Está en la página 1de 40

ALBERT CAMUS

TEATRO l

EL MALENTENDIDO
CALIGULA
EL ESTADO DE SITIO
LOS JUSTOS
r
Traducción de
AURORA BERNARDEZ Y GUILLERMO DE TORRE.

- .
'
SEXTA EDICióN

•.

EDITORIAL LOSADA, s. A.
BUENOS AIRES
Bibliotee••
fl•*''"°' Ast.._,.. CiJIJ,....
-,
Títulos originales franceses:
La malentendu - Ciltigula - L'éiai de sieg« - Les justes EL MALENTENDIDO
Traduccióln de la .~imera y la última obra por Pieza en tres actos
AURORA BERNARDEZ Y GUILLERMO DE TORRE;

de las restantes por


AURORA BERNARDEZ

Queda hecho el depósito que


previene la ley núm. 11.723

@ Editorial Losada S. A.
Buenos Aires, 1949

Primera edición: 4-VII-1949


Segunda edición: 8-III-1951
Tercera edición: 13-XII-1955
Cuarta edición: 27-XII-1957
Quinta edición: 10-I-1962
Sexta edición: 6-II-1968

Dibujó la tapa
BALDESSARI

IMPRESO EN LA ARGENTINA
PRINTED IN ARGENTINA

Este libro
se terminó de imprimir
el día 6 de febrero de 1968
en Artes Gráficas
Bartolomé U. Chiesino, S. A.
Ameghino 838, Avellaneda
Buenos Aires.
r
f
a 12 A l b e r t C a m us

es la buena. ¡Nada! Siempre nada. ¡Ah, cómo pesa esa ESTADO DE SITIO
che! Helicón no ha venido; ¡seremos culpables para si
pre! Esta noche pesa como el dolor humano.
(Ruido de armas y cuchicheos entre bastidores. CALÍG
se levanta, toma con la mano un asiento bajo y se acerca''
espejo respirando con fuerza. Se observa, simula un salto
cia adelante y frente al movimiento simétrico de su doble
el espejo, arroja el asiento al vuelo, gritando:)
CALÍGULA.- ¡A la historia, Calígula, a la historial A J1 :AN-Loms BARRAULT
1
(El espejo se rompe y en ese momento, por todas las
íl ~jllil las, entran los conjurados en armas. CALÍGULAlos enfrenta
1' ¡;. una risa loca. El VIEJO PATRICIO lo hiere en la espalda, Q
REAS, en medio de la cara.)
' ·111 (La risa de CALÍGULAse transforma en estertor. Todos
~.: hieren. Con un último estertor, CALÍGULA,riendo, grita:)
'll¡t

CALÍGULA.- ¡Todavía estoy vivo!

·,~
i'
PERSONAJES

EL JUEZ
En 1941 a Barrault se le ocurri6 la idea de montar un es-
LA SECRETARIA
it11f'f ácula en torno al mito de la peste, que había tentado
J..ut. PESTE '11111/Jién a Antonin Artaud. En los años siguientes le pareció
DIEGO 1111/.~ sencillo adaptar con este propósito el gran libro de Daniel
1l1iFoe, Diario del año de la peste. Urdió entonces la trama
EL GOBERNAOOR
1/1• 11napuesta en escena.
LA MUJER DEL JUEZ Cuando se enteró de que, por mi parte, iba a publicar
1•,
11,I VICTORIA

NADA
mw novela con el mismo tema, me ofreció escribir los dialogas
1111/ire esa trama. Yo tenía otras ideas y, en especial me parecía
¡h ¡imferible olvidar a Daniel de Foe y volver a la primera con-
npcián de Barrault.
1,.. EL

MUJERES
ALCALDE

DE LA CIUDAD La cuestión era, en suma, imaginar un mito que pudiese


.11·r inteligible para todos los espectadores de 1948. El estado
HOMBRES DE LA CIUDAD
cl1! sitio es la ilustración de esta tentativa; tengo la debilidad
GUARDIAS
do creer que merece el interés de los lectores.
!¡;\~

¡ EL ENTERRAOOR Pero:
Y OTROS 19 Debe quedar en claro que El estado de sitio, a pesar
de lo que se ha dicho, no es en modo alguno adaptación de
111i novela.
t. 29 No se trata de una obra de estructura tradicional, sino
Estrenada en el Teatro Marigny de París, por la Compañíc
Madeleine Renaud - Jean-Louis Barrault, el 27 de octubre d, de un espectáculo cuya ambición confesada es mezclar todas
1948. las formas de expresión dramática, desde el mon6logo lírico
hasta el teatro colectivo, pasando por la mímica muda, el sim-
f; ple diálogo, la farsa y el coro.
39 Si bien es cierto que he escrito todo el texto, sigue en
pie que el nombre de Barrault debería, en estricta justicia, ir
unido al mío. Esto no pudo hacerse por razones que me pare-
cieron respetables. Pero vuelvo a decir claramente que per-
manezco deudor de [ean-Louis Barrault.

A.C.
20 de noviembre de 1948.
-r-

,,,
11,I l' 11óLO GO

ih Obertura musical sobre un tema sonoro que recuerda la si-


i,: 1·1•1w de alarma. Se levanta el .telón. La escena está en com-
11/l!la oscuridad. La obertura termina, pero continúa el tema
t/11 la alarma como un zumbido lejano. De improviso, en el
/1111</o, surgiendo del lado del coro, un cometa se desplaza
;I'~!
l1•11tamente hacia el jardín. Ilumina, recortando las sombras,
I' 111.v murallas de una ciudad española fortificada, y las siluetas
d1 varios personajes, de espaldas al público, inmóviles, con
1

111cabeza alzada hacia el cometa. Dan las cuatro. El diálogo


¡, 1'.Y casi incomprensible, como un murmullo.

-¡El fin del mundo!


-¡No, hombre!
,1; -Si el mundo muere ...
-No, hombre. ¡El mundo, pero no España!
-La misma España puede morir.
-¡De rodillas!
--¡Es el cometa del mal!
-¡España no, hombre, España no!
Dos o tres cabezas se vuelven. Uno o dos personajes se
desplazan con precaución; luego todo torna a la inmovilidad.
¡.;[ zumbido se intensifica entonces, se hace estridente y se
desarrollamusicalmente como una palabra inteligible y ame-
nazadora.Al mismo tiempo, el cometa crece desmesuradamen-
te. Un terrible grito brusco de mujer hace callar, súbitamente;
la música, y reduce el cometa a su tamaño normal. La mujer
huye jadeando. Revuelo en la plaza. El diálogo, más silbante
1¡perceptible, todavía no se comprende.
118 A l b e T t e a m u s
E l e s t ·a d o d e s i t i o 119

-¡Es signo de guerra! 11A. - La guardia civil tiene suerte. Sus ideas son simples.
-¡Claro! l lt11 :0 . -Mirad, vuelve a empezar ...
-No es signo de nada. 11 voz. - ¡Ah, Dios grande y terrible!
-Según. J•:l zumbido comienza de nuevo. Segundo paso del cometa.)
-Basta. Es el calor. ¡Basta!
-El calor de Cádiz. ¡Que cese!
-Ya basta. ¡Silba!
-Silba demasiado fuerte. Es un maleficio ...
-Sobre todo, ensordece. Que ha caído sobre 1a ciudad ...
-¡Es un maleficio que ha caído sobre la ciudad! ¡Silencio! ¡Silencio!
(Miran de nuevo el cometa cuando se oye, con claridad esta (Dan las cinco. El cometa desaparece. Amanece.)
voz, la voz de un oficial de los guardias civiles.) N ADA (encaramado en un mo¡6n, con risa burlona). ¡Pues
EL OFICIAL DE LOS GUARDIAS CIVILES. - ¡Volved a vuestras ca- bien! Yo, Nada, luz de esta ciudad por la instrucción y
sas! Lo visto, visto está, es suficiente. Tanto ruido para na- los conocimientos, borracho por desdén a todas las cosas y
da, eso es todo. Mucho ruido y al fin nada. Al cabo, Cádiz por asco a los hombres, burla de 1.os ho~bres porq~e he
sigue siendo Cádiz. conservado la libertad del desprec10, qmero, despues de
UNA voz. - Sin embargo es una señal. Las señales no son estos fuegos artificiales, haceros una advertencia gratuita.
porque sí. Os informo, pues, que vemos y que vamos a ver cada vez
UNA voz. - ¡Oh Dios grande y terrible! más.
UNA voz. - ¡Pronto habrá guerra, ésa es la señal! Observad que ya lo veíamos. P,ero se nece~it~ba un bo-
UNA voz. - ¡En nuestra época nadie cree en las señal(:)s, sar- rracho para darse cuenta. ¿Y que vemos? Ad1vmadlo voso-
noso! ¡Afortunadamente, somos demasiado inteligentes! tros, hombres razonables. Yo tengo mi opinión formada des-
UNA voz. - Sí, y por eso nos dejamos espichar. Estúpidos de siempre y mis principios son firme~: la vida vale tanto
como cerdos, eso es lo que somos. ¡Y a los cerdos los como Ja muerte; el hombre es de la lena con la que se ha-
sangran! cen las hogueras. ¡Creedme! Tendréis disgnstos. Ese co-
EL OFICIAL. - ¡Volved a vuestras casas! La guerra es asunto meta es una mala señal. ¡Os da la voz de alarma!
nuestro, no de vosotros.
¿Os parece inverosímil? Me lo esperaba._ Como hab~~s
NADA. - ¡Ay! ¡Si dijeras la verdad! Pero no, los oficiales mue- hecho las tres comidas, ocho horas de traba10 y mantene1s
ren en la cama, y la estocada la recibimos nosotros. dos mujeres, imagináis que todo está en orden. No, no e~­
UNA voz. - Nada, ahí está Nada. ¡Ahí está el idiota! táis en orden, estáis en fila. Bien alineados, con cara pla-
UNA voz. - Nada, tú has de saberlo. ¿Qué significa esto? cida, maduros ya para 1a calamidad. Vamos, buenas gentes,
NADA (es lisiado ). - Lo que tengo que decir, no os gusta sa- ésta es la advertencia, estoy en regla con mi conciencia. En
berlo. Os reís. Preguntad al estudiante, pronto será doctor. cuanto a lo demás no os inquietéis; allá arriba se ocupan
Yo hablo con mi botella. de vosotros. Y ya sabéis lo que eso significa: ¡no son ama-
(Se lleva una botella a la boca.) bles!
UNA voz. - Diego, ¿qué quiere decir esto? EL JUEZ CASADO. - No blasfemes, Nada. Hace ya mucho tiem-
Dmco. - ¿Qué os importa? Mantened firme el corazón y será po que te tomas libertades culpables con el cielo.
bastante. NADA. - ¿He hablado del cielo, juez? De todas maneras, aprue-
UNA voz. - Preguntad al oficial de los guardias civiles. bo lo que hace. Soy juez a mi manera. He leído en los libros
EL OFICIAL. - La guardia civil piensa que alteráis el orden que es preferible ser có~plice que ví~tima de~ cielo. Tengo
p{1blico. por Jo demás la impresion de que el cielo no tiene nada que
120 Albert Ca mus El estado de sitio 121

ver. En cuanto a los hombres les da por empezar a rom- l suprimirlo todo. ¡Ah, qué buen gobernador tenemos! Si"
per vidrios y cabezas, uno se da cuenta de que el buen \ lL presupuesto está en déficit, si su hogar es adúltero, anula
Jesús, aunque conoce la música, no pasa de ser un niño !'! déficit y niega el adulterio. Cornudos, vuestra mujer es.
del coro. 1icl; paralíticos, podéis andar, y vosotros, ciegos, mirad: ¡es.
EL JUEZ CASADO. - Los libertinos de tu ralea son los que nos la hora de la verdad!
traen las señales celestes de alarma. Porque en efecto, es 1 l11·:co. - ¡No anuncies desgracia, vieja lechuza! ¡La h<!ra de·
una señal de alarma. Pero va dirigida a todos aquellos que la verdad, es la hora de la muerte!
tienen corrompido el corazón. Temed todos los más terri- NADA. - Justamente. ¡Muera el mundo! ¡Ah, si pudiera tenerlo
bles efectos y rogad a Dios que perdone vuestros pecado!>. entero frente a mí, como un toro que tiembla sobre sus patas, .
¡De rodillas! ¡De rodillas, os digo! (Todos se arrodillan, con sus ojitos ardiendo de odio y su hocico rosado donde·
salvo NADA.) la baba pone una puntilla sucia! ¡Ay, qué momento! ¡Esa
EL JUEZ CASADO. - Teme, Nada, teme y arrodíllate. mano no vacilaría, y el cordón de la médula sería cortado de
NADA. - No puedo, tengo las rodillas duras. En cuanto a te- un golpe, y la pesada bestia fulminada caería hasta el fin
mer, lo he previsto todo, aun lo peor, quiero decir, tu moral. de los tiempos a través de espacios interminables!
EL JUEZ CASADO. - ¿Así que no crees en nada, desventurado? 1> meo. - Desprecias demasiadas cosas, Nada. Economiza tu
NADA. - En nada de este mundo, fuera del vino. Y en nada del desprecio, lo necesitarás.
cielo. NADA. - No necesito nada. Desprecio a la misma muerte. Y
EL JUEZ CASADO. - Perdónalo, Dios mío porque no sabe lo que nada de esta tierra: ni rey, ni cometa, ni moral, estarán
dice, y sé indulgente con esta ciudad habitada por tus hijos. jamás por encima de mí.
NADA. - Ite missa est. Diego, convídame con una botella en la l)rnco. - ¡Calma! No subas tan alto. Serías menos querido.
taberna del Cometa. Y me contarás cómo andan tus amores. NADA. - Estoy por encima de todas las cosas, pues ya no deseo•
DIEGO. - Voy a casarme con la hija del juez, Nada. Y quisiera nada.
que en adelante no ofendieses a su padre. Es ofenderme a l)IEco. - Nadie está por encima del honor.
mí. ADA. - ¿Qué es el honor, hijo?
(Tornpetas. Un heraldo rodeado de guardias.) l)IEco. - Lo que me mantiene en pie.
EL HERALDO. - Orden del gobernador. Que todos se retiren y ADA. - El honor es un fenómeno sideral pasado o por venir ..
reanuden sus tareas. Buenos gobiernos son los gobiernos en Suprimámoslo.
los que no pasa nada. Y es voluntad del gobernacfor que DIEGO. - Está bien, Nada, pero tengo que marcharme. Ella
no pase nada en su gobierno, a fin de que siga siendo tan me espera. Por eso no creo en la calamidad que anuncias.
bueno como siempre. Se asegura, pues, a los habitantes de Debo ocuparme de ser feliz. Es éste un largo trabajo que·
Cádiz, que en este día nada ha sucedido que merezca la necesita la paz de las ciudades y los campos.
pena o molestia. Por lo cual todos, a partir de las seis, debe- NADA. - Ya te lo he dicho, hijo, lo estamos viendo. No esperes
rán tener por falso que alguna vez cometa alguno se haya nada. La comedia va a empezar. Y apenas me queda tiem-
mostrado en el horizonte de la ciudad. Todo aquel que po de correr al mercado para beber al fin por la muerte·
contravenga esta decisión, todo habitante que hable de universal.
cometas como si no fueran fenómenos siderales pasados o (Todas las luces se apagan.)
por venir, será castigado, pues, con el rigor de la ley.
(Trompetas. Se retira.) ·
NADA. - Bueno, Diego, ¿,qué me dices? ¡Es una ocurrencia! FIN DEL PRÓLOGO•
DIEGO. - ¡Es una tontería! Mentir siempre es una tontería.
NADA. - No, es una política. Y que apruebo, ya que apunta
l 1rim era parte

