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La novela neorrealista (o de la generación X)

Este tipo de narrativa estuvo de moda durante los años que van desde
la caída del muro de Berlín (1989) y el inicio del uso de internet y del
correo electrónico hasta el 11/9, cuando el nihilismo de esta generación
de escritores, alternativamente denominados neorrealistas o miembros
de la generación X, perdió el favor de los lectores. Su interés temático se
centró en la representación de la conducta de los entonces jóvenes
adolescentes, sus salidas nocturnas en las grandes ciudades, el uso y
abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la música rock.

La obra de los equis fue recibida por la crítica con duras


descalificaciones, y sus autores declarados parias y renegados de la
literatura. Los críticos tenían razón, si juzgamos las novelas neorrealistas
desde los criterios tradicionales de juicio, los de la sensibilidad y gusto
estético clásicos. En cambio, los autores, sus ficciones, los personajes que
en ellas aparecen y sus modos poco convencionales de comportarse,
pedían que los textos no fueran juzgados desde patrones fijos, sino desde
las preferencias del lector individual. El rotundo éxito alcanzado por este
tipo de novela entre los lectores jóvenes, ligado a la generalización del uso
de Internet, resultó semejante al logrado por la ficción de
entretenimiento, tipo Arturo Pérez-Reverte, Manuel Vázquez Montalbán,
Dan Brown o Carlos Ruiz Zafón, pedía mayor respeto, si quiera por el
elevado número de lectores conseguido. Se enfrentaban por lo tanto dos
maneras de entender la novela, una en que el valor lo decidía el criterio de
unos pocos entendidos y otra en que se pedía la libertad de criterio
individual a la hora de determinar cuáles eran los textos literarios valiosos.
Pérez-Reverte ha sido el más articulado defensor de una novela cuyo valor
se deriva de la apreciación del lector y no del juicio de la crítica
convencional.
Los neorrealistas se empadronaron en el bando con menos poder en la
institución literaria, asentada en la universidad, los suplementos
culturales, las editoriales y las bibliotecas. Escribían una literatura
comprometida con lo cotidiano, con sus experiencias personales, y
contaron como únicos aliados a los lectores jóvenes, quienes enseguida le
cogieron el gusto a leer las novelas X porque les parecían relevantes para
su situación personal. Contrarrestaron con la compra masiva de las obras
el silenciamiento o el desdén impuesto por la mayoría de los profesores
universitarios y críticos literarios.

La publicación de la novela de José Ángel Mañas, Historias del Kronen,


en 1994 fue el detonante. Obtuvo un gran éxito de ventas, sobre todo por
lo dicho, que la juventud lectora encontró reflejada en sus páginas una
búsqueda de identidad semejante a la experimentada por ellos.
Descubrían allí muchas similitudes con sus experiencias, por ejemplo, que
no sólo la mente, sino que también el cuerpo nos puede ofrecer unas
señas de identidad, diferentes a las intelectuales postuladas en la
literatura habitual y en los consejos de sus padres.

Los paraísos falsos de la burguesía de la sociedad de bienestar fueron


rotos por Mañas y los equis. Sus novelas no ofrecían ningún refugio. La
certidumbre de la conducta burguesa, edificada sobre ejemplos no
seguidos por sus defensores (sus padres, niños del 1968), saltaba
asimismo hecha añicos. Los jóvenes buscarán el contacto con sus
coetáneos, estableciendo con los amigos, los colegas, la relación afectiva
que la vida profesionalizada de sus mayores les negaba. Papá y mamá
tenían que ir al trabajo y volvían tarde a casa, y a la niña/o sólo le queda el
recurso de ponerse a hacer cosas aceptables, educadas, y así por su propia
fuerza crecer y convertirse en meritorios ciudadanos como sus
progenitores. La novela neorrealista deshizo el mito de la libertad
concedida por los sesentayochistas, que en realidad constituía una forma
de desentendimiento de los padres de la educación de los hijos, quienes
huérfanos de modelos válidos para poder hacerse una identidad válida. La
novela, a pesar de la repulsa crítica, reinsertaba con vigor expresivo a sus
jóvenes protagonistas en la vida social, no en la imaginada, los espacios
imaginados familiares, sino en la cotidiana, donde la gente reacciona y
siente como en la realidad.

