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Grupo: 3 C
Módulo: I
Fecha: 19/08/2022
Revista Chapingo serie ciencias forestales y del ambiente
versión On-line ISSN 2007-4018versión impresa ISSN 2007-3828
Rev. Chapingo ser. cienc. for. ambient vol.16 no.2 Chapingo jul./dic. 2010
https://doi.org/10.5154/r.rchscfa.2010.04.022
RESUMEN
ABSTRACT
The industrial civilization and technological development of our times has given birth to
"acid rain," which is precipitation in the form of rain, snow, sleet, hail or fog with high
concentrations of sulfuric acid (H2SO4), nitric acid (HNO3) and carbonic acid (H2CO3).
The increase in rain acid has had significant effects on ecosystems: the world's forests
are dying and their water bodies cannot sustain normal fish populations. It also
reduces crop yields and corrodes marble, metal and stone in cities.
INTRODUCCIÓN
El término lluvia ácida fue utilizado por primera vez por Robert Angus Smith, quien
investigaba la química del aire de las industrias británicas en 1850. Los molinos de
algodón y las poderosas industrias pesadas que funcionaban gracias al carbón, vertían
grandes cantidades de humo a la calle. Smith demostró que estas fábricas hacían
emisiones directas al aire de hollín y sustancias que cambiaban la química de la lluvia
haciéndola más ácida. Al Anal de 1950 fueron detectados los resultados de esta
contaminación proveniente de las industrias por el incremento que presentó en la
atmósfera, haciéndose evidente por el efecto adverso en los bosques. Aunque esta
forma de contaminación es comúnmente conocida como lluvia ácida, el término más
adecuado es deposición ácida, porque la acidez puede ser liberada como gas o como
polvo, y estas partículas son arrastradas a la tierra por medio de la lluvia (Hendrey y
Vertucii, 1980; Last y Nichoison, 1982; Torres y Galván, 1999).
Por mucho tiempo se pensó que el problema de la lluvia ácida era consecuencia, en
gran parte, de los gases ricos en azufre producidos por la quema de algunos
combustibles fósiles (especialmente de carbones de pobre calidad) y por la fundición
de minerales metálicos. Ahora sabemos que esta descripción está muy lejos de ser así
de simple (Miranda et al., 2009; Fleischer et al., 1993).
La controversia acerca del efecto de la deposición ácida surgió cuando crecieron las
concentraciones de ésta en los lagos, ríos y bosques. En algunas regiones fuertemente
industrializadas, los gases de cloruro de hidrógeno liberados a la atmósfera producen
ácido clorhídrico, que también puede ser un componente de lluvia ácida. Por todo ello,
los ambientalistas han hecho un exitoso debate al hacer de la lluvia ácida un asunto de
interés nacional e internacional (Minoura, y Iwasaka. 1996).
Ciclos del ácido atmosférico. El bióxido de azufre gaseoso, componente del ciclo del
azufre, y los óxidos de nitrógeno, del ciclo del nitrógeno, se combinan en la atmósfera,
así como los óxidos de carbono. La lluvia ácida y la nieve ácida se forman cuando estos
gases contaminantes, los óxidos de azufre, de nitrógeno y de carbono, se combinan
con el agua, teniendo como acelerador de las reacciones a la luz solar. Los óxidos de
azufre se convierten en ácido sulfúrico (H2SO4), los óxidos de nitrógeno en ácido nítrico
(HNO3) y el bióxido de carbono en ácido carbónico (H2CO3). Parte de esta mezcla, que
vuelve a la tierra como finas partículas (sulfatos y nitratos), se conoce como
deposición seca. Una porción mayor es transportada lejos de la fuente, y la dirección
que toma depende en gran medida de la circulación atmosférica general. Durante su
transporte por la atmósfera, el SO–2 y el NO2, y sus productos de oxidación, participan
en reacciones complejas que incluyen al monóxido de cloro y otros compuestos,
además del oxígeno y el vapor de agua. Estas reacciones producen ácidos fuertes,
principalmente ácido nítrico y ácido sulfúrico, que se diluyen en vapor de agua, para
anualmente caer a la tierra en forma de lluvia ácida, nieve y niebla, fenómeno que se
conoce como deposición húmeda. La lluvia ácida se forma a través de las siguientes
reacciones fotoquímicas (Kotz et al., 2008):
El agua de lluvia no contaminada, considerada agua pura, tiene un pH de 5.6, pero
raramente llueve agua pura. Incluso en regiones no sometidas a contaminación
industrial, la humedad atmosférica se ve expuesta a cantidades variables de ácidos de
origen natural; de este modo las precipitaciones tienen un pH de alrededor de 5. Sin
embargo, en las regiones que se extienden alrededor de centros de actividad humana,
y que pueden llegar a cientos de kilómetros, el pH de la precipitación es más bajo, de
3.5 a 4.5 o aun menor ocasionalmente (Mohnen, 1988; Minoura, y Iwasaka. 1996).
