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La tierra de

los bastardos
Lucas Gutiérrez Durán
La tierra de los bastardos Lucas Gutiérrez Durán

1 - La llegada

A todo aquel que reciba esta historia, de un viejo chiflado ya consumido por la edad.
¿Quién soy? Ni yo lo sé; ¿De dónde vengo? ¿Acaso importa? ¿Por qué escribo esto? La pobre
mente depravada de un viejo insensato que necesita contarle su historia a alguien. ¿Quién lo
leerá? Nadie me supongo yo, precisamente por eso me tomaré las libertades que me sean
oportunas para contar esta historia. ¿Y desde donde comienzo? ¿Por el principio…? No… Una
mente demasiado nublada tengo como para intentar recordar aquellos días en los que nada
interesante o destacable pasó…

Me remitiré a comenzar esta historia, mi historia, por lo que yo considero el comienzo…


Todo empezó con un viaje. Un viaje que tenía origen conocido, pero destino desconocido ya que
el propósito del viaje era huir de una vida en la cual nada ocurría. De modo que decidí armarme
de valor e ir al puerto de la ciudad donde no sabía lo que me depararía, pero que una vez allí,
no había vuelta atrás.

El puerto no era un lugar agradable; viejos piratas de mar, marineros perdidos,


extranjeros vagando sin un destino fijo, mercaderes… Los asuntos que podrían traer a alguien al
puerto eran los habituales; bien el comercio, negocios, o, en algunos extraños casos como el
mío, la necesidad de salir de aquella provincia. Así que allí estaba yo, cargado del valor del que
decidí armarme. Entré en la taberna sin rodeos y allí empecé a tantear a todos aquellos
maleantes que estaban rodeaos de cerveza, mujeres y viejos tesoros y reliquias. Sin embargo,
un pequeño grupo de mercaderes llamo mi atención. Era una tripulación de lo más curiosa, algo
rara comparándola con los mercaderes que solían frecuentar el puerto. ¿Cómo sabía que eran
mercaderes, alguna mente hábil se preguntara? Y si no, yo te lo cuento. Todos los que tenían
alguna relación con el negocio del mar tienen marcas, todos excepto los piratas. El símbolo que
tienen los pesqueros no es otro que un pez. Es sencillo sí, pero era lo mejor para esa pobre gente
que no tenía ninguna clase de formación. El símbolo de los petroleros era una gran mancha
oscura con forma de una delicada gota de agua. Los petroleros frecuentaban poco la provincia,
ya que el petróleo no había funcionado bien allí y, ¿quién quiere invertir allí donde no se generan
ganancias? El símbolo de los mercaderes era cuanto menos exótico, era un barco. Pero no
cualquier barco, sino que era la primera nave marítima utilizada por el primer grupo de
mercantes conocido. Este era el símbolo que tenía este curioso grupo de mercantes.
Generalmente estos símbolos que marcaban de forma permanente en alguna parte visible del
cuerpo, aunque algunos preferían simplemente bordársela en las ropas, pero no era lo común,
pues no recibías el mismo respeto de tus compañeros de mar.

La razón por la que este grupo me llamo la atención fue por sus ropas, no eran las
comunes que solían traer las gentes de lugares cercanos. Eran ropas extravagantes, ropas con
colores llamativos, extrovertidos y brillantes. No estaba seguro, pero hasta los materiales de sus
ropas parecían muy distintos a las telas usadas en la provincia. Además, se les oía balbucear y

