababa de ayudarla. Incluso en los barrios marginales, los techos de tela
eran de color naranja y rojo intenso. Pero esta pared colorida era una fachada que
ocultaba una realidad sucia y sin amor.

Persis se había materializado en un camino de acceso ancho y oscuro entre edificios


altos y arenosos. Se movió rápidamente hacia las sombras y caminó hacia el final de la
calle donde se unía con una vía mucho más transitada.

Dos agentes de la ley de la Guardia Encapuchada se acercaron a Persis cuando


salía del camino de acceso. Sus cascos tenían una serpiente encapuchada que se
elevaba desde la sección de la nariz, y su armadura corporal estaba estampada como piel
de serpiente. Estaban mirando el dispositivo en forma de cruz que sostenía: el escudo.
Sin embargo, hicieron una pausa cuando se dieron cuenta de que el uniforme que vestía
era de una agencia que estaba por encima de la suya. Hicieron un saludo con dos brazos,
las manos cruzadas sobre el pecho, y rápidamente se volvieron para alejarse. Temor. Lo
impregnaba todo.

Al igual que el olor abrumador. Persis nunca había experimentado algo así. Especias
extrañas y exóticas mezcladas con el sudor y el aroma masculino de las hogueras de
leña. Ella sonrió, a pesar de sí misma. Aventuras. Esto es lo que ella quería. Ni siquiera
había considerado el hecho de que la aventura pudiera tener un perfume. Pero si lo hacía,
ciertamente era ese.

Se recompuso y miró calle abajo, más allá de los puestos y los emporios, hacia una
gran extensión de césped bien cuidado e incongruente. Levantándose de la tierra más allá
de eso había un palacio asombrosamente alto, rodeado por pilares increíblemente altos,
cada uno aparentemente hecho de una pieza de mármol veteado de rojo.

Mientras se quedaba maravillada por esto, dos mujeres pasaron junto a ella, cada
una con una máscara de serpiente verde-marrón y con capuchas que parecían bocas de
serpiente abiertas. Persis las reconoció por el holovídeo que había visto en Gallifrey. Eran
dos de las consejeras que había visto cuando Manussa había metido a su visir en un
bucle temporal.

Ella comenzó a seguirlas. Si habían estado antes en la sala del trono, era razonable
pensar que bien podrían regresar allí. Mientras seguía sus pasos, Persis se maravilló de
cuánto había impregnado la imagen de la serpiente en esta sociedad, especialmente con

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respecto a aquellos en posiciones de poder y autoridad. Supuso que todo era para
asustar a los “profanos”; y Persis supuso que se refería a cualquiera que desafiara a
Manussa. Ahí estaba ese miedo de nuevo.

Las dos visires se acercaron a la enorme puerta de entrada al palacio, pero los
guardias no se movieron. Persis esperaba que comprobaran las credenciales o al menos
las reconocieran. Entonces, ella avanzó con determinación. Como parte de su
entrenamiento, había aprendido que entrar en cualquier lugar al que no se suponía que
debías ir se debía principalmente a entrar como si fueras la dueña del lugar.

—¡Alto! —los dos guardias se acercaron repentinamente hacia ella. Demasiado por
ser dueña del lugar—. Declare su intención.

Persis los miró con lo que esperaba que pareciera un absoluto desprecio.

—¿Os atrevéis a interrogarme? —siseó—. ¡Haré que os tempetrifiquen por esto!

El guardia más cercano se acobardó ante esto. Se volvió hacia el otro, ahora no tan
seguro.

Persis aprovechó esta oportunidad para continuar su camino una vez más.

—Aunque como simplemente estáis haciendo vuestro trabajo, puedo convencer a


Manussa de que os perdone —dijo por encima del hombro. Y dejando a los dos soldados
ingenuos a su paso, Persis se adentró más profundamente en el palacio.

Era bien entrada la tarde y los pasillos estaban llenos de actividad. Los criados se
movían rápida y eficientemente arriba y abajo por los amplios pasillos, siempre pegados a
los lados evitando a los cortesanos importantes que se movían en grupos ambulantes.

No había rastro de las dos visires, por lo que Persis tuvo que encontrar su propio
camino hacia la sala del trono. No fue demasiado difícil. Pronto se dio cuenta de que la
mayor parte del tráfico se dirigía en esa dirección. Simplemente se quedó detrás de un
grupo de cortesanos y pronto emergió a un enorme vestíbulo.

Le recordó a Persis del atrio que conducía al Panóptico en Gallifrey. El murmullo de


la conversación era el mismo que la atmósfera cargada de emoción. La diferencia era que
aquí había un nivel adicional de detención. Estas personas estaban asustadas a pesar de,
o tal vez debido a, su familiaridad con Manussa.

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El vestíbulo tenía la forma de un diamante con dos grandes puertas donde se
encontraban dos de las paredes de mármol. Antes de estos había una línea de soldados
de la Fuerza de Ataque Manussano: la guardia personal de la Reina. Era su uniforme lo
que proyectaba el dispositivo de camuflaje personal.

Las puertas, sin embargo, estaban firmemente cerradas y cualquiera que se


acercara a la línea de soldados era rechazado. Manussa no estaba en la corte en ese
momento. Persis sonrió. Esto podría facilitar las cosas. No hay multitud; nadie se
interponga en el camino.

Había decidido que sus órdenes de llevar a Manussa ante la justicia no eran un
eufemismo para el asesinato y que haría exactamente lo que se le indicara. Ella
capturaría a la extraterrestre y usaría el Anillo del Tiempo para transportarlas a ambas a
Shada. Por supuesto, Manussa intentaría usar sus poderes temporales, pero Persis
todavía tenía el escudo sónico que el extraño colorido le había dado en Ojo Grisáceo.

Mientras vigilaba a la multitud fuera de la sala del trono, Persis comenzó a ver un
patrón en el reflujo y el flujo de personas. Al igual que había sucedido con los pasillos del
palacio, el vestíbulo se convirtió en un rompecabezas por resolver. Pronto tuvo la
solución.

Las paredes del vestíbulo estaban revestidas de plantas exóticas con hojas grandes
y brillantes, abigarradas de verdes y rojos oscuros. Tardó un rato en darse cuenta, pero
de vez en cuando entraban sirvientes y, manteniéndose a un lado de la cámara, se
dirigían hacia la puerta principal. Cuando llegaban a la mitad del camino, parecían
desvanecerse.

Persis atravesó la habitación, como si patrullara tranquilamente la habitación, una


acción que se adaptaba a su uniforme. Nadie la miró. O si lo hicieron, apenas se dieron
cuenta y nunca pensaron en cuestionarla.

Cuando llegó al otro lado del vestíbulo, vio que había una pequeña puerta lateral
escondida entre la vegetación ajena. Había un soldado aquí, pero estaba parado a un
lado para no llamar la atención sobre lo que estaba protegiendo.

Persis esperó.

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Después de un rato, vio a un hombre pequeño vestido con ropa color crema que se
abría paso por el costado de la habitación. No estaba haciendo contacto visual con nadie
y sostenía en sus manos una bandeja de fruta de aspecto chillón.

Persis se abrió paso por el suelo, maniobrando de modo que ahora estaba detrás
del sirviente. Mientras se acercaba a la puerta, Persis hizo su movimiento.

—¡Alto! —dijo en voz alta. El sirviente se quedó helado. Un par de cortesanos


miraron a su alrededor, pero se alejaron apresuradamente sintiendo problemas.

La mano del guardia se movió hacia su cinturón de pistola, mirando a Persis, la


expresión de su rostro planteaba una pregunta sin voz: ¿Qué está pasando?

—Sospechamos que este hombre es un infiel—dijo Persis con calma—. La fruta


puede estar envenenada.

El sirviente no dijo nada. Su miedo era palpable. Parecía que iba a llorar.

—Lleváoslo para interrogarlo—dijo Persis—. Que prueben la fruta. Informaré de este


incidente a la propia Manussa.

El guardia saludó a Persis a dos manos y agarró al sirviente con una mano y le
arrebató el cuenco con la otra. Luego, hizo marchar al hombre en silencio hacia otro
pasillo.

Persis esperaba que una vez que la fruta hubiera sido probada y encontrada limpia,
el hombre sería liberado. Ella frunció. Esa esperanza pudo haber sido en vano, pero al
menos lo había intentado.

Sin dudarlo, se lanzó hacia adelante y abrió la pequeña puerta, pasando por ella
mientras todos miraban al prisionero y la escolta.

Se encontró en un pasadizo oscuro y estrecho con rendijas afiladas en un lado.


Persis miró a través de una de las diminutas ventanas. Ella estaba mirando hacia el salón
del trono. Lo reconoció del holovídeo. Estaba vacío.

Continuando por el estrecho pasillo, descubrió que se enroscaba detrás de la sala


del trono. Se dio cuenta de que debía conducir a una antecámara, que formaba parte de
los aposentos privados de Manussa; quizás donde descansaba entre audiencias y
metiendo en bucles temporales a sus sujetos.

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Efectivamente, Persis encontró una puerta que daba a una habitación amplia con
ventanas altas alineadas en una pared. Las cortinas translúcidas brillaban a la luz del sol
de la tarde, ondulando con la suave brisa.

En el centro de la habitación había una cama enorme. Estaba cubierto de cojines


suaves y brillantes, claramente hechos con las telas más caras. Y en la cama yacía su
presa, dormida.

Persis no podía creer su suerte. Quizás podría capturar a la extraterrestre sin


siquiera despertarla. Ella avanzó silenciosamente ahora, estabilizando su respiración a
casi nada.

Mientras se acercaba a la mujer, Persis examinó a Manussa por primera vez.


Mientras dormía, había algo de la hermosa chica que había sido una vez. A pesar de la
cirugía estética o cualquier procedimiento que había realizado para hacerla más parecida
a una serpiente, todavía tenía una estructura ósea maravillosa y las partes de su cuerpo
que no estaban cubiertas por la armadura cristalina eran flexibles y musculosas.

Persis preparó el Anillo del Tiempo y extendió la mano para agarrar la muñeca de la
alienígena.

—¿Sumara? —se agitó Manussa, su voz suave y baja.

Persis se quedó paralizada. Totalmente quieta. ¿La había escuchado?

Entonces los ojos de Manussa se abrieron de golpe. Miraba fijamente a Persis.

La Señora del Tiempo agarró el brazo de la mujer serpiente, pero Manussa estaba
alerta ahora y salió volando de la cama.

—¡Sumara! ¡Guardias! —gritó Manussa.

Ella bajó la cabeza y su cabello ahora cobró vida también, estremeciéndose y


enrollándose mientras le siseaba a Persis.

Persis miró esto, hipnotizado. La aventura pareció de repente a mil años luz de
distancia. Al otro lado de la habitación apareció una pequeña morena con túnicas color
vino.

—¡Majestad! —la mujer avanzó, insegura.

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—Quédate atrás, Sumara —dijo Manussa—. ¡No quiero atraparte en mi mirada!

Y con eso, respiró hondo, invocando el poder de su traje. Los cristales empezaron a
brillar y Persis se dio cuenta de que estaba a punto de sufrir un bucle temporal.

Cogió la cruz de metal del escudo sónico de su cinturón y rápidamente lo hizo


funcionar. Hubo un zumbido agudo y un círculo de luz azul casi invisible cubrió la cruz,
formando un círculo.

—Chica tonta—rugió Manussa, su voz ahora resonando y chisporroteando con


poder—. No puedes derrotarme con tecnología sónica. No soy solo Manussa. ¡Soy el
recipiente de la Mara!

Ella giró lentamente en el lugar, su cabello se levantó. El giro se hizo cada vez más
rápido, su cabello ahora giraba mientras su rostro giraba cada segundo para mirar a
Persis.

Una vez más, la Señora del Tiempo se sintió paralizada. Era el giro de una bailarina
experimentada, asombrosamente rápida. Pero no fue esto lo que mantuvo a Persis en su
lugar. Era el ser que se manifestaba en la habitación, enroscándose y girando, imitando el
movimiento de la criatura que poseía.

Era una serpiente enorme, de un malvado color rojo teñido de escamas de verde y
amarillo sucio. Dos enormes colmillos sobresalían de la parte superior de su boca,
goteando veneno y un par de horribles ojos esmeralda, finas rendijas de un negro
profundo para las pupilas, miraban a Persis.

Este era la Mara.

La rodeó una vez y luego miró sin pestañear a Persis, su lengua saboreando el aire
a su alrededor.

Persis sintió su mente invadida. Le habían enseñado sobre las agresiones psíquicas
durante el entrenamiento, pero nada la preparó para la repentina y abrumadora sensación
de violación.

En su cabeza escuchó una voz sedosa.

—Señora del tiempo—decía—. Eres una persona interesante. Una carrera


interesante.

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Persis intentó bloquear la intrusión mental.

—Por favor, chica—dijo la voz—. No me eches antes de que hayas escuchado lo


que tengo que decir. ¿Seguramente podemos ser razonables?

—Sé lo que eres —pensó Persis—. La Mara. Conozco tus supuestos orígenes y
habilidades.

—Entonces sabrás lo que tengo que ofrecer—había una ligereza en esta afirmación,
como si la Mara estuviera satisfecha de sí misma—. Llévame contigo. Podemos lograr
mucho más allá de lo que yo puedo lograr aquí.

—Eres malvada—pensó Persis. Ella se estaba concentrando mucho, enfocándose


en la conversación en su mente y lo que estaba sucediendo en el mundo real. La Mara
todavía estaba colocada justo frente a ella. Manussa simplemente estaba de pie a un
lado, pero curiosamente con un brazo extendido—. No podría llevarte a Gallifrey.

—¿No podrías? —bromeó Mara—. Estoy segura de que podrías. Si lo deseas.

—No lo deseo.

—Deseas muchas cosas. Anhelas la aventura, sí. Pero también… el avance. La


ambición es una arcilla que puedo ayudarte a moldear. ¿Por qué ser una simple
herramienta de los Señores del Tiempo cuando podrías ser su Emperatriz?

Persis vaciló. En realidad, nunca había pensado en lo que podría hacer con su vida
casi eterna. La AIC. ¿Un ascenso? ¿Quizás, con el tiempo, asumiendo un puesto de alto
nivel? ¿Quizás ascender para encabezar la agencia como Directora?

—¿Ves? —susurró la Mara—. Anhelas el poder. Todos lo hacen. Dada la


oportunidad.

La oferta era tentadora...

“No te deje tentar por la Mara”.

Las palabras de su colorido ángel de la guarda volvieron a ella, escritas en grande.

No—dijo Persis. Fue enfática, y Mara pudo sentir eso.

La serpiente escupió y siseó con furia cuando la habitación volvió a estar


completamente enfocada. Pudo ver que los brazos de Manussa tenían un tatuaje: una

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representación de una serpiente, casi infantil en su sencillez. Pero la imagen se estaba
moviendo, deslizándose por su brazo de modo que su cabeza estaba en el dorso de su
mano, la lengua bífida se extendía por su dedo índice. Persis se dio cuenta de que era la
marca de la Mara, la manifestación física del control del ser. Había estado dispuesto a
tomarla en lugar de Manussa.

—¡Mátala! —gruñó la Mara.

Manussa volvió su mirada hacia la Señora del Tiempo y el rayo rojo de energía
temporal comenzó a formarse alrededor de sus ojos. Persis levantó el escudo,
agachándose detrás de su barrera sónica protectora.

Los rayos carmesíes salieron disparados de Manussa y golpearon el escudo. Pero


no tuvieron ningún efecto en Persis. En cambio, los rayos se desviaron lejos de ella,
golpeando el cuerpo de la Mara justo debajo de la línea de la mandíbula.

La enorme serpiente se retorció de agonía por un momento antes de que su cabeza


cayera al suelo, cuidadosamente cortada. El resto de su cuerpo se agitó durante unos
segundos antes de que tanto él como la cabeza sin vida se desvanecieran en una
mancha de luz blanca.

Manussa cayó al suelo y Persis bajó el escudo sónico. Antes de que la Señora del
Tiempo pudiera moverse para comprobar si Manussa estaba viva, Sumara se acercó
corriendo. Se arrodilló junto a la forma boca abajo de su ama y le tomó la mano. Los
párpados de Manussa se agitaron brevemente y luego permanecieron abiertos, sus ojos
mirando sin vida el dosel sobre su cama.

Sumara se volvió para mirar a Persis. Su rostro estaba contraído por el dolor y la ira.

—La has matado—susurró. Luego se volvió y miró hacia la puerta—. ¡Guardias! —


gritó—. ¡La Reina ha sido asesinada!

El sonido de botas pesadas afuera le dijo a Persis que los guardias de la Fuerza de
Ataque estaban a punto de entrar en la habitación. Fue a encender el Anillo del Tiempo.

Justo antes de desaparecer de la antecámara, Persis vio que el tatuaje en el brazo


de Manussa cobraba vida una vez más, esta vez deslizándose por el brazo de la Reina
muerta hasta el brazo de su fiel sirviente.

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EL INDESEADO DON DE LA PROFECÍA

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HONORABLE. Ésa era la etiqueta que tenía derecho a usar en sus invitaciones de
boda. El derecho. Se permitió mirar el reflejo en el espejo del tocador. Pero no vio a nadie
allí. Realmente no. Ya no. Él la había roto.

Con los ojos hundidos, miró el ornamentado pastillero que tenía delante. El que él le
había regalado: el que tenía la imagen de una cacería de zorros dirigida por el Amo de los
Sabuesos. Su delicada mano se cernió sobre la olla de porcelana, temblando levemente.
¿Por qué no? Pensó. Una más no haría ninguna diferencia.

Levantó la tapa del pastillero entre el pulgar y el índice. Levantándolo sobre sus
diminutas bisagras doradas, reveló un conjunto de confitería dentro: cápsulas verdes y
blancas de fluoxetina, tabletas de citalopram rosa, la inocencia blanca del escitalopramo.
La caja de serotonina, Listilla la llamaba.

¿Cómo había llegado a esto? ¿Qué habría dicho su padre? Ella nunca fue una
persona política. Entonces, ¿cómo había terminado aquí? ¿Casada con él? Sacó una
cápsula azul y blanca de la masa y se la metió en la boca. Luego tomó el vaso de cristal
que estaba al lado para tomar la píldora.

De repente, él estaba detrás de ella. Ella no lo había oído entrar; ni siquiera lo había
visto en el espejo. Él apareció justo detrás de ella, ahora usando el reflejo para mirarla a
los ojos. Acarició su largo cabello rubio con una mano enguantada de negro.

—¿Esa misión de la que hablamos? Creo que estamos listos. Finalmente—sonaba


como un niño emocionado. Ella logró esbozar una débil sonrisa y se levantó para seguirlo
fuera de la habitación.

Dos guardias se pusieron firmes cuando atravesaron las puertas dobles de sus
aposentos privados. Ella se reprendió a sí misma. ¿Cómo podía pensar en ellos como
“sus” cámaras? No había ido a verla por la noche desde ese día. El día de la locura. El día
en el que asesinó al presidente y trajo a los niños del cielo.

—Ven, Lucy. No te entretengas, querida mía.

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Abrió una puerta azul y la hizo pasar. La habitación de más allá estaba bañada por
una luz roja. Sus paredes circulares casi parecían estar pintadas de sangre, oscuras en
los lugares donde se había secado. Pero sabía que era solo la energía del pilar central:
una malla metálica oscura alrededor de una seta de pantallas de computadora modernas,
manijas anticuadas, botones de gran tamaño y piezas extrañas de basura.

Su esposo se movió alrededor de este terror tecnológico que él había creado, casi
bailando de alegría. Luego se detuvo abruptamente y se derrumbó en una silla de color
crema en el lado opuesto del pilar. Lucy tuvo que seguirlo para ver su rostro. Sonreía con
las cejas arqueadas.

—¿Estás lista? —preguntó.

—Creo que sí—respondió.

Él rio. Tenía un tinte maníaco.

—¿Como podrías estarlo? Estás a punto de viajar en el tiempo. Está plagado de


peligros. Por eso no puedo ir.

Se levantó de la silla y se acercó para tomar su barbilla en su mano enguantada. No


podía recordar cuándo había sentido su piel por última vez. Por esto, al menos, estaba
agradecida.

—No querrías que me pasara nada, ¿verdad? —preguntó, poniendo un falso tono
triste, con los labios fruncidos.

Lucy vaciló. Su agarre se apretó.

—¿Lo harías? —esto último con los dientes apretados y enojados.

Lucy trató de mirarlo a los ojos y negó con la cabeza, forzando una sonrisa en sus
labios.

—Claro que no, Harry—sintió la lágrima rodar por su mejilla.

—Así que hoy es “Harry”, ¿verdad? —preguntó, dejando caer su rostro mientras le
quitaba la mano—. Y, por supuesto, no puedo ir porque me reconocerán.

Lucy estaba confundida. Había dicho que la estaba enviando al pasado, o al menos
a otra zona horaria.

62
—¿Quién?

Se rio de nuevo, un breve arrebato maníaco.

—Te refieres a “por quién” —hizo una pausa y se acercó a ella de nuevo—. ¡Por mí
mismo, por supuesto!

Ella sacudió su cabeza.

—Lo siento. Lo había olvidado.

—Cásate con un Señor del Tiempo y te olvidas de que podemos tener cuerpos
diferentes—levantó un datapad y señaló un lugar en el suelo—. No importa. Quédate ahí.

Ella se movió a su posición. Se adelantó una vez más, pero esta vez le estaba
entregando algo.

—Cortes de Datos en la Matriz—dijo—. Por favor, recuérdalos. Es vital para el futuro


de todos nosotros—le dio un paquete—. Nueve para ser precisos. Detallando cada
encuentro pasado con mi amigo. El de la jaula. Asegúrate de llamarlo mi “mejor enemigo”.

Lucy frunció el ceño.

—Te refieres al...

Harry le puso un dedo de cuero en los labios.

—No digas su nombre. No hay necesidad de eso—se acercó y tomó la mano


izquierda de Lucy. Jugó con su anillo de bodas—. Recuerda—dijo—. Activa esto cuando
tengas lo que quiero. El proyector retrocederá y volverá aquí. Estaré esperando.

Él se apartó de ella ahora, su expresión neutral. Luego sopló las mejillas.

—¡Buena suerte! —tamborileó con los dedos en la barandilla que rodeaba el pilar,
ese peculiar toque de tambor de cuatro tonos. Luego levantó una mano hacia el datapad y
saludó con la otra—. ¡Adiós!

La habitación circular desapareció de la vista.

El hombre de la máquina de remo era mayor que el hombre que ella conocía.
Llevaba un extraño conjunto blanquecino que parecía más adecuado para dormir que

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para hacer ejercicio. También se había reído, satisfecho de si mismo. Sí. Eso lo reconoció
bastante bien.

Su risa murió cuando la vio parada allí. Sus cejas se fruncieron, dando a su rostro ya
diabólico una cualidad mortal.

—¿Quién eres? —preguntó poniéndose de pie.

—Mi nombre es Lucy. Me han enviado con una propuesta para ti —cruzó la
habitación para saludarlo. No tenía idea de si abrazar al hombre o simplemente darle la
mano. Cualquiera parecía extraño. Resolvió este enigma alejándose de ella, cauteloso,
pero no asustado.

—¡Una proposición!

Agarró una toalla multicolor de su gancho y se secó el cuello.

—¿Te das cuenta de que esto es una prisión? Un guardia podría entrar en cualquier
momento. ¿Y entonces dónde estaríamos?

Lucy sonrió. Sin duda, era más encantador que el hombre al que había tomado por
marido. Pero parecía lo suficientemente mayor para ser su padre: su barba pulcramente
recortada salpicada de blanco en las comisuras de la boca y su cabello veteado de plata y
gris.

Él le devolvió la sonrisa y se sentó en una mesa larga, indicándole que ella debería
hacer lo mismo. —¿Por qué no me dices qué es lo que quieres?

—Primero, quiero mostrarte lo que tengo—esto era lo que Harry le había dicho que
dijera. Este hombre solo estaría interesado en renunciar a su posesión más preciada si la
contraoferta fuera algo igualmente valioso.

El hombre barbudo soltó una breve carcajada.

—Muy bien, Lucy. ¡Cuéntamelo todo!

—Mi empleador tiene nueve Cortes de Datos de la Matriz—ella le mostró el paquete


con la tecnología Gallifreyana dentro. La sonrisa no se había congelado exactamente en
el rostro del hombre, pero se había desvanecido un poco. Sin embargo, sus ojos se
habían vuelto duros, una ceja arqueada.

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—¿Puedo?

Ella le pasó el paquete. Lo examinó rápidamente y se lo devolvió.

—¿De dónde has sacado esto?

—De mi empleador.

—¿Quién es?

—Quiere permanecer en el anonimato.

El hombre se reclinó.

—Ya veo. Bueno, puedes decirle a tu empleador que no necesito la tecnología de


los Señores del Tiempo en este momento.

—Es lo que hay en ellos lo que será de interés.

—Pergaminos oscuros, ¿la versión de libro electrónico? —sonrió beatíficamente.

Lucy no tenía idea de lo que estaba hablando. Ella sacudió su cabeza.

—Mi empleador cree que estarás satisfecho con la oferta.

—¡Dilo!

—Contienen información sobre cada encuentro futuro con tu... “mejor enemigo”.

El hombre se inclinó hacia adelante.

—¿Mi mejor enemigo?

—Eso es lo que me dijo que dijera.

—Ya veo—se puso de pie ahora y caminó por la habitación antes de volverse hacia
ella—. ¿Y qué pide tu empleador a cambio de tales riquezas?

—De nuevo, estas son sus palabras: acceder a tu TARDIS mientras no la estés
utilizando. No es una situación permanente. Solo quiere tomarla prestada. ¡Dijo que sería
el mejor tiempo compartido!

El hombre rio.

—¡Bien, tu empleador ciertamente tiene sentido del humor!

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Lucy sonrió.

—Pero me temo que está fuera de discusión —se sentó de nuevo—. ¡Debes pensar
que soy un tonto! ¿De verdad esperas que crea este cuento? ¡Solo quieres pedir prestada
mi TARDIS!

—Es cierto—respondió Lucy. Ahora estaba nerviosa. ¿Y si el hombre no estaba de


acuerdo con esto? Harry estaría enfadado. Y eso nunca terminaba bien—. Por favor,
debes creerme.

—¿Debo hacerlo? —suspiró el hombre—. Puede que no te des cuenta de esto, pero
los Señores del Tiempo estamos muy en sintonía con los viajes en el tiempo. La única
forma en que podrías haber venido aquí es utilizando un proyector ósmico muy limitado
montado por jurado desde una consola TARDIS, probablemente uno que no esté
funcionando correctamente.

El rostro de Lucy decayó.

—Entonces, si tienes una TARDIS, ¿por qué necesitas la mía? —continuó—.


¿Quieres que te lo cuente? Porque quieres encontrar su ubicación. ¡Esto es claramente
una artimaña empleada por mi “mejor enemigo” que, como sabes, acaba de salir de aquí
después de preguntarme el motivo de mi TARDIS!

Lucy trató de explicarlo de nuevo, pero él levantó la mano.

—Sabiendo que nunca le diría esto, ha usado su vieja y gastada excusa para que
una TARDIS te envíe aquí con una historia de gallos y toros sobre tratos que no puedo
negarme para extraer la misma información.

—No. No es eso. Lo juro—Lucy estaba desesperada—. Se pondrá furioso conmigo.

—Me atrevo a decir que lo hará —dijo el hombre—. Es un pequeño plan muy
inteligente, pero hoy no, gracias—se levantó y se acercó a la puerta—. ¡Voy a llamar al
gobernador de esta prisión ahora, así que le sugiero que te vayas! —llamó a la puerta con
dos toques dobles—. ¡Guardia!

Lucy giró su anillo de bodas y la habitación se volvió borrosa mientras viajaba de


regreso al futuro.

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Ella pensó que estaría enfadado. Pero Harry parecía más filosófico, culpándose a sí
mismo más que a ella. De hecho, sonrió y luego se paseó por la cámara redonda,
sacudiendo la cabeza.

—Siempre estuvo obsesionado—murmuró—. ¡Obsesionado! —Harry se volvió hacia


ella ahora—. Siempre estuve convencido de que era él, cada revés, cada problema. El
diablo está en los detalles.

Regresó a la silla de cuero y tomó el datapad.

—Me equivoqué al enviarte con él, pero solo tengo tres registros de tiempo, ¡así que
tenemos opciones bastante limitadas!

Lucy se mordió el labio. Ella esperaba que él lo perdiera en cualquier segundo. Casi
se estremeció de solo pensar en eso.

—Por supuesto que nunca iba a ceder la ubicación de su TARDIS. ¡No lo haría!
Quizás tengamos más suerte con este.

Fue a operar el datapad pero luego se detuvo.

—Te diré algo, si ésta es una encarnación futura, debería recordar el encuentro que
acaba de tener contigo. Creo que puedo... —los ojos de Harry giraron hacia el techo por
un momento—. ¡Sí Sí! ¡Realmente creía que era un plan astuto del viejo zorro! —él se rio
a carcajadas por un momento o dos—. ¡Así que agreguemos algo de presión!

Sacó tres rodajas de datos del paquete y las arrojó al suelo.

—Nuestros encuentros más recientes...

Su pie los aplastó contra el suelo metálico, retorciéndolos y destrozándolos sin poder
usarlos ni salvarlos. Luego miró a Lucy una vez más.

—¿A que estas esperando? ¡Ya está! —su puño golpeó el datapad y ella sintió un
vuelco en el estómago cuando entró en el vórtice del tiempo.

El enorme radiotelescopio estaba inclinado 90 grados y su antena apuntaba hacia el


paisaje. Debajo, Lucy se encontró en un área de brezales, todos aulagas y matas de

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hierba áspera. Parecía muy poco probable que encontrara a su marido cerca de un lugar
así, pero sabía que él no se equivocaría al respecto.

Caminó hacia el telescopio, razonando que era mucho más probable que él
estuviera manipulando este enorme artilugio en lugar de vagar por el campo.

De repente, un gorjeo molesto llenó el aire, obviamente, una especie de alarma.

Lucy se puso a cubierto entre la maleza y vio como un grupo de cuatro personas
medio corría, medio se tambaleaba por la hierba. Los persiguieron tres guardias de
seguridad con sombrero blanco. Atraparon fácilmente al grupo, que ahora Lucy podía ver
compuesto por dos mujeres, un hombre y un niño. No creía que ninguno de los hombres
se pareciera a su marido, o cómo pensó que se vería dado su encuentro anterior.

De repente, una ambulancia se detuvo y el hombre, que estaba vestido de pies a


cabeza de color burdeos, fue puesto en la parte de atrás por dos camilleros uniformados
grises. Mientras el niño apuntaba a algo en el cielo, las dos mujeres se subieron a la
cabina del conductor y cruzaron el páramo a toda velocidad. Lucy casi se rio. Era como
ver un programa de comedia de su juventud: mucha gente corriendo, escapando, siendo
atrapada y causando caos.

Pero entonces escuchó el sonido que le habían dicho que escuchara: el silbido
asmático de una TARDIS. Se había materializado en la ambulancia, que ahora estaba
abandonada. Esta era su oportunidad. Se lanzó hacia adelante, aplastándose contra el
costado del vehículo. Los guardias, los hombres de la ambulancia y el niño estaban
demasiado asombrados por la llegada de la nave del tiempo como para notarla. De
repente, coloridos relámpagos destellaron desde el exterior de la nave, aturdiendo a todos
los hombres, que cayeron al suelo.

Sin testigos, Lucy corrió hacia la nave y entró a trompicones, el sonido de sus
zapatos alertó al hombre en la sala de la consola de su presencia. Terminó lo que estaba
haciendo en los controles y se volvió hacia ella. En su mano tenía una pequeña arma
negra que parecía un molinillo de pimienta de plástico.

—Ni un paso más cerca, querida —dijo.

Era un hombre apuesto con la barba recortada, más joven, pensó Lucy, que la
regeneración que había visitado antes, pero no muy diferente en realidad. Él la miraba
entrecerrando los ojos como si fuera miope y no pudiera distinguir quién era ella.

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—Te conozco —dijo, rodeando la consola. Su sonrisa era quizás incluso más
aterradora que la de Harry.

—¡Ayúdame! —un grito debilitado llegó desde más allá de una pequeña puerta que
conducía a la sala de la consola. Ahora Lucy sabía que tenía al hombre adecuado.

—Sí—dijo—. Nos conocimos una vez antes. Cuando estabas en la cárcel.

Él rio.

—Si. Lo recuerdo muy bien. Tenías un trato que hacer, ¿no?

Ella asintió.

—¿Y ahora?

—El mismo trato.

—De tu misterioso empleador—volvió a entrecerrar los ojos. Claramente lo hacía


cuando estaba planeando estrategias—. La última vez, hice una suposición acerca de
dónde vienes. No estoy seguro de tener razón en eso.

—No lo estabas.

—¿Y no puedes decirme más sobre quién es tu empleador?

—Su nombre es Harry.

El hombre se rio a carcajadas.

—Oh, eso es delicioso. ¿Todavía tienes los fragmentos de datos?

—Algunos de ellos—le tendió los seis paquetes restantes.

—¡Que interesante! Has perdido tres.

—Mi empleador quiere convencerte de la urgencia de la oferta. Destruyó los otros


tres.

El hombre se acarició la barba.

—¡Oh, querida, has sido ingenua! Podría haber estado de acuerdo si la colección
hubiera estado completa. ¿Pero solo seis? Me temo que no.

—¡Por favor! —gimió la voz desde la habitación contigua.

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—Y como puedes ver, estoy ocupado en este momento.

Lucy dio un paso adelante.

—Por favor.

El hombre se puso serio de repente. Apuntó el arma a su pecho.

—Estoy armado—dijo—. Podría matarte.

—Debo escapar... —la voz gimió.

—Tengo que irme—dijo el hombre, retrocediendo—. Como puede oír: tengo un...
invitado. Pero tú primero.

Lucy suspiró, pero asintió. Sintió una lágrima en su mejilla. ¿Era frustración o pavor?

—Adiós, Lucy —dijo—. ¿O es au revoir?

Él se rio de nuevo y Lucy le dio un violento giro a su anillo de bodas.

—¿Que dijo qué? —Harry estaba enfadado esta vez.

—Él podría haber estado de acuerdo si todavía tuviera nueve.

Harry estrelló su puño contra la malla que rodeaba la consola. Luego, lentamente, se
volvió hacia ella.

—No te estás esforzando lo suficiente.

—¡Sí lo hago, Harry! Lo juro—se atragantó con la última palabra. No importa qué
aspecto tenga, no se podía razonar con su marido—. Tú... ellos simplemente no
escuchan.

Se quedó helado, ladeando la cabeza.

—Si. Lo recuerdo.

Caminó alrededor de la malla, acariciándola ahora.

—Oclusiones recursivas. Paradojas ¡Qué mente! ¡Qué mente!

Harry completó su círculo de la habitación y se acercó a Lucy, su aliento atrapando


su cabello.

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—Una última oportunidad entonces—escupió. Luego se tambaleó por la cámara
redonda—. Un último giro de la rueda. Un último lanzamiento de dados.

Se detuvo, de espaldas a ella.

—Asegúrate, esta vez. Ahora, por favor, atiende con atención...

Cuando llegó Lucy, casi se sintió aliviada. Fue Londres. Su Londres. La forma en
que lo recordaba antes de que llegara Harry: frenético, pero en el buen sentido,
tarareando, lleno de vida. Incluso sabía dónde estaba. Paternoster Row en Ludgate Hill.
Justo en frente de San Pablo, rodeado de turistas y cafeterías.

A un lado había un grupo de escolares con uniforme naval y una multitud de


profesores y padres. Pasaron un par de policías con las armas apretadas contra el pecho.
Esto la hizo detenerse, pero ¿tal vez había alguna alerta de seguridad?

Lucy frunció el ceño. Aquí no era donde Harry había dicho que la enviaría. Había
dicho que sería el mismo hombre que la última vez. Dijo que era importante. También le
había dicho que llegaría a algún distrito lejano de Londres del que, literalmente, nunca
había oído hablar y que tendría que ir a Horsenden Hill.

Algo había salido mal.

Lucy estaba empezando a contemplar quedarse allí, nunca volver, cuando notó que
una mujer la observaba desde una mesa cercana. Iba vestida de manera inusual para el
siglo XXI. El sombrero para empezar. Uno morado y negro que hacía juego con su
vestido. Miraba a Lucy por encima del borde de una taza de té. Lucy se sintió incómoda y
se dio la vuelta para alejarse.

—¿Lucy? —la voz era cantarina pero precisa.

Lucy se preguntó si era alguien a quien había conocido en Downing Street. ¿O


quizás una amiga de su madre? Este no era el momento, pero Lucy se sintió atraída por
la voz de alguna manera. Ella se giró.

La mujer sonreía con una sonrisa muy fina, sus ojos igualmente delgados.

—¡Eres tú! ¡Como vivo y respiro! —hizo un gesto dramático en la frente para mostrar
que podría desmayarse y luego se levantó para saludar a Lucy como lo haría con una

71
amiga perdida hace mucho tiempo. La besó en ambas mejillas y la tomó del brazo,
llevándola gentilmente de regreso a la mesa—. ¡Hace mucho tiempo que no nos vemos!

Lucy se sentó. No tenía idea de qué hacer. Quizás debería volver con Harry. Había
cometido un error. Él lo vería. No era culpa suya.

La mujer levantó un brazo y chasqueó los dedos.

—¡Camarero!

Lucy la miró boquiabierta. Nadie hacía eso. Y si lo hicieran, ciertamente no serían


atendidos en ningún momento de ese año.

Un camarero se acercó corriendo.

—¿Si, señora?

— Ama, en realidad, pero casi—dijo la mujer—. Mi... amiga aquí parece que le
vendría bien una taza de té y mi Lapsang necesita una recarga. ¿Te va bien el té?

Lucy asintió.

—Perdóname—comenzó—. Pero yo no...

La mujer rechazó sus preocupaciones.

—Está bien. La esposa del Primer Ministro. ¡Ocupada, ocupada, ocupada!


¡Yujuuuuu! —ella movió la cabeza—. Debe hacer que tu cabeza dé vueltas.

—Supongo.

—¡Y ese marido tuyo! —se inclinó—. Todo un mujeriego. Apuesto. Fuerte. Magistral
—ella sonrió—. Yo podría ir a por él, si quisiera.

Lucy miró a la mujer, ¿era eso un matiz escocés? La mujer le devolvió la sonrisa y
tomó un teléfono inteligente de aspecto extraño, ¿o era una tableta? Las mujeres la
miraron por encima.

—¡Deberíamos tomarnos una selfi! Recordar el momento —dijo. Luego dejó caer la
sonrisa y el dispositivo—. Quizás más tarde.

Llegó el camarero con el té.

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—¡Oh! ¡Genial! ¿Seré madre? —la mujer tomó la tetera y sirvió dos tazas,
sirviéndole una a Lucy, que se la llevó a los labios.

—¡Hablemos de hombres!

Lucy se atragantó con el líquido, derramándolo por su frente. La mujer le pasó una
servilleta para que se limpiara.

—Digo hombres, quiero decir hombre. Solo uno. Tu marido—ella le guiñó un ojo.

—¿Harry?

—Ése es—la mujer tomó un sorbo de té. Luego volvió a poner la taza en su platillo
con mucha precisión y miró a Lucy con ojos acerados—. Lo odias, ¿no?

Lucy vaciló. Ella sonrió. Luego miró a los ojos de la mujer. Eran como galaxias
giratorias. Casi se sentían familiares; obligándola a hacer lo que no quería hacer.

—Sí—susurró.

La mujer se inclinó hacia delante y tomó las manos de Lucy entre las suyas.

—No. Estás. Sola—dijo.

Lucy la miró asombrada.

La mujer sonrió.

—¡Tienes una amiga en mí!

La mujer se reclinó en su silla y se quitó el sombrero con cuidado.

—Ahora, no me preguntes cómo lo sé. Sólo escucha. Tienes tres fragmentos de


datos Gallifreyanos en tu poder. Me gustaría mucho tenerlos. ¡Ves que tengo planes! No
te afectarán, te lo prometo.

Lucy negó con la cabeza.

—¿Cómo…?

La mujer frunció el ceño.

—He dicho que solo escuches. Te los ha dado para conseguir algo que quiere. ¿Es
así?

73
—Sí.

—Lo que sugiero es que los uses para obtener algo que tú desees.

—¿Que yo quiero?

La mujer sonrió.

—Aprecio la situación de tu marido. Realmente que sí. Pero creo que deberías
pensar en ti por una vez. Tómate un poco de tiempo “para ti misma”. Haz algo para ti.
Ambas sabemos que quieres dejarlo y ambas sabemos que eso no es posible.

Lucy miró al suelo.

—Debería irme—dijo y se puso de pie.

La mujer tiró de ella hacia atrás en la silla.

—Silencio ahora. ¡Qué tontería! Sé lo que te ha hecho; lo que te ha estado haciendo.


Lo que todavía te está haciendo. Incluso ahora. Manipulación. Abuso. Desdén. Rechazo.
¡Si yo fuera tú, lo mataría!

Ella sonrió dulcemente y tomó otro sorbo de té.

Lucy acercó su silla a la mesa, haciendo un horrible sonido de raspado en el


pavimento.

—No puedo.

La mujer se burló.

—No hay una expresión que sea “no puedo”, Lucy. ¿No es eso lo que solía decir tu
padre?

—¿Lo conoces?

—¡Eh-eh-eh! Sin preguntas. No responderé—ella puso los ojos en blanco—. Vale.


Solo una. Si, lo conozco. Sé que tiene muchos negocios. Industrial, químico, médico. Él
es un Lord, ¿no es así?

Lucy se iluminó.

—Sí.

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—Pero el problema es que tu marido también es un Señor. Un Señor del Tiempo. Y
si lo matas, simplemente se cambiará y vendrá a por ti.

La expresión feliz de Lucy se marchitó.

—No hay escapatoria. Pensaba en quedarme aquí. No voy a volver.

La mujer negó con la cabeza.

—¡Tienes que convertirte en Lady Macbeth! Y así es cómo lo harás. Pronto se


volverá vulnerable. Se presentará una oportunidad. Una oportunidad de 9 mm, no sé si
me entiendes

—Un arma.

—¡La mejor de la clase! Esa educación roedeana dio sus frutos después de todo.
¿Quién dice que las rubias son tontas? Tienen toda la diversión, ¿verdad? No como las
viejas morenas aburridas—Lucy examinó a la mujer mientras hablaba. Estaba animada,
claramente muy inteligente, y sabía cosas que no podría saber sin el beneficio del viaje en
el tiempo. Ella también debía ser una Señora del Tiempo, pensó Lucy. La mujer le guiñó
un ojo.

—¡Esa soy yo!

Si ella era una Señora del Tiempo, podría ser enemiga de Harry. Podría ser la mejor
forma de escapar de Lucy. Demonios, ella era la única forma de escapar de Lucy.

—¿Quieres que le dispare a Harry?

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—Créeme. No se regenerará. Tendrá sus razones. Pero me temo que irás a la
cárcel. Irónico, de verdad.

Lucy estuvo de acuerdo. ¿Cómo podía ir a la cárcel por librar al mundo del peor
dictador que había visto? Pero luego se dio cuenta: había desempeñado su papel.
Demasiado bien, de hecho. Incluso le había gustado... algo de eso. El poder. La
capacidad de hacer lo que quisiera. Pero ¿qué precio había pagado?

—No será fácil—dijo la mujer con suavidad—. Créeme, lo sé. Pero ese no será el
final. Intentará volver, resucitar. Y te usará. Pero este será su gran error. ¡Enorme!

Lucy no podía creerlo. ¿Usarla?

—¿Por qué?

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—Porque voy a decirte lo que tienes que hacer. Qué productos químicos necesitas
que haga tu padre. A quién sobornar en la prisión para que se convierta en tu amigo.

Lucy miró a la mujer. Ella parecía seria. ¿Era esta la única forma que tenía Lucy de
escapar del agarre que Harry ejercía sobre ella? Ella asintió. Ella suponía que lo era.
Metió la mano en su abrigo y sacó los datos. Los deslizó por la mesa y la mujer los tomó
con una risa alegre.

—Ahora, di algo agradable.

—Gracias —dijo Lucy. Ella sonrió y lo dijo en serio—. Por decirme esto. Por
ayudarme.

Los ojos de la mujer se deslizaron hacia un lado y soltó una pequeña carcajada.

—Bueno, no podría guardármelo todo para mí, ¿verdad?

77
EL MALVADO Y PROFUNDO CIELO NEGRO

78
A pesar de viajar a una velocidad de más de 700 kilómetros por segundo, la estación
espacial nunca parecía moverse. Sus motores luchaban contra las fuerzas gravitacionales
más masivas, esforzándose solo en permanecer en un lugar fijo. El rendimiento de los
motores y la posición relativa de la estación eran monitoreados constantemente, no solo
por los ordenadores más poderosos, sino también por los mejores ingenieros que la raza
de los Señores del Tiempo había producido. Estos eran los criterios de supervivencia
cuando vivías al borde de un agujero negro.

En los vehementes períodos de insomnio, Omega encontraba un mínimo de paz visi-


tando la cámara de observación para mirar la vasta bola de nada que orbitaban. Encontró
que su mente se calmaba al ver el objeto de su estudio, lo miraba a la cara y trataba de
definir su medida.

El agujero negro se llamaba Corazón de Messina debido a la nebulosa rojo sangre


que rodeaba el colapso estelar a cierta distancia, una forma circular causada por la
perspectiva. Lo que una vez había sido el sistema planetario alrededor del sol de Messina
hacía mucho que había sido tragado por el remolino de fuerzas espaciales. Ahora el área
alrededor del Corazón de Messina estaba desprovista de vida, aunque los enormes pode -
res de atracción ya estaban atrayendo objetos más distantes como campos de escom -
bros, asteroides e incluso exoplanetas.

Omega estaba decidido a triunfar esta vez. A pesar de que él y Rassilon eran ami-
gos, buenos amigos, el ingeniero estelar estaba celoso del soldado político. Como Lord
Presidente, Rassilon se ganaba el respeto de todos los gallifreyanos; sus éxitos en la
construcción de la sociedad de los Señores del Tiempo y en la lucha contra las amenazas
masivas que encontraban mientras expandían su imperio habían sido bien documentados
y celebrados públicamente. El trabajo de Omega era largo y laborioso. La mayor parte se
mantenía en secreto para el resto de la sociedad, por lo que no había desfiles ni fiestas
para él. Ni aplausos. Eso tenía que cambiar. Omega estaba cansado de vivir en las som-
bras, especialmente aquella que su amigo proyectaba.

—¿Lord Omega?

79
Se apartó de la enorme ventana. Era lady Karidice. Estaba de pie en la puerta como
si fuera ella la que hubiera sido sorprendida con la guardia baja, no él. Intentó sonreír,
pero su sonrisa estaba a medio formar.

—No me había dado cuenta de que otros venían aquí—dijo.

—No—dijo Omega—. Yo tampoco. Es decir, nunca he visto a nadie más aquí.