Los neorrealistas representarán asimismo una realidad donde faltan


unos principios o valores que permitan jerarquizarla. La droga, la bebida,
los sentimientos personales, forman parte de la vida humana, que en
ocasiones hace crisis, cuando alguien se enferma, se muere, tiene un hijo.
Son esos momentos en que nos encontramos con una encrucijada, y
tenemos que dejar de girar por un momento. Los mayores miran a los
jóvenes y esperan que sepan comportarse bien en tales circunstancias,
saber que hay que comprar un regalo, decir cosas agradables, como en las
celebraciones de cumpleaños familiares. Estas novelas representaron,
pues, una realidad existente. Los que se negaron a aceptar estas novelas
como la representación de una cambiante realidad rehusaban en el fondo
aceptar el desarrollo ocurrido en la sociedad en los años noventa.

La campaña contra la generación X fue acompañada por una inacabable


serie de acusaciones, siendo la principal su falta de originalidad, el que los
autores españoles eran meros imitadores de escritores extranjeros. Los
nombres Céline, de Charles Bukowski, de Raymond Carver, de Bret
Easton Ellis, el autor de American Psycho, o de la película La naranja
mecánica, de Stanley Kubrick, basada en una novela del mismo título de
Anthony Burgess, fueron escuchados a cada poco en el ardor de la batalla.
Los propios autores reconocieron sus deudas, y con orgullo, pues sus
modelos, los mencionados, eran maestros del género literario. El mismo
escritor que forjó la denominación de generación X, Douglas Coupland,
desdeñado por la crítica tradicional española, se ha convertido en uno de
los auténticos innovadores de la lengua y de la narrativa en lengua inglesa.
E incluso alguna novela como Trainspotting (1996), una visión amable de
la vida de unos drogadictos, de otro de los iconos equis, Irvine Welsh, ha
sido llevada al cine por Danny Boyle, y es considerada una importante
contribución al entendimiento de los problemas sociales contemporáneos.
La francesa Marie Darrieussecq (1969), autora de Marranadas (1997)
(Truismos en su título original en francés), que tuvo en el país vecino un
éxito semejante al de Mañas en España, fue también castigada por la
crítica.

Otro reproche crítico fue la supuesta pobreza de su lenguaje, alegando


que estaba plagado de coloquialismos, porque los neorrealistas concedían
una importancia enorme al componente oral en sus textos. En efecto, las
novelas de Mañas y compañía vienen repletas de diálogos y monólogos,
porque los escritores querían zafarse de las restricciones impuestas por la
lengua escrita según un patrón académico. Utilizarán en abundancia el
diálogo de conversaciones en los que nada se cuenta, ni sirve para avanzar
la acción, simplemente refleja la búsqueda de sentido a las propias
acciones de los personajes, repleto de cortes, de frases inacabadas, de
palabras sueltas, que deja a los signos lingüísticos en libertad. En cierta
manera, su lengua recupera el uso de los recursos orales, es como si la
memoria que exigen las novelas tradicionales aquí sobrase, porque las
conversaciones suelen ser de lo más intrascendente y no necesitan ser
recordadas.

Este rasgo de oralidad de las narraciones neorrealistas explica en buena


medida el irracionalismo que en ellas advertimos, ese deseo de socavar lo
que escapa a un mundo continuo, el de las instituciones, de lo civilizado,
de la continuidad del mundo burgués, de la organización social de la
democracia capitalista. Suponía la respuesta de la calle al lenguaje notarial
o al académico. Si hubiera que buscar un paralelo histórico a esta novela
lo encontraríamos en la novela social de los años treinta del siglo XX, de
ahí su denominación de neorrealista. En autores como Felipe Trigo o
Eduardo Zamacois encontramos una prosa que suscitaba las mismas
preguntas estéticas que estas narraciones.
Otra novedad fundamental de esta narrativa proviene de lo que
denominaré, por falta de mejor término, su parareferencialidad. El hecho
de que en la página de ficción surgen innumerables menciones a películas,
vídeos, drogas, conciertos rock, incluso a las noticias principales dadas en
los telediarios. O sea que se supone que lector domina junto al referente
real un parareferente informativo, compartido por todos, como si fuera la
luz del sol. Lo cual produce un impacto curioso sobre estos textos,
muestra su escasa consistencia conceptual. Es un poco como si el escritor
en vez de estar escribiendo con un substrato de ideas tuviera puesta una
antena parabólica que nunca deja de trasmitir lo presente. Cabe
preguntarse si dentro de tres décadas, cuando muchos de esos sucesos,
referencias, pongamos por caso a estrellas del rock, del fútbol, nos dirán
algo, cuando desaparezca el relumbrón de la fama.