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su acento no me resultaba muy familiar. Era lo que estaba buscando… Me acerqué a ellos y
pensé que no me recibirían con agrado, pero tal fue mi sorpresa que si lo hicieron. Me integré
rápido en aquel grupo de extraños mercantes y lo más rápido posible les conté mis intenciones
de dejar la provincia. Me contaron que tenían pensado volver a casa después de una larga
temporada fuera de sus hogares, trabajando sin permitirse el lujo de descansar en este su
negocio de la mercadería marítima. No les pregunte ni cuál era el camino, ni si estaba lejos; ni
siquiera les pregunte que de dónde venían. En mi mente solo había una pregunta y un objetivo.
La pregunta era si me dejarían viajar con ellos hasta su desconocido hogar y mi objetivo,
claramente, montar en ese barco y huir de mi cansada vida. La tripulación, después de debatirlo
asintió orgullosa de poder tener un invitado a bordo de su nave mercante “Velas de plata”. Me
dijeron que esa noche mismo zarpaban, pero que antes tenían que atender unos negocios
importantes que nunca me interesé por averiguar, tampoco importaron mucho…

Me dieron la localización del barco por medio de unas notas bien redactadas por el
escriba de la tripulación, así que, mientras ellos atendían esos asuntos, yo me dirigí a
inspeccionar la nave en la que me embarcaría hacia un futuro ciertamente desconocido para mí.
La nave por fuera hacia honor a su nombre. Tres mástiles se alzaban en el barco cuyas velas eran
como la plata más fina. El barco era mucho más largo que ancho y me sorprendió ver que no
tenía remos. Era común que los barcos tuvieran remeros que eran contratados y bien pagados
por sus servicios, aunque se cuenta de los piratas que ellos emplean esclavos, prisionero o
pobres almas que buscan un trabajo en el puerto, pero no saben dónde se han metido al aceptar
ese trabajo con las esperanzas de ganarse pan para comer… Como decía, este barco no
funcionaba con remos, sino que tenía un sistema para mi desconocido en aquel entonces. Tenía
una máquina que generaba la energía que los remeros generaban mover el barco por el mar,
pero lo hacía por medio del uso de combustibles desconocidos para mí. Estaba asombrado…
Pude también observar un poco de la carga que llevaban, materiales exóticos y nunca vistos en
la provincia donde vivía, minerales con colores vivos, piedras preciosas, y algún que otro animal
del que apenas había oído hablar en rumores.

Hice tiempo hasta la noche, y cuando llego la hora, la tripulación que estaba en tierra
empezó a subir, de uno en uno fueron subiendo hasta que, cuando subió el ultimo, dio una señal
y empezaron a moverse todos como rayos. Cada uno tenía su función especifica en el barco y
sabían lo que tenían que hacer. Eran rápidos y eficaces. En un santiamén la nave estaba zarpando
rumbo a lo que para ellos era su hogar, pero que para mí era un destino desconocido. Para ellos,
era la merecida vuelta a casa después de meses de trabajo duro y sin descanso, para mí era la
búsqueda de una nueva vida, sin embargo, ninguno de nosotros se podía imaginar la desgracia
que ocurriría en aquel viaje. Es aquí donde comienza mi historia, la historia de la tierra de los
bastardos.

Si mal no recuerdo, pasaron unos 10 o 11 días antes de aquella terrible tormenta que
solo me dejaría a mí, por fortuna o por desgracia, la verdad es que no estoy muy seguro…, con
vida. Sin embargo, esos días a bordo del Velas de plata y rodeado de aquella sublime tripulación
son dignos de mención. Además, es mi responsabilidad hacer un homenaje a aquellos mercantes
ya que, si yo no lo hago en mi relato, ¿quién lo hará?

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Como digo, eran formidables. Tenían una organización excepcional y cada uno tenía una
función casi única. Por ejemplo, estaba el maestre, encargado de la supervisión del barco antes
de partir y de los aspectos más económicos; el piloto, encargado de la navegación de la nave
mercante y del uso de las cartas de navegación y de los instrumentos náuticos; el contramaestre,
encargado de dirigir las maniobras… Era una jerarquía muy bien estructurada que pocas
tripulaciones eran capaces de llevar a cabo debido al egoísmo y a la pereza del marinero común.
Esta tripulación, a diferencia de otras, hacía con gusto su oficio en el mar y se podía notar como
ellos disfrutaban cada momento. Además, a diferencia de lo que se solía escuchar en el puerto
de la provincia sobre la comida de los barcos, en mi breve estancia en el barco comí de fábula.
Tenían algunas comidas, para mí exóticas, de su tierra y sabían igual de bien que se veían, por
cierto. Era increíble lo rápido que pasaban los días en ese barco, sin embargo, el día menos
esperado llego una tormenta a priori normal, como cualquier otra, pero a veces la confianza
puede jugarte malas pasadas…

