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Castillos de cartón

Article  in  Hispania · December 2005


DOI: 10.2307/20063206

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Josefa Báez Ramos

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Grandes, Almudena. Castillos de cartón. Barcelona: Tusquets Editores, 2004. ISBN:
84-8310-259-5. 199 p.
“Y a usted, ¿qué le parece Castillos de cartón?”, me espetó una estudiante de pelo negro
y ojos vivos del último año de Español en la Universidad de Washington, en Seattle. El
grupo todo la había leído, y yo acaba de concluir mi exposición sobre la novela y su
lugar en la carrera literaria de Almudena Grandes. Primero, le respondí a la gallega
preguntándole si en algún momento le había escandalizado su lectura. Luego, no tuve
más remedio que aceptar el reto de la síntesis, una especie de declaración para el titular.
Aún sigo estando de acuerdo con lo que le contesté a aquella alumna: no, Castillos de
cartón no ofrece el deleite literario continuado al estilo en que se conseguía en Atlas de
geografía humana, o en aquella primera novela de Almudena Grandes, Las edades de
Lulú, con la que la autora había obtenido el premio de narrativa erótica La Sonrisa
Vertical, concedido por la Editorial Tusquets desde el año 1979 y a cuyo frente se
encuentra el director cinematográfico Luis García Berlanga.
Castillos de cartón se lee de una vez y, a tenor de los juicios enviados a diversos foros
por no pocos lectores de la novela, cumple con una de las condiciones que, en alguna
entrevista, la misma Almudena Grandes requería de cualquier escritor: que nos
conmueva con su libro. Y, sí, la novela se lee de corrido, sin detenciones; claro que
pueden ustedes intentar dejarla a la mitad.
Después de recibir una llamada telefónica en su trabajo, en la cual Jaime le comunica a
María José Sánchez el suicidio del amigo común, Marcos, la memoria mantenida de
María José nos devuelve a la vida de los universitarios españoles en la década de los
años ochenta, a sus relaciones y a los pisos que comparten, a su manera de divertirse, de
transgredir las reglas generacionales, a su oralidad expresiva; también a muchos de los
rasgos sociales que, en su evolución, siguen delineando a la comunidad española. En
varios flash back, a manera de las muñecas rusas, uno dentro de otro, el pensamiento, la
voz narradora, en primera, abre recuerdos que van desde su infancia y adolescencia en
el colegio de secundaria a su ingreso –no tenía siquiera veinte años- en la facultad de
Bellas Artes madrileña, el curso en el que conoció a Jaime González y a Marcos
Schultz, compañeros de estudios, de inquietudes y de afecto, aunque con talento dispar.
Al fondo, trazos para el cuadro cultural de la España de hoy; en primer plano, el
ambiente de Madrid, la movida, desde la Plaza de España a Fuencarral.
Distribuida en cuatro apartados -el arte, el sexo, el amor, la muerte- y estos en otras
secuencias, las frases iniciales de cada capítulo ( “El tres es un número impar”, “El tres
es un número aparte”, “El tres es un número par”, “Pero el tres no ha sido nunca un
número”, respectivamente) sirven de hilo en la trenza del significado e interpretación de
la tesis en este relato, dejando listo el terreno para la tertulia. La historia propone la
felicidad en una relación de amistad, de amor y sexo, a tres; y los componentes parecen
convencidos de que, para ellos, esta es la única manera posible de lograr su plenitud..
Copio las últimas líneas del libro: “Había pasado mucho tiempo, pero a ninguno de los
tres se nos había olvidado que Jaime y yo, solos, no llegaríamos nunca a ninguna parte”
(199).
Estructura y forma acompañan al contenido y afianzan el enganche del lector a las
páginas. La brevedad del tiempo cronológico en que se desarrollarán los
acontecimientos reales se empareja con la concentración significativa en los recuerdos
de María José, con el ritmo ligero y las conexiones que se establecen entre las memorias
rescatadas, con la condensación elíptica de las aposiciones. La formalización literaria
del mensaje anima también a la lectura. La fluidez de propuestas binarias, incluso
trimembres, en la adjetivación, la presencia reiterada de pistas temáticas, de enlaces
lingüísticos que cohesionan el relato e impiden la desorientación del lector por el vaivén
de los recuerdos personales, las anáforas en que se engarza un párrafo extenso, las frases
–y objetos- que, a modo de estribillo, emergen con puntualidad hilvanando la relación
son otros tantos elementos que sirven para retener al lector. Las enumeraciones
asindéticas, la preferencia por la yuxtaposición, el reflejo indirecto libre de lo
presenciado, el diálogo inserto en la narración, los coloquialismos que acercan (no se
confunda, sin embargo, con ausencia de manipulación estética), la plasticidad en las
comparaciones, el humor, la ironía, la punzante descripción de sensaciones, la
intertextualidad literaria con que guiña a iniciados, desde barruntos cidianos en la
hipérbole del dolor, a las adherencias de alguna canción de Ana Belén pasando por el
eco de aquella disponibilidad con que el poeta amante Pedro Salinas dejaría catálogos y
citas, de ser llamarlo por la amada o la deuda, que sale al paso desde el propio título,
hacia la canción “Para ti”, letra y música de Fernando Márquez, el inventor del grupo
Paraíso.
Bien de agradecer es la limpieza de erratas en el libro y quede aquí el reconocimiento
por ello. Las mínimas anotaciones a escasísimos ejemplos de impureza estilística o
concesiones a un extendido uso impropio de alguna preposición no se merecen la
referenncia que empañe la viveza de escritura y lo que con ella consigue la autora
llevando al lector hasta el fin de su relato.

Josefa Báez-Ramos
Center for Spanish Studies, University of Washington

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