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LA MISA MATUTINA TRANSMITIDA EN DIRECTO

DESDE LA CAPILLA DE LA CASA SANTA MARTA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

"Aprender a vivir los momentos de crisis"

Sábado, 2 de mayo de 2020

[Multimedia]

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta


https://youtu.be/RxTu92iXfAg
Introducción

Recemos hoy por los gobernantes que tienen la responsabilidad de atender a sus pueblos en estos
momentos de crisis: jefes de estado, presidentes de gobierno, legisladores, alcaldes, presidentes
de regiones... Para que el Señor los ayude y les dé fuerzas, porque su trabajo no es fácil. Y que
cuando haya diferencias entre ellos, entiendan que, en tiempos de crisis, deben estar muy unidos
por el bien del pueblo, porque la unidad es superior al conflicto.

Hoy, sábado 2 de mayo, 300 grupos de oración se unen a nosotros en oración, se llaman los
“madrugadores”: aquellos que se levantan temprano para rezar, se dan un madrugón, para rezar.
Se unen hoy, en este momento, a nosotros.

Homilía

La primera Lectura comienza: «Por aquel entonces, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea
y Samaría, pues crecía y progresaba en el temor del Señor, y con el aliento del Espíritu Santo se iba
multiplicando» (Hch 9, 31). Tiempo de paz. Y la Iglesia crece. La Iglesia está tranquila, tiene el
consuelo del Espíritu Santo, vive en el consuelo. Los buenos tiempos... Luego sigue la curación de
Enea, después Pedro resucita a Gacela, Tabita... cosas que se hacen en paz.

Pero existen tiempos sin paz en la Iglesia primitiva: tiempos de persecuciones, tiempos difíciles,
tiempos que ponen en crisis a los creyentes. Tiempos de crisis. Y un momento de crisis es el que
nos narra hoy el Evangelio de Juan (cf. 6,60-69). Este pasaje del Evangelio es el final de toda una
serie que comenzó con la multiplicación de los panes, cuando querían hacer rey a Jesús, Jesús va a
rezar, al día siguiente no lo encuentran, van a buscarlo, y Jesús les reprocha que lo buscan para
que les dé de comer y no por las palabras de vida eterna... Toda esa historia termina aquí. Le
dicen: “Danos de este pan”, y Jesús explica que el pan que dará es su propio cuerpo y sangre.

En aquel tiempo «muchos de sus discípulos, al oírle , dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién
puede escucharlo?”» (v. 60). Jesús dijo que quien no comiera su cuerpo y bebiera su sangre no
tendría vida eterna. Jesús decía también: “Si coméis mi cuerpo y mi sangre, resucitaréis el último
día” (cf. v. 54). Estas son las cosas que Jesús decía: «Es duro este lenguaje» (v. 60) [piensan los
discípulos]. “Es demasiado duro. Hay algo que no funciona. Este hombre ha pasado los límites”. Y
este es un momento de crisis. Hubo momentos de paz y momentos de crisis. Jesús sabía que los
discípulos murmuraban: aquí hay una distinción entre los discípulos y los apóstoles: los discípulos
eran esos 72 o más, los apóstoles eran los Doce. «Es que Jesús sabía desde el principio quiénes
eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar» (v. 64). Y frente a esta crisis, les
recuerda: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí, si no se lo concede el Padre» (v. 65).
Vuelve a hablar de la atracción del Padre: el Padre nos atrae hacia Jesús. Y así es como se resuelve
la crisis.

Y «desde ese momento muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no iban con él» (v. 66). Se
distanciaron. “Este hombre es un poco peligroso, un poco... Pero estas doctrinas... Sí, es un buen
hombre, predica y cura, pero cuando se trata de estas cosas extrañas... Por favor, vámonos” (cf. v.
66). Y lo mismo hicieron los discípulos de Emaús, en la mañana de la resurrección: “Pues sí, es algo
extraño: las mujeres que dicen que el sepulcro... Esto no huele bien —decían—, vamonos pronto
porque vendrán los soldados y nos crucificarán” (cf. Lc 24,22-24). Lo mismo hicieron los soldados
que vigilaban el sepulcro: habían visto la verdad, pero luego prefirieron vender su secreto:
“Pongámonos al seguro: no nos metamos en estas historias, que son peligrosas” (cf. Mt 28,11-15).

