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ALEGREMOS EL DIA

Un señor le decía a su amigo: El otro día estaba en Lima y viajé en taxi con un amigo. Al
bajarnos, mi amigo le dijo al taxista: Gracias por el viaje. Condujo a las mil maravillas. Por un
momento, el taxista se quedó sorprendido. ¿Se está haciendo el vivo o qué?, preguntó. No, mi
querido amigo, y no estoy tomándole el pelo. Admiro la forma en que se mantiene sereno con
ese tránsito pesado. Sí, dijo el taxista y arrancó.
¿Qué significa esto? -pregunté. Estoy tratando de que vuelva el amor a Lima, dijo. Creo que
es lo único que puede salvar a esta ciudad.
¿Cómo puede salvar a Lima un solo hombre? No es un solo hombre. Creo que a ese taxista le
alegré el día. Supón que hace veinte viajes. Va a ser amable con esos veinte pasajeros
porque alguien fue amable con él. Esos pasajeros a su vez serán más atentos con sus
empleados o con los vendedores o mozos, o incluso con sus propias familias. Finalmente, la
buena voluntad puede llegar a difundirse por lo menos a mil personas. No está mal ¿no?.
Pero dependes de que ese taxista pase tu buena voluntad a otros. Yo no dependo de eso, dijo
mi amigo. Soy consciente de que el sistema no es a prueba de idiotas, o sea que hoy debería
abordar a unas diez personas.
Si de las diez, puedo hacer felices a tres, a la larga puedo influir indirectamente en las
actitudes de tres mil más. Suena bien en teoría, admití, pero no estoy seguro de que en la
práctica funcione. Si no es así, no se pierde nada. Decirle a este hombre que estaba haciendo
bien su trabajo no me llevó nada de tiempo. Él tampoco recibió una propina mayor o menor. Si
cayó en oídos sordos ¿qué más da?. Mañana, ya habrá otro taxista al que pueda intentar
hacer feliz. Estás totalmente loco, dije. Eso demuestra lo cínico que te has vuelto.
Hice un estudio. Al parecer, lo que les falta a nuestros empleados postales, además de dinero,
es que nadie les dice qué bien hacen su trabajo. Es que, directamente, no trabajan bien. No
trabajan bien porque sienten que a nadie le importa si lo hacen bien o no. ¿Por qué nadie les
dice nada amable? Pasamos frente a una obra en construcción y había cinco obreros que
comían su almuerzo. Mi amigo se detuvo. Están haciendo un trabajo magnífico. Ha de ser
difícil y peligroso. Los hombres miraron a mi amigo con recelo. ¿Cuándo estará terminado? En
junio, masculló uno. Ah. Es impresionante. Deben de estar muy orgullosos. Nos alejamos. No
había visto a nadie como tú después de Don Quijote de la Mancha, dije. Cuando esos
hombres digieran mis palabras, se sentirán mejor. De alguna manera, la ciudad se beneficiará
con su felicidad. ¡Pero no puedes hacerlo solo! -protesté-. No eres más que uno. Lo más
importante es no desalentarse. Lograr que la gente de la ciudad vuelva a ser amable no es
fácil, pero si puedo reclutar a más gente en la campaña. Acabas de guiñarle el ojo a una mujer
fea, dije. Si, ya sé, respondió. Y si es maestra, seguramente hoy va a ser un día de clase
fantástico.

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