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CASO CLÍNICO #4

Chico de 11 años llamado Miguel al que su madre trajo para una evaluación psiquiátrica por
presentar rabietas que contribuyen al declive de su rendimiento escolar. A la madre le saltaban
las lágrimas al referir que las cosas habían sido siempre difíciles, pero que habían empeorado
al llegar Miguel a secundaria. Los profesores de sexto grado referían que Miguel era
académicamente capaz, pero poco hábil para hacer amigos. Parecía desconfiar de las
intenciones de los compañeros de clase que trataban de ser agradables con él y, sin embargo,
confiaba en otros que, riéndose, fingían estar interesados en los coches y camiones de juguete
que llevaba al colegio.

Los profesores habían observado que lloraba a menudo y rara vez hablaba en clase. En los
últimos meses, varios profesores habían escuchado que Miguel les gritaba a otros chicos,
generalmente en el pasillo, pero a veces en medio de alguna clase. Los profesores no habían
detectado ninguna causa, pero, en general, no habían castigado a Miguel porque suponían que
estaba respondiendo a alguna provocación.

Al entrevistarlo a solas, Miguel respondió con balbuceos no espontáneos, a las preguntas sobre
el colegio, los compañeros de clase y la familia. Sin embargo, cuando se le preguntó si le
interesaban los coches de juguete, Miguel se animó. Sacó de la mochila varios coches,
camiones y aviones y, sin sostener la mirada con el entrevistador, se puso a hablar largo y
tendido sobre los vehículos, utilizando aparentemente sus denominaciones exactas. Al
preguntarle de nuevo por el colegio, Miguel sacó el teléfono móvil y mostró una serie de
mensajes de texto como ¡Bobo!, ¡Perdedor!, ¡Bicho raro!, ¡TODOS TE ODIAN! El muchacho
añadió que otros chicos le susurraban palabras malas en clase y que después le gritaban al
oído en los recesos, y dijo “Yo odio los ruidos fuertes”. Dijo que había pensado en fugarse, pero
que después había decidido que lo mejor era, quizás, huir a su propio cuarto.

En cuanto a sus etapas de desarrollo, la madre de Miguel refirió que dijo su primera palabra a
los 11 meses de edad y empezó a utilizar frases cortas a los 3 años. Siempre le habían
interesado mucho los camiones, los coches y los trenes. Según la madre siempre había sido
muy tímido y nunca había tenido un mejor amigo. Además, le disgustan los chistes y las
bromas típicas de la niñez porque “lo entiende todo literalmente”. La madre de Miguel venía
observando desde hacía mucho tiempo que este comportamiento era “un poco raro”, pero
añadió que no era muy distinto al del padre, un abogado de éxito que tenía intereses parecidos.
En la exploración., Miguel se mostró tímido y nada espontáneo. El contacto ocular era inferior al
promedio esperable. El discurso era coherente e intencional. Mostraba un leve movimiento
repetitivo en sus manos. En ocasiones, Miguel se trababa con las palabras, hacía pausas
excesivas y a veces repetía rápidamente palabras o partes de palabras. Miguel dijo que se
encontraba bien, pero manifestó que le daba miedo el colegio. Parecía triste y solo se animaba
al hablar de sus coches de juguete. Negó tener ideas suicidas u homicidas. No se detectaron
síntomas psicóticos. La cognición estaba intacta.

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