Estos contaminantes así precipitados son después transportados por ríos, lagos y
océanos, evaporándose a la atmósfera y formando nubes que viajan empujadas por el
viento, pudiendo así alcanzar casi cualquier lugar sobre la superficie terrestre. Los
contaminantes como bióxido de azufre, óxido nitroso y en un grado menor los cloratos,
pueden unirse al smog y a las partículas de polvo y caer como polvo ácido cerca de las
fuentes que los emiten, o pueden permanecer en la atmósfera como gas. La lluvia es
naturalmente ácida a causa de que es disuelta por el dióxido de carbono en su
descenso a través del aire. La deposición húmeda ocurre cuando los compuestos de
SOxy NOx son residentes por tanto tiempo en el aire como para combinarse con la
humedad para formar ácidos sulfúrico y nítrico diluidos (Bush, 1997).
Este flujo de nutrientes puede encontrar eventualmente su ruta dentro del curso del
agua y causa una reproducción de algas, comparable a la eutrofización. Uno de los
efectos de la acidificación a largo plazo es el incremento de la disponibilidad de algunos
metales, especialmente el aluminio, al que muchas plantas y animales encuentran
tóxico en concentraciones significativas. Los lagos escandinavos han sufrido
particularmente de acidificación. Las direcciones predominantes del viento implican que
esta área reciba mucha de la contaminación atmosférica del noroeste y centro de
Europa. La región está dominada por bosques de coníferas y de suelos delgados, con
poca capacidad para amortiguar la acidez que entra. El resultado ha sido un gran
número de lagos carentes de peces y muchos de los bosques quemados y moribundos.
Finlandia y Noruega han tenido que recurrir, como último recurso, a agregar grandes
cantidades de cal a estos ecosistemas para protegerlos o restaurarlos (Blank et
al., 1988; Lindberg y Page, 1996).
La mayor parte de los sistemas naturales son ligeramente ácidos, lo cual se debe al
vapor de agua atmosférico que se está combinando con las moléculas de bióxido de
carbono para formar una solución débil de ácido carbónico. La vida terrestre y acuática
evolucionó para tratar con esta suave acidez como la entrada normal del agua a un
sistema. Sin embargo, el pH del agua es usualmente modificado antes de ser
absorbida por las raíces de las plantas. Las rocas que proporcionan el componente
mineral de un suelo pueden por sí mismas ser ácidas o alcalinas, una propiedad que es
reflejada en el suelo. Si las rocas son de un pH neutral, o resistentes a la erosión, ya
que pueden aportar muy poca entrada de minerales, los suelos podrían ser ácidos
(Espinosa, 1996; McLaughlin, 1985).
La acidez del suelo también puede ser afectada por la proporción de materia orgánica
que es descompuesta, ya que al ser degradada se liberan ácidos. Consecuentemente,
los suelos que son ricos en materia orgánica tienden a tener un pH bajo. Ejemplos de
suelos acidificados por material orgánico son las turbas de tierras húmedas y los suelos
del bosque tapizados de agujas de pinos o de abetos. Como la lluvia se percuela hacia
abajo a través de un suelo ácido, éste absorbe los iones de hidrógeno libres que hacen
al suelo ácido. El agua del suelo es entonces mas ácida que la lluvia, y las raíces de las
plantas pueden estar rodeadas por agua con un pH 4 o uniformemente bajo (García,
2006).
La temperatura, la disponibilidad del agua y la acidez del suelo son los principales
ejemplos de gradientes medioambientales. La mayor parte de las especies puede
prosperar solamente bajo un estrecho rango de pH.