Un momento de crisis es un momento de elección, es un momento que nos pone frente a las
decisiones que tenemos que tomar. Todos en la vida hemos tenido y tendremos momentos de
crisis. Crisis familiares, crisis matrimoniales, crisis sociales, crisis en el trabajo, muchas crisis...
También esta pandemia es un momento de crisis social.

¿Cómo reaccionar en el momento de crisis? «Desde ese momento muchos de sus discípulos se
volvieron atrás y ya no iban con él» (v. 66). Jesús toma la decisión de interrogar a los apóstoles:
«Jesús dijo entonces a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”» (v.67). Tomad una
decisión. Y Pedro hace la segunda confesión: «Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿a quién vamos
a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de
Dios”» (vv. 68-69). Pedro confiesa, en nombre de los Doce, que Jesús es el Santo de Dios, el Hijo de
Dios. La primera confesión — “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”— e inmediatamente después,
cuando Jesús comenzó a explicar la pasión que vendría, él lo detiene: “¡No, no, Señor, esto no!”, y
Jesús lo reprende (cf. Mt 16,16-23). Pero Pedro ha madurado un poco y aquí no protesta. No
entiende lo que Jesús dice, eso de “comer la carne, beber la sangre” (cf. 6,54-56): no lo entiende,
pero confía en el Maestro. Se fía. Y hace esta segunda confesión: “Pero a quién vamos a ir, por
favor, tú tienes palabras de vida eterna” (cf. v. 68).

Esto nos ayuda a todos a vivir los momentos de crisis. En mi tierra hay un dicho que dice: “No
cambies de caballo en medio del río”. En tiempos de crisis, hay que ser muy firmes en la convicción
de la fe. Los que se fueron, “cambiaron de caballo”, buscaron otro maestro que no fuera tan
“duro”, como le decían a él. En tiempos de crisis tenemos la perseverancia, el silencio; quedarse
donde estamos, parados. Este no es el momento de hacer cambios. Es el momento de la fidelidad,
de la fidelidad a Dios, de la fidelidad a las cosas [decisiones] que hemos tomado antes. Y también,
es el momento de la conversión porque esta fidelidad nos inspirará algunos cambios para bien, no
para alejarnos del bien.

Momentos de paz y momentos de crisis. Los cristianos debemos aprender a manejar ambos. Los
dos. Algún padre espiritual dice que el momento de crisis es como atravesar el fuego para
fortalecerse. Que el Señor nos envíe al Espíritu Santo para saber resistir a las tentaciones en
tiempos de crisis, para saber ser fieles a las primeras palabras, con la esperanza de vivir después
los momentos de paz. Pensemos en nuestras crisis: crisis familiares, crisis de vecindario, crisis en el
trabajo, crisis sociales en el mundo, en el país... Muchas crisis, muchas crisis.

Que el Señor nos dé la fuerza, en los momentos de crisis, de no vender la fe.

Reflexión: “Dios y su nueva forma de hablarnos en tiempos de crisis”

Compartimos columna de opinión de Ana María Formoso Galarraga, mcr (Misionera de Cristo
Resucitado), académica de la Facultad Eclesiástica de Teología de la PUCV.

¿Es posible hablar del Dios de la vida en medio de esta pandemia que se sigue expandiendo en
nuestro mundo? No sólo es posible, debemos tener ojos para ver y agradecer como Jesús sale a
nuestro encuentro en esta compleja situación. Es triste lo que está pasando mundialmente, pero
muestras de lo divino podemos apreciarlo por ejemplo a través de la gente que nos cuida en el
área de la salud, del aseo, de las personas que transportan alimentos y las que siguen trabajando
porque no pueden hacer la cuarentena. En el espacio eclesial son muchas las religiosas, laicas,
religiosos que están dando su vida y cuidando a los más necesitados.