La Señora del Tiempo se adelantó ahora para pararse a su lado y ambos se volvie-
ron para admirar la vista.

—Es curioso—dijo Omega—, que el mismo objeto que sabemos que puede impulsar
nuestro futuro sea en realidad una ausencia de cualquier cosa. ¿Eso presagia un futuro
vacío para nosotros?

Karidice se rio cortésmente.

—Creo que la expresión que se usa es: “el tiempo dirá”—dijo.

—Siempre lo hace...—respondió Omega.

—Especialmente hoy.

Omega asintió. Hoy era el día. Después de toda la teorización, medición, revisión,
modelado, experimentación y preparación, hoy haría historia. Y Karidice estaría a su lado.
Aunque no le gustaba el término asistente, ella era sin duda una colega de confianza y de
alto rango. Tenía una mente brillante, sorprendentemente rápida y experta en el tipo de
cálculo que, si todo su trabajo resultaba correcto, mantendría vivo a Omega en las próxi -
mas horas.

—¿Nos vamos? —preguntó.

Ella lo miró y asintió, de repente en silencio ante lo que le esperaba. La cogió del
brazo y balbuceó alguna anécdota sobre cómo había vencido recientemente a Rassilon
en un pueril debate sobre algo trivial.

La sala de control principal era circular, con una aguja de energía en el centro que
se extendía desde el suelo a través del techo hasta el vacío exterior. Había una puerta
simple y curva en la estructura a nivel del suelo que conducía a la pequeña cámara de
desmaterialización. Alrededor de esto había escritorios de control dispuestos en los que
se sentaban técnicos y científicos, todos revisando los datos por última vez.

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A un lado de esta área había otra puerta que conducía a una antecámara, un came -
rino en el que colgaba el traje. Era en sí mismo una maravilla de la ingeniería de los Seño-
res del Tiempo. Estaba hecho de un revestimiento isomórfico especial que protegía al
usuario específico de las poderosas fuerzas del vórtice del tiempo y del propio Corazón de
Messina.

Omega dio un breve saludo a su equipo y se dirigió al vestuario, cerrando la puerta.


Se tomó un momento para saborear la trascendental naturaleza de la ocasión. Este sería
el indicado, lo sabía. Después de esto, sería adorado y reverenciado como lo era Rassi-
lon. Haría pública su investigación y su raza finalmente podría tomar su posición como los
verdaderos Señores del Tiempo y ganarse el derecho de llamarse así.

El traje era magnífico. Estaba fundido en una aleación de metal que tenía una apa-
riencia casi de bronce y consistía en un traje, botas, guantelete y casco. Sobre el traje,
Omega llevaba una túnica hecha de un material sintético azul verdoso que servía como
un nivel adicional de protección, similar a la cota de malla que usaban los guerreros anti -
guos. La idea de que se trataba de una armadura le complacía y había jugado un papel
importante en su diseño. Rassilon siempre era retratado como un gran guerrero, y Omega
quería emular eso. Por encima de su cabeza y la túnica, se puso la pieza del pecho. Esto
agregaba una tercera capa de protección a los órganos vitales, y su diseño geométrico re-
flejaba el del casco, cada uno con una forma triangular.

Cuando salió del vestuario, la tripulación se puso de pie y comenzó a aplaudir mien-
tras se dirigía hacia la cámara de desmaterialización. Les sonrió a todos, especialmente a
Karidice, que accionó el control de la puerta, haciendo que una parte de la pared curva se
abriera. Omega se puso el casco y, con un breve gesto, entró. Se dio la vuelta cuando la
puerta se cerró detrás de él.

—¿Omega? ¿Puedes oírme? —era Karidice. Su voz entraba en la cámara a través


de un altavoz, dándole un tono un poco más profundo.

—¡Sí! —llamó Omega—. Seguid con las comprobaciones del sistema.

Karidice comenzó a llamar el nombre de cada estación que tenía una posición de
control en el experimento de Actividad del Vórtice Interno. Los Señores del Tiempo en
esas estaciones entonces dieron una confirmación de su preparación para la misión: dre-
naje de energía del agujero negro, control de vuelo del horizonte de eventos, reguladores

81
de desmaterialización y rematerialización, monitoreo de vórtices: todo tenía que funcionar
perfectamente o la misión sería abortada. Omega escuchó con creciente entusiasmo y un
poco de inquietud mientras cada Señor del Tiempo confirmaba la funcionalidad de sus es-
taciones:

—A por la AVI.

Finalmente, todo se redujo a un solo interruptor. Emsical, la joven Señora del Tiem-
po en la regulación de la desmaterialización miró a Karidice con entusiasmo.

—¡Dentro desmaterialización! —gritó.

Emsical asintió y bajó la palanca grande.

En la cámara, hubo un sonido extraño casi como ráfagas de viento, subiendo y ba-
jando. Omega se desvaneció dentro y fuera del resto de la realidad. Esta era la primera
vez que un Señor del Tiempo entraba en el vórtice del tiempo en cualquier capacidad: un
momento pionero y un Omega trató de vivir en el momento, empapándose de la magnitud
de lo que estaba haciendo. Y luego desapareció.

Karidice observó atentamente los monitores internos mientras desaparecía.

—Cambiad a la monitorización de vórtices—, dijo.

Un Señor del Tiempo técnico llamado Ralics operó debidamente los controles, y una
pantalla en la parte trasera de la habitación se iluminó. Todos se volvieron para mirar los
extraños remolinos del vórtice del tiempo. Si bien esta no era la primera vez que veían el
vórtice, lo habían estado examinando durante años, era la primera vez que veían un ser
vivo dentro de él. Omega flotaba en el centro de la pantalla, como un buzo en el océano,
con un halo de estasis casi imperceptible a su alrededor.

—¿Puedes oírme? —preguntó Karidice.

Hubo un momento de silencio y se intercambiaron algunas miradas ansiosas a tra-


vés de la sala de control. Luego, con una leve reverberación en su voz, escucharon a
Omega.

—¡Recibiéndote al 100%!

Algunos de los Señores del Tiempo vitorearon.

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—¿Cómo es la retroalimentación? —preguntó Omega.

—La retroalimentación parece estable en 93—respondió Karidice. Se inclinó hacia el


micrófono—. ¿Cómo es? —preguntó—. Subjetivamente, quiero decir.

En el vórtice, Omega miró a su alrededor.

—Magnífico—dijo—. Nada puede prepararte para la majestuosidad del entorno.

Karidice se volvió hacia la estación de monitoreo de vórtices.

—¿Todo bien? —preguntó.

—La AVI es estable—informó Ralics. Él sonrió—. Las lecturas no pueden ser más
perfectas.

Inmediatamente, sonó una alarma en uno de los paneles. Era el control de vuelo del
horizonte de sucesos.

—¿Qué está pasando? —preguntó Karidice con urgencia.

—La órbita se está deteriorando en un 0,01. Razón desconocida —dijo el ingeniero.

La voz de Omega atravesó la sala de control.

—¿Cuál es el estado allí?

Karidice ignoró a su superior por un momento.

—¿Desconocido? —dijo—. ¿Qué lecturas tenemos?

Antes de que el Señor del Tiempo pudiera responder, otra alarma comenzó a sonar
en el monitoreo del vórtice. Ralics miraba fijamente su monitor.

—¿Y bien? —en la voz de Karidice había ahora una nota definida de alarma.

—¡Estado! —repitió Omega con brusquedad.

Ralics negó con la cabeza.

—Desconocido, pero es un gran evento del espacio-tiempo.

Esto representaba demasiadas incógnitas.

—¡Cesad la AVI, traedlo de vuelta!

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Se volvió hacia la pantalla del vórtice y habló por el micrófono de su garganta:

—Hay algo en el vórtice contigo—dijo—. Está desestabilizando nuestra órbita. ¡Te


vamos a traer de vuelta!

—¡Negativo! ¡Negativo! ¿Cuál es el diferencial de órbita?

—Es 0,01, pero nos estamos deteriorando —dijo.

—¡Los parámetros de seguridad son al menos 0,05! —dijo Omega enfadado—. No


debes cancelar la AVI. ¿Entiendes, Karidice?

—¡Pero Omega, la tripulación! ¡La estación! Tú mismo estás en peligro. No sabemos


cuál es la causa de la inestabilidad.

—¡Vigílalo, entonces! —gritó—. ¡Las lecturas que estoy recopilando son invaluables!
Si la órbita decae en más de 0,03, finalízalo. Pero no hasta entonces. ¿Ha quedado claro?

Ahora era el turno de Karidice de guardar silencio.

—Deterioro ahora 0,02—informó el ingeniero.

Karidice negó con la cabeza. Estaba a punto de discutir con Omega cuando vio algo
en la pantalla. Todos lo vieron: una enorme distorsión en el vórtice. Estaba torciendo los
patrones arremolinados para darse forma. Al principio era difícil de ver en su totalidad,
pero luego apareció: un vasto ser alado, casi como un pájaro de presa.

—¡Rematerialización! ¡Ahora! —gritó Karidice.

El proceso de rematerialización se puso en marcha y Omega se retiró a bordo de la


estación espacial. Abrió la puerta de la cámara y salió, arrancándose el casco con furia.

—¡¿Cómo te atreves?! —le gritó a Karidice.

Simplemente señaló la pantalla.

—Mira —dijo ella.

Omega estaba a punto de soltar una diatriba contra su asistente, pero luego vio la
pantalla. Se quedó mirándolo durante unos segundos.

—¿Qué es eso?

84
—No lo sabemos—dijo Karidice con frialdad—. ¡Por eso te hemos sacado del vórti-
ce!

Omega estaba cabizbajo.

—Lo siento—dijo en voz baja—. Por supuesto que tienes razón. —miró a los Seño-
res del Tiempo en sus puestos—. Pido disculpas—dijo.

Todos lo miraban excepto el ingeniero, que miraba fijamente a sus monitores. Ome-
ga se dio cuenta y se movió.

—Mi señor, nuestra órbita todavía está empeorando. Ha llegado a 0,04 ahora.

—Necesitamos potencia total para los motores—dijo Omega—. ¡Redirigid la energía


desde el corazón de Messina!

La estación espacial comenzó a vibrar. Habían estado manteniendo una órbita muy
precaria lo más cerca posible del agujero negro para extraer energía de él sin caer en él.
Ahora que la órbita se estaba desestabilizando, caían hacia ella. Tenían un margen de se-
guridad de 0,05 pero no más.

Un gemido agudo les hizo saber que la energía del agujero negro estaba ahora en lí -
nea.

Pasaron unos segundos nerviosos y el ingeniero levantó la vista de su consola.

—Estable en 0,04.

Omega asintió con satisfacción, pero antes de que pudiera decir algo, la nave co-
menzó a temblar violentamente.

—¡Perturbación del espacio-tiempo! —informó Ralics.

—No estamos interesados en el vórtice ahora—gruñó Omega.

—Mi señor, no está en el vórtice—dijo Ralics y operó la pantalla—. ¡Está en la proa


de babor!

Todos miraron la pantalla. El campo de estrellas afuera parecía normal al principio,


pero luego todos comenzaron a ver la forma de la criatura contra los puntos de luz. Era
enorme, casi del mismo tamaño que la propia estación espacial. Ahora parecía que el ser
llevaba algún tipo de casco, con las ranuras para los ojos brillando de color blanco.

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Mientras miraban, paralizados por el misterioso organismo, extendió un brazo hacia
el casco de la nave del Señor del Tiempo.

Karidice preguntó por el estado de los escudos y le dijeron que estaban en pleno
funcionamiento, pero los dedos plumosos de la criatura atravesaron el campo de fuerza
como si no estuviera allí. La enorme mano transparente penetró entonces en la nave mis-
ma, llegando hasta la sala de control.

Omega estaba ahora entre Ralics y Karidice, aturdido e indignado por los aconteci-
mientos que estaban ocurriendo. Estaba claro que esta criatura era extremadamente po-
derosa, pero no tenían idea de cuáles eran sus intenciones. El Señor del Tiempo intentó
hablar con ella, pero los dedos translúcidos simplemente continuaron su exploración de la
sala de control, deteniéndose sobre el ingeniero.

Karidice comenzó a moverse hacia él, pero la criatura apretó sus dedos, cerrándose
sobre la parte superior de la cabeza del ingeniero. Hubo una implosión cegadora de luz y
el ingeniero yació muerto, su capacidad de regenerarse fue claramente detenida por el
método que el ser hubiera usado para matarlo.

—¡No! —gritó Karidice y estuvo al lado del Señor del Tiempo caído en segundos. La
criatura apartó su mano de la sala de control y luego pareció satisfecha de flotar en el es-
pacio cerca de la estación, mirando.

—Nos vamos—dijo Omega—. Ahora.

Una de las sanadoras respetadas entró corriendo en la habitación con su túnica


blanca y su jubón rojo, examinando al ingeniero muerto. Sacudió la cabeza hacia Karidice.
Omega inmediatamente comenzó a dar órdenes a la tripulación para trazar un rumbo más
allá del monstruo de afuera. Entonces Ralics señaló que ya estaban a plena potencia y
apenas mantenían una órbita estacionaria. La criatura parecía estar impidiendo que se
fueran.

—Y nuestra única opción de escape es sobre el horizonte de sucesos hacia el aguje-


ro negro—dijo Karidice.

Omega miró la cámara de desmaterialización y pasó una mano enguantada por su


barbilla.

—No es nuestra única opción—dijo—. Podemos usar la cámara.

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—Pero tú tienes el traje, mi señor—dijo Karidice.

—No lo entiendes—dijo Omega con una leve sonrisa—. No tengo la intención de


que nosotros, como individuos, entremos en el vórtice. Propongo que invirtamos la alinea -
ción de la cámara de vórtice, irradiando el halo de estasis hacia afuera, no hacia adentro.

—¿Quieres llevar la estación al vórtice? —preguntó Karidice.

—Sí—dijo Omega—. Y tenemos que hacerlo con prisa.

Así que los Señores del Tiempo trabajaron apresuradamente para alterar la cámara
y los programas de ordenador para que el mismo mecanismo que había enviado a Omega
al vórtice hiciera lo mismo para toda la nave. Les tomó varias horas y durante todo ese
tiempo, Omega ayudó con las tareas más serviles y los cálculos más difíciles, persuadien-
do lo mejor de su tripulación con un objetivo en mente: salvar su nave, sus experimentos y
su tripulación de la inteligencia alienígena que ya se había cobrado una vida.

Cuando las diferentes estaciones informaron que estaban listas una vez más, Ome-
ga se paró en el lugar del ingeniero, operando su panel de control. Necesitaba que Karidi -
ce hiciera lo que mejor sabía hacer: operaciones de control en vuelo.

Ella lo miró, forzó una sonrisa renuente y luego dio la orden:

—A por la AVI.

Una vez más, la joven Señora del Tiempo llamada Emsical cogió la palanca grande
y miró a Karidice. Esta vez, sin embargo, su entusiasmo había sido arrastrado por el mie-
do y la incertidumbre.

—Dentro desmaterialización—dijo Karidice en voz baja.

Los extraños sonidos de sibilancias y gemidos que antes habían llenado la cámara
de desmaterialización ahora llenaban toda la sala de control, haciendo eco a través de la
estación. La nave del Señor del Tiempo comenzó a desvanecerse dentro y fuera de la
realidad y finalmente desapareció.

La criatura ahora rugió de ira y desapareció de la vista.

—Estación espacial estable—dijo Omega—. El halo de estasis lo protege admirable-


mente.

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Estaba a punto de dar órdenes al equipo de navegación para que comenzara a ma-
niobrar cuando la estación volvió a temblar. La vibración fue acompañada por un repug -
nante giro de las dimensiones internas de la embarcación. Todo pareció alargarse por un
breve momento y luego volvió a la realidad. Omega sabía que era la criatura. Esta vez, sin
embargo, no era un gigante translúcido lo que apareció o una mano emplumada. Una fi-
gura blanca del mismo tamaño que Omega estaba ahora en la sala de control.

—No podéis escapar—dijo con una voz profunda y retumbante.

—Has matado a uno de mi tripulación—dijo Omega enojado—. Sin razón.

—¿Cómo puede un ser tan pequeño como tú en poder e intelecto entender mi razo-
namiento?

—¿Qué quieres?

—Me deleito con el tiempo—dijo el ser—. Porque soy un cronóvoro. ¡Cualquier cosa
que toque el vórtice es un manjar para mi paladar y tú eres algo nuevo! —se rio.

Omega se volvió y caminó hacia el único casillero de armas a bordo. Contenía dos
pistolas estáser. Sacó una y se volvió, apuntando directamente al extraterrestre.

—Abandona mi nave—ordenó.

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—¿Me amenazas? —se burló el cronóvoro y empezó a caminar a través de la cáma -
ra. Se dirigía a Karidice.

—¡Detente!

La criatura lo ignoró y Omega apretó el gatillo. El rayo de energía golpeó al cronóvo-


ro en la espalda, pero el arma no tuvo ningún efecto.

La criatura se volvió hacia Omega.

—¿Me matarías? —preguntó—. Entonces te devolveré el cumplido.

Sin más advertencia, el cronóvoro extendió la mano y agarró a Karidice, dándole un


golpe en la cabeza. Ahora ella también cayó al suelo.

—¡No! —Omega corrió a través de la habitación y levantó la cabeza de su amiga


caída. Sus ojos azul pálido aún estaban abiertos, mirándolo ciegamente. Omega miró al
cronóvoro.

—Por favor—dijo—. Esto no tiene sentido.

La criatura miró al Señor del Tiempo por un momento y luego se volvió, tomando la
forma de un humanoide femenino.

—Tú te lo has buscado—dijo—. Y me alimentaré porque tengo hambre.

—Si necesitas sustento de tiempo, estás pasando por alto la mejor fuente en esta
estación. No es la tripulación. Míralo tú mismo—Omega se acercó a la cámara de desma-
terialización—. Está aquí—abrió la puerta y retrocedió. Un vacío blanco palpitaba dentro.

El cronóvoro se acercó y olfateó el aire.

—Sabes que no puedes destruirme.

—Solo quiero darte lo que quieres para que nos dejes.

El humanoide asintió y dio un paso adelante. Omega se arrojó sobre su espalda,


empujando a la criatura dentro de la cámara y cerrando la puerta.

—¡Apagad los controles de seguridad! —gritó—. ¡Energía del agujero negro ahora!

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En la cámara, el cronóvoro se sumergió en la radiación cruda del agujero negro y
gritó de repente en agonía.

—¡Morirás! —gritó y luego desapareció.

Omega puso en marcha su plan de inmediato. Entrar en el vórtice del tiempo permi-
tió que la estación se moviera en el espacio sin estar en el plano espacial. Los pilotos na-
vegaban por la estación espacial hacia el evento espacio-temporal del agujero negro y
luego a través de la vorágine hacia el lado lejano. Solo entonces, cuando estaban a varios
millones de millas del horizonte de eventos, Omega ordenó su rematerialización. Habían
escapado tanto del monstruo como del remolino cósmico del Corazón de Messina. Pero el
coste había sido demasiado alto.

Antes de regresar a Gallifrey, hicieron servicios para el ingeniero y Karidice. Omega


pronunció el elogio de su amiga, ensalzando sus virtudes, pero también prometiendo a
sus compañeros Señores del Tiempo que nunca volvería a poner sus vidas en peligro
para perseguir su sueño de viajar en el tiempo. Preferiría sacrificarse antes que perder
más amigos.

91
JORUS Y LOS VOGANAUTAS
Jorus se alzaba orgulloso en el puente del Vogo. La nave era la mejor que jamás
había construido su raza; una nave interestelar que poseía tal belleza que había cautivado
a todo el planeta de Voga. Un casco elegante y aerodinámico, dos lanzadores de
torpedos espaciales, un par de enormes velas solares y, en la popa, una talla de su dios
de la riqueza y la buena fortuna, que da nombre al barco. Alrededor del capitán, las
superficies doradas de los paneles del ordenador zumbaban y brillaban mientras los
pilotos y navegantes guiaban la nave a través del vacío del espacio.

—Nos acercamos al punto más lejano, capitán—dijo Collig. Él era el piloto principal,
su cabello plateado corto para revelar la cúpula de su cabeza gris—marrón, como era la
moda. Sus ojos hundidos y sus facciones grandes y prominentes eran las mismas que las
del resto de la tripulación: todas buenas cualidades Voganas.

Jorus estaba mirando la holopantalla que mostraba una imagen tridimensional de


sus alrededores en el aire en el centro del puente.

—Muy bien, Collig —respondió. Regresó a la silla del capitán, colocada encima y
detrás del resto de la cubierta de mando, permitiendo que una sonrisa parpadeara en su
rostro. Este era de hecho un hito, reflexionó, si tal declaración se pudiera usar para
describir un gran avance en los viajes espaciales.

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El punto más lejano al que se refería Collig era el cinturón de asteroides exterior del
sistema Voga. Ninguna nave espacial o sonda Vogana había estado jamás más allá de
ella. Esa fue parte de la razón por la que decenas de miles habían asistido al lanzamiento
del Vogo, animando a la valiente tripulación en su misión de exploración y descubrimiento.
Los “Voganautas” los medios los habían apodado.

—Estamos a punto de hacer historia—dijo Jorus—. Preparaos para motores


intraespaciales.

Collig se inclinó hacia adelante. Su mano se cernió sobre la palanca que llevaría al
Vogo de velocidades medidas en distancias familiares a aquellas que eran casi
insondables.

—¡Ahora!

Collig hizo funcionar los motores y la nave pareció desdibujarse un poco. Jorus
quedó inmovilizado en su asiento momentáneamente antes de que los inhibidores de la
inercia entraran en acción. Mientras la mancha blanca grisácea del intraespacio se
reflejaba en la holopantalla en su rostro, Jorus finalmente permitió que se mostrara su
sonrisa.

Casi de inmediato, sonó una alarma de dos tonos, lo que provocó que la tripulación
del puente entrara en pánico. Jorus la reconoció de inmediato, pero el piloto junior,
Mishar, confirmó su designación.

—¡Desalineación intraespacial! ¡Colisión de fase! —dijo.

El Vogo se estaba desviando peligrosamente de su curso. Si se desviaba


demasiado, la nave golpearía el costado del agujero de gusano artificial que habían
creado los motores, y eso sería catastrófico. El Vogo incluso podría ser destruido. Jorus
se levantó rápidamente de su silla y se acercó a los pilotos. Puso una mano sobre el
hombro de Collig.

—Corta la potencia estándar—ordenó, alzando la voz para hacerse oír por encima
del sonido del casco vibrante.

94
Collig miró a Mishar y un entendimiento tácito pasó entre ellos. Actuando al unísono
ahora, realizaron un procedimiento de desaceleración perfecto.

No pasó nada.

Jorus leyó la sorpresa en los rostros de sus pilotos.

—¿Qué pasa?

—¡Respuesta negativa, Jorus! —chilló Mishar.

—¡Estamos fuera de control! —gritó Collig—. ¡Vamos a salir de fase!

—¿Ha funcionado el experimento?

La humanoide tenía la cabeza como un martín pescador blanco, con un pico


puntiagudo muy largo. Era un arco iris de amarillos que se desvanecían en verdes y
azules como el verde azulado. Su cuerpo estaba cubierto de hermosas plumas nevadas,
como un cisne, pero con un patrón que parecía llamas corriendo por su espalda. Mientras
hablaba, la elaborada cresta emplumada en su cabeza se sacudió. Esta era Euxine.

El hombre al que se dirigía estaba encorvado sobre un gran banco de


computadoras, los LED parpadeaban en sincronía con el programa que se estaba
ejecutando. Llevaba un sencillo traje de una pieza, que tenía un puñado de lágrimas sin
coser, y su barba estaba un poco raída y sin recortar.

—¿Vas a guardar silencio de nuevo, Rassilon? —preguntó Euxine, con un toque de


burla en su voz—. Sabes que eso me molesta.

El Señor del Tiempo se volvió hacia su captora.

—No—dijo—. Simplemente estaba tratando de concentrarme en las lecturas.

—¿Y…?

—No parece que el experimento del tiempo haya funcionado—dijo Rassilon


enarcando las cejas—. Tendré que afinar el mecanismo. Verifica el programa
nuevamente. Este es un territorio desconocido.

—Sí. “Territorio inexplorado”—Euxine imitó a su prisionero—. Lo sé. Lo has dicho


cada vez que el experimento ha fallado —se adelantó, agitando un brazo alado hacia el

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Señor del Tiempo—. Necesito que esto funcione. Los Ra’ra’vis tendrán viajes en el
tiempo. Tú te encargarás de eso.

—Eres científica—imploró Rassilon, abriendo los brazos—. Sabes que los avances
no vienen todos a la vez, sino con, bueno, el tiempo...

—Tiempo —dijo Euxine—. Elegiría tus próximas palabras con mucho cuidado, señor
presidente. ¡Pueden ser las últimas! —se volvió y agitó su ala a un guardia Ra’ra’vis que
estaba al otro lado de una puerta enrejada. El soldado soltó la cerradura y rápidamente
abrió la puerta para que pasara su líder.

Rassilon volvió al ordenador. Una pequeña lectura de papel de telégrafo que se


derramaba de una ranura en el lado de la máquina. El Señor del Tiempo lo tomó en sus
manos y leyó la información una vez más. Esta vez, sin embargo, se permitió una sonrisa
discreta.

Había sido imprudente, eso era cierto. Nunca debería haber abandonado la
seguridad de la flota principal para verificar los rumores de un nido de vampiros en este
cuadrante. Pero los políticos en disputa le habían dicho que ya estaban luchando en
tantos frentes que no se podía abrir uno nuevo. Además, no había tropas disponibles.
Entonces, había venido él mismo. Solo. Después de todo, era un guerrero; capaz de
cuidarse a sí mismo. O eso pensaba él.

Luego se encontró con lo que supuso que era un simple problema con el motor y se
vio obligado a aterrizar en un asteroide convenientemente ubicado. Por supuesto, había
enviado un mensaje a la flota dando sus coordenadas. Tan pronto como hizo eso, sus
comunicaciones se bloquearon y se formó un domo de energía sobre su nave
unipersonal. Un pulso electromagnético había golpeado su nave y todos sus circuitos
habían explotado. Antes de que tuviera tiempo siquiera de pescar un estáser, el asteroide
se había deformado repentina e inesperadamente.

Los Ra’ra’vis no aparecieron hasta que llegaron al planeta en el que ahora estaba
encarcelado. Reconoció a los alienígenas con forma de pájaro cuando aparecieron en la
cúpula poco antes de que llenaran su nave con un gas noqueador muy fuerte. Incluso él
no pudo filtrarlo de su sistema, y cuando despertó estaba en una celda grande. Estaba
bien amueblado y realmente cómodo. Ciertamente había estado en peores condiciones
militares durante sus muchos siglos de guerra.

96
Lo que le sorprendió fue que la celda era simplemente la antesala de un gran
laboratorio. No estaba tan bien equipado como los que estaba acostumbrado a trabajar en
Gallifrey, pero lo que había allí era una muy buena aproximación del aparato requerido
para experimentos rudimentarios de viajes en el tiempo. Rassilon se había maravillado de
esto y expresó su admiración por Euxine cuando la conoció por primera vez.

La astuta Ra’ra’vis aceptó los elogios de Rassilon y luego le informó que habían
estado interceptando los comunicados de los Señores del Tiempo sobre sus experimentos
temporales durante muchos años. Sus mejores científicos, incluida la propia Euxine,
habían intentado emularlos en sus propios laboratorios, pero sin éxito. A sus militares se
les ocurrió entonces la idea de secuestrar a los Señores del Tiempo científicos y
obligarlos a trabajar para los Ra’ra’vis.

Por supuesto, cuando colocaron sus trampas de asteroides no tenían idea de que
atraparían a Rassilon. Un golpe de suerte, afirmó Euxine. Rassilon se preguntó si esto era
una mentira y lo habían perseguido todo el tiempo: rastreando sus movimientos y soltando
su trampa tan pronto como dejaba la protección de sus fuerzas.

No tenía pruebas de que este fuera el caso y, sin otra opción, Rassilon había
comenzado a trabajar para los Ra’ra’vis utilizando su tecnología bastante básica. Por lo
que le habían dicho sobre los resultados de sus propias pruebas, sabía que, aunque
estaban cerca de los Señores del Tiempo en su búsqueda del verdadero dominio del
tiempo, a los alienígenas les faltaban partes centrales de la investigación.

Esto le permitía a Rassilon agregar componentes adicionales que le decía a Euxine


que eran necesarios. No podía enviar una señal de socorro con la maquinaria que tenía;
no estaba destinado a la comunicación. Habría sido como intentar encender un fuego con
un cubito de hielo. De hecho, no podía usarlo para hacer nada extraordinario y,
ciertamente, no para viajar en el tiempo. Sin embargo, la tecnología fue avanzada y le
permitió configurar campos de curvatura e interferir con las dimensiones del hiperespacio.

Cuando Euxine exigió progresos y quiso ver una demostración, Rassilon le mostró a
la científica Ra’ra’vis su hipótesis sobre el uso del hiperespacio como medio para entrar
en el vórtice del tiempo. Sabía que era un callejón sin salida porque ya se había probado
en Gallifrey. Fundamentalmente, Euxine no sabía esto. El “experimento” había seguido
adelante y, aunque parecía haber fracasado, Rassilon lo había logrado.

97
Había atraído hacia él una nave con motor de curvatura.

Había sido un viaje difícil. El Vogo había sido golpeado y lo habían hecho girar,
probando los inhibidores de inercia al máximo. Sin embargo, había sobrevivido, al igual
que la tripulación.

—¿Informe de daños? —preguntó Jorus aturdido.

—Sin daños a los sistemas o la integridad estructural—dijo Collig.

—Pero no estamos donde deberíamos estar—agregó Mishar.

Jorus se puso de pie y sus piernas lograron no doblarse debajo de él mientras


caminaba por el foso de los pilotos.

—¿Dónde estamos, entonces? —preguntó.

Mishar negó con la cabeza.

—El ordenador está tratando de solucionarlo, pero ninguna de las estrellas o


constelaciones coincide con las que conocemos.

—Eso significa... —Jorus suspiró y se frotó los ojos—. Estamos muy lejos de casa.

—Un camino muy largo—confirmó Mishar.

—Quiero un análisis de nuestro campo de curvatura intraespacial—dijo Jorus—.


Solo deberíamos estar a un par de años luz de Voga. Ese era el plan. ¿Qué ha salido
mal?

Se retiró a su camarote para pensar, pero no pasó mucho tiempo antes de que lo
interrumpieran. Collig entró y le dijo que habían captado algo muy extraño en su análisis
del accidente intraespacial. Juntos bajaron al muelle del motor.

Aquí, el único Vogano que realmente conocía el motor del barco al revés se limpiaba
los oídos con una esponja conductora, con los pies sobre un banco de instrumentos
mientras se reclinaba en una silla maltrecha de respaldo alto.

—¡Keston! —dijo Jorus, sacando al ingeniero de su silla con un sobresalto.

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—¡Capitán! —Keston se levantó de un salto, haciendo que sus largos mechones
blancos se hicieran un desastre alrededor de su cara. Arregló los mechones de cabello
sueltos y lanzó el saludo más descuidado que ningún Vogano hubiera dado, antes de
moverse hacia un holoproyector montado en la pared.

—Usamos esto para monitorear los motores, verificar la integridad del campo
intraespacial, ese tipo de cosas—explicó y luego presionó un botón. La habitación se
oscureció y apareció una sección transversal del Vogo. A su alrededor había un óvalo de
patrones arremolinados.

—Así que esta es la nave—señaló al Vogo.

Jorus dio un suspiro exagerado.

—Gracias, Keston. Sé cómo es mi nave.

—Claro. Lo siento —Keston se puso nervioso—. Pero... pero este es el campo que
generan nuestros motores a velocidad intraespacial—señaló con brusquedad el patrón
ovalado—. Ahora, esta es una interpretación exacta de lo que sucedió después de que
entramos en el intraespacio.

El patrón ovalado comenzó a fluctuar y de repente se encogió de modo que la proa


de la nave casi sobresalía de ella.

—Ese ha sido el peor punto—dijo Keston—. La desalineación—se volvió hacia Collig


—. El que pensaba usted que iba a provocar una colisión en fase. Y también debería
haberlo hecho.

Luego, el óvalo volvió a crecer, esta vez a proporciones mucho mayores, antes de
encenderse y luego disiparse por completo.

—Y luego salimos del intraespacio... aquí. Dondequiera que sea “aquí” —Keston se
rio.

—¿Collig me dice que ha habido algo extraño? —preguntó Jorus al hombre mayor
—. ¡Sí! La llamarada. ¿La viste? —Keston rebobinó la proyección. De nuevo vieron cómo
el óvalo crecía y luego, justo cuando la luz aumentaba, pausó la imagen—. ¡Ahí!

Jorus miró la imagen y luego algo le hizo tomar una profunda inspiración. Avanzó
para comprobar lo que estaba viendo.

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—Dele un momento—dijo Keston, sonriendo como si estuviera presentando a un
recién nacido a la familia.

Lo que Jorus había visto era un patrón de círculos. Algunos eran concéntricos y
otros entrelazados. Pero cuando comenzó con ellos, formaron una sola palabra que
realmente podía leer.

—¿”Ayuda”? —preguntó.

—¡Exactamente! —dijo Keston.

—Creemos que es un mensaje psíquico—dijo Collig—. No está en nuestro idioma,


pero contiene un impulso psíquico que, cuando se lee, traduce el mensaje.

—Una llamada de socorro.

—¡Exactamente, capitán! —Keston sostenía ahora una llave inglesa de algún tipo y
apuntó a Jorus mientras hablaba—. Tenemos que responder.

—¿Y ha sido esta llamada de socorro la que nos ha desviado del rumbo?

—No—dijo Collig—, pero el mensaje y la desviación de navegación llevan la misma


firma intraespacial. Es la misma persona. O personas.

—¿Una señal de socorro enviada por alguien que tiene la traducción universal al
alcance de la mano y puede llevar una nave a través de la mitad de la galaxia? —
preguntó Jorus—. ¿Quién podría ejercer ese tipo de poder y, sin embargo, necesitar
ayuda?

—¡Rassilon!

Euxine irrumpió en su celda y levantó una tableta de datos. El Señor del Tiempo
estaba acostado en su cama.

—Hemos analizado tu último experimento.

—Ah—dijo Rassilon balanceando las piernas en el suelo y sentándose.

—¡Sí, “ah”! —dijo la Ra’ra’vis—. Hemos encontrado tu pequeño mensaje.

100
—Soy tu prisionero, Euxine. No puedes culparme por querer escapar. Tengo una
guerra que pelear. Una que también afecta a tu gente.

—No metas a los vampiros en esto—dijo exasperada—. Por favor. Estás


obsesionado. ¿Y cuántas veces te lo he dicho? Hellión está demasiado lejos de este
conflicto tuyo para que tenga alguna relación con nosotros.

Rassilon se encogió de hombros.

—Tendrás que ser castigado—dijo.

—¿Qué? —ahora estaba de pie—. Me has tratado bien, Euxine. Entiendo tu sed de
viajar en el tiempo. Créeme. Pero escaparé de tu jaula dorada y volaré a casa —parodió
el movimiento del ala que hacía Ra’ra’vis cuando movía los brazos—. Estaba pensando
en no borrar tu raza de la existencia. Pero si me tratas mal...

Euxine le sonrió y le brillaron los ojos. Había llegado a conocer a este Señor del
Tiempo desde que había sido encarcelado bajo su cuidado. Ella entendía que realmente
era un gran hombre. También sabía que él hablaba solo a medias, ya que ella se refería
al castigo.

—Has recurrido a imitaciones de patio de recreo—dijo—. ¡Mal, mal, muy mal! —se
volvió y salió de la celda—. Te estaremos monitoreando aún más de cerca ahora—agregó
por encima del hombro—. ¡Y esta noche no cenarás!

El Vogo navegaba a través del extraño y nuevo sistema planetario. Estaba en un


protocolo de ejecución silenciosa. Si bien la nave no poseía un dispositivo de camuflaje
como tal, sí tenía un escudo de camuflaje adaptativo: tomaba los datos visuales
recopilados de la matriz de proa de babor y los proyectaba desde la matriz de estribor, y
viceversa.

En el puente, la iluminación de los paneles de control y las pantallas de los


ordenadores se atenuó, la iluminación principal cambió a un amarillo apagado, casi como
la luz de la luna. Jorus estaba inclinado hacia adelante en su silla de mando mientras los
pilotos maniobraban a baja velocidad de planeta en planeta. La lógica era que quienquiera
que estuviera reteniendo a este prisionero alienígena de alta tecnología estaría

101
escaneando las naves que se acercaban y no tenían idea de en qué planeta estaba el
cautivo.

—Señor, creo que tenemos algo—dijo Mishar—. Hay algunas lecturas extrañas
provenientes de un campo de asteroides alrededor del cuarto planeta.

—¿Extraño?

—Nuestros instrumentos están captando aleaciones complejas, Jorus—dijo el piloto


junior—. No ocurren de forma natural.

—Cambia de rumbo para interceptar el asteroide más grande—dijo Jorus—.


Llévanos a detenernos por completo a una distancia segura de él. Y prepara una
TORCAZ.

La TORCAZ era una pequeña sonda autopropulsada diseñada para la observación,


verificación y examen defensivos. Sería capaz de acercarse más que el Vogo sin alertar a
nadie de su presencia. La TORCAZ tenía suficiente equipo para dar a los Voganautas una
muy buena idea de lo que se escondía entre los asteroides.

A medida que se acercaban al campo de rocas giratorias, un puerto se abrió en el


casco del Vogo. Tenía un gemelo en el lado opuesto de la nave. Más normalmente,
disparaban varios tipos de torpedos espaciales, pero esta vez era una sonda que estaba
impulsada desde el tubo de disparo. La TORCAZ volaba de manera constante hacia su
objetivo, disminuyendo la velocidad a medida que se acercaba al gran asteroide. Detrás
de ella, el Vogo se detuvo mucho más lejos.

En el puente, Jorus y el equipo de mando observaron cómo la TORCAZ maniobraba


entre dos asteroides más pequeños, acercándose al grande. De repente, las dos rocas,
aproximadamente del tamaño de skimmers pilotadas por un solo hombre, se juntaron,
aplastando la sonda y enviando pequeños componentes girando para rebotar en rocas
más pequeñas.

—¡Advertencia! Este es un campo de asteroides Symple—Guardz. El planeta más


allá está en cuarentena debido a una plaga espacial. Cualquier intento de atravesar los
asteroides resultará en vuestra destrucción.

La transmisión que se había estado reproduciendo por toda la nave cesó. La


tripulación se miró con incertidumbre. Luego todos se volvieron hacia Jorus.

102
—¿Asteroides sensibles? —preguntó.

—No es sensible, capitán. Autónomos—Keston estaba apoyado en la puerta,


sonriendo.

Los Ra’ra’vis mantenían un personal muy pequeño en la base: un escuadrón de


ocho guardias y un oficial, tres técnicos que monitoreaban las defensas del planeta, así
como cualquier comunicación perdida que pudieran captar y un equipo de “trastienda” de
tres científicos. Este era el contingente completo de Euxine. No necesitaba que fuera más
grande debido a la automatización. Uno de los técnicos se estaba acercando a ella ahora
a través de la sala de control. Le dijo en voz baja que había detectado una infracción en el
campo de asteroides. Cuando ella pidió una aclaración, él le dijo que se trataba de una
pequeña sonda espacial de origen desconocido. Euxine comprobó que no era gallifreyana
y luego lo descartó. Si hubiera hostiles por ahí, les esperaba un buen viaje.

Era peligroso, pero Jorus estaba dispuesto a arriesgarse. Ordenó al Vogo que se
acercara al campo de asteroides. Como sospechaba, las rocas se habían reorganizado de
modo que las dos más grandes giraban ahora a menos de mil metros de la proa. Keston
le había explicado que los asteroides probablemente estaban controlados por un sistema
informático. Independientemente del tamaño del objeto que detectó, el sistema envió dos
rocas lo suficientemente grandes como para aplastarlo. No lo hicieron de inmediato; sólo
una vez que el objeto se cerró sobre el planeta.

Jorus sabía que para pasar más allá del campo de asteroides y llegar a quien fuera
que necesitaba la ayuda de los Voganautas, tendría que romper el sistema de alguna
manera. Ordenó el lanzamiento de una segunda TORCAZ. Esta vez, le había ordenado a
Collig que lo pilotara a distancia para que la sonda pasara entre las dos rocas giratorias
más grandes. Pensó que el sistema usaría esas rocas ya que estaban más cerca y eran
capaces de realizar el trabajo en lugar de asignar el trabajo a dos más pequeñas.

Mientras la TORCAZ aceleraba hacia su perdición, hizo que Mishar monitoreara los
asteroides con mucho cuidado porque solo tendrían una oportunidad.

—TORCAZ acercándose al objetivo más cercano—confirmó Collig—. 300 metros.

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—¿No hay otros asteroides grandes en las cercanías? —preguntó Jorus.

—200 metros.

—Ninguno que pueda causarnos un daño real—dijo Keston.

Jorus le había asignado el asiento normalmente reservado para su segundo oficial,


pero como Collig era el segundo oficial, ya tenía un asiento en el foso de pilotos.

—100 metros—Jorus se mordió el labio.

—¡Asteroide en movimiento! —gritó Mishar.

En la pantalla, los dos enormes cantos rodados se cerraron sobre la TORCAZ y


luego aceleraron repentinamente, aplastando el dispositivo.

—¡Retraed las velas solares! ¡Motores a tope! —dijo Jorus—. ¡Dirigíos directamente
a esos asteroides!

El Vogo aceleró, justo cuando los asteroides se separaban una vez más.
Continuaron alejándose mientras la nave vogana volaba hacia ellos, su imagen
aumentando de tamaño de forma alarmante en la holopantalla. Justo cuando las dos
grandes rocas alcanzaron la cima de su separación, el Vogo ya navegaba entre ellas. Los
asteroides corrieron para aplastar la nave, pero no alcanzaron la sección principal,
deslizándose por la popa de la nave con un sonido de rejilla que hacía girar el estómago.

—¡Hemos terminado! —dijo Collig.

—Escanead la superficie del planeta en busca de signos de vida.

El informe volvió diciendo que había signos de vida mínimos, dieciséis o diecisiete,
todos agrupados en una pequeña área en el continente oriental del hemisferio norte.

—Preparad a los guardias para una partida de desembarco—dijo Jorus—. Collig,


Keston, venís conmigo. Y si alguien entra en contacto con la nave, ¡actuad con dureza!

Meda era una Ra’ra’vis moral. Nunca le había gustado mucho su trabajo. No le
gustaba estar lejos de su familia; odiaba perderse el solsticio de Pájaro y la comida de
celebración que siempre lo acompañaba con cuatro generaciones de su prole.

104
Pensó que la habían enviado al complejo de Chilsos como castigo. Ella acababa de
entrar en servicio, reemplazando al silencioso Calcatori. A ella tampoco le gustaba. Le
había hablado de la sonda en tono emocionado, pero en voz baja y luego desapareció en
su habitación de descanso.

Ahora el panel de control estaba iluminado como una guirnalda de Pájaro. Algo
mucho más grande que una sonda se las había arreglado para pasar a través del sistema
de protección Symple—Guardz. Meda miró por encima del hombro hacia la sala de
control vacía. Debido a la tripulación esquelética, solo un técnico estaba de servicio en
cualquier momento y la directora Euxine nunca estaba allí para informar.

Recordando su formación, Meda decidió tomar la iniciativa y abrió un canal de


comunicación. Era extremadamente débil, pero eso era de esperar.

—Nave desconocida, este es el control de Chilsos—dijo Meda, tratando de sonar lo


más oficial posible—. Tenga en cuenta que este planeta está en cuarentena. Somos los
únicos supervivientes. Por favor, manténgase alejada.

—Este es la acorazado Vogo—fue la brusca respuesta—. Creemos que tienen a un


aliado alienígena en contra de su voluntad. Tengan en cuenta que tenemos una gran
fuerza de comando aterrizando en su área para organizar una misión de rescate.

La comunicación se cortó. Después de cuatro intentos de comunicar con ellos


nuevamente, Meda se rindió y activó la alarma de evacuación de emergencia.

En el laboratorio, Euxine estaba sentada con Rassilon, examinando una


modificación que quería hacer en sus sistemas informáticos. Ella levantó la cabeza y
corrió hacia la puerta.

—¿Qué está pasando? —preguntó Rassilon.

—¡Deben haber venido por ti!

—¿Quién?

—¡Tu gente, por supuesto! —dio unos golpecitos impacientes en la rejilla—.


¡Guardia! ¡Abre esta puerta!

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El soldado Ra’ra’vis se acercó apresuradamente y abrió la puerta. Rassilon intentó
seguir a Euxine, pero ella lo golpeó detrás de ella. El Señor del Tiempo apoyó las manos
en los travesaños.

—Me temo que aquí es donde nos separamos—se volvió y le rozó los dedos
ligeramente con las plumas—. He disfrutado trabajando contigo—dijo ella—. Quédate con
él—le ordenó al guardia y luego se fue corriendo.

—Incluso bajo presión, ha sido un placer—dijo Rassilon, sonriendo. Él estaba


tomándose esto notablemente bien, pero su principal preocupación era volver al frente y
ahora podría.

El guardia lo miró con nerviosismo.

—No te preocupes—dijo Rassilon—. Estoy encerrado de forma segura en una celda.


Deberías irte.

Antes de que el Ra’ra’vis pudiera moverse, se escuchó el sonido de disparos láser


en el pasillo detrás de él. Estaba desarmado y estaba listo para atacar a quien entrara al
pabellón con sus tres dedos en forma de garras.

De repente, Jorus se quedó enmarcado en la puerta. El guardia fue a atacarlo,


usando sus alas para intimidar al enemigo. Keston apareció detrás de él, rifle vogano en
mano.

—Ni siquiera lo pienses—dijo y logró una mirada imperiosa—. ¡A menos que quieras
que te sirvan como ave asada!

Jorus avanzó a grandes zancadas, acercándose a la puerta de la celda.

—¿Eres el prisionero? —preguntó.

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—Y tú debes ser el rescatador—dijo Rassilon.

Los dos hombres barbudos se miraron durante un momento y luego sonrieron.

A bordo del Vogo, Rassilon fue tratado muy bien. Los voganos nunca antes habían
oído hablar de los Señores del Tiempo y estaban muy felices de saber que habían
rescatado a alguien de tanta importancia galáctica.

Como recompensa por su heroico rescate, Rassilon les dio a los voganos tecnología
y conocimientos más allá de su comprensión. Les dijo que les ayudaría en las guerras que
tenían que venir.

Jorus no entendía esto, pero estaba asombrado por el Señor del Tiempo Presidente.
Mientras lo transportaban de regreso al espacio de los Señores del Tiempo, hablaba con
Rassilon a menudo sobre la política en Gallifrey y sobre la forma en que estaba
organizado su gobierno.