Luz. Animación. Los ademanes son más vivos, el movimien-


10 se precipita. Música. Los comerciantes quitan los postigos,
11partando los primeros planos del decorado . Aparece la plaza
del mercado. El coro del pueblo, conducido por los pescadores,
tri llena poco a poco, exultante.
l ~L cono. - No pasa nada, no pasará nada. ¡Refrescos, refrescos!
¡No es una calamidad, es la abundancia del verano! (Grito
de alegría.) Apenas concluye la primavera y ya la naranja
dorada del verano, lanzada a toda velocidad por el cielo,
se iza en la cima de la estación y estalla sobre España en
un chorro de miel, mientras todos los frutos de todos los
veranos del mundo: uvas pegajosas, melones color de man-
teca, higos llenos de sangre, albaricoques inflamados, vienen
a rodar en el mismo momento por los estantes de nuestros
mercados. (Grito de alegría.) ¡Oh, frutos! Aquí, en el mim-
bre, concluyen la larga carrera precipitada que los trae de
los campos donde empezaron a cargarse de agua y azúcar,
sobre los prados azules de calor y entre el fresco brotar
de mil manantiales soleados, unidos poco a poco en una
sola agua de juventud aspirada por las raíces y los troncos,
·conducida hasta el corazón de los frutos, donde termina por
deslizarse lentamente como una inagotable fuente melosa
que los une y los pone cada vez más densos.
¡Pesados, cada vez más pesados! Y tan pesados que al fin
los frutos corren al fondo del agua del cielo, comienzan a
rodar a través de la hierba opulenta, se embarcan .en los
ríos. caminan a lo largo de todas las rutas, y desde los cuatro
puntos del horizonte, saludados por los rumores jubilosos del
124 Albert Ca mus El estado de s ilio 125

pueblo y los clarines del estío (breves trompetas) vienen 1111 c:o. - Tenía yo razón al dirigirme dírectamente a él y
en multitud a las ciudades humanas, a probar que la tierra 111irarlo de frente.
es dulce y que el cielo nutricio sigue fiel a la cita de la \ 11 rORIA. - Tenías razón. Mientras él reflexionaba, yo con
abundancia. (Grito general de alegría.) ¡No, no pasa nada! los ojos cerrados, escuchaba en mí un golpe lejano que
~e. aquí el estío, ofrenda y no calamidad. ¡Más tarde el ~11bía y se acercaba cada vez más rápido y numeroso hasta
mv1~rno, el pa~ duro es para mañana! ¡Hoy, doy dos, l1acerme temblar toda. Y mi padre dijo que sí. Entonces abrí
sardinas, langostmos, pescados, pescado fresco que llega de los ojos. Era la primera mañana del mundo. En un rincón
los mares tranquilos, queso, queso al romero! La leche de del cuarto donde estábamos, vi los caballos negros del
las cabras espumea como la lejía, y en las mesas de már- 1unor, aún estremecidos, pero tranquilos ya. Nos esperaban
mol, la carne congestionada bajo su corona de papel blanco, n nosotros.
la c;arne con olor a alfalfa, ofrece al mismo tiempo, sangre, 1>11·:co. - Yo no estaba ni sordo ni ciego. Pero sólo oía el piafar
savia y sol al rumiar del hombre. ¡En la copa! ¡La copa! dulce de mi sangre. Mi alegría era súbita sin impaciencia.
Bebamos en la copa de las estaciones. ¡Bebamos hasta el ¡Oh!, ciudad de luz, he aquí que me has sido entregada para
olvido, no pasará nada! · loda la vida, hasta la hora en que nos llame la tierra. Ma-
(Hurras. ~ritos de aleg1'Ía. Trompetas. Música, y en las iiana partiremos juntos y montaremos en la misma silla.
cuatro esquinas del mercado se desarrollan pequeñas escenas.) VtcroRIA. - Sí, habla nuestra lengua, aunque los demás la
EL PRIMER MENDIGO. - ¡Una caridad hombre una caridad consideren insensata. Mañana besarás mi boca. Miro la tuya
abuela! ' ' ' y me queman las meiillas. Dime, ~.es el viento del sur? ·
EL SEGUNDO MENDIGO. - ¡Más vale hacerla pronto que nunca! 1)meo. - Es el viento del sur, y también a mí me quema. ¿Dón-
EL TERCER MENDIGO. - ¡Vosotros nos comprendéis! de está la fuente que me curará?
~L PRIMER MENDIGO. - No ha pa~ado nada, por supuesto. (Se acerca y ella, pasando los brazos entre los barrotes, le
EL SEGUNDO MENDIGO. - Pero quiza pase algo. r'.l'lrecha !os hombros.)
(Roba el relo¡ a un transeúnte.) VccroRIA. - ¡Ah! ¡Me hace daño quererte tanto! Acércate más.
EL TERCER MENDIGO. - Haced siempre caridad. Dos precau- Dmco. - ¡Qué bellas eres!
ciones valen más que una. VtCTORIA. - ¡Qué fuerte eres!
(En la pescadería.) i)rnco. - ¿Con qué te lavas la cara para tenerla tan blanca
EL PESCADOR. - ¡Un dorado fresco como un clavel! ¡La flor como la almendra?
de los mares! Y viene usted a quejarse. VrcroruA. - Me la lavo con agua clara; ¡el amor le pone su
LA VIEJA. - ¡Tú dorado es perro marino! gracia!
EL PESCADOR. - ¡Perro marino! Hasta que llegaste, bruja, el Drnco. - ¡Tu pelo es fresco como la noche!
p erro marino nunca había entrado en este comercio. VICTOHIA. - Porque todas las noches te espero en mi ventana.
LA VIEJA. - ¡Ay, hijo de tu madre! ¡Mirad mi pelo blanco!
Dmco. - ¿El agua clara y la noche han dejado en ti el olor
EL PESCADOR. - Fuera, vieja corneta.
del limonero?
(Todo el mundo se inmoviliza, llevándose el dedo a la boca.)
(En la ventana de VICTORIA. VICTORIA detrás de los barrotes VICTORIA. - ¡No, es el viento de tu .ainor que me ha cubierto
y Dmco.) ' de flores en un solo día!
DIEGO. - ¡Hace .tanto tiempo! DIEGO. - ¡Las flores caerán!
VICTORIA. - ¡Loco, nos separarnos a las once, esta mañana! VICTORIA. - ¡Los frutos te aguardan!
Dmco. - ¡Sí, pero estaba tu padre! DIEGO. - ¡Vendrá el invierno!
VICTORIA. - Mi padre ha dicho que sí. Estábamos seguros de VICTORIA. - Pero contigo. ¿Recuerdas lo que me cantaste la
que diría que no. primera vez? ¿No sigue siendo cierto?
126 A l b e r t e a m u s
El estado de sitio 12T

DmGO.- Si a cien años de mi muerte 11 • 1 SOLO. - Después de la muerte del amigo rubio, recibirás-
la tierra me preguntara 1111i1 carta morena.
si por fin te he olvidado ( 1•:11 un tablado, al fondo , redoble de tambor.)
le respondería: aún no. 1 '• COMEDIANTES. - ¡Abrid los ojos, graciosas damas y vos-
111 ros señores, prestad oídos! Los actores que aquí veis, los
(Ella calla.) .
DIEGO. - ¿No dices nada? 11d1s grandes y famosos del reino de España, y a quienes
.. w1vencí, no sin esfuerzo, de que abandonaran la corte por
VICTORIA. - La dicha me anuda la garganta.
P SI ' mercado, van a representar, por complaceros, un acto
(Ba¡o la tienda del ASTRÓLOGO.)
11grado del inmortal Pedro de Lariba: Los espíritus. Pieza
EL ASTRÓLOGO (a una MUJER). - El sol, hermosa mía, atraviesa
q11t.' os dejará asombrados, y que las alas del genio han
el signo de la Libra en el instante ~e tu nacimiento, lo cual
llt•vado de golpe a la altura de las obras maestras universa-
autoriza a considerarte venusina, por ser tu signo ascan-
l1•s. Composición prodigiosa de la que nuestro rey gustaba
dente el Toro, que, como todos saben, está también gober-
11I punto de hacerla representar dos veces por día, y que ·
nado por Venus. Tu naturaleza, es, pues, emotiva, afectuosa
1t'm presenciaría si yo no hubiera explicado a esta com-
y agradable. Puedes alegrarte aunque el Toro predispone pañía sin igual el interés y la urgencia de darla a conocer
al celibato y corre el riesgo de dejar sin empleo esas cuali-
lambién en este mercado, para edificación del público de
dades. Además veo una conjunción Venus- Saturno que es
( ;ádiz, el más entendido de todas las Españas.
desfavorable al matrimonio y a los hijos. Esta conjunción
Acercaos, pues; la representación va a empezar.
presagia también gustos extraños y hace ~emer los males
(Empieza, en efecto, pero no se oye a los actores, por cu-
que afectan el vientre. Pero no te quedes en esto y busca
/11'/r sus voces los ruidos del mercado.)
el sol que fortalecerá tu mente. y la moralidad, y que es
- ¡Refrescos, refrescos!
soberano en cuanto al flujo del vientre. Elige tus amigos - ¡Sardinas fritas! ¡Sardinas fritas!
_entre lo~ ta~rinos, pequefía, y no olvides que tu posición
- ¡Aquí, el rey de la evasión que sale de cualquier prisión!
está bien orientada, fácil y favo!able y que puede darte - ¡Cómprame tomates, hermosa, son dulces como tu cora-
alegría. Son seis pesetas. «'ml
(Recibe el dinero . .. ) - ¡Puntillas y lienzo de bodas!
LA MÚJER. - Gracias. Estás seguro de lo que me has dicho, - ¡Sin dolor y sin charla, Pedro arranca los dientes!
¿verdad? NADA (saliendo ebrio de la taberna). -Aplastado todo. ¡Haced
EL ASTRÓLOGO. - ¡Siempre; pequeña, siempre! ¡Atención, sin un puré con los tomates y el corazón! ¡A la prisión del
embargo! Esta ma?ana no ha pasado nad~, por supuesto. rey de la evasión, y rompamos los dientes a Pedro! ¡Muerte
Pero aquello que no ha pasado puede trastornar mi horós- al astrólogo que no Io habrá previsto! ¡Comámonos a Ja
copo. ¡No soy responsable de lo que no ha ocurrido! (LA mujer-langosta y suprimamos todo, fuera de lo que se bebe!
:r-.rnjER se va.) ¡Haceos el horóscopo! ¡El pasado, el presente, (Un MERCADER extran;ero, ricamente vestido, entra en el'
el porvenir, garantizados por los astros fijos! ¡He dicho 111ercado en medio de un gran grupo de mujeres.)
"fijos! (Aparte.) Si los cometas intervienen, este oficio se l•iL MERCADER. - ¡Comprad, comprad la cinta del Cometa! ·
pondrá imposible. Habrá que hacerse gobernador. Tooos. - ¡Sh! ¡Sh!
GITANOS (al mismo tiempo). - Un ámigo que te quiere bien ... (Va a explicarle su locura al oído.)
· Una morena que huele· a na- l•:L MERCADER. - ¡Comprad, comprad la cinta sideral!
ranja... · (Todos compran cintas.)
Un gran viaje a Madrid ... (Gritos de alegría. Músiéa. EL GOBERNADOR con su séquit0>
La herencia de las Américás .. - llega al mercado. Se instalan.)
128 Albert Camus El estado de sitio 129

