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Uno de los más grandes ejemplos de un pésimo manejo del gasto público
es Venezuela, que en 1947 gozaba de una excelente estabilidad económica
posicionándose en el primer lugar de Latinoamérica, pero que en 1978 (con la
ayuda de malos gobiernos) revirtió su crecimiento con ciclos de expansión y
contracción, debido a errados criterios de gasto público (entre otros factores), que
llevaron a superar el índice de inflación por sobre el 70%, pobreza por sobre el
20%, y a un empeoramiento desmedido en la calidad de su salud, educación y
seguridad pública.
Esto nos puede llevar a pensar que, no solo basta con destinar la cantidad
exacta de dinero a gasto público, sino que dicho dinero debe estar eficientemente
distribuido y transparentado, puesto que la corrupción en el gasto público es un
factor de boicot que si bien no pareciera afectar directamente a la población,
desbarata el esfuerzo de quienes generan políticas de eficientes gastos públicos
para ayudar al país, y abusa del esfuerzo de cada contribuyente que paga sus
impuestos para mejorar la salud, la educación y la seguridad del país en el que
vive.
Puede que el gasto público solo sea uno de los tópicos relevantes a nivel
económico de un país, pero correctas políticas públicas de gasto público pueden
hacer una dantesca diferencia en la calidad de vida de los habitantes del país, y
puede marcar el destino de futuras generaciones.