Afrontaron la tormenta como a otra cualquiera, todos se movían como rayos mientras
yo me quedé de piedra viendo como las gigantes olas empezaban a zarandear el barco de un
lado para otro, pero a ellos aquello no les asustaba ya que eran gajes del oficio. Pasaban las
horas y la tormenta no amainaba y la tripulación empezaba a cansarse de llevar adelante el
barco, pero he de decir, para mi sorpresa, que ellos no pararon hasta el último momento,
cuando sus cuerpos dejaron de reaccionar por el gran cansancio generado por luchar contra la
madre naturaleza durante horas.

Cuando me quise dar cuenta, yo ya estaba fuera del barco, intentando flotar como podía
entre aquellas olas terribles. Poco a poco vi alejarse al barco y yo, sin saber qué hacer, terminé
por dejarme llevar por el enfadado mar. A la deriva yo, sin saber cómo, sobreviví.

No soy consciente de cuánto tiempo pasé en ese mar sin un destino aparente. Pero sí sé
que una mañana calurosa de verano naufrague en una isla. Estaba inconsciente cuando dos
figuras extrañas me avistaron y vinieron aprisa a por mí, fue entonces cuando empecé a recobrar
el sentido ya que me cogieron de una forma muy brusca, además de que no paraban de darse
voces al uno al otro, pero no era capaz de entender ni una sola palabra debido a mi estado. Lo
único que recuerdo después de aquello es que me golpearon de forma agresiva con el objetivo
de volverme a dejar inconsciente, cosa que consiguieron debido a mi frágil estado. Lo siguiente
que recuerdo, es despertar en una oscura mazmorra. Solo tenía una enanísima ventana por la
cual entraba la luz de la luna, por lo cual podía saber al menos, si era de día o de noche, que ya
era algo. Era incapaz de reconocer algo en aquella mazmorra, no sabía si había una cama o una
mesa, si a eso le sumamos que la luna brillaba poco aquella noche. No tenía mucho sueño, de
modo que lo único que podía hacer era sentarme a espera que ocurría.

Pude recapacitar en todo lo ocurrido en los días pasados, en porque me encontraba en


aquella mazmorra. Quería una nueva vida, pero exactamente no me refería a esto. Sin embargo,
asumí el hecho de que si estaba allí era porque precisamente salí de la provincia por voluntad
propia buscando algo nuevo fuera lo que fuese. Pasaron horas hasta que oí un sonido de metal
chirriante, estaban abriendo la puerta de la mazmorra.

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Lo primero que pude apreciar cuando se abrió la puerta eran caras de asco hacia mi
persona. Una especie de soldados me agarraron con mucha fuerza por ambos brazos y me
taparon la cara con un saco, de modo que no podía ver nada, pero si oír. Mientras me llevaban
fuera de las mazmorras podía escuchar gritos de agonía que no podía percibir desde mi celda
debido al gran grosor de las paredes y de la puerta. Gritaban cosas como: ¡Injusticia, injusticia!,
¡Sacadme de aquí, no soy uno de ellos!, o, ¡Lo pagareis caro, ya lo veréis! No era capaz de
entender la situación, además, empezaba a notar como me brotaba sangre por los brazos debido
a la brutalidad de aquellos soldados. Noté el cambio de luz cuando salimos de las mazmorras y
pude notar que me subían a un carro para llevarme a algún lugar aparentemente lejos de allí,
sino ¿porque usarlo y no ir andando?