Nos encontramos con niños y jóvenes encerrados en sus humildes viviendas, tratando de
sobrellevar este complejo escenario. No obstante, Dios está en todas estas realidades y creo que
como nunca se nos abrieron los ojos para ver como él nos visita mediante personas y contextos
que no nos esperábamos.

Un nuevo paradigma se nos abrió y ¿qué podemos aprender de todo esto? Aquí está nuestro
desafío educativo, espero que luego de que pase esta crisis seamos capaces de dar prioridad a los
vínculos, al cuidado ambiental, a la dignidad y a la empatía que no tiene fronteras, razas o género.

Tenemos la oportunidad de que caigan las máscaras y que seamos más cristianos, más universales,
para podernos reconocer en relaciones dignas y empáticas. Asimismo, que nuestra educación sea
parte de la belleza del Misterio de la Encarnación y de la Pascua que abraza el sufrimiento humano
y que lo dignifica con su Resurrección.

Dios está con nosotros sufriendo, llorando, cuidando, investigando, trabajando y dándonos
esperanza. La fe es seguir aun cuando la noche está oscura pero sabemos que el Dios de la Vida,
de la Resurrección no nos abandona.

Iniciamos la Semana Santa y que bueno sería que cada uno/a donde esté pueda elevar su
pensamiento, su corazón a Jesús y traer la multitud de personas que hoy claman por relaciones de
respeto y de dignidad.

¡Bendecida Semana Santa y que la alegría de la Resurrección de Jesús nos fortalezca en


humanidad!

Ser iglesia en tiempos de pandemia

Por Juan Miguel Espinoza Portocarrero, Departamento de Teología, Pontificia Universidad Católica
del Perú
La Iglesia, en tanto pueblo de Dios en el mundo, ha sido afectada por el impacto global del
coronavirus. Hemos sido testigos de la muerte de sacerdotes, religiosas, laicos/as, así como la
prohibición de celebrar comunitariamente la liturgia. Nos ha tocado pasar la Semana Santa
aislados en nuestras casas e imposibilitados de vivir la intensidad devocional de estos días. Sin
embargo, en sintonía con el resto de la humanidad, estamos desafiados a ir más allá de este dolor
y reflexionar sobre el sentido profundo de este tiempo de pandemia. Eso implica volver al núcleo
de nuestra fe y discernir cómo Dios se hace presente en estos acontecimientos.

Como cristianos, hemos de reconocer en la pandemia un “signo de los tiempos” que exige recrear
las formas en que somos Iglesia y en que encarnamos el Evangelio. Esto se dice fácil, pero la
verdad estamos ante una cuestión donde no existen recetas predeterminadas. Al estar ante
circunstancias inéditas en nuestra historia, estamos exigidos de responder con fidelidad creativa y
audacia pastoral. Sin embargo, debemos ser precavidos de no caer en la actitud de quienes creen
estar “inventando la pólvora”. Nuestra tradición, como cuerpo vivo fundado en Cristo y
enriquecido por las generaciones de cristianos que nos precedieron, cuenta con recursos para
orientarnos en la difícil tarea de navegar por esta crisis, sin por ello ser ciegos a la radical novedad
que emerge ante nuestros ojos.

En esta perspectiva, la tradición bíblica leída desde el momento presente puede darnos pistas para
la pregunta en juego. Para el pueblo de Israel, su experiencia “fundante” fue el exilio en Babilonia
durante el siglo VI a.C. La ciudad santa de Jerusalén fue saqueada, el templo de YHWH destruido y
las élites del reino de Judá deportadas a la capital del enemigo. Nobles, sacerdotes, intelectuales y
artesanos fueron despojados de sus posiciones de poder y forzados a reinsertarse en una sociedad
extranjera como ciudadanos de segunda clase. Aquellos que eran gente importante en su nación,
tuvieron que experimentar la humillación.
El tocar fondo hizo que los exiliados, provenientes de los círculos de poder, se dieran cuenta de
que su confianza estaba puesta en “falsas seguridades”, en su egocentrismo. Por décadas habían
cerrado sus oídos a las denuncias de los profetas, que denunciaban una práctica religiosa llena de
hipocresía y una vida institucional repleta de abusos contra los insignificantes. Pensaron que eran
omnipotentes. Al tocarles estar en el lado de los oprimidos, recordaron su vulnerabilidad y su
interdependencia de Dios y del pueblo. Fue entonces que volvieron a lo esencial: recordaron que
eran una nación elegida por YHWH para anunciar la salvación a todas las demás naciones. Dios los
había liberado de la esclavitud en Egipto y se había comprometido a amarlos incondicionalmente
en el marco de una relación inquebrantable.