Rassilon le mostró a Jorus su sello, el presidencial, que se usaba como símbolo de


autoridad y honor. De todas las cosas que maravillaban a Jorus, ésta era la que más
parecía afectarle: que un pictograma pudiera ser una herramienta tan poderosa. Esto no
pasó desapercibido, por lo que cuando llegaron a las líneas gallifreyanas y Rassilon
regresó con su gente y su batalla aparentemente interminable con los vampiros, les dio a
los Voganautas su sello en una gran ceremonia de agradecimiento.

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Cuando los Señores del Tiempo usaron su tecnología, que parecía el poder de los
dioses para los voganos, para devolver al Vogo a su sistema de origen, Jorus estaba
decidido a adoptar el patrón en espiral como propio y que se dedicarían a crear un
gobierno basado en los capítulos y consejos de los que Rassilon le había hablado en sus
muchas discusiones.

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EL CABALLO DE VARDON

Precinto de Anitroilia, Ciudadela de la Asamblea

34º Dessinday Alpus

LA GUERRA cada vez está más cerca.

Anoche, la luz de la batalla nos llegó desde los cinco mundos unidos de Trallinhoe.
Eso está a menos de un parsec. La comunicación subespacial está inundada de noticias
sobre la horda Kosnak y cómo saquearon los cinco mundos y luego detonaron su estrella
para evitar que su enemigo obtuviese una ventaja estratégica. Yo los llamaría básicos,
¡pero tienen tal tecnología! Verdaderamente, es sorprendente lo que una mente simple
puede concebir cuando se ve forzada por la amenaza de muerte.

Los Kosnak pueden estar a tres años luz de distancia, pero podrían estar aquí
mañana. Poseen naves de tal tamaño y velocidad que simplemente no sé si nuestras
defensas planetarias resistirían su embestida.

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110
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Hoy me reuní con los otros senadores para discutir nuestros planes. Hay división
entre ellos: quedarse, huir, luchar, esconderse. Y podríamos hacer cualquiera de esas
cosas. No temo a las armas de los Kosnak. Ni las de los Vardon. Que se pierdan los
valores fundamentales de nuestra civilización es lo que me aterra.

Un ejemplo de ello.

¿Cuándo fue la última vez que buscamos una confrontación militar con cualquier
otra especie? Durante miles de milenios hemos vivido en armonía con nuestro prójimo y
nuestro entorno. Sin embargo, el senador Minzak quiere que usemos nuestras habilidades
psíquicas, “armémoslas” dijo él. Naturalmente, defendí una solución pacífica. De las
cuatro opciones, preferiría huir u ocultarnos que desatar nuestra capacidad destructiva
sobre cualquier raza.

La cámara del consejo estaba alborotada después de que Furis sugiriera utilizar
nuestro potencial de reconocimiento e inteligencia para reunir la mayor cantidad de
información posible sobre ambas razas. Sugirió que tal vez habría algo que podríamos
ofrecer a los Vardon y a los Kosnak para que nos dejasen en paz.

Minzak estaba de pie, incandescente diciendo que deberíamos “¡vender nuestros


principios para apaciguar a los invasores embrionarios!”. Era un buen discurso el suyo,
debo decir, pero luego llamó a Furis cobarde y baja comerciante de moral y ética.

Recuerdo que, cuando llegué por primera vez a la Ciudadela, me sorprendió la


impresionante decoración de cristal, las paredes construidas a partir de geodas naturales.
El conjunto de Realidad Aumentada lo había denominado “un bastión de la razón donde
las respetuosas discusiones habían construido nuestra civilización y la habían mantenido
durante innumerables generaciones”. ¡Ja! Si el escritor de eso pudiera haber visto el
comportamiento de los Senadores hoy día. No hay un deseo unánime de razón aquí. Solo
desapego y descrédito.

Por supuesto, el Senador Orfak intentó aplacar a todos sin importar sus puntos de
vista. Sus vacilaciones probablemente nos maten a todos.

—Senadores —dijo con ese tono molesto y nasal—. Tenemos una decisión difícil
por delante. Contemplemos todas las opciones y elijamos lo que sea correcto para

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Xeriphas —¡demagogia!—. No importa a qué enemigo nos enfrentemos, los Xeraphin
serán los Xeraphin.

Y frases pegadizas.

Después de la sesión, consulté con los demás miembros del Núcleo Científico.
Epeyak ha estado trabajando en un foco para nuestros poderes. Él tiene una interesante
teoría sobre cómo podríamos usar lo que él llamó una aplicación colectiva para hacer que
los agresores simplemente se vayan sin siquiera disparar un tiro. Debo confesar que me
gusta esa idea, pero prefiero usar el foco para escondernos de nuestros enemigos, en
lugar de confundirlos o intimidarlos. ¡Él me reprendió, incluso tocando mi túnica plateada!

—¡Odyson! Debe estar preparado para dejar el capullo de sus propios estándares y
comprender que a veces el camino más imprudente es el más beneficioso.

¡Puedo ver por qué es un científico y no un político! ¿Cuándo ha sido la imprudencia


el mejor curso de acción? Lo dije mucho, pero lo dejaré continuar con su trabajo.

Precinto de Anitroilia, Ciudadela de la Asamblea

35º Essenday Alpus

El mes llega a su fin con noticias horrendas. Nos despertamos en el día de la paz
con los guerreros Vardon ya en nuestro sistema solar.

Conocemos a los Vardon de antaño. Su raza y la nuestra firmaron un tratado de paz


hace 300 años. El gran apaciguador, Jayentas, negoció con los guerreros con hoyuelos
que deberían considerar nuestro sistema como una zona de exclusión. A cambio de esto,
prometimos que no importaba qué acción tomaran contra los Kosnak, o cualquier otro
para el asunto, que no interferiríamos.

No es difícil entender por qué el apaciguamiento no es una opción popular en el


Senado. Jayentas ha sido vilipendiado desde entonces. Se dice que vivió el ocaso de sus
años en soledad en la luna sombría. Nadie realmente querría vivir allí. Debido a su
rotación única, está casi constantemente a la sombra de Xeriphas, y no hay atmósfera
respirable. Dudo que sea verdad.

113
Lo que es cierto es que la Senadora Furis ha dimitido. Una gran pérdida. Ella era
capaz y una voz fuerte contra Minzak. Con uno menos de nuestro número, me temo que
terminaremos haciendo algo indescriptible.

Precinto de Anitroilia, habitaciones del director del Senado

1º Abanday Belagaw

Esta mañana allí estaba ella, en el Camino de la Asamblea. Furis. Ella me detuvo
mientras caminaba. Debo confesar que estoy un poco desconcertado por esto. Ella, por
otro lado, parecía muy entera para ser un miembro recientemente depuesto del Senado.

—Sé que no estás de acuerdo con Minzak y su vulgar política, compañero Odyson
—dijo.

Incliné la cabeza en señal de respeto:

—Solo soy un consejero en ciencias, Senadora. No tengo voto.

Ella sonrió generosamente:

—Gracias por seguir usando mi título político. Tu diplomacia y tus sabios modales
son la razón por la que creo que puedes ayudarme.

Bueno, no soy el indicado para conspiraciones. De hecho, no creo que haya habido
una en Xeriphas durante décadas. Dicho eso, ¡quizás las palabras de Epeyak sobre la
precipitación en la acción me habían afectado!

—¿Ayudarle? —pregunté. Ella indicó que podíamos caminar, y así lo hicimos, lejos
de la Asamblea hacia los jardines del Senado. Independientemente de las maquinaciones
que se gesten en el Senado, la naturaleza siempre continúa su ciclo sin fin y, en aparente
desafío a nuestra situación actual, los árboles kukir estaban en floración tardía, con sus
pétalos de color naranja y rosa flotando desde las ramas sobre las fuentes termales.

—Algo ha sucedido —dijo Furis ahora que estábamos lejos de la multitud.

Fruncí el ceño.

—¿Quiere decir con los Vardon? —le pregunte a ella.

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—No —dijo ella—. Alguien ha llegado a Xeriphas, por pura casualidad afirma él.

Nuevamente estaba confundido.

—¿Llegado? ¿Se refiere desde las lunas?

Ella negó con la cabeza, mirando fijamente frente a ella mientras se alejaba como si
fuera una “hedonista” libertina caminando con su primo favorito.

—Es un extraterrestre.

—¿Cómo penetró las barreras de defensa?

Ella sonrió a un burro alado mientras pasaba volando.

—No tengo ni idea. Él solo lo hizo. Lo importante es que después de su captura por
los heraldos, lo llevaron a Orfak.

Esto me detuvo en seco.

—¿Por qué hicieron eso? Orfak es un xenófobo. Siempre lo ha sido. Es por eso que
nunca se reunirá con los Vardon o los Kosnak.

—Bueno, vale —me tomó del brazo y comenzó a caminar de nuevo—. Pero este ser
es viejo. Su cabello es del mismo color que nuestra piel. ¡Y exigió que lo llevaran ante
nuestro líder!

—¿Cabello? —esto fue increíble— El Adivino de Plata —jadeé.

—¡Exactamente!

—¡Esto debe ser una coincidencia! Seguramente incluso Orfak no puede creer que
esto sea cierto. ¡Es una leyenda popular! ¡Más vieja que estos edificios! ¿Y de cuándo
son? ¿Hace diez milenios?

—Tanto Orfak crea que este hombre sea en realidad el Adivino de Plata o no, está
cenando con él en este mismo momento.

Me volví y nos empujamos hacia la entrada de los jardines.

—¿Cómo sabe todo esto?

Furis me miró con un brillo en los ojos.

115
—Tengo muchas fuentes en la Ciudadela —dijo—. Soy, después de todo, Senadora
de la Guardia.

¡Como si pudiera olvidarlo! Con el poder tanto de los heraldos como de los emisarios
mucho más secretos, su renuncia me pareció extraña.

—¿Y qué piensa hacer Orfak con él?

—¿Vamos a ir a averiguarlo? —dijo ella.

Cuando llegamos a las habitaciones del Presidente del Senado, había dos
Plasmavoros afuera de su puerta. Otra de las creaciones de Epeyak. A pesar de su
aspecto bastante primitivo, estas criaturas podrían atrapar a un intruso y transportarlo o
mantenerlo en su lugar. Logran que sus víctimas no puedan moverse y podrían usarse
para comunicarse telepáticamente.

Se bambolearon hacia adelante, pero Furis los apartó con un gesto de su mano.
Pasó junto a ellos como si fuera la Presidenta del Senado y no Orfak. De hecho, los
heraldos que custodiaban las puertas interiores la saludaron y la dejaron pasar sin decir
una palabra. ¿Iba a ser testigo de un golpe de estado?

El estudio personal de Orfak estaba muy adornado. Había varias cajas de libros
antiguos que lo hacían parecer mundano. Dudo que haya leído uno solo. Los muebles
eran todos de su provincia natal de Teven, un remanso en el hemisferio sur que solo
había dado a un Senador.

Estaba sentado en una de las sillas acolchadas y altas, con una copa de cristal
sujeta en su mano derecha. Estaba sacudiendo suavemente el fermento amarillo, dándole
vueltas y más vueltas mientras hablaba con el ocupante de otra silla idéntica a menos de
un cuerpo de distancia.

Increíblemente, Orfak no pareció sorprendido por nuestra repentina llegada. Terminó


su frase y se levantó para saludarnos. Traté de ocultar mi asombro por su
comportamiento generoso y poco característico, pero debí descubrirme de alguna
manera.

—No hay necesidad de parecer tan asustado, Odyson —dijo él—. Sois bienvenidos
aquí en este día auspicioso.

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El alienígena que había estado sentado frente a Orfak también se levantó, aunque
más lentamente y con cierta rigidez. Él sí tenía el pelo plateado y vestía una chaqueta
negra. El Presidente del Senado sonrió cuando comenzó a presentar al extraño:

—Les presento a…

Furis lo cortó:

—¡Por supuesto! No necesita presentación. Es usted de lo más bienvenido.

—¿En serio, querida? —preguntó él, y su mano se movió hasta el cuello de su ropa
superior, agarrando una solapa que se doblaba hacia atrás del resto de la prenda negra—
De lo más amable. ¡De lo más amable!

—Yo soy Furis, y este es Odyson, líder de nuestro Núcleo Científico —continuó. Se
volvió hacia mí y me ofreció una amplia sonrisa que revelaba unos dientes envejecidos
dentro de su boca.

—Encantado de conocerte, Odyson, ¿no es así?

Mientras hablábamos, se supo que era un viajero. Había sido capturado por
heraldos en los niveles inferiores de la Ciudadela y entregado casi de inmediato a los
emisarios. Aquí es donde Furis había oído hablar de la llegada del extranjero. La siguiente
noticia me dejó más boquiabierto que cualquier otra cosa hoy.

Furis había reconocido al extraño como el Adivino de Plata y lo había trasladado al


alojamiento más seguro del planeta, ¡dentro de los aposentos del Presidente del Senado!
Con la cooperación completa de Orfak, cosa para recordar.

El hombre de cabello plateado prefirió no decir cómo viajaba pero propuso un


acuerdo. Él ayudaría con lo que él llamó nuestra “situación” a cambio de que los Xeraphin
simplemente lo dejaran ir una vez que hubiera ayudado en la creación de una estrategia.

—Lo que necesitáis —dijo—, es una solución que satisfaga los deseos de las razas
que amenazan vuestro mundo y os permita mantener vuestra existencia de forma pacífica
—parecía muy a gusto con políticos en la palma de la mano—. Habéis acumulado la
mayor colección de conocimiento en el universo conocido —dijo—. Eso debe perdurar.

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Todos estuvimos de acuerdo. ¿Pero cómo? El Senado debatió y exploró tantas
opciones que en realidad teníamos muy poco en lo que toda nuestra gente podría estar
de acuerdo. El anciano sonrió, astuto como un cazador experimentado.

—Bueno, eso hace que nuestras deliberaciones sean más sencillas, ¿hmmm?

Mientras trabajábamos, nos llegaron noticias de que los Kosnak habían sido
detectados en los confines del sistema. Siempre se habían quedado detrás del Vardon.
Por supuesto, ahora que estaban tan cerca, las noticias no se podían mantener dentro de
los pasillos del poder.

La población en general ahora era consciente de lo precaria —no, desesperada— de


nuestra situación. Naturalmente, tienen miedo y comenzaron a reunirse en edificios
públicos de todo el planeta para exigir respuestas.

Escribo esto mientras cae la noche. Dudo que tenga tiempo después. Hemos estado
trabajando todo el día y creo que tenemos los destellos de un plan. El Adivino es de
hecho muy sabio y posee un intelecto feroz. Espero que mañana podamos estar en
condiciones de salvar a nuestra gente.

Precinto de Anitroilia, Refugios de Crisis Ciudadana

2º Borenday Belagaw

Un día terrible en nuestra historia.

Usando las habilidades de los mejores psíquicos que los emisarios tenían a su
disposición, vimos cómo los dos belicistas se encontraban en nuestro planeta. Las
imágenes de sus naves se proyectaron en el centro de la Cámara del Senado. El Adivino
y yo miramos desde la galería, sin ser vistos por los demás. Orfak no quería asustar a los
demás indebidamente, aunque creo que el tiempo de estar asustado había pasado.

A medida que sondeamos más profundamente, la imagen cambió y de repente


estábamos en el puente de una nave Vardon. Eran inconfundibles: piel pálida, casi
blanca, con piel con hexágonos, ojos y bocas de negrura discordante. Sus cabezas

118
estaban coronadas con una especie de halo de hueso que rodeaba su cuero cabelludo,
uniéndose con la base de sus cuellos.

Al frente de su grupo estaba su actual líder, el almirante H2-L0. Para los


habitualmente tranquilos Vardon, parecía furioso. De hecho, todos miraban fijamente una
pantalla, con los puños apretados y expresiones furiosas pintadas en sus caras
monocromas. La razón de esto era clara cuando vimos lo que había en pantalla: los
Kosnak.

En comparación con la apariencia casi clínica de sus enemigos mortales, los Kosnak
eran brutales y tribales. Eran humanoides mucho más grandes, con una gran cantidad de
vello facial y dientes de aspecto feroz y al descubierto. Todos llevaban ropa voluminosa
de colores intensos y profundos y llevaba un moño en la cabeza que denotaba su rango o
estatus. Había leído un informe sobre ellos hace varios años, pero no recuerdo los
detalles. Sin embargo, estaba claro que el Kosnak en primer plano, con un moño blanco y
una barba a juego, era su líder, Ur.

—Tenemos derrrecho sobrre este mundo —gruñó el líder Kosnak—.

¡Vosotrrros irros!

—Usted ha entrado en una zona de exclusión —respondió el almirante Vardon—.


Firmamos un tratado con los Xeraphin. Este sistema está bajo nuestra protección.

—¿Tenéis palabrrras? —escupió Ur— ¡Nosotrros arrrmas!

La nave Vardon tembló violentamente cuando fue bombardeada por fuego de armas
de los Kosnak.

—Nuestros escudos pueden resistir fácilmente su patético ataque —respondió H2-


L0.

—Estamos empatados —dijo Ur.

—Entonces, ¿van a irse o debemos destruir este planeta para evitar que aprovechen
su conocimiento?

—¡Más palabrrras! —el Kosnak parecía casi sonriente, pero fácilmente podría haber
estado enseñando los dientes— ¡Destrrruid Xerrriphas!

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La pantalla se quedó en blanco. Hubo silencio tanto en la cámara del Senado como
a bordo de la nave Vardon. Entonces H2-L0 habló:

—Comience a desembarcar tropas. ¡Los Kosnak no reclamarán el premio!

En ese momento Orfak ordenó el corte de la transmisión telepática.

—Preparados para la invasión —ordenó—. Toda la energía para el escudo


planetario. ¡Debemos tener tiempo!

—¿Tiempo para qué? —gritó un senador. Antes de que las palabras hubieran
muerto en sus labios, las puertas de la cámara se abrieron y docenas de heraldos
entraron, fuertemente armados.

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—Se disuelve el Senado —dijo Orfak. Su voz tembló ante la enormidad de sus
palabras—. Voy a imponer la ley marcial —en ese momento, Furis entró en la cámara—.
La general Furis estará al mando de la defensa militar y civil del planeta —anunció Orfak.
¡General! ¿Cuándo, por última vez, tuvieron los Xeraphin un general? El Adivino
finalmente puso una mano sobre mi hombro:

—Todo irá bien. Debemos creer eso.

No importaba lo que dijera, no podían restar importancia a la realidad de los


bombardeos que comenzaron casi de inmediato. Al principio, sus impactos en los escudos
parecían bonitos fuegos artificiales en el cielo, pero después de muchas horas los Kosnak
lograron romper el código de armónicos y los primeros rayos radiactivos penetraron en la
superficie.

Al caer la noche, nos fuimos a los refugios de crisis debajo de la Ciudadela. No se


habían usado durante décadas y eran rudimentarios y fríos. Las noticias llegaron casi al
minuto de mayor devastación y muerte. La población ya había sido literalmente diezmada.

Debemos actuar antes de que la extinción se convierta en nuestro destino.

Precinto de Anitroilia, Academia del Centro Científico

3º Capulenday Belagaw

Salimos del refugio de crisis muy temprano, al amparo de la oscuridad, y nos


trasladamos a la Academia del Núcleo Científico y establecimos nuestra base de
operaciones en mi oficina.

Epeyak fue debidamente despertado de su período de descanso y traído ante


nosotros. Parecía entristecido y atontado cuando fue presentado al Adivino. Teniendo en
cuenta que el hombre de cabellos plateados era el primer alienígena de Xeriphas durante
una docena de generaciones, mi viejo amigo lo tomó muy en serio.

Orfak le dijo a Epeyak que podríamos usar la tecnología que estaba desarrollando
para escondernos.

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—Todo en lo que he estado trabajando es una forma de aprovechar nuestras
capacidades —dijo.

—Déjame ver si entiendo tu investigación correctamente —dije—. El “enfoque” en el


que has estado trabajando combina la esencia psíquica de nuestra gente.

—Así es.

—¿Cómo? —preguntó el Adivino.

Epeyak explicó que, en esencia, el dispositivo era como un transformador: toma las
mentes de los Xeraphin y las altera, fusionándolas en energía que luego podría ser
dirigida de la forma que creamos conveniente. Su idea era usar una proyección mental
para mostrar nuestro planeta devastado, algo que engañaría a los Vardon y los Kosnak,
enviándolos lejos de nosotros para siempre.

—Una buena idea —dijo el Adivino—. Pero no es práctico.

Señaló que solo los que estaban en las naves ahora en nuestro sistema solar se
verían afectados. Aquellos que usasen escáneres de largo alcance verían que esto era
una artimaña e invadirían de todos modos.

—Además —dijo—, eso no detendrá el bombardeo de radiación.

Caminó por la habitación con la cabeza inclinada hacia un lado y un huesudo dedo
en los labios. Sus ojos pálidos e intensos parecían arder con una inteligencia que hacía
que hasta la nuestra pareciera raquítica.

—Esto me recuerda otro conflicto que conocí no hace mucho tiempo —reflexionó—.
Eran solo dos facciones en guerra, fíjate. ¡Pero no veo por qué la solución no debería ser
similar! Seguro que no. Tal vez con un poco menos de forma de caballo, ¿hmmm?

Estaba claramente siendo gracioso, pero no teníamos ni la más mínima idea de lo


que estaba diciendo. Simplemente inclinamos nuestra cabeza cortésmente.

—Como sabemos —dije—, la evacuación no es una opción tampoco, ya que


simplemente seremos perseguidos donde sea que vayamos.

—Entonces —dijo él—, dime, eh, Epeyak, ¿qué pasaría si sintonizas tu dispositivo
para transformar no solo las energías mentales, sino la esencia entera de tu gente?

122
Silencio.

—¿Te refieres a una absorción? —pregunté— ¿Toda la especie?

—¡Precisamente, muchacho! —dijo el Adivino en voz alta.

Epeyak confirmó que esto, en teoría, sería posible.

—¿Pero sería deseable? —preguntó Orfak. Furis asintió.

—¿Comparado con vuestra destrucción? ¿Y la destrucción de vuestro conocimiento


acumulado? —preguntó el Adivino con enojo— ¡Diría que sí!

Todos intercambiamos miradas.

—No veo cuál sería el beneficio —dijo Furis—. Nos escondemos de los Vardon y los
Kosnak. ¿Cómo nos regeneramos?

—No te escondes —dijo el Adivino— ¡Te presentas como un regalo!

Precinto de Anitroilia, Academia del Centro Científico

4º Dessinday Belagaw

Una semana desde que la guerra llegó a Trallinhoe.

Los heraldos han estado reuniendo a la población en lo que se han denominado


“estaciones liberadoras” por todo el planeta. La tecnología de Epeyak transforma a tantos
Xeraphin como sea posible en seres de energía pura.

Naturalmente, algunos se niegan. Algunos ni siquiera se molestan en venir a las


estaciones. Están atrapados en sus creencias pasadas de moda o se esconden
desesperadamente de la verdad detrás de una cortina de falsas esperanzas.

Lo que hemos logrado en tan poco tiempo es nada menos que asombroso. Es casi
imposible creer cómo el Núcleo Científico se ha unido, utilizando la miríada de Archivistas,
el depósito de todo nuestro conocimiento acumulado, para encontrar métodos para hacer
lo que se necesita hacer.

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Los Xeraphin que han trascendido sus formas físicas fueron transmitidos desde las
estaciones de liberación a la Ciudadela para su almacenamiento en lo que Epeyak
llamaba sus sarcófagos. Nadie está muy interesado en el término ya que nos hace
parecer una raza muerta, pero el Adivino nos dice que servirá muy bien. El arte de la
distracción del prestidigitador, lo llamó.

Mientras tanto, la general Furis tiene a sus heraldos y emisarios luchando contra los
Vardon y los Kosnak en casi todos los frentes. Cuando falló el escudo planetario, tuvo la
previsión de utilizar versiones más pequeñas alrededor de las principales conurbaciones,
alterando las frecuencias para que los Vardon no irrumpiesen de inmediato.

Los Kosnak en realidad nos están ayudando en todo esto. Involuntariamente. Están
obstaculizando a los Vardon en sus esfuerzos por alcanzarnos. Por supuesto, muchísimos
Xeraphin están siendo atrapados en su fuego cruzado, un microcosmos para toda la
situación.

El Adivino dice que tiene una parte que hacer antes de irse. Debe esperar a que el
último de nosotros se una a la gestalt de los Xeraphin en el sarcófago. Luego jugará con
los últimos escudos de defensa para que cualquiera que pueda atravesarlos pueda
abrirse paso y creer que han ganado. Entonces se irá de la misma forma que haya
llegado, supongo. Esta trampa suya será desarrollada y su trabajo hecho. El resto
depende de nosotros.

Todavía estoy nervioso con esta idea de ser uno con toda mi especie: amalgamado
en un organismo con una personalidad inmensa. Todos somos individuos que debemos
tener nuestra privacidad, en parte para procesar cómo tratamos unos con otros.

De hecho, es una suerte que no dependamos de tecnología arcaica como


ordenadores para almacenar nuestros datos. Nuestras mentes están lo suficientemente
desarrolladas como para que, con el entrenamiento adecuado, podamos retener grandes
cantidades de datos. Los archiveros son seleccionados a una edad muy temprana por su
asignación única. El cociente de inteligencia de todos los Xeraphin se mide y aquellos con
los más altos que también poseen el tipo de memoria eidética necesaria para la tarea
reciben entrenamiento especial.

124
Este era el premio que tanto los Vardon como los Kosnak trataron de quitarnos. Un
premio por el que vale la pena luchar una y otra vez. Este era el quid del plan del Adivino
de Plata.

En lugar de ser una colección de individuos que podrían resistirse a renunciar a la


información que poseían, la gestalt ofreció una propuesta mucho más atractiva. El núcleo
del sarcófago presentará un “regalo” tentador para cualquier lado que lo reclame: una
inteligencia inconmensurable en el centro de un vórtice psíquico. Esto no solo
representaba la base de datos más completa del universo, sino también un arma o fuente
de energía equivalente a la de una galaxia de supernovas. Sería más que capaz de
destruir al enemigo del otro.

Orfak hizo saber esto contactando a ambas flotas y hablando directamente con Ur y
con H2-L0. Les dijo que, en lugar de dejarnos conquistar y matar, habíamos decidido
ascender a un plano superior donde sus mezquinas disputas no podrían afectarnos.
También dejó saber que, con nuestro conocimiento, podríamos haberlos destruido mil
veces. Pero éramos una especie civilizada, tal vez la más civilizada en la existencia.

Orfak ordenó colocar el sarcófago en la plaza más grande de la Ciudadela: la Arena


de la Inauguración. A su alrededor se almacenaban todas las armas pertenecientes a los
heraldos y los emisarios. Cada último pedazo de comida y bebida fue traído, también, y
amontonado.

Incluso yo ayudé. Me pareció bien llevar a cabo este último acto de desafío. Se
acordó que nosotros cuatro, yo, Epeyak, Furis y Orfak, tendríamos una última noche de
existencia física antes de convertirnos en uno por la mañana.

Estas pueden ser las últimas palabras que dicto. ¿Quién sabe lo que sucederá
cuando nuestros gestores personales sean consumidos por la gestalt?

5º Essenday Belagaw

Somos uno. Odyson, el líder de nuestro Núcleo Científico, se unió a nosotros esta
mañana. Se paró frente al sarcófago y se bañó en la agonizante luz dorada antes de

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convertirse en parte del núcleo. Cada átomo de su existencia se convirtió en energía pura.
Entonces esperamos.

Como sospechábamos, fueron los Vardon quienes entraron a la Arena de

Inauguración. Nuestro plan para dar la impresión de nuestra rendición total pareció
funcionar. Vagabundeaban, maravillados, entre las reservas de armas amontonadas,
cajas de comida, tanques de agua y otros artículos de consumo. Sacudieron sus cabezas
con incredulidad y parecían melancólicos por nuestra derrota.

Esto no les impidió llevarse el núcleo con ellos a bordo de su nave. No les impidió
usarlo para enviar una ola de energía que convirtió a las naves Kosnak en polvo en un
instante. No les impidió celebrar su victoria. ¿Cómo podían saber que la poderosa
radiación que usaban también impregnaba su propia nave?

Ahora era nuestro momento para persuadirlos para que se rindiesen. No. Ahora era
nuestro momento de atacar. Somos una sola mente. Debemos regenerarnos. Recuperar
nuestra forma física.

A bordo de la nave nodriza de los Vardon

Espacio profundo

6º Abanday Belagaw

Aquellos de nosotros que nos regeneramos hoy estábamos confundidos por lo que
encontramos. Como uno, fuimos testigos de la destrucción de la flota Kosnak. Lo que
sucedió después de eso estaba nublado. Cuando lo intento recordar es como si dos
piezas de música estuvieran sonando al mismo tiempo. No puedo concentrarme en una
porque las notas de la otra se entremezclan.

Lo que encontramos a bordo fueron los cadáveres de los Vardon. Epeyak y su


asistente, Anithon, expresaron confusión. Sabíamos que los alienígenas deberían estar
sufriendo de envenenamiento radioactivo, pero no deberían haber muerto.

Epeyak se acercó a mí en el puente de la nave, lejos del alcance del oído de los
heraldos que habían sido devueltos a la vida individual junto a su líder, la general Furis.

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—Plasmavoros —susurró. Lo miré y la inferencia fue clara. Los Plasmavoros habían
sido enviados para matar a la tripulación.

—¿Pero quién los envió? —pregunté. Epeyak me miró:

—Tonto. ¡Nosotros lo hicimos!

Estaba tan desconcertado que no pude reprenderlo por su insolencia. Pero me di


cuenta de inmediato a qué se refería. Puedo ser tonto, pero no idiota.

Como mente única, teníamos muchas voces. Es por eso que parecía recordar
múltiples versiones de los eventos. No eran recuerdos, eran argumentos para lo que
queríamos que sucediera. Claramente la mayoría —¡la multitud!— había elegido vengarse
de los Vardon.

Me encontré colapsado en la silla del capitán. Mirando la pantalla que habíamos


visto días antes. Pero ahora estaba en blanco. No había nada por ahí fuera. Entonces me
di cuenta de que estaba siendo observado. Miré a la puerta. Furis estaba parada ahí,
mirándome con una fría mirada.

—Necesitaré eso, Odyson —dijo ella, avanzando. Entonces ella sonrió ante mi
expresión—. ¡La silla!

Me puse de pie:

—Por supuesto.

Algunos emisarios se pusieron en marcha y tomaron posiciones en estaciones que


una vez habían sido operadas por la tripulación Vardon.

—Necesitamos escapar de la radiación —dijo Furis, tomando la silla del capitán.

—Por supuesto —repetí. De repente estaba muy nervioso en su presencia—.


¿Dónde está el Presidente del Senado?

Ella agitó una mano:

—Creo que está en las cocinas. Sabes lo mucho que le gustaban sus cosas…

Me despedí y atravesé la nave como un espía. Orfak debía ser consciente de esto.
No pude probarlo, pero estaba convencido de que Furis se había hecho cargo de la
gestalt. Apenas podría creerlo. ¡Furis! Yo había confiado en ella. Me gustaba. ¿Había

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urdido todo esto? Imposible. Ella debió haber visto una oportunidad y la aprovechó. Pero
no puede quedar impune.

Hablé con Orfak y le conté mis preocupaciones. Estaba profundamente


conmocionado, pero admitió que tenía el mismo estado de ánimo en lo que respectaba a
los eventos de la noche anterior después del uso del sarcófago por los Vardon.

—¿Epeyak te llamó la atención sobre el asunto? —preguntó.

—Sí, Presidente del Senado.

—¿Crees que se puede confiar en él?

—Eso creo.

—¿Y nadie más tiene esta información?

Le dije que no lo sabía. Él asintió sabiamente y luego convocó a un emisario que no


había conocido antes. Su nombre era Zarak. Orfak me aseguró que era totalmente leal al
Senado y que reuniría heraldos igualmente confiables para arrestar a la general.

Sin embargo, antes de que esto pudiera ocurrir, Epeyak convocó una reunión de
emergencia en una de las cámaras comunales a bordo. Como arquitectos de la
supervivencia de los Xeraphin, solo asistíamos los cuatro.

Vi a Zarak en guardia en la puerta y lo saludé con la cabeza cuando entré. Él me


ignoró por completo. Al principio me sentí ofendido, pero me di cuenta de que era un
agente clandestino cuya naturaleza no era mostrar sus cartas. Epeyak estaba de pie en el
centro de la habitación, más sombrío de lo que lo había visto, incluso en la última semana.

—He analizado el envenenamiento por radiación que sufrió la tripulación —dijo.


Inclinó la cabeza entonces—. Es muy poderoso y ha afectado a los Xeraphin
regenerados.

Orfak continuó:

—¿Afectados? ¿Quieres decir que hemos sido envenenados?

—Me temo que sí, Presidente del Senado.

Orfak apretó los puños y se dio la vuelta. Con la espalda todavía hacia nosotros,
dijo:

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—Esto es tu culpa, Furis.

Furis reaccionó como si la hubieran abofeteado:

—¿Mía?

—¡Zarak!

La puerta se abrió de golpe y Zarak entró con varios heraldos.

—Arreste a la general Furis.

—¿Con qué cargo?

—¡Traición!

Zarak ya había agarrado a la ex-senadora y le sujetó los brazos detrás de la


espalda.

—¡Esto es un atropello! ¿Quién fue la que te llevó al Adivino de Plata? Podría


haberlo usado en mi beneficio, pero tengo un respeto demasiado alto por el Senado, ¡por
el gobierno de la ley Xeraphin!

Di un paso adelante.

—Creo que Orfak tiene razón. La evidencia es que los Plasmavoros mataron a la
tripulación de esta nave. Creo que la general Furis estaba detrás de la orden.

—¿Crees? —gritó Furis— ¡La creencia no es cuerpo de evidencia!

—¡Ejecutadla! —dijo Orfak.

—¿Qué? —di un paso adelante— ¡No ha habido una ejecución en Xeriphas desde
hace varios milenios!

—No estamos en Xeriphas —siseó Orfak.

—Estoy de acuerdo con Orfak —dijo Epeyak—. Y cualquiera que no lo haga también
es culpable de traición.

Miré a los ojos de Furis mientras me suplicaba en silencio. Estaba claro para mí lo
que estaba pasando. Era un golpe de estado. Pero no de Furis. Orfak lo había hecho con
la ayuda de Epeyak. Él controlaba a los Plasmavoros después de todo. Al menos, eso es
lo que pensé. Hasta que otro Xeraphin dio un paso adelante.

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—Creo que todos ustedes son culpables de traición —dijo Zarak—. Serán llevados a
una celda y se mantendrán allí hasta que la radiación de la que son responsables termine
con sus vidas. Los Xeraphin perdurarán. Volveremos al sarcófago para esperar la
enfermedad.

¡Zarak! Debió haber visto su oportunidad de alcanzar el poder y lo aprovechó,


traicionando a su Senado y sus superiores.

Ahora atrapado en esta celda, grabo estas palabras para ustedes, mis hermanos y
hermanas. De modo que cuando despierten, sabrán que escapamos a través de una
artimaña planeada diabólicamente. Además, estábamos atrapados una vez más por
nuestra propia estupidez y deseo de poder. Y por último, debemos cambiar si queremos
salir alguna vez del atolladero del mafioso gobierno que nos ha impuesto esta gestalt.

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DESAFÍO DE LAS NUEVAS SANGRES
Ésta iba a ser su mejor victoria. Sus tropas habían luchado duro en los campos de
batalla de los planetas y en el espacio a través de cinco sistemas para llegar a este punto.
Innumerables guerreros Sontarans habían muerto, pero todos lo habían hecho con la
certeza de que su muerte era gloriosa porque no sería en vano.

Los Sontarans odiaban a una raza por encima de todas las demás. Los odiaban
especialmente por su cobardía en la batalla. No era un honor adoptar la apariencia de los
demás. Eso era lo que hacían los Rutans. Amorfos y verdes en su estado natural, Los
Rutans adoptaban la forma y la tecnología de cualquier raza o especie que sirviera en su
batalla contra los Sontarans.

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Debido a su fisiología similar a una ameba, preferían mundos húmedos y acuáticos
en los que reproducirse. Si bien muchos planetas habían sido adoptados como criaderos
Rutan, los Sontarans los habían identificado y aniquilado uno por uno.

Llamaban al mariscal del grupo Sten el “Asesino de razas”. Porque bajo su mando,
el 12º Grupo de Batalla Sontaran había tenido éxito donde tantos habían fracasado.
Estaba a punto de ganar la guerra que había durado tanto tiempo que se habían olvidado
de cuándo comenzó.

La pantalla principal del puente de su nave nodriza mostraba una esfera de color
amarillo verdoso. Mekonne era su designación interestelar, pero Sten prefería pensar de
ella como el último puesto de avanzada. No quedaba ninguna flota Rutan para defender el
planeta. El Grupo de Batalla se había encargado de eso, a un gran costo: dos Ruedas
Bélicas y 117 cápsulas.

Sin embargo, todo lo que necesitaban hacer ahora era penetrar las defensas
planetarias, cañones láser y baterías de misiles en la superficie, y el último mundo de
reproducción Rutan sería suyo para que lo tomaran.

—Reducid la velocidad—ordenó Sten—. Estimad el alcance del fuego de las armas


enemigas.

—400 kilómetros—fue la respuesta.

—Aguantad a 420 kilómetros—dijo—. Preparad cápsulas para su lanzamiento.

Alrededor del ecuador del núcleo central de la nave nodriza, sonaron cláxones. Los
soldados y comandantes Sontaran corrieron a sus puestos, trepando por los puertos que
conducían a sus cápsulas de ocupación individual.

—Todas las cápsulas están listas para el combate—informó un oficial subalterno.

—¡Muy bien, comandante de campo! —Sten estaba disfrutando esto. Se humedeció


los labios grises y observó cómo el indicador de distancia orbital contaba lentamente
hasta “420”.

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En el momento en que alcanzó ese número, el Mariscal de Grupo Sten emitió la
orden de lanzamiento. No necesitaba que un oficial subalterno le dijera la información que
podía ver con sus propios ojos.

En cuestión de minutos, las cápsulas habían identificado todas las defensas


planetarias y la nave nodriza las había destruido desde la órbita.

—¡Desplegad unidades de transporte y comenzad a aterrizar! —rugió Sten. Se


dirigió a la puerta, ansioso por ser uno de los primeros en llegar al planeta—. ¡Mayor de
campo, tiene el puente!

—¡Mariscal de Grupo! —la voz del oficial subalterno pareció elevarse en tono,
claramente nervioso por alguna razón.

Sten se volvió.

—¿Y bien?

—Bioescáneres, señor. Nuestros instrumentos no detectan ningún signo de vida


Rutan. Sten soltó una breve carcajada.

—¡Están protegidos! Vuelve a escanear. Espectro completo —el desafortunado


mayor de campo se volvió hacia su oficial superior.

—Lo he hecho, Mariscal de Grupo. Sigue siendo negativo. ¡No hay Rutans aquí!

Sten cruzó el puente en segundos y golpeó al otro Sontaran donde estaba. Se


trataba de una afrenta grave, y el mayor de campo probablemente sería asignado a la
división médica como castigo. Se arrastró hacia las sombras.

—¿A algún oficial competente le gustaría reemplazar al Mayor de Campo y tomar las
lecturas nuevamente?

Un comandante dio un paso adelante. Saludó y tomó la estación, sus seis dedos
fluyeron a través de los controles.

—Tiene razón, señor —dijo el comandante.

—¡Ja! ¡Lo sabía! —Sten asintió.

—La escoria de Rutan está bloqueando nuestros escáneres. Tienen un campo


humectante. No estamos lo suficientemente cerca de la superficie del planeta.

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—¡Tráenos, entonces! Pilotos, estableced la órbita óptima a 100 kilómetros.

La nave nodriza avanzó suavemente, acortando la distancia a Mekonne en menos


de un minuto. Ahora ocupaba un lugar destacado en el monitor principal.

—¡Escanea otra vez!

Se hizo un incómodo silencio.

—¿Bien?

—Mariscal de grupo, tenemos un problema mayor—dijo el comandante. Pulsó


algunos botones y apareció un esquema tridimensional del planeta, mostrando el núcleo
fundido y el flujo de magma debajo de la superficie en una red volcánica.

—¿Qué es esto? —preguntó Sten.

—Estamos detectando una actividad tectónica anormalmente alta en todo Mekonne


—informó el comandante.

—¿Anormal? —Sten fruncía el ceño, sus cejas aún más fruncidas de lo habitual—.
¿Artificial?

—Sí, mariscal de grupo.

Casi de inmediato, comenzaron a llegar informes de las unidades Sontaran que ya


estaban en la superficie. Se estaban produciendo terremotos, graves, y se habían
informado erupciones volcánicas en todo el planeta.

—Es una trampa—dijo el mariscal del grupo—. Retirada. ¡No hay Rutans!

—Reversa total—chilló un piloto Sontaran cuando la nave nodriza invirtió sus


propulsores.

—¡Energía auxiliar! —gritó Sten—. Estamos atrapados en la atracción gravitacional


del planeta—se volvió hacia otro oficial—. Recuerda las cápsulas. ¡Asegura las ruedas de
guerra!

La nave nodriza se tensó para escapar del planeta de abajo, pero logró alejarse. Las
Ruedas Bélicas no eran tan poderosas y tardaban más en alcanzar la velocidad de
escape.

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—Detectadas detonaciones subterráneas—dijo el Comandante, su voz contradecía
la calma de su comportamiento.

—Haz una señal a la flota —dijo Sten en voz baja—. Punto de reunión Épsilon.
Prepárate para viajar a la velocidad de la luz.

En la pantalla, una de las Ruedas Bélicas estaba casi lejos del planeta cuando una
enorme columna de lava brotó de la superficie. Atrapó la nave en su pivote de batalla de
babor y envió la nave en una espiral descendente. La parte en llamas de la Rueda Bélica
detonó antes de que golpeara el suelo, atrapando a varias docenas de cápsulas mientras
intentaban huir. Luego, la Rueda Bélica chocó con la superficie líquida con una gran
explosión.

La onda de choque golpeó incluso a ellos a tal altura que el Comandante tuvo que
gritar por encima del ruido para hacerse oír.

—¡Coordenadas bloqueadas!

—¡Haz el salto! ¡Hazlo! —gritó Sten.

No era solo el 12º Grupo de Batalla de Sontaran el que estaba hecho trizas; la
reputación del Mariscal del Grupo, su mando y posición militar: todo lo que había luchado
literalmente por conseguir ahora estaba ardiendo junto con su flota.

Hay muchas cosas que a una mente Sontaram no le gusta contemplar. El principal
de ellos es el concepto de derrota. Los Sontarans se crían no solo para la guerra, sino
para ganar. Son los mejores soldados de la galaxia y, si bien están dispuestos, incluso
entusiastas, a morir en la batalla, es solo lo que realmente considerarían glorioso si esa
muerte finalmente resulta en una victoria para su raza.

Esto era el polo opuesto de eso y Sten no tenía idea en ese momento de cómo iba a
regresar de eso.

La mano que surgió de la tina de líquido verde tenía tres dedos. Lo siguió un brazo
poderoso y una cabeza abovedada de piel morena y suave. Yarl, líder del escuadrón
científico Sontaran, observó cómo su nueva creación se levantaba y lo miraba.

—Eres designado como comandante Myre—dijo, con un leve tono áspero en su voz.

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El clon recién nacido asintió.

—¿Cómo te... sientes? —preguntó Yarl. Hizo un gesto con la mano enguantada en
blanco a su asistente, el oficial del escuadrón científico Klym, quien comenzaba a tomar
notas en su cuaderno de datos.

—Soy fuerte. ¡Soy... Sontaran! —ladró el recién nacido.

—Muy bien—dijo Yarl—. Allí encontrarás tu armadura—señaló un banco en el que


estaba sentado el traje negro y plateado de un guerrero Sontaran, sus pesadas botas y su
casco oscuro.

Myre salió del tanque y se movió lentamente por el laboratorio.

—Fíjate en su forma de andar—le susurró Yarl a Klym—. Está mucho más


sintonizado durante mucho tiempo para marchas a distancia, resistencia y combate.

—Sí, líder de escuadrón—respondió Klym. Él también vestía el traje blanco de un


oficial del Escuadrón Científico.

—Es bien sabido que la ciencia no es la más gloriosa de las colocaciones—dijo Yarl,
mirando cómo se vestía su nueva creación—. Pero las armas que creamos en el
Escuadrón son cruciales para las victorias de nuestros homólogos militares. Por supuesto,
se podría decir que somos responsables de muchas más muertes que cualquier soldado
de campo.

—Sí, líder de escuadrón.

En la parte trasera del laboratorio, una estación bulbosa que albergaba una pantalla
simple zumbó y apareció una cara idéntica tanto a la de Yarl como a la de Klym. Era Sten.
A pesar de las órdenes del Alto Mando de Sontaran, la armadura de su cuello todavía
tenía los dos discos puntiagudos de un Mariscal de Grupo.

—¡Informe! —ladró—. ¡Yarl! ¿Cómo ha ido el experimento?

El oficial científico Sontaran cruzó el laboratorio brillantemente iluminado hasta la


pantalla. Apretó un botón para transmitir su imagen a su oficial al mando.

—Mariscal de grupo Sten—ronroneó Yarl, lanzando un saludo inmaculado—. Estaba


a punto de contactar con usted yo mismo. El experimento es un éxito. ¡Mira, compruébelo
por usted mismo!

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Yarl hizo una seña al comandante Myre, que se acercó a él. Se pasó el brazo por el
pecho a modo de saludo, pero Sten se apartó de la pantalla.

—¿Qué es eso? —preguntó—. ¡El color de la piel es marcadamente diferente! La


estructura facial ha cambiado. ¿Es... más bajo?

La piel de Myre, de color marrón claro, suave y brillante, era muy diferente a la de
los otros Sontarans. Todos tenían tonos de piel grisáceos y un acabado casi mate en la
piel.

—Mejoras, mariscal de grupo—dijo Yarl.

—Mejoras para las que no recuerdo haber dado la orden—gruñó Sten—. ¡Te has
sobrepasado tus órdenes, líder de escuadrón!

—No, señor—Yarl mantuvo la calma. En tiempos pasados, tal vez no hubiera sido
tan atrevido—. Son efectos secundarios del distintivo empalme de genes que tuvimos que
emplear para lograr el éxito en el experimento.

El mariscal de grupo Sten se inclinó hacia delante y su rostro llenó la pantalla; su voz
uniforme y dura.

—Quiero un informe completo tuyo en persona en una hora. ¡Trae las...


disconformidades contigo!

El espectador se interrumpió.

Yarl se volvió hacia Klym.

—Lo has oído. Disconformidades. En plural. ¡Continúa con el experimento!

En la Academia Militar Sontaran en el mundo natal, la raza clon tenía eclosiones de


un millón de cadetes en cada desfile de reunión. Para Yarl, eso no era más que una
simple producción en masa. En lo que estaba involucrado, al igual que los diseñadores de
Ruedas Bélicas, casi podría considerarse arte. La palabra se sentía extraña e incómoda
en sus pensamientos.