Pues estaba en lo cierto, tardamos un buen rato hasta que el carro paró y me bajaron
de allí con brutalidad. Puede que te preguntes qué porque no me resistí, o porque no gritaba de
dolor… Y lo hacía, pero cuando lo hacía, ellos me agarraban con más fuerza aún, de modo que
desde el principio aprendí la lección. Pude notar mucho estruendo de personas yendo y
viniendo, gente comprando en mercados, conversaciones… me habían llevado a una ciudad.
Para mi sorpresa, cuando llegamos a cierto punto del trayecto, empecé a escuchar más
murmullos que conversaciones, estaban murmurando acerca de mí, sobre mi identidad… Acto
seguido, esos murmullos pasaron a ser falsas acusaciones en voz alta hacia mi persona, diciendo
cosas que no tenían sentido para mí como que me lo tenía ganado, o que no sabían qué hacía
con vida aún. Era sorprendente escuchar aquellas sandeces y acusaciones hacia mi…

Note que la temperatura cambio de forma brusca, del calor de la calle a un frio
templado. Entramos en un edificio aparentemente muy grande, lo digo por el eco que había en
aquel lugar. Aun dentro del lugar podía escuchar murmullos y acusaciones hacia mi persona. Era
incapaz de entender la situación, de modo que seguí aguantando todo aquello, hasta que, por
fin, me sentaron en una silla y me quitaron el saco de la cabeza.

Estuve cegado durante un rato debido a que la sala estaba muy bien iluminada de luz
natural que entraba por unas enormes vidrieras. Cuando pude recuperar la vista intenté
comprender lo que ocurría, pero era incapaz. Lo único que entendí es que se me iba a juzgar de
algo que ni siquiera sabía, de modo que solo me quedaba esperar hasta que algo nuevo
ocurriera. Mientras el tiempo pasaba la gente iba cada vez subiendo más y más el tono de voz,
así que se formó un jaleo impresionante que parecía imparable, pero, de repente todo el mundo
enmudeció cuando se abrió una puerta que había en la sala de la que salió el que sería el juez
que tenía mi caso. Avanzó hasta el estrado y se sentó en una silla. No hizo falta que pidiese
quietud o silencio, la gente calló de repente y estaba expectante a las palabras de aquel juez.

-Se abre la sesión. Buenos días a todos. El caso que atañe hoy es la acusación contra este hombre
de ser un espía de los enemigos del estado y entrar de forma ilegal en nuestra frontera sin
papeles ni documentación alguna. La sentencia ante estas acusaciones es de pena capital, de
modo que, si nadie tiene pruebas en contra de las acusaciones dichas previamente, el acusado
será condenado mañana mismo. – Dijo el juez

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-¡PERO QUE SIGNIFICA ESTO! – Dije yo sin llegar a comprender realmente la magnitud de la
situación. Sin embargo, no pude ni terminar de quejarme cuando uno de los guardias me golpeo
bruscamente.

-Bien, si nadie tiene algo que objetar se cierra la sesión. – Terminó el juez.

Acto seguido me volvieron a tapar y me sacaron de allí con rapidez. Mientras me


llevaban podía escuchar a la gente maldiciéndome, golpeándome, escupiéndome… En ese
momento pensé en lo realmente bien que vivía antes de embarcarme en aquel condenado
barco…

Perdí la noción del tiempo, no sé cuánto tiempo pasó, pero os puedo decir que me
volvieron a llevar a la mazmorra en la que me encerraron al llegar a aquel sitio. En mi cabeza
había mil pensamientos que intentaba organizar, pero era imposible. Mi cabeza estaba
revolucionada pensando en que, sin saber ni cuándo, ni donde, ni como, me iban a matar por la
sentencia injusta de un juez… Habían lanzado esas falsas acusaciones contra mí, pero ¿cómo
podía ser aquello, espía enemigo, inmigrante ilegal? Soy un desconocido para cualquier persona
de aquel territorio del que desconocía hasta el nombre, es imposible que alguien me conozca y,
mucho peor, que encima me quiera acusar y matar… Sea como fuere, me sentía totalmente
impotente en aquella mazmorra, encerrado, sin nada que hacer, sin poder defenderme… Podía
sentir mi fin muy cerca…