Los datos del Desierto de los Leones (DL) sugieren que las concentraciones
atmosféricas de sulfato y SO2 fueron mayores que para los contaminantes análogos de
NOx, y HNO3. Sin embargo, si se incluyen las concentraciones atmosféricas de amonio
y amoniaco, la carga atmosférica total de compuestos de nitrógenio inorgánico
probablemente sea mayor que la carga atmosférica total de contaminantes de azufre
inorgánico. Los reportes oficiales indican que las emisiones de SO2 en la CACM se han
reducido en aproximadamente un 45 % en comparación a 1993, como resultado del
uso de combustible diesel más limpio y la reducción de fuentes de energía
contaminante por la industria, mientras que las emisiones de NOx han permanecido
relativamente constantes desde 1989 (Fenn et al., 2002).
Los flujos de deposición seca de nitrato y sulfato hacia superficies locales fueron
significativamente mayores en el Desierto de los Leones en comparación con el cerro
del papayo sitio Zoquiapan (ZOQ), de acuerdo con las repetidas mediciones del Análisis
de Varianza (Figura 1). Sin embargo, los flujos de sulfato fueron similares en ambos
sitios en las dos últimas colectas de datos. Los flujos de amonio no fueron
significativamente diferentes entre los dos sitios, debido presumiblemente a que las
emisiones de combustible fósil con contaminantes de N, la principal fuente de
contaminación en la Ciudad de México, son dominadas por compuestos de N oxidados.
Los flujos de deposición de nitrato fueron en promedio del doble que los flujos de
sulfato.
La deposición húmeda está compuesta de la deposición seca, la cual es removida o
lavada de la atmósfera. Los datos de deposición húmeda son de valor limitado como
una medida de la deposición atmosférica total hacia un bosque, debido a que incluye
sólo una pequeña fracción de los contaminantes depositados en seco, que son con
frecuencia la mayor entrada por deposición. El dosel forestal tiene una mayor área
superficial que sirve como receptor efectivo para los contaminantes atmosféricos,
especialmente los depositados en seco y los depositados con la niebla (Fenn et
al., 2002).
La deposición anual por la lluvia a través del follaje de N (como amonio y nitrato) y de
S (como sulfato) inorgánico en el Desierto de los Leones fue de 18.5 y 20.4 kg·ha–1.
Los valores análogos en Zoquiapan (ZOQ) fueron de 5.5 y 8.8 kg·ha–1–año–1 (Fenn et
al., 2002). La deposición de nitrógeno y azufre en el Desierto de los Leones fue
relativamente alta comparada con muchos bosques del mundo, lo cual era esperado
considerando las elevadas emisiones de óxidos de nitrógeno y azufre en la Ciudad de
México. Las entradas anuales de precipitación fueron de 1,455 mm en el Desierto de
los Leones y de 778 mm en Zoquiapan. Los patrones de deposición acumulada de
nitrato y amonio se compararon con el volumen de la precipitación acumulada en el
Desierto de los Leones, pero en Zoquiapan la deposición de nitrato y amonio fue
menos sensible, encubriendo la tendencia de la precipitación acumulada. La tendencia
de la deposición acumulada de sulfato generalmente siguió la huella de la precipitación
acumulada en ambos sitios (Fenn et al, 1999; citado por Fenn et al., 2002).
La deposición de azufre por la lluvia a través del follaje generalmente se considera que
es una estimación razonable de la deposición total de azufre en un bosque. Sin
embargo, muchos estudios demuestran que de un 20 a 40 % del nitrógeno atmosférico
depositado en un bosque es retenido dentro del dosel y por tanto no determinado en
los análisis de la precipitación a través del follaje. Asumiendo que esa significativa
reducción de nitrógeno por el dosel también ocurrió en este estudio, la deposición total
de nitrógeno en el bosque, expresada como biomasa (kg·ha–1), fue ligeramente
superior que la deposición total de azufre. Así, la deposición de nitrógeno y azufre en
el bosque, en el Desierto de los Leones, es de 10 a 20 veces mayor que los niveles
medidos en los bosques con una mínima deposición atmosférica antropogénica,
asumiendo que los niveles subterráneos de la deposición de nitrógeno y azufre en
bosques relativamente conservados es de aproximadamente 1 a 2 kg·ha–1·año–
1
(Fenn et al., 2002). La deposición de nitrógeno y azufre fue aproximadamente de
tres a nueve veces mayor que los niveles subterráneos.
