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LA MUJER Y EL TEATRO1

K. M. Sibbald
McGill University

Como título suena bien. Es un binomio que, a primera


vista, ni sobra ni desentona en un repaso amplio del arte
escénico. Es más, el largo desfile de heroínas clásicas del
Occidente—todas vigentes aún en nuestros días, aunque a
veces aparecen rebautizadas—se da la mano al de sus
respectivas intérpretes, divas necesariamente modernas,
que aportan generosamente fama y estilo. And yet, and yet.
Si el teatro siempre ha sido reflejo de la sociedad de su
tiempo, desde sus orígenes hasta hoy, y si se percibe en el
ámbito cultural hispano un creciente interés por analizar la
participación de las mujeres como sujeto histórico de
múltiples procesos que se habían venido examinando
tradicionalmente sin tenerlas en cuenta, la atención presta-
da al teatro escrito por mujeres deja mucho que desear, fuera
de unas pocas y honrosas excepciones. Lamentamos, una
vez más, que las duras palabras de Virginia Woolf tengan
tanta actualidad y que sea todavía necesario sobrellevar
esa ardua tarea de solidaridad que ella invocaba para el
resurgimiento de la ignota Judith Shakespeare.
Esto dicho, puntualicemos que la esperanza que nos
empuja al preparar este número es la de contribuir a llenar
una laguna y, por consiguiente, la tarea ha sido llevada a
cabo con un radical anti-dogmatismo y una abierta pro-
blematicidad. Si la hermosa aventura de la crítica literaria
respondiera tan bien a aquella definición, tan recordada
por Ortega y Gasset, que el historiador Mommsen diera
del imperio romano como “un vasto sistema de incorpo-
ración,” hubiera sido necio pretender aplicar cualquier sis-
tema de exclusión. Cada participante ha ejercido plena li-
bertad de selección en cuanto a temática, período, autora y
obra, lo que ha resultado en una curiosa afirmación de la
riqueza del panorama de la autoría femenina, y de ciertas
propuestas de vanguardia y del futuro estético del teatro
hispano.
Fijándose en la manipulación metafórica del ámbito
semántico locura, Jesús Pérez-Magallón considera el
proyecto programático del neoclasicismo de “civilizar”
La mujer y el teatro

imponiendo el modélico hombre de bien como norma


tanto en el teatro como en la sociedad. Toma como ejem-
plo la transgresión social masculina identificada en su
encarnación más nefasta, Sydney de El egoísta (1804) de
María Rosa Gálvez de Cabrera, para trazar la conexión
entre las manifiestas formas antisociales de la conducta
masculina y el castigo de semejante “locura” en el ais-
lamiento y la encarcelación como medio protector de la
familia, y de ahí de la sociedad burguesa.
Si la “rosa trágica de Málaga” explicara “mujermente”
la corrupción intelectual, afectiva y sexual en términos de
la Ilustración, podría verse un comparable juego entre vio-
lencia y sociedad en los dramas contemporáneos lati-
noamericanos de Griselda Gambaro y Maritza Wilde. Aquí
Catherine Larson identifica lo lúdico teatral como vehículo
idóneo para examinar la realidad social de la violencia
domestica y política en Argentina y Bolivia en las últimas
décadas del siglo XX. Otra vez la metáfora del theatrum
mundi nos descubre el rol socio-cultural del espectáculo.
Un segundo drama de María Rosa Gálvez, la nunca
6 representada Zinda (1804), permite a Julia Bordiga Grin-
stein explorar un caso de coincidencia entre la legendaria
reina Nzinga-Mbandi, un encendido discurso antiescla-
vista del siglo XVIII y un moderno renacimiento de Njinga
“muchino a muhaito.” La mujer actúa de defensora de los
derechos humanos violados en Ndongo (actual Angola),
revindicados en la España colonial y proclamados rítmica-
mente en una mezcla de Kimbundu, portugués e inglés en
Harlem, por y para las afro-americanas del fin del segundo
milenio.
Siempre asociada con la música y la danza, la mujer
goza teatralmente de varios avatares, como nos propone
Fernanda Macchi al explorar e incidir en la trayectoria
independiente de Cecilia Valdés, convertida en personaje
teatral y fílmico, tema de ballets y operetas. En la transfor-
mación de la “ficción fundacional” Cecilia Valdés, de Cirilo
Villaverde (1882), en opereta homónima de Roig y
Rodríguez, estrenada en La Habana en 1932, constatamos
otra articulación de un “mito moderno,” aquí una alianza
revolucionaria en contra de la represión del machadato
cubano.
Del Nuevo Mundo al Antiguo, y de vuelta al siglo XXI,
es sólo un paso como vemos en la investigación de la ac-
K.M.Sibbald

tualidad en el teatro español de las heroínas clásicas. Diana


de Paco indaga cómo la desconstrucción de la estructura
del texto para la expresión de una nueva estética en dra-
maturgas tales como Itziar Pascual, Carmen Resino, Lour-
des Ortiz y María José Ragué, se encuentra en los valiosísi-
mos ejemplos míticos susceptibles de ser modelados y
reconfigurados para la reivindicación femenina. Del teatro
griego como espectáculo “masculino” que no admitía ni
dramaturgas ni actrices viene una alegre reacción en con-
tra, “feminista,” que traslada al espectador a un posible
mundo a la vez legendario y moderno.
Finalmente, Virtudes Serrano y John Gabriele se con-
centran en dos dramaturgas claves de la estética nueva.
Primero, tratándose de Ana Diosdado, la única mujer que
ocupa el espacio público del teatro español de los setenta,
Serrano indica cómo esta autora aborda temas candentes
en la sociedad como la tolerancia, el respeto a la libertad
individual, la presencia de un nuevo orden social llamado
a modificar inexorablemente las antiguas estructuras, para
llevar a cabo una revisión de los conflictos inmediatos de
su mundo. Examinada desde hoy, la dramaturgia de Dios- 7
dado nos ayuda a recuperar la memoria del pasado
inmediato, y tal revisión nos capacita a conocer, reflexionar
y juzgar.
Luego, al repasar la obra dramática de Itziar Pascual,
John Gabriele subraya que, como toda obra posmoderna,
ésta se centra en la problemática de la representación artís-
tica con el fin de desafiar la hegemonía tradicional de la
realidad frente a la ilusión y la ineficacia del arte para re-
presentar una visión totalizadora y coherente del mundo.
Y cerramos aquí el círculo. Con una obra desestabilizadora
que rechaza toda verdad absoluta y subvirtiendo todo
marco de referencia convencional que impugna la exposi-
ción teatral lineal, Itziar desmitifica igualmente la supe-
rioridad de la vida sobre el arte y la mímesis como objeto
de este último.
Muchas son las firmas femeninas que han quedado
fuera de estas páginas por razones de extensión evidentes.
Sin embargo, quisiéramos haber esbozado la imagen de
una producción amplia y variada en sus contenidos y
ambiciones, que nos permitiera calar hondo en la com-
prensión de las prácticas culturales y críticas del decurso
histórico del devenir teatral. Reconocemos el generoso
La mujer y el teatro

apoyo de Hecho Teatral y, en especial, el de sus directores,


Ricardo de la Fuente Ballesteros y Jesús Pérez-Magallón, y
vaya mi profundo agradecimiento particular a todos los
que han participado en esta convocatoria.

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K.M.Sibbald

NOTAS
1 Mi agradecimiento al Social Sciences and Humanities Research
Council of Canada (SSHRC) por la generosa beca que me ha
permitido llevar a cabo este trabajo.

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