Sin embargo, la analogía era buena. Las mejoras que estaba tratando de hacer en el
patrón Sontaran eran complejas y difíciles. Estaba seguro de que en los estériles pasillos
de la Academia Militar serían considerados herejías.

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Klym estaba ahora sacando el segundo Sontaran nuevo de la tina de clonación. Este
se veía ligeramente diferente al primero. Klym expresó su preocupación por que hubiera
habido un error en el proceso.

—En absoluto, Klym —dijo Yarl—. Cada uno será... individual. Ese es el propósito
de nuestra misión. Pensamiento individual, personalidades individuales, acciones
individuales.

Menos de una hora después, los cuatro nuevos Sontarans se alineaban ante el
Mariscal de Grupo Stem. Estaban de pie en sus habitaciones personales: una habitación
espartana que contenía una sencilla silla blanca; una sola estación de bancos de
computadoras con una pantalla y detrás de la silla el transformador de derivación de
diodos que se usa para alimentar energía directamente a su cuerpo a través de la
ventilación próbica en la base de su cuello.

Stem bajó el rango de nuevos reclutas, inspeccionándolos. Yarl les presentó a cada
uno de ellos a su nuevo oficial al mando.

—Los comandantes Myre y Promynx; los Mayores de Campo Atas y Epax.

Stem se burló de ellos.

—Parecen extraterrestres vestidos con nuestros uniformes—dijo—. ¡Impostores!

—¿Con su permiso, mariscal de grupo? —habló Myre.

Stem lo miró con recelo, pero asintió con la cabeza.

—Iba a pedir su consentimiento para modificar nuestros uniformes, mejorarlos.

—¿Mejorarlos? —el mariscal del grupo sonrió—. ¿Crees que puedes mejorar el
trabajo de nuestros científicos en el mundo de origen?

Otro de ellos respondió.

—Sí, señor —era Promynx. Parecía tener un hueco entre los dientes.

—Yarl, ¿os ha informado sobre la campaña de Mekonne?

—Sí, mariscal de grupo. Ellos la entienden.

Stem volvió a su silla.

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—Vosotros cuatro habéis sido criados por una razón: pensar pensamientos que los
Sontarans normales no pueden o no se atreven a tener—dijo. Su voz sonaba cansada—.
Debido a nuestro código, nunca hubiéramos pensado en un ataque cobarde como el que
los Rutans llevaron a cabo en Mekonne. Y, sin embargo, parecería una estratagema
militar válida. Por lo tanto, podéis hacer lo que sea necesario para planear la caída del
enemigo. Si queréis modificar vuestros uniformes, hacedlo. Me reportarás directamente a
mí. ¿Entendido?

—Sí, mariscal de grupo—corearon los cuatro nuevos nacidos.

Stem era ante todo un soldado y, si bien nada le gustaba más que un asalto frontal,
también conocía los beneficios de tener una buena inteligencia militar recopilada de
fuentes confiables. Así que también vio a cada uno de los nuevos Sontarans por su
cuenta a intervalos aleatorios después de su reunión inicial.

Les sondeó sobre cómo se sentían hacia el Imperio y el mundo natal, hacia la
Hueste Rutan, hacia sus compañeros Sontarans y, por supuesto, hacia él personalmente.
Siendo los individuos que habían sido empalmados genéticamente, cada uno dio
respuestas ligeramente diferentes.

Al final, seleccionó al que pensó que vería las cosas a su manera. Quería al que se
convertiría fácilmente, que entendería que los cuatro no podían tener rienda suelta por
completo. Naturalmente, le dijo al objetivo, puedes discutir cualquier cosa dentro de tu
unidad, pero él no quería solo los aspectos destacados editados cuando se trataba de sus
informes. Quería, necesitaba, saber todo lo que estaba pasando. Como capa adicional de
seguridad. Su agente había estado de acuerdo de inmediato. Después de todo, cualquier
otra cosa habría sido un motín.

Entonces, mientras la Nave nodriza cojeaba por los sistemas remotos del Imperio, el
grupo de cuatro Sontarans únicos trabajaba duro. Personalizaron su equipo, cada uno
construyendo una armadura corporal singular en un color ligeramente diferente. Myre
roció el suyo con un verde sangre oscuro, mientras que Promynx prefirió el azul. Atas
adoptó un color marrón arena, casi el mismo tono que su piel, y Epax eligió un negro
mate. Incluso Myre pensó que esto lo hacía parecer demasiado a un Judoon, pero lo dejó
pasar.

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No se movían mucho por la nave porque atraían las miradas intolerantes de sus
compañeros soldados. En cambio, permanecieron en sus aposentos y dejaron que el
mundo llegara a ellos. Revisaron cada batalla Sontaran en la base de datos de la nave
nodriza, analizando qué había salido bien y cómo se podrían haber evitado los fallos.
Luego pasaron a las estrategias Rutan. Epax parecía tener la mejor comprensión de la
mente enemiga; podía ver patrones en sus movimientos que los demás no podían.

Después de semanas de estudiar detenidamente todos los datos que pudieron


reunir, el grupo de cuatro, ahora asignado a la designación G4, creyó que habían
identificado un patrón en el movimiento de la Hueste Rutan alrededor de la galaxia.
Incluso Mekonne se había adaptado a este patrón, por lo que parecía plausible como
planeta de reproducción.

Finalmente, tenían algo que informar al mariscal del grupo; algo por lo que estaría
muy feliz. Myre, como su oficial superior, hizo el informe, pero todos estaban presentes.

—Así que mi asalto al planeta estaba planeado—dijo Sten—. ¡Mis acciones no


fueron precipitadas y contrarias a la estratagema Sontaran! —ahora caminaba por el
suelo de su cuarto personal, adquiriendo más confianza con cada pisada. Era como si el
G4 hubiera revitalizado al Mariscal de Grupo.

—Hay más, señor—dijo Myre.

—Hemos identificado una lista de planetas en los que la Hueste Rutan podría
haberse asentado en lugar de Mekonne—agregó Promynx.

Sten dejó de caminar y miró al Comandante con ojos brillantes.

—¿Venganza? —preguntó.

Epax confirmó que este es el caso.

—Con el tiempo, estoy seguro de que podemos reducir esa lista a un puñado o
incluso a un objetivo específico—dijo el comandante de campo.

—Y una oportunidad de redimirme al Alto Mando Sontaran—dijo Sten—. ¡No, más


que eso! ¡Una oportunidad de unirse a sus filas! ¡Imaginaos poder decir que habéis sido el
Sontaran que finalmente ha borrado el azote Rutan del cosmos!

Myre esbozó una leve sonrisa.

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—Creo que imaginar era nuestro propósito, mariscal de grupo. Y apreciamos la
gloria que tal resultado nos dará.

La insinuación de un ceño fruncido brilló en los fornidos rasgos de Sten.

—¿A nosotros? —preguntó en voz baja. Luego sonrió—. Sí, por supuesto. ¡Todos
seremos héroes por Sontar! ¡Ha!

Los cuatro Sontarans estaban examinando la lista que habían elaborado de posibles
mundos reproductores de la Hueste Rutan. Trabajaron en silencio durante un tiempo,
todos tomando notas en los bloques de datos, comprobando referencias, condiciones
planetarias, distancia del frente de batalla en constante cambio.

Epax llegó a su conclusión un poco antes que los demás. Dejó el bloque de datos en
el que estaba trabajando y anunció el nombre del sistema planetario. Había habido un
señuelo muy bueno, dijo, pero sólo había un lugar donde podría estar el planeta de
reproducción. Un minuto después, el comandante Myre estuvo de acuerdo con sus
hallazgos, seguido por Atas y Promynx.

—Volveré a verificar nuestros hallazgos—dijo Epax y volvió a arrancar la tableta de


la superficie.

Mientras trabajaba, los demás Sontarans se miraron unos a otros. Hubo un


escalofrío de tensión entre ellos. Entonces habló Myre.

—Diré lo que todos estamos sintiendo—dijo—. El mariscal de grupo quiere tomar la


gloria para sí mismo. Está cegado por la necesidad de reconstruir su estatura dentro del
Alto Mando Sontaran.

Epax levantó la vista de sus cálculos.

—Es ambicioso. Es una característica de los Sontaran.

—La característica Sontaran es la ambición en la guerra—dijo Atas—. No es un


engrandecimiento personal.

—Lo impulsa el deseo de corregir un error de cálculo militar—dijo Promynx—.


¿Quién de aquí no querría hacer lo mismo?

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El G4 consideró esto por un tiempo antes de que Myre volviera a hablar.

—No importa cuál sea su ambición o sus acciones en cualquier situación posterior a
la batalla, una cosa está clara: no quiere que seamos reconocidos por nuestra parte en la
victoria.

Epax asintió y miró alrededor del grupo.

—Estoy de acuerdo. Parece obvio que buscaría los aplausos únicamente para él.

—Como corresponde a un mariscal de grupo—dijo Promynx, con el ceño


profundamente fruncido. Estaba claramente incómodo con la dirección que seguía la
conversación. —A cualquier oficial superior se le atribuirán las acciones de sus hombres
en una situación de combate, especialmente una victoria. Estoy seguro de que seremos
recompensados, ascendidos.

—Eres ingenuo—dijo Atas—. ¿Ves cómo nos miran los demás de nuestra raza
cuando nos aventuramos a salir de estas habitaciones? ¡El miedo a lo diferente está
escrito en los rostros con tanta claridad como la información de estos bloques de datos! —
él golpeó la mesa con el suyo—. Creo que él sabe que el Alto Mando verá cualquier
victoria lograda contra los odiados Rutan contaminada por nuestra propia existencia.

Epax asintió de nuevo.

—A pesar de que la victoria se debe a nuestra perspectiva única.

Promynx miró a los otros tres.

—¿Qué estás diciendo?

—El mariscal del grupo hará que nos destruyan una vez que se logre la victoria—dijo
Myre, poniéndose de pie—. Es... una estrategia sólida.

Atas y Epax expresaron su acuerdo.

Promynx también empezó a asentir.

—¿Cuál es nuestro curso de acción, entonces?

—La victoria es nuestra por derecho—dijo Myre mientras caminaba alrededor de la


mesa. —Sabemos que Sten cometió un error al llevar la flota tan cerca del planeta.
Cualquiera de nosotros podría haber visto que el campo humedecido era una artimaña.

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Myre se detuvo detrás de la silla de Promynx.

—¿Crees que no es apto para el mando? —preguntó Promynx, esforzándose por


mirar a su comandante.

—Sí—declaró Myre.

—Deberías reemplazarlo, comandante Myre —dijo Atas en voz baja.

—Estoy de acuerdo—dijo Epax. Se giró hacia Promynx—. Debemos ser unánimes.

—Está claro que habéis estado pensando en esto con cierta profundidad—dijo el
comandante de menor rango—. Yo no. Solicitaría un período de reflexión para considerar
mi respuesta. El motín no debe tomarse a la ligera.

—Muy bien —dijo Myre—. Reflexionemos. Pero debemos actuar con rapidez. Sten
sabrá que hemos identificado el mundo de reproducción de la Hueste Rutan pronto.
Puede que haya cometido errores, pero no es estúpido.

—El comandante Myre dijo todo eso, ¿verdad?

Promynx estaba rígido en posición firme en las habitaciones personales del Mariscal
de Grupo. Sten sintió que el oficial subalterno debía sentirse traidor y devoto en igual
medida: infiel a su propia unidad, pero leal al ejército Sontaran en su contexto más amplio.

—Sí, mariscal de grupo—Sten negó con la cabeza e hizo un chasquido con la


lengua—. Motín —escupió—. ¿Sabes la última vez que hubo un motín Sontaran?

Promynx escaneó rápidamente su memoria en busca de todos los datos que había
asimilado en los últimos meses. No pudo citar un ejemplo.

—No, señor.

—No. Y te diré por qué no. ¡Porque nunca ha habido un motín en las filas Sontaran!
¡Jamás!

Salió de su silla y golpeó con el puño el panel de control frente a su pantalla de


visualización. Inmediatamente apareció un oficial subalterno, su lengua sobresalía
ligeramente de su boca de rana. Cuando vio al Mariscal del Grupo, saludó y preguntó
cómo podía servir.

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—¡Comandante Krent! —gritó Sten—. Coge un destacamento de tus mejores
soldados. Arresta a los miembros del G4 en sus habitaciones. Escóltalos al bergantín.
Hazlo en silencio. Si te dan algún motivo, mátalos.

Promynx abrió la boca para protestar, pero luego se lo pensó mejor.

—Además, por favor, instigue mi orden anterior—Sten miró a Krent hasta que sus
ojos significaron que recordaba de qué estaba hablando el mariscal del grupo.

—De inmediato—dijo Krent y terminó la comunicación.

Sten se volvió hacia Promynx.

—Lo has hecho bien, comandante —dijo—. Sabía que cuando te seleccioné para
esta misión, podía confiar en tu lealtad y devoción al deber.

Antes de que Promynx pudiera responder, la puerta se abrió y entró un escuadrón


de soldados, con cascos de batalla puestos y sus armas tubulares de carabina rheon
apuntando al Sontaran vestido de azul.

—Espero que lo comprenda, comandante. No puedo permitir que ninguno de los G4


permanezca sin control mientras llevo a cabo el último movimiento de mi plan—se acercó
a los diferentes Sontaran y sonrió—. Solo necesito una cosa de vosotros: la ubicación del
mundo de reproducción de la Hueste Rutan.

Promynx asintió brevemente.

—Entiendo, mariscal de grupo—dijo—. El planeta que necesita está en el sistema


Oceánide.

—Muy bien—dijo Sten—. ¡Lleváoslo!

Cuando el escuadrón llevó a Promynx a las celdas, el mariscal del grupo dio órdenes
para que la flota se pusiera en marcha. Ahora tenían un nuevo destino y una nueva
misión.

Promynx estaba sentado en el calabozo y esperó. No tenía idea de lo que Sten


planeaba hacer con él y sus compañeros miembros del G4. Pero eso no tenía
importancia. Lo que era crucial era que el escuadrón enviado para arrestar a los otros tres

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no había encontrado las armas ocultas en el chaleco antibalas modificado de los nuevos
Sontaran. El que llegó tan abruptamente a las habitaciones del mariscal del grupo
ciertamente no pensó en registrarlo.

A medida que la nave pasaba del estado de guardia diurna a guardia nocturna,
Promynx observó cómo el mecanismo de cierre de la puerta de su celda comenzaba a
brillar: naranja oscuro al principio, luego amarillo claro, antes de volverse blanco
incandescente y desvanecerse hasta desaparecer. Unas manos poderosas agarraron el
agujero y abrieron la puerta.

Atas se quedó allí. Saludó a Promynx y se trasladaron juntos a la siguiente celda.


Cuando todos fueron liberados, se trasladaron al destacamento Sontaran en guardia de
bergantín, golpeando a los cinco del escuadrón en sus respiraderos próbicos, dejándolos
así inconscientes.

—Supongo que el plan ha funcionado bien—dijo Myre.

—Él creyó que yo era leal hasta el final, ¡incluso cuando me estaba arrestando!

Los Sontaran rieron en voz baja.

—Ahora, debemos llegar a un hangar de cápsulas antes de que encuentren el


bergantín comprometido—les recordó Promynx.

Esperaron unos minutos a que el cambio de turno surtiera efecto. Los escuadrones
patrullaban rutinariamente sus rutas designadas en el momento en que entraron en
servicio y luego tomaron posiciones de guardia estándar en las intersecciones y puertas
exteriores. El G4 encontraría la menor resistencia si se moviera después de que la
patrulla pasara su posición, siguiéndolos hasta que llegaran a la escalera más cercana a
un hangar.

Siendo más sigilosos y alertas, los nuevos Sontarans lograron mantenerse fuera de
la vista hasta que llegaron al hangar. A estas alturas, las primeras patrullas de vigilancia
nocturna se habían completado y los soldados Sontaran habían tomado sus posiciones
alrededor del barco.

Al otro lado de su escondite detrás de algunos cargadores de misiles, el G4 pudo ver


la nave de escape perfecta: una lanzadera de asalto de cuatro asientos capaz de viajar

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ultraligero. Ahora solo tenían que esperar a que saltara la trampa, para el máximo caos y
la diversión perfecta que facilitaría su escape.

Varias cubiertas por encima de ellos, el mariscal de grupo estaba en el puente con
armadura de batalla completa, su casco con cresta debajo del brazo y un bastón largo con
punta de energía en la mano derecha. En las pantallas que tenía ante él, Sten podía ver la
nave nodriza, una rueda de guerra y varias esferas de asalto, los restos del 12º grupo de
batalla Sontaran, cada nave oculta por un asteroide o nube de polvo. Doce billones de
kilómetros por delante de ellos estaban los tres planetas del sistema Oceánide.

Se burló de la imagen de los tres mundos en la pantalla principal. Eran entornos


acuosos y exuberantes y a cientos de pársecs de la línea del frente. Cada uno era ideal
para la necesidad de fisión binaria de la Hueste Rutan, pero juntos representaban un
regalo tentador para la especie que cambiaba de forma.

Era típico de los Rutan huir de la batalla; aquí la odiada raza verde se acobardaba
donde ellos pensaban que nadie los encontraría. Sin embargo, el mariscal de grupo Sten
los había burlado. Él era el responsable de la creación de la unidad G4 y, por lo tanto,
finalmente había ideado esta estratagema perfecta; los Rutans nunca habrían adivinado
su ingenio, porque ni siquiera el Alto Mando Sontaran podría haber formulado tal plan.

Con anillos distintivos en un ángulo oblicuo, los tres planetas parecían como si algún
dios travieso los hubiera alejado de la norma, cada uno haciendo que el otro pareciera
más agudo.

No parecía haber ningún envío Rutan en años luz, pero Sten había querido
asegurarse. Por eso la flota había entrado en modo sigiloso, enmascarada por fenómenos
naturales. La tripulación del puente había estado monitoreando las plantas durante dos
guardias y una tercera acababa de comenzar. Sten estaba convencido que si iban a ver
algún movimiento, cualquier pista de la presencia Rutan, ya la habrían visto.

—Alertad a la flota—ladró Sten—. Acercaos a los objetivos a toda velocidad y


mantened la formación de flechas a 600 kilómetros—sus órdenes fueron transmitidas y la
nave nodriza lideró la carga, acelerando a la velocidad máxima subluz y disparando
retropropulsores para ponerla en órbita perfecta alrededor del más grande de los tres
planetas.

Casi de inmediato, la nave nodriza fue sacudida por el primer impacto.

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—¡Informe! —gruñó Sten—. ¡Nada puede impedir nuestra victoria!

Una segunda onda de choque golpeó, causando que el piso vibrara levemente.

El comandante Krent se apartó de la pantalla.

—Los sensores indican el impacto de un meteorito.

¿Una lluvia de asteroides que podía penetrar el escudo Sontaran? Sten estaba
lívido.

—¡Revisa tu informe, comandante! Descubrirás que debe ser falso.

—Otras naves están informando colisiones de meteoritos.

—Las lecturas son correctas, mariscal de grupo—dijo Krent con nerviosismo.

—Los impactos son de forma natural. Sin armas de energía, sin misiles.

Una tercera colisión, más poderosa, hizo que algunos de los Sontarans tropezaran a
través del puente, agarrándose a sus colegas o secciones sobresalientes del mamparo
para estabilizarse.

—El análisis indica alguna forma de proyectiles de roca camuflados por los anillos de
los planetas, Mariscal del Grupo—informó un soldado en el control de armas.

—¿Qué pasa con las formas de vida? —gritó Sten por encima del estruendo—.
¿Cuántos Rutan tenemos?

Un doble impacto sacudió la nave nodriza e incluso el propio Sten se desplomó


ahora.

—¡Ninguno! —Krent parecía desesperado ahora.

Sten se impulsó sobre la estación de mando del oficial subalterno y empujó al


Sontaran fuera de su camino.

—¿Otra vez? —chilló Sten, comprobando rápidamente si había un campo de


amortiguación Rutan bloqueando sus exploraciones. Su comprobación resultó negativa.

—¿Cómo? ¿Cómo puede ser esto? —preguntó, mirando ciegamente alrededor del
puente, que se sacudía repetidamente por los impactos dañinos. Sus ojos se iluminaron

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en el sistema de comunicación interna y tropezó e intentó levantar el bergantín. Pero él
sabía, incluso antes de que su llamada quedara sin respuesta, quién lo había traicionado.

Cuando la nave nodriza comenzó a romperse bajo el creciente número de


proyectiles de roca propulsados por antigravedad, Promynx condujo a los Sontaran G4 a
través de la bahía del hangar y dentro de la lanzadera de asalto. Ninguno de los pilotos o
soldados de la bahía los había detenido. Habían estado demasiado ocupados intentando
asegurar la nave y pedir órdenes.

La Cápsula de Asalto salió de su alojamiento y se lanzó al espacio. Esto sucedió


momentos antes de que la última Rueda Bélica que quedaba a doscientos kilómetros por
encima de ellos explotara cuando un meteoro casi del mismo tamaño lo golpeó en el
centro.

Myre estaba en el asiento de mando; Epax estaba en la matriz de comunicaciones.


Promynx ya tenía el cañón de mesón de la nave disparando sobre los proyectiles que se
dirigían a la lanzadera de asalto, y Atas estaba monitoreando los escudos, extrayendo
energía del transformador de derivación de diodos para mejorar su desempeño.

—Listos para la velocidad de la luz—dijo Myre mientras preparaba el motor de


curvatura.

—¡Escuchad! —Epax transmitió el mensaje que estaba recibiendo a través del


sistema de altavoces de la nave.

“Este es el Mariscal de Grupo Sten del 12º Grupo de Batalla Sontaran. Esta es una
advertencia para todo el Imperio. Cuatro Sontaran renegados han robado una lanzadera
de asalto y ahora están prófugos. Han causado la muerte de muchos de vuestros
compañeros de tropas y la destrucción de toda esta flota. Deben ser detenidos ya que
representan una amenaza vil y muy real para el Imperio Sontaran. Repito: este es el
mariscal de grupo Sten...”

Los cuatro nuevos Sontarans tuvieron que protegerse los ojos cuando la explosión
de la destrucción de la Nave nodriza los cegó.

—Debemos continuar con la misión con toda prisa ahora—dijo Myre—. Velocidad de
la luz. ¡Ahora!

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Operó los controles y la Cápsula de Asalto desapareció del campo de escombros
que una vez había sido una flota Sontaran.

En el mundo natal Sontaran, el mensaje del mariscal de grupo Sten había sido
recibido y procesado antes de ser transmitido como un boletín de alerta de emergencia a
todas las flotas y puestos de avanzada. Cada nave, hasta el último soldado, sabría estar
al acecho de una lanzadera de asalto de cuatro asientos.

Así que por eso el G4 había identificado un pequeño taller de reparaciones y un


depósito de suministros en un gran asteroide que había sido abandonado
apresuradamente como lo había hecho el frente de batalla en la guerra con los Rutans se
había desplazado. La guerra se había alejado mucho y el puesto de avanzada había sido
olvidado.

El beneficio de tener todos los informes que el Imperio había emitido en los últimos
tiempos era que, si eras lo suficientemente inteligente, podías ver pequeños errores
tácticos; infracciones que podrían aprovecharse al máximo.

Según el último programa manifiesto transmitido al mundo de origen, la estación de


logística auxiliar en el asteroide H34 TH3r albergaba seis cápsulas de un asiento
Sontaran, la columna vertebral del Imperio. También tenía una pequeña cantidad de
combustible, una pequeña reserva de armas y un transformador del que el G4 podía
alimentarse para sostenerlos para la siguiente etapa de su misión.

Cada uno tomó una cápsula y programaron al par restante como esclavos de la nave
de Myre. De esta manera, viajaron de un sistema a otro en formación, saliendo de la
velocidad de la luz en un área aislada para verificar la situación militar antes de continuar
nuevamente. Cada salto que hacían los acercaba más al mundo de origen.

Como los sistemas de seguridad Sontaran habían sido programados para estar en la
máxima alerta para un transbordador de cuatro asientos o, como una precaución táctica
racional, cuatro naves de un solo hombre, seis cápsulas no entraban en la lista de envíos
que necesitaban controles adicionales cuando atravesaron los cordones del sistema que
rodeaban a Sontar.

El G4 pudo atravesar estos cordones utilizando códigos de seguridad de las


misiones del Servicio Espacial Especial Sontaran registradas en la base de datos. Sus

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cápsulas no fueron abordadas una sola vez y, de hecho, recibieron honores militares
especiales en tres ocasiones.

La seguridad en el propio mundo de origen sería mucho más estricta. El grupo sabía
esto y planeó en consecuencia.

A medida que se acercaban al planeta, varias flotas estaban en posición,


defendiendo el mundo de origen de cualquier atacante. Pero como Sten había dicho a sí
mismo, ningún Sontaran se había amotinado alguna vez. Así que no esperaban que
surgiera una amenaza de las naves Sontaran, pilotadas por individuos con ADN Sontaran
identificable.

Para asegurarse de que su aproximación no se detectara demasiado pronto, las


cápsulas se dividieron en dos grupos de tres, mezclándose con las cápsulas de las flotas
protectoras. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca de las otras cápsulas, el G4
clonó las etiquetas de identificación de las naves legítimas y luego las giró, usando cinco
o seis para eliminar cualquier computadora de combate. Todo esto había sido planeado y
acordado con anticipación para que pudieran mantener el apagón de las comunicaciones
en todo momento durante la operación.

La fase final llegó cuando tenían que penetrar en la atmósfera de Sontar. Esto fue
difícil ya que casi ninguna nave regresaba al mundo de origen. Aunque se incubaban un
millón de embriones cada cuatro minutos, creciendo hasta la edad adulta en diez más,
todos volaban fuera del mundo tan pronto como a cada guerrero se le asignaba su rango
y puesto. Solo los de más alto rango del Alto Mando Militar Sontaran abandonaban el
planeta y regresaban. Y tendían a no volar en cápsulas pequeñas.

Por tanto, la llegada del G4 al mundo de origen tenía que parecer un accidente.

Mientras rozaban la atmósfera, el comandante Myre hizo que sus dos naves de
aviones no tripulados chocaran entre sí lo suficientemente cerca de las otras cuatro como
para que pareciera que una ola de impacto había apagado sus motores de empuje
principales temporalmente, poniéndolos en una 'esfera giratoria'. 'en la que la cápsula
estaba totalmente fuera de control.

Entonces, las baterías de protección planetaria en la superficie y la plataforma de


defensa satelital en órbita no abrieron fuego. Los cuatro Sontarans simularon secuencias
perfectas de reencendido y sacaron a sus barcos de la inmersión aparentemente fatal.

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Myre inmediatamente rompió el silencio.

—¡Control Primario de Sontar! Necesitamos coordenadas de aterrizaje de


emergencia. ¡Por favor, avisad!

Los cuatro pilotos fueron debidamente asignados a un hangar más acostumbrado a


salidas que a llegadas. Un equipo estaba en espera cuando aterrizaron, un destello verde
en sus mangas los marcaba como el más bajo de los rangos: enfermeros Sontaran.

Myre y los demás se mantuvieron puestos los cascos mientras salían de las
cápsulas. Si bien se podía excusar un uniforme diferente, una cara diferente ciertamente
daría la alarma. A su alrededor, enormes transportes de tropas estaban siendo cargados
con los cientos de miles de nuevos reclutas que iban a luchar contra la Hueste Rutan. El
hangar se parecía más a un nido de insectos: actividad en todas partes e innumerables
cuerpos moviéndose en un ritual bien orquestado.

Fila tras fila de soldados con sus monos negros acolchados aguardaban el
embarque mientras los técnicos se ocupaban de los propios barcos, su cargamento y
carga útil. Los oficiales gritaban instrucciones y el sistema de altavoces del techo
comentaba constantemente qué unidades debían abordar qué embarcaciones.

Promynx despidió rápidamente a los médicos y centró su atención en la seguridad


de la situación. Los miembros de la Guardia Mundial Local estaban en cada entrada.
Estaban vestidos de manera casi idéntica a sus compañeros soldados, salvo por la franja
dorada alrededor de la armadura del cuello y una a juego en sus cascos. Estaban
armados con las armas de carabina rheon estándar, sostenidas con la mano derecha
apuntando hacia abajo.

Afortunadamente, el G4 estaba armado con armamento mucho más avanzado: rifles


bláster que podían apuntar y matar a varios enemigos con solo apretar el gatillo. Los
cuatro recuperaron estas armas mucho más voluminosas y largas de sus cápsulas. Luego
se volvieron y marcharon hacia la salida que estaba más alejada de cualquier otra para
que la reacción a su presencia tomara más tiempo. Mientras se acercaban a los Guardias
del Mundo de Origen, Myre se llevó el desintegrador al hombro y abrió fuego, dejándolos
caer donde estaban. Con los miles de soldados entre ellos y los otros Guardias, no había
línea de visión, por lo que ningún otro Sontaran se dio cuenta por unos momentos. Este

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fue el tiempo suficiente para que el G4 se deslizara por la enorme puerta del hangar y
saliera al complejo principal de clonación.

El Complejo en sí era del tamaño de una gran ciudad. Las cubas de clonación
ocupaban varias millas cuadradas, produciendo la gran cantidad de Sontarans necesarios
para sostener el floreciente Imperio. Los clones crecían en cuestión de horas, ya vestidos
con un sencillo traje de una pieza y cuello blanco que los marcaba como recién nacidos.

Cuando maduraban, se extraían de los tanques y se llevaban a los Cuarteles


Maestros. Aquí les daban el mono negro acolchado, las botas, el cinturón y el casco.
Luego pasaban a la Armería, donde cada uno recibía su carabina personal, su
comunicador y el dispositivo de utilidad plateado que colgaba del cinturón de cada
soldado. Finalmente, eran procesados por Logística y asignados una unidad, flota o grupo
antes de ser enviados a los hangares.

El Alto Mando estaba alojado en un complejo separado, pero no era el objetivo del
G4. En el centro del Complejo de Clonación se encontraba el Tanque Clon Núcleo de
Sontar. Estos contenían los bloques de construcción puros de cada Sontaran. Tuberías
gruesas salían de la gran piscina y serpenteaban a través del complejo, alimentando a
todos y cada uno de los tanques de clones individuales, asegurando la pureza de la raza.
Cuanto más cerca del núcleo estaba una cría de Sontaran, más alto era su rango, ya que
se le asignaba más inteligencia o fuerza.

Era esta pureza la que el líder del escuadrón científico Yarl se había atrevido a
manipular para crear los cuatro Sontarans individuales. La opinión de estos nuevos
Sontarans era que esta pureza era la causa de todas las derrotas Sontaran: la raza entera
se había vuelto estéril, inmutable y demasiado rígida para adaptarse a las más complejas
situaciones militares a las que se enfrentaban. El cambio era lo que se necesitaba, y el G4
tenía la intención de lograrlo a escala de toda la especie.

El G4 retrocedió con éxito en el proceso, pasando por alto la Armería y el Intendente


y llegando a la entrada de las cubas de clonación. Las puertas principales estaban
ligeramente vigiladas porque el flujo constante de Sontarans recién nacidos nunca
causaba ningún problema. Pero esto los convertía en un método de entrada difícil. En
cambio, siguieron a un científico vestido de blanco y a su grupo mientras avanzaban por
una pasarela alta hacia una puerta de acceso.

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Aquí había incluso menos resistencia, pero cada miembro del G4 sabía que esta
área estaba cuidadosamente monitoreada. Incluso el Alto Mando reconoció que, en
realidad, era aquí donde se encontraba el activo militar más preciado, no en los Consejos
de Guerra ni en las cámaras del Emperador.

Se detuvieron frente a la pequeña puerta y Atas sacó un dispositivo científico que


había tomado del laboratorio de Yarl. Era un muestreador de material genético. No se
parecía a las carabinas rheon, pero era más pequeño y gordo, con una boquilla
hipodérmica rechoncha en la parte superior. Atas le clavó el dispositivo en el cuello y
extrajo una copia de su ADN. Luego hizo lo mismo con Myre, Promynx y Epax.

—Esto cambiará la raza Sontaran para siempre—suspiró—. Esto mejorará la raza


Sontaran para siempre—dijo Promynx.

Los demás sonrieron.

—¡Por Sontar y el bien del Imperio! —dijo Myre y todos levantaron sus puños en el
aire, golpeando las manos de los demás con las suyas. Entonces Myre apretó el control
de la puerta y se abrió para revelar una fila tras otra de cubas de clones.

En el momento en que pasaron a través de una alarma sonó.

—Intrusos en clones de cubas Sección F1n. Seguridad del Mundo natal para todos
los clones.

Casi de inmediato, pudieron escuchar el sonido de unos pies con botas que venían
en su dirección a lo largo de la pasarela. Promynx tomó el punto, bajó una escalera hasta
el nivel del suelo y avanzó a gran velocidad, escaneando cada rincón y puerta con su
arma a medida que avanzaba. Los demás lo siguieron, formando una formación de
diamante con Epax en la retaguardia.

—¡Alto! —el grito vino detrás de ellos.

Sin detenerse, miraron hacia atrás para ver un escuadrón de soldados con anillos
dorados que se acercaban a ellos. Eran más lentos que los nuevos Sontarans y más
torpes, pero seguían siendo buenos disparando, y el disparo de sus armas solo los falló
debido al patrón en zigzag en el que ahora corría el G4.

Pero entonces sucedió lo imposible. Epax fue alcanzado. Cayó, y esta vez el grupo
se detuvo. Promynx se inclinó y tomó el material genético de muestra de la mano con

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armadura negra mate de su camarada muerto. Luego se puso de pie, rugió de ira y se
quitó el casco.

—Lucharé con la piel abierta —gritó—. ¡Para honrar a mi hermano caído! —se llevó
el desintegrador al hombro y disparó a la escuadra que se acercaba, cortándolos en
segundos. Dio un gruñido de satisfacción y se volvió hacia Myre—. No podemos permitir
que nada nos detenga—dijo.

Myre se quitó el casco y alzó su arma.

—¡Sontar—ha! —gritó y los demás reanudaron el canto mientras corrían. Delante


había un soldado y un mayor de campo, también sin sus cascos.

—¡Sois los renegados! —dijo el Mayor de Campo en voz baja. Tenía los vestigios de
un poco de pelo en la barbilla, un retroceso a los primeros Sontarans. Promynx
encontraba esto desagradable y le gritó una maldición Sontaran. Los dos levantaron sus
brazos laterales tubulares, pero Promynx fue más rápido, y cada uno recibió su regalo de
fuego láser rojo mortal antes de que pudieran apuntar.

Ahora las alarmas eran constantes y se superponían en diferentes distritos como si


todo el planeta estuviera gritando. Myre, Promynx y Atas lucharon más allá de la Guardia
Mundial Local, que estaba mal equipada para lidiar con la nueva élite a la que se
enfrentaban. Cuanto más se acercaban al Tanque de Clonación Central, más tropas
tenían que luchar. Ahora incluso los recién nacidos estaban siendo lanzados a la refriega
y, aunque carecían de delicadeza, su número era tal que pronto superarían al G4.

Atas sugirió un plan. Equivalía a una misión suicida, pero salvaría a los otros dos y
les permitiría alcanzar su objetivo. Los tres estuvieron de acuerdo y él se fue, arrebatando
algunas granadas de gas de los soldados caídos que yacían esparcidos a su alrededor.
Luego se fue.

Promynx y Myre se trasladaron a una escotilla de servicio en una alcoba de la


sección A1a de los tanques de tina, la más cercana al núcleo. Trabajaron rápidamente,
quitando el panel y haciendo los ajustes necesarios. Podían escuchar el acercamiento de
cientos de Sontarans, todos recién forjados y equipados.

—Espero que Atas complete su misión antes de que nos encuentren—dijo Promynx.

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—Atas es uno de nosotros—respondió Myre—. Él llevará a cabo la operación. No
temas.

Mientras hablaba, cesaron los sonidos de los tanques de tina, el constante burbujeo
y gorgoteo. Incluso con el acercamiento de tantos soldados Sontarans, se volvió
inquietantemente silencioso. Desde que se encendieron los clones por primera vez, nunca
se había detenido el proceso a escala de todo el sistema. Pero ahora no nacían nuevos
Sontarans.

De repente, un gas amarillo y delgado comenzó a salir de los conductos de


ventilación en la base de las paredes del pasillo.

—¡Gas! —dijo Myre y rápidamente se pusieron los cascos una vez más. Mientras
que otros Sontarans mayores estaban equipados con cascos que no hacían más que
protegerlos de instrumentos contundentes, el G4 había aumentado el suyo con una gran
cantidad de equipo útil, incluido un respirador.

Salieron de la alcoba para encontrar el espacio entre las filas de cubas atestadas de
guerreros, todos tropezando hacia adelante, ahogándose con el gas que Atas había
soltado. Uno logró levantar su arma, pero no pudo disparar, tan débil se había vuelto. Se
derrumbó al suelo con los demás.

Promynx miró a Myre, y juntos se dieron la vuelta y se abrieron paso a través de una
esclusa de aire de cuarentena hacia el Tanque de Clones del Núcleo de Sontar. Una
docena de científicos corrían alrededor de los paneles de control, tratando de averiguar
qué había sucedido con su bien aceitado proceso de clonación. Al principio no se dieron
cuenta de los dos recién llegados, pero cuando lo hicieron demostraron que todavía eran
Sontarans al apresurarse para enfrentarse a los intrusos en un combate cuerpo a cuerpo.

Myre era más fuerte que Promynx, pero ambos eran mejores luchadores que el
cuerpo científico. En unos momentos, el suelo estaba sembrado de Sontarans
inconscientes o heridos vestidos con trajes blancos. Cuando los últimos miembros
restantes del G4 se movieron para ejecutar la última parte de su plan, los paneles de la
pared debajo de ellos explotaron y varios escuadrones de élite del Servicio Espacial
Especial de Sontaran irrumpieron con las armas encendidas.

Myre fue alcanzado por un disparo en el hombro y se fue dando vueltas contra un
panel de control.

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—¡Vete! —siseó—. ¡Hazlo!

Promynx, sacó el extractor de su armadura y lo agarró en su mano. No habría


tiempo para llevarlo a las cubas. Ese era el plan, insertar su ADN en el Tanque de
Clonación Central y alterar irreversiblemente la raza Sontaran para siempre. Pero eso
requería la introducción del ADN en el tanque a través de la inyección en la alimentación
de nutrientes. En cambio, Promynx tendría que tomar medidas más directas.

Se acercó al borde de la plataforma. Veinte niveles más abajo estaba el tanque, una
malla ligera que cubría su superficie, asegurando que no entrara polvo o contaminantes,
pero permitiendo que la sopa de ácido desoxirribonucleico respire. Promynx se permitió
caer, de cabeza, ejecutando una inmersión perfecta en cisne.

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El fuego láser pasó a su lado cuando las tropas del Servicio Espacial Especial
abrieron fuego contra el objetivo en movimiento. Los tres segundos que tardó Promynx en
caer parecieron extenderse a minutos. Vio a los Sontarans dispararle desde el suelo. Vio
la malla corriendo hacia él y vio el extractor de ADN en su mano. Un disparo de una
carabina lo alcanzó en el estómago y sintió que su vida se desvanecía. Ejerció más
presión sobre el dispositivo mientras se acercaba al tanque. Luego, con su último ápice de
fuerza, le dio un último y fuerte apretón cuando golpeó la superficie, rompiendo el frasco
de material genético y enviándolo a disiparse en el resto del líquido.

Las tropas Sontaran subieron por las escaleras hasta la parte superior de la tina,
pero no había necesidad de apresurarse. Promynx estaba muerto. Por encima de ellos,
sin embargo, Myre todavía vivía. Ahora que Promynx había entregado su material
genético directamente al tanque, tenía que reiniciar el proceso de clonación.

Otros soldados ya estaban escalando las escaleras hasta el nivel de control y lo


alcanzaron cuando Myre reinició el sistema. El fuego de armas golpeó el panel de control
y estalló en la cara de Myre, pero murió con el sonido de las Cubas Clon burbujeantes y
gorgoteando en sus oídos. Este sonido marcó el comienzo de una nueva era; una nueva
raza que llevaría la semejanza y la herencia de cuatro Sontarans individuales.

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EL REINO DE LOS CIEGOS
El grupo de asalto llegó en la oscuridad de la noche. El campo de refugiados era
pequeño y no había defensa contra los soldados. Se habían llevado casi ochenta
Dahensa: machos, hembras y criaturas. Las familias aterrorizadas habían sido conducidas
a naves de transporte por tropas con uniforme completo y cascos, pero cada uno de sus
cautivos sabía exactamente quiénes eran los agresores.

Durante algún tiempo, los Dahensa, parecida a un escorpión, se habían visto


envueltos en una guerra con una raza cruel y guerrera llamada Jagaroth. Tenían una
forma más humanoide: una cabeza de hebras venosas verdes con un ojo central en la
frente y grandes aletas a cada lado de la cara, al lado de la boca oculta. Llevaban
repetidores láser de nariz chata y de aspecto extremadamente desagradable con una
bayoneta curva al final, que era su método preferido para matar en el campo de batalla.

Krys’Mar, la líder del grupo de nidada, les había estado contando a los niños una
historia en su refugio mientras Scaljei’Mar estaba buscando comida. Cur'Mar y su
hermano menor Ig'mar, o Iggy, como lo llamaban cariñosamente, estaban en la manta
que les servía de cama. La lona de plástico de la parte delantera del refugio que impedía
la entrada de la lluvia se apartó violentamente y un soldado de Jagaroth entró y ordenó a
la familia que saliera.

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Krys'Mar calmó a los niños mientras los llevaban por la calle del barrio de chabolas y
los subían al barco de transporte. Todo el tiempo, ella estaba buscando a su pareja.
Mientras estaban de pie en la bahía del barco, apretados juntos con otras familias como si
estuvieran en un tren terrestre abarrotado, Krys vio a Scaljei y le gritó. El Jagaroth más
cercano a ella le advirtió que se callara con un movimiento de su espada. Pero el líder de
nidada masculino había escuchado a su compañera y, cuando lo empujaron al transporte,
logró maniobrar para abrazarla.

—¿Qué está pasando? —preguntó Krys.

Scaljei levantó la vista de abrazar a su descendencia.

—No lo sé—dijo—. ¿Por qué nos querrían a nosotros?

La respuesta estaba a varios cientos de miles de millas de distancia, en el buque


técnico T1R—1 Jagaroth. Aquí, un científico fotónico llamado Phemoth estaba esperando
para saludar a los refugiados tan pronto como los empujaran por las planchas de
aterrizaje de las naves de transporte.

A diferencia de los soldados, Phemoth vestía una túnica gris con los tradicionales
abalorios en el frente. Esto le decía a cualquier otro Jagaroth su rango y experiencia, su
historia familiar y cualquier distinción que se hubiera ganado. En el caso de Phemoth, se
había ganado muchas y mostraba las cuentas verdes con orgullo.

—Bienvenidos—dijo. Hacía mucho tiempo que había aprendido la lengua inusual de


sus enemigos. Dejó que su mirada pasara por encima de las masas apiñadas. Al igual
que su especie, los alienígenas eran voluminosos y, aunque eran humanoides,
caminaban erguidos, tenían dos pares de brazos, uno que terminaba en apéndices en
forma de dedos y otro que tenía pinzas gruesas.

También brillaban levemente, como si los hubieran sumergido en fósforo. No


llevaban armadura porque no la necesitaban. Tenían un exoesqueleto grueso y lo que
parecía una cola sobresalía de la parte posterior de sus cuellos y sobre sus cabezas,
terminando en un crecimiento bulboso que Phemoth sabía muy bien que escondía una
picadura de aspecto desagradable.

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—Vosotros, los Dahensa—dijo, alargando cada sílaba: Dar—Hen—Sah—. Vosotros
sois los invitados de los poderosos Jagaroth.

Krys miró a Ig'Mar, que le agarraba la pierna.

—No te preocupes, Iggy—susurró—. Estaremos bien.

—Dejadme explicaros lo que os va a pasar —decía Phemoth—. Como digo, seréis


nuestros invitados. Y os prometo que os tratarán bien. A cambio, deseamos que nos
ayudéis.

Su voz hizo eco a través del hangar en el que se encontraban, solo la tos ocasional
de un Dahensa interrumpió el discurso.

—Estoy realizando una serie de pruebas sobre nuestra tecnología, nada de lo que
temer. ¡No os queremos cortar en pedacitos! —un par de soldados se rieron—. No. No
somos bárbaros. Simplemente no podemos prescindir de los Jagaroth de la primera línea
para participar en experimentos científicos.

—Estoy seguro de que, siendo civiles, no nos daréis ningún problema—concluyó


Phemoth, marchando por la línea de Dahensa asustados y hambrientos—. Ahora vais a
ser escoltados a vuestro nuevo alojamiento, que estoy seguro de que encontraréis de un
nivel mucho más alto que vuestro pequeño asentamiento de cobardes rudimentarios.

Nunca se le ocurrió que el campo de refugiados, por básico que fuera, había sido su
hogar durante casi un año.

La nave espacial que se encontraba en el hangar lateral era redonda y verde con
tres patas articuladas que giraban desde el ecuador de la esfera. Se trataba de una
versión de ocupación única de las naves mucho más grandes que componían la mayor
parte de la flota Jagaroth. En la cabina hexagonal se sentaba Scaljei’Mar. Los Dahensa
eran generalmente más grandes que los Jagaroth, por lo que estaba en un apretón
incómodo. El hombre escorpión también sabía que, de hecho, estaba ayudando a los
enemigos de su pueblo. Sin embargo, también podía ver a su familia a través de una
ventana estrecha de una galería de observación, un soldado detrás de ellos con la
desagradable bayoneta siempre lista en caso de que decidiera no cooperar.

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Todas las mañanas durante las últimas tres semanas, los machos habían sido
seleccionados para el entrenamiento básico de pilotos. Esto se había dado en un
simulador de ordenador. En cierto modo, había sido como jugar a los holo-juegos que
solía diseñar Scaljei antes de que la guerra llegara a su planeta. Si bien no estaba seguro
de poder pilotar una nave real, los científicos Jagaroth pensaban que Scaljei ahora sabía
lo suficiente sobre los controles básicos como para pasar al artículo genuino.

Los Dahensa eran entrenados por un dúo de técnicos Jagaroth que trabajaban con
Phemoth. Scaljei no podía decir si eran machos o hembras de su especie. Para él,
parecían idénticos en tono de piel y forma corporal, aunque unos eran más altos que los
otros.

Cuando comenzó el experimento, se bajó una pared gruesa y transparente sobre la


nave de tres patas, aislando a Scaljei del resto del mundo. Una vez que se bloqueó en su
lugar, los técnicos le pidieron que iniciara la secuencia de arranque del motor. Una vez
hecho esto, inmediatamente pasaron a canalizar el poder del impulso de curvatura para
crear lo que, para los Dahensa no entrenados, parecía ser una forma de escudo o
dispositivo de camuflaje.