En relación con los indicadores foliares del status del N en el bosque, en un estudio
previo se concluyó que, de acuerdo con el contenido total de N foliar y en las
proporciones N : P, N : S y C : N, la fertilidad de N fue mayor en el DL que en ZOQ.
Aunque las diferencias fueron estadísticamente significativas, las diferencias entre el
DL y ZOQ no fueron tan dramáticas como las comparaciones entre los sitios de alta y
baja deposición de N en las Montañas de San Bernardino (MSB). En cuatro análisis
subsecuentes sobre el follaje del año, colectado en abril y noviembre de 1999, así
como en enero y abril de 2000, las concentraciones de N en el follaje no fueron
significativamente diferentes en los sitios de alta y baja deposición, excepto para la
muestra de noviembre de 1999 (Figura 2), para la cual las concentraciones de N
fueron aproximadamente 55 % inferiores que en los muestreos previos (Fenn et
al.,2002).
Existe poca evidencia para mostrar que la lluvia ácida tiene un efecto directo sobre la
mayoría de las plantas. La lluvia ácida, interceptada por la vegetación, lixivia
nutrientes, particularmente el calcio, el magnesio y el potasio, de las hojas y las
acículas. Tal lixiviación, un proceso normal en la circulación de los nutrientes, tiene
efectos pequeños en la salud de los árboles, ya que éstos pueden reemplazar los
nutrientes perdidos por absorción desde el suelo. Sin embargo, los bosques que se
sitúan a elevadas alturas se encuentran frecuentemente envueltos por brumas y
nieblas. Las gotitas de las nubes son más ácidas y contienen mayores concentraciones
de otros contaminantes que la propia lluvia. Cuando están inmersas en una niebla, las
coníferas con hojas aciculares peinan la humedad del aire y sus superficies húmedas
permiten la absorción de los contaminantes que contiene. Una vez que se evapora el
agua, ésta deja tras de sí altas concentraciones de contaminantes, algunos de los
cuales son lavados durante la siguiente lluvia y caen al suelo. A esta deposición
húmeda se suma la limpieza de la deposición seca que también también lixivia
nutrientes de las hojas (Mohnen, 1988).
Entre los efectos que produce en los árboles de los ecosistemas forestales se
encuentran: reducción del proceso fotosintético haciéndolo más lento (alteraciones
como clorosis, defoliaciones y necrosis), modificación de la actividad enzimática,
alteración del metabolismo de lípidos, proteínas y carbohidratos, reducción en la
productividad de los bosques, disminución del crecimiento y baja producción de
semillas viables, pérdida de resistencia a enfermedades. También lixivia y arrastra
nutrientes del suelo como son el magnesio, el calcio y el potasio indispensables para la
vida, libera el ion aluminio en el suelo, el cual es tóxico para todas las plantas
(Godbold et al., 1988).
Según una teoría que va ganando aceptación, los culpables son los óxidos de
nitrógeno, que también se desprenden de los escapes de los vehículos. La mayoría de
los árboles dependen mucho de los hongos que viven en las capas superficiales de sus
raíces, en estructuras llamadas micorrizas. Los hongos obtienen vitaminas e hidratos
de carbono del árbol, y éste recibe del hongo agua y minerales útiles. Si el exceso de
nitrógeno en el aire (en forma de iones nitrato y amonio) daña a la micorriza, el árbol
no crecerá bien y las raíces tenderán a pudrirse, especialmente en zonas donde el
suelo está ya empobrecido (Grossman 1988).
El SO2 acarrea una gran variedad de efectos nocivos en las plantas, ya que reduce la
fotosíntesis, modifica la actividad de ciertas enzimas y altera el metabolismo de los
lípidos, proteínas y carbohidratos. A mayor escala, las alteraciones más frecuentes
comienzan con la aparición de manchas lechosas en las hojas, que se vuelven rojizas
cuando los síntomas se agudizan. Las lesiones a largo plazo se manifiestan por la
aparición de clorosis en las hojas, así como por la disminución del crecimiento y de la
producción de semillas viables en diversas especies. Un importante efecto negativo del
SO2 es que favorece la aparición de mutaciones a consecuencia del incremento de la
exposición a las radiaciones ultravioleta. Además, actúa en sinergia con el ozono y los
NOx, lo que potencia sus efectos nocivos y agudiza las consecuencias posteriores de
otros patógenos como insectos parásitos y hongos (Ulrich, 1983).
