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Manos que hablan

Miguel es sordo. Esta característica nunca le ha impedido ser feliz. Tampoco es una limitación para él.
Gracias a su papá y a sus dos hermanos mayores, quienes lo apoyan y le dan ánimos todo el tiempo,
se ha desarrollado como cualquier otro niño.
Algunas personas lo llaman “sordomudo”. Esto es un error: Miguel puede hablar, pero le cuesta trabajo
hacerlo porque, al no poder escuchar, se le dificulta expresarse oralmente. Es por eso que prefiere usar
el “lenguaje de signos”, el cual aprendió desde muy pequeño en una escuela especial. Se trata de una
forma de comunicación que usa el movimiento de las manos. En realidad, todos en su familia conocen
este lenguaje; lo estudiaron para poder comunicarse con Miguel. Así, cuando los cuatro se reúnen por
las tardes, acostumbran a platicar, discutir, hacer planes y hasta contar chistes sin necesidad de hablar.
Pero esto no es todo, Miguel también es capaz de leer los labios. Cuando alguien le dirige la palabra,
él sabe exactamente qué le están diciendo, aunque no pueda oír. Le basta observar la manera en la
cual la otra persona mueve la boca para entenderla. Esta habilidad deja muy impresionada a la gente.
Miguel sigue asistiendo dos veces por semana a la escuela donde aprendió el lenguaje de signos. Sin
embargo, lo acaban de inscribir también a una primaria pública donde ha conocido a otros niños y
niñas.
A Miguel le costó un poco de trabajo acostumbrarse a esta nueva escuela. Sus compañeros lo veían
al principio como a un bicho raro. Les parecía extraño que no oyera. Algunos creían que estaba
fingiendo y, para probarlo, se paraban detrás de él para lanzar gritos o decirle cosas feas. La maestra
les llamaba la atención y algunos dejaron de hacerlo, pero otros no. Por eso, él prefería alejarse de los
demás y dedicarse durante el recreo a su pasatiempo favorito: dibujar. Su papá es mecánico y a Miguel
lo que más le gusta son los coches. En su cuaderno dibuja automóviles de carreras, pero también
aviones supersónicos y tanques de guerra.

Pero no todos los compañeros de Miguel lo molestaban. Había algunos que querían ser sus amigos, pero
no sabían cómo acercarse a él. Entre ellos estaba
Valentina, quien iba en sexto, y sus amigos María
Fernanda, de cuarto, y Sebastián, de tercero.
Entonces a Valentina se le ocurrió una idea. Durante
algunas tardes, los tres se reunieron en la casa de la
abuelita de Valentina para buscar tutoriales en YouTube,
pues querían conocer el lenguaje de signos. Muy pronto se
dieron cuenta de que no era fácil aprenderlo, pero tras
mucho practicar, lograron decir algunas cosas sencillas
con el movimiento de las manos.

Un jueves a media mañana, Valentina, María Fernanda y


Sebastián se acercaron a su compañero mientras él
estaba dibujando para decirle, en lenguaje de signos:
“Hola, buenos días. Nos encanta que estés en esta
escuela. Queremos ser tus amigos”. Miguel se quedó muy
sorprendido y contento.
Manos que hablan
Miguel es sordo. Esta característica nunca le ha impedido ser feliz. Tampoco es una limitación para él.
Gracias a su papá y a sus dos hermanos mayores, quienes lo apoyan y le dan ánimos todo el tiempo,
se ha desarrollado como cualquier otro niño.
Algunas personas lo llaman “sordomudo”. Esto es un error: Miguel puede hablar, pero le cuesta trabajo
hacerlo porque, al no poder escuchar, se le dificulta expresarse oralmente. Es por eso que prefiere usar
el “lenguaje de signos”, el cual aprendió desde muy pequeño en una escuela especial. Se trata de una
forma de comunicación que usa el movimiento de las manos. En realidad, todos en su familia conocen
este lenguaje; lo estudiaron para poder comunicarse con Miguel. Así, cuando los cuatro se reúnen por
las tardes, acostumbran a platicar, discutir, hacer planes y hasta contar chistes sin necesidad de hablar.
Pero esto no es todo, Miguel también es capaz de leer los labios. Cuando alguien le dirige la palabra,
él sabe exactamente qué le están diciendo, aunque no pueda oír. Le basta observar la manera en la
cual la otra persona mueve la boca para entenderla. Esta habilidad deja muy impresionada a la gente.
Miguel sigue asistiendo dos veces por semana a la escuela donde aprendió el lenguaje de signos. Sin
embargo, lo acaban de inscribir también a una primaria pública donde ha conocido a otros niños y
niñas.
A Miguel le costó un poco de trabajo acostumbrarse a esta nueva escuela. Sus compañeros lo veían
al principio como a un bicho raro. Les parecía extraño que no oyera. Algunos creían que estaba
fingiendo y, para probarlo, se paraban detrás de él para lanzar gritos o decirle cosas feas. La maestra
les llamaba la atención y algunos dejaron de hacerlo, pero otros no. Por eso, él prefería alejarse de los
demás y dedicarse durante el recreo a su pasatiempo favorito: dibujar. Su papá es mecánico y a Miguel
lo que más le gusta son los coches. En su cuaderno dibuja automóviles de carreras, pero también
aviones supersónicos y tanques de guerra.

Pero no todos los compañeros de Miguel lo molestaban. Había algunos que querían ser sus amigos, pero
no sabían cómo acercarse a él. Entre ellos estaba Valentina,
quien iba en sexto, y sus amigos María Fernanda, de cuarto, y
Sebastián, de tercero.
Entonces a Valentina se le ocurrió una idea. Durante algunas
tardes, los tres se reunieron en la casa de la abuelita de
Valentina para buscar tutoriales en YouTube, pues querían
conocer el lenguaje de signos. Muy pronto se dieron cuenta
de que no era fácil aprenderlo, pero tras mucho practicar,
lograron decir algunas cosas sencillas con el movimiento de
las manos.

Un jueves a media mañana, Valentina, María Fernanda y


Sebastián se acercaron a su compañero mientras él estaba
dibujando para decirle, en lenguaje de signos: “Hola, buenos
días. Nos encanta que estés en esta escuela. Queremos ser tus
amigos”. Miguel se quedó muy sorprendido y contento.

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