Antes de que se pudiera generar el campo, sintió que la nave vibraba y un chillido
agudo llenó el hangar. El técnico más bajo que, según veía ahora Scaljei, tenía un ojo
más grande le decía que apagara y esperara. Phemoth entró corriendo en el hangar.

—Habéis terminado—les dijo a los otros dos Jagaroth—. Bien. Ha habido una
implosión en el nivel cuatro.

Fue solo más tarde que la nidada de Mar vio lo que había sucedido. El nivel cuatro
estaba acordonado, y Jagaroth, con uniformes técnicos y militares, estaban parados
frente a ella, examinando o vigilando, respectivamente. A través de las barreras de la
burocracia, vio el agujero que se había hecho en la nave científica cáscara. Había un
pequeño campo de escombros esparcidos por el suelo de una nave idéntica a la que
estaba usando.

De vuelta en la celda, Krys se enfrentó a Scaljei.

—Has visto ese lío —susurró con urgencia, tratando de no atraer la atención de su
descendencia—. Esa nave era del mismo tipo que la tuya.

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—Lo sé—respondió el hombre—. Han dicho que no podían permitirse el lujo de
utilizar pilotos Jagaroth. ¡Creo que ahora podemos ver por qué! —sacudió la cabeza.

—¡Esto no es una broma, Scaljei!

—No tienes que decirme eso—dijo. Se dejó caer sobre su manta en el suelo.

—Necesitamos encontrar algo. Tenemos que escapar —dijo Krys.

Ig’Mar se acercó y agarró la pierna de su madre.

—¡Me he inventado una historia! —dijo.

—Ahora no, Iggy—dijo Krys—. Estoy hablando con tu padre.

—¡Es una buena! —respondió el joven—. ¡No llevará mucho tiempo! ¡Lo prometo!

Krys le sonrió.

—Claro—dijo—. Por supuesto.

Se sentó y cogió al pequeño niño escorpión en su regazo, sus manos entrelazadas


con las de él, sus pinzas agarrando las de él. La historia de Iggy era sobre un corral y un
mal granjero que tenía sus animales en el establo, excepto sus ovejas, que tenían que
salir al campo por la mañana. Los otros animales tenían muchas ganas de salir a jugar al
aire libre, así que un día se escondieron bajo los abrigos de lana de las ovejas y, cuando
el granjero dejó salir su rebaño, los animales escaparon.

Era una buena historia. Inteligente. Pero claro, Iggy era muy inteligente. Krys se lo
dijo mientras le besaba la cabeza.

—¡Eh! —dijo Cur'Mar, que había estado escuchando—. Nos inventamos esa
historia. ¡Juntos!

—Ambos son inteligentes—dijo Scaljei.

—Sí—dijo Krys'Mar. Pero ella estaba pensando en la oveja y comenzaba a formarse


un plan—. Lo sois—ella sonrió e hizo una seña a Scaljei para que se acercara—. Creo
que sé cómo podemos salir de aquí...

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Durante los días siguientes, los técnicos analizaron lo que había sucedido con el
experimento en la bahía cuatro. El modelado por ordenador que recreó el accidente
mostró que había un problema con el núcleo de curvatura. Aunque debería haber sido
posible formar partículas cronón manipulando el campo de curvatura, había provocado un
bucle de retroalimentación que había detonado en el núcleo del motor, creando una
implosión que había aplastado la nave.

A los Jagaroth solo les preocupaba que la implosión hubiera dañado el T1R—1; no
les importaba que le hubiera costado la vida a un Dahensa. Como dijo Phemoth a su
equipo, por eso se habían llevado a los alienígenas. Eran prescindibles.

Los pilotos Jagaroth eran extremadamente valiosos. Entonces, habían aumentado la


fuerza del blindaje y habían comenzado los experimentos una vez más.

Cada vez que algo salía mal, la nave de prueba implosionaba, llevándose consigo
un Dahensa. Lo que ninguno de los escorpiones veía era que, cuando esto sucedía, la
familia del Dahensa fallecida era ejecutada. Los Jagaroth detenían las pruebas,
examinaban los datos de sus modelos informáticos y luego volvían a intentarlo.

Phemoth estaba siendo sometido a una intensa presión para entregar los resultados
que había prometido al Alto Mando Jagaroth. Desde hacía algunos meses, las dos
poderosas flotas Jagaroth y Dahensa estaban estancadas. Con ambas especies
empleando las mejores inteligencias informáticas para modelar su estrategia, se había
convertido en un juego infantil de tres en raya: no importaba qué lado hiciera el primer
movimiento, el resultado era la destrucción mutuamente asegurada. No había ninguna
ventaja.

Con recursos bajos y ambas razas cercanas al agotamiento en todos los sentidos,
Phemoth había ideado un plan que esperaba que les diera la ventaja militar al engañar a
los Dahensa para que hicieran un movimiento. Su audaz idea no era engañarlos con
inteligencia falsa, sino dejarlos creer en la evidencia de sus propios ojos.

Aunque no habían sido capaces de dominar el viaje en el tiempo, tenían una


comprensión rudimentaria del mismo. Usando esta teoría, Phemoth intentaba proyectar
una imagen de la flota Jagaroth en el futuro. Cuando el tiempo real alcanzara la
proyección, a los Dahensa les parecería que la flota Jagaroth había duplicado su tamaño.
Esto haría que su inteligencia informática hiciera un movimiento estratégico basado en

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esta información y cualquier movimiento en ese punto sería un error, y eso era
exactamente lo que permitiría a los Jagaroth ganar.

Phemoth era muy consciente de que se estaba quedando sin pilotos Dahensa. Solo
quedaban un puñado de familias. Podía sentir que estaba cerca de la solución, y había
encontrado que un piloto enemigo en particular era muy útil y perspicaz.

—¡Scaljei'Mar! —saludó Phemoth al Dahensa cuando entró en la plataforma.

Scaljei agitó una tenaza a cambio.

—¿Cómo nos va?

—Él ha sugerido una nueva configuración de campo de deformación—dijo el técnico


con el ojo más grande.

—¿Sí? Qué interesante.

La propuesta del Dahensa era falsa. Debido a su trabajo en la industria de los


holojuegos durante tiempos de paz, Scaljei pudo programar el escudo de la nave para que
tomara la forma de la nave misma. Entonces era una cuestión relativamente simple de
programar los emisores para proyectar el escudo como una imagen especular, sentado al
lado del original.

La clave no estaba en quitarle el poder al motor de curvatura, que era lo que estaba
causando la muerte de sus compañeros Dahensa. En cambio, extrajo la energía de los
motores de empuje atmosféricos. Scaljei quería que los Jagaroth pensaran que su
proyecto de cambio de tiempo había funcionado porque si lo hacían, él, y los otros
miembros restantes de su especie, no serían asesinados.

Hizo los ajustes finales en el emisor y conectó la potencia del motor de curvatura.
Los técnicos Jagaroth junto al propio Phemoth se quedaron asombrados cuando la nave
duplicada apareció en el hangar. Luego, el científico salió apresuradamente de la
habitación. Scaljei preguntó a dónde iba.

—¡A decírselo al Alto Mando! —dijo uno de los técnicos.

—Puedes apagar la nave—agregó el otro—. Entonces puedes unirte a tu familia.

Scaljei bajó de la pequeña nave lo más rápido que pudo y fue escoltado por un
guardia hasta la sala de observación. Krys lo rodeó con sus cuatro brazos.

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—¡Buen trabajo! —dijo.

Él le sonrió y juntos abrazaron a sus crías.

Un poco más tarde se abrió la puerta de la antecámara y entró Phemoth. Parecía


muy feliz, aunque sin expresiones faciales por las que pasar, era difícil saberlo.

—Gracias, Scaljei —dijo, y su voz extraña y trina sonaba ligera—. Has servido muy
bien a los Jagaroth—entonces su voz cambió—. Y has traicionado a toda tu especie.
¿Cómo te sientes?

Phemoth puso una mano sobre el hombro del Dahensa.

—Terrible, imagino. Pero no temas. Nunca te privaría de presenciar los frutos de tu


infidelidad.

El científico Jagaroth explicó que había enviado instrucciones urgentes a toda la flota
para que repitieran el experimento en sus barcos. Solo la nave de Phemoth sería inmune,
ya que observarían la destrucción de las naves enemigas desde una distancia segura. De
hecho, todos lo verían en el hangar principal, incluidos todos los Dahensa restantes.

Luego fueron escoltados hasta el hangar y la nidada de Mar vio ahora que solo
quedaban cuatro familias: ocho adultos y seis crías. Estaban alineados frente a las
puertas de la bahía que se usaban como pantalla para mostrar la batalla espacial.

Por supuesto, no hubo batalla. La orden fue emitida por el buque insignia Jagaroth y
toda la flota encendió sus motores de curvatura exactamente como había ordenado
Phemoth. Solo uno informó de un fallo en los motores que necesita ser investigado, pero
el efecto funcionaría igual de bien sin una nave. Entonces, procedieron con el plan.

Phemoth se acercó a Scaljei una vez más. Soltó una risa corta y controlada y le
susurró al oído del Dahensa.

—Y después, en unos pocos sondeos, te mataremos.

Scaljei miró fríamente al Jagaroth.

—Siempre habéis sido monstruos—dijo.

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El científico fue a golpearlo, pero en la pantalla las naves de la flota Jagaroth
comenzaron a explotar en grupos de dos y tres. Phemoth se quedó allí, clavado en el
suelo, con la mano levantada para golpear a su cautivo.

—¿Me has engañado?

Scaljei examinó el hangar. Solo había media docena de soldados de guardia. Debido
a la amenaza de muerte que se cernía sobre sus familias, la Dahensa adulta ni siquiera
había mostrado sus aguijones. Hasta ahora.

Krys dio la señal preestablecida, y los Dahensa que se habían acercado a los
guardias los atacaron todos a la vez, tomando al enemigo completamente por sorpresa.

En unos momentos, los guardias yacían muertos en el suelo, envenenados. Krys


acompañó a la descendencia a bordo de la nave de transporte. Ahora los machos habían
sido entrenados para volar los pequeños cazas Jagaroth, un transporte debería ser fácil.

Scaljei avanzó hacia Phemoth, quien ahora levantaba los brazos en una defensa
inútil.

Más tarde, en la nave de transporte, se reunió con Krys, Iggy y Cur.

—Lo hemos hecho—dijo Krys—. ¡Y todo por esa gran historia de vosotros dos! —
ella sonrió radiante a sus dos hijos.

Los cuatro se abrazaron mientras la nave abandonaba el hangar de la penúltima


nave Jagaroth en el universo justo cuando la nave de batalla Dahensa se movía para
destruirla.

La única nave de guerra de la flota Jagaroth se alejaba cojeando de la batalla. Se


escondió en una nube magnética y luego navegó hacia un planeta cercano que estaba
apenas formado, seco y muerto. Era el tercer planeta de su sistema solar.

La nave grande y redonda disparó sus cohetes de retroceso cuando aterrizó con sus
tres patas en forma de araña. El operador, Scaroth, cortó la energía y examinó sus
instrumentos. Sus motores de empuje atmosférico resultaron dañados. Lo comprobó dos
veces: inoperable. No podrían despegar. Sabía muy bien que la nave era la última nave

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superviviente de la flota; los Jagaroth a bordo eran los últimos de la especie. Pero estaban
decididos a sobrevivir.

Mientras estaba sentado en el foso del campo de curvatura, la voz de su oficial


superior se escuchó por el sistema de altavoces. Estaba sugiriendo que, como los
motores de empuje atmosférico estaban dañados, es posible que pudieran usar el motor
de curvatura para darles suficiente potencia para la velocidad de escape. Scaroth
comprobó sus instrumentos una vez más. Sacudió la cabeza. Eso nunca funcionaría.
Estaban varados allí y si el capitán de la nave Jagaroth le ordenaba que usara el empuje
de curvatura, los matarían. O peor…

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LA RED LABERÍNTICA
Era una red de trampas: una espantosa red de giros angulares. Por aquí. Por allí.
Doblando hacia atrás. Dando la vuelta. Algunos pasillos se inclinaban hacia arriba, otros
terminaban abruptamente en un enorme agujero y una escalera. Una vez dentro, solo
había una solución para llegar al centro. Algunos decían que tampoco había forma de salir
de nuevo ya que el Aracnocomandante sellaba los pasillos al pasar. Si esto era cierto,
nadie lo sabía porque nadie había salido con vida.

Trakkiney era una bola de polvo de un planeta: seco y caluroso todo el año y sin
riqueza mineral de la que hablar. Sin embargo, era uno de los primeros mundos coloniales
de Gallifrey y, como tal, un puesto de avanzada estratégico para los nuevos miembros de
los Imperios Noveles. Estas razones lo convertían en un objetivo atractivo para los
temidos Racnoss.

Fysusoidengeus, Fysus para sus amigos, era un recién llegado al planeta cuando los
Racnoss hubieron invadido. Aunque usar el término "invadido" era exagerar lo que había
sucedido cuando llegaron los alienígenas con forma de araña.

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Al ser una nueva colonia, Trakkiney no tenía defensas planetarias de las que hablar.
Ciertamente, no tenía nada que ver con las barreras de transducción que Rassilon había
instalado recientemente en Gallifrey. De hecho, la única protección que tenía era un
satélite que estaba destinado a detectar asteroides y meteoros extraviados que podrían
representar una amenaza para esto en la superficie del planeta.

Esa fue la primera advertencia que tuvieron los colonos. En el bloque de laboratorio
del refugio, un técnico había recibido una señal del satélite. Todo lo que le dijo fue que se
había detectado un nuevo cuerpo espacial y parecía estar en curso de colisión con el
planeta. También dio una estimación hasta el impacto: 32 horas, menos de un día.

Esta noticia, naturalmente, había provocado el pánico entre los colonos. El


gobernador Gathen había ordenado a todos que fueran a las tiendas, la única parte
subterránea del complejo de refugios prefabricados. Todos se sentaban en la penumbra
del refugio ad hoc, mirando hacia arriba a pesar de que todo lo que podían ver era el
techo cortado con láser.

Ninguna explosión de impacto destrozó el planeta, ni siquiera su asentamiento, por


lo que el pequeño contingente de guardias fue enviado a la superficie para ver qué había
sucedido. Nunca informaron, por lo que la mayoría había tomado la decisión de que todos
debían ir a buscar.

Cuando lo hicieron, encontraron una nave espacial Racnoss flotando sobre ellos.
Era de un blanco grisáceo y sus ocho puntas brillaban a la luz del sol. Fysus sabía que
era una Estrella de Red. Como todos los demás, antes de venir le habían informado de
que cualquier colonia de los Señores del Tiempo podía esperar el asalto de cualquiera de
los innumerables enemigos que la raza de novatos ya había creado.

—Aquí el Aracnocomandante Messothel—retumbó una voz desde la nave. —Este


planeta está ahora bajo el control de los Racnoss—una risa llenó el aire que era profundo
y nasal. Habría sido ridículo si no hubiera sido por los brillantes rayos de energía que se
dispararon sin previo aviso desde los puntos de la Estrella de Red. Ocho Señores del
Tiempo yacían en el suelo. Cuando comenzaron a regenerarse, los rayos volvieron a
golpearlos, y esta vez los cuerpos no empezaron a brillar. Simplemente yacían allí,

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muertos, con la vida apagada. Una vez más, la risa resonó por todo el complejo del
refugio.

No había nada que pudieran hacer contra una fuerza tan superior. Gathen se rindió y
ordenó a los colonos que hicieran lo que dijera el Aracnocomandante. En secreto, el
gobernador intentó enviar mensajes a Gallifrey, pero, en las dos ocasiones que lo intentó,
los Racnoss ejecutaron a ocho colonos más. Se detuvo después de eso.

No pasó mucho tiempo para que se enteraran de que el Aracnocomandante


Messothel era un ser despiadad, incluso para los estándares de su propia raza. La
Estrella de Red se plantó en el suelo no lejos del refugio, y los colonos se vieron
obligados a construir nuevas estructuras: los pasillos de su red laberíntica.

Cuando esto se completó, llegaron los primeros envíos de la Emperatriz. Messothel


hizo saber que este sería un día de celebración. Ordenó a Gathen que pusiera a
disposición raciones extra e incluso vino. Ese día se celebró una fiesta, pero fue un
asunto de mal humor. A ninguno de los Señores del Tiempo le gustaba el trabajo manual
duro, y les gustaba mucho menos que los apartaran de sus esfuerzos científicos.

Fysus era un bioquímico experto, aunque no tenía ninguna calificación para mostrar.
Cuando llegó por primera vez y conoció a su superior, Aria, ella le había preguntado sobre
esto. Pasando una mano nerviosa por sus mechones rubios, le había dicho que era un
ferviente creyente de que el destino de los Señores del Tiempo estaba entre las estrellas,
no atrincherado en un Gallifrey cada vez más aislacionista. Por eso había aprovechado la
oportunidad de ayudar a comenzar un mundo nuevo.

Aria se había reído, e incluso su cabello castaño rojizo, normalmente inmaculado,


había saltado. Ella lo llamó idealista. Ella no podría haber sido más de 75 años mayor que
él, por lo que Fysus prestó poca atención. A pesar de no haber tenido el comienzo más
auspicioso, su relación se había convertido en una de admiración mutua. Aria era la
cautelosa. No solo obtuvo resultados, los registró y analizó. Tenía lo que la Academia
habría considerado "buen rigor científico". Fysus no era así. Él seguía obteniendo
resultados, pero cortaba ciertas esquinas que consideraba innecesarias. Hacía saltos de
intuición y, para empeorar las cosas, por lo general tenía razón.

Ahora él y Aria no eran más que drones glorificados, construyendo todo lo que decía
el Aracnocomandante, inclinándose ante su voluntad. Existiendo. No viviendo. Y, esa

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noche en la fiesta, descubrieron que esta existencia era incluso peor de lo que pensaban.
Durante días, todo el mundo había estado especulando sobre qué envíos estaba
enviando la Emperatriz de Racnoss a este remanso. Mientras comían sus raciones y
bebían de los vasos de vino, la voz nasal retumbó a través del refugio.

—Sois unos privilegiados, mis pequeños Señores y Señoras del tiempo—dijo


Messothel—. Porque la Emperatriz os ha elegido para ayudar a aumentar nuestro
número. Me ha enviado ocho huevos preciosos y ocho de vosotros los ayudaréis a crecer
hasta la edad adulta—la risa de nuevo—. A partir de ahora, todos los Señores del Tiempo
recibirán una bebida especial antes de acostarse. ¡Batidos de partículas Huon! ¡Disfrutad
de vuestro banquete!

Fysus miró a través de la mesa a Aria. Ambos habían oído hablar de las partículas
Huon, pero solo en relación con los experimentos que se estaban llevando a cabo en
Gallifrey sobre viajes en el tiempo. Una de las pocas cosas que sabían sobre ellas era
que eran muy venenosas. Cualquier exposición prolongada incluso a la cantidad
necesaria para hacer una bebida sería fatal.

Hablaron de esto más tarde esa noche cuando el vino se afianzó y la precaución se
convirtió en una barrera menos para la verdad. Aria había llegado a la conclusión de que
las partículas Huon no solo no eran venenosas para los Racnoss, sino que de alguna
manera eran necesarias para la eclosión. Fysus vio la lógica. ¿Por qué más se dosificaría
a los Señores del Tiempo? Pero eso traía consigo una fea comprensión. Los Racnoss
eran comedores voraces. Se habían llevado todos los Señores del Tiempo que Messothel
había matado y los habían convertido en capullos para guardarlos en su tienda de
alimentos en la cúspide del Estrella de Red en tierra. Las crías Racnoss utilizarían los
ocho elegidos para entrar en la red como su primera comida.

—¡Y! —dijo Aria, apartándose un mechón castaño rojizo del ojo. Estaba sentada
sobre un bidón de agua volcado—. No podemos hacer nada al respecto.

Fysus estaba en el suelo, con las piernas cruzadas. Él la miró.

—Todavía no—dijo misteriosamente.

—¿Qué significa eso? —preguntó Aria. Algunas de las palabras se habían mezclado
mientras hablaba—. Tú y tu "todavía no". ¡Crees que eres tan críptico, señor idealista! —
se sentó y tomó otro trago de vino.

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—¡No lo soy! —dijo Fysus en un falso susurro—. ¡Pero y si está escuchando! —
señaló detrás de él al Estrella de red. El gesto estaba destinado a ser sutil, pero fracasó.

—¡No necesita escuchar! —dijo Aria en voz alta—. ¡Oooh-oh! ¡Messothel! —señaló
con su vaso de precipitados la nave de Racnoss. No pasó nada—. ¿Ves?

Fysus la hizo callar y corrió para sentarse a sus pies.

—¿Crees que podríamos diseñar las partículas?

Trató de repetir la última parte de su frase, falló y se rio.

—¿Por qué? —preguntó.

—Creo que podríamos—dijo Fysus. Su tono era ahora tan serio que Aria pareció
recuperar la sobriedad en cuestión de segundos, sentándose de repente más derecha—.
Creo que podríamos revertir su efecto venenoso.

—¡Pero aún moriríamos cuando las arañas nos comieran! —Aria negó con la
cabeza.

—No necesariamente—dijo Fysus y le guiñó un ojo. Luego le dio una amplia sonrisa
mientras Aria lo miraba—. Está bien, eso ha sido un poco misterioso, lo admito—se puso
de pie con un poco de ayuda de Aria—. Hablemos mañana en el laboratorio.

—Ya no trabajamos en el laboratorio—dijo—. ¿Recuerdas?

—Primer período de descanso—respondió Fysus. Y se internó en la noche para


encontrar su litera.

Se encontraron en el laboratorio al día siguiente por primera vez en muchos meses.


Fysus le presentó su teoría a Aria y ella la comprobó en busca de errores fácticos o saltos
de lógica. No pudo encontrar ninguno. A ella le pareció un buen plan, dijo. Todavía
significaba que no podían ayudar a las primeras ocho víctimas; los "tributos", los llamaba
Messothel. Ni siquiera las segundas, pero pronto podrían actuar.

Al mediodía, el Aracnocomandante reunió a todos sus súbditos en el área


directamente antes del Estrella de red y su laberinto recién terminado. Quedaban poco
menos de noventa Señores del Tiempo. Se quedaron parados en el calor abrasador

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mientras Messothel pronunciaba un discurso maníaco sobre la grandeza del Imperio
Racnoss y cómo sus hijos destruirían los Imperios Noveles. Fue tedioso y largo, con el
único respiro de los períodos prolongados de risa chirriante que venían después de cada
frase colorida. Al final, el Aracnocomandante dijo que ahora tomaría ocho Señores del
Tiempo como tributos.

Todos se quedaron ahí parados. ¿Quién debería ir? ¿Cómo decidirían? Habían
asumido que Messothel tomaría la decisión por ellos. En cambio, se acordó rápidamente
que debían echar suertes. Aquellos que ocupaban ciertos puestos en la colonia debían
ser descartados como vitales: médicos, expertos en hidroponía, geo-sondeos y similares.
Gathen también se colocó en esa categoría, aunque Fysus se preguntó si eso era
estrictamente necesario.

Muy pronto los ocho Señores del Tiempo, cinco hombres y tres mujeres, se
separaron de los demás cerca de la entrada a nivel de suelo a la malvada red de
Messothel. Hods, el Señor del Tiempo cuyo trabajo era agregar las partículas Huon a los
batidos y dárselas a los tributos, se acercó con una bandeja de bebidas. Cada uno tomó
un vaso de precipitados y se lo bebieron. Algunos eran rápidos, sorbiendo el líquido en
desafío; algunos eran más lentos, más cautelosos, como si el líquido los envenenara en
ese mismo momento. Cuando todos los vasos estuvieron vacíos, una puerta redonda se
deslizó a un lado en la base del Estrella de red.

Fysus estiró el brazo para ver el interior. Necesitaría saber todo lo que pudiera si su
plan iba a funcionar. Todo lo que podía ver eran telarañas que cubrían las paredes de un
pasillo metálico. Los tributos entraron y la puerta se cerró. La mayoría de los colonos
esperaron algún tiempo antes de darse cuenta de que no había nada más en la
ceremonia. Eso fue todo; nunca volverían a ver a sus amigos. Comenzaron a alejarse en
pequeños grupos.

Siempre que podían, Fysus y Arial se escapaban al laboratorio. También reclutaron


la ayuda de varios otros colonos. El primero fue Hods. Él era vital. Afortunadamente, no le
gustaban los Racnoss y no era de los que mantenían la cabeza gacha; quería ayudar
haciendo algo más que proporcionar muestras para que los bioquímicos trabajaran. Fysus
estaba de acuerdo. Aria se negó. Ella razonó que si Hods andaba provocando problemas
y era descubierto, Messothel sospecharía que las partículas Huon estaban siendo

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manipuladas. Fysus vio lo que quería decir. Como siempre, su lógica era más segura que
su instinto.

Pasó otro ciclo lunar antes de que una segunda Estrella de red llegara a la órbita.
Fysus supuso que se estaba llevando a las crías y entregando más huevos. Pronto se
demostró que tenía razón en el segundo punto, ya que Messothel anunció que necesitaría
otros ocho tributos. Aria en realidad estaba más frustrada por esta noticia que Fysus.
Habían estado trabajando duro y estaban casi listos, pero necesitarían otro mes para que
la estrategia de escape tuviera alguna posibilidad de éxito.

Tras la partida de los segundos ocho hacia el laberinto de una red que había creado
Messothel, Fysus y Arial se reunían todas las noches para brindar por su misión y todos
los días hacían pequeños preparativos. Cuando se avecinaba el próximo ciclo lunar, le
contaron a Gathen sobre su plan. Era un político y más que nada temía perder su puesto.
Pero también era realista. Sabía que, a menos que ocurriera algo para evitar que los
Racnoss se comieran toda la colonia, él no tendría cabeza, y mucho menos una posición
de poder. Así que accedió, de mala gana. En realidad, él también era vital, ya que era él
quien podía organizar la reutilización de algunos edificios que necesitarían.

El día antes de la llegada de la nueva remesa de huevos, Aria llevó a Fysus a un


lado. Dijo que había estado intentando construir un modelo informático del Estrella de red
y su laberinto. No podía estar segura, pero pensó que, si uno seguía el camino directo, sin
desviarse a la izquierda ni a la derecha, o especialmente hacia abajo, debería ser el
camino más directo al corazón de la Estrella de red, donde Messothel tendría su guarida.

Cuando el sol del mediodía alcanzó su cúspide en el tercer ciclo lunar, los colonos
restantes se reunieron ante la Estrella de red como lo habían hecho dos veces antes.
Nuevamente, los que estaban en posiciones reservadas se separaron del resto y luego se
hizo el sorteo. Este era un proceso simple. Se colocaba un recipiente grande en medio del
grupo. Contenía pequeñas tuercas de metal recolectadas de los suministros de
construcción y pintadas de rojo o verde.

El primer colono avanzaba y metía la mano en un pequeño agujero en la parte


superior del contenedor. No había forma de ver el contenido ni de saber de qué color eran
las tuercas. Buscaba a su alrededor durante un rato y luego tomaba su decisión. Sacaba

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el brazo y levantaba la tuerca hexagonal para que todos pudieran verla. Era brillante, de
color verde metálico y brillaba a la luz del sol. El afortunado se acercaba para unirse a los
miembros reservados de la colonia. Así que continuaría hasta que se hubieran extraído
ocho nueces rojas.

El sorteo inicial había sido un asunto ordenado con una cola, pero a nadie le gustó
esto. En cambio, se convirtió en un poco de confusión con aquellos que querían terminar
con esto, empujando al frente mientras que aquellos que temían su destino se quedaban
atrás. Realmente no suponía ninguna diferencia. Solo había ocho tuercas rojas y las leyes
de la probabilidad dictaban, aunque las probabilidades de encontrar una disminuía cada
vez que se encontraba otra, podría ser fácilmente la última tuerca extraída que lo enviara
a la Estrella de red.

Sin embargo, eso nunca había sucedido; todas las tuercas rojas se habían
encontrado mucho antes de que todos los colonos hubieran sacado una. Este fue el fallo
en el sistema que Fysus estaba a punto de explotar. Se había posicionado cerca del
contenedor y no se abrió paso entre los más entusiastas para elegir. Ya se había
encontrado una tuerca roja cuando llegó a hacer su selección. Excepto que la suya no era
una selección, era una conclusión inevitable. Sostenía en su puño una tuerca que había
sido pintada de rojo para que coincidiera con las del recipiente. Metió su ajuste cerrado a
través del agujero e hizo una demostración de mover su mano antes de sacarla y
mostrarles a todos el color de su destino.

Rojo.

Fysus se acercó para unirse al otro colono que estaba junto a la entrada del Estrella
de red. En ese momento, se les unieron seis más y se llevaron el contenedor una vez
más. Todos los demás Señores del Tiempo se alinearon detrás de ellos. Fysus vio a
Gathen mirándolo con orgullo y miedo, posiblemente más de este último. Y luego estaba
Aria. Ella le sonreía. Era una sonrisa valiente. Si tenía miedo, ciertamente no se lo iba a
mostrar.

Mientras todos permanecían en silencio, Hods se acercó. Llevaba su bandeja


habitual de ocho vasos de precipitados. Él también estaba mirando a Fysus con una
mirada mixta. Pero la suya parecía ser la de un conspirador divertido, más que la de un
amigo preocupado o un político temeroso. Mientras le tendía la bandeja a Fysus, incluso
logró el menor indicio de un guiño. Fysus trató de no mostrar ninguna reacción en su

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rostro. Messothel estaría viendo todo esto en su sistema de vigilancia. Si algo parecía
fuera de lo común, estaba obligado a investigar.

No lo hizo, y en cambio, las puertas en la base del Estrella de red se abrieron como
lo habían hecho en el pasado. Los ocho tributos caminaron hacia adelante mientras todos
miraban en silencio. Algunos vacilaban en sus pasos. Y luego ocurrió un desastre
potencial. Uno de los tributos, un Señor del Tiempo más joven, empezó a huir de la
puerta, dirigiéndose al otro lado del complejo del asentamiento.

Un rayo de energía irregular lo derribó. Fysus pensó que la araña loca había matado
al hombre, pero aún estaba vivo, rodando por el suelo.

—¡Recuperadlo! —ordenó Messothel por los altavoces. Los siete tributos restantes
se miraron entre sí, y luego Fysus partió junto con otra llamada Phaedra. Juntos, sacaron
el tributo errante de la tierra arenosa y lo arrastraron hacia la puerta. Sollozaba y
arrastraba los pies.

—Sólo entra—siseó Fysus—. Entonces estaremos bien.

El hombre negó con la cabeza vigorosamente, pero pronto estuvieron dentro del
Estrella de red con los otros cinco y la puerta se cerró detrás de ellos. Fysus y Phaedra
dejaron al hombre en el suelo, abrazándose a sí mismo.

—¡Bienvenidos! —anunció Messothel—. ¡Ahora que estáis dentro, puedo revelaros


cuál es vuestro propósito y por qué os he hecho beber un delicioso batido Huon! —se rio,
molesto.

Los siete tributos que estaban de pie se miraron.

—Nosotros, los Racnoss, usamos partículas Huon en el resurgimiento de nuestros


recién nacidos, especialmente cuando han estado en hipersueño. Les gusta recibir su
dosis de partículas Huon como parte de su primera comida. ¡Esos sois vosotros, mis
sabrosos bocaditos! —la risa de nuevo, aún más maníaca esta vez—. Ahora, os aconsejo
que sigáis moviéndoos por los pasillos. Hay herramientas de motivación escondidas
dentro de su construcción. ¡Nos vemos pronto!

Fysus se volvió hacia los demás.

—Escuchad—susurró—. Algunos de nosotros hemos estado trabajando en un plan.


Tenéis que venir conmigo. Necesitamos actuar en equipo, pero no os preocupéis, las

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crías de Racnoss no nos matarán. Esta vez no —se volvió y miró hacia el largo y oscuro
pasillo que serpenteaba ante él.

—¿Y Messothel? —preguntó Phaedra.

—Yo me ocuparé de él. ¡Vamos!

Naturalmente, al hombre que se había escapado no le entusiasmaba la idea de


adentrarse más en el laberinto, pero Phaedra demostró ser experta en la persuasión. Les
dijo que trabajaba en la granja de saneamiento y era reservado. Su nombre era Hellner.

Un cocinero corpulento llamado Drandell también los ayudó. Animó al joven y,


finalmente, todos estuvieron listos para seguir adelante.

—Debemos permanecer juntos—les dijo Fysus—. Espero que podamos encontrar el


camino hacia el centro rápidamente, pero puede que no sea el caso.

Avanzaban, siempre tratando de no girar a menos que lo hiciera el eje principal.


Ignoraban los pasillos laterales y seguían el camino que conducía hacia arriba. Como
había sugerido Aria, esto pareció funcionar por un tiempo, pero pronto se encontraron
caminando cuesta abajo. El pasillo terminaba en un agujero redondo que conducía a un
túnel inclinado casi como una rampa. Aparte de retroceder, no tenían más alternativa que
seguirlo. Fysus hizo que Hellner fuera el primero. Parecía haber perdido algo de su miedo,
pero había encontrado una negatividad quejumbrosa en su ausencia. Solo Drandell
parecía poder controlarlo, por lo que iba segundo. Los demás lo siguieron antes de que
finalmente Phaedra y el propio Fysus saltaran por el desnivel.

Ahora estaban en una sección estrecha del laberinto. Fysus trató de volver a subir
por el desnivel, pero estaba demasiado bien pulido y se resbaló de nuevo antes de llegar
incluso a los dos metros.

—No hay vuelta atrás—dijo—. No por ahí, al menos.

Calculó que la rampa los había devuelto a la mitad del camino hasta el nivel del
suelo, pero no podía estar seguro. La caída ciertamente no parecía tan alta como
pensaba que estaban. Phaedra y los demás estuvieron de acuerdo. Hellner no parecía
tener una opinión. Continuaron siguiendo el mismo plan de antes: todo recto, siempre
hacia arriba.

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Habían estado vagando por el laberinto durante horas cuando Hellner se detuvo de
repente.

—¿Cuál es el objetivo? —preguntó y se dejó caer al suelo—. ¡No seguiré! —gritó a


las paredes—. No lo haré, ¿me oyes?

Drandell trató de ponerlo en pie, pero Hellner estaba asustado y se comportaba


como un niño cansado. Fysus trató de convencerlo de que tenía que hacerlo si todos iban
a salir de la red laberíntica de Messothel. Simplemente miró al bioquímico con ojos rojos.

—No vamos a lograrlo—dijo—. ¡Somos el almuerzo! Para los Racnoss—Fysus le


tocó el brazo, pero Hellner se lo apartó de un tirón—. ¡No! Tú sigue. Prueba tu plan—se
burló—. ¡Buena suerte para ti! No voy a marchar hacia mi muerte como una oveja ciega.

Phaedra se acercó a él y lo abofeteó con fuerza.

—Levántate y ya—gritó—. ¡Levántate!

Incluso entonces no se movió; él solo la miró en total conmoción antes de comenzar


a llorar.

—Tendremos que dejarte—dijo Fysus. Hellner lo ignoró.

—Vamos —dijo Phaedra—. Abandonémoslo.

Sin embargo, cuando empezaron a moverse por el pasillo, Hellner se levantó de un


salto con un chillido. Todos los demás se volvieron hacia él.

—Descarga eléctrica—gritó a modo de explicación.

Phaedra le sonrió a Fysus.

—¡Bueno, Messothel dijo que tenía métodos para persuadirnos de que siguiéramos
moviéndonos!

Fysus le devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza.

—¡El bueno y viejo Messothel!

Después de eso, aunque se quedó atrás del resto del grupo, Hellner no volvió a
quejarse ni se sentó.

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Cuando habían estado viajando por el laberinto imposible de pasillos y toboganes
durante casi doce horas, se detuvieron. ¿Messothel les permitiría descansar? Fysus lo
dudaba. No mucho rato, al menos. Se dieron quince minutos y luego se pusieron en
movimiento nuevamente. Casi de inmediato encontraron una escalera.

—Me pregunto si esto es todo—dijo Fysus.

—¡Veamos! —Drandell avanzó para tomar el primer peldaño. Luego se detuvo—.


¿Dónde está esa rata, Hellner? —efectivamente, el cobarde Señor del Tiempo acechaba
más adelante en el pasillo, casi en la oscuridad—. Ven aquí—gritó Drandell. De mala
gana, Hellner se adelantó—. ¡Empieza a subir!

Esta vez Phaedra fue la última y, cuando Fysus la ayudó a subir los últimos metros
hasta la cima, vieron que efectivamente habían completado su viaje.

Frente a ellos había una enorme araña de color rojo oscuro de al menos ocho
metros de ancho. Sus piernas se movían en los paneles de control que se extendían
frente a él, que a su vez operaban la pared de pantallas que mostraban imágenes del
laberinto y el complejo del asentamiento.

—¡Lo conseguisteis! —dijo Messothel—. ¡Aunque uno de vosotros ha necesitado un


poco de persuasión! —se volvió para mirarlos ahora, y pudieron ver por primera vez unos
Racnoss.

De hecho, eran mayormente de apariencia de araña: de color rojo sangre con ocho
patas y un par de brazos o incluso mandíbulas, era imposible saberlo. Sus rostros eran
humanoide con seis ojos en una cabeza con cresta. Todos eran negros excepto uno, que
era blanco y tenía una vieja cicatriz de guerra. Su boca estaba constantemente abierta, su
cabeza giraba de un lado a otro como si quisiera tomar el aire.

—¡Mirad a vuestras jóvenes cargas! —se echó a reír mientras señalaba con uno de
sus brazos afilados como navajas una fila de ocho bolas amarillas redondeadas del
tamaño de rocas. Estaban alineados entre donde estaba Messothel en su plataforma de
mando elevada y los ocho Señores del Tiempo—. El laberinto ha sido la parte difícil—
continuó, mirando a cada uno de los tributos por turno—. ¡Morir será fácil porque nuestras
crías nacen hambrientas! Ahora, poneos en posición: uno delante de cada huevo.

Mientras tomaban sus posiciones junto a los huevos amarillentos, vieron que las
crías dentro de ellos comenzaban a retorcerse lentamente, volviéndose más agitadas por

184
segundo. De repente, el huevo más cercano a Drandell estalló con una nube de diminutos
filamentos blancos que llenaron el aire y cubrieron el tributo. Una pequeña pata roja
apareció sobre el costado de la carcasa rota. Luego otra y otra, hasta que la cría de
Racnoss se balanceó sobre los restos de su huevo.

Inmediatamente, Drandell comenzó a brillar, casi como si se estuviera


regenerándose, pero este era un efecto diferente, más brillante. Fysus se dio cuenta de
que eran las partículas Huon extraídas del tributo a los Racnoss. Su propio huevo luego
se rompió y un tercero y luego dos a la vez hasta que todos los huevos se rompieron y
todas las crías estaban sacando el festín Huon de aquellos que se lo habían llevado.

El aracnocomandante Messothel se rio a carcajadas cuando esto sucedió. Pensó


que había cumplido su misión durante un mes más. Pero Fysus sabía que estaba muy
equivocado. Uno por uno, comenzando con la alimentación de las crías de Drandell, el
bebé Racnoss desapareció.

—¿Qué está pasando? —preguntó Messothel, acercándose y frotando con las patas
delanteras donde había estado la cría más cercana momentos antes—. ¿Cómo has
hecho esto? ¿Dónde están las crías?

Messothel se volvió ahora hacia los ocho Señores del Tiempo, con sus dientes
puntiagudos y goteando saliva. Se detuvo ante Hellner y le rugió en la cara.

—¡Decídmelo!

—Dijo que no pasaría nada—se quejó Hellner, señalando a Fysus.

El Aracnocomandante se volvió hacia su nuevo objetivo y se abalanzó sobre él.

Fysus se mantuvo firme.

—¿Eres el cabecilla, mi pequeño Señor del Tiempo? —preguntó Messothel.

—Lo soy —dijo Fysus—. ¿Quieres que te cuente lo que he hecho? —no esperó a
que la criatura araña gigante le diera permiso; simplemente siguió adelante—.
Rediseñamos las partículas Huon que tú mismo querías alimentarnos a nosotros.

—¿Rediseñado?

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—Son venenosas para los Señores del Tiempo—dijo Fysus—. Bueno, para la
mayoría de los seres vivos realmente. Deberían ser destruidas. Pero las rediseñamos
para revertir los efectos del envenenamiento.

—Revertir... ¿Entonces no os estáis muriendo? —se incorporó sobre sus cuatro


patas traseras y fue a golpear a Fysus con las puntas de sus patas delanteras. El Señor
del Tiempo rodó rápidamente hacia un lado, golpeando a Phaedra. Ella lo ayudó a
levantarse mientras el Racnoss atravesaba la cámara para atacar de nuevo. Pero
entonces Messothel vaciló. Ahora él también estaba radiante. Se encabritó, gritando de
rabia.

Pero entonces Messothel se echó a reír: un gorgoteo más que una carcajada.

—Un movimiento valiente, Señor del Tiempo—dijo—. Pero en última instancia... una
tontería... —jadeó en busca de aire mientras se desvanecía dentro y fuera de la vista—.
Nunca... podrás escapar de mi red—la risa gorjeante de nuevo—. Os quedaréis...
atrapados aquí... y moriréis de hambre.

Fysus sonrió.

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—Las partículas Huon se atraen entre sí, incluso a grandes distancias—le dijo a
Racnoss—. ¿No lo sabes?

Por supuesto, Messothel lo sabía. Fysus lo estaba incitando.

—Mi amiga, Aria se ha estado dosificando con las partículas rediseñadas. Ahí es
donde se han enviado las crías. Ella está esperando en una celda especialmente
construida. ¡Ahí es donde te envían!

—¡Noooo! —el Racnoss rugió y se movió para matar a Fysus pero, antes de que
pudiera alcanzar al Señor del Tiempo, desapareció. En lo profundo del complejo de la
colonia, las instalaciones de detención que Gathen había autorizado ahora contenían
nueve Racnoss: prisioneros que serían entregados a las autoridades de Gallifrey tan
pronto como llegara la nave de rescate.

Hellner fue el primero en hablar. Parecía una persona diferente.

—¿Has dicho que podemos salir de aquí fácilmente?

—Sí—dijo Fysus con una sonrisa de alivio—. Todo lo que tengo que hacer es activar
esto. Buscó en el bolsillo de su bata y sacó una varilla metálica con forma de bolígrafo.

—Un dispositivo de control sónico... Regresaremos donde sea que esté Aria en
cuestión de segundos. ¡Sería mejor esperar un momento a que ella abandone las celdas,
de lo contrario, simplemente nos enfrentaremos a Messothel una vez más!

—Aunque estoy seguro de que está tentado a dejarte para que encuentres tu propia
salida—dijo Phaedra. Pero le dio unas palmaditas en el hombro a Hellner para confirmar
que era una broma.

—¿Listos? —preguntó Fysus y todos se reunieron a su alrededor.

Pulsó el interruptor de funcionamiento de la varilla sónica y desaparecieron de la


cámara de control del Estrella de red tal como lo habían hecho sus captores minutos
antes. La única diferencia es que los Señores del Tiempo ahora serían libres.

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LOS ÁNGELES DE LA VENGANZA
Cuando Lectyno abrió la puerta para ser confrontado por su madre, se sorprendió al
ver cuánto había envejecido desde que fue ejecutada siete años antes. Hubo un
incómodo silencio mientras él estaba de pie, mirándola.

Nestyra había sido toda una belleza en su día. Unas cuantas veces incluso había
visto su imagen en los boletines de charla del brazo de su padre, Memyno. Ella siempre
fue recatada pero glamurosa, la compañera perfecta de un Evaluador, uno de los jueces
que eran intocables por la ley fuera de sus propios tribunales. Lectyno había visto a su
padre representado en la página como invitado de honor en bailes legales o como orador
principal en simposios de derecho muchas veces.

Lectyno recordó que su madre siempre venía a darle las buenas noches cuando
salía. Su cabello azul oscuro siempre tenía un aspecto increíble y sus ojos ámbar
brillaban con tanto encanto. Pero era su piel de color negro azabache lo que siempre
buscaba. Tenía tanto brillo bajo el resplandor de la luz de la mesilla de noche, que casi
parecía un heraldo sagrado.

189
Luego estaban las otras imágenes, las de los boletines informativos. Lectyno
recordaba uno en particular: el cuerpo de su padre en una camilla flotante cubierto con un
sudario blanco. Detrás de esto, su madre, en ropa de dormir, nada recatada, con los
brazos tirados a la espalda por dos procuradores.

El incómodo silencio terminó cuando su una vez hermosa madre, ahora una vieja
bruja demacrada, le habló.

—Lex—dijo.

Lectyno se estremeció como si le hubiera dado una bofetada. ¿Cómo se atreve a


pronunciar su nombre? ¿Cómo se atreve ella a venir a su umbral? La rabia se hinchó en
su pecho e hizo que su cuerpo temblara.

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—Asesina —dijo. Lenta y deliberadamente. Entonces otra vez—. ¡Asesina! —más
fuerte ahora, la agresión desenfrenada se derramaba en su voz.

Ahora fue Nestyra quien retrocedió.

—Han pasado tantos años...—se calló cuando su voz se quebró.

—Por ti, madre. No por mí.

Lectyno estaba cada vez más enfadado, pero ahora consigo mismo. Debería
simplemente cerrar la puerta, pero algo lo hizo dudar. Ella era su madre, su “Mitty”.

—Necesito tu ayuda—dijo. Ese era el ímpetu que necesitaba.

—¡Soy un Guardián de la Roca! ¿Cómo puedes hacer esto? Mataste a mi padre, a


tu marido, ¿y ahora estás volviendo a las andadas contra tu familia?

Empujó la puerta hacia ella con todas sus fuerzas, y el estrépito de la puerta en su
marco resonó por toda la casa.

La sala del tribunal era triangular, austera y blanca con el acusado en el centro. En
un punto del triángulo, elevado por encima de los procedimientos estaba el Evaluador.
Detrás de él estaba la Asesoría, los 15 miembros del poder judicial subalterno cuyo
trabajo era asesorarlo. A la izquierda y a la derecha del Evaluador, elevados, pero en un
nivel inferior a él, estaban sentados el Abogado y el Indicador, defensa y acusación, el
primero a la izquierda, el segundo a la derecha.

Lectyno se esforzaba por ver quién estaba sentado en el banco. Todos lo estaban
mirando; doce hombres y tres mujeres. Una de las mujeres lo miraba con mucha atención.
Y con razón. Ella era la hermana de Lectyno, Rosytra.

El Evaluador se puso de pie.

—¿Era este un relato exacto de lo que sucedió fuera de su domicilio hace tres días,
ciudadano? —preguntó.

Lectyno se erizó. Esto era un insulto. No respondió al Evaluador, y los miembros de


la Asesoría comenzaron a murmurar entre ellos. Rosytra se separó de la línea y se situó

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detrás del hombre que evaluaba el caso. El hombre al que solían llamar Tío. El hombre al
que nunca le había gustado Lectyno.