Ei. GOBERNAnoR. - Vuestro gobernador os saluda y se alegra ¡En verdad, todo está en orden, el mundo se equilibra!
de veros reunidos como de costumbre en estos lugares, en ¡Es el mediodía del año, la estación alta e inmóvil! ¡Feli-
medio de las ocupaciones que labran la riqueza y la paz do cidad, felicidad! ¡He aquí el verano! Qué importa lo de-
Cádiz. No, decididamente nada ha cambiado, y eso está más, la felicidad es nuestro orgullo.
bien. ¡El cambio me irrita, me gustan mis costumbres! l .os ALCALDES. - Si el cielo tiene costumbres, agradecedlo al
·uN HOMBRE DEL PUEBLO. - No, gobernador, nada ha cambiado gobernador que es el rey de la costumbre. :f:l tampoco gusta
en realidad. Nosotros, los pobres, podemos asegurárselo. del pelo despeinado. ¡Todo su reino está bien peinado!
Los fines de mes son muy apretados. La cebolla, la oliva 1•: 1. CORO. - ¡Prudentes! Seguiremos siendo prudentes, porque
y el pan nos hacen subsistir, y en cuanto a la gallina, nos nada cambiará nunca. ¿Qué haríamos con el pelo al viento,
alegra saber que otros la comen todos los domingos. Esta los ojos inflamados, la boca estridente? ¡Estaremos orgu-
mañana corrieron ruidos por la ciudad y sobre la ciudad. llosos de la felicidad de los demás!
A decir verdad, tuvimos miedo de que algo cambiara y que l.os BORRACHOS (alrededor de NADA). - ¡Suprimid el movimiento,
de pronto los miserables fueran obligados a alimentarse suprimid, suprimid! ¡No os mováis, no nos movamos! ¡De-
de chocolate. Pero gracias a ti, buen gobernador, nos anun- jemos correr las horas, este reino no tendrá historial ¡La
ciaron que no había pasado nada y que nuestras orejas estación inmóvil es la estación de nuestros corazones, por-
habían oído mal. En consecuencia, henos aquí contigo tran- que es la más cálida y nos obliga a beber!
quilizados. (Pero el tema sonoro de la alarma que zumbaba sordamente
EL GOBERNADOR. - El gobernador se congratula de ello. Nada desde un momento antes, sube de pronto hasta el agudo,
nuevo es bueno. mientras resuenan dos enormes golpes sordos. En los tablados .•
Los ALCALDES. - ¡El gobernador ha dicho bien! Nada nuevo 11n comediante que avanza hacia el público mientras continúa
es bueno. Nosotros los alcaldes, investidos por la sabiduría .1·tt pantomima, se tambalea y cae en medio de la multitud que
y los años, queremos creer en especial que los pobres no lo rodea inmediatamente. Ni una palabra, ni un gesto: el
han adoptado un tono irónico. La ironía es una virtud que silenció es completo.)
destruye. Un buen gobernador prefiere los vicios que cons- (Unos segundos de inmovilidad y luego precipitación
. truyen. . general.)
EL GOBERNADOR. - ¡Entretanto, que nada se mueva! ¡Yo soy (DIEGO se mete entre la multitud que se separa lentamente
el rey · de la inmovilidad! y descubre al hombre.)
Los BORRACHOS DE LA TABERNA (alrededor de NADA). - ¡Sí, sí, (Dos médicos llegan, examinan el cuerpo, se apmtan y dis-
sí! ¡No, no, no! ¡Qué nada se mueva, buen gobernador! ¡To- cuten agitadamente.)
do gira alrededor de nosotros y es un gran sufrimiento! (Un hombre joven pide explicaciones a uno de los médicos
¡Queremos la inmovilidad! ¡Qué se detenga todo movimiento! que hace gestos de negación. El joven lo apremia y alentado
Que todo sea suprimido, fuera del vino y la locura. 710r 'la multitud, fo obliga a responder, lo sacude, se pega a
EL CORO. - ¡Nada ha cambiado! ¡No pasa nad.a, no ha pasado él en actitud de adjuración y se encuentra finalmente cara a
nada! Las estaciones giran alrededor de su eje, y en el cara con él. Ruido de aspiración; parece comd si bebiera una
cielo suave circulan astros prudentes cuya tranquila geome- palabra de labios del médico. Se aparta y, con esfuerzo, como
tría condena esas estrellas locas y desordenadas que incen- si la palabra fuera demasiado grande para su boca y se ne·ce-
dian las praderas del cielo con su cabellera inflamada, tur- sitaran largos esfuerzos para librarse de ella, pronuncia:)
ban con su aullido de alarma la dulce música de los planetas,
trastornan con el viento de su carrera las gravitaciones -La peste.
eternas, hacen rechinar las constel_aciori.es y preparan, en to-
d.as las encrucijadas del cielo, funestas colisiones de astros.
130 A l b e r t C a m u s El estado de sitia 131

(Todo el mundo dobla las rodillas y todos repiten la palabra 1 1111 r general. Un hombre, con el rostro ,ilumina~o, sale de
cada vez más fuerte y cada vez más rápida, mientras huyen, ,,,., l'<lSa gritando: "¡Dentro de cuarenta dias, el fin del mun-
trazando amplias curvas en escena en torno al gobernador 1/i1/", y de nuevo el pánico traza sus curvas y las gentes re-
subido en su estrado. El movimiento se acelera, se precipita, ¡ 111·11 : "Dentro de cuarenta días, el fin del mundo". Unos
se enloquece hasta que las gentes se inmovilizan en grupos, , 11 1m IAS vienen a detener al iluminado, pero por el otro lado
a la voz del viejo cura.) ,¡(, , una hechicera que distribuye sus remedios.)
EL CURA. - ¡A la iglesia, a la iglesia! He aquí que llega el 1, lIECHICERA. - Toronil, menta, romero, tomillo, azafrán,
castigo. ¡El viejo mal ha caído sobre la ciudad! El cielo lo d tscara de limón, pasta de almendras... ¡Atención, aten-
envía desde siempre a las ciudades corrompidas para cas· ción, estos remedios son infalibles!
tigarlas a muerte por su pecado mortal. En vuestras bocas
mentirosas serán aplastados los gritos y un sello ardiente (Pero se levanta una especie de viento frío, mientras el sol
se posará en vuestros corazones. Rogad ahora al Dios de , mpíeza a ponerse y obliga a alzar las cabezas.)
justicia para que olvide y perdone. ¡Entrad en la iglesia[
¡Entrad en la iglesia! l ,A HECHICERA. - ¡El viento! ¡Ahí llega el viento! ¡La.plaga le
tiene horror al viento! ¡Todo irá mejor, ya lo veréis!
(Algunos se precipitan en la iglesia. Los otros se vuelven
mecánicamente a derecha e izquierda mientras dobla la (En el mismo momento, el viento cesa, el zumbido se aguza,
campana.) dos golpes sordos resuenan, ensordecedores y un poco más
(En tercer plano EL ASTRÓLOGO, como si :presentara un rercanos. Dos hombres se desploman en medio de la multitud.
informe al GOBERNADOR, habla en tono muy natural.) Todos flexionan las rodillas y retrocediendo comienzan a apar-
tarse de los cuerpos. Sólo queda LA HECHICERA y a sus pies
EL ASTRÓLOGO. - Una conjunción maligna de planetas hostiles los dos hombres que llevan marcas en las ingles y en la gar-
acababa de dibujarse en el plano de los astros. Significa y ganta. Los enfermos se retuercen, hacen dos o tres gestos
anuncia sequía, hambre y peste en la primera oportunidad. 1¡ mueren, mientras la noche desciende lentamente sobre la
(Pero un grupo de mujeres lo cubre con cháchara.)
-¡Tenía en la graganta un bicho enorme que le chupaba ;nultitud que sigue desplegándose hacia el exterior, dejando
la sangre con gran ruido de sifón! los cadáveres en el centro.)
-¡Era una araña, una gran araña negra! (Oscuridad.)
-¡Verde, era verde!
-¡No, era un lagarto de las algas! (Luz en la iglesia. Proyector en el palacio del rey. Luz en
-¡Tú no viste nada! Era un pulpo, grande como un hom- la casa del JUEZ. La escena es alternada.)
brecito.
· -Diego, ¿adónde está Diego? · EN EL PALACIO.
-¡Habrá tantos muertos que no quedarán vivos para en-
terrarlos! EL PRIMER ALCALDE. - Alteza, la epidemia se desencadena con
-¡Ay! ¡Si pudiera marcharme! una rapidez que supera todos los auxilios. Los .bar~ios están
V1croruA. - Diego, ¿adónde está Diego? más contaminados de lo que se cree, lo cual me mclma a pen-
sar que es preciso disimular la situación y no decir la ver-
(Durante toda esta escena el cielo se ha llenado de signos
y el zumbido de alarma se ha desarrollado, acentuando el
dád al pueblo a ningún precio. Por lo demás, y por el n:o·
mento, la enfermedad se ceba sobre todo en los barrios
132 A l b e r t C a m u s El estado de sitio 133

exteriores que son pobres y están superpoblados. diste el honor. Quédate, la casa está tranquila en medio de
la desgracia, esto por lo menos es satisfactorio. lí\ plaga. Lo he previsto todo y atrincherados mientras dure
(Murmullos de aprobación.) la peste, esperemos el fin. Dios mediante, no padeceremos
por nada.
EN LA IGLESIA. 1, MUJER. - Tienes razón, Casado. P.ero no somos los únicos.
Otros padecen. Quizá Victoria esté en peligro.
EL CURA. - Acercáos, y que cada uno confiese en público lo l•: r. JUEZ. - Deja a los otros y piensa en la casa. Piensa en tu
peor que ha hecho. ¡Abrid vuestros corazones, malditos! hijo, por ejemplo. Haz traer todas las provisiones que pue-
Decíos los unos a los otros el mal que habéis meditado, o das. Paga el precio necesario. ¡Pero entroja, mujer, entroja!
si no el veneno del pecado os sofocará y os llevará al in- ¡Ha llegado el tiempo de entrojar! (Lee): "El Señor es mi
fierno con tanta seguridad como el pulpo de la peste .. . refugio y mi ciudadela ... "
Por mi parte, me acuso de haber carecido a menudo de
caridad.
(Tres confesiones mimadas durante el diálogo siguiente.)
Continúa la serie.
EN EL PALACIO.
EL CORO. - "No tendrás nada que temer.
EL GOBERNADOR. - Todo se arreglará. Lo fastidioso es que yo Ni los terrores de la noche
tenía una partida de caza. Estas cosas siempre suceden Ni las fechas que vuelan de día
cuando uno tiene algún asunto importante. ¿Cómo hacer? Ni la peste que camina en la sombra
EL PRIMER ALCALDE. - No falte usted a la caza, aunque más Ni la epidemia que repta en pleno mediodía".
no sea por dar el ejemplo. La ciudad debe ver qué frente
llNA voz. - ¡Oh, Dios grande y terrible!
serena sabe usted mostrar en la adversidad.
(Luz en la plaza. Deambular del pueblo siguiendo el ritmo
EN LA IGLESIA. de una copla.)

EL CORO. - Has firmado en la arena.


Tonos. - ¡Perdónanos, Dios mío, lo que hemos hecho y lo
que no hemos hecho! Has escrito en el mar,
Sólo queda la pena.
EN LA CASA DEL JUEZ. (Entra VICTORIA. Proyector en la plaza.)
VICTORIA. - Diego, ¿adónde está Diego?
(EL JUEZ lee salmos rodeado por su familia.) UNA MUJER. - Está con los enfermos. Cuida a los que !o
llaman.
EL JUEZ. -
"El señor es mi refugio y mi ciudadela. (VICTORIA corre a un extremo de la escena y tropieza con
Pues él me preserva de la trampa del pajarero DIEGO que lleva la máscara de los médicos de la peste. Ella
Y de la peste mortífera". retrocede, lanzando un grito.)
LA MUJER. - Casado, ¿no podemos salir? DIEGO (dulcemente). -¿Te doy tanto miedo, Victoria?
EL JUEZ. - Has salido demasiado en tu vida, mujer. Eso no ha VICTORIA (en un grito). - ¡Oh, Diego, por fin tú! Quítate esa
favorecido nuestra felicidad. máscara y estréchame contra ti. ¡Contra ti, contra ti y me
LA MUJER. - Victoria no ha regresado y temo que sufra daño. salvaré de ese mal!
EL JUEZ. ·-Nunca has temido el daño para ti. Y en ello per- (El no se mueve.)
134 A l b e r t C a m u s El estado de sitio 135

