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Claudia Lars

(Carmen Margarita Brannon Vega; Armenia, 1899 - San Salvador,


1974) Poetisa salvadoreña, una de las voces más sobresalientes de la
lírica centroamericana del siglo XX.

Hija de Peter Patrick Brannon, ingeniero norteamericano, y de la


salvadoreña Carmen Vega Zelayandía, estudió en el colegio La
Asunción de la ciudad de Santa Ana, donde la joven Claudia se
decantó por los estudios humanísticos. Religión y poesía se vincularon
en su hogar para acrecentar su sensibilidad natural. Desde muy pronto recibió la
influencia de los clásicos antiguos y españoles (Góngora, Quevedo, Fray Luis de León),
así como la de los románticos ingleses y de Rubén Darío. También coincidió con algunos
de sus contemporáneos, como el cuentista salvadoreño Salarrué.
Poetisa precoz, con diecisiete años publicó un breve poemario que pasó
inadvertido: Tristes mirajes, que vio la luz gracias al mecenazgo del general y poeta
Juan José Cañas, uno de sus primeros mentores. Por esa época Claudia Lars mantenía
relaciones sentimentales con el poeta Salomón de la Selva. Pero en 1919, cuando
habían ya formalizado su compromiso de matrimonio, el padre de Claudia decidió
romper el vínculo y enviar a su hija a los Estados Unidos, a casa de unos familiares
afincados en Pennsylvania. Allí conoció a Le Roy Beers, con quien contrajo matrimonio
tras un breve período de noviazgo.

Sin abandonar el país norteamericano, la poetisa se instaló en compañía de su nuevo


esposo en el barrio de Brooklyn de Nueva York, donde ejerció como profesora de lengua
castellana en la Escuela Berlitz. En 1927 tuvo ocasión de regresar a su país junto con su
cónyuge, que acababa de ser nombrado cónsul de los Estados Unidos en El Salvador.
Aposentados en la capital salvadoreña, a finales de 1927 nació su primer hijo, Le Roy
Beers Brannon, que sería el único vástago de Claudia Lars.

Claudia Lars volvió a frecuentar los cenáculos literarios, en especial el congregado


alrededor del poeta Alberto Guerra Trigueros, compuesto por escritores como Alberto
Masferrer, Salarrué y Serafín Quiteño. En ese nuevo ambiente la poesía de Claudia Lars
fluyó de nuevo con espontaneidad y soltura, lo que se tradujo en 1934 en una nueva
entrega lírica: Estrellas en el pozo, publicada en las famosas Ediciones Convivio por
voluntad expresa de su director, el intelectual costarricense Joaquín García Monge.
Esta obra, bien recibida por críticos y lectores, allanó el camino del siguiente poemario
de Claudia Lars, Canción redonda (1936), al que siguió, tras un paréntesis, La casa de
vidrio (1942). En este fértil periodo publicó también Romances de norte y
sur (1946), Sonetos (1947) y Ciudad bajo mi voz, libro premiado en el Certamen
Conmemorativo del IV Centenario del Título de Ciudad de San Salvador.
En 1948 se instaló en Guatemala para ejercer allí sus competencias como agregada
cultural de la Embajada de El Salvador, cargo con el que acababa de honrarla el
gobierno salvadoreño. En Guatemala conoció además a quien habría de convertirse en
su segundo esposo, Carlos Samayoa Chinchilla.

A su regreso a El Salvador, continuó desempeñando algunos cargos públicos en el


departamento editorial del Ministerio de Cultura, donde poco tiempo después asumiría
la dirección de la revista Cultura. Mostró una mayor madurez conceptual y expresiva en
el volumen Donde llegan los pasos (1953), al que siguió, dos años después, Escuela de
pájaros (1955), un texto con el que se acercaba a los lectores infantiles.
En 1959 publicó Fábula de una verdad  y Tierra de infancia, obra que presentó como sus
memorias poéticas. En 1961 se imprimió una muestra antológica de sus versos
destinados a los niños ( Girasol), que se complementó aquel mismo año con una
selección del resto de su producción lírica (Presencia en el tiempo). Al año siguiente, su
poemario Sobre el ángel y el hombre fue distinguido con el segundo premio del
Certamen Nacional de Cultura, y en 1965 fue galardonada con el primer premio del
certamen conmemorativo del cincuentenario de los Juegos Florales de Quezaltenango
(Guatemala), por su libro Del fino amanecer. Su última obra, Nuestro pulsante mundo,
se publicaría en 1969.
Desde su libro inicial, Estrellas en el pozo (1934), el ideal poético de Claudia Lars quedó
en evidencia: la transparencia, la sencillez y la ternura como revelación de la belleza, a
través de un notable conocimiento formal del verso. El paisaje y los seres que lo
habitaban, así como el tema familiar, la influyeron hondamente, como reflejó en La
cantora y su pueblo. Ella misma declaró: "Bajo los temores y las supersticiones que con
los años se irían desprendiendo de mi credulidad como hojas sin savia, la abuela
sembraba en mi mente ideas magníficas: la diferencia que hay entre la cobardía y la
acción heroica; entre la pureza del alma y los bajos instintos corporales".

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