El Evaluador Gistyho sonrió cuando Rosytra le susurró algo al oído. Se aclaró la


garganta y habló una vez más.

—Pido disculpas si he ofendido al acusado. Si es así, que el registro muestre que no


ha sido intencional —ante esto, miró hacia arriba por un breve momento a las cámaras
que grababan los eventos—. Por favor, Guardián, responda la pregunta.

Lectyno esbozó una sonrisa triste.

—Gracias, Evaluador. Eso me pareció lo que pasó. Sí.

—Bien —el Evaluador Gistyho se dio un golpecito en la sien calva como si un


insecto lo estuviera molestando. Pero Lectyno sabía que esto era solo una muestra de su
irritación con su sobrino—. Entonces, en la lengua común, tu madre “estaba volviendo a
las andadas” con usted.

—Ella también estaba volviendo a las andadas con mi hermana —añadió Lectyno
con amargura.

Gistyho resopló.

—¡Su hermana no está siendo juzgada aquí!

Se volvió y miró hacia el banco hacia donde estaba sentada Rosytra. Ella asintió con
la cabeza en reconocimiento a la aclaración.

—Su madre estaba “volviendo a las andadas” con usted. Y usted quería… ¿Qué?
¿Venganza?

—Estoy seguro de que no tengo que decirle la ley—dijo Lectyno.

Otra ronda de murmullos de la Asesoría y esta vez una persona diferente se puso de
pie, pero estaba posicionado en el balcón del Abogado. Tenía el pelo verde sucio,
trenzado alrededor de las orejas y se mantenía como si fuera la persona más importante
de la habitación. Lo que sin duda era. Este era Portyn.

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— Su eminencia —comenzó—. Estoy seguro de que el acusado no quiere faltarle el
respeto en su declaración—Portyn se retorció las manos en una espantosa demostración
de obsequio. Lectyno casi sonrió—. Debe ser una empresa difícil para él desapegar la
familiaridad paternal del decoro que exigen estos procedimientos.

—Así es—dijo Gistyho, mirando a su sobrino con ojos acerados—. Pero como
Guardián que proviene de una familia con una larga tradición en el servicio legal, dudo
que haya sido involuntario.

Portyn se retorció un momento y luego miró con impotencia a su acusado.

—Solo quería señalar que todos los ciudadanos tienen el deber de abordar el
problema de los reincidentes de la forma más rápida y eficaz posible.

El Evaluador sonrió condescendientemente.

—Esto—dijo— no es la ley.

Lectyno frunció el ceño.

—Pero es nuestro camino. Es la ley “común”.

Uno de los miembros de la Asesoría se adelantó y le pasó una nota escrita a mano a
Gistyho. La miró y luego negó con la cabeza.

—Entiendo el tema bastante bien. El sistema judicial de Yumyni trata en términos


absolutos. Debe ser. Desde que nos convertimos en la decimoquinta luna rota de la
Cascada de Medusa, la nuestra ha sido una existencia dura. Exigimos sangre por sangre.
Sin indulgencia. Pero una vez que se haga justicia, siempre existirá la posibilidad de que
los condenados regresen y reincidan.

Murmullos y asentimientos de la Asesoría acogieron el breve discurso del Evaluador.

—Como el acusado está de acuerdo con la veracidad del video testimonio anterior,
pasemos al homicidio en sí.

Lectyno se volvió para mirar la pared blanca detrás de él, que una vez más se
convirtió en una gran pantalla.

193
Estaba oscuro y la carretera estaba resbaladiza por un chubasco reciente. Un
vehículo se detuvo, zumbando. Se apagó el motor eléctrico y salió un hombre. Era
Lectyno. Llevaba un impermeable sobre su uniforme de guardián.

Los edificios que flanqueaban la carretera estaban claramente desiertos, con las
ventanas rotas y las puertas destrozadas. A través de sus fachadas rotas se vislumbraban
grafitis. Estaban pintados en todas las paredes internas de los edificios.

La figura de una anciana se desprendió de la sombra de una puerta y se acercó a


Lectyno cojeando.

—Lex—dijo.

—Acepté encontrarme contigo aquí por una razón, madre—dijo Lectyno. Tenía un
pequeño estuche en su mano derecha.

—Sé que Rosytra te dijo que quería dinero—dijo—. Y eso es lo que le dije. Pero no
es verdad. Quiero... volver a casa.

—¿A casa? —Lectyno miró fijamente a su anciana madre. Luego soltó una breve
carcajada—. Eso nunca va a suceder, anciana.

—Todavía estoy impresa en el sistema—dijo, con un ligero tono de mal humor—.


Podría venir cuando quiera.

Su hijo cruzó el suelo entre ellos muy rápidamente, pero no llegó a tocar a Nestyra.

—Si intentas eso—siseó Lectyno—, ¡te mataré!

—Eminencia—Portyn se puso de pie de nuevo—. Estoy seguro de que todos


podemos estar de acuerdo en que es simplemente un cambio de expresión, un
coloquialismo común—sonrió.

—No estoy seguro de que podamos estar todos de acuerdo—dijo el Evaluador


Gistyho, mirando al banco de asesores con un movimiento de su brazo—. Porque el
hecho es que, un día después, la víctima fue vista entrando en la propiedad del Guardián
de la manera que ella describió y ahora está muerta.

194
—Ah, creo que el veredicto oficial es desaparecida y presumiblemente muerta—dijo
Portyn y se sentó rápidamente.

—Debidamente anotado—dijo el Evaluador.

Lectyno miró al suelo. El caso avanzaba casi exactamente como había imaginado.
Dejó que su mirada se demorara mientras pensaba en lo que acechaba debajo de la
superficie pulida que estaba mirando. Porque aquí estaba lo que servía como
herramientas de justicia en la decimoquinta luna rota: los tres ángeles de la venganza.

Cuando el planeta fue devastado, el gobierno de la época utilizó todas las


tecnologías a su disposición para asegurarse de que cualquier persona que se acercara
fuera transportada a un búnker subterráneo. Muchos funcionarios habían muerto cuando
capturaron a los Ángeles Llorones. Ahora se guardaban en una cámara redonda:
constantemente iluminada sin puertas ni ventanas. Cada uno estaba colocado a 60
grados con respecto a los demás, de modo que todos se miraran entre sí, bloqueados
cuánticamente y, por lo tanto, no podían moverse ni representar una amenaza. Hasta que
fueron utilizados por el tribunal como la sanción máxima.

Por eso los “ejecutados” a veces volvían. Los Ángeles se alimentaban de la energía
temporal que se desprendía cuando tocaban a las víctimas y las enviaban al pasado. Sin
embargo, también los desplazaban en el espacio. Debido a que la decimoquinta luna rota
era poco más grande que una ciudad, la mayoría de los que tocaban se encontraban en el
vacío del espacio con nanosegundos de vida antes de hervir hasta morir en la radiación
del vacío.

Algunos tenían “suerte” y se encontraban de nuevo en las calles, pero muchos años
antes de sus vidas anteriores. Les estaba prohibido encontrarse con su yo futuro y era un
serio tabú para ellos volver a buscar a sus familias. En la mayoría de los casos, lo primero
que hacían estos reincidentes era buscar represalias. La ceguera del sistema judicial a
esto había dado lugar a un ciclo de asesinatos y venganza. Se había convertido en un
bucle casi ineludible.

—Mi madre fue castigada por este sistema—dijo Lectyno en voz alta—. Los
Asesinos Solitarios la enviaron atrás en el tiempo y vivió en las calles durante cuarenta
años.

195
—¿Qué es lo que quiere decir? —preguntó el Evaluador, claramente irritado por esta
declaración innecesaria.

—Simplemente estoy haciendo una observación —dijo Lectyno—. Cómo pensamos


en estos pobres desafortunados como “afortunados”…

— Creo que el acusado ahora siente remordimiento por su madre, ¿no? —el flaco
hombre gris que se desempeñaba como fiscal finalmente se dio a conocer ante el tribunal.
Fualik—. Una respuesta típica, su eminencia, de un hombre culpable.

—Al menos un miembro de la familia cumple la ley—dijo el Evaluador, señalando a


Rosytra con la cabeza. Su mirada volvió a Lectyno—. Creo que fue ella quien alertó a las
autoridades sobre la desaparición de su madre.

—Como hiciste hace todos esos años—respondió Lectyno, sosteniendo la mirada de


su tío.

Gistyho se sonrojó de ira por un momento y luego tosió para ocultar su ira.

—Muy bien, sobrino —dijo—. Muy bien. Pero estoy seguro de que nadie está
afectando mi historial cuando se trata de respetar la ley.

Esto provocó risas educadas desde el banco.

—Y tiene razón, incluso con los hermanos, el estado de derecho es absoluto. Y


ahora se enfrenta usted al mismo castigo que su madre. Es apropiado, ¿no cree?

Uno de los asesores se levantó y le pasó una nota al evaluador.

—Sí. “El acusado está perdiendo el tiempo”, dice aquí —dijo Gistyho—. Como
Evaluador, me inclino a estar de acuerdo. ¿Seguimos adelante?

Las siguientes imágenes que se mostrarán a la corte mostraban a Nestyra entrando


a la casa usando su escaneo ocular en el sistema de seguridad. La cámara de seguridad
tenía una marca de tiempo en la esquina inferior derecha. La puerta principal se abrió y
ella entró.

La escena se congeló y Fualik se levantó para entregar las notas de la acusación.

—Como podéis ver, el sello de la cámara indica la hora 25:89, a última hora de la
noche.

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Chasqueó los dedos y la mujer sentada a su lado rápidamente le pasó un dispositivo
de control remoto. Apretó un botón. Debajo de donde estaba sentado el Evaluador, se
abrió una pequeña escotilla y salió flotando algo, propulsado por un diminuto rayo tractor.
Era una pistola.

—Esta es el arma del acusado—dijo el más gris que el gris Fualik—. ¿Puede
confirmar eso, Lectyno?

Lectyno no hizo ningún esfuerzo por mirar el arma.

—Todas nuestras armas son estándar. Todas parecen idénticas.

—Pero cada una está codificada según el tema.

—Sí.

—¿Y no ha perdido usted su arma? —Fualik se inclinó hacia delante, una


desagradable lengua babosa humedeciendo sus labios. Sabía muy bien el hecho de que
un Guardián perdiera su arma era un delito grave.

—No lo he hecho—dijo Lectyno—. Esa es... —tosió y tomó un trago del vaso de
precipitados junto a él.

—¿Y bien? —preguntó el Evaluador.

—Es decir, hasta que me la quitaron los Procuradores de la Corte—Lectyno sonrió


dulcemente.

—¡Esto no es una cúpula de actuación! —rugió Gistyho. Estaba tan animado que su
collar de Evaluador casi se sale volando. Tuvo que reajustarlo apresuradamente.

Fualik se movió rápidamente.

—Deje que el registro lo demuestre: el acusado identificó su arma—dijo—. ¡Y


tenemos esto!

La pistola flotó hasta un estante que sobresalía del mismo atril detrás del Evaluador.
El rayo tractor se desconectó y casi inmediatamente se encendió otro, produciendo una
impresión de computadora de la misma escotilla.

—Este es el informe de uso del arma del Cuartel General del Guardián. Muestra una
descarga el mismo día en que la víctima ingresó a la casa y solo tres minutos después.

197
Ahora hubo jadeos desde el banco.

—¿Puede explicar para qué disparó el arma, guardián Lectyno? —preguntó Gistyho.
Ni siquiera estaba tratando de ocultar la leve sonrisa que hizo que sus labios se volvieran
hacia ellos.

—Fue ejerciendo mi deber—dijo Lectyno.

—La ejecución de su deber—dijo el Evaluador—. ¿Y tenemos un informe de


incidentes para verificar la versión de los hechos del Guardián?

Fualik hizo un gran espectáculo al extender las manos, vacías.

—No, su eminencia.

—Bueno —dijo Lectyno—. Creo que es mejor no tener uno que falsificarlo.

El tribunal se quedó en silencio. ¿De qué podría estar hablando? Todos los del
banco intercambiaron expresiones de desconcierto. Excepto Rosytra.

Sacó un trozo de papel y se lo pasó al Evaluador, quien de repente se veía muy


incómodo. Él se lo quitó, lo miró y luego volvió a mirar hacia arriba, frunciendo el ceño. —
¿Qué es esto? —preguntó.

—Un informe similar, su eminencia—dijo Rosytra—. De hace cuarenta años—ahora


los Consejeros hablaban muy alto.

—¡Silencio en esta corte! —gritó Gistyho—. ¡Exijo silencio! —cuando el parloteo del
banco disminuyó, se volvió hacia su sobrina—. ¿Cuál es el significado de esto?

—Es el disco de su propia arma, ¿no es así? —preguntó—. De la noche en que


mataron a mi padre. Perdón, “asesinaron”.

—¡Esto es absurdo! —dijo el evaluador—. No tengo ningún caso que responder.


Está confundida, querida. Golpeada por el dolor. Le sugiero que se retire del tribunal.

Lectyno habló.

—Fue falsificado. ¿Se acuerda?

—No lo recuerdo porque no sucedió—dijo razonablemente Gistyho—. Voy a pedir un


receso—agregó—. Siento que todo este asunto desagradable está ejerciendo una gran
presión sobre los lazos familiares en este tribunal.

198
—No lo recuerda, ¿verdad? —dijo Lectyno—. Verdaderamente. O, al menos, olvida
el nombre o la cara del técnico junior que recién se iniciaba en el sistema legal en ese
entonces.

El Evaluador movió la cabeza de aquí para allá, pasando su mirada por el tribunal.

Lectyno se rio.

—Y si no lo hizo, ¿a quién busca ahora?

—A nadie.

Rosytra estaba ahora de pie.

—No te reconoce. Lo siento—ella soltó una carcajada sin humor.

Portyn se levantó para quedar de pie, de cara al Evaluador.

—Es una lástima.

Gistyho miró al Abogado con incredulidad.

—Receso—dijo y golpeó el atril con el puño. Pero nadie se movió.

—Todavía no—dijo Lectyno—. Escuchemos a este testigo clave, ¿Tío?

—Se me acercó—dijo Portyn, asintiendo—. Me avergüenzo. Pero no tenía ni idea de


por qué quería que se hiciera. Me prometió que me ayudaría en mi carrera —había una
lágrima en los ojos de Portyn ahora, pero no obstante se rio entre dientes—. Por supuesto
que no lo hizo. Pero me pagó. Y luego se convirtió en juez. Entonces no dije nada. No se
puede desafiar a un juez.

—Excepto—dijo Rosytra—, ¡en una audiencia pública!

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200
Gistyho se levantó ahora también y volvió a golpear el atril con la mano.

—No hay receso—siseó—. Tengo mi veredicto. ¡Este hombre es culpable! ¡Que se


ejecute la sentencia de inmediato!

—¡Convoquen a los Procuradores! —gritó Rosytra mientras las cámaras quedaban


inactivas.

Todos sabían lo que esto significaba.

De repente, el suelo alrededor de Lectyno se dobló y tres figuras se elevaron


lentamente desde abajo. Lectyno se puso de pie, el hombre condenado ahora rodeado
por los Ángeles Llorones. Gistyho se veía muy solemne mientras señalaba con el dedo a
su sobrino. Su otra mano se estaba moviendo hacia el control de iluminación. Apagaría
las luces del tribunal por un mínimo de milisegundo, pero en ese abrir y cerrar de ojos se
haría justicia. Este era tiempo suficiente para que el prisionero fuera desplazado y para
dar sustento a los Ángeles para mantenerlos con vida, pero no lo suficiente para que los
Ángeles festejaran y escaparan.

—¡Esperen! —el grito venía de la galería, adonde habían llegado los Procuradores
con una adición muy inesperada. Nestyra apuntaba hacia la sala del tribunal—. ¡Ese
hombre mató a mi marido!

Antes de que Gistyho pudiera reaccionar, Lectyno se movió. Se agachó entre dos de
los Ángeles y agarró su arma del estante de pruebas. Rápidamente revisó el paquete de
baterías y luego soltó un rayo láser, y el Evaluador giró contra la pared del tribunal.

—No se alarmen—gritó Lectyno, trepando por el atril y trepando por la cima—. ¡Soy
un Guardián y arresto a este hombre por el asesinato de mi padre!

Gistyho estaba desplomado contra la pared cuidando la quemadura de energía en


su brazo.

—¿No creíste que te mataría? —preguntó—. Eso sería ilegal…

El Evaluador miró a su sobrino con un rayo de esperanza en sus ojos.

—¡No! —se rio Lectyno.

201
—No cuando hay una sentencia que cumplir—dijo Rosytra—. ¿Quién en este
tribunal encuentra a mi hermano inocente del asesinato de su madre?

Todos gritaron:

—¡Inocente!

Rosytra agarró a su tío y lo empujó hacia los Procuradores que se acercaban.

—¿Y quién en este tribunal encuentra a mi tío culpable del asesinato de mi padre?

Esta vez la cancha sonó con el grito de “Culpable” por todos lados. Incluso Fualik.

Gistyho bajó los escalones hacia los Ángeles que esperaban.

—Será mejor que esperes que no reincida, muchacho, porque te visitaré en un...

—Silencio—escupió Lectyno mientras su tío estaba inmovilizado entre los Ángeles


—. ¡Despejen el tribunal! ¡Sellen las puertas!

Los Asesores y Procuradores, el Abogado y el Indicador salieron todos de la


cámara, dejando solo a la familia: Lectyno, Rosytra y su madre, Nestyra. Todos estaban
junto a la puerta, mirando a Gistyho.

—Planeamos esto para mi amado Memyno—dijo Nestyra—. ¡Espero que sea


doloroso!

Lectyno hizo salir a su madre y a su hermana antes de seguirlas sin mirar atrás.
Gistyho escuchó a su sobrino gritar:

—¡Apagad las luces!

Todo se puso negro y lo último que él escuchó fue un terrible chirrido de dientes de
piedra...

202
EL PELIGRO DE LA PROXIMIDAD SOLAR
La nave era algo hermoso. Era redonda, pero no tanto como un platillo, sino con
forma de cuenco elegante. El casco de metal blanco plateado estaba iluminado desde
dentro por la más pálida de las luces azules. Tres góndolas sobresalían del recipiente
circular exactamente a 120 grados alrededor de su circunferencia. Un suave resplandor
violeta describía cada propulsor y chorro de maniobra, incluso el motor principal.

Su impresionante diseño hizo que al Gran Mariscal le resultara aún más difícil ver su
desaparición. Pero lo que hizo fue ver.

Una enorme explosión atravesó el crucero de batalla, enviando cuerpos verdes y


escombros ennegrecidos flotando al espacio. Más misiles se apresuraron hacia el objetivo
afectado. Giraron casi incontrolablemente, esquivando los cañones sónicos defensivos de
la nave, antes de acercarse a la nave y estrellarse contra su casco. La detonación de
estos dos cohetes casi destrozó la nave plateada y envió lo que quedaba a toda velocidad
en un ángulo feo hacia el planeta Knossos de abajo.

Skaldak gruñó y ordenó que se cambiara la pantalla de visualización para mostrar la


flota enemiga. Al menos, alguna vez había sido una flota. Como la suya. La poderosa flota
Nix—Thassis de los Guerreros de Hielo había sido casi destruida en esta batalla galáctica
con una flotilla de naves Dalek.

203
204
En contraste con la elegancia marciana, una nave de mando Dalek tenía realmente
forma de platillo. Solo quedaba una: un color dorado bronceado sucio con una joroba
central redondeada en la parte superior y varias protuberancias de forma similar en la
parte inferior. Alrededor de sus bordes había líneas de luces alargadas que giraban a
medida que las naves se movían. También había tres naves Dalek de asalto de clase
Concejal más pequeñas, mucho más utilitarias en diseño: gris metalizado con dos niveles
distintos y sin adornos.

Los Daleks. Skaldak se dio cuenta de que tenía ganas de escupir. Incluso los
temibles guerreros de Marte temían a estas criaturas. El Gran Mariscal sabía que no
había vergüenza en el miedo. El miedo mantenía agudo a un guerrero. La complacencia y
la estupidez eran tanto sus enemigos como los conos motorizados de Skaro.

El sacrificio del crucero Saavid era un cálculo militar. Al ordenarle que se separara
de la formación de batalla y se dirigiera al otro lado del planeta más cercano, a los Daleks
les había parecido como si la nave estuviera huyendo, desertando. De hecho, Skaldak
había enviado una capa de transmisiones subespaciales maldiciéndolos por abandonar
sus puestos y amenazas de venganza y castigo. Estaban codificados, pero no tan
fuertemente como para que los ordenadores de cifrado Dalek no pudieran decodificarlos.

La estrategia de Dalek siempre era exagerada. Habían enviado dos naves de asalto
donde una lo habría hecho de sobras. Querían asegurarse la ventaja estratégica y, al
hacerlo, se la habían cargado. Por ahora, cuando las dos naves Dalek se movieron para
destruir completamente a la Saavid, arrojó su núcleo de hiperimpulsión justo entre las dos
naves enemigas.

—Hacedlo—dijo Skaldak con los dientes apretados en una sonrisa sombría.

Una ola de energía disparada por el cañón de impulsos atravesó los cielos. Uno
impactó el núcleo y hubo un destello cegador que tardó unos momentos en desaparecer
de la pantalla. Luego, la onda de choque golpeó a la propia Thassis, lo que provocó que la
plataforma de mando temblara ligeramente a pesar de su blindaje. El efecto en las naves
de asalto de los Daleks fue devastador. Casi literalmente habían sido atomizadas. La
explosión del núcleo había destruido las naves y su tripulación, dejando nada más grande
que una cúpula Dalek flotando en el espacio.

205
—Confirmad el número de enemigoss —dijo, recostándose en su silla de mando—.

—A loss Dalekss ssolo less quedan dos navess, Gran Mariscal —respondió un
guerrero—. Un ssaltador de mando y una nave de assalto.

—Nossotross todavía tenemoss tress—agregó otro—. Nossotross y doss


desstructoress.

Skaldak sonrió en la penumbra. Vestía como sus guerreros. Evitaba los cascos
enjoyados y la armadura más elegante y flexible que usaban algunos Señores del Hielo.
Podría haber sido más cómodo, pero la protección que brindaba era escasa. No servía
para el combate real. Y Skaldak vivía para el combate.

Como sus guerreros, su armadura era robusta: un cuerpo principal sólido con piezas
flexibles para piernas y brazos; un bláster sónico montado en su antebrazo; y todos en
color verde oscuro, y cubiertos de gruesas escamas para imitar su naturaleza reptil.
Incluso el casco tenía este patrón y albergaba una unidad de visualización frontal en sus
oculares rojos. La transmisión de realidad aumentada le decía todo sobre los guerreros
que podía ver en la plataforma de mando: signos vitales, desempeño en el combate,
historial militar y salud mental. Cada uno de ellos funcionaba a nada menos que el 82 por
ciento.

—Desseo hablar con mi hija —dijo Skaldak.

—Conectando con el desstructor Hathaar—confirmó el guerrero de las


comunicaciones.

La imagen de una verdadera Guerrera del Hielo apareció en la pantalla redonda,


llenándola. Ella era magnífica. Un poco más esbelta que sus homólogos masculinos, Iclar
también se había acostumbrado a llevar la coraza de una Dama de Hielo, como
correspondía a su posición. Esto podría haber molestado a su padre, pero para el deleite
de Skaldak, ella había ordenado al Armero en Jefe que mejorara su inadecuada
protección de combate e incluso había agregado algunas modificaciones de su propia
invención. Llevaba en su cintura la espada ceremonial del comandante de una nave y una
capa lavanda ondeaba detrás de ella cuando se volvió.

—¡Padre! —sonrió—. Ahora tenemoss la ventaja esstratégica.

206
—La tenemoss—respondió—. Y debemoss ussarla bien, porque loss Dalekss sson
un adversario asstuto y poderosso.

Ella inclinó la cabeza.

—Por ssupuessto, gran marisscal.

Skaldak se rio. Por supuesto que estaba bien que se dirigiera a él por su rango, pero
sonaba extraño. Nunca había pensado en usar el de ella. Para él, ella siempre sería su
shsurrin: su pequeña dama.

—¿Cuál ess tu plan? —preguntó, todavía sonriendo a su padre.

Los guerreros en la cubierta de mando del Thassis no podían evitar sonreír también.
Por supuesto, lo ocultaban porque nadie quería provocar la ira de su Gran Mariscal. Lo
que no sabían era que él nunca los reprendería por ello. Después de todo, si los
marcianos no podían reconocer los lazos familiares y celebrarlos, ¿cómo iban a ser
mejores que los malvados conos de odio con los que estaban luchando?

—No debemoss perder la ventaja numérica que tanto noss ha costado ganar—
comenzó Skaldak—. Debemoss actuar con cautela ahora. La acción precipitada que
parece valiente en el momento ssólo sservirá para iluminar el camino hacia nuestra
condenación ssegura.

—Ssoiss todo un poeta cuando oss apetece, padre.

Skaldak volvió a reír.

—Ssabess que me gusstan lass canciones de antaño —dijo.

En ese momento, sonó una alarma, lírica pero urgente.

—Actividad Dalek dessconocida—informó un guerrero.

—Hablaremoss máss tarde—dijo Iclar.

Cortó las comunicaciones; ella conocía una emergencia cuando la escuchaba.

—¿Qué quieress decir con “dessconocida”? —dijo Skaldak—. ¿Qué esstán


haciendo? ¡Mosstrádmelo!

La pantalla cambió para mostrar el platillo de comando Dalek. Todavía estaba muy
lejos, muy lejos del alcance efectivo de las armas, pero de las cúpulas de la parte inferior

207
salían rayos extraños: tenues y de un blanco verdoso, casi como reflectores. Estaban
iluminando el casco tanto del Hathaar como del otro destructor, el Azax.

—Loss rayoss también esstán en nuesstra nave, Gran Marisscal.

—¿Cuál ess ssu efecto? —Skaldak ahora se inclinaba hacia adelante, con urgencia.

No le gustaba lo desconocido. Y cualquier cosa desconocida que tuviera que ver con
los Daleks significaba problemas. Eran tan taimados como despiadados, y si pudieran
obtener una ventaja mediante un acto deshonroso, no lo pensarían dos veces.

—Noss ess dessc…

—Ssí, ssí, ssí —siseó Skaldak—. Dessconocida. Lo ssé—se volvió hacia la estación
científica—. Esstoy essperando un análisis vuestro.

El oficial científico estaba mirando su pantalla.

—La longitud de onda ess inussual—dijo—. No ess un esscáner—ahora se volvió—.


Creo que ess un intento de piratear nuesstro ssisstema, Gran Marisscal.

—Ssacadnoss del alcance. ¡Ahora! —gritó Skaldak—. Transsmitid essta información


a la flota. Quiero perssonal adicional en funcioness de ataque cibernético. Nada passa a
través. ¡Nada de nada!

Las naves marcianas se apresuraron a alejarse del platillo Dalek, dirigiéndose hacia
las estrellas gemelas del sistema. Mientras lo hacían, la Azax empezó a desviarse de su
curso. Sus motores chisporrotearon por un momento y luego se apagaron. Mientras las
otras dos naves seguían moviéndose, se quedó atrás. Claramente, el ciberataque a los
sistemas del destructor había tenido éxito.

Al ver esto, Skaldak ordenó su propia nave volver, pero ya era demasiado tarde. La
última nave de asalto Dalek se había acercado detrás de ellos, ametrallando a la
desprotegida Azax con fuego láser, cortando una de las góndolas y dejando profundas
cicatrices en el casco de la nave dañada.

Puede que hubiera inutilizado el vehículo marciano, pero la nave de asalto Dalek
estaba ahora dentro del alcance de tiro de la Thassis.

—¡Abrid fuego! —ordenó Skaldak—. ¡Todass lass armass!

208
Misiles, disparos de cañones sónicos y láseres de impulso arrasaron el vacío
estrellado, infligiendo múltiples impactos en la nave Dalek. Pero en lugar de alejarse
cojeando, la pequeña nave redonda aceleró hacia la masa inclinada del destructor
marciano. Daleks salían de los puertos de acceso, ¡abandonando la nave!

Skaldak respiró hondo mientras veía cómo se estrellaba contra la cicatriz más
profunda de la piel exterior de la Azax. Un momento después, una explosión floreció en
tonos de naranja y amarillo, partiendo al destructor en dos.

—Apuntad a loss individuoss Dalekss—dijo rotundamente—. Assegúraoss de que


ninguno ssobreviva.

Mientras el equipo de armas buscaba a los Daleks vivos que se escondían entre los
restos del destructor, Skaldak ordenó un informe de sus otros departamentos. El Oficial
Científico confirmó que las tres naves marcianas habían sido afectadas por el ciberataque
Dalek. Esto había debilitado sus cortafuegos y permitió que el enemigo implantara un
virus informático en los tres buques de guerra. Como el más cercano al platillo Dalek,
había sido el Azax el que había caído primero. Sin embargo, debido a la rapidez de
pensamiento de Skaldak, esto había permitido que los otros equipos científicos y de
ordenadores analizaran el virus y lo combatieran.

—Me ssiento como un idiota ssi esstáss a punto de darme malass noticiass—dijo
Skaldak.

El oficial científico inclinó la cabeza.

—Ssí, Gran Marisscal.

—¿Y bien?

—Antess de que sse dessconectara, el viruss Dalek logró dañar las funciones de
control del hiperimpulssor y loss esscudoss tanto en el Thassiss como en el Hathaar.

Skaldak estaba de pie.

—¿Iclar?

—Aún contamoss con ssoporte vital, comunicacioness, motor de ssubluz y armass


de corto alcance—concluyó el oficial—. Amboss lo hacemoss. Vuesstra hija esstá a
ssalvo, gran marisscal.

209
—Esstá bien que ssea assí... —gruñó el viejo guerrero. Tenía visiones terribles de
hasta dónde llegaría si los Daleks dañaban a su amada descendencia. Estaba seguro de
que no terminaría bien para ninguna de las partes. Entonces lo golpeó—. ¿Ssolo
tenemoss armass de corto alcance?

El Oficial Científico confirmó que esto era así y Skaldak estrelló uno de sus puños
verdes acorazados en la palma de su otra mano.

—¡Entonces somos ratass de arena en una fisura de roca! —si las naves Daleks
pudieran moverse más rápido y tuvieran armas de mayor alcance, poco podrían hacer los
marcianos para defenderse—. Debemoss concentrarnoss en una cossa: la potencia de
fuego de loss Dalek debe sser anulada.

—Nunca hemoss podido hacer esso en el passado, Gran Marisscal—dijo el Oficial


Científico.

—La obligación ess el padre del dessarrollo—dijo Skaldak—. Encontraráss una


forma. Esstoy seguro. Pero llevará tiempo. Tenemos que darnoss a nossotross missmoss
la ventaja que podamoss—miró la pantalla de visualización. Mostraba que las estrellas
binarias parecían cada vez más grandes a medida que viajaban hacia ellas—. Y pueden
sser la resspuessta—dijo señalando al visor.

Explicó que podrían usar los campos de gravedad de las estrellas dobles como un
medio para escapar de los Daleks. Sin importar lo rápido que pudiera ir el platillo de
comando restante, los marcianos podrían superarlos y escapar usando los soles como
onda.

Skaldak sonrió.

—Loss Dalekss puede haber cortado nuesstrass alass—dijo—. Pero, ¡nossotross


volaremoss, ssin embargo!

Rápidamente le transmitió su plan a Iclar. Mientras lo hacía, sintió que


experimentaba ansiedad. Trató de reprimirla, pero la sensación le era ajena; era la
primera vez en su vida adulta que tenía tal sentimiento.

—No tenéiss esscudoss—dijo—. El peligro de la proximidad ssolar ess agudo. Ssi


nuesstro cursso noss acerca demassiado a lass esstrellass gemelass, loss niveless de
radiación freirán a todoss loss que esstán a bordo.

210
Requeriría precisión, y Skaldak normalmente no habría dudado en seguir el plan.
Pero su hija, Iclar, le había hecho reflexionar. Ella asintió.

—Lo ssé, padre—ella estaba tranquila y él sintió que el orgullo se hinchaba en su


interior, venciendo los nervios.

—Por esso estamos haciendo loss cálculoss máss precissoss que podamoss antess
de llegar a loss ssoless binarioss—le aseguró ella, sonriendo—. Puedo hacer essto, padre
—dijo—. Porque ssoy tu hija.

—Eress tu propio sser —respondió Skaldak—. Y esstoy máss orgullosso de ti que


de nada en toda mi vida.

Pasó un momento de silencio y parecía como si no hubiera nadie más en ninguno de


las naves mientras se miraban la una al otro.

—¡Que assí ssea! —dijo Skaldak triunfalmente—. ¡Venceremoss a loss Dalekss y


regressaremoss a cassa, heroína!

Luego se volvió para dirigirse a la plataforma de mando, enviando sus palabras a


toda la nave a través del sistema de direcciones.

—¡No vencí a la Herejía de Foboss para que mi flota fuera desstrozada por un
demonio metálico de odio! —señaló al oficial de comunicaciones—. Assegúraos de que
los Daleks puedan oír esto...

El Guerrero de las comunicaciones alteró la matriz y luego asintió con la cabeza al


Gran Mariscal.

—Esscuchadme, Dalekss. Dañadnoss a uno de nossotross y noss dañaréiss a


todoss. Por lass lunsas, essto lo juro.

Una voz chirriante regresó en respuesta.

—Los juramentos no significan nada. Los Daleks conquistan y destruyen. ¡Seréis


exterminados! ¡Ese es vuestro destino!

—¡Ya lo veremoss! —Skaldak hizo un gesto para cortar la señal.

Sabía que los Daleks estarían conspirando para contrarrestar el plan marciano.
También sabía que no abandonarían su nave para intentar abordar la Thassis. No podían

211
simplemente dejar sus naves y salir volando. Eran susceptibles al armamento sónico,
como había demostrado Skaldak cuando intentaron huir de su anterior ataque kamikaze.

Las dos naves marcianas se acercaban ahora a las estrellas gemelas Samox y
Delox. Aunque eran descritos como gemelas, Samox era más roja y más pequeña que su
hermana mayor, Delox. Pero el tamaño no contaba en este caso. Era la densidad. Y la
más densa de las dos era Samox. Era esa estrella la que necesitaban para darles el
mayor impulso, catapultándolos a velocidades cercanas a la de la luz y permitiéndoles
escapar de los Daleks y regresar al espacio marciano donde el platillo solitario no se
atrevía a seguirles.

—Gran Marisscal, creemoss que tenemoss un plan.

Tanto los equipos de ciencia como los de armas habían estado trabajando juntos.
Creían que podían modificar la matriz de deflectores de la nave para realizar una
macrotransmisión, dirigida a la nave Dalek. Usarla de tal manera quemaría el dispositivo
marciano, pero, si usasen el filtro de longitud de onda correcto, el efecto sería desactivar
todo el armamento Dalek en el casco del platillo.

Skaldak sonrió.

—Lo habéiss hecho bien—les dijo a los dos guerreros—.

—Hay una sserie de variabless que no podemoss garantizar—respondió el oficial


más alto—.

—Hacedlo.

Los oficiales saludaron y se alejaron para tomar posiciones en sus puestos.

—Macrotranssmissión de la longitud de onda del filtro K en cinco, cuatro, tress...

Skaldak observó la pantalla mientras el enorme plato en el casco de la nave enviaba


un pulso dirigido al platillo Dalek. No tuvo ningún efecto visible, pero Skaldak quería
probar el resultado. Ordenó a su nave que redujera la velocidad. Un piloto preguntó si
deseaba que la Hathaar hiciera lo mismo.

—No, dejad volar a mi hija—dijo—. Quiero ver cómo de dessdentadoss sse han
vuelto esstoss Dalekss.

Efectivamente, cuando el platillo se cerró al alcance de las armas, no dispararon.

212
—¡Ja! ¡Esstán dessarmadoss!

Skaldak estuvo tentado de volverse contra los Daleks en ese mismo momento, pero
sabía cuántos Daleks contenía la nave. Enviarían naves patrulleras o aerodeslizadores.
Demasiados para los armamentos reducidos que tenía ahora su nave. Pero al menos
podrían huir a salvo.

Con la nave de Iclar ya por delante de la suya, Skaldak le ordenó que fuera primero.
Tendría que dirigir su nave con cuidado: manteniendo la distancia exacta de la estrella
para no verse abrumada por la radiación, pero lo suficientemente cerca para maximizar el
efecto de la gravedad estelar en la velocidad de la nave.

Cuando la Hathaar entró en órbita solar, aceleró alejándose del crucero de batalla de
Skaldak. Esto era de esperarse. Solo les llevaría unos minutos dar la vuelta al sol,
ganando velocidad exponencialmente hasta que salieran disparados de la estrella como
un rayo bien apuntado de un arco.

—¡Gran Marisscal! —chilló el Oficial Científico.

—¿Qué? —a Skaldak no le gustaba el sonido de eso.

—¡Loss Dalekss, han esstado transsmitiendo!

—¿Transsmitiendo el qué?

—Lecturass falssass. Al Hathaar.

—¡Comunicadme con Iclar! ¡Ahora! —gritó, levantándose de su asiento para


acercarse a la pantalla.

El rostro de la hija de Skaldak llenó la enorme pantalla de visualización. Ella se veía


malhumorada.

—Noss han engañado—dijo—. Te he fallado.

Skaldak tropezó hacia adelante.

—Nunca—dijo—. ¡Corregid vuesstro cursso!

Ella negó con la cabeza y Skaldak sintió que se le encogía el estómago al ver una
lágrima en la mejilla de su hija.

213
—No podemoss—dijo—. Han transsmitido lecturass falssass a nuesstra matriz.
Esstamoss demassiado cerca del ssol. Nuesstra órbita de Ssamox... decaerá. No hay...
nada...

No pudo terminar la oración y Skaldak extendió una mano hacia su imagen en la


pantalla.

—Iclar. Mi shsurrin...

Ella estaba llorando ahora. El miedo y la pérdida del orgullo la llenaron. Skaldak
sintió todas las emociones con ella.

—¡Rayoss de tracción! —rugió. A pesar de las afirmaciones de los técnicos de que


no servirían de nada, lo intentaron de todos modos. Iclar le rogó que se detuviera; que no
se acercara demasiado. Si las lecturas de su nave habían sido manipuladas, también
podría serlo Skaldak.

—Lo ssiento, padre —dijo Iclar.

—Despejad la cubierta de mando —dijo Skaldak en voz baja.

Sin un murmullo, los guerreros abandonaron sus puestos, avanzando


silenciosamente a través de las puertas, que luego se cerraron detrás de ellos.

—Ssolo esstamoss nossotross ahora, shsurrin—Skaldak se permitió sentir la ola de


emoción y dejó que se apoderara de él. Mientras las lágrimas caían de sus propios ojos,
se las arregló para decir—. Vamoss a cantar juntoss lass viejass cancioness, Iclar. Mi
dulce, dulce niña.

Y eso es lo que hicieron. Como lo habían hecho cuando ella era pequeña y él la
había tenido en sus brazos. Las canciones de antaño, sus favoritas. Las canciones de la
nieve roja…

Los Guerreros regresaron a la cubierta de mando para encontrar al Gran Mariscal


desplomado en su silla y la pantalla mostraba estática. Miró hacia arriba cuando el oficial
superior de cubierta se le acercó.

214
—Decídsselo a la tripulación—dijo Skaldak—. No tengo la intención de permitir que
loss Dalekss ssobrevivan a essto. Aquelloss que no quieran esstar conmigo pueden ussar
lass cápssulass ssalvavidass para irsse.

El oficial de cubierta saludó.

—Hablo en nombre de toda la tripulación, gran marisscal. Todoss esstamoss con


ussted.

Skaldak cerró los ojos.

—Graciass—dijo. Entonces sus ojos se abrieron de golpe y apretó los dientes—.


Entoncess comencemoss.

Emitió urgentemente varios comandos rápidos, contando a los pilotos y navegantes


su plan. No se lanzarían con la onda usando la gravedad de la estrella. Esto era lo que los
Daleks esperaban, de hecho, que hicieran. Como era totalmente posible que intentaran
engañar a sus instrumentos y llevarlos al aura de radiación del sol, como había hecho la
Hathaar, la estrategia marciana sería hacer que los Daleks pensaran que estaban
haciendo esto mientras en realidad realizaban una maniobra diferente.

—Esstaremoss máss lejoss de la esstrella—explicó Skaldak—. Essto parecerá una


gran precaución para loss Dalekss. De hecho, ess porque no desseamoss esscapar.
¡Desseamoss atacarless!

La Thassis cayó en su órbita solar y la nave comenzó a moverse más rápido con
cada segundo. Skaldak se agarró a su silla de mando y ordenó que se mostrara el platillo
en la pantalla. Gruñó cuando lo vio girar lentamente en el espacio, con aire de suficiencia,
como si nada pudiera tocarlo.

—Velocidad de Esscape alcanzada—dijo uno de los pilotos.

—Essperad—ordenó Skaldak—. ¡Quiero velocidad de embesstida! ¡Todoss loss


guerreross que sse preparen para el embarque!

—Gran Marisscal, ssi loss embesstimoss, ssimplemente sseremoss rebotadoss con


ssu cassco—dijo el oficial científico—. No podremoss abordar.

215
—¡Lo haremoss ssi maniobramos a loss sin góndola para que actúen como
ganchoss de agarre! —dijo Skaldak. Sonaba un poco loco ahora y todos los guerreros
sabían que saborearían la sangre ese día, ya fuera la suya o la del enemigo.

—Velocidad de embesstida—confirmó el piloto.

—¡Ahora! —gritó Skaldak y el crucero de batalla salió del pozo de gravedad solar y
se precipitó hacia la nave de mando Dalek a una velocidad aterradora. Skaldak miró la
pantalla sin pestañear mientras el platillo se hinchaba en su vista—. ¡Que todoss loss
guerreross sse preparen para abordar en la cubierta principal de assalto! Y esstableced la
autodesstrucción en diez minutoss—entonces el Gran Mariscal se levantó y se levantó de
su silla por última vez.

En el puente del platillo de mando, un Dalek Dorado estaba recibiendo nuevos flujos
de información por segundo. A su alrededor, las formas oscuras, casi negras, de los otros
Daleks se deslizaban de un lado a otro, haciendo ajustes, afinando los motores, tratando
de volver a conectar los conjuntos de armas externas. Cuando el crucero de batalla
apareció repentinamente desde el otro lado de la estrella, Samox, fue un escenario
totalmente inesperado, y los ordenadores de batalla luchaban para contrarrestarlo.

Tal como estaban las cosas, el Dalek Dorado no tuvo tiempo de emitir una orden
para retirarse o evitar la nave marciana que se aproximaba. Nunca se había contemplado
la idea de que los Guerreros de Hielo los embestirían. Esto era algo que el Dalek Dorado
estaba decidido a rectificar a su regreso a Skaro. Cuando las dos naves chocaron,
muchos Daleks cruzaron la cubierta a toda velocidad, chocando contra bancos de
ordenadores o mamparos y sufriendo daños.

—Brecha en el casco. Niveles nueve a diecisiete —entonó un Dalek de voz profunda


—. ¡Alerta de intrusos! —gritó otro—. ¡Alienígenas entrando en las esclusas de aire:
nueve delta, trece lambda y dieciséis épsilon!

—Todos los Daleks a las posiciones defensivas—ordenó el Dalek Dorado. Su voz


tenía un tono ligeramente más alto que los demás—. ¡Defended! ¡Defended!

216
Por toda la nave, los Daleks dejaron sus trabajos secundarios para converger en la
sección donde habían entrado los Guerreros de Hielo.

En la esclusa de aire, era una carnicería. Como había sospechado Skaldak, los
Daleks no estaban preparados para un movimiento tan poco ortodoxo. Sus Guerreros
habían tomado por sorpresa a los Daleks que ya estaban allí y pudieron establecer una
cabeza de puente entre las dos naves. Había dos entradas que daban a la entrada de la
esclusa de aire, ambas redondas y tachonadas con un diseño circular de Dalek. A medida
que los monstruos de metal se filtraban, los Guerreros de Hielo los golpeaban, los blásters
sónicos se colocaban en sus antebrazos haciendo vibrar las pieles de Dalekanium y
explotando a los mutantes alojados en su interior.

Skaldak era parte de la vanguardia en esta batalla, matando a Daleks a su izquierda


y derecha, avanzando, tomando más de la nave. Naturalmente, los Daleks estaban
luchando duro, sus gritos de batalla de “¡Ex-ter-mi-nar!” resonaban por todo el platillo. Los
oficiales y los guerreros caían cuando los palos de las pistolas Dalek los bañaban en su
radiación negativa.

En un momento, los Daleks se retiraron e intentaron usar una de sus armas


químicas contra los marcianos, pero Skaldak era demasiado astuto para eso. En el
momento en que los Daleks dejaron de intentar matar, el Señor del Hielo supo que algo
no estaba bien y ordenó a todos sus Guerreros que activaran sus placas frontales. Esta
era una sección especial del casco marciano que se cerraba a través de la sección de la
boca abierta, actuando como un casco espacial y un respirador.

Los Guerreros que penetraban en las otras esclusas de aire carecían de su


experiencia de batalla y no pensaron en hacer esto, lo que les costó caro. Una de las
fuerzas de asalto había sido prácticamente aniquilada. Esto permitió a los Daleks
contraatacar y abordar el crucero de batalla marciano.

—Penetrando en la nave enemiga—informó uno de los Daleks grises, su voz


transmitida al puente del platillo.

—Encontrad el puente de mando—ordenó el Dalek Dorado—. Exterminad toda la


resistencia.

—¡Yo obedezco!

217
Pero no hubo resistencia. Todos los marcianos se habían marchado para abordar la
nave Dalek o para intervenir, como lo llamaba Skaldak. Esto implicaba que unidades
seleccionadas tomaran los cañones sónicos móviles de la bodega y los llevaran flotando
hasta el platillo, magnetizando las armas hasta el casco del Dalek y abriendo fuego sobre
cualquier objetivo que pareciera crucial: nodos de energía, relés de comunicaciones y
similares. El Dalek Dorado ya había enviado unidades flotantes para ocuparse de ellos.

Cuando los Daleks llegaron a la plataforma de mando de los Guerreros de Hielo,


encontraron una gran cuenta atrás en la pantalla de visualización. El líder del escuadrón,
ligeramente asustado, respondió.

—¡El enemigo ha activado la autodestrucción del crucero! Debemos retirarnos.


¡Retirada!

A estas alturas, Skaldak había dirigido su fuerza a través de la sección central del
platillo, directamente debajo del puente, que estaba alojado en la cúpula de la superficie
superior. Fue entonces cuando explotó la Thassis, llevándose consigo una enorme cuña
del platillo. La nave Dalek ahora colgaba en el espacio como un manjar redondo que
había sido mordido por un depredador hambriento.