VICTORIA. - ¿Qué ha cambiado entre nosotros, Diego? Hace Piensa


horas que te busco, corriendo por la ciudad, espantada con Que aquí abajo todo es mentira.
la idea de que el mal podría he1irte también,¡ aquí estás Que lo único cierto es la muerte.
con esa máscara de tormento y de enfermeda . ¡Quítatela,
quítatela, te lo ruego, y estréchame contra ti! (E:l se quita (Proyector en la iglesia y en el palacio del GOBERNADOR.)
la máscara.) Cuando veo tus manos, se me seca la boc::t. (Salmos y rezos en la iglesia. Desde el palacio EL PRIMER
¡Bésamel 1.CALDE se dirige al pueblo.)
(E:l no se mueve.)
VICTORIA (más bajo). - Bésame, me muero de sed. Has olvida- 1•: 1. PRIMER ALCALDE. - Orden del gobernador. A partir de este
do que sólo ayer nos comprometimos el uno al otro. Toda la día, en señal de penitencia por la desgracia común y para
noche esperé este día en que debías besarme con todas •vitar los peligros de contagio, queda prohibida toda re-
tus fuerzas. ¡Pronto, pronto! ... unión pública y toda diversión. Además ...
DIEGO. - ¡Tengo lástima, Victoria! l 1NA MUJER (empieza a proferir alaridos en medio del pueblo).
VICTORIA. - Yo también, pero tengo lástima de nosotros. ¡Y - ¡Allí! ¡Allí! Esconden un muerto. No hay que dejarlo. ¡Lo
por eso te he buscado, gritando por las calles, corriendo pudrirá todo! ¡Vergüenza de los hombres! ¡Hay que llevar-
hacia ti, con los brazos tendidos para anudarlos a los tuyos! lo a la tierra!
(Avanza hacia él.) (Desorden. Dos hombres salen llevando a la mufer.)
DIEGO. - ¡No me toques, apártate! fa. ALCALDE. - Además, el gobernador está en condiciones de
VICTORIA. - ¿Por qué? tranquilizar a los ciudadanos con respecto a la evolución
DIEGO. - Ya no me reconozco. Nunca me ha dado miedo un del azote inesperado que ha caído sobre la ciudad. Según
hombre, pero esto es superior a mí, el honor de nada me sirve opinión de todos los médicos, bastará que sople el viento
y siento que me abandono. (Ella se le acerca.) No me toques. marino para que la peste retroceda. Dios mediante ...
Quizá el mal ya esté en mí y voy a contagiártelo. Espera un
poco. Déjame respirar, porque estoy estrangulado de estu- (Pero los dos enormes golpes sordos lo interrumpen, segui-
por. Ya no sé siquiera cómo tomar a esos hombres y vol- dos de otros dos golpes, mientras la campana de los muertos
verlos en el lecho. Me tiemblan las manos de horror, y la tañe al vuelo y los rezos se desencadenan en la iglesia. Luego
compasión me tapa los ojos. (Gritos y ~emidos.) Sin embargo .\'Ólo reina un silencio aterrado en medio del cual entran dos
me llaman, ¿los oyes? Tengo que ir. Pero vela por ti, vela personajes extraños, un hombre y una mujer, a quien siguen
por nosotros. ¡Esto ha de terminar, con seguridad! con la vista. El hombre es corpulento. Cabeza descubierta.
VICTORIA. - No me dejes. Lleva una especie de uniforme con una condecoración. La
DmGO. - Esto ha de terminar. Soy demasiado joven y te quiero mujer también lleva uniforme, pero con cuello y puños blan-
demasiado. La muerte me da horror. cos. Tiene en las manos una libreta. Avanzan hasta el palacio
VICTORIA (lanzándose hacia él). - ¡Yo estoy viva! del GOBERNADOR y saludan.)
DIEGO (retrocede). - ¡Qué vergüenza, Victoria, qué ver-
EL GOBERNADOR. - ¿Qué quieren ustedes de mí, exh·anjeros?
güenza! EL HOMBRE (en tono cortés). - Su lugar.
VICTORIA. - ¿Vergüenza? ¿Por qué vergüenza? Tonos. - ¿Qué? ¿Qué dice?
DIEGO. - Me pare.ce que tengo miedo. EL GOBERNADOR. - Han elegido un mal momento y esta inso-
(Se or¡en gemidos. DIEGO corre en dirección a ellos. Deam- lencia puede costarles cara. Pero seguramente nos habremos
bular del pueblo al ritmo de una copla.) entendido mal. ¿.Quiénes son ustedes?
EL CORO. - ¿Quién tiene razón y quién se equivoca? EL HOMBRE. - ¡Adivínalo!
136 A l b e r t C a m u s El estado de sit i o 137

EL PRIMER ALCALDE. - ¡No sé quiénes son, extranjeros, pero lrtl'ha ostensiblemente algo en su libreta. El golpe sordo resue-
sé dónde terminarán! 1111 . EL GuARDiA cae. LA SECRETARIA lo examina.)
EL HOMBRE (muy tranquilo). - Me impresiona usted. ¿Qué le 1.t1. SECRETARIA. - Todo está arreglado, excelencia. Las tres mar-
parece, querida amiga? ¿Tendré que decirle entonces quién cas están aquí. (A los otros, amablemente.) Una marca, y
soy? usted es sospechoso. Dos, )'ª está contaminado. Tres, la can-
LA SECRETARIA. - De ordinario, andamos con más miramientos. elación está resuelta. Nada más sencillo.
EL HOMBRE. - Pero estos señores son muy apremiantes. 1°:1, HOMBRE. - ¡Ah! Olvidaba presentarles a mi secretaria. Por
LA SECRETARIA. - Tendrán sus razones, sin duda. Después de lo demás, ustedes la conocían. Pero uno conoce tanta gente ...
todo, estamos de visita y debemos someternos a los usos de l .A SECRETARIA. - ¡Es disculpable! Y además, siempre termi-
estos lugares. nan por reconocerme.
EL HOMBRE. - Comprendo. ¿Pero no provocará un poco de IO:C, HOMBRE. - ¡Un carácter afortunado, ya lo ven! Alegre, con-·
desorden en estas buenas almas? ten ta, cuidadosa de su persona ...
LA SECRETARIA. - Es preferible el desorden a la descortesía. l .A SECRETARIA. - No hay mérito ninguno. El trabajo es más
EL HOMBRE. - Es usted convincente. Pero me quedan algunos fácil entre sonrisas y flores frescas.
escrúpulos ... t•:r. HOMBRE. - Ese principio es excelente. ¡Pero volvamos a lo
LA SECRETARIA. - O una cosa o la otra ... nuestro! (Al GOBERNADOR.) ¿Le he dado prueba suficiente
EL HOMBRE. - La escucho ... de mi seriedad? ¿No dice usted nada? Bueno, lo asusté, na-
LA SECRETARIA. - O lo dice usted, o no lo dice. Si . lo dice, lo turalmente. Pero fue a disgusto, créame. Hubiera preferido
sabrán. Si no lo dice se enterarán. un arreglo amistoso, una convención basada en la confi::mza
EL HOMBRE. - Esto termina de iluminarme. recíproca, garantizada por su palabra y la mía, un acuerdo
EL GOBERNADOR. - ¡En todo caso, ya es bastante! Antes de basado en el honor en cierto modo. Después de todo, no es
tomar las medidas que convengan, lo intimo por última vez demasiado tarde para hacer bien las cosas. ¿El plazo de dos
a que me diga quiénes son ustedes y qué quieren <le mí. horas le parece suficiente?
EL HOMBRE (siempre natural). - Yo soy la peste. ¿Y usted? ( E:r. GOBERNADOR sacude la cabeza en señal de negación.)
EL GOBERNADOR. - ¿La peste? EL HOMBRE (volviéndose hacia LA SECRETARIA). - ¡Qué des-
EL HOMBRE. - Sí, y necesito su lugar. Lo siento, créame, pero agradable!
tendré mucho que hacer. ¿Si le diera dos horas, por ejem- l.A SECRETARIA (sacudiendo la cabeza). - ¡Un obstinado! ¡Qué·
plo? ¿Le bastarían para pasarme los poderes? contratiempo! ·
EL GOBERNADOR. - Esta vez ha ido usted demasiado lejos y l •~ r, HOMBRE (al GOBERNADOR). - Insisto, sin embargo, en ob-
será castigado por su impostura. ¡Guardias! tPner su consentimiento. No quiero hacer nada sin su acuer-
EL HOMBRE. - ¡Espere! No quiero forzar a nadie. Tengo por do, aunque fuera contrario a mis principios. Mi colaborado-
principio ser correcto. Comprendo que mi conducta parezca ra procederá, pues, a tantas cancelaciones como sean nece-
sorprendente y, al fin, usted no me conoce. Pero deseo de sarias para obtener de usted la lihre aprobación de la ne-
veras que me ceda el sitio sin obligarme a dar pruebas. ¿No quPña reforma que propongo. ¿Está usted lista, querida
puede creer en mi palabra? . ?
amiga.
EL GOBERNADOR. - No tengo tiempo que perder, esta broma l .A SECRETARIA. - Un momento para sacar punta al lápiz aue·
ya ha durado demasiado. ¡Detened a este hombre! se ha roto y todo será para bien en el meior de Jos mundos.
EL HOMBRE. - Entonces hay que resignarse. Pero todo esto es l•'.r, HOMBRE (suspira). - ¡Sin su optimismo, este oficio me sería
muy fastidioso. Querida amiga, ¿querría usted proceder a muy penoso!
una cancelación? l ,A SECRETARIA (sacando rnmtn al lá'Yliz). - La perfecta secre-
(Tiende el brazo hacia uno de los GUARDIAS. LA SECRETARIA taria está segura de que todo puede arreglarse siempre, que·
\138 Albert Ca mus El estado de sitio 139

no hay error de contabilidad que no termine por repararse, 11:1. GOBERNADOR. - Por supuesto, concluyo libremente este nue-
ni cita fracasada que no pueda concertarse de nuevo. No vo acuerdo.
hay desgracia sin su lado bueno. La misma guerra tiene sus (Balbucea, retrocede y huye. El éxodo comienza.)
virtudes y hasta los cementerios pueden ser buenos nego- 1:r, HOMBRE (al PRIMER ALCALDE). - ¡Si lo tiene a bien, no se
1

cios cuando las concesiones a perpetuidad son denunciarlas marche usted tan pronto! Necesito un hombre que cuente
cada diez años. con la confianza del pueblo y por intermedio del cual pueda
EL HOMBRE. - Sus palabras valen oro. . . ¿El lápiz ya tiene dar a conocer mi voluntad. (EL PRIMER ALCALDE vacila.)
punta? Usted acepta, naturalmente. . . (A LA SECRETARIA.) Querida
LA SECRETARIA. - Ya la tiene y podemos empezar. amiga ...
EL HOMBRE. - ¡Adelante! l :L PRIMER ALCALDE. - Pero naturalmente, es un gran honor.
1

(EL HOMBRE señala a NADA que se ha acercado, pero NADA l:L HOMBRE. - Perfecto. En estas condiciones, querida amiga,
1

lanza una carcajada de borracho.) comunicará usted al alcalde aquellas de nuestras resolucio-
LA SA~TARIA. - ¿Puedo indicarle que ése pertenece a la es- nes que es preciso dar a conocer a estas buenas gentes con
pecie de los que no creen en nada y que tal especie nos es el objeto de que empiecen a vivir según el reglamento.
muy útil? l .A SECRETARIA. - Ordenanza concebida y publicada por el
EL HOMBRE. - Muy justo. Tomemos, pues, a uno de los alcal- primer alcalde y sus consejeros ...
des. (Pánico entre los ALCALDES.) EL PRIMER ALCALDE. - Yo no he concebido nada todavía ...
EL GOBERNADOR. - ¡Deténgase! LA SECRETARIA. - Se le ahorra un trabajo. Y debería halagarle,
LA SECRETARIA. - ¡Buena señal, Excelencia! creo, que nuestros servicios se tomen la molestia de redac-
EL HOMBRE (solícito). - ¿Puedo hacer algo por usted, gober- tar lo que usted tendrá de este modo el honor de firmar.
nador? EL PRIMER ALCALDE. - Sin duda, pero ...
EL GOBERNADOR. - Si le cedo la plaza, yo, los míos y los al- f ,A SECRETARIA. - Ordenanza, pues, que hace oficio de acta
caldes ¿salvaremos la vida? · promulgada en plena obediencia a las voluntades de nues-
EL HOMBRE. - ¡Pero naturalmente, hombre, es la costumbre! tro bienamado soberano para la reglamentación y asistencia
(EL GOBERNADOR conferencia con los ALCALDES, luego se caritativa de los ciudadanos atacados de infección y para de-
vuelve hacia el pueblo.) signar todas las reglas y todas las personas tales como viq;i-
EL GOBERNADOR. - Hombres de Cádiz, comprendéis, estoy se- lantes, guardianes, ejecutores y sepultureros que jurarán apli-
guro, que todo ha cambiado ahora. En vuestro mismo inte- car estrictamente las órdenes que les sean dadas.
rés conviene quizá que deje esta ciudad a la nueva poten- EL PRIMER ALCALDE. - ¿Qué lenguaje es ése, por favor?
cia que acaba de . manifestarse. El acuerdo concluido con LA SECRETARIA. - Es para acostumbrarlos a un poco de oscu-
ella evitará sin duda lo peor, y tendríaís así la certeza de ridad. Cuanto m enos comprendan, mejor marcharán. Dicho
conservar fuera de vuestros muros un gobierno que un día rsto, aquí están las ordenanzas que hará usted pregonar por
podrá seros útil. ¿Necesito deciros que, al hablar así, no obe- la ciudad una después de otra, a fin de que su digestión sea
dezco al cuidado de mi propia seguridad, sino ... ? más fácil, aun para los espírih1s más lentos. 1tstos son nues-
EL HOMBRE. - Perdóneme que lo interrumpa. Pero me gus• tros mensajeros. Sus rostros amables ayudarán a fijar el re-
taría verlo precisar públicamente que consiente usted de cuerdo de sus palabras.
buen grado en estas útiles disposiciones, y que se trata na- (Los mensajeros se presentan.)
hualmente de un libre acuerdo. EL PUEBLO. - ¡El gobernador se va, el gobernador se va!
(EL GOBERNADOR mira a su costado. LA SECRETARIA se lleva NADA. - Está en su derecho, pueblo, está en su derecho. El
el lápiz a la boca.) Estado es él y hay que proteger al Estado.
140 A l b e r t C a m u s El estado de sitio 141

