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TODO LO QUE ESTA EN AMARILLO ES LO QUE VA EN LAS DIAPOSITIVAS

PARAMILITARISMO

INTRODUCTORIO

Los grupos paramilitares o “autodefensas” surgen en Colombia como un mecanismo


de defensa privada de la propiedad frente a las guerrillas de extrema izquierda. Sin
embargo, con el tiempo estos grupos establecen relaciones clientelares con las élites
locales, las fuerzas armadas y las redes del narcotráfico que dan pie a un uso
desmesurado de la violencia en defensa de sus intereses políticos y económicos.
Actualmente, los grupos paramilitares siguen controlando aquellos territorios en los
que el Estado colombiano no está presente y haciendo del terror un elemento del día
a día en la sociedad colombiana.

Frente al surgimiento de las guerrillas y la incapacidad estatal para proteger a la


población, el Gobierno promulgó en 1965 el  Decreto 3398, mediante el cual se
autorizaba la movilización y defensa civil frente a las fuerzas subversivas. Con este
decreto, el Estado renunció al monopolio legítimo de la violencia y generó un sistema
privado de defensa en el que eran las autodefensas,  formadas sobre todo por
campesinos contratados por terratenientes, las que defendían la propiedad de las
tierras de los grupos insurgentes. A esto se añade el Estatuto de Seguridad de 1978,
que aprueba el entonces presidente Julio César Turbay y que da libertad casi total a
las fuerzas de seguridad del Estado y a las autodefensas  “para enfrentar al amigo
interno”, es decir, a todos aquellos que representaran una amenaza al orden. De esta
forma, los grupos paramilitares contaban con un respaldo institucional para sus
actividades justificado en la preservación del orden interno.

En un principio, las matanzas se llevaban a cabo en aquellas zonas en las que se


concentraba la presencia de grupos guerrilleros, pero con el tiempo —gracias al
acercamiento que tuvieron los paramilitares con las élites locales, ciertos sectores
de las fuerzas armadas y las redes del narcotráfico— la violencia se trasladó a
aquellas zonas en las que la presencia de civiles afectaba a los intereses
económicos y políticos de estos actores. Los objetivos principales de las
autodefensas cambiaron, las actuaciones de los paramilitares acabaron
teniendo tantas o más víctimas civiles que las guerrillas.

Los militares colombianos cambiaron la estrategia contrainsurgente, delegaron en


los paramilitares "el trabajo sucio" de eliminar a trabajadores, campesinos, maestros,
políticos y líderes sindicales de izquierda, por ser, supuestamente, guerrilleros de civil
que habían infiltrado las organizaciones sindicales, políticas, la iglesia, los gremios y
las mismas instituciones estatales. En esta guerra no convencional se registraron los
genocidios, las masacres, las detenciones-desapariciones, las eliminaciones selectivas,
individuales y colectivas y la limpieza social (delincuentes comunes, drogadictos,
homosexuales).

Desde los inicios de la década de los ochenta, la presencia de los grupos


revolucionarios resultó perjudicial para las redes narcotraficantes que entonces
empezaban a consolidarse en el país. El cobro por las guerrillas a los narcos del
denominado  gramaje  —un impuesto por cada kilo de cocaína producida en sus
terrenos ocupados— significaba altos costes económicos, además de perjudicar su
imagen y su capacidad de dominación en la zona. Por ello, los narcotraficantes no
tardaron en formar alianzas con las autodefensas  financiando sus actividades a
cambio de la protección de sus intereses políticos y económicos. De esta forma, las
autodefensas dejaron de ser tales y comenzaron a ser directamente grupos
paramilitares.

No obstante, el nacimiento oficial de los grupos paramilitares ocurre en 1981, año en


que Marta Ochoa, hermana de los poderosos narcotraficantes del cartel de
Medellín,  es secuestrada por el grupo guerrillero M-19  y el cartel decide crear un
nuevo grupo paramilitar para enfrentarse a los guerrilleros: el movimiento Muerte a
Secuestradores. A partir de entonces, empieza a propagarse el narcoparamilitarismo,
el cual, además de confrontar las guerrillas, comienza a ejercer la violencia en las
zonas en las que los narcotraficantes tenían algún tipo de interés, con el resultado de
desplazamientos, amenazas, secuestros y asesinatos de civiles.

Al narcoparamilitarismo se suma otro factor:  el acercamiento de los grupos


paramilitares hacia la extrema derecha. Entre los años 1982 y 1986, el entonces
presidente Belisario Betancur trata de acercarse a las FARC y el ELN para entablar un
diálogo y acordar la paz entre las distintas partes del conflicto. Sin embargo, los
sectores más radicales de las fuerzas armadas se opusieron a esta política, lo que los
llevó a acercarse a los grupos paramilitares, que se presentaban como la única
alternativa a las guerrillas. Esto generó una polarización ideológica en la población
colombiana, atrapada entre los grupos armados de extrema izquierda y extrema
derecha.

A partir de entonces, los grupos paramilitares siguieron creciendo —aun cuando el


Gobierno de Virgilio Bravo deroga el Decreto 3398 en 1989 y prohíbe el
paramilitarismo— en una sociedad cada vez más militarizada. De hecho, entre 1996
y 1997 se crean las AUC, el grupo paramilitar más conocido del conflicto, a partir de
la fusión de múltiples grupos paramilitares más pequeños  como una estrategia de
lucha contra las guerrillas. En Córdoba bajo el liderazgo de Fidel Castaño; en el
Cesar, con los hermanos Prada; en la Sierra Nevada de Santa Marta, con Hernán
Giraldo y Los Rojas; en Casanare, con Los Buitrago; y en los llanos orientales y
Putumayo, con los aparatos armados al servicio del narcotráfico.

Además de la lucha contra las fuerzas guerrilleras de extrema izquierda, los vínculos
con el narcotráfico y la radicalización hacia la extrema derecha, los grupos
paramilitares comenzaron a relacionarse con otros sectores de la sociedad. Poco a
poco, alimentados por la debilidad de las instituciones estatales y la
descentralización política y administrativa, estos grupos  se fueron infiltrando en las
clases políticas, adquiriendo puestos de poder en los Gobiernos locales y regionales  y
consolidándose como un poder más en el territorio colombiano, apoyado por
miembros de las élites del país. Este fenómeno de apropiación de los poderes
políticos desarrolló un  para-Estado  en el que se ocupaban los vacíos que dejaba el
Estado y se implementaban actuaciones fuera de los límites de la legalidad, 

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