Con la nave Dalek cayendo ahora también en las estrellas gemelas, Skaldak
condujo a sus Guerreros al puente. Masacraron a todos los enemigos que encontraron en
los pasillos. Por cada veintena de Daleks que mataban, se perdía un Guerrero. Incluso
con esas probabilidades, era una batalla desigual y siempre parecía haber más Daleks,
inundando desde cada corredor, reemplazando a los que ya habían caído.

Finalmente, sin embargo, Skaldak y sus tropas llegaron al corazón de la nave.


Volaron a los dos guardias Dalek apostados a ambos lados de la entrada arqueada y
marcharon tranquilamente hacia el puente. El Dalek Dorado se volvió hacia ellos cuando
entraron. Otros dos Daleks gris oscuro abrieron fuego contra los dos guerreros que
flanqueaban a Skaldak. Los cuatro enemigos se mataron entre sí, dejando solo a los dos
líderes.

—No has ganado—dijo el Dalek Dorado, exagerando cada sílaba, la satisfacción era
evidente en su voz a pesar del filtro electrónico.

—¿Ganar? —Skaldak se pavoneó hacia adelante—. ¡No sse trata de que ganemoss
nossotross!

218
—La nave está fuera de control. Pronto entraremos en el campo de radiación de la
estrella.

Skaldak se acercó a la vara ocular del Dalek.

—¡Se trata de que perdáiss vossotross!

—Tu declaración es ilógica—dijo el Dalek Dorado—. Vamos a escapar usando


tecnología temporal más allá de la comprensión de los Guerreros del Hielo.

—¡Como ssea que noss llaméiss, no oss dejaremoss esscapar!

—No tenéis elección—el Dalek Dorado se alejó. Su arrogancia frente a un guerrero


Señor del Hielo marciano era asombrosa.

Skaldak gruñó.

—Matassteiss a mi hija. La matassteiss justo ante miss ojoss. Essto no ssignificará


nada para vossotross, lo ssé. Pero noss ssubesstimáisss, Dalekss. ¡Ssabemoss ssobre el
disseño de vuesstro puente! —aun así, el Dalek lo ignoró—. ¡Ssabemoss que exisste un
control maesstro para maximizar la alimentación de energía del Dalekanium!

Ahora el Dalek Dorado se volvió hacia él, con el cañón levantado.

—Ext...

Pero ya era demasiado tarde. Skaldak ya estaba disparando su propia arma. El


Dalek Dorado se congeló antes de comenzar a vibrar, temblando de un lado a otro
mientras el humo salía de las rejillas de ventilación sobre su arma y el brazo manipulador.

Finalmente, su cúpula explotó y quedó inmóvil.

Skaldak cruzó el puente y le pegó una patada al caparazón del Dalek Dorado por el
suelo. Luego se trasladó al mecanismo que controlaba las alimentaciones de energía del
Dalekanium. Podía sentir la temperatura subiendo. Debían estar cayendo hacia el sol.

219
Con una mueca y un beso de puño en honor a Iclar, los volvió al máximo. Aunque
todos los marcianos habían caído en este punto, todavía había una gran cantidad de
Daleks en toda la nave. Pero ahora cada uno explotó cuando la energía de la que se
alimentaban se sobrecargó.

Ahora no había nadie más en todo la nave. La plataforma comenzó a inclinarse


cuando fallaron los amortiguadores giroscópicos. Skaldak se quedó de pie, mirando la
pantalla Dalek y sobre ella la superficie en llamas de Samox. Estaría feliz de morir de la
misma manera que su hija. Era apropiado.

Mientras el Gran Mariscal se preparaba para la muerte, apareció un mensaje en la


pantalla informándole que el transmisor de tiempo estaba preparado. Le seguía un
mensaje pidiendo coordenadas de espacio—tiempo.

Skaldak miró alrededor del puente. La plataforma elevada para el Dalek Dorado, los
bancos de ordenadores y las estaciones de control. La puerta redondeada que conducía
desde ella y hacia la izquierda, una puerta sellada más pequeña. Un ascensor brillante
venía de debajo. Escape, había dicho el Dalek, utilizando tecnología temporal. Pero el
Dalek tenía razón: Skaldak no tenía idea de cómo manejarlo. Volvió al mensaje en la
pantalla. Ahora estaba parpadeando.

El Gran Mariscal encontró algunos controles al lado de la puerta y pulsó al azar en el


teclado. Apareció una serie de números y letras en la pantalla principal. Skaldak se

220
balanceó ligeramente ahora, el calor era tan intenso que apenas podía concentrarse. La
puerta se abrió y Skaldak entró.

Viviría. Por ahora. Para ella.

Solo esperaba que dondequiera que esta cosa lo enviara, hiciera frío allí...

221
EL ENIGMA DE LA SORORIDAD
Lloré cuando destruyó a Phaester Osiris. Mi hermana también, porque amaba
nuestro mundo natal como yo. Nos consolamos la una a la otra por un tiempo. Y luego
buscamos venganza. Sutekh había matado a muchos miembros de la corte y a
numerosos miembros de nuestra familia. Sin embargo, Horus, nuestro noble líder, nos dijo
que no buscaríamos venganza; buscaríamos justicia. En ese momento, no me importaba
cómo lo llamara, solo quería ver a la repugnante criatura ahogada en la misma
aniquilación que había derramado sobre nuestra casa. ¿Cómo pude haber adivinado en
ese momento que este deseo por su muerte conduciría a mi propia destrucción?

Horus dirigió a los 740 osirianos restantes en una búsqueda para perseguir al
cobarde a través de la galaxia y castigarlo. Todos estábamos relacionados y, como tal,
éramos una familia alimentada por la ira y el remordimiento. Nuestra enorme nave peinó
las estrellas, buscando al portador de la oscuridad y sus huellas no fueron difíciles de
encontrar. Formó un camino de caos y muerte a través de la mitad del cosmos, sin dejar
nada más que polvo y oscuridad a su paso.

Podríamos haber capturado a Sutekh varias veces, pero habría significado la


pérdida de una vida inteligente. Horus no lo permitiría. Pensó que las pequeñas criaturas
no solo eran nuestra responsabilidad, sino también, de alguna manera, nuestros
parientes. Estaba decidido a mostrarse mejor que su hermano. Nosotros también
teníamos que ser vistos bajo esa luz. Sin embargo, había muchos que habrían sacrificado
gustosamente sistemas enteros para enfrentarse al que había incendiado Phaester Osiris.

222
Después de muchos años de persecución, las fuerzas reunidas de Osira por fin
estuvieron a punto de capturar Sutekh. Estaba acorralado en un mundo distante donde los
nativos habían dominado los principios geodésicos y se habían convertido en expertos en

223
manipular el espacio-tiempo en singularidades. No sabíamos qué había atraído al maligno
allí, pero cuando lo encontramos, manipuló su ciencia para servir a sus propios propósitos
y se fugó.

Debido a la proximidad de nuestra persecución, pudimos seguirlo de cerca y, a


pesar de usar una piedra imán para viajar hacia adelante en el continuo espacio-tiempo
nuevamente, rastreamos su movimiento hasta un enorme gigante azul con nubes de
venenos arremolinadas. Los llamados Terriores, una especie local de guerreros con cara
de perro que ocupaban el borde exterior del sistema, habían apodado al mundo Zulíter.
Este iba a ser el último lugar de descanso de Sutekh. O eso creíamos mi hermana y yo.

—¡Hathor! ¡Khonsu! —exclamó Horus a modo de saludo.

Todos los Osirianos habían sido convocados a su sala de audiencias en la parte de


proa de la nave. Era un triángulo palaciego de suelo, forrado con asientos acolchados. Ya
estaban allí muchos de nuestros nobles primos, cada uno con un rostro diferente al
siguiente y cada uno con la túnica de la fisonomía; ropa que contradecía nuestra
verdadera naturaleza y poderes. Horus, el que tenía cabeza de halcón, naturalmente
vestía túnicas blancas adornadas en oro, porque su poder era como el del sol y las
estrellas combinados. Solo Sutekh lo igualaba.

Mi hermana, Hathor, llevaba un hermoso vestido del color de las antiguas estrellas
rojas que se adherían a su figura, exagerando cada curva. Su cabeza abovedada era de
un amarillo dorado y hoy lucía un rostro humanoide con cabello largo y suelto de un azul
profundo y sus ojos brillaban con un rojo granate profundo. Se había vestido para la
ocasión porque ella y Horus habían sido amantes.

Para mí, había seleccionado un traje de corte similar de la seda cobalto más oscura
con ribetes blancos en la muñeca, el hombro y alrededor del escote pronunciado. Al igual
que mi hermana, también había elegido un rostro humano, pero verde, no amarillo, y en
lugar de cabello, mi cúpula era del mismo azul profundo que mi túnica. Hathor y Horus
podrían haber sido amantes, pero yo sabía la fascinación que sentía por él.

—Lord Horus—dijimos al unísono. Nos gustaba hacer eso.

Nos sentamos y esperamos a que llegaran los que llegaban tarde. La última fue, por
supuesto, Bastet. Ser una diosa gata la hacía siempre caprichosa: voluble y dócil a la ley

224
de nadie más que a la suya propia. Si ella no hubiera sido la última Osiriana en entrar, se
habría enojado y podría haberse llevado al fondo del asiento para enfurruñarse.

De hecho, vino a sentarse junto a nosotras en el banco delantero, moviéndose con


esa gracia vigorosa que tenía, vestida muy ajustada de negro y oro con el rostro de una
leona. No cabía duda de su aplomo y belleza, pero no estaba interesada en absoluto en
Horus. Ella prefería a Anubis. Esto, por supuesto, solo servía para que Horus la deseara
más. Hathor y yo la saludamos con amplias sonrisas que se desvanecieron cuando apartó
la mirada.

—Nos reunimos—entonó Horus.

Todos se sentaron. Este era el llamado común de atención e incluso Bastet parecía
alerta.

—¡El Ojo está completo! —anunció Horus.

Una procesión de servidores entró tras Horus. Nuestros robots podían parecer
extraños a ojos ajenos. No parecen ser mecánicos para nada. Pues no eran máquinas.
Estaban controlados por citrónicos, un tipo de proyección física, que les permitía ser
construidos como una sencilla estructura de cables emulando una forma humanoide. Esto
estaba cubierto en ataduras que estaban impregnadas químicamente para protegerlas
contra el daño y la putrefacción. Cuando eran nuevas, estas tiras de ropa eran del blanco
más puro, cegador incluso. A lo largo del tiempo, sin embargo, se gastaban y cogían una
apariencia con un color más a crema.

Estos robots particulares llevaban todos una cruz dorada diagonal de seda en su
pecho que les marcaba como sirvientes de Horus. El primer grupo formaban nueve y
cuatro más servidores siguieron. Estos vestían ataduras doradas desde la cabeza a los
pies, algo que nunca habíamos visto antes y que levantó murmullos entre la multitud.
Horus no era nada más que un hombre de espectáculos.

Entre ellos, los cuatro robots dorados cargaban una gema gigantesca de color rojo,
totalmente pulida y latiendo levemente como si tuviera un latido de corazón. Este era el
instrumento que Horus había estado construyendo para llevar a cabo su voluntad de
contener a Sutekh sin destruirle. Personalmente, me habría gustado ver al monstruo con
cabeza de chacal lanzado en un crisol decadrón y olvidado. Pero esto no debía ser, así
que di golpes con mis pies junto con los demás súbditos adoradores de Horus.

225
Los cuatro servidores especiales llegaron a un punto hacia el ápice del suelo
triangular y se detuvo. Un segmento de suelo se desvaneció y fue sustituido por un altar
dorado que parecía como un árbol o una flor. En la parte superior había una hendidura.
Ahora Horus avanzó. Sacó la gran gema de su transporte y la colocó en el árbol para que
encajara perfectamente en la cavidad.

—Todo está preparado—gritó Horus—. ¡Para que mi hermano esté a nuestra


merced!

Por encima de nuestras cabezas, el techo pareció caer como una cascada y un
dosel de estrellas lo reemplazó. En el centro de esto estaba Zuliter, los muchos tonos de
nube azul arremolinándose alrededor de su superficie casi del tamaño de alquitrán. En
algún lugar arriba estaba Sutekh. Ocultándose. O, más probablemente, preparándose ...

Horus se volvió hacia el Ojo e hizo una señal con las manos. El pulso se aceleró
ahora hasta que la joya de gran tamaño brilló con un carmesí brillante constante. Tal
como sospechaba, las cosas salieron mal entonces. La piedra preciosa titubeó y una gran
sombra cayó sobre nosotros, proyectada desde el cielo. Todos miramos hacia arriba y
vimos un espectáculo terrible. No pudimos distinguir su forma porque simplemente
apareció como un área colosal de negrura entre Zuliter y nosotros. El tamaño no solía
afligir a un Osiran con miedo, pero todos podíamos sentir en nuestro interior que la figura
no era un ser natural.

—No pasarás—dijo y su voz se sintió como un ácido semicongelado vertido


directamente en nuestras mentes.

—Soy Horus—gruñó nuestro noble líder—. ¿Quiénes sois para negarme el paso?

—Somos los Sivin—respondió—. Somos la singularidad.

Esto provocó un intercambio de miradas entre Hathor y yo. Varios otros también
estaban señalando su falta de comprensión ante este aparente oxímoron. Entonces
recordé que el refugio anterior de Sutekh había sido un mundo que diseñó tales eventos
espacio-temporales. Me puse de pie y le dije lo mismo a Horus.

—¿Ese tipo de singularidad? —preguntó emocionado—. ¿Consciente?

226
—Eso es lo que hicieron esas personas—dije, caminando hacia él. Dejé que una
mano se arrastrara sobre uno de sus robots de servicio. No se movió, pero Horus me miró
con ojos de halcón inescrutables.

—Somos conscientes—dijo el Sivin—. Os conocemos. A todos vosotros.

—¿Cuál es vuestro propósito? —preguntó Bastet. Ella también había dejado su


cómodo asiento y caminaba a grandes zancadas por el suelo pulido para unirse a
nosotros junto al Ojo.

—Protegemos al amo. Sutekh es supremo.

Horus hizo una señal con las manos y el techo se volvió a formar, bloqueando la
vista del Sivin.

—Si es un evento en el espacio-tiempo, seguramente podemos evitarlo—dijo Horus


—. Tenemos la tecnología de piedra imán. Un corredor del tiempo nos llevaría de regreso
a un punto antes de que existiera. Simplemente podríamos esperar a Sutekh.

La enorme congregación de osirianos comenzó a hablar de una vez, algunos


pateando el suelo en aprobación del plan de Horus. Algunos de ellos carecían del
intelecto para formular sus propias opiniones. Ignoré el alboroto y convoqué un sarcófago
con mi mente.

Ahora entraron dos de mis servidores. Sus ataduras no eran tan blancas como
podrían ser, pero llevaban la cruz de cobalto en el pecho que les decía a las deidades
reunidas que lo que estaba a punto de ocurrir se debía a mis acciones. Fue un error del
que me arrepentiría hasta el momento de mi muerte. Afortunadamente, no tendría que
esperar mucho.

El sarcófago profusamente tallado se instaló debidamente y se acercó una piedra


imán. Mi robot de servicio lo colocó en el costado del ataúd y activó el cartucho requerido
en la carcasa. Inmediatamente apareció un colorido túnel que conducía al vórtice del
tiempo.

Horus dio un paso adelante. Naturalmente, tenía la intención de liderar el camino;


pretendía robar mi gloria. Fue entonces cuando hubo una explosión de retroalimentación
desde el sarcófago. Nos arrojó a Horus, Bastet y a mí por el suelo y dejó a mi robot sin
cabeza ni torso. Los vientos del tiempo nos habían dejado cicatrices, pero nos

227
curaríamos. Lo que resultó más dañado fue nuestro orgullo. Antes de que Horus pudiera
ponerse en pie, el techo se rompió y la forma oscura de los Sivin se cernió sobre nosotros
una vez más.

—Os lo hemos dicho. No debéis pasar.

Horus ahora se levantó. Su pico de halcón en realidad estaba sonriendo.

—¿Qué queréis de nosotros? —preguntó—. Podemos ofreceros mucho.

En ese momento, los Sivin nos reveló su verdadera forma. Al menos, una forma que
quería proyectar. Ahora tenía forma humanoide con alas en la espalda y rasgos felinos en
la cara. En todo caso, se parecía a un híbrido de pantera formidable y águila poderosa. Y
luego, bostezó como si estuviera aburrido de nuestra existencia.

Horus se erizó, sus plumas se separaron en su cabeza. Bastet caminaba en


círculos, mirando a la criatura que tanto se parecía a ella.

—Estamos cansados de vuestros esfuerzos por disuadirnos—dijo los Sivin—.


Pero podéis divertir a mi amo resolviendo un acertijo.

Horus sonrió.

—¿Un acertijo? —preguntó—. Realmente eres la creación de mi hermano, porque


no hay nada que nos guste más.

Yo también sonreí, aunque pensaba que preferiría la cabeza de Sutekh como


juguete.

—Muy bien.

228
—¡Espera! —Horus alzó sus brazos hacia la singularidad—. ¿Cuál será nuestra
recompensa por entregarte la solución?

—El Gran Sutekh os permitirá pasar.

Miré hacia mi hermana que estaba inclinada hacia atrás, mirándose las uñas. No le
importaba la política y odiaba este tipo de postureo y juego de poder. Le sonreí y ella me
puso los ojos en blanco como diciendo: “Juega a tus juegos; yo estoy aquí, por si me
necesitas”.

—En la medida en que podamos confiar en la palabra de Sutekh, aceptamos los


términos—dijo Horus con altivez.

229
Realmente no tenía otra opción, pero lo hizo sonar como si tuviéramos el control,
que era lo único que importaba.

—La respuesta no solo debe darse como una respuesta verbal—anunció el


Sivin—. También requerimos una manifestación física de la solución.

Horus asintió.

—Entonces, si la clave es un anciano, se debe presentar un anciano; si es un río,


debemos traerte un río.

—Así es. Si entregáis una respuesta incorrecta, la oferta no se volverá a


realizar.

—Lo entendemos.

—Hay dos hermanas: una da a luz a la otra y ella, a su vez, da a luz a la


primera.

Hermanas. Volví a mirar a Hathor. Ella estaba interesada ahora, mirándome a


cambio. Su expresión era de preocupación y no tenía la menor idea de por qué.

—Tenéis el tiempo que le lleva al planeta hacer una revolución sobre su eje—
dijo Sivin y agitó una poderosa zarpa por el cielo, reinstalando el techo de nuestra nave.

Horus silenció a las legiones de Osirianos que empezaron a hablar todos a la vez y
los envió en pequeños grupos que podían debatir el significado del enigma más
fácilmente. Nos mantuvo a Bastet y a mí a mano, e insistí en que Hathor se uniera a
nosotras.

—Es un punto muerto—dijo Horus—. Pase lo que pase, Sutekh no puede irse.
Esperaremos la eternidad si es necesario.

—Tu hermano tiene más astucia que todos nosotros—dijo Hathor—. Este acertijo
tendrá consecuencias y si se nos permite pasar por alto este asunto de Sivin, de alguna
manera será una ventaja para él.

Bastet estuvo de acuerdo, pero dijo que primero teníamos que resolver el
rompecabezas. Era una declaración de ridícula obviedad. Sin embargo, sirvió para volver
a concentrarnos en la tarea que tenemos entre manos.

230
Comenzamos separando el acertijo en sus elementos constitutivos. El uso de la
palabra "hermanas" significaba que habría dos aspectos o partes de las respuestas que
Sivin exigiría de nosotros. La parte de "dar a luz" era lo que más nos molestaba.
Discutimos sobre si la declaración era literal o no. Si bien Hathor y yo estábamos
convencidas de que era alegórico, como pensamos, lo era todo, Bastet se preguntó si
estábamos destinadas a pensar eso. Expresé la opinión de que una singularidad podría
carecer de la experiencia para emplear un doble farol. Horus espetó que no era la
singularidad con la que estábamos lidiando, sino Sutekh.

Nos sentamos en diferentes partes de la cámara, cada uno en una fila diferente. Los
acertijos eran el entretenimiento principal en la cultura Osiriana. Bueno, ciertamente el
más intelectual. También nos encantaba bailar. Me acerqué a Hathor y le susurré que, de
los dos, habría sido divertido si Sutekh hubiera elegido la danza como método en lugar de
enigmas. Ella se rio un poco demasiado fuerte y atrajo miradas irritadas de los otros dos.
Pero me reí con ella. Éramos así: hermanas contra el cosmos.

Fue entonces cuando me di cuenta.

La solución llegó en oleadas: primero la respuesta en sí misma y luego las


implicaciones. Mi hermana vio el cambio de expresión en mi rostro.

—¿Qué pasa, Khonsu? —extendió la mano y tomó mi mano. Levanté la mirada


hacia ella. Ella sabía leerme muy bien y sabía que tenía malas noticias que impartir. Ella
me acercó y me abrazó.

—¿Qué? —susurró—. Dímelo.

—Somos nosotras—dije, mi voz era un susurro áspero.

Hathor se apartó y frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando?'

Bastet nos escuchó y se acercó, seguida por Horus. Podían ver en mis ojos que
tenía una respuesta y que me sabía amarga.

—La respuesta somos nosotras—dije, poniendo una mano sobre el hombro de mi


hermana—. El día—y luego me señalé a mí mismo—. La noche.

Horus tenía la cara de piedra.

231
—Una da a luz a la otra... —dijo.

Bastet parecía apagada.

—Y ella, a su vez, da a luz a la primera.

Ahora mi hermana lo vio. Ella era una diosa del sol, yo de la luna. Éramos
hermanas, representantes del día y de la noche. Su cabeza se hundió y sus hombros
cayeron.

Horus negó con la cabeza.

—No tiene sentido—dijo enfadado—. ¿Por qué preguntar por vuestras muertes?
¿Cómo va a evitar que lo llevemos ante la justicia?

Ladeé mi cabeza. Eso era cierto.

—Esa es la parte obvia—dijo mi hermana en voz baja. Ella todavía miraba hacia
abajo, sus manos se retorcían lentamente en su regazo—. Quiere tiempo para escapar.

Todos la miramos.

—Por supuesto—dijo Horus, casi maravillado.

—Podríamos haberle dado eso fácilmente—dijo Bastet—. No había necesidad de..,


—Se calló, incapaz de decidirse a decirlo.

—Este es Sutekh, ¿recuerdas? —dije.

Bastet me miró.

—Y su regalo de la muerte debe seguirlo dondequiera que pise.

Horus preguntó si queríamos que nos dejaran solas, pero yo no quería escabullirme
a una habitación privada con mi hermana para sumergirme en lo que estaba a punto de
suceder. Por supuesto, quería verla en privado, pero escabullirse ahora me parecía
demasiado patético.

Así que nos quedamos y juntas resolvimos qué debía suceder exactamente cuando
nos enfrentáramos al Sivin. Primero, la criatura necesitaría vernos morir. Entonces Horus
daría una orden que no podía ser anulada, diciéndole a la nave que pusiera a todos los
Osirianos y a él mismo en animación suspendida durante un día de Zuliter.

232
Los osirianos se reunieron de nuevo, y Hathor y yo nos paramos ante nuestros
hermanos y hermanas, dispuestos a hacer el máximo sacrificio.

—Prométeme que será el último—le dije a Horus para que nadie más pudiera oírme
—. Prométeme que usarás el Ojo tan pronto como lo encuentres. Ni “mi hermano se
merece un juicio” ni tonterías como esa.

Conocía a Horus y sabía que eso estaba pasando por su mente.

Él asintió.

—Lo juro—dijo y puso sus manos en mi hombro—. Vuestro sacrificio no será en


vano. Los crímenes de mi hermano encontrarán su castigo. Lo harán sufrir—sonaba tan
tranquilo que me di cuenta de que estaba a punto de explotar—. El malvado Osiriano se
ha asegurado de que tendrá tiempo para huir, pero ambos sabemos que esto no es más
que una breve suspensión de la sentencia.

Exigimos que no hubiera ceremonia, ni discursos. Horus no iba a utilizar este evento
como tribuna. Solo queríamos que fuera rápido y sin sufrimiento, al igual que cualquiera
con su propia muerte. Con este fin, se había colocado un gran crisol de decadrones en el
centro del suelo triangular, un poco más allá de donde estaba preparado el Ojo.

Horus abrió el techo a las estrellas y llamó a Sivin. Pero la criatura ya estaba allí.

—¿Cuál es vuestra respuesta?

—El día y la noche—gritó Horus. No hizo ningún intento por disimular la ira y el odio
en su voz—. Con ese fin nuestras hermanas Hathor y Khonsu se ofrecen a la muerte.

—¿Es esta la totalidad de su solución?

—No. Además, juramos colocar al anfitrión al huésped Osiriano en animación


suspendida durante un día.

El enorme ser parecido a una pantera batió sus alas.

—Dices la respuesta correcta—dijo.

Horus levantó el brazo para dar la señal al servidor que estaba junto al crisol que
nos destruiría a mi hermana y a mí. Hathor se acercó y tomó mi mano. La miré y traté de
sonreír. Ella solo asintió.

233
—Lo sé—dijo.

—Esperad.

Todos miraron al Sivin.

—La solución puede interpretarse en conclusiones contrastantes.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Horus—. ¿Nuestra respuesta es incorrecta?

—Querríamos que las diosas Hathor y Khonsu se unieran a nosotros—dijo el


Sivin.

Miré a Hathor. Ella articuló la palabra "unieran" hacia mí, una chispa de esperanza
en sus ojos.

—Pedimos una manifestación física. No deberían morir. Nos enlazaremos con


ellas...

En un abrir y cerrar de ojos, el Sivin estaba de pie en el suelo de la cámara. Miró a


los asombrados Osirianos y caminó hacia el crisol. Crepitó con alguna forma de energía
extraordinaria mientras se movía. Agitó una pata y el mecanismo de nuestra destrucción
se desvaneció. Luego se dividió en dos partes idénticas, una simplemente saliendo de la
otra y ambas manifestaciones estuvieron ante nosotras. Para mi asombro, los dos Sivin
se tomaron de las manos, reflejando la pose en la que estábamos mi hermana y yo.

—Uníos—dijeron las criaturas al unísono.

Así que mi hermana y yo dimos un paso al frente. Nos convertimos en Sivin. Y ellos
se convirtieron en nosotras, de alguna manera. La conjunción inicial fue extraña y pude
sentir que el impulso de perseguir a Sutekh se desvanecía. Me volví hacia Horus. No sé
cómo me veía para entonces, pero su expresión era una que atesoraré durante mucho
tiempo.

—Estamos bien—dije—. Lleva a cabo la orden y luego encuentra a tu hermano.

Lo que ya se había unido ahora se combinaba con mi hermana y su Sivin. Como uno
solo, dejamos la nave de Osiran y nos retiramos del espacio-tiempo. Observamos el
universo mientras giraba y luego regresamos a Zuliter. No tenía ni idea de la cantidad de
tiempo que había pasado. Los tiempos se fusionaron un poco para mí entonces. Todo lo
que sabía era que los Osirianos se habían ido. Habían perseguido a Sutekh.

234
Escudriñé el despertar del tiempo y vi un desierto. Había huido a un lugar llamado
Egipto. Horus y los demás lo habían seguido, lo habían encarcelado. Sentí que esto
estaba bien. Luego me acerqué a Hathor y ella me abrazó con su ser. ¿O fue Khonsu
quien abrazó a Hathor? No importaba. Estábamos juntas y libres de esas cargas de todas
las formas imaginables.

235
LA GUERRA MULTIFACÉTICA
Skellis había estado allí cuando murió su amiga. Ella había visto al monstruo tomar
la cabeza de Gith, y no había nada que pudiera hacer al respecto. El planeta Lerna era un
mundo húmedo de marismas y ríos fangosos que eran propensos a las inundaciones por
mareas. Gases venenosos eructaban de las marismas en grandes burbujas que
estallaban para liberar las acre y sucias brumas marrones. Las dos eran simples
soldados, reclutadas en la guerra con los Grandes Vampiros.

Solo se habían conocido en el Escuadrón de Entrenamiento Militar en un cuartel en


las afueras de Arcadia. Habían estado en la Academia en momentos distintos y procedían
de diferentes casas. Incluso vivían en lados opuestos del mundo. Pero se habían
convertido rápidamente en amigas. Se cuidaban la una a la otra, se apoyaban la una a la
otra.

Todo el mundo sabía que la guerra contra los vampiros se estaba prolongando, un
conflicto cada vez mayor. Por cada nido de vampiros que destruían, dos parecían surgir
en su lugar. El Video del Registro Público solo cubrió las batallas y escaramuzas con
detalles ligeros. Alguna vez había sido noticia de primera plana. Los soldados regresaban
a Gallifrey traumatizados por lo que habían experimentado, lo que habían visto y hecho,
pero a nadie en casa parecía importarle.

236
237
Aquellos que tenían la suerte de quedarse en Gallifrey fingían que la guerra no
estaba ocurriendo, o al menos no era su problema. Los académicos enterraban la cabeza
en sus libros, mientras que los políticos enterraban la cabeza en la arena. Sólo unos
pocos de los Señores del Tiempo de menor rango protestaban diciendo que la guerra
tenía que detenerse; que los veteranos necesitaban una mejor atención a su regreso.

Con Rassilon lejos, liderando desde el frente como siempre lo hacía, se había
formado un vacío de poder. El Alto Consejo se convirtió en un panteón de inadecuados y
egoístas. Naturalmente, cada vez que el presidente regresaba de la guerra se le daba la
bienvenida de un héroe (desfiles, banquetes), pero nunca se le daba una imagen real de
la situación o el sentimiento del pueblo gallifreyano.

Quizás Rassilon era consciente de los disturbios y el letargo político. Skellis no lo


sabía, pero podría haber explicado por qué nunca se quedaba mucho tiempo en el
Capitolio, por qué se iba corriendo de nuevo tan pronto como podía. Parecía heroísmo y
valentía, pero también podría haber sido una falta de voluntad para enfrentar los hechos.

Skellis y Gith habían sido enviadas a Lerna con el resto de su batallón para tomar el
planeta de un nido de vampiros, gobernado por un Grande. Era difícil. Los nativos eran de
pies anchos y estaban bien versados en “saltar pantanos”, como lo llamaban. Tenían
narices en forma de hocico y escarbaban en los lechos de malezas, buscando su dieta de
raíces y hierbas simples.

Los Lernanos eran sensibles pero subdesarrollados. Vivían en aldeas sencillas de


bambú dispersas. Sus chozas de hierba estaban elevadas de la superficie húmeda, lo que
significaba que no eran arrastradas por las mareas que se producían cada vez que una de
las tres lunas del planeta giraba demasiado cerca. Su simplicidad los convertía en un
blanco fácil para los vampiros.

El escuadrón de Señores del Tiempo sabía que un Grande había hecho su nido en
la parte más seca del planeta, en un lugar llamado Colinas del Long Kahn. Por supuesto,
una gran proporción de los Lernanos parecidos a cerdos habían sido mordidos y
convertidos en sirvientes del Grande. Gobernaban la planta y llevaban sacrificios a los
santuarios de Hilltop con sus tubos de alimentación que llevaban la sangre de las
criaturas sacrificadas a la guarida de los vampiros.

238
Si bien era cierto que las Colinas de Long Kahn representaba un terreno elevado,
militarmente las tropas gallifreyanas estaban mejor armadas y organizadas. Skellis y Gith,
como el resto de su unidad, también se creían los mejores luchadores. Esta sería una
victoria fácil. Y así podría haber resultado, si los vampiros no hubieran traído ayuda.

No era un vampiro, ni un Grande, el que había decapitado a Gith. Era una Macra, un
ser parecido a un cangrejo que se alimentaba de los gases venenosos que el planeta
ofrecía en abundancia. Nadie sabía cómo habían traído las criaturas allí. Solo habían
descubierto la alianza cuando mataron a los vampiros y los nativos que protegían las
colinas y abrían una brecha en la guarida.

La Macra había hecho túneles que conducían desde la guarida hasta las marismas.
Esto también explicaba por qué un número inusualmente alto de tropas había ido
desapareciendo. Los oficiales superiores y los políticos menores en el terreno culpaban a
la deserción o a la arena que se hundía y salpicaba el paisaje.

Gith y Skellis habían sido enviadas por uno de los túneles para limpiar la Macra. Los
recuerdos de esa batalla todavía mantenían a Skellis despierta por la noche. Trataba de
no pensar en ellos, de enterrar las imágenes, pero llegaban espontáneamente,
especialmente de noche.

Se habían arrastrado a lo largo del túnel, pero no salía directamente a las marismas,
se curvaba y se inclinaba hacia abajo, llevándolos más abajo a la guarida del vampiro. No
encontraron nada en el propio túnel. Fue solo cuando la madriguera se abrió a una gran
cámara que encontraron al enemigo.

—¿General?

Skellis despertó del sueño de su anterior regeneración. Un ordenanza estaba de pie


en la puerta, una figura oscura contra la luz. Skellis murmuraba. Podía sentir que había
estado sudando; las sábanas estaban ligeramente húmedas y su piel estaba húmeda.

—Quería despertarse temprano, señor.

Skellis asintió.

—Gracias—dijo.

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—Desayuno en su habitación preparada, señor—agregó el ordenanza y se marchó,
cerrando la puerta una vez más.

El general Skellis cerró los ojos. Los recuerdos de ese día estaban realmente
grabados en su subconsciente. Pero entonces, si no lo hubieran estado, no estaría
despertando para una ceremonia que podría ver el fin de los vampiros de una vez por
todas.

Skellis tomó una ducha sónica y se vistió rápidamente con el uniforme rojo y dorado
que lo marcaba como General. Qué lejos había llegado él desde aquellos días como
mujer en las trincheras.

Después de su desayuno, Skellis fue recogido en un vehículo aéreo y llevado a la


instalación secreta en la llanura de la Argólide. Los Señores del Tiempo habían instalado
instalaciones en el mundo hueco de Fónida porque estaba convenientemente alejado de
la lucha, pero aún lejos de Gallifrey.

Después de su servicio en Lerna, Skellis había regresado a Gallifrey y había


regresado a la Academia. Estaba decidido a que la muerte de Gith, y la de tantos otros de
sus compañeros soldados, no sería en vano. Vigilaba de cerca la campaña militar de
Rassilon, pero no iba bien. No importa en cuántos frentes lucharan o cómo de exitosas
fueran sus operaciones, los Señores del Tiempo nunca parecían ser capaces de eliminar
el azote de los vampiros de la galaxia.

En esa etapa de la guerra, incluso el propio Rassilon estaba cansado de la batalla y


a Skellis le parecía que todos los involucrados en la planificación de la guerra habían
recurrido a estrategias cansadas que sólo mantenían a raya a la bestia; nunca le
asestaban el golpe mortal.

Después de lo que Skellis había presenciado en la guarida de Lerna, había


vislumbrado la solución al problema. Había trabajado duro en sus ideas, primero en un
estudio teórico en la Academia y ahora en la instalación militar “Espada Dorada” en
Fónida.

Skellis había tardado casi veinte años en llegar allí y, aunque algunos desaprobaban
sus experimentos, veían que era el más motivado de todos los científicos allí. Finalmente,
el propio Rassilon se enteró de su trabajo.

240
Estudió a los vampiros y sus muertes e, irónicamente, para eso necesitaba sujetos
“vivos”. Se estableció una unidad de comando especial con el único propósito de capturar
vampiros vivos. En este punto, nadie imaginó que alguna vez podría capturar a un Grande
para experimentar. Ninguno había sido capturado jamás. Huían o morían; sus restos
colocados en cámaras de dispersión para garantizar que nunca pudieran volver a la vida.

Luego, los comandos comenzaron a capturar víctimas. Uno o dos al principio, pero a
lo largo de los años más de cien fueron llevados a la Espada Dorada, al propio Skellis. En
esa etapa, se había despojado de los títulos arcanos de la academia y abrazado al
ejército una vez más. Pero un contribuyente tan importante a la guerra del Señor del
Tiempo contra los Vampiros no podía ser un soldado humilde. Incluso el Comandante
parecía estar por debajo de él. En cambio, se le otorgó el rango de General y
orgullosamente su armadura estaba adornada con la insignia de honor que marcaba sus
campañas en Anímone, Yolao, Bashmu, Alluttu, y sí, Lerna.

En aquel entonces, sin embargo, Skellis todavía vestía una sencilla túnica blanca y
negra. Acababa de terminar de configurar la cámara de dispersión cuando el primer
vampiro prisionero de guerra fue capturado. Era una Saturnyne hembra, una criatura
anfibia que había quedado atrapada en el fuego cruzado e infectada junto con toda su
especie.

A diferencia de la mayoría de los vampiros, sus ojos no eran oscuros ni hundidos.


Sin embargo, su antigua piel oscura ahora era azul pálido y ciertamente tenía los
característicos colmillos. Para debilitar a la sujeto, la mantenían a la luz del sol artificial
constante y la dosificaban con un alilmetilsulfuro. Parecía apática cuando dos guardias la
trajeron.

El laboratorio se había configurado con especificaciones exactas. Era una cámara


circular, de dos pisos de altura, con una serie de ordenadores y equipos de monitoreo
alrededor de las paredes junto con mecanismos de extracción y filtración. Todos estos
estaban conectados a una cámara de dispersión molecular que se encontraba en el
centro del laboratorio.

Los Señores del Tiempo habían utilizado este proceso durante mucho tiempo para
ejecutar a esos raros individuos que habían tratado de poner de rodillas a Gallifrey, para
usurpar su poder o de alguna otra forma amenazar el bienestar de la sociedad de los
Señores del Tiempo por su existencia continuada. Se selló la cámara y se utilizaron

241
potentes diseminadores de partículas para dividir el cuerpo del sujeto en componentes no
más grandes que moléculas. Luego, estos se dispersaron a través del tiempo y el espacio
utilizando la ingeniería temporal de los Señores del Tiempo. De esta manera se
aseguraba que el cuerpo y la conciencia del objetivo no pudieran ser recuperados,
reformados o de cualquier otra forma revividos.

Esta cámara de dispersión en particular había sido modificada. No usaba los


aspectos temporales que hacían los que se usaban en los vampiros. En cambio, las
moléculas se recolectaban de la cámara mediante extracción y luego se filtraban en
cámaras especialmente selladas de las que no podían escapar. Aquí serían probados y
analizados.

A medida que el sujeto de prueba Saturnyne fue avanzado a punta de pistola, se


volvió y, en su estado drogado, cayó de rodillas ante Skellis.

—Por favor—le rogó—. Ayúdame.

Skellis se quedó paralizado. Era como si el vampiro le hubiera leído la mente.


Quizás lo había hecho, porque se sabía que poseían habilidades psíquicas. Ya sea una
coincidencia o no, había usado exactamente las mismas palabras que su amiga había
usado todos esos años, y una regeneración, cuando Gith había sido asesinada por la
Macra.

Aunque había visto acción en muchos planetas, Skellis no estaba acostumbrado a


estar en una posición de poder total sobre un ser vivo. Se reprendió a sí mismo. Esto no
era un ser vivo. Estaba muerto. El vampirismo era como una enfermedad parasitaria que
mataba al huésped y simplemente usaba su cuerpo. Sacudió la cabeza.

—Levántate—dijo—. Ponedlo en la recámara.

Cuando el vampiro fue arrastrado para ponerlo en pie, lanzó un gemido desgarrador.
Skellis tuvo que darse la vuelta. Subió la escalera hasta una pasarela que rodeaba el
segundo nivel del laboratorio. Dio la vuelta a la puerta de una esclusa de aire y pasó a la
sala de control. Aquí, una ventana reforzada daba al laboratorio de abajo y los monitores
llenaban un panel de control que operaba la propia cámara de dispersión.

Skellis observó cómo los guardias medio dejaban caer, medio arrojaban al sujeto
dentro de la cámara redonda. Apretó un botón y bajó una cubierta de color rosa brillante,
sellando el Saturnyne por dentro. Luego se inclinó hacia adelante y habló por un

242
micrófono. Su voz se quebró y tuvo que aclararse la garganta antes de intentarlo de
nuevo.

—Vaciad el laboratorio—dijo—. Procedimientos de confinamiento de cuarentena.

Los dos guardias saludaron y abandonaron el laboratorio por la esclusa de aire


inferior. Skellis vaciló. Su hipótesis. Todo se reducía a esto. Bien o mal. Lo sabría muy
pronto.

Detrás de él, la sala de control comenzó a llenarse de investigadores jóvenes e


incluso de guardias. Todos en la base habían escuchado sobre la importancia del trabajo
incluso si no conocían los detalles del mismo. Skellis movió su mano a través del panel,
su dedo índice sobre el botón que mataría al sujeto. Imaginó que podía oírlo gritar, pero
eso era imposible: la cámara estaba sellada y el laboratorio también. Cerró los ojos y
activó lentamente el sistema de dispersión.

Luego lo aplaudieron. Skellis no tenía ganas de aceptar aplausos, así que fue al
único lugar en el que seguramente estaría solo. En esa etapa, vivía en cuartos estrechos
en la instalación, pero no estaba allí. Estaba afuera. Había un espacio de acceso de
salida de emergencia que conducía a una puerta. Esta se abría a las llanuras desérticas
de la extensión Argólide.

No había nada que viviera en mil kilómetros en ninguna dirección. Aquí no fluía agua
y no se levantaba polvo con los vientos que azotaban constantemente el sólido suelo de
piedra. El viento hacía poco ruido porque no había nada que vibrara o se moviera, por lo
que era lo más cercano al silencio que se podía conseguir sin entrar en el vacío.

Skellis se apoyó contra la pared baja y exhaló profundamente. Luego inhaló. Cada
respiración se sentía casi dolorosa, pero era bueno que el aire fresco de Fónida llegara a
sus pulmones después de la constante atmósfera reciclada de las instalaciones de
Espada Dorada.

Él estaba en lo cierto. La forma en que los Señores del Tiempo habían estado
llevando a cabo la guerra era completamente defectuosa. Habían muerto decenas de
miles de Señores del Tiempo; se habían dado millones de regeneraciones. Y todo no
contaba para nada debido a un defecto que nadie pensó que estaba allí, y mucho menos
pensó en buscar.

243
Los datos recopilados de las cámaras de filtración demostraban que al dispersar las
moléculas de los vampiros, los Señores del Tiempo habían propagado la amenaza de la
infección de los vampiros de manera exponencial a través del tiempo y el espacio.
Necesitaban encontrar una forma diferente de matarlos.

Skellis lloró entonces, porque la muerte de su amigo había sido inútil después de
todo. Naturalmente, los datos tendrían que ser verificados, el experimento replicado,
probablemente muchas veces con diferentes especies. Eventualmente, tendrían que
probarlo en un Grande, pero este era el primer paso en el viaje hacia la verdadera victoria.
Y, por supuesto, habría que decírselo a Rassilon.

Rassilon estaba en la cubierta de la nave de Arco principal. Era una nave elegante
con alas curvas. Estas se movían hacia atrás desde un morro romo en el que se alojaba
un trozo de acero afilado, puntiagudo en el extremo, casi como una enorme espada. El
cerrojo en sí tenía la misma longitud que la parte principal de la nave. El Señor del Tiempo
Presidente era un hombre renacido, literalmente, ya que se había regenerado
recientemente.

En esta forma, era fuerte y atlético, aunque mayor y con una barba completa. Estaba
satisfecho con su nueva apariencia. Le sentaba muy bien al líder triunfante que regresaba
de la batalla.

Su flota regresaba victoriosa de la guerra; ensangrentada pero los eventuales


ganadores. Él y sus fuerzas habían expulsado la plaga de los vampiros de la galaxia para
siempre. Por supuesto, sospechaba que siempre habría criaturas de tipo vampiro. Las
viejas cámaras de dispersión se habían encargado de eso. Si. Pero los Grandes. Ellos
eran los que importaban. Habían sido aniquilados.

Habían pasado casi cien años desde que a Rassilon le habían contado por primera
vez sobre el experimento de Fónida. Habían hecho falta nuevas armas y éstas llevaron
tiempo en ser construidas. Entonces habían necesitado encontrar a los vampiros y
expulsarlos. Y se habían extendido por todas partes.

La información sobre los movimientos del enemigo se había convertido en clave.


Fue entonces cuando se estableció la Agencia de Inteligencia Celestial. Los agentes
fueron reclutados de forma encubierta en las academias y entrenados en todos los

244
aspectos del espionaje y la recopilación de datos. La red de espías gallifreyanos era
enorme ahora y sería difícil desmantelarla. Pero eso era un problema para otro día.

Rassilon sonrió al recordar la primera vez que habían obligado a un Grande a salir
de su nido y al espacio. Ni siquiera recordaba cómo se había llamado al planeta. Ahora
importaba poco, ya que el planeta ya no existía. Pero el vampiro había intentado huir. Era
rápido, pero las Naves Arco eran más rápidas. Alcanzaron a la criatura fácilmente y, a
pesar de su ridículo intento de hipnotizar a toda la flota, lo habían acorralado.

Estaba a bordo de la nave líder cuando se acercó al ser. El Grande era una enorme
bestia humanoide con piel gris verdosa de aspecto enfermizo y orejas ligeramente
puntiagudas. Los ojos negros como perlas miraron con insensibilidad la nave gallifreyana
mientras se acercaba para matar. Rassilon dio todas las órdenes, colocando la parte
delantera de la nave exactamente así. El arma con la que estaba armado era tosca. No
tenía sistema de guía. Una vez disparado, solo necesitaba dar en el blanco con precisión.
De modo que Rassilon había maniobrado la nave con cuidado. El Grande no tenía idea de
lo que estaba pasando. No podría haber sabido que los Señores del Tiempo ahora sabían
cómo matarlo en un solo movimiento.

Todavía estaba mirando, casi directamente a Rassilon, cuando la Nave de Arco


disparó su rayo. La enorme estaca de hierro atravesó el silencioso vacío y golpeó al
Grande exactamente donde estaba su corazón. Hubo tiempo justo para que abriera la
boca en un grito silencioso antes de desmoronarse en la nada. Usando el equipo
desarrollado y refinado en las instalaciones de Espada Dorada, las Naves Arco habían
escaneado una unidad astronómica cuadrada en busca de cualquier rastro del Vampiro.
No había ninguno.

Los Grandes pronto se dieron cuenta de la nueva arma que se estaba utilizando
contra ellos. Pronto se volvieron más temerosos de los Señores del Tiempo; todo el
cosmos lo hizo. A medida que se aterrorizaban más, los vampiros se volvían más
desesperados y mucho más despiadados. No pensaban en utilizar razas enteras como
escudos conscientes contra los gallifreyanos. Pero Rassilon sabía que el precio pagado
nunca sería demasiado alto para librar al universo de los vampiros. Los detestaba con un
odio puro e inmaculado. En algunos casos lo cegaba ante las cosas: lo que otros
llamaban atrocidades.

245
A medida que las Naves de Arco cumplían su tarea en el espacio, las fuerzas
terrestres gallifreyanas ahora podían realmente llevar la batalla a aquellos que los
vampiros habían poseído. Todo gracias a la pistola Skellis. Nombrada en honor a su
inventor, el arma tenía varios cañones, disparando cuatro, ocho o incluso veinte ejes de
metal alargados simultáneamente, dependiendo de si el arma era de mano o montada. Lo
que hacían era asegurarse de que cuando los soldados se encontraran con un vampiro,
pudieran estar seguros de una muerte siempre y cuando apuntasen al pecho. El triunfo
siguió al triunfo, y se requirieron menos soldados porque morían menos.