EL PUEBLO. - El Estado era él, y ahora ya no es nada. Puesto- OCES ( crescendo). - Van a cerrar las puertas.
que se va, la Peste es el Estado. ~ Las puertas están cerradas.
NADA. - ¿Qué más da? Peste o gobernador, siempre es el - No, todas no están cerradas.
Estado. EL CORO. - Ah, corramos hacia las que se abren todavía. So-
(EL PUEBLO deambula como si buscara salidas. UN MENSA- mos los hijos del mar. Allá, allá tenemos que llegar, al país
JERO se adelanta.) sin murallas y sin puertas, a las playas vírgenes donde la are-
EL PRIMER MENSAJERO. - Todas las casas infectadas deberán na tiene la frescura de los labios, y donde la mirada llega
marcarse en medio de la puerta con una estrella negra de· tan lejos que se fatiga. Corramos al encuenh·o del viento.
un pie de radio, ornada con esta inscripción: "Todos somos. ¡Al mar! ¡El mar al fin, el mar libre, el agua que lava, el
hermanos". La estrella deberá quedar hasta que se reabra viento que libera!
la casa, bajo pena de sufrir los rigores de la ley. VOCES. - ¡Al mar! ¡Al mar!
(Se retira.) (El éxodo se precipita.)
UNA voz. - ¿Qué ley? EL CUARTO MENSAJERO. - Queda severamente prohibido pres-
ÜTRA voz. - La nueva, por supuesto. tar asistencia a toda persona atacada por la enfermedad,
EL CORO. - Nuestros amos decían que iban a protegernos, y como no sea denunciarla a las autoridades, quienes se encar-
ahora, sin embargo, henos aquí solos. Brumas horrendas co- garán de ella. La denuncia entre miembros de una misma
mienzan a espesarse en los cuatro extremos de la ciudad, familia es especialmente recomendada y se recompensará
disipan poco a poco el olor de los frutos y de las rosas, em- con una doble ración alimenticia, llamada ración cívica.
pañan la gloria de la estación, sofocan el júbilo del estío. (La segunda puerta se cierra.)
¡Ah, Cádiz, ciudad marina! Todavía ayer y por encima flel EL CORO. - ¡Al mar! ¡Al mar! El mar nos salvará. ¡Qué im-
estrecho, el viento del desierto, más espeso tras haber pasa- portan las enfermedades y las guerras! ¡f:l ha visto y cu-
do sobre los jardines africanos, hacía languidecer a nuestras bierto muchos gobiernos! ¡Sólo ofrece mañanas rojas y tar-
mujeres. Pero el viento ha cesado, sólo él podía purificar des verdes, y del principio al fin el roce interminable de
la ciudad. Nuestros amos decían que nunca pasaría nada y sus aguas durante noches desbordantes de estrellas. ¡Oh,
he aquí que el otro tenía razón, que pasa algo, que al Hn soledad, desierto, bautismo de sal! Estar solo frente al mar,
lo vemos y que hemos de huir, huir, sin tardanza antes de al viento, cara al sol, liberado por fin de estas ciudades se-
que las puertas se cierren sobre nuestra desgracia. lladas como tumbas y de estos rostros humanos que el miedo
EL SEGUNDO MENSAJERO. - Todos los artículos de primera ne- ha cerrado. ¡Pronto! ¡Pronto! ¿Quién me librará del hombre
cesidad estarán en adelante a disposición de la comunidad, y sus terrores? Yo era feliz en la cima del año, suelto entre
es decir, serán distribuidos por partes iguales e ínfimas a los frutos, la naturaleza igual, el estío benévolo. Amaba el
todos aquellos que puedan probar su leal adhesión a la nue- mundo; estábamos España y yo. Pero ya no oigo el ruido
va sociedad. de las olas. Aquí están los clamores, el pánico, el insulto y
(La primera puerta se cierra.) la cobardía; aquí están mis hermanos densos de sudor y de
EL TERCER MENSAJERO. - Todas las luces deberán apagarse a angustia y en adelante carga pesada. ¿Quién me devolverá
las nueve de la noche y ningún particular podrá permane- los mares de olvido, el agua calma de alta mar, sus rutas lí-
cer en lugar público o circular por las calles de la ciuód quidas y sus surcos recubiertos? ¡Al mar! ¡Al mar, antes de
sin un pase en debida forma que sólo será entregado en que se cierren las puertas!
casos extremadamente raros y siempre de modo arbitrario. -UNA voz. - ¡Pronto! ¡No toques a ese que estaba cerca del
Todo el que contravenga estas disposiciones será castigado muerto!
<'On los rigores de la ley. UNA voz. - ¡Está marcado!
142 A l b e ,. t C a m u s El estado de s i t i o 143'

UNA voz. - ¡Apártate! ¡Apártate! vinagre que los preservará del mal al mismo tiempo que los:
(Lo golpean. La tercera puerta se cierra.) inducirá a la discreci6n y al silencio.
UNA voz. - ¡Oh Dios grande y terrible! (A partir de este momento cada uno se mete un pañuelo e~
UNA voz. - ¡Pronto! ¡Lleva lo necesario, el colchón y la jaula /11 boca JI el número de vocES disminuye al mismo tiempo que-
de los pájaros! ¡No olvides el collar del perro! ¡También el /a amplitud de la orquesta. El CORO comenzando a varias vo-
tiesto de menta fresca! ¡La masticaremos hasta llegar al mar! ' ES terminará en una sola, hasta la pantomima final que se

UNA voz. - ¡Al 1adr6nl ¡Al ladr6n! ¡Se ha llevado el mantel d >senvuelve en un silencio absoluto, las bocas de los persona--
bordado de mi boda! fes llenas e hinchadas. La última puerta se cierra con un golpe
. (Lo persiguen. Lo alcanzan. Le pegan. La cuarta puerta se l1rusco.)
cierra.) fa CORO. - ¡Maldici6n! ¡Maldici6n! ¡Estamos solos, la Peste·
UNA voz. - Esconde eso, ¿quieres? ¡Esconde nuestras provi- y nosotros! ¡La última puerta se ha· cerrado! Ya no oímos
siones! nada. El mar queda, en adelante, demasiado lejos. Ahora·
UNA voz. - No tengo nada para el camino, dame un pan, her- estamos en el dolor y hemos de dar vueltas en esta ciudad'
mano. Te daré mi guitarra con incrustaciones de nácar. ~strecha, sin árboles y sin aguas, cerrada por altas puertas
UNA voz. - Este pan es para mis hijos, no para los que se lisas, coronada por multitudes aullantes, Cádiz, en fin, como·
dicen mis hermanos. Hay grados en el parentesco. la arena negra y roja donde van a realizarse los homicidios
UNA voz. - ¡Un pan, todo mi dinero por un solo pan! rituales. ¡Hermanos, esta pena es mayor que nuestra falta,
(La quinta puerta se cierra.) no merecíamos esta prisi6n! Nuestro coraz6n no era inocen--
EL CORO. - ¡Pronto! ¡Queda una sola puerta abierta! La pla- te, pero amábamos el mundo y sus estíos: ¡esto debería
ga anda más rápida que nosotros. Odia el mar y no quiere habernos salvado! ¡Los vientos han cesado y el cielo está
que vayamos a él. Las noches son tranquilas, las estrellas vacío! Vamos a callar por mucho tiempo. Pero por última·
corren por encima del mástil. ¿Qué haría aquí la peste? Quie- vez antes de que nuestras bocas se cierren bajo la mordaza
re guardarnos, nos ama a su manera. Quiere que seamos fe- del terror, gritaremos en el desierto.
lices como ella lo entiende, no como nosotros lo queremos. (Gemidos y silencio.)
con los placeres forzados, la vida fría, la dicha a perpetuidad. (De la orquesta sólo quedan las campanas. El zumbido del
Todo se fija, ya no sentimos en los labios la antigua frescura cometa se reanuda suavemente. En el palacio del GOBERNADOR'
del viento. reaparece LA PESTE y su SECRETARIA. LA SESCRETARIA avanza
UNA voz. - ¡Padre, no me abandones, soy tu pobre! tachando un nombre a cada paso, mientras la batería esconde
(EL SACERDOTE huye.) cada uno de sus movimientos. NADA ríe burlón y la primera-
EL POBRE. - ¡Se va, se va! ¡Guárdame a tu lado! ¡Es tu tarPa carreta de muertos pasa rechinando. LA PESTE se yergue en
ocuparte de mí! ¡Si te pierdo, lo he perdido todo! la cima del decorado y hace una señal. Todo se detiene: mo-
(EL SACERDOTE escapa. EL POBRE cae gritando.) vimientos y ruidos. LA PESTE habla.)
EL POBRE. - ¡Cristianos de España, os han abandonado! LA PESTE. - Yo reino, esto es un hecho; es, pues, un derecho.
EL QUINTO MENSAJERO (separa las palabras). - En fin, y esto Pero es un derecho que no se discute: debéis adaptaros.
será el resumen. Por lo demás, no os engañéis; si reino es a mi manera, y·
(LA PESTE y su SECRETARIA frente al PRIMER ALCALDE son- sería más justo decir que funciono. Vosotros los españoles·
ríen y aprueban congratulándose.) sois un poco imaginativos y me veríais de buena gana bajo
EL QUINTO MENSAJERO. - A fin de evitar todo contagio por la apariencia de un rey negro o de un suntuoso insecto. ¡Ne-
medio del aire, como las mismas palabras pueden ser ve- cesitáis patetismo, ya se sabe! ¡Pues bien! No. Yo no tengo.,
hículo de la infección, se ordena a cada uno de los habitan- cetro y he adoptado visos de suboficial. Porque es mi ma--
tes tener constantemente en la boca un tap6n embebido en nera de vejaros, pues está bien que seáis vejados: - tenéis;
144 Albert Camus El e sta el o de s iti o 145

que aprenderlo todo. Vuestro rey tiene las uñas negras y u 16gica en su lugar. Me horrorizan la diferencia y el desatino.
uniforme estricto. No reina, preside. Su palacio es un cuar A partir de h oy seréis, pues, razonables, es decir, tendréis
tel, su pabellón de caza un tribunal. Queda proclamado 1 vuestra insignia. Marcados en las ingles, llevaréis pública-
estado de sitio. mente ba jo la axila la estrella del bubón que os señalará
Por esto, observadlo, cuando yo llego, el patetismo des para ser atacados. Los otros, aquellos que, persuadidos de
aparece. El patetismo queda prohibido, junto con alguna que tal cosa no es de su incumbencia, hacen cola en las are-
otras· patrañas como la ridícula angustia de la felicidad, el nas del domingo, se apartarán de vosotros, los sospechos~s.
rostro estúpido de los enamorados, la contemplación egoíst Pero no abriguéis ninguna amargura : es de su incumbencia.
de los paisajes y la ironía culpable. En lugar de todo esto, Están en la lista y yo no olvido a nadie. Todos sospechosos;
traigo la organización. Quizá os moleste un poco al princi• rs un buen comienzo.
pio, pero terminaréis por comprender que una buena orga· Además, nada de esto impide el sentimentalismo. Me gus-
nización vale más que un mal patetismo. Y para ilustrar est tan los pájaros, las primeras violetas, la boca fresca de .las
bello pensamiento, comienza por separar a los hombres d muchachas. De tarde en tarde es refrescante, y es muy c1er-
las mujeres: esto tendrá fuerza de ley. lo que soy idealista. Mi corazón . . . Pero siento que me en-
(Así lo hacen los GUARDIAS.) ternezco y no quiero ir más lejos. Resumamos. Os traigo el
Vuestras macacadas han tenido su momento. ¡Ahora, a po- silencio, el orden y la absoluta justicia. No os pido que me
nerse serios! lo agradezcáis, pues lo que hago por vosotros es muy natu-
Supongo que ya me habéis comprendido. A partir de hoy, ral. Pero exijo vuestra colaboración activa. Mi ministerio ha
aprenderéis a morir en orden. Hasta ahora habéis muerto a comenzado.
la española, un poco al azar, a juicio de cada uno por así
decirlo. Moríais porque había hecho frío después de hacer
calor, porque vuestras mulas daban coces, porque la línea de
los Pirineos estaba azul, porque en la primavera el río Gua· TELóN
dalquivir es atrayente para el solitario, o porque hay imbé·
ciles mal aleccionados que matan por provecho o por honor,
cuando es tanto más distinguido matar por los placeres de
la lógica. Sí, moríais mal. Un muerto aquí, un muerto allá,
éste en su cama, aquél en la arena: era el libertinaje. Pero
·afortunadamente este desorden va a ser administrado. U na
sola muerte para todos y de acuerdo con el hermoso orden
de una lista. Tendréis vuestras fichas, ya no moriréis por ca·
pricho. El destino en adelante se ha puesto juicioso, ha ins·
talado sus oficinas. Figuraréis en la estadística y por fin ser·
viréis para algo. Porque olvidaba decíroslo: moriréis, por su·
puesto, pero seréis incinerados en seguida, o aun antes; es
más limpio y forma parte del plan. ¡España primero!
¡Ponerse en fila para morir bien, eso es, pues, lo princi-
pal! A ese precio gozaréis de mi favor. Pero atención con las
ideas desatinadas, con los furores del alma, como vosotros
decís, con las pequeñas fiebres, que hacen las grandes re-
beliones. He suprimido estas complacencias y he puesto la
E l e s t a d o d e s i t i o 147