¿Me equivoque al huir de mi hogar, de mi antigua vida? ¿He sido incapaz durante toda
mi vida de valorar la tranquila vida que vivía en mi provincia natal? ¿Tantas ansias de comerme
el mundo para terminar en una oscura mazmorra con una sentencia de muerte bajo mi cabeza?
Estas eran las preguntas que rondaban mi cabeza junto a la idea de que me iban a matar. La
culpa me pudo. Culpa, no por haber sido sentenciado por acusaciones injustas, sino culpa por
haber dejado mi hogar en busca de una nueva vida que iba a terminar ahí mismo… Culpa por
hacerme ilusiones, por buscar aventuras y morir por ello… Claramente no era justo, pero parece
ser que lo que era justo o injusto daba lo mismo ya que la justicia se ejercía según el criterio
subjetivo de un juez que creyó en falsas acusaciones sin pruebas contra mi persona. Envuelto en
dudas, culpabilidad y terror, solo me quedaba esperar a que la puerta de la mazmorra se abriese
para mi ejecución, todo estaba perdido…

El tiempo pasaba muy despacio y poco a poco el sol se iba moviendo y bajando cada vez
más hasta que por fin anocheció. No conseguí pegar ojo aquella noche como es normal, de modo
que seguí perdido en mis pensamientos hasta que, por fin, igual que la anterior vez, escuché el
ruido de las puertas de mi mazmorra abriéndose. Las figuras de dos hombres corpulentos se
acercaron hacia mi de nuevo. Era de noche y no pude verlos, sin embargo, puedo garantizar que
eran los soldados de antes por la fuerza con la que me agarraron. Me volvieron a tapar la cabeza
y me volvieron a sacar de allí para llevarme de vuelta a el carro. Intenté hablar con ellos, razonar,
pero era imposible. No solo me ignoraban, sino que me trataban con más brutalidad cuanto más
hablaba. Cuando me subieron al carro, para mi sorpresa, pude escuchar más voces que exigían
justicia, que se quejaban por el trato y declaraban que eran inocentes. Deduje que ellos también
habían sido condenados a muerte.

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El carro se puso en marcha. En ese momento se produjo un silencio sepulcral. Solo se


escuchaba el ruido del carro. En aquel momento no sabía cuántas personas había junto a mí,
pero podía escuchar diferentes voces susurrando: “No quiero morir, no me lo merezco, soy
inocente”, “Malditos… Esto no quedará así, la venganza será inminente…”, “Vendrán… Lo sé,
van a venir…”, esto era algunas de las cosas que oí. Yo no dije nada, preferí permanecer en
silencio y esperar, total, ya todo estaba perdido, o eso parecía…

De repente el carro paro en seco, todos los prisioneros que emitían balbuceos y
murmullos pararon también e intentamos prestar atención a lo que ocurría. ¡Una voz ruda
producía gritos descontrolados de furia!

-¡No es posible! – dijo la voz - ¡Pasamos ayer por este camino y estaba perfecto! ¿Cómo puede
ser que de la noche a la mañana se haya estropeado de tal forma?

-No ha habido ninguna tormenta ni viento posible para arrancar estos árboles, y menos de la
noche a la mañana. – dijo otra voz – Fíjate bien… Los han talado, los han cortado a propósito…
Y los que lo hayan hecho son demasiado inteligentes, han procurado que no se notará en los
cortes, pero te digo yo que los han cortado, de pequeño fui aprendiz de carpintero en el viejo
aserradero que mi tío tenía en la capital.

-¡Entonces no cabe duda de que nos han tendido una emboscada, una trampa! – dijo el otro
compañero – ¡Esos malditos bastardos pretenden hacer un rescate de los prisioneros!
¡Atención, a las armas!