Mientras Rassilon aceleraba a su casa en Gallifrey, sabía que a partir de ese


momento todos sabrían cómo matar a un vampiro: usar un arma simple para penetrar el
cuerpo de la criatura y perforar su corazón. Se aseguraría de que cada una de las nuevas
naves del tiempo que planeaba tuviera esa información en sus sistemas.

También llevaría una instrucción, porque Rassilon no era totalmente victorioso.


Había dejado escapar al Rey Vampiro. Había sido un error táctico, todo debido a la
arrogancia. Había tenido la oportunidad de destruir al Rey Vampiro o arrinconar a cuatro
de los Grandes. Eligió lo último porque pensaba que el Rey Vampiro se atemorizaría al
saber que él era el último de su especie y que toda la Flota Arco iría ahora a por él. La
batalla con los otros vampiros le había dado a su monarca la oportunidad de escapar.
Esto había significado que la “guerra” no había terminado porque todas las tropas y todos
los operativos de la AIC y todas las naves de Arco estaban comprometidos en su
búsqueda.

Después de décadas de búsqueda y desarrollo de nuevos escáneres


espaciotemporales, Rassilon finalmente se convenció de que el Rey Vampiro había
desaparecido; o había muerto o había huido a algún lugar fuera del alcance de los
Señores del Tiempo. Cualquiera que fuera el caso, no tenía sentido continuar la
búsqueda, por lo que Rassilon había declarado la victoria final y dado la ansiada orden de
que todas las fuerzas regresaran a casa.

La guerra había terminado. Todo gracias a un hombre.

Por supuesto, la mayoría de los historiadores dirían que ese hombre era él,
Rassilon, presidente de los Señores del Tiempo, defensor de Gallifrey. Y estaba feliz de
que esa fuera la versión reconocida de los hechos. En el fondo, sin embargo, sabía que el

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mérito pertenecía a Skellis. Él era un genio. De eso no cabía duda. Sin él, los Señores del
Tiempo incluso podrían haber sucumbido ante los propios vampiros.

El general Skellis vivía ahora con esplendor en Arcadia. Incluso se había hecho
amigo de Rassilon, y cenaban juntos cada vez que el presidente regresaba a Gallifrey.
Por supuesto, el avance con la cámara de dispersión y el conocimiento de que estaba
difundiendo la maldición del vampiro en lugar de destruirla estaba bien documentado,
incluso si no era de conocimiento público. Pero en todos los cientos de años que los dos
se conocían, Skellis nunca le había contado a Rassilon cómo había descubierto la fatal
debilidad del vampiro.

Gith había ido primero. Ella era así. No había sido una bravuconería. No en lo que a
Skellis se refería. Era una confianza que se necesitaba para hacer el trabajo: la seguridad
en sí misma de una soldado. Skellis tenía que admitir que admiraba a Gith. No había
forma de que hubiera entrado primera. De ninguna manera.

Gith había entrado en la cámara y comprobado las esquinas con la linterna montada
en su rifle estáser, tal como les habían enseñado en la formación. Ella asintió brevemente,
y Skellis trepó por la salida del túnel ella misma, moviendo su arma hacia adelante
mientras lo hacía, cubriendo los flancos y la retaguardia de Gith. Luego pasó a su lado,
iluminando su propia linterna más en la penumbra. Podía ver una cornisa delante de ella a
unos 60 metros. Su linterna no llegaba tan lejos. La razón por la que podía verlo era por
una luz parpadeante de debajo de la repisa que proyectaba extrañas sombras en la
pared.

—¿Ves eso? —le dijo entre dientes a Gith. Cuando se volvió para ver si su
compañera había escuchado, vio la cosa en el techo sobre ellos. Un enorme cangrejo
negro: una Macra. Ya estaba llegando a Gith con una enorme garra con pinzas. Skellis
abrió fuego y el tiempo pareció ralentizarse, de modo que lo que debió tardar
milisegundos pareció tardar un minuto. Sus proyectiles estacionarios rastrillaban el techo
y golpearon a la Macra a través de su exoesqueleto blindado. Estos apenas parecían
afectar al monstruo en absoluto. Su garra ya estaba alrededor del cuello de Gith. Ella
estaba mirando, aterrorizada a la bestia, su rostro iluminado por el brillo intermitente de
fuego estáser del rifle de Skellis.

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Gith miró a su compañera de armas.

—Por favor—dijo—. Ayúdame.

Con repugnante lentitud, la Macra apretó sus pinzas y Gith se tensó en su agarre.
Skellis seguía disparando y gritando ahora, aunque sus oídos estaban tan llenos de su
propio doble latido que no podía oír nada más.

En el siguiente destello vio la cabeza de Gith caer al suelo. De hecho, Skellis dejó de
disparar por un momento y su linterna encontró el rostro de su amiga en el suelo oscuro.
Su expresión era demasiado terrible, demasiado agonizante, demasiado abatida para que
Skellis lo soportara. La Macra estaba ahora en el suelo, acercándose a ella.

Entonces Skellis escuchó un gemido bajo de otro mundo detrás de ella, donde
estaba la cornisa. Algo se movía en las profundidades del nido y ella sabía lo que era.
Tenía que salir de allí. Rápido. Para hacer eso, tenía que lidiar con la Macra y solo un
objetivo parecía adecuado.

El cangrejo monstruoso se abalanzó sobre ella, pero Skellis se apartó del camino y
observó intensamente cómo la garra golpeaba la pared de tierra donde había estado
parada un segundo antes. Luego, con un grito en pena de ira y dolor, hundió el cuchillo de
combate dentado que llevaba en la pierna profundamente en la articulación blanda entre
la pinza de la Macra y la parte principal de su garra.

La Macra dejó escapar un grito agudo y retrocedió. Golpeó contra los costados de la
cámara en un intento desesperado por soltar el cuchillo, pero Skellis se mantuvo firme,
hundiendo la hoja más profundamente, desgarrando a medida que avanzaba. La sangre
manaba de la herida y Skellis podía sentirla en la cara, caliente y espesa y oliendo a
alcantarilla. Ahora se soltó y retrocedió, apuntando con cuidado con el rifle estáser. Pero
esta vez no bombardeó la Macra; hizo que cada disparo contara, acertando la herida justo
en el blanco. Siguió disparando hasta que se agotó el paquete de energía y la Macra se
quedó quieta.

Ahora Skellis podría correr. Pero ella no lo hizo. Oyó el gemido de nuevo y se volvió
hacia las luces parpadeantes. Caminó con paso firme hacia la cornisa y miró hacia abajo.
Unos diez pies por debajo de ella había un Grande. Estaba boca arriba como si estuviera
en estado. Estaba inconsciente, aunque los sonidos de la batalla parecían despertarlo.

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Skellis levantó su arma. Ella lo mataría. Por Gith. Por cada gallifreyano que había estado
luchando en esta sangrienta y amarga guerra durante demasiado tiempo.

Apuntó a la cabeza de la criatura y apretó el gatillo. No pasó nada. Skellis maldijo.


Ella había gastado el paquete de energía. Buscó el cuchillo de combate y lo encontró con
su linterna. Parecía demasiado escaso para hacerle daño al Grande. Pero, junto a él,
estaba la pinza de Macra. Había sido cortado por los repetidos disparos de su arma.

Era casi tan grande como la propia Skellis, afilada como una navaja a lo largo de un
borde y puntiagudo, aunque sin rodeos, al final. Ella hizo una mueca. Sería suficiente. La
cogió en sus manos y caminó de regreso a la cornisa. Ahora vio los tubos que
alimentaban al horrible ser que yacía debajo de ella. Estaban entregando sangre fresca a
la criatura, tanto a través de su boca como por vía intravenosa. Skellis miró al Grande
mientras comenzaba a despertar. Podía ver venas elevadas en su cuerpo y ver la sangre
pulsando en un solo sentido...

De repente ella se arrodilló, lo que necesitaba hacer. Levantó la pinza cortada de


Macra por encima de su cabeza y saltó hacia adelante en el aire, gritando mientras caía
sobre el pecho del Grande y hundía la extremidad afilada en el corazón que latía
lentamente del vampiro...

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LA CAJA DE PANDÓRICO
La situación sobre el terreno no era buena. El enemigo era demasiado fuerte. No
necesitaban regenerarse. No eran de carne y hueso. No estaban vivos en el sentido en
que las tropas que luchaban contra ellos entendían el término.

Usando la túnica y la armadura de color blanquecino de un Explorador, el


comandante Naxil usualmente tenía una figura elegante. Hoy no. Hoy parecía viejo y
golpeado, cansado por la constante necesidad de estar alerta, sucio por el empapado
campo de batalla.

Estaba en cuclillas, presionado contra una pared baja que claramente había sido
una vez parte de una estructura más grande. El rifle estáser que agarraba tenía
modificaciones personales que le permitían diferenciar lo orgánico del plástico. No es algo
que tuvieran las tropas regulares gallifreyanas.

Naxil miró detrás de él a los otros tres miembros de su equipo. Su misión era
establecer una zona de transmisión abierta y potenciada por el poder en las
profundidades de un territorio hostil.

251
El enemigo se había convertido en un experto en detectar TARDIS y las desviaba
hacia destinos lejanos o las sellaba con una película de plástico que los que estaban

252
dentro no pudieran atravesar. Así que se estaban utilizando buenos transmisores de
materia a la antigua.

Este era el punto de inflexión. Si los Señores del Tiempo podían asegurar este
planeta, el Lord Presidente Rassilon creía que podrían empujar al enemigo de regreso a
su planeta de origen y tal vez incluso hacer un bucle temporal con tecnología recién
adquirida.

Pocas posibilidades de resistencia, había dicho el general Brissilan. Entrar, salir.


Casi lo había hecho sonar fácil. Pero entonces los Exploradores habían entrado en la
ciudad. Quedaban unos pocos supervivientes, la mayoría con harapos, revoloteando entre
los montones de escombros, tratando de mantener un perfil bajo. Eso había causado
estragos en los sensores de movimiento.

Por lo tanto, solo tenían que confiar en sus ojos y oídos, así como en la transmisión
de información a través de sus auriculares y visores de cascos. Naxil condujo a su equipo
a través de los edificios en ruinas, moviendo sus armas de un lado a otro, desesperado
por cubrirse ante cualquier ataque sorpresa.

Cuando llegó, el ataque no fue una sorpresa.

Oyeron el bombardeo avanzando hacia ellos: explosión tras explosión de proyectiles


de mortero de plasti-metralla de alto impacto. Naxil y sus tropas mantuvieron la cabeza
gacha. Sabían que no podían moverse. Y, sin embargo, esto era exactamente lo que
quería el enemigo.

Cuando el bombardeo se extinguió, llegó el enemigo, moviéndose a través del humo


con sus movimientos asombrosamente irregulares; sus rostros muertos y sin género se
volvían de un lado a otro, tratando de atrapar a los gallifreyanos. Vestidos con los trajes
de caldera azules, las pistolas sobresaliendo de donde se habían caído los dedos, no
había forma de confundirlos.

Autons.

Naxil no necesitaba sus instrumentos para decirle lo que eran. Hizo una señal a su
escuadrón y todos abrieron fuego. Sus armas tuvieron un efecto mínimo, derritiendo el
plástico de la cara o el torso, pero nunca deteniéndolos.

—¡Concentrad vuestro fuego! —gritó.

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Antes de que las tropas pudieran reagruparse, los Autons atacaron. Un humo
desagradable y sulfuroso brotó de sus armas de metal sin filo y dos miembros del equipo
de Naxil cayeron. El humo marrón se elevó alrededor de sus cuerpos donde los disparos
habían golpeado y luego retrocedió nuevamente como si el tiempo se estuviera
invirtiendo. Los dos gallifreyanos se desvanecieron con un sonido de picado antinatural.
La destrucción total.

—¡Sacadnos de aquí! —rugió Naxil por el micrófono de su casco.

Pero luego aparecieron más Autons. Fue testigo de la muerte del último miembro de
su escuadrón antes que él. Y luego, múltiples impactos de Auton derribaron al apuesto
comandante. Cuando desapareció de la existencia, la cámara con visera dejó de
transmitir.

El joven Rassilon miró fijamente la imagen estática proyectada en el aire durante un


segundo y luego se volvió hacia el general Brissilan.

Estaban de pie en la sala del Consejo de Guerra en Gallifrey. Asistían varios otros
soldados de alto rango, el Castellano y el jefe de la CIA. La mesa en la que se
encontraban tenía sangrías en algunos lugares, como si un ratón enorme hubiera mordido
una galleta ovalada.

—Para mí está claro que esta estrategia no va a funcionar—dijo Rassilon.

El general, resplandeciente con su armadura roja y dorada, parecía severo pero


decidido. —Señor presidente, nuestros estrategas han deducido que solo este lugar, aquí,
ahora, puede ser el punto de inflexión. Incluso la Visionaria está de acuerdo.

Rassilon dejó sus guantes enguantados sobre la mesa frente a él.

—¿Cuántos escuadrones has enviado? ¿Cinco?

—Nueve, mi señor.

—¡Nueve! —el presidente de los Señores del Tiempo se levantó y patrulló la mesa,
señalando la estática que todavía colgaba en el centro—. ¡Has enviado nueve de nuestros
mejores escuadrones de Exploradores allí! Y ninguno de ellos ha podido configurar el
teletransporte.

254
El general bajó la cabeza.

—Si vamos a ganar esta guerra antes de que los Nestene lleguen a nuestra
galaxia...

—Si queremos ganar esta guerra, como mínimo—dijo Rassilon con calma—,
necesitaremos una nueva estrategia.

—¿Mi señor presidente?

—Haz retroceder a tus tropas, general. Nos estamos retirando. Contén la amenaza
Nestene lo mejor que pueda.

El general fue a protestar, pero Rassilon ya le daba la espalda y salía de la sala del
Consejo de Guerra.

Al salir de la cámara, a Rassilon se le unió su ayudante de mayor confianza, Sektay.


Se había atado el cabello castaño rojizo en un moño apretado y vestía la sencilla túnica
negra de un técnico. Rassilon sabía que ella era todo lo contrario.

—¿Qué va a hacer? —preguntó ella, lanzándole una mirada de reojo a su rostro.


Recientemente había perdido la barba y parecía más joven ahora, guapo incluso con una
jocosidad en su rostro que no le sentaba bien a su oficina.

Él sonrió.

—Siempre hay otra solución—pero luego se detuvo y suspiró—. No lo sé. Desde el


accidente de Omega... —se interrumpió—. No importa.

Comenzó a caminar de nuevo, dirigiéndose a sus aposentos personales. Dos


consejeros subalternos pasaron junto a ellos en el pasillo, haciendo una reverencia y
lanzando una mirada sospechosa a Sektay. Ella les sonrió dulcemente.

Cuando llegaron a la entrada de las cámaras de Rassilon, dos guardias de la


cancillería se pusieron firmes. Pasaron al interior e inmediatamente Sektay le ofreció al
presidente su solución.

—Podría considerar a Roppen, señor Presidente—dijo ella.

Rassilon se giró.

—¿El idealista?

255
—El científico. El renombrado creador del Ojo de la Discordia…

Rassilon alzó una ancha ceja.

—¿Me harías obligarle a reprogramar su aparato?

—Es otra solución…—ofreció Sektay.

—La consideraré, como lo hago con todas las opciones para tratar con el Alto
Mando Nestene—y se alejó antes de detenerse en la puerta. Luego, sin mirar atrás, dijo
—. Gracias, Sektay. Tu consejo siempre es apreciado.

Sektay inclinó la cabeza.

—Por supuesto, señor presidente.

Nunca lo había oído tan cansado.

Sektay regresó a sus aposentos y se dirigió a su punto de Acceso personal a la


Matriz. Rápidamente abrió todos los archivos relacionados con Roppentheomjer. Su
pantalla de video se llenó de imágenes del hombre y detalles de su carrera.

Era un hombre guapo, aunque un poco demacrado. Tenía el cabello negro y liso
peinado hacia atrás desde su frente alta e inteligente y sus deslumbrantes ojos verdes
que de alguna manera parecían obsesionados a pesar de su brillo. Como Sektay le había
recordado a Rassilon, Roppen era un científico de renombre. Había trabajado con Omega
en los intentos iniciales de manipulación de un agujero negro.

Después de la desaparición de Omega, debería haberse convertido en el sucesor


natural del legendario manipulador estelar. En cambio, Roppen había asumido el cargo de
científico principal en el llamado Laboratorio Perdido de la Academia, su nombre refleja
las mentes brillantes que se encuentran escondidas allí.

Cada miembro había sido un gran pensador, ingeniero o científico del Señor del
Tiempo alguna vez. Ahora simplemente querían esconderse del resplandor de la atención
no deseada, así como de las realidades de las guerras en las que su raza se encontraba
luchando: los Racnoss y los vampiros.

256
Roppen no jugaba ningún papel en la política. Nunca asistía a las reuniones del
consejo, aunque se le permitía hacerlo. Evitaba los medios a toda costa y nunca aparecía
en la transmisión de video del Registro Público sobre las vidas y muertes de Omega.

Así que encajaba perfectamente en el Laboratorio Perdido: colaborando con otras


mentes destacadas, compitiendo para superar a los demás. Esto creaba un invernadero
para los avances científicos, quizás impulsados solo por la habilidad pura.

Tomaba sus estudios en una dirección diferente, aplicando lo que había aprendido
sobre las fuerzas que controlaban el Ojo de la Armonía y las revertía. Roppen había
aplicado el efecto de la solicitación regresiva utilizada en las primeras TARDIS a estas
fuerzas y había creado un dispositivo a la vez asombroso y terrible.

Nadie en el Laboratorio Perdido había visto la aplicación militar de su nuevo


descubrimiento. Sin embargo, según el edicto del Alto Consejo, todos esos avances
debían ser sometidos al Consejo de Guerra para su evaluación. No les llevó mucho
tiempo darse cuenta de que el descubrimiento de Roppen sería un arma asombrosa. Si
las destructivas fuerzas gravitacionales de mil agujeros negros estallaran de inmediato en
la vida, sería diferente al esplendor de cualquier arma anterior.

Al principio llamó al dispositivo el Ojo de la Discordia. Era un ingenio científico; una


broma interna de Señores del Tiempo para la intelectualidad de la Academia. Más tarde,
el Consejo de Guerra lo llamó Devorador de Galaxias. No importa cuál fuera su nombre,
el dispositivo era oportuno, ya que la guerra acababa de estallar entre Gallifrey y el Alto
Mando Nestene en la constelación de Sefín en la cercana galaxia de Ília.

Fue entonces cuando Roppen realmente se perdió. Desmanteló su dispositivo y usó


un virus informático sensible de su propia creación para destruir todos los registros de su
investigación. Poco después, dejó la Academia y viajó a las Montañas del Consuelo y la
Soledad para emprender una vida de contemplación y sencillez.

El Consejo de Guerra estaba lívido. Habían exigido que lo arrestaran. El propio


Rassilon había intercedido y les había dicho que no se emitiría una orden de ese tipo
mientras aún fuera presidente.

Sektay sonrió mientras miraba la Orden Ejecutiva que otorgaba el indulto a Roppen
por cualquier delito percibido que el científico había cometido al destruir tanto la
investigación como el dispositivo. Rassilon era verdaderamente un gran hombre.

257
Esto era exactamente lo que estaba pensando a la mañana siguiente cuando él le
informó de su decisión.

—Creo que tienes razón—dijo Rassilon. Caminaba lentamente por los jardines de su
residencia, su túnica reemplazada por un atuendo más apropiado para un forastero de
más allá de la Ciudadela.

—Gracias, señor presidente—Sektay estaba realmente emocionada de escuchar


estas palabras.

—Llevaría demasiado tiempo desarrollar el tipo de arma que necesitamos. Hay que
convencer a Roppen de que vuelva al redil. El Devorador de Galaxias se ocupará de esta
amenaza y Gallifrey puede concentrarse en empresas más compasivas.

—Eso suena muy razonable—dijo Sektay.

—Por eso he decidido irme de inmediato—dijo Rassilon—. Solo.

Hizo un gesto con el brazo hacia un coche flotante que estaba parado en el camino
de grava más allá de un seto ornamentado.

—¡No puedes ir solo! —Sektay estaba horrorizada.

—Es un simple viaje a las montañas, Sektay, no una misión irresponsable para a
una Red Estelar Racnoss—Rassilon ya estaba caminando hacia el vehículo—. ¡Roppen
no es un hombre que responda bien a que enviemos cañoneras o incluso a todo el Alto
Consejo! Debo ir yo.

—Pero, ¿solo, señor presidente?

—Sí —Rassilon sonrió y tomó su mano entre las suyas—. Gracias por tu ayuda.
Creo que puedes haber salvado a Gallifrey.

Sektay le devolvió la sonrisa. No deseaba formar parte de la historia. ¿Cómo podía


ella, al lado de una figura como Rassilon? Él se subió al asiento del conductor del coche
flotante y puso en marcha el motor.

—Date prisa y vuelve pronto—dijo.

Rassilon asintió, dio una sonrisa característica y se fue.

258
Los dos Señores del Tiempo estaban sentados a una mesa de madera sencilla,
bebiendo vino de los viñedos en las laderas más bajas. La casa de Roppen no era tan
simple como se rumoreaba. El edificio parecía más una villa que una casucha y carecía
de tecnología, aunque sus atavíos no eran opulentos.

—Pensaba que el Consejo de Guerra volvería a intentarlo—dijo Roppen. Su rostro


tenía más arrugas estos días y sus ojos estaban un poco entrecerrados. Sin embargo, su
voz se mantenía firme y lenta—. No pensaba que vendrías en persona.

—¿Cómo podría no hacerlo? —dijo Rassilon—. Deberías gobernar a mi lado. Como


Omega. No merodeando por los polvorientos rincones de la academia, o peor aún:
¡atrapado aquí como un Shobogan!

—¡Shobogan! —se rio Roppen—. Siempre has tenido una expresión colorida. ¡No
soy un forastero!

Rassilon sonrió.

—Tal vez no. Pero te estás escondiendo aquí.

—Estoy retirado.

—Un Señor del Tiempo no se retira—respondió el presidente—. Pasar una eternidad


mirando puestas de sol y bebiendo vino no es vida para la mente más grande de la
galaxia.

Roppen levantó un vaso.

—¡A mí me suena bastante bien!

—¿Estarás feliz de darte un capricho mientras Gallifrey es invadido por los Nestene?

—Eso no pasará.

—No estés tan seguro—dijo Rassilon. Se inclinó hacia adelante y miró fijamente a
su amigo—. Nos han dado una buena en Ília. Tienen casi toda esa galaxia en su agarre.
Todos sus planetas de proteínas y mundos de fábrica de Auton... si no los detenemos
ahora, nuestra galaxia será la siguiente, tal vez el universo entero.

259
—Cuando le mostré al Consejo de Guerra más amplio mi investigación, algunos de
ellos se rieron, uno o dos lloraron. La mayoría de la gente guardó silencio. Simplemente
me quedé allí y recordé la línea de los antiguos textos de Pítia: “En mi deber de defender
la existencia, me convertí en la propia mortalidad, en el asesino de esferas”.

—Conozco tus sentimientos sobre el uso del Devorador de Galaxias.

Roppen hizo una mueca.

—Por favor, no lo llames así.

—Sea cual sea su nombre, lo necesitamos—dijo Rassilon—. Por favor. Salvará


innumerables mundos. Nos salvará a nosotros.

—No salvará a Ília.

—La galaxia Ília no tiene una civilización real de la que hablar ahora. Todas las
razas o culturas que alguna vez existieron allí se pierden; todos los planetas y razas
perduran sólo para servir a los Nestene.

Roppen contempló la puesta de sol anaranjada, que lentamente se volvía azul a


medida que caía el crepúsculo. Cerró los ojos y sintió el calor del sol.

—Si hago esto—dijo—, el dispositivo se construirá exactamente según mis


especificaciones.

—Por supuesto.

—Sólo se utilizará una vez.

—De acuerdo.

Roppen dejó escapar un largo y bajo suspiro.

—Y deberíamos empezar de inmediato.

Rassilon levantó su copa.

—Creo que tenemos tiempo para terminarnos estas primero.

Mientras las naves de guerra gallifreyanas mantenían las naves de asalto Auton y
los Enjambres Nestene contenidos dentro de la galaxia Ília, Roppen regresó al Laboratorio

260
Perdido. Trabajó en reclusión y casi completamente solo. Rassilon y un equipo de
técnicos trabajaron en una TARDIS especialmente equipada que le permitiría operar el
arma y aún escapar de su fuerza destructiva.

Cuando llegó el día, Roppen entró en la sala del Consejo de Guerra y colocó su
dispositivo cuboide sobre la mesa, justo en el medio. Parecía muy diferente al Ojo de la
Discordia. Eso había parecido frío y funcional; prosaico. Esto parecía casi lírico.

En lugar de metal pulido, este dispositivo estaba hecho de madera oscura con lo que
parecían engranajes y engranajes de latón visibles en algunos de sus paneles. Sus
diseños circulares parecían imitar el lenguaje gallifreyano que estaba tallado en sus
bordes.

En el otro salpicadero había patrones en forma de laberinto, como una apariencia


externa de los complejos programas informáticos que se ejecutaban en su interior.
Aunque en lugar de placas de circuitos electrónicos o cualquier otra tecnología superior,
Roppen había preferido un reloj para el mecanismo de control del dispositivo, que
zumbaba y hacía tictac como si estuviera casi vivo.

—¿Cómo se opera? —preguntó Rassilon.

—Simplemente gire la rueda en la parte superior—respondió Roppen. Parecía


satisfecho consigo mismo por alguna razón—. Entonces dele sus instrucciones.

—¿Se activa por voz? —preguntó el general Brissilan.

—El mecanismo operativo es sensible.

Rassilon arqueó una ceja.

—¿Es eso sabio?

—Exactamente según mis especificaciones—respondió Roppen—. ¿Recuerda?

Rassilon sonrió.

—Por supuesto.

El eco de su conversación se desvaneció y Rassilon ordenó que llevaran el


dispositivo a la TARDIS especialmente equipada.

Rassilon miró alrededor de la habitación. Sektay le sonrió desde un rincón oscuro.

261
—Bueno, pues. ¡Acabemos con esta guerra!

Una línea de guardias de la cancillería condujo a la puerta de la TARDIS. Rassilon


suspiró. Pero entendía mejor que la mayoría cómo se usaba la ceremonia para reforzar y
hasta cierto punto controlar una sociedad.

Con la armadura de color rojo oscuro de un soldado, marchaba entre los guardias
vestidos con sus uniformes más soleados, escarlata y blanco. Rassilon se volvió cuando
llegó a la cápsula TT. A diferencia de Roppen, no evitó el Video de Registro Público, y
esto se estaba transmitiendo a través de Gallifrey y sus mundos coloniales. Dio una
sonrisa heroica, saludó con la mano y entró.

En la consola hexagonal central había media docena de técnicos científicos, todos


con monos blancos. Rassilon dio la orden de desmaterialización y atravesó la vasta
cámara hasta otra puerta, que conducía al interior de la nave espacial.

La habitación en la que se encontraba ahora estaba sin amueblar, salvo por un


pedestal blanco grisáceo sobre el que se encontraba el marco de madera del dispositivo
de Roppen. Las paredes que lo rodeaban estaban marcadas con cráteres circulares,
haciéndose eco del silencioso tic-tac de la máquina que albergaban.

Rassilon se colocó sobre el dispositivo y cuidadosamente giró la rueda dorada en la


parte superior. El zumbido del mecanismo se intensificó por un breve momento y luego se
apagó una vez más. Pero no pasó nada más. El Lord Presidente de Gallifrey frunció el
ceño.

—¿Y bien? —dijo.

—¿Y bien qué? —preguntó una voz profunda pero ligeramente ronca detrás de él.
Rassilon se volvió lentamente. Esperaba ver a uno de los pilotos vestidos de blanco
desde la sala de la consola.

En cambio, un anciano se alzaba frente a él. Tenía un rostro arrugado pero amable,
una barba de perilla gris blanquecina y un cabello rebelde del mismo color, recogido en la
más mínima sugerencia de una cresta en el centro. Su ropa parecía extraña: una
chaqueta de piel de animal y una bufanda tejida. Sobre su pecho tenía una bandolera.

262
—¿Quién eres? —gritó Rassilon, enojado por la intrusión. Comenzó a acercarse al
extraño—. No deberías estar aquí.

—Ninguno de los dos debería estarlo—respondió el anciano, luego sonrió.

—¡Ja! —Rassilon miró al hombre—. ¿Eres una inteligencia artificial?

—¿Artificial? —se burló el anciano—. Yo soy la interfaz. Bueno, una representación


de la misma. Elegida especialmente para ti para que te sientas como en casa.

—¿Para que me sienta... en casa?

En ese momento, la puerta se abrió detrás del anciano y un piloto de rostro fresco se
quedó allí con un aspecto un poco tonto.

—Disculpe, señor presidente, pero ¿está todo bien?

Rassilon miró al intruso.

—¡Por supuesto! ¿Por qué?

—Nosotros... le hemos oído gritar.

—¡Estaba hablando con este hombre! —dijo Rassilon.

El piloto lo miró fijamente y luego miró lentamente alrededor de la habitación.

—¿Hombre?.

—Puedes llamarme Pandórico —dijo el hombre barbudo—. Pero él no puede. No


puede

verme.

—Ah —dijo Rassilon—. El dispositivo tiene un sistema operativo inteligente. La


interfaz solo es visible para el operador. Puedes dejarnos.

El piloto asintió con la cabeza y salió disparado de la habitación, cerrando la puerta


con firmeza detrás de él. El viejo loco de Rassilon. Eso era lo que estaría pensando. El
Señor del Tiempo sonrió y se volvió hacia este sistema operativo que se llamaba a sí
mismo...

—¿Pandórico?

263
—Sí. Por la Pandórica. Otra caja mítica que se suponía que albergaba algo muy
peligroso; la prisión de una guerrera o un duende que cayó del cielo y destrozó el mundo.
¿Te suena familiar?

—Para nada.

El anciano parecía abatido.

—Oh—dijo—. Ah. Espera. Estoy un poco confundido. Ese es el futuro. Son tan
fáciles de confundir, ¿no es así? ¿No encuentras?

—No.

—Oh. Bueno, para mí sí—cruzó la habitación y miró la caja de madera—. Pero


bueno. Sigamos con Pandórico, ¿de acuerdo? Es un nombre bastante bueno.

—Estoy seguro de que has elegido sabiamente—bromeó Rassilon al anciano.

—¡Eso sí que es gracioso! —sonrió Pandórico—. Entonces, he escuchado cuáles


son tus intenciones.

—¿De verdad?

—Gallifrey se alza.

—En esencia. Sí.

—Toda tu vida: eso es lo que te impulsa.

—¿También puedes leer la mente?

—¿Deseas destruir a los Nestene? ¿Prender fuego a toda una galaxia?

—Para salvar a Gallifrey, sí.

—¡Entonces ha llegado tu Momento!

—No hemos llegado todavía—dijo Rassilon—. Estoy seguro de que los pilotos nos
alertarán cuando lo hagamos. Y luego puede llevar a cabo su función.

El anciano se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas y jugueteó con su


bandolera. —¿Quieres matar algo de tiempo?

264
Rassilon suspiró. El sistema operativo ciertamente estaba usando algunos patrones
de habla muy parroquiales.

—Sabes que, junto con lo que consideras la infección Nestene, tus acciones
acabarán con incontables miles de millones de vidas inocentes.

—Vidas esclavizadas. Vidas que solo existen para servir a la máquina de guerra
Nestene: esclavos. Nada más.

—Los esclavos siguen siendo inocentes. Créeme.

—No obstante...

—Gallifrey debe alzarse—el anciano de repente le agarró la pierna—. ¡Y yo también!


—se levantó y cojeó por la habitación—. ¡Calambre!

—¿Roppen realmente te programó para ser así?

Pandórico se frotó la pantorrilla vigorosamente y luego miró hacia arriba, sonriendo.

—Se supone que debo manifestar la interfaz que mejor se adapte a la situación y al
operador.

—Entonces, ¿por qué tú?

—Creo que porque somos similares.

Rassilon se rio.

—¿De verdad?

—Estás en un aprieto. Un arreglo. Y la situación en la que te encuentras ahora es


como una en la que me encontraré un día. Bueno, yo no. La imagen que estoy usando.

—Muy pronto, no existirás.

—Eres un gran hombre, un líder de tu gente. Preparado para tomar decisiones


difíciles. Las que nadie más tiene estómago. Pero si bien puedes ser un hombre duro, no
necesitas convertirte en un asesino a escala galáctica. No es necesario que abandones la
decencia y la compasión. De esa manera se encuentra el desastre.

265
—He luchado contra los grandes vampiros. Como parte de los Imperios Noveles, he
puesto fin a la voraz Racnoss. Un desastre aún mayor vendrá si los Nestene atraviesan
esta galaxia y destruyen Gallifrey.

—Te diré una cosa: ¡te lo mostraré!

—¿Qué?

La habitación se convirtió en un remolino de melaza blanca de energías temporales


y Rassilon se sintió caer a través del tiempo.

De repente, Rassilon sintió frío. El aire estaba saturado de una fina bruma de gotitas
heladas. A pesar de la armadura acolchada, se estremeció. Él estaba solo. No había ni
rastro de Pandórico ni indicios de lo que debía hacer. El suelo bajo los pies era casi
esponjoso y el cielo en lo alto una paleta monocromática de grises y blancos.

Se dio la vuelta y se encontró frente a una torre a menos de una milla de distancia.
Se adentraba en las lúgubres nubes veloces como un antiguo lugar de culto y estaba
coronada por una gran esfera dividida en dos por una media luna. Este parecía ser su
destino.

Mientras Rassilon se abría paso a través del deprimente paisaje, su mirada vagó
hacia el horizonte. Creyó reconocer las formas de las colinas y montañas que parecían
rodear el páramo sobre el que se construyó la torre. ¿Podría ser? ¿Por qué Pandórico lo
enviaría a la Zona de la Muerte? ¿O era esta una época antes de que él pusiera fin a los
Juegos?

Al pie de la torre pudo ver varias figuras, definitivamente Señores del Tiempo por las
túnicas. Eran ingenieros, su tipo de gente, y Rassilon se sorprendió a sí mismo
saludándolos como si no fueran solo compatriotas, sino amigos.

Todos lo miraron con recelo, pero reconocieron su uniforme militar y no dijeron nada
mientras se acercaba. Rassilon pensó que esto era lo mejor. Pasó junto a ellos y atravesó
una gran puerta para entrar en una habitación con suelo cuadriculado.

—Todo está bien. No hemos activado los láseres del techo —dijo una voz. Rassilon
miró hacia la penumbra y salió un técnico. Iba vestido con túnicas similares a las de
Sektay, pero tenía el pelo corto, rubio oscuro y un ligero bigote.

266
—¿Láseres de techo?

—¡Todo es parte del Juego de Rassilon! —dijo el hombre.

Rassilon se rio. ¡Un juego! Bueno, eso era interesante.

—El presidente está ahí abajo—el hombre señaló hacia un pasillo iluminado con
antorchas encendidas—. Supongo que es por eso que estás aquí.

—Sí. Gracias.

Rassilon pronto llegó a una cámara mucho más grande. Había una estructura
piramidal en su centro y parecía haber galerías que recorrían el espacio hexagonal. Al pie
de esta estructura había un grupo de hombres. La mayoría vestían túnicas sencillas y
gorros negros. Uno vestía de blanco.

La última figura vestía magníficas túnicas doradas con un tocado puntiagudo que se
mantenía en su lugar mediante una corona de oro con incrustaciones de grandes cristales
de color púrpura. Tenía el vello facial de aspecto más asombroso que Rassilon había visto
en su vida: patillas de chuleta de cordero que se convertían en un bigote tupido y cejas
finas y alargadas. Eso se arqueó hacia arriba en los bordes exteriores.

—¿Quién eres? —gritó el hombre de oro. Su voz era rica y profunda.

Rassilon miró fijamente a su yo futuro.

—¿Y bien?

—Es mucho más... paternal que tú, ¿no crees?

Rassilon volvió la cabeza y vio a Pandórico apoyado en un pilar de piedra.

—¿La sensación de aprensión ha afectado tu habla? —dijo el mayor de los Rassilon.

—No—dijo finalmente Rassilon—. ¿Qué sensación de aprensión?

—Es un mecanismo que instalé en la Torre Oscura. Ayudará a disuadir a aquellos


cuya voluntad no está puesta en el premio.

—Ésta es tu última encarnación—comentó Pandórico, con la ronquera en su voz


bastante pronunciada ahora—. Se está preparando para el sueño eterno.

—Qué poético —dijo Rassilon en voz baja.

267
El Señor del Tiempo mayor examinó al recién llegado con cuidado. Entonces su
boca se abrió.

—No—dijo—. Esto no puede suceder. ¡Estás en contravención de las leyes del


tiempo!

—Las leyes que decreté yo—respondió uniformemente Rassilon.

—Nosotros decretamos—dijo el mayor Rassilon. Rodeó al joven—. ¿Por qué estás


aquí?

—¿Por qué estoy aquí? —respondió otra voz profunda. Ésta estaba afilado con
acero.

Un hombre con túnicas rojas y doradas apareció de entre las sombras. Tenía el pelo
negro grisáceo muy corto hasta la cabeza y llevaba una especie de guante cibernético en
la mano derecha. Brillaba levemente con la energía del tiempo.

—¡Responded!

—Creo que aquí prefiero al Barbas De Bandolero que a Don Militar—dijo Pandórico
—. Diles que necesitas tomar una decisión.

—¿Quién eres? —preguntó Barbas De Bandolero, mirando imperiosamente al recién


llegado.

Don Militar negó con la cabeza, con una leve mueca de desprecio en el rostro.

—¡Tú! —se acercó a Barbas De Bandolero y le gruñó en la cara—. Lo último que


necesitamos ahora eres tú, un viejo y pomposo saco de viento.

Rassilon miró fijamente al recién llegado. ¿Era realmente él también? Parecía tan…
rígido, tan falto de humor. Al menos la encarnación con el sombrero gracioso y la corona
sonrió.

—¡Te estás dirigiendo al señor presidente de Gallifrey! —dijo Barbas De Bandolero


con altivez, demostrando la valoración que su futuro yo tenía de él.

—Igual. Que. Tú —dijo Don Militar, escupiendo cada palabra como si fuera veneno.

—¿Pensaba que esta era mi última encarnación? —Rassilon señaló con la mano a
Barbas De Bandolero.

268
—Lo es—dijo Pandórico.

—Lo soy—confirmó el hombre mayor.

Crewcut parecía un poco perdido para las palabras.

—Fui... resucitado—dijo.

—¿Desde cuándo los Señores del Tiempo resucitan a los muertos? —Rassilon
estaba horrorizado.

—Se acerca una guerra—dijo Don Militar—. Una que ni siquiera podéis empezar a
imaginar.

Pandórico caminó entre los tres Rassilons. Echó un vistazo a la encarnación más
joven. —Él podría ayudarte con su decisión—dijo.

—Necesito tu consejo—dijo Rassilon.

—¿Me has recogido en el tiempo? —dijo Don Militar. Era un hombre muy enfurecido.

—No exactamente.

—¿Por qué no recuerdo esto? —preguntó Barbas De Bandolero.

—Dile que las transmisiones horarias no están sincronizadas—dijo Pandórico.

Rassilon transmitió la información.

—Estoy muy ocupado...—dijo Crewcut.

—Con tu guerra—dijo Rassilon.

—Sí. ¿Para qué nos necesitas?

—Tengo una guerra propia.

Don Militar se rio.

—¿De qué pequeña escaramuza estás hablando?

—Nestenes.

—¡Los destruí! —dijo Barbas De Bandolero.

—¿Lo hiciste? —Rassilon se sorprendió.

269
—Incluso él tuvo la determinación de hacer lo que fuera necesario. ¿Es por eso por
lo que estás aquí? ¿Porque no es así? —Don Militar escupió la pregunta a su yo original.

—Me dijeron que tenía una opción.

—Sí—un cuarto hombre apareció ante ellos. Era muy viejo, incluso más que
Pandórico. Tenía un rostro cansado, surcado por el dolor y la amargura. Era calvo y
llevaba un tocado y un escudo de hombros gallifreyanos, marcado con su sello.

—Tú siempre tienes una opción.

270
271
—¿Otro? —preguntó Barbas De Bandolero.

—¿Tú eres yo? —preguntó Militar con una mueca.

—Pero eso significa...

—Que pierdes—dijo el hombre calvo mirando fijamente a Militar.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó el joven Rassilon.

—Se peleó con un verdadero maníaco—dijo Pandórico—. De hecho, uno de su


propia creación. Pero luego el maníaco se regeneró en una hembra y Don Militar se
regeneró en Calvito.

—Pero Gallifrey... —Militar se desinfló de repente. Su propósito se había ido.

—Sigue en pie—dijo Calvito—. Pero no como antes.

— ¿Cómo se supone que esto me ayuda? —Rassilon hizo una mueca. Esto era una
pérdida de tiempo.

—Estos hombres son tu futuro. Brillante a corto plazo, pero mira el resultado final.

—¡Gallifrey se alza! —dijo Crewcut, recuperando su valentía—. Eso es todo lo que


siempre quise.

—¿No importa el coste? —preguntó Rassilon. Sabía la respuesta.

—Por supuesto.

Los tres Señores del Tiempo asintieron. Rassilon sonrió.

—Y has tenido mucho más tiempo para pensar en esto que yo.

Militar se le acercó.

—Gallifrey debe permanecer constante, aunque le costó a todo el universo.

Rassilon sintió que un escalofrío lo recorría. Militar desapareció.

La encarnación mayor se le acercó ahora.

272
—Un día, reflexionarás sobre todo esto y te preguntarás si valió la pena—dijo.
Luego, él también desapareció de la vista.

—Bueno —dijo Barbas De Bandolero—. Eso ha sido educativo. Y no de lo más


agradable.

—No—asintió Rassilon.

Un momento después, estaba de vuelta en la habitación a bordo de su TARDIS.


Pandórico estaba ahora apoyado contra la pared y en el centro de la habitación, la caja de
madera se había transformado en un detonador explosivo primitivo, con un eje de émbolo.

—Esa era tu tumba, ¿sabes? —dijo Pandórico.

—¿Qué? ¿La Torre?

Pandórico asintió.

—Esperaba que te diera una sensación de mortalidad —se rio—. La ironía de


intentar mostrar eso a alguien que descubre la inmortalidad no se me escapa.

—Estas cosas que me has mostrado, lo que me estás diciendo ahora... ¿todo
porque quieres que cambie de opinión?

—Espero. No quiero.

—No logro ver la diferencia.

La puerta se abrió y uno de los pilotos se paró en su marco, sin atreverse a entrar.

—Hemos llegado, señor presidente. El general Brissilan informa que todas las
fuerzas están listas para regresar a Gallifrey cuando usted lo ordene.

Rassilon se acercó al mango del émbolo del detonador.

—Da la orden. Prepárate para el disparo del arma.

El piloto hizo una reverencia y se fue.

—Nada alterará tu decisión.

—Como decía mi yo del futuro, Gallifrey debe permanecer.

273
—Sabes que ni siquiera destruirás a todos los Nestene con esta acción. Algunos
sobrevivirán.

—Unos pocos supervivientes nunca podrán representar la misma amenaza que


representa esta infestación galáctica.

Rassilon puso su mano sobre el mango de madera. Tan sencillo. Tan… físico. Cerró
los ojos.

—¡Gallifrey se alza!

Empujó el émbolo con fuerza y todo se congeló.

El presidente vio más allá de la Cápsula TT, más allá de su casco plasmático
exterior. Una galaxia de estrellas giraba a su alrededor: cúmulos, nebulosas, planetas,
lunas y criaturas; la vida en todas sus diferentes dimensiones y variedades.

Entonces sintió el poder del arma aterradora de Roppen. Era como una escarcha
arrastrándose a través de la creación, convirtiendo todo en una instantánea sin vida.
Luego se convirtió en una ola que se alejaba de la playa y arrastraba consigo toda la
materia, el espacio y el tiempo.

Rassilon no podía decir si era su imaginación sobre si el sistema operativo sensible


le permitía ver la destrucción. Pero podía sentir la pérdida de toda esa vida. Todos y cada
uno de los átomos de la vasta expansión cósmica implosionaron antes de ser aplastados
hasta una singularidad infinitesimal.

La visión se desvaneció y Pandórico estaba allí de pie, con el rostro golpeado ahora
marcado por el dolor de lo que acababa de hacer.

—Nunca más—dijo.

—Está hecho—respondió Rassilon—. No hay razón para más.

—No hay razón. Claro que no—Pandórico se volvió y miró hacia la caja de madera
en la que se había convertido el arma una vez más—. Nunca más permitiré que me
utilicen de esta manera. ¿Lo sabes?

Rassilon asintió. Él podría entender el razonamiento.

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—La caja de Pandórico se ha utilizado para derramar tanta maldad en el universo...
solo una cosa permanece sin explotar...

—¿Y cuál es?

Pandórico se volvió hacia Rassilon por última vez.

—La esperanza—consiguió esbozar una pálida sonrisa—. Y un día traeré esperanza


a quien la necesite desesperadamente...

Rassilon no se atrevió a mirar al anciano.

—¿Cómo te asegurarás de que esta espantosa estrategia no se emplee en la


galaxia de origen? —preguntó Pandórico.

—No podemos destruirte—dijo Rassilon, finalmente mirando al hombre a los ojos—.


Te pondremos a salvo.

El anciano miró hacia arriba como si buscara inspiración. Luego, con una leve
sonrisa, habló, desvaneciéndose al hacerlo.

—Entonces, este es el final—dijo—. Pero el Momento ha sido preparado para...

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AGRADECIMIENTOS

Me gustaría agradecer a todos aquellos en la BBC Books que han hecho posible
esta colección: Albert de Petrillo, Charlotte Macdonald, Kate Fox y Grace Paul por su
entusiasmo, asesoramiento y habilidades de edición a lo largo del camino y a Tess
Henderson y su equipo por el brillante trabajo de promoción en el libro. También quería
dar las gracias al equipo de producción de Doctor Who, que ha apoyado este proyecto y
me ha dado su confianza para no duplicar sus espléndidos planes para la última
temporada del duodécimo Doctor. Además, para aquellos que han leído el libro con un
peine de dientes finos, asegurándose de que esté lo más libre de errores posible:
comenzando con mi esposa, Clare, el editor de textos Steve Tribe y el corrector de
pruebas Paul Simpson. Finalmente, a Adrian Salmon, con quien ha sido un placer trabajar
y quien ha producido algunas de las ilustraciones más impresionantes que he visto en un
libro de Doctor Who. Gracias a todos.

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