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Sanar al mundo

Por el élder Ronald A. Rasband

Del Cuórum de los Doce Apóstoles

Las heridas y las diferencias se pueden resolver, e incluso sanar, cuando honramos a Dios, el Padre de
todos nosotros, y a Jesucristo, Su Hijo.

Hermanos y hermanas, en esta gloriosa época de Pascua de Resurrección, tenemos la gran bendición
de reunirnos y recibir consejo y dirección de los siervos de Dios.

La guía y las enseñanzas sagradas de nuestro Padre Celestial nos ayudan a navegar por la vida en
estos tiempos peligrosos. Tal como fue profetizado, “fuegos, y tempestades”, “guerras, rumores de
guerras y terremotos en diversos lugares”, “y toda clase de abominaciones”1, “plagas”2, “pestilencias,
y hambres”3 están destruyendo familias, comunidades e incluso naciones.

Hay otro azote que arrasa el planeta: los ataques contra la libertad religiosa de ustedes y la mía. Este
sentimiento creciente pretende eliminar la religión y la fe en Dios de la escena pública, las escuelas,
las normas comunitarias y el discurso social. Los opositores a la libertad religiosa tratan de imponer
restricciones a la expresión de convicciones sinceras. Incluso critican y ridiculizan las tradiciones
religiosas.

Esa actitud margina a las personas, menospreciando los principios personales, la equidad, el respeto,
la espiritualidad y la paz de conciencia.

¿Qué es la libertad religiosa?

Es la libertad de adorar en todas sus formas: la libertad de reunión, la libertad de expresión, la libertad
de actuar conforme a las creencias personales y la libertad de los demás para hacer lo mismo. La
libertad religiosa permite que cada uno de nosotros decida por sí mismo en qué cree, cómo vive y
actúa conforme a su fe y lo que Dios espera de él.

Los intentos de coartar esa libertad religiosa no son nuevos. A lo largo de la historia, las personas de
fe han sufrido extremadamente a manos de otros. Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días no somos la excepción.

Desde nuestros comienzos, muchas personas que buscaban a Dios se sintieron atraídas hacia esta
Iglesia a causa de sus enseñanzas de la doctrina divina, entre ellas la fe en Jesucristo y Su expiación,
el arrepentimiento, el plan de felicidad y la segunda venida de nuestro Señor.

José Smith, nuestro primer profeta de los últimos días, y sus seguidores sufrieron oposición,
persecución y violencia.

En medio de la agitación de 1842, José publicó trece principios fundamentales de la creciente Iglesia,
entre ellos el siguiente: “Reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los
dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que
adoren cómo, dónde o lo que deseen”4.

Esta declaración es inclusiva, liberadora y respetuosa. Esa es la esencia de la libertad religiosa.


El profeta José Smith también expresó:

“[D]eclaro sin temor ante los cielos que estoy igualmente dispuesto a morir en defensa de los
derechos de un presbiteriano, un bautista o cualquier hombre bueno de la denominación que fuere;
porque el mismo principio que hollaría los derechos de los Santos […] atropellaría los derechos de los
católicos romanos o de cualquier otra denominación que no fuera popular y careciera de la fuerza
para defenderse.

“Lo que inspira mi alma es el amor por la libertad, la libertad civil y religiosa para toda la raza
humana”5.

Aun así, los primeros miembros de la Iglesia fueron atacados y expulsados miles de kilómetros,
desde Nueva York hasta Ohio y Misuri, donde el gobernador expidió una orden según la cual a los
miembros de la Iglesia se les debía “tratar […] como enemigos y […] e[ra] preciso exterminarlos o
expulsarlos del estado”6. Huyeron a Illinois, pero el tormento continuó. Un populacho asesinó al
profeta José pensando que, al matarlo, destruirían la Iglesia y esparcirían a los creyentes. Sin
embargo, los fieles permanecieron firmes. El sucesor de José, Brigham Young, condujo a miles de
personas en un éxodo forzoso de 2100 kilómetros hacia el oeste, hasta lo que actualmente es el
estado de Utah7. Mis antepasados se hallaban entre esos primeros colonizadores pioneros.

Desde aquellos días de intensa persecución, la Iglesia del Señor ha crecido constantemente hasta
alcanzar cerca de diecisiete millones de miembros, de los cuales más de la mitad viven fuera de los
Estados Unidos8.

En abril de 2020, nuestra Iglesia celebró el bicentenario de la restauración del Evangelio con una
proclamación para el mundo preparada por nuestra Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce
Apóstoles. Comienza así: “Solemnemente proclamamos que Dios ama a Sus hijos en toda nación del
mundo”9.

Nuestro amado profeta, Russell M. Nelson, ha expresado adicionalmente:

“Creemos en la libertad, la bondad y la equidad para todos los hijos de Dios.

“Todos somos hermanos y hermanas; cada uno de nosotros es hijo de un amoroso Padre Celestial.
Su hijo, el Señor Jesucristo, invita a todos a venir a Él, ‘negros o blancos, esclavos o libres, varones o
mujeres’ (2 Nefi 26:33)”10.

Consideren conmigo cuatro maneras en que la sociedad y las personas se benefician de la libertad
religiosa.

Primero. La libertad religiosa honra el primero y el segundo gran mandamiento, poniendo a Dios en el
centro de nuestra vida. En Mateo leemos:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente”11.

“Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”12.

Ya sea en una capilla, una sinagoga, una mezquita o una choza sencilla, los discípulos de Cristo y
todos los creyentes de ideas afines pueden expresar su devoción a Dios al adorarlo y por su
disposición a servir a Sus hijos.
Jesucristo es el ejemplo perfecto de ese amor y servicio. Durante Su ministerio, Él cuidó del pobre13,
sanó al enfermo14 y al ciego15. Él alimentó al hambriento16, recibió en Sus brazos a los niños17 y
perdonó a quienes le habían agraviado y aun crucificado18.