Los personajes neorrealistas revelan un vacío de valores que los


presenta como adanes del mundo urbano moderno, reaccionando al
medio en vez de intentar dejar en él su sello personal. La droga, los
sonidos, los instintos, el sexo, las prepotencias, la falta de trabajo, la de
alicientes, la alienación de todo vínculo familiar, los aísla, a la vez que los
une a los grupos de amigos, con quienes se reúnen para realizar el paso de
la juventud a la vida adulta juntos.

De ahí que lo gestual se convierta en algo tan importante. Los mensajes


emitidos por estos personajes resultan escasos y parco su contenido, y
una gran parte del mensaje lo trasmite un movimiento físico, y se recurre
con frecuencia a la expresión gestual, que tiene un no sé qué de gruñido,
de cavernícola, de rupestre. En realidad, los neorrealistas ponen el
argumento en la prosa del texto muy de otra manera a sus predecesores.
Estos escritores y otros más entrados en años, pienso en Quim Monzó
(1952), es como si vieran el tema en un móvil escultórico que pende
frente a ellos, y lo captan en una dinámica que desafía la habitual, tan
causal, tan de arriba abajo, tan uno y uno son dos, porque el mundo,
como la música, ya no es armonía, sino también vibración electrónica. Es
un neofuturismo, un neometropolismo, que sitúa al hombre en un
entorno donde el sexo como la droga, como la velocidad, se han
convertido en puntos de referencia. Los argumentos de los neorrealistas
difieren, pues, diametralmente de los ricos murales decimonónicos,
organizados sin premura y con detalle. Se llega enseguida al centro del
asunto, a poner al lector en una situación de compromiso lectorial. Quizás
hace falta recordar que lo que privilegian este tipo de argumentos es
sintonizar con el lector en vez de convencer y abanderar. Se comparte la
situación vital y no las creencias.

Muy importante para esta representación del hombre joven a fines del
XX es la ciudad, el medio urbano. Mas aún que la ciudad lo que
encontramos, por ejemplo en Historias del Kronen, es una megalópolis
(Madrid), una superurbe carente de centro, donde los habitantes van de
un lugar a otro en automóvil, buscando sus ambientes, las movidas. El
coche, las familias con varios trabajos, todo ello contribuye a hacer de la
ciudad un espacio poroso, donde se entra y sale por cualquier parte, pues
el teléfono, o el coche por ejemplo, rompen los límites.

El léxico de estas novelas rebosa de novedades, debido en parte a que


los personajes utilizan un lenguaje bastante sincopado, donde abundan las
palabras como costo, marrón, potar, bocata, litrona, talego, tripi,
mogollón, guay y corbatos, entre otros innumerables neologismos. Una
enorme cantidad de palabras que han quedado incorporadas de una
manera consecuente y natural al castellano, que ya son corrientes y
normales en la lengua de los jóvenes y de los menos jóvenes.

La nómina de escritores españoles que practicaron ese acercarse


kronen a la realidad, es decir, sin reservas, en los años noventa resulta
bastante larga, y debe incluir a Gabriela Bustelo (Veo, veo, 1996), Lucía
Etxebarría (Amor, curiosidad, prozac y dudas, 1997), Ismael Grasa (De
Madrid al cielo, 1994), Ray Loriga (Lo peor de todo, 1992; Héroes, 1993;
Caídos del cielo, 1995), José Machado (A dos ruedas, 1996), Pedro
Maestre (Matando dinosaurios con tirachinas, 1996), Caimán Montalbán
(Bar, 1995) Daniel Múgica (La ciudad de abajo, 1996), Benjamín Prado
(Raro, 1995), Care Santos (La muerte de Kurt Cobain, 1997), Roger Wolfe
(Dios es un perro que nos mira, 1993), y, entre los epígonos, Cristóbal
Ruiz, El loco Wonder (2000), y Juan Manuel Olcese (El relevo, 2005).
Aunque la mayoría de ellos han seguido en el siglo XXI trayectorias
diferentes, como Loriga, a partir de Tokio ya no nos quiere (1999) o
Benjamín Prado, con Alguien se acerca (1998), o el propio Mañas en su
último título, Caso Karen (2005), que bien podemos decir que son más
convencionales.

Germán Gullón

http://www.cervantesvirtual.com/bib/portal/nec/ptercernivel0a7e.html?c
onten=historia&pagina=historia2.jsp&tit3=La+novela+neorrealista+%28o+
de+la+generaci%26oacute%3Bn+X%29

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