las casas de las que me propongo ocuparme. ¡Usted, que-


rida amiga, comience a confeccionar las listas y haga llenar
los certificados de existencial
(LA PESTE sale por el otro lado.) .. . .
l•:c. PESCADOR (es el corifeo). - ¿Un certificado de existencia,
para qué?
LA SECRETARIA. - ¿Para qué? ¿Cómo prescindiría _usted de un
certificado de existencia para vivir?
fa. PESCADOR. - Hasta ahora habíamos vivido muy bien sin eso.
LA SECRETARIA. - Porque no estaban gobernados. En. camhio
Se¡;unda parte ahora lo están. Y el gran principio de nuestro gobierno es
justamente que siempre se necesita un certificado. _{!no pue-
de prescindir de pan y de mujer, pero de un certifica,do en
Una plaza de Cádiz. Del lado del fardín la portería del ce- regla y que certifique cualquier cosa, ¡de eso no sena po-
menterio. Del lado del patio, un muelle. Cerca del muelle la sible privarse! . . .. .
casa del fuez. Al levantarse el tel6n, los sepultureros, con ropas EL PESCADOR. - Hace tres generac10nes que mi familia arro¡a
de presidiarios, acarrean muertos. El chirrido de la carreta se las redes y el trabajo siempre se ha hecho como Dios man-
defa oir entre bastidores. La carreta entra y se detiene en me- da; ¡sin un papel escrito, se lo juro! ..
dio de la escena. Los presidiarios la cargan. Vuelve a dírigirs( UNA voz. - Somos carniceros de padres a hi1os. Y para matar
a la portería. En el momento en que se para delante del ce· los cameros no nos servimos de un certificado.
menterio, música militar; la portería se abre al público por LA SECRETARIA. - ¡Vivían ustedes en la anarquía, eso es todo!
una de sus paredes. Parece el patio de una escuela. LA SECRE· ¡Observen que no tenemos nada contra los matadero.s, al
TARIA preside. Un poco más abafo, mesas como las que se usan contrario! Pero hemos introducido en ellos los perfecc10na-
para distribuir tarjetas de abastecimiento. Detrás de una de mientos de la contabilidad. f:sa es nuestra superioridad . En
ellas, el PRIMER ALCALDE, con sus bigotes blancos, rodeado de cuanto a las redadas verán también que tenemos buenas fuer-
funcionarios. La música se refuerza. Del otro lado los GUARDIAS zas. Señor primer alcalde: ¿Tiene usted los formularios?
empujan al pueblo y lo conducen delante de la portería, mu- EL PRIMER ALCALDE. - Aquí están. _
feres 1J hombres separados. Luz en el centro. Desde lo alto de LA SECRETARIA. - Guardias, ¿quieren ayudar al senor para que
su palacio, la PESTE dirige a obreros invisibles, cuya agitaci6n avance?
en torno a Ta escena es lo único que se percibe. (Hacen avanzar al PESCADOR.) ..
EL PRIMER ALCALDE (lee). - Apellidos, nombres, condición.
LA PESTE. - Vamos, daos prisa, vosotros. Las cosas marchan LA SECRETARIA. - Prescinda de eso. El señor llenará sólo los
con mucha lentitud en esta ciudad, este pueblo no es tra- blancos.
bajador. Le gusta el ocio, es evidente. Yo sólo concibo la EL PRIMER ALCALDE. - Currículum vitae.
inactividad en los cuarteles y en las filas de espera. Este EL PESCADOR. - No comprendo. , . .
ocio es bueno, vacía el corazón y las piernas. Es un ocio LA SECRETARIA. - Debe usted indicar aqm los acontecimientos
que no sirve para nada. ¡Despachemos! Terminad de plan- importantes de su vida. ¡Es una manera de entablar cono-
tar la torre, la vigilancia no está en su sitio. Rodead la ciu- cimiento!
dad de alambradas de púas. A cada uno su primavera; Ja EL PESCADOR. - Mi vida me pertenece. Es algo privado, que
mía tiene rosas .de hierro. Encended los hornos, son nuestros a nadie le importa. .
fuegos de artificio. ¡Guardias! Poned nuestras estrellas en LA SECRETARIA. - ¡Algo privado! Esas palabras no tienen sen-
148 Albert Ca mus El estado de sitio 149

tido para nosotros. Se trata naturalmente de su vida pública, 1 1, PESCADOR. - Que mi madre sea mordida en el lugar del
Por lo demás, la única que le está autorizada. Señor alcalde, pl'cado si comprendo algo de esa jerga. .
pase al detalle. SECRETARIA. - Eso significa que es necesario dar las razo-
EL PRIMER ALCALDE. - ¿Casado? 11 s que usted tiene de estar en la vida.
EL PESCADOR. - En el 31. 1•:1 PESCADOR. - ¡La razones! ¿Qué razones quiere usted que
EL PRIMER ALCALDE. - ¿Motivos de la unión? •ncuentre?
EL PESCADOR. - ¡Motivos! ¡La sangre me hierve! 1.A SECRETARIA. - ¡Ya lo ve! An?telo, . señor. ~ri~e:1' alcalde, el
LA SECRETARIA. - Así está escrito. ¡Y es una buena manera infrascrito reconoce que su existencia es m1ustificable._ Esta-
de hacer público lo que debe cesar de ser personal! remos más libres cuando llegue el momento. Y u~ted, ~nfras­
EL PESCADOR. - Me casé porque es lo que se hace cuando se crito, comprenderá mejor que el certificado de existencia que
es un hombre. se le entrega sea provisional y a plazo fijo.
EL PRIMER ALCALDE. - ¿,Divorciado? EL PESCADOR. - Provisional o no, démelo para volver de una
EL PESCADOR. - No, viudo. vez a casa, que me esperan.
EL PRD.fER ALCALDE. - ¿Ha vuelto a casarse? LA SECRETARIA. - ¡Por cierto! Pero antes deberá traer un cer-
EL PESCADOR. - No. tificado de salud que le será entregado, mediante algunas
LA SECRETARIA. - ¿Por qué? formalidades, en el primer piso, división de asuntos en curso,
EL PESCADOR (gritando). - Quería a mi mujer. oficina de espera, sección auxiliar.
LA SECRETARIA. - ¡Extraño! ¿Por qué? (EL PESCADOR sale. La carreta de los muertos ha llegado en-
EL PESCADOR. - ¿Puede explicarse todo? tre tanto a la puerta del cementerio: comienzan a descargarla.
LA SECRETARIA. - ¡En una sociedad bien organizada, sí! Pero NADA, borracho, salta de la carreta lanzando alaridos.)
EL PRIMER ALCALDE. - ¿Antecedentes? NADA. - ¡Pero si les digo que no estoy muerto!
EL PESCADOR. - ¿Qué es eso? (Quieren volver a meterlo en la carreta. Escapa y entra en
LA SECRETARIA. - ¿Ha sido condenado por pillaje, perjuro o la portería.)
violación? NADA. - ¡Bueno, qué! ¡Si estuviera muerto se vería! ¡Oh,
EL PESCADOR. - ¡Nunca! perdón!
LA SECRETARIA. - ¡Un hombre homado, me lo sospechaba! LA SECRETARIA. - No es nada. Acérquese.
Señor primer alcalde, agregará usted la advertencia: vigilarlo. NADA. - Me han cargado en la carreta. ¡Pero había bebido
EL PRIMER ALCALDE. - ¿Sentimientos cívicos? demasiado, eso es todo! ¡La cuestión es suprimir!
EL PESCADOR. - Siempre he servido bien a mis conciudadanos. LA SECRETARIA. - ¿Suprimir qué?
Nunca he dejado que se marchara un pobre sin algún buen NADA. - ¡Todo, encanto mío! Cuanto más se suprime, mejor
pescado.
van las cosas. ¡Y si se suprime todo, es el paraíso! Los ena-
LA SECRETARIA. - Esa manera de responder no está autorizada.
morados, mire usted: ¡me dan horror! Cuando pasan de-
EL PRIMER ALCALDE. - ¡Oh, esto puedo explicarlo! ¡Los sen-
timientos cívicos, como usted sabe, son cosas mías! ¡Se b·at!'l lante de mí, escupo. ¡A espaldas de ellos, por supuesto, por-
de saber, buen hombre, si es usted de los que respetan el que los hay reconrosos! ¡Y los niños, cochina ralea! ¡~as
orden existente por la sola razón de que existe! flores, con ese aire estúpido, los ríos, incapaces de cambiar
EL PESCADOR. - Sí, cuando es justo y razonable. de idea! ¡Ah! ¡Suprimamos, suprimamos! ¡Es mi filosofía!
LA SECRETARIA. - ¡Dudoso! ¡Anote que los sentimientos cívicos ¡Dios niega el mundo, y yo niego a Dios! ¡Viva nada, puesto
son dudosos! Y lea la última pregunta. que es la única cosa que existe!
EL PRIMER ALCALDE (descifrando penosamente). - ¿Razones de LA SECRETARIA. - ¿Y cómo suprimir todo eso?
ser? . NADA. - ¡Beber, beber hasta la muerte y todo desaparece!
150 Albert Ca mus El estado de sitio 151

LA SECRETARIA. - ¡Mala técnica! ¡La nuestra es mejor! ¿Cóm pables. Y no se considerarán culpables mientras no se si,entan
te llamas? •ansados. Los están cansando, eso es todo. Cuando esten ex-
NADA. - Nada. tenuados de fatiga, lo demás marchará solo.
LA SECRETARIA. - ¿Cómo? J•:L PESCADOR. - ¿Por lo menos puedo conseguir ese maldito
NADA. - Nada. certificado de existencia?
LA. SECRETARIA. - Te pregunto tu nombre. J ,A SECRETARIA. - En principio no, pues necesita usted pri-
NADA. - Ése es mi nombre. mero un certificado de salud para conseguir un certificado
LA SECRETARIA. - ¡Eso sí que está bien! ¡Con semejante nom- de existencia. Aparentemente no hay salida.
bre, tenemos que trabajar juntos! Pasa de este lado. Serás l~L PESCADOR. - ¿y entonces?
funcionario de nuestro reino. LA SECRETARIA. - Entonces queda nuestra buena voluntad.
(Entra EL PESCADOR.) Pero es a corto plazo, como toda buena voluntad. Le damos,
LA SECRETARIA. - Señor alcalde, ¿quiere usted entrar al señor pues, este certificado por favor especial. Simplemente, sólo
Nada? Entretanto, guardias, venderéis las insignias. (Se acerca válido por una semana. Dentro de una semana veremos.
a DIEGO.) Buenos días. ¿Quiere comprar una insignia? EL PESCADOR. - ¿Veremos qué?
DIEGO. - ¿Qué insignia? LA SECRETARIA. - Veremos si cabe renovárselo.
LA SECRETARIA. - La insignia de la peste, vamos. (Una pausa.) EL PESCADOR. - ¿Y si no me lo renuevan?
Es usted libre de rechazarla. No es obligatoria. LA SECRETARIA. - Como su existencia ya no tendrá garantía,
DIEGO. - Entonces la rechazo. se procederá sin duda a cancelarlo. Señor alcalde, asiente
LA SECRETARIA. Muy bien. (Acercándose a VICI:?RIA.) ¿Y ese certificado en trece ejemplares.
usted? EL PRIMER ALCALDE. - ¿Trece?
VICTORIA. - No la conozco a usted. LA SECRETARIA. - ¡Sí! Uno para el interesado y doce para el
LA SECRETARIA. - Perfecto. Les hago notar simplemente que buen funcionamiento.
aquellos que se niegan a llevar esta insignia tienen la obli- (Luz en el centro.) . . , .
gación de llevar otra. LA PESTE. - Haga empezar los grandes traba1os mutiles. s- l!
DIEGO. - ¿Cuál? ted, querida amiga, tenga lista la balanza de .l,as deporta~10-
LA SECRETARIA. - Pues la insignia de los que se niegan a lle- nes y concentraciones. Active la transformac10n de los ino-
var la insignia. De ese modo, se sabe desde el primer mo- centes en culpables para que la mano de obra alcance.
mento con quién tiene que habérselas. ¡Deporte al que sea importante! ¡Vamos a carecer de hom-
EL PESCADOR. - Discúlpeme. bres, seguramente! ¿Cómo andamos con el empadrona-
LA SECRETARIA (volviéndose hacia DIEGO y VICTORIA). - ¡Hasta miento?
pronto! (Al PEscADoR.) ¿Qué pasa ahora? LA SECRETARIA. - ¡Está en curso, todo marcha bien y me
EL PESCADOR (con furor creciente). - Vengo del primer piso, parece que estas buenas gentes me ;11an comprendido! .
y me respondieron gue debía llegarme aquí para obtener LA PESTE. - Es usted demasiado fácil de entender, quenda
el certificado de existencia sin el cual no me darán certi- amiga. Siente la necesidad de que la comprendan. Es. un
ficado de salud. defecto para su oficio. Estas bue~as gentes, como ust.ed di.ce,
LA SECRETARIA. - ¡Es clásico! naturalmente, no han comprendido nada, pero no tiene im-
EL PESCADOR. - ¿Cómo, clásico? portancia. Lo esencial no es q'.1e comprendan s~no que se
LA SECRETARIA. - Sí, eso prueba que esta ciudad comienza a ejecuten. ¡Vaya! Es una expresión llena de sentido, ¿no le
estar administrada. Nuestra convicción es que ustedes son parece?
culpables. Culpables de ser gobernados, naturalmente. Pero LA SECRETARIA. - ¿Qué expresión?
es necesario que ustedes mismos comprendan que, son cul- LA PESTE. - Ejecutarse. ¡Vamos, vosotros: :ejecutáos, ejecu-
152 A l b ·e r t C a 111 u s E l e s t a d o. d e s i t i b 153'