Las Escrituras describen que Jesús “anduvo haciendo bienes”19, y nosotros debemos hacer lo
mismo.

Segundo. La libertad religiosa fomenta las expresiones de convicción, esperanza y paz.

Como Iglesia, nos unimos a otras religiones para proteger a las personas de todos los credos y
creencias, así como su derecho a expresar sus convicciones. Esto no significa que aceptemos sus
creencias, ni que ellos acepten las nuestras, pero tenemos más cosas en común con ellos que con
quienes desean silenciarnos.

Hace poco representé a la Iglesia en el Foro Interreligioso del G20 en Italia. Me sentí alentado, incluso
fortalecido, cuando me reuní con líderes religiosos y gubernamentales de todo el mundo; y me di
cuenta de que las heridas y las diferencias se pueden resolver, e incluso sanar, cuando honramos a
Dios, el Padre de todos nosotros, y a Jesucristo, Su Hijo. El Gran Sanador de todos es nuestro Señor y
Salvador, Jesucristo.

Al finalizar mi discurso sucedió algo interesante. Los siete discursantes que me precedieron no
concluyeron con ningún formalismo religioso o en el nombre de Dios. Mientras hablaba, me pregunté:
“¿Digo simplemente gracias y me siento o finalizo ‘en el nombre de Jesucristo’?”. Recordé quién era yo
y supe que el Señor deseaba que concluyera mi mensaje diciendo Su nombre. Y eso hice. Ahora
pienso que esa fue mi oportunidad de expresar mi creencia, y tuve la libertad religiosa para testificar
de Su santo nombre.

Tercero. La religión inspira a las personas a ayudar a los demás.

Cuando a la religión se le da el espacio y la libertad para florecer, los creyentes llevan a cabo actos de
servicio sencillos y en ocasiones heroicos. La antigua expresión judía “tikkun olam”, que significa
“reparar o sanar al mundo”, se refleja hoy en día en los esfuerzos de muchas personas. Hemos
colaborado con entidades benéficas católicas, conocidas como Caritas Internationalis, con Islamic
Relief y con diversas organizaciones judías, hindúes, budistas, sij y cristianas, como el Ejército de
Salvación y la National Christian Foundation. Juntos prestamos servicio a millones de personas
necesitadas: recientemente se entregaron tiendas de campaña, bolsas de dormir y alimentos a
refugiados de guerra20 y se proporcionaron vacunas, entre ellas contra la polio21 y el COVID22. La lista
de lo que se está haciendo es larga, como también lo son las necesidades.

Sin duda, cuando las personas de fe trabajan juntas pueden hacer grandes contribuciones. Al mismo
tiempo, el servicio individual a menudo pasa desapercibido, pero, en silencio, cambia vidas.

Pienso en el ejemplo que se describe en Lucas, cuando Jesucristo tendió Su mano a la viuda de Naín.
Jesús, acompañado por un grupo de seguidores, se encontró con el cortejo fúnebre del hijo único de
la viuda. Sin él, ella afrontaba la ruina emocional, espiritual e incluso económica. Al ver su rostro lleno
de lágrimas, Jesús le dijo: “No llores”23. Luego tocó el féretro que portaba el cuerpo y la procesión se
detuvo.

“Joven”, mandó Él, “a ti te digo, ¡levántate!

“Entonces se incorporó el que había muerto y comenzó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre”24.
Levantar a los muertos es un milagro, pero cada acto de bondad e interés por alguien que tiene
dificultades es la forma en que cada uno de nosotros también puede “and[ar] haciendo bienes” a la
manera del convenio, sabiendo que “Dios est[á] con [nosotros]”25.

Y cuarto. La libertad religiosa actúa como una fuerza unificadora y aglutinadora que da forma a los
valores y a la moralidad.

En el Nuevo Testamento leemos que muchas personas se apartaron de Jesucristo, murmurando de


Su doctrina: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?”26.

Esa queja aún se oye hoy en día por parte de quienes procuran hacer que la religión quede fuera del
debate y pierda influencia. Si la religión no está presente para ayudar a moldear el carácter y mediar
en los momentos difíciles, ¿quién lo hará? ¿Quién enseñará la honradez, la gratitud, el perdón y la
paciencia? ¿Quién mostrará caridad, compasión y bondad hacia los olvidados y los oprimidos? ¿Quién
acogerá a los que son diferentes pero merecedores, como lo son todos los hijos de Dios? ¿Quién
abrirá los brazos a los necesitados sin esperar nada a cambio? ¿Quién venerará la paz y la obediencia
a leyes que son más importantes que las tendencias de la época? ¿Quién responderá a la súplica del
Salvador: “Ve y haz tú lo mismo”?27.

¡Nosotros! Sí, hermanos y hermanas, nosotros lo haremos.

Los invito a luchar por la causa de la libertad religiosa. Es una expresión del principio del albedrío que
Dios nos ha dado.

La libertad religiosa proporciona equilibrio ante las filosofías en pugna. Lo bueno de la religión, su
alcance y los actos cotidianos de amor que la religión inspira solo se multiplican cuando protegemos
la libertad para expresar las creencias fundamentales y para actuar de conformidad con ellas.

Testifico que el presidente Russell M. Nelson es el profeta viviente de Dios. Testifico que Jesucristo
dirige y guía esta Iglesia. Él expió nuestros pecados, fue crucificado en una cruz y resucitó al tercer
día28. Gracias a Él, podemos vivir de nuevo por toda la eternidad; y quienes así lo deseen, pueden
estar con nuestro Padre Celestial. Proclamo esta verdad a todo el mundo. Estoy agradecido por la
libertad de hacerlo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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