Así como los judíos en el exilio, la Iglesia católica ante la pandemia está llamada a examinarse a sí
misma. Nuestra tradición está tan centrada en el culto que hoy nos cuesta mucho no tener
liturgias presenciales y ayunar de la comunión eucarística. Retomando el símil con el exilio
babilónico, esta comunidad también se vio impedida de dar culto a YHWH de la manera
tradicional. Al ser el Templo de Jerusalén destruido, esa dimensión de la religiosidad judía fue
bloqueada. Sin embargo, ante esta ausencia, redescubrieron el mensaje revelado por Dios y la
historia de su relación con Él. Más aún, decidieron ponerlo por escrito para que los ayudase a
sanar sus heridas, reconciliarse con su pasado y convertir el desarraigo en esperanza. El corazón
de la Biblia hebrea adquirió forma durante este tiempo de prueba. Ante la imposibilidad de ir al
Templo, estos creyentes recentraron su experiencia de fe en la Palabra de Dios.

Recentrar la vida de fe en la Palabra es reconocer que nuestras experiencias también son lugar
donde Dios se nos da a conocer y nos llama a colaborar en su misión. Pero hemos de estar atentos
para abrazar su presencia salvífica en lugares inesperados. Le pasó al profeta Ezequiel, uno de los
judíos cautivos en Babilonia. Acostumbrado a restringir la presencia divina al Templo de Jerusalén,
la gloria de YHWH se le apareció en el país de Babilonia, concretamente en el barrio donde vivía
con otros exiliados junto al río Quebar (Ez. 1: 1-28). Dios se desplazó hacia los márgenes,
abandonando la ciudad santa de Jerusalén, para acompañar a su pueblo sufriente.

El testimonio de Ezequiel nos marca dónde debemos situarnos como Iglesia ante la pandemia. Es
admirable la creatividad desplegada para sostener el culto y la oración comunitaria por medio de
plataformas virtuales. Sin embargo, estoy convencido que la realidad que vivimos nos interpela a
proclamar la presencia viva de Dios en todos aquellos que están arriesgando sus vidas para
proteger a los vulnerables. Como Iglesia, en varias partes del mundo, estamos sumando a estos
esfuerzos. Varios hermanos nuestros están en la primera fila de la batalla contra el coronavirus y
las oficinas de Cáritas están contribuyendo a mitigar los efectos de la crisis entre los más pobres.

También, quienes están recluidos en sus casas, pueden participar de este testimonio de una
“Iglesia servidora”, expresando solidaridad en gestos cotidianos como dar de comer al
hambriento, estar en contacto (virtual) con quienes están solos, auxiliando al vecino adulto mayor,
en general, solidarizándose con las historias de aquellos que tienen necesidades tan apremiantes y
básicas, que atender la misa es lo último en lo que están pensando. Monseñor Carlos Castillo,
arzobispo de Lima, ha dicho que, en medio de la pandemia, Dios nos está convocando a “pasar de
un cristianismo de costumbres a uno de testigos”. En efecto, de eso se trata.
El sufrimiento forma parte de nuestra vida terrenal. Lo alejamos, nos quejamos cuando llama a
nuestra puerta. En estos momentos insostenibles, la Biblia puede ayudarnos a comprender mejor el
misterio de nuestra prueba y a superarla

En ciertos momentos de nuestras vidas, cuando se acumulan decepciones, relaciones difíciles con
los que amamos, fracasos personales o problemas de salud, nos podemos desanimar por
completo.

A veces es el comienzo de una verdadera depresión, que requiere atención médica (¡no sólo les
sucede a los demás!).

