Está en la página 1de 3

Psicología y Derecho: Dos caras de la

misma moneda
En el papel, pareciese que el Derecho y la Psicología son ciencias muy
diferentes e incluso incompatibles. Mientras que la objetividad es la
herramienta con la que se ejerce el Derecho, en Psicología hemos
tendido cada vez más hacia la interpretación y la subjetividad.

Mientras que, en la percepción social, el derecho como profesión es


tradicional, está consolidado socialmente y tiene una historia sólida,
cuando se habla de psicología, fuera de sus adeptos, estudiantes y
profesionistas, las personas no tienen referencias sólidas y pocos
conocen la historia de esta disciplina. Incluso hay quienes relacionan
al vienés Sigmund Freud como el padre de la Psicología mientras que
los trabajos de Wundt, padre de la psicología científica, permanecen en
el anonimato.

Es por este motivo que, en muchas ocasiones, el desempeño de los


psicólogos en instancias de administración e impartición de justicia
suele ser menospreciado. Cualquier profesionista de la psicología o
estudiante que haya prestado servicio social en alguna dependencia
se habrá dado cuenta que, fuera de los colegas de profesión con los
que es posible coincidir en la oficina, para las demás personas solo
somos quienes aplicamos la prueba del “arbolito”, de la “casa” y de la
“persona”.

La actitud legalista hacia las ciencias del comportamiento ha sido


condescendiente la mayoría de las veces; un ejemplo claro de este
posicionamiento es la acepción de Wigmore, quien a principios de
1900 comentó que “siempre que los psicólogos estuvieran preparados
para actuar en la sala de justicia, esta estaría preparada para ello, pero
que nada podía decir la psicología de un testigo individual en un caso”
(Fariña, Arce y Jokuskin, 2000).

