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CAPÍTULO II

Versículos 1—8. Los magos buscan a Cristo. 9—12. Los magos adoran a Jesús. 13—15. Jesús

llevado a Egipto. 16—18. Herodes hace que maten a los infantes de Belén. 19—23. Muerte de
Herodes.—Jesús traído a Nazaret.

Vv. 1—8. Los que viven completamente alejados de los medios de gracia suelen usar la máxima
diligencia y aprenden a conocer lo máximo de Cristo y de su salvación. Pero ningún arte curioso ni
el puro aprendizaje humano pueden llevar a los hombres a Él. Debemos aprender de Cristo
atendiendo a la palabra de Dios, como luz que brilla en un lugar oscuro, y buscando la enseñanza
del Espíritu Santo. Aquellos en cuyo corazón se levanta la estrella de la mañana, para darles el
necesario conocimiento de Cristo, hacen de su adoración su actividad preferente. —Aunque
Herodes era muy viejo, y nunca había mostrado afecto por su familia, y era improbable que viviera
hasta que el recién nacido llegara a la edad adulta, empezó a turbarse con el temor de un rival. No
comprendió la naturaleza espiritual del reino del Mesías. Cuidémonos de la fe muerta. El hombre
puede estar persuadido de muchas verdades y aun puede odiarlas, porque interfieren con su
ambición o licencia pecaminosa. Tal creencia le incomodará, y se decidirá más a oponerse a la
verdad y la causa de Dios; y puede ser suficientemente necio para esperar tener éxito en eso.
Vv. 9—12. Cuánto gozo sintieron estos sabios al ver la estrella, nadie lo sabe tan bien como
quienes, después de una larga y triste noche de tentación y abandono, bajo el poder de un espíritu de
esclavitud, al fin reciben el Espíritu de adopción, dando testimonio a sus espíritus que son hijos de
Dios. Podemos pensar qué desilusión fue para ellos cuando encontraron que una choza era su
palacio, y su propia y pobre madre era la única servidumbre que tenía. Sin embargo, estos magos no
se creyeron impedidos, porque habiendo hallado al Rey que buscaban, le ofrecieron sus presentes.
Quien busca humilde a Cristo no tropezará si lo halla a Él y a sus discípulos en chozas oscuras,
después de haberlos buscado en vano en los palacios y ciudades populosas. —¿Hay un alma
ocupada en buscar a Cristo? ¿Querrá adorarlo y decir, ¡sí!, yo soy una criatura pobre y necia y nada
tengo que ofrecer? ¡Nada! ¿No tienes un corazón, aunque indigno de Él, oscuro, duro y necio?
Dáselo tal como es, y prepárate para que Él lo use y disponga como le plazca; Él lo tomará, y lo
hará mejor, y nunca te arrepentirás de habérselo dado. Él lo modelará a su semejanza, y Él mismo se
te dará y será tuyo para siempre. —Los presentes de los magos eran oro, incienso, y mirra. La
providencia los mandó como socorro oportuno para José y María en su actual condición de pobreza.
Así, nuestro Padre celestial, que sabe lo que necesitan sus hijos, usa a algunos como mayordomos
para suplir las necesidades de los demás y proveerles aun desde los confines de la tierra.
Vv. 13—15. Egipto había sido una casa de esclavitud para Israel, y particularmente cruel para
los infantes de Israel; pero va a ser un lugar de refugio para el santo niño Jesús. Cuando a Dios
agrada, puede hacer que el peor de los lugares sirva al mejor de los propósitos. Esta fue una prueba
de la fe de José y María. Pero la fe de ellos, siendo probada, fue hallada firme. Si nosotros y
nuestros infantes estamos en problemas en cualquier tiempo, recordemos los apremios en que
estuvo Cristo cuando era un infante.

Vv. 16—18. Herodes mató todos los niños varones, no sólo de Belén, sino de todas las aldeas de
esa ciudad. La ira desenfrenada, armada con un poder ilícito, a menudo lleva a los hombres a
crueldades absurdas. No fue cosa injusta que Dios permitiera esto; cada vida es entregada a su
justicia tan pronto como empieza. Las enfermedades y las muertes de los pequeños son prueba del
pecado original. Pero el asesinato de estos niños fue su martirio. ¡Qué temprano empezó la
persecución contra Cristo y su reinado! —Herodes creía que había obstruido las profecías del
Antiguo Testamento, y los esfuerzos de los magos para hallar a Cristo; pero el consejo del Señor
permanecerá por astutas y crueles que sean las artimañas del corazón de los hombres.
Vv. 19—23. Egipto puede servir por un tiempo como estadía o refugio, pero no para quedarse a
vivir. Cristo fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel, y a ellas debe retornar. Si
miramos al mundo como a nuestro Egipto, el lugar de nuestra esclavitud y exilio, y sólo al cielo
como nuestro Canaán, nuestro hogar, nuestro reposo, deberemos levantarnos rápido y partir de aquí
cuando seamos llamados, como José salió de Egipto. —La familia debe establecerse en Galilea.
Nazaret era lugar tenido en pobre estima, y Cristo fue crucificado con esta acusación, Jesús
Nazareno. Donde quiera nos asigne la providencia los límites de nuestra habitación, debemos
esperar compartir el reproche de Cristo; aunque podemos gloriarnos en ser llamados por su nombre,
seguros de que si sufrimos con Él también seremos glorificados con Él.

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