Pero la mayoría de las veces, se trata de una prueba pasajera. ¿Cómo volver a la normalidad?
¿Cómo recuperar la confianza? Los salmos nos abren un camino para salir de la noche.

Aquí tiene 6 salmos que leer para superar los momentos difíciles de la vida:

«¿Hasta cuándo me tendrás olvidado, Señor?» (salmo 13)

Cuando Dios parece estar tan lejos que casi dudamos de su existencia, nos sentimos tentados a
abandonar la oración. Pensamos que la oración sólo es buena si desbordamos de amor y de
gratitud… y cuando nuestro corazón está triste, ya no oramos porque sólo nos llegan palabras
amargas a los labios.

¿Y qué? ¿Por qué no decirle nuestra amargura al Señor? ¿Cómo podría «convertir nuestro
lamento en júbilo y nuestro luto en un vestido de fiesta» (Salmo 30) si nos apartamos de Él? La
Biblia está llena de estos gritos de desamparo y angustia. ¿No gritó el propio Jesús antes de morir:
«Padre, ¿por qué me has abandonado?»

«Confía tu suerte al Señor, y él te sostendrá» (salmo 55)

Dios quiere aliviarnos de toda nuestra carga. Sólo nos pide una cosa: que le permitamos hacerlo.
Que no nos avergoncemos de entregarle todo, incluso lo que nos humilla, lo que nos parece
despreciable, incluso repulsivo.

Una sola fruta podrida puede contaminar toda una caja de fruta sana: un solo germen podrido que
no nos hemos atrevido a presentar al Señor es suficiente para llenarnos de tristeza y amargura.

«¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!» (salmo 51)

Dios no sólo espera que le demos nuestras buenas obras o que nos descarguemos de nuestras
cruces. Él también quiere que le demos nuestro pecado, porque su felicidad es perdonarnos.

Algún día, el Señor le pidió a San Jerónimo su tesoro más preciado. San Jerónimo enumeró todo lo
que había dado al Señor: ayunos prolongados, largas horas de oración, actos de amor, etc. Pero el
Señor esperaba otra cosa, ¡y San Jerónimo no sabía qué ofrecerle! «Y tu pecado», le preguntó
Jesús. ¿Por qué no piensas en dármelo?»

«Encomienda tu suerte al Señor, confía en él, y él hará su obra» (salmo 37)

Cuando ya no sabemos dónde estamos y la ansiedad nos hace caer en la noche, esforcémonos
más que nunca en «encomendar nuestra suerte al Señor», cumpliendo su voluntad paso a paso, a
través de las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Esforcémonos por vivir plenamente el momento
presente, sin preocuparnos por el resto. Lo único que importa, lo único que depende de nosotros,
es que hagamos la voluntad de Dios aquí y ahora. El resto le pertenece a Él. ¡No nos
atormentemos innecesariamente! Busquemos el Reino de Dios y todo lo demás nos será dado.

«Día tras día te bendeciré, y alabaré tu Nombre sin cesar» (salmo 145)

Todos los días, incluso cuando todo sale mal, le podemos decir al menos un «gracias» al Señor.
Hasta el día más oscuro tiene su parte dorada: puede ser la sonrisa de un niño, la belleza de un
paisaje, un gesto de ternura, un encuentro inesperado…

No nos durmamos sin decir «gracias» al Señor. No un «gracias» difuso e impersonal, sino un
«gracias» preciso por algo específico. Cuanto más agradecemos, más razones encontramos para
agradecer. La alabanza abre el corazón y los ojos a las maravillas de Dios.

«Dios mío, tú iluminas mis tinieblas (…) Tú me ceñiste de valor para la lucha» (salmo 18)

Dios no elimina las tinieblas, sino que las ilumina. Él no nos exonera de la lucha, nos da todo lo que
necesitamos para luchar valientemente hasta la victoria. Independientemente de la opacidad de
nuestras tinieblas, de las luchas de la vida, sepamos que en Jesús resucitado ya tenemos la
victoria. Confiemos en Él sin reservas y pronto cantaremos: «veo que has sido mi ayuda y soy feliz
a la sombra de tus alas».

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