La relación entre la psicología y el derecho ha sido, y sigue siendo, una relación jerárquica.
No ha sido fácil para la psicología ser reconocida como válida a los ojos del derecho, y que
los psicólogos seamos invitados a la sala de audiencia de un tribunal como portadores de
una experticia que nos distingue.
La irrupción de los psicólogos en el terreno normado, codificado y formalista del derecho,
no ha estado exenta de dificultades. Sabemos que el derecho pertenece al “deber ser” (la
ley, la norma), mientras la psicología, como ciencia social, pertenece a la categoría del
“ser” (la psiquis, el comportamiento). Mientras el derecho define y discrimina lo correcto de
lo incorrecto, lo permitido de lo prohibido, el orden del desorden; la psicología estudia al
sujeto y las variadas formas en que este se relaciona con lo normativo. El derecho
prescribe, decreta, sentencia; la psicología, en cambio, comprende, explica, intenta
predecir, refleja, cura. Los verbos que se ponen en juego son muy diferentes. En esta
intersección de quehaceres disciplinares, a veces la psicología ha quedado confinada en
los –a menudo estrechos- márgenes del derecho, transformándose en una
psicología para el derecho, una “ciencia auxiliar” como la denominó el positivismo. Aún
más, su propia legitimidad como ciencia, requiere ser refrendada por el derecho, para ser
merecedora de escucha en el estrado.
La psicología jurídica, como hoy la conocemos, es fruto de esa búsqueda de identidad y
legitimación. Nace en diversos contextos sociales, a partir de prácticas y dispositivos
concretos, con diferentes denominaciones: psicología criminal, legal, judicial, forense.
Surge allí donde el derecho no se basta a sí mismo, donde se rompe la certeza jurídica y
se instala la duda, transformada en pregunta legal.
La historia de la psicología jurídica nos cuenta que en 1962, en EEUU, Vincent Jenkins fue
juzgado por intento de robo y violación. Su defensor presentó a tres peritos psicólogos que
afirmaron la esquizofrenia de Vincent. Sin embargo, el juez decidió no considerar su
pericia aduciendo que los psicólogos no estaban capacitados para dar un testimonio
experto por no ser médicos. El jurado encontró al acusado culpable. Sin embargo, la Corte
de Apelaciones anuló dicha decisión y ordenó un nuevo juicio que incluyera la opinión de
expertos en psicología, absolviendo a Jenkins. A partir de eso, las cortes de Estados
Unidos aceptaron regularmente a psicólogos en los procesos judiciales.
Desde ese entonces, los psicólogos jurídicos han ejercido, entre otros, en el campo
probatorio, en el “foro”, como peritos en juicio. En materia de familia, la labor del psicólogo
abarca lo forense, pero también el rol de mediador en la litis familiar. En lo civil, evalúa,
entre otros, la incapacidad civil por causa psíquica. En lo laboral, quizás uno de los
ámbitos menos desarrollados en Chile, realizan valoraciones sobre incapacidad laboral. En
el área penal, evalúan inimputabilidad y, desde los aportes de la psicología del testimonio,
determinan la calidad de los testimonios sobre delitos. La evaluación de relatos de víctimas
infantiles de abuso sexual es, sin lugar a dudas, la de mayor aplicación nacional, y hoy
está teniendo un vuelco trascendental a partir de la incorporación de la Ley sobre
entrevista investigativa videograbada.
En el área penitenciaria, el psicólogo forma parte del Consejo Técnico que propone y
asesora a los jefes de unidades penales en el otorgamiento de beneficios
intrapenitenciarios. También interviene en salud mental y en las comunidades terapéuticas
al interior de los penales.
En materia victimológica, los psicólogos de la División de Atención a Víctimas y Testigos
del Ministerio Público asesoran en la atención y protección de víctimas a los fiscales. A
nivel reparatorio, nuestro país ha diversificado considerablemente los servicios
asistenciales psicosociojurídicos hacia las víctimas de delito. Es el caso de los programas
y centros del SENAME, SERNAMEG, Ministerio de Justicia, del Interior y Seguridad
Pública, y de Salud.
Como vemos, los psicólogos han adquirido una presencia significativa en el sistema de
justicia, sin embargo, no toda la historia de la psicología jurídica en Chile está llena de
luces. A menudo los psicólogos jurídicos – y sigo en esto a Araujo (2009)- han entendido la
relación del individuo con la norma tomando como referencia la distancia, el desajuste
entre ambos. Si la mirada se detiene en la distancia, el análisis siempre se focaliza en la
transgresión y en sus consecuencias. En efecto, los psicólogos hemos tratado
incesantemente de explicar por qué los sujetos no se ajustan a las normas, y nos hemos
esforzado por desarrollar estrategias para lograr ese ajuste. Eso nos ha llevado a perder
de vista la comprensión sobre las formas diversas y contradictorias en que los individuos
enfrentan y se relacionan con lo normativo, en tanto seres morales, que producen normas
y no solo las obedecen o incumplen.
Junto con ello, hemos abusado de una perspectiva extremadamente individual, que a
veces nos ha hecho cómplices pasivos del castigo, más que del bienestar psicosocial. Por
ejemplo, durante décadas los psicólogos hemos elaborado informes de personalidad o
conducta de personas encarceladas, pronunciándonos sobre su actual o potencial
peligrosidad y riesgo de reincidencia, y negando no pocas veces su libertad en virtud de
nuestras evaluaciones. Hemos permanecido la mayor parte del tiempo confinados en
oficinas, mientras hombres y mujeres se juegan en sus celdas y en los patios de la prisión
su salud mental, su libertad sexual, su integridad física y muchas veces su vida.
Nuestro rol apegado al lugar constreñido que nos confiere la ley, nos ha impedido jugar un
rol más protagónico en la denuncia de la violencia cotidiana que allí se da. Centrados en
una mirada clínica, no hemos sido capaces, por ejemplo, de intervenir desde una
perspectiva organizacional al interior de la cárcel, en aspectos como el clima, las
dinámicas internas de violencia, la gestión y el autocuidado del personal penitenciario.
Aquí, hasta nuestro sentido común ha sido encapsulado por la norma, e insistimos en
buscar especializadas estrategias de reinserción y rehabilitación, desconociendo la
premisa básica que no hay rehabilitación posible en un lugar que no ofrece mínimas
condiciones de dignidad y seguridad.
Asimismo, los psicólogos hemos jugado un tímido rol en la producción legislativa, en el
trabajo de influencia científica de las reformas de ley, en aras de ajustarlas mejor a la
evidencia empírica psicológica o psicosocial.
Los psicólogos podemos y debemos producir y ejercer una psicología cuestionadora del
derecho, que no implica por cierto transgredir la ley. A partir de los conocimientos
científicamente afianzados, podemos interrogar la ley, construir con el derecho y no
solo para el derecho, permitiendo que emerjan nuevas normatividades. La Psicología,
dada su capacidad de comprensión de los problemas sociales, puede redimensionar el
análisis del fenómeno psicológico en el derecho, proponiendo, reinterpretando y adaptando
las normas a las necesidades dinámicas del ser humano.

También podría gustarte