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La biblioteca pública es un actor transgresor en todo el sentido de la palabra.

Esta es una
premisa evidente, sin embargo, cuando la enunciamos obviamos que este carácter
transgresor se da por las múltiples posibilidades de la biblioteca como espacio democrático,
que pretende ser punto de partida para que las personas encuentren en ella caminos para ser
y estar en su comunidad. De esto podríamos concluir al menos dos cosas, en primer lugar,
que la biblioteca pública, cuando menos en el caso colombiano, se concibe como espacio
transgresor que se sitúa en contextos cuyas dinámicas sociales no permiten que los
ciudadanos se desarrollen políticamente de manera plena. En segundo lugar, es transgresor
si pensamos que la biblioteca como parte del sector público tiene la responsabilidad de
restituir derechos que muchas veces son negados por estamentos de poder que también son
públicos. En este sentido, el lugar biblioteca se entiende como espacio que va
contracorriente, revelándose muchas veces a las diferentes lógicas que son transversales en
nuestra sociedad, por ejemplo, se revela a la lógica del sistema que puede limitar libertades
de las personas, a la lógica del poder que constriñe en nuestro contexto las maneras de ser y
de pensar, a la lógica de la guerra que propone a la violencia como único motor de cambio
de las sociedades, etc. Dicho esto, entendemos que, la biblioteca debe disponer de
herramientas que le permitan contraponerse a esto y que los agentes bibliotecarios se
convierten en el puente que tienen los usuarios para acceder a derechos que históricamente
les han sido negados.

Ahora, en Colombia, la justicia social es un tema complejo a tratar. En primer lugar, porque
este ha sido un territorio fundado desde la violencia, es decir, la violencia tristemente ha
sido el ingrediente principal, el origen de eso que es Colombia, En segundo lugar, porque la
violencia como motor de las sociedades supone que ejercer la violencia es ejercer el poder
y esto a su vez supone que para mantener o adquirir el poder el camino único es la
violencia. Es por esto que tanto grupos criminales como instituciones gubernamentales ha
hallado en la violencia una piedra filosofal que convierte los territorios, la naturaleza, la
espiritualidad, y, en suma, la vida misma, en oro, en oro bañado en sangre. ¿Cómo
contrarrestar esto desde las bibliotecas y poder contribuir desde ellas a la justicia social?
Posibilidades hay muchas, este texto propondrá a la generación de tejido social como uno
de los tantos caminos que pueden tomarse y como servicio bibliotecario fundamental para
las comunidades.
Preguntémonos pues, ¿qué se necesita para que haya justicia social? Muchos son los
factores que entran en juego, pero me detendré en dos que me parecen fundamentales,
primero el reconocimiento y segundo la redistribución. Esto me lleva a pensar que hace
tiempo las bibliotecas dejaron de ser meros almacenes de datos para ser espacios cuya
función principal más que documental es humana. Me explico, si bien en la biblioteca
deben primar los servicios dirigidos a fomentar la consulta y el préstamo de materiales,
nuestra labor social como bibliotecarios nos convoca a reconocer a los usuarios como más
que eso, son más que usuarios, son personas con unas necesidades particulares, que hacen
parte de la sociedad en la que vivimos y que como tal hacen parte de un nosotros. Esto
quiere decir, que la función de la biblioteca más que asistencial es comunitaria, busca sin
duda, la generación de vínculos que transformen a la biblioteca en un lugar de construcción
colectiva. Es por esto, que creo pretencioso algunos programas bibliotecarios que buscan
enseñar sobre esto y aquello pero que no se preocupan por los miedos, los problemas, las
emociones, la vida de las personas.

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