Además, las bajas concentraciones de NOx no suelen provocar efectos nocivos para las
plantas, aunque conforme aumenta el tiempo de exposición comienzan a aparecer
alteraciones como defoliaciones y clorosis. Como efecto de las exposiciones de varios
días se observan necrosis, e incluso pueden llegar a anular el crecimiento de plantas
sensibles cuando el contacto con los NOx es muy prolongado (Adams, 1988).
Lluvia ácida, plagas y enfermedades. Recientes estudios han demostrado que los
contaminantes químicos interactúan para producir un sinergismo de destrucción. El
ataque de insectos y de áfidos se ha tomado como una explicación alternativa, por los
políticos industriales, ante la amplia propagación de la mortalidad de los árboles en los
bosques. Ciertamente, en los últimos años se ha observado una aparición repentina de
áfidos y de polillas en los árboles de los Montes Apalaches. Los áfidos succionan los
productos fotosintéticos de sus hospederos y provocan un gran número de muertes en
los árboles; un daño similar es causado por las orugas de las mariposas polillas o
gitanas, que resulta en la defoliación de todas las laderas.
De esta manera, cuando los iones de hidrógeno se adhieren al suelo pueden liberar
calcio en la superficie del suelo. La absorción del ion hidrógeno por las arcillas favorece
que cambien las reacciones químicas del suelo, y el potencial a transformarse en ácido
se ve disminuido.
La jerarquía antes mencionada hace que los iones para el CIC sean igualmente
importantes, pero el orden de este sistema se rompe si uno de ellos, por ejemplo el
hidrógeno, se presenta en una concentración mayor con relación a los otros. Si hay
insuficiencia de calcio en el suelo, éste puede llegar a ser ácido; si se incrementan los
iones hidrógeno en él, son más vulnerables a los efectos de la lluvia ácida (Newman,
1995).
La precipitación ácida tiene su mayor impacto en suelos que son pobres en cationes y
que presentan un escaso taponamiento. Tales suelos, la mayoría podsólicos y
derivados en gran parte de lechos graníticos, ubicados en bosques de coníferas son
muy sensibles a los ácidos. En estas regiones, los ecosistemas terrestres son pobres en
nutrientes y sus suelos ácidos. Con el tiempo la precipitación ácida puede tener efectos
adversos, puesto que aumenta la lixiviación del calcio, magnesio y potasio del suelo
que la recibe y reemplaza estos cationes por iones de hidrógeno, aumentando aún más
la acidez del suelo. La precipitación ácida puede reducir la solubilidad y disponibilidad
de fósforo y la tasa de fijación del nitrógeno. Si la tasa de lixiviación supera la
reposición de estos nutrientes por la meteorización de la corteza terrestre, la
precipitación ácida altera el balance de nutrientes de los árboles y de otros tipos de
vegetación. Además, la lluvia ácida puede inhibir la actividad de los hongos y bacterias
del suelo, con lo cual reduce las tasas de producción de humus, la mineralización y la
fijación de nutrientes. Todas estas interacciones causan suelos deficientes en
nutrientes.
Cuando el suelo incrementa sus niveles de acidez, surge un gran número de iones de
hidrógeno libres, y el sitio ocupado por el aluminio es ocupado por hidrógeno. Este
reemplazo de iones representa un fuerte impacto local en el ecosistema porque el
aluminio puede ser un veneno potencial. Si el aluminio se combina con el oxígeno se
transforma en óxido de aluminio, que produce un daño menor; pero si se encuentra
como ion libre, es venenoso. Los iones libres de aluminio se relacionan con la
acidificación del suelo, y son altamente tóxicos para las plantas y animales. De esta
manera se incrementa la acidez del suelo y se incrementan las toxinas que pueden
matar árboles, y si están cerca de cuerpos de agua son acarreados hasta allí por la
lluvia, envenenándose así ríos y lagos. Esta acidez también afecta enormemente los
procesos de descomposición que se llevan a cabo en el suelo y por consiguiente limitan
la transformación de nutrientes para las plantas, lo cual repercute en la producción
primaria neta, que se verá reducida.
Los árboles resienten los efectos negativos que tiene la lluvia ácida en el suelo.