táos! ¿Eh? ¡Qué fórmula! (Luz rápida en la portería donde NADA está sentado con EL
LA SECRETARIA. - ¡Magnífica! 1.CALDE. Delante de él, filas de administrados:)
LA PESTE. - ¡Magnífica! ¡Está todo en ella! En primer lugar lJN HOMBRE; - La vida ha aumentado y los salarios son in-
la imagen de la ejecución, que es una imagen enternecedora, suficientes.
y luego la idea de que el ejecutado colabora en su ejecu- NADA. - Ya lo sabíamos y aquí tenemos un nuevo arancel.
ción, que es el fin y el consolidamiento de todo buen Acaba de ser establecido.
gobierno. l•:L HOMBRE. - ¿Cuál será el porcentaje de aporte?
(Ruido en el fondo.) NADA (lee). - ¡Es muy sencillo! Arancel número 108. "El de-
LA PESTE. - ¿Qué es eso? creto de revalorización de los salarios interprofesion alr ~ y
(EL CORO de las mujeres se agita.) subsiguientes establece supresión del salario de base y libe-
LA SEC11ETARIA. - Son las mujeres que se agitan. ración incondicional de las escalas móviles que reciben de·
. EL CORO. - Ésta tiene algo que decir. este modo licencia de llegar a un salario máximo que queda:
LA PESTE. - Acércate. por prever. Las escalas, suprimidas las mejoras otorgadas fic-
UNA MUJER (avanzando). - ¿Dónde está mi marido? ticiamente por el arancel número 107, continuarán sin em-
LA PESTE. - ¡Bueno, bueno! ¡Ahí está el corazón humano, bargo, siendo calculadas, fuera de las modalidades propia-
como dicen! ¿Qué le ha pasado a tu marido? mente dichas de reclasificación, sobre el salario de base pre-·
LA MUJER. - No ha vuelto. cedentemente suprimido".
LA PESTE. - Cosa vulgar. No te preocupes de nada. Ya· en- EL HOMBRE. - ¿Pero qué aumento representa eso?
contró una cama. NADA. - El aumento es para adelante, el arancel para hoy.
LA MUJER. - Es un hombre y se respeta. Añadimos un arancel, eso es todo.
LA PESTE. - ¡Naturalmente, un fénix! Ocúpese de esto, que- EL HOMBRE. - ¿Pero qué quiere usted que hagamos con ese
rida amiga. arancel?
LA SECRETARIA. - ¡Apellido y nombre! NADA (gritando). - ¡Que se lo coman! El siguiente. (Se pre-
LA MUJER. - Gálvez, Antonio. senta otro hombre.) Tú quieres abrir un comercio. Buena
(LA SECRETARIA mira su libreta y habla al oído de LA PESTE.) idea, ya lo creo. Bueno, pues empieza por llenar este for-
LA SECRETARIA. - ¡Bueno! Tiene la vida a salvo, alégrate. mulario. Mete los dedos en esta tinta. Ponlos aquí. Perfecto.
LA MUJER. - ¿Qué vida? EL HOMBRE. - ¿Dónde puedo limpiarme?
LA SECRETARIA. - ¡La vida de castillo! NADA. - ¿.Dónde puedo limpiarme? (Hojea un legajo.) En nin-
LA PESTE. - Sí, lo deporté con algunos otros que hacían ruido guna parte. No está previsto por el reglamento.
y los quise perdonar, quise ser benévolo con ellos. EL HOMBRE. - Pero no puedo quedarme así.
LA MUJER (retrocediendo). - ¿Qué ha hecho usted? NADA. - ¿,Por qué no? Además, ¿qué te importa, si no tienes-
LA PESTE (con rabia histérica). - Los he concentrado. ¡Hasta el derecho de tocar a tu mujer? Y te conviene.
ahora vivían en la dispersión y la frivolidad, un poco dilui- EL HOMBRE. - ¿Cómo que me conviene?
dos, por así decirlo! ¡Ahora son más firmes, se concentran! NADA. - Sí. ·Te humilla, en consecuencia te conviene. Pero·
volvamos a tu comercio. ¿Prefieres beneficiarte con el ar-
LA MUJER (huyendo hacia EL CORO que se abre para acogerla). tículo 208 del capítulo 62 de la decimosexta circular con-
- ¡Ah! ¡Mísera! ¡Mísera de mí!
tante para el quinto reglamento general, o bien con ef
EL CORO. - ¡Míseras! ¡Míseras de nosotras! párrafo 27 del artículo 207 de la circular 15 del reglamento,
LA PESTE. - ¡Silencio! ¡No es quedéis inactivas! ¡Haced algof particular?
¡Ocupáos! (Soñador.) Ellos se ejecutan, se ocupan, se con- EL HOMBRE. - ¡Pero no conozco ninguno de los dos textosr
centran. ¡La gramática es algo bueno, puede servir para todo! NADA. - ¡Por supuesto, hombre! Tú no los conoces. Yo tam-
154 A l b e 1· t C a m u s El estado de sitio 155

poco. Pero como de todos modos hay que decidirse, hare• LA MUJER. - Justicia es que los niños coman lo que
mas que te beneficies con los dos a la vez. tienen ganas y no sientan frío. Justicia es que mis
EL HOMBRE. - Es mucho, Nada, y te lo agradezco. pequeños vivan. Los eché al mundo en una tierra
NAD'\. - No me lo agradezcas. Porque parece que uno de lo de alegría. El mar brindó el agua de su bau-
arhculos te concede el derecho de tener el comercio mien- tismo. No necesitan otras riquezas. No pido para
tras que el otro te quita el de vender cualquier cos~. ellos nada más que el pan de cada día y el sueño
EL HOMBRE. - ¿Pero qué es eso? de los pobres. No es nada y sin embargo es lo
NADA. - ¡El orden! que negáis. Y si negáis a los desventurados el
(Llega una MUJER, enloquecida.) pan, no hay lujo, ni hermosas palabras, ni prome-
NADA. - ¿Qué pasa, mujer? sas misteriosas que os otorguen el perdón jamás.
LA MUJER. - Mi casa ha sido requisada. Al mismo NADA. - Optad por vivir de rodillas antes que morir
NADA. - Bueno. tiempo de pie, a fin de que el universo encuentre su
LA MUJER. - Han instalado en ella servicios administrativos. orden medido con la escuadra de las potencias,
NADA. - ¡Por supuesto! compartido entre los muertos tranquilos y las hor-
LA MUJER. - Pero estoy en la calle y me prometieron alo- migas en adelante bien educadas, paraíso purita-
jamiento. no privado de praderas y de pan, donde circulan
NADA. - ¡Ya ves: se ha pensado en todo! ángeles policías de alas mayúsculas entre bien-
LA MUJER. - Sí, pero hay que hacer una demanda que seguirá aventurados hartos de papel y de fórmulas nu-
su curso. Entretanto, mis hijos están en la calle. . tritivas, de rodillas ante el condecorado dios
NADA. - Razón de más para que hagas la demand·a. Llena destructor de todas las cosas y decidiclament_e
este formulario. consagrado a disipar los antiguos delirios de un
LA MUJER (toma el formulario). - ¿Pero marchará rápido? mundo demasiado delicioso.
NADA. - Puede marchar rápido con tal de que alegues una NADA. - ¡Viva nada! Ya nadie se entiende: ¡estamos en el
justificación de urgencia.
instante perfecto!
LA MUJER. - ¿Qué es eso?
(Luz en el centro. Se recortan barracas y alambradas, mira-
NADA. - Un documento que pruebe que para ti es urgente dores y algunos otros monumentos hostiles. Entra DIEGO con
no seguir en la calle.
la máscara, como si se viera acosado. Ve los monumentos, el
LA MUJER. - Mis hijos no tienen techo; ¿hay algo más ur- pueblo y la PESTE.)
gente que dárselo? ·
DIEGO (dirigiéndose al CoRo). - ¿Dónde está España? ¿Dón-
NADA. - No te darán alojamiento porque tus hijos están en de está Cádiz? ¡Esta decoración no pertenece a nin gún
la calle. Te darán alojamiento si presentas un testimonio. país! Estamos en otro mundo, donde el hombre no puede
No es lo mismo.
LA .MUJER. - Nunca he podido entender ese lenguaje. ¡El
vivir. ¿Por qué estáis mudos?
diablo habla de ese modo y nadie lo entiende! EL coRo. - ¡Tenemos miedo! ¡Ah, si soplara viento! ...
NADA. - No es casualidad, mujer. El asunto aquí es proceder DIEGO. - Yo también tengo miedo. ¡Hace bien proclamar el
de suerte qu.e nadie entienda, hablando la misma lengua. miedo! Gritad, el viento responderá.
Y puedo decirte que nos acercamos al instante perfecto en EL CORO. - ¡Eramos un pueblo y ahora somos una masa! ¡Nos
que todo el mundo hablará sin encontrar nunca eco, y en que invitaban; vednos convocados! ¡Cambiábamos pan y leche,
los dos lenguajes que se enfrentan en esta ciudad, se des- ahora nos abastecen! ¡Arrastramos los pies! (Los arrastran.)
truirán uno al otro con tal obstinación que habrá que enca- ¡Arrastramos los pies y decimos que nadie puede nada por
minarse hacia el logro último que es el silencio y la muerte. nadie y que hemos de esperar, cada uno en su sitio, en el lugar
156 A l b e r t C a m u s El estado de sitio l 5i

asignado! ¿Para qué gritar? ¡Nuestras mujeres ya no tienen l.A PESTE (gritando). - ¡Marcadlo! ¡Marcadlos a todos! Aun
el rostro .de flor que nos sofocaba de deseo, España ha lo que no dicen puede oírse todavía! ¡Ya no pueden protes-
desaparecido! ¡Arrastremos los pies! ¡Arrastremos los pies! tar, pero su silencio chirría! ¡Aplastadles las bocas! Amor-
¡Ah, dolor! ¡Arrastramos los pies sobre nosotros mismos! dazadlos y enseñadles las directivas que ellos también re-
¡Nos ahogamos en esta ciudad clausurada! Ah, si soplara pitan siempre la misma cosa, hasta que se conviertan por
el viento! ... fin en los buenos ciudadanos que necesitamos.
LA PESTE. - Esto es cordura. Acércate, Diego, ahora que has (De las bóvedas caen entonces, vibrantes como si pasaran
comprendido. ¡10r megáfonos, nubes de slogans que se amplifican a medida
(En el cielo ruido de cancelaciones.) <¡ue son repetidos y que cubren el CoRo con la boca cerrada
DIEGO. - ¡Somos inocentes! hasta que reina un silencio absoluto.)
(LA PESTE lanza una carcajada.)
DIEGO (gritando). - ¿La inocencia, verdugo, comprendes la ¡Una sola PESTE, un solo pueblo!
inocencia? ¡Concentráos, ejecutáos, ocupaos!
LA PESTE. - ¡La inocencia! ¡No la conozco! ¡Una buena PESTE vale más que dos libertades!
DIEGO. - Entonces, acércate. El más fuerte matará al otro. ¡Deportad, torturad; siempre quedará algo!
LA PESTE. - El más fuerte soy yo, inocente. Mira.
(Hace una señal a los GUARDIAS, quienes avanzan hacia DIE- (Luz en casa del JUEz.}
GO. P.ste huye.) VICTORIA. - No, padre. No entregará usted a esta v1e1a sir-
LA PESTE. - ¡Perseguidlol ¡No lo dejéis escapar! ¡El que huye vienta con el pretexto de que está contaminada. Olvida que
nos pertenece! Marcadlo. me ha criado y que lo ha servido sin quejarse nunca.
(Los .GUARDIAS persiguen a DIEGO. Persecución mimada en EL yuEz. - ¿Quién se atrevería a censurar lo que he decidido?
el escenario corpóreo. Silbato. Sirenas de alarma.) VICTORIA. - No puede usted decidir en todo. El dolor tam-
EL CORO. - ¡Aquél corre! Tiene miedo y lo dice. ¡No es dueño bién tiene sus derechos.
de sí, está enloquecido! Nosotros nos hemos vuelto juicio- EL JUEZ. - Mi papel es preservar esta casa e impedir que el
sos. Nos administran. Pero en el silencio de las oficinas es- mal penetre en ella. Yo ...
cuchamos un largo grito contenido que es el de los ~ora­ (Entra de improviso DIEGO.)
zones separados y que nos habla del mar bajo el sol de me- EL yuEz. - ~- Quién te ha permitido que entres aquí?
diodía, del olor de las cañas en la noche, de los brazos fres- DIEGO .. - ¡El miedo me ha empujado a tu casa! Huyo de la
cos de nuestras mujeres. Nuestras caras están selladas, nues- Peste.
tros pasos contados, nuestras horas ordenadas, pero nuestro EL JUEZ. - No la huyes, ]a traes contigo. (S eñala con el dedo
corazón rechaza el silencio. Rechaza las listas y las matrí- a DIEGO la marca que lleva · ahora en la axila. Silencio. Dos
culas, los muros que no terminan, los barrotes en las ven-- o tres silbatos a lo lejos.) Vete de esta casa.
tanas, los amaneceres erizados de fusiles. Los rechaza como DIEGO. - ¡Déjame! Si me echas, me mezclarán con todos ]os
éste que corre para llegar a una casa, huyendo de esta de- otros, y será el amontonamiento de la muerte.
coración de sombras y de números, para encontrar al fin EL JUEZ. - Soy el servidor de la ley, no puedo acogerte aquí.
un refugio. Pero el único refugio es el mar del cual nos se- DIEGO. - Tú servías la antigua ley. Nada tienes que hacer con
paran esos muros. Que el viento sople y por fin podremos la nueva.
respirar . .. EL yuEZ. - Yo no sirvo la ley por lo que dice sino porque es
(DIEGO, en efecto, se ha precipitado hacia una casa. Los- la ley. . ·
GUARDIAS se detiene,n delante de la puerta y allí apostan cen- DIEGO. - ¿Y si la ley es el crimen?
tinelas.) · EL JUEZ. - Si el crimen se convierte en ley, cesa de ser crimen.
l 58 A l b e r t C a m u s El estado de sitio ¡59·

DIEGO. - ¡Y hay que castigar la virtud! I, IUJA DEL JUEZ. - No, padre, no haga nada. No es cosa.
EL JUEZ. - Hay que castigarla, en efecto, si tiene la arrogan- 1111stra.
cia de discutir la ley. I , MUJER. - No la escuches. Bien sabes que odia a su her-
VIcroRIA. - Casado, no es la ley la que te hace obrar: es el 1nano.
miedo. 1:1. JUEZ. - Tiene razón. No es cosa nuestra.
1

EL JUEZ. - Éste también tiene miedo. 1, MUJER. - Y tú también odias a mi hijo.