Después de ese grito yo me asusté mucho, no sabía que iba a ocurrir. Mis compañeros
tampoco emitieron ninguna palabra o sonido. Los soldados también permanecieron en silencio
y así se mantuvo la situación, aunque el silencio no duró mucho.

Un sonido se escuchó en el silencio, no sabía que era, pero después se escucharon dos
golpes muy fuertes y un jaleo muy intenso que duró unos minutos. Después de esto, silencio
otra vez… El silencio se rompió cuando el carro volvió a retomar la marcha. ¿Cómo? ¿No había
arboles obstaculizando el camino? ¿Qué ocurrió con los soldados? Todas esas dudas rondaron
mi cabeza hasta que volví a recordar el destino del carro… Mi injusta sentencia a muerte.

El viaje duró mucho más de lo que me esperaba, pude notar como el sol empezaba a
salir, de modo que duró varias horas por lo menos. En ese momento me empecé a plantear si
algo estaba saliendo mal, ¿Por qué llevar a cabo la sentencia a muerte tan lejos? No tenía sentido
para mí, pero tampoco podía hacer mucho más que esperar en aquel carro.

Otra vez, el carro paro de nuevo y se escucho una clara y potente voz: “Bienvenido a la
frontera entre la nación y la zona cero, de media vuelta, gracias”.

-Buenos días por la mañana caballero, mire usted, estos prisioneros deben llegar a la zona cero
por orden del mismísimo general Talion, son asuntos del estado importantes, y confidenciales,
todo sea dicho de paso. – Dijo una voz alegre procedente del carro – Aquí le muestro la orden
buen hombre.

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-¿Asuntos del estado importantes dices? Es extraño que no se me haya notificado nada, pero…
por lo que veo, estos papeles parecen estar escritos de su puño y letra y con su firma. Supongo
que, si algo se trama en la zona cero, es un asunto de gran importancia para el transcurso de la
guerra y la nación y no puedo interponerme bajo ningún concepto. Adelante, siga su paso y lleve
extremo cuidado con esos malditos bastardos, acampan por toda la zona cero esperando
encontrar alguna oportunidad para cambiar las tornas del asunto. – Dijo el señor que se ocupaba
de la frontera.

-No se preocupe, ¡larga vida al estado y al general! Buen día caballero – Se despidió la voz que
estaba en el carro y se volvió a retomar la marcha.

En ese momento mi corazón dio un vuelco… El carro no paró desde aquel incidente en
el bosque, y claramente había una diferencia notable. En aquel momento había dos soldados al
cargo del carro, sin embargo, ahora parecía haber un solo hombre, y su voz no se parecía en
nada a la de los dos condenados soldados… Mis compañeros también empezaron a inquietarse
murmurando cosas acerca de esa “zona cero”.

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2 – La zona cero

El desconocido personaje que conducía el carro retomó su marcha y no tardó en entonar


una alegre melodía silbando, no se le veía muy preocupado, a diferencia de mis compañeros que
cada vez estaban aún más inquietos. Sin embargo, yo no tenía ni la más remota idea de que era
la “zona cero” ni que ocurría. Ese señor de la frontera dijo algo de una guerra, y de unos malditos
bastardos, pero no imaginaría las dimensiones del asunto hasta más adelante…

El carro por fin paró. Se escucharon pasos que se aproximaban, era el misterioso “roba-
carretas”. Se subió, se sentó junto a nosotros y comenzó a hablar.

-Habéis sido rescatados por cortesía del querido gobernador Meno – dijo una voz.

-¡Si, lo sabía, sabía que no permitiría dejarnos morir! – dijo uno de los prisioneros.

-¡¿Jasón, eres tú verdad?! ¡Maldito, como te gusta saquear prisioneros! Me alegro de que te
escogieran a ti para salvarnos, ahora quítanos los condenados sacos – dijo otro.

-Enseguida mis queridos bastardos – dijo Jasón en tono guasón. – La verdad es que no os lo voy
a negar, talar aquellos arboles fue muy aburrido, pero el viaje fue de lo más tranquilo, disteis
poco ruido.