Mientras se acumulan los contaminantes en la atmósfera, el agua se vuelve más ácida,
lo que la hace tener un pH mas bajo. El exceso de acidez afecta directamente la
producción de clorofila y reduce la capacidad fotosintética de la planta; la planta utiliza
un amortiguador interno, el calcio, que neutraliza la acidez. El aluminio es un químico
importante en la depositación de ácido, pero no es el único agente tóxico que las
afecta. Otras toxinas pueden ser el cadmio, cobre, zinc y arsénico, los cuales pueden
estar relacionados con el incremento de la acidez. El sitio en que se encuentre
depositado el ácido, en cascadas o suelos, no indica que sea un amortiguador efectivo
para la reducción del pH en ellos. Más específicamente, se encuentran muchas áreas
gravemente afectadas por la lluvia ácida; las que están cerca de los contaminantes son
especialmente vulnerables, e incrementan sus rangos de mortalidad por los siguientes
factores (Abrahamsen y Stuanes, 1986):
• La lluvia ácida mata las micorrizas de los hongos que viven en las raíces de los
árboles y reduce la absorción de nutrientes.
La deposición ácida tiene sus efectos más pronunciados en los ecosistemas acuáticos.
Las entradas de la precipitación ácida a los cuerpos de agua llegan directamente de la
lluvia e indirectamente de los suelos de la cuenca hidrográfica circundante. El agua
ácida lixiviada de los suelos incrementa los niveles de nutrientes de las corrientes de
agua y lagos de la cuenca. Puesto que los suelos presentan reservas apreciables de
calcio, éste se infiltra a través del suelo y neutraliza al tiempo que libera iones básicos
y los transporta hasta corrientes y lagos. Sin embargo, tal enriquecimiento es
frecuentemente anulado por las precipitaciones ácidas que fluyen sobre la superficie
del suelo, siguiendo antiguos canales de las raíces y los túneles de animales hasta
llegar a las masas de agua receptoras. De este modo, muchas de las precipitaciones
acaban en forma de aguas ácidas, quedando las aguas receptoras acidificadas a pesar
de los efectos tampona–dores del suelo (Schindler, 1988).
Aunque los peces adultos y algunos otros organismos acuáticos pueden tolerar una
alta acidez, una combinación de ésta y un elevado nivel de aluminio, situación que se
puede presentar, puede matarlos. Concentraciones de 0.1 y 0.3 mgL–1 de aluminio en
el agua retrasan el crecimiento y el desarrollo gonadal de los peces y aumenta su
mortalidad (Schindler, 1988).
Los óxidos de azufre pueden ser dañinos para la vegetación, como fue evidente ya en
los primeros años del siglo, cuando una gran planta de tratamiento de cobre se instaló
en un área montañosa de Tennessee, Estados Unidos. En pocos años, toda la fauna y
vegetación que rodeaba a la fundición quedó destruida. La solución ideada para dar
una solución al problema, y que se sigue usando hoy, es construir chimeneas muy
altas, de manera que el viento se lleve los contaminantes lejos del área inmediata. Se
suponía, aunque de manera incorrecta, como se demostró más tarde, que los
contaminantes se dispersarían tan ampliamente que llegarían a ser inofensivos por su
baja concentración.
CONCLUSIÓN
En la década de los años sesenta del siglo XX, era claro que los óxidos de azufre que
salían de las chimeneas eran transportados a cientos o miles de millas con los vientos
predominantes que luego retornaban a la tierra, con la lluvia o con la nieve. Los óxidos
de nitrógeno que dejan escapar los automóviles son igualmente arrastrados por el
viento. No obstante, lo que antes era un problema local ahora ha alcanzado nivel
internacional, pues para los contaminantes no hay fronteras.
Recientemente se ha visto que los bosques del Ajusco de la Ciudad de México, están
seriamente perjudicados. Un espectacular declive en la velocidad de crecimiento ha
ocurrido durante los últimos 10 años y en algunas localidades elevadas los oyameles
mueren en gran número. Parece evidente que, entre otros efectos, la lluvia ácida
disminuye la tolerancia al frío y a las plagas en dicha especie.
La acumulación de pruebas señala que la lluvia ácida es uno de los aspectos más
graves de la contaminación y que tiene alcance mundial. Las consecuencias posibles
sobre los sistemas biológicos incluyen la disminución del rendimiento de las cosechas,
una menor producción de madera, la necesidad de usar más fertilizantes para
compensar las pérdidas de nutrientes, la pérdida de importantes pesquerías de agua
dulce y, posiblemente, también de los bosques.
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