-Venga, cállate ya y quítanos esto – dijo otro prisionero con ansias – No puedo respirar

Yo no tenía ni la más remota idea de lo que estaba pasando. Claramente era un rescate,
pero por supuesto, no venían a rescatarme a mí, pero he de reconocer que tuve mucha suerte,
porque, aunque no sabía ni siquiera quien era mi rescatador, si sabía que me había librado de
una condena a muerte, al menos por el momento. Uno a uno, se fueron quitando los sacos de
la cabeza dejándome a mi el último, ya que parecía que aparentemente todos se conocían,
menos yo, que era el extraño.

-Vaya, vaya, ¿y quien eres tú? La misión que me encomendaron fue de rescatar a 3, no a 4.
¿Quién eres? – dijo Jasón mientras me quitaba el saco de la cabeza.

-¿Acaso importa quién soy? – dije indiferente.

-Bueno, bueno, ¿así tratas a tu rescatador? En fin, estabas en la carreta como prisionero; eso te
convierte en enemigo de nuestros enemigos, luego eres nuestro amigo. – Dijo Jasón.

-¿Quiénes sois vosotros?, ¿y quiénes eran los que me han capturado? Me habían condenado a
muerte sin motivo, ¡no es justo! ¿y dónde estamos? – dije confuso, tenía muchas dudas en mi
cabeza en ese momento.

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-Mmm… No eres de la isla, ¿verdad?, ¿es mucho preguntar cómo has llegado hasta aquí? – dijo
Jasón. Era el que más interés estaba mostrando por mí, los otros comenzaron su propia
conversación entre ellos.

-Hui de mi tierra porqué ya no lo sentía como mi hogar, conseguí montar en un barco de


mercaderes y hubo una tormenta tremenda. Naufragamos. Desperté en una costa, dos guardias
me vieron y me golpearon y lo siguiente que recuerdo fue despertarme de nuevo, pero en una
mazmorra… - le expliqué

-“El estado” no es muy hospitalario que digamos, no le gustan mucho los extranjeros y
forasteros, de modo que te dieron su habitual saludo de bienvenida… la pena capital – decía
Jasón. – Ven con nosotros, te explicaré todo lo que pueda por el camino. O, si lo prefieres…
puedes volver y saldar tu cuenta con el general Talión, aunque no suena muy agradable lo de
morir por nada, ¿no crees?

-Pero ¿a dónde vais?, ¿Quiénes sois? – dije preocupado. No sabía si ir con ellos o no, aunque la
verdad es que me trataron mejor que los soldados. Estaba un poco confuso, habían pasado
tantas cosas en tan poco tiempo…

-Te lo explicaré, pero tienes que venir con nosotros o quedarte aquí solo… No podemos
permitirnos perder más tiempo aquí parados, podría ser peligroso. – Jasón empezó a moverse
hacia el carro de nuevo.

No sabía que hacer, pero decidí ir con ellos. Tampoco tenía nada mejor que hacer, no
sabía donde estaba, ni a donde podía ir. Estaba en una tierra totalmente desconocida y
totalmente solo, en realidad era lo que quería al dejar mi tierra, pero quizás esperaba algo
diferente, otra clase de recibimiento…

Jasón nos dio indicaciones antes de retomar la marcha. Dijo que mientras estuviéramos
en la zona cero era mejor que volviésemos a la parte de atrás de carro y que nos pusiésemos los
sacos otra vez para evitar posibles problemas con las patrullas del estado. Los otros tres
compañeros le obedecieron sin rechistar, tenían una confianza en él notable y yo les imité, me
puse el saco de nuevo y el carro retomó la marcha.

Durante el viaje el ambiente fue totalmente distinto, los presos seguían manteniendo
su conversación que se había quedado en pausa antes de retomar la marcha de nuevo, y Jasón,
mientras conducía el carro, empezó a contarme la historia de la isla.

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