VIcroRIA. - Pero todavía no ha traicionado nada. 1:1. JUEZ. - Tu hijo, en efecto.
1

EL JUEZ. - T:aicion~rá. Todo el mundo traiciona porque todo 11 MUJER. - ¡Oh! Tú no eres hombre que se atreva a recor-
el n_iundo tiene miedo. Todo el mundo tiene miedo porque dar lo que estaba perdonado.
nadie es puro. 1:1. JUEZ. - No he perdonado. Seguí la ley que, a los ojos de-
1

VIcroRIA. - Padre, pertenezco a este hombre, usted lo ha con- todos, me hacía padre de este niño.
sentido. Y no puede quitármelo después de habérmelo dado 1croruA. - ¿Es cierto, madre?
ayer. l . A MUJER. - Tú también me desprecias.
EL JUEZ. - No he dicho que sí a tu boda. He dicho que sí a VccroruA. - No. Pero todo se hunde al mismo tiempo. El al--
tu partida. ma vacila.
VICTORIA. - Yo sabía que usted no me quería. (El JUEZ da un paso hacia la puerta.)
EL JUEZ (la mira). - Toda muier me inspira horror. (Llaman 1)meo. - El alma vacila, pero la ley nos sostiene, ¿no es cier-
bruscamente a la puerta.) ¿Qué pasa? to, juez? ¡Todos hermanos! (Levanta al niño delante de él)
UN .~UARDIA (afuera). - La casa está condenada por haber co- Y también tú, a quién daré el beso de los hermanos.
bi1ado a un sospechoso. Todos los habitantes están en ob- 1.A MUJER. - ¡Espera, Diego, te lo suplico! No seas como é~te ·
servación. que se ha endurecido hasta el corazón. Pero se detendrá.
DIEGO (lanzando una carcajada). - La ley es buena, tú bien (Corre hacia la pue1ta y se interpone en el camino del JUEz.)'
lo sabes. Pero es un poco nueva y no la conocías del todo. Vas a ceder, ¿no es cierto?
¡Juez, acusados y testigos, todos somos ahora hermanos! LA HIJA DEL JUEZ. - ¿Por qué había de ceder y qué le impor-
(Entran LA MUJER DEL JUEZ, EL HIJO MENOR y LA HIJA.) ta ese bastardo que ocupa aquí el lugar principal?
LA MUJER. - Han atrincherado la puerta. LA MUJER. - Calla, te corroe la envidia y ya estás toda negra.
VICTORIA. - La casa está condenada. (Al JUEZ.) Pero tú, tú que te acercas a la muerte, bien sa-
EL JUEZ. - Por él. Y voy a denunciarlo. Entonces abrirán fa bes que nada hay que envidiar en la tierra, fuera del sueño
casa. y la paz. Bien sabes que dormirás mal en tu lecho solitario
VICTORIA. - Padre, su honor se lo prohibe. si dejas hacer eso.
EL JUEZ. - El honor es asunto de hombres y ya no hay hom-- EL JUEZ. - La ley está de mi parte. Ella me dará el reposo.
bres en esta ciudad. LA MUJER. - Escupo en tu ley. ¡Yo cuento con el derecho, el
(Se oyen silbatos, ruidos de carrera que se acerca. DIEGO es- derecho de los que no quieren estar separados, el derecho·
cucha, mira a todas partes con ojos enloquecidos y se apodera de los culpables al perdón, y el de los arrepentidos a ser-
bruscamente del niño.) reivindicadosl Sí, escupo en tu ley. ~. Estaba de tu parte la
DIEGO. - ¡Mira, hombre de la ley! Si haces un solo gesto,. ley cuando presentaste excusas cobardes a aquel capitán que·
aplastaré la boca de tu hijo sobre la señal de la Peste. te retaba a duelo, cuando trampeaste para escapar a la cons-
VICTORIA. - Diego, eso es una cobardía. cripción? ¿La ley estaba de tu parte cuando invitaste a tu
DIEGO. - Nada es cobardía en la ciudad de los cobardes. lecho a aquella muchacha que litigaba contra un amo in-
LA MUJER (corriendo hacia el JUEz). - ¡Prométeselo, Casadot digno?
Promete a ese loco lo que quiere. EL JUEZ. - Calla, mujer.
160 Al .bert Ca mus E l e s t -a d O· d e .s i t i O· 161

VICTORIA. - ¡Madre! den de hacer votar a sus administrados a favor del nuevo
LA MUJER. - No, Victoria, no callaré. Callé durante todos esto gobierno.
años. Lo hice por mi honor y por amor a Dios. Pero el honor EL PRIMER ALCALDE. - No es fácil. ¡Algunos se atreven a vo-
ya no existe. Y un solo cabello de este niño es para mí má tar en contra!
precioso que el cielo mismo. No callaré. Y por lo menos 1 ADA. - No, si usted sigue los buenos principios.
diré a ése que el derecho nunca estuvo de su lado, porque l•:L PRIMER ALCALDE. - ¿Los buenos principios?
el derecho, ¿lo oyes, Casado?, está del lado de los que su· ADA. - Los buenos principios establecen que el voto es li-
fren, gimen, esperan. No está, no, no puede estar con los bre. Es decir, se considerará que los votos favorables al go-
que calculan y amontonan. bierno fueron libremente emitidos. En cuanto a los otros, y
(DIEGO ha soltado al niño.) a fin de eliminar las trabas secretas que hubiera podido su-
LA HIJA DEL JUEZ. - f::sos son los derechos del adulterio. frir la libertad de selección, se descontarán de acuerdo con
LA MUJER (gritando). - No niego mi falta, la gritaré al mun- el método preferencial, alineando la parte divisional al co-
do entero. Pero sé, en mi miseria, que la carne tiene sus ciente de los sufragios no emitidos en relación al terci-0 de
faltas, en tanto gue el corazón tiene sus crímenes. Lo que los votos eliminados. ¿Está claro? .
se hace en la calentura del amor debe recibir piedad. EL PRIMER ALCALDE. - Claro, señor ... En fin, creo entender.
LA HIJA. - ¡Piedad para las perras! NADA. - Lo admiro, alcalde. Pero baya o no comprendido,
LA MUJER. - ¡Sí! ¡Porque tienen un vientre para gozar y para no olvide que el resultado infalible de este método deberá
engendrar! consistir siempre en dar por nulos los votos hostiles al go-
EL JUEZ. - ¡Mujer! ¡Tu defensa no es buena! ¡Denunciaré al bierno.
hombre que ha causado este trastorno! Lo haré con doble EL PRIMER ALCALDE. - Pero usted había dicho que el voto era
contento, porque será en nombre de la ley y del odio. libre.
VICTORIA. - Maldito seas tú, gue acabas de decir la verdad. NADA. - Lo es, en efecto. Sólo que partimos del principio de
Nunca juzgaste sino según el odio, y lo adornabas con el que un voto negativo no es un voto libre. Es un voto sen-
nombre de ley. Y aun las mejores leyes adquirieron mal timental y se encuentra, en consecuencia, encadenado por
gusto en tu boca; era la boca agria de los que jamás han las pasiones.
amado. ¡Ah, el asco me sofoca! Vamos, Diego, tómanos a EL PRIMER ALCALDE. - ¡No bahía pensado en eso!
todos en tus brazos y pudrámonos juntos. Pero deja vivir a NADA. - Es que usted no tenía una idea justa de lo que es
ése para guíen la vida es un castigo. la libertad.
Dmco. - Déjame. Me da vergüenza ver a qué hemos llegado. (Luz en el centro. Dmco y VICTORIA llegan, corriendo, al
VICTORIA. - Yo también tengo vergüenza. Hasta morir de ver- proscenio.)
güenza. DIEGO. - Quiero escapar, Victoria. Ya no sé dónde está el
(DIEGO se arroja bruscamente por la ventana. EL JuEz corre deber. No comprendo.
también. VICTORIA escapa por una puerta falsa.) VICTORIA. - No me abandones. El deber está junto a quienes
LA MUJER. - Ha llegado el tiempo en que los bubones tienen amamos. Mantente firme.
que reventar. No somos los únicos. Toda la ciudad padece DIEGO. - Pero soy demasiado orgulloso para amarte sin es-
la misma fiebre. timarme.
EL JUEZ. - ¡Perra! VICTORIA. - ¿Quién te impide estimarte?
LA MUJER. - ¡Juez! Dmco. - Tú, que, según veo, no desfalleces.
(Oscuridad. Luz en la portería. NADA y el ALCALDE se pre- VICTORIA. - Ah, no bables así, por nuestro amor, o caeré fren-
paran para marcharse.) te a ti y te mostraré toda mi cobardía. Porque no es cierto
NADA. - Todos los comandantes de distrito han recibido or- lo que dices. Desfallezco, desfallezco cuando pienso en aquel
El estado de sitio 163
162 A l b e r t C a m u s

tiempo en que podía abandonarme a ti. ¿Dónde está el tiem- l)IEOO (soltándose a medias). - ¡No quiero m~rir solo!. ¡Y lo
po en que el agua subía en mi corazón en cuanto pronun· que más amo en el mundo se aparta de m1 y se mega a
ciaban tu nombre? ¿Dónde está el tiempo en que una voz seguirme! . . . _
gritaba en mí "Tierra" en cuanto aparecías? Sí, desfallezco, VICTORIA (lanzándose hacia él). - ¡Ah, Diego, al infierno s1
me muero de cobarde pesar. Y si todavía me mantengo en es preciso! Vuelvo , a encontrarte. . . Mis pi~rnas tiemblan
pie, es porque el impulso del amor me arroja hacia adelan- junto a las tuyas. Besame para sofocar este gnto qne sube de
te. Pero si desapareces, mi carrera se detendrá y me des- lo profundo de mi cuerpo, que va a salir, que sale. . . ¡Ah!
plomaré. (E;l la besa con ardor, luego se arranca de ella y la defa
DIEGO. - ¡Ah! ¡Si por lo menos pudiera ligarme ~ ti y desli- I rémula en medio de la escena.)
zarme con mis miembros anudados a los tuyos, hasta el fon- DIEGO. - ¡Mírame! ¡No, no tienes nada! ¡Ninguna señal! ¡Esta
do de un sueño sin fin! locura no tendrá consecuencias!
VICTORIA. - Te espero. VICTORIA. - ¡Vuelve, ahora tiemblo de frío! ¡Hace un instante·
(DIEGO avanza lentamente hacia ella, que avanza hacia él. tu pecho me quemaba las manos, mi sangre corría en mí
No se quitan los ojos de encima. Van a encontrarse, cuando como una llama! Ahora ...
surge entre ambos la SECRETARIA.) DIEGO. - ¡No! Déjame solo. No puedo distraerme de este dolor.
LA SECRETARIA. - ¿Qué hacen ustedes? VICTORIA. - ¡Vuelve! ¡Lo único que te pido es consumirme
VICTORIA (gritando). - ¡El amor, por supuesto! con la misma fiebre, padecer la misma herida en un solo
(Ruido terrible en el cielo.) grito!
LA SECRETARIA. - ¡Shh! Hay palabras que no se deben pro- DIEGO. - ¡No! ¡En adelante estoy con los otros, con los que
nunciar. Debería usted saber que eso está prohibido. Mire.. están marcados! Su sufrimiento me inspira horror, me llena
(Golpea a DIEGO en la axila y lo marca por segunda vez.) de un asco que hasta ahora me excluía de todo. Pero al fin
LA SECRETARIA. - Era sospechoso. Ahora está contaminado. he caído en Ja misma desgracia, ellos me necesitan.
(Mira a DIEGO.) Lástima. Un muchacho tan lindo. (A VIC- VICTORIA. - ¡Si hubieras de morir, envidiaría a la misma tierra
TORIA.) Discúlpeme. Pero prefiero los hombres a las muje- que desposará tu cuerpo!
res, tengo una partida empeñada con ellos. Buenas noches. DIEGO. - ¡Tú estarás del otro lado, con los que viven!
(DIEGO mira con horror su nueva señal. Echa miradas en- VICTORIA. - ¡Puedo estar contigo, con sólo que me beses largo
loquecidas a su alrededor, luego se abalanza hacia VICTORIA rato!
y se aferra a ella.) DIEGO. - ¡Ellos han prohibido el amor! ¡Ah! ¡Te echo de me-
DIEGO. - ¡Ah! ¡Odio tu belleza porque ha de sobrevivirmel nos con todas mis fuerzas!
Maldita sea, pues servirá a otros. (La aplasta contra sí.) ¡Así! VICTORIA. - ¡No! ¡No! ¡Te lo suplico! Yo he comprendido lo
¡No estaré solo! ¿Qué me importa tu amor si no se pudre que quieren. Disponen todas las cosas para que el amor sea
conmigo? imposible. Pero yo seré la más fuerte.
VICTORIA (ebatiéndose). - ¡Me haces daño! ¡Déjame! DIEGO. - Yo no soy el más fuerte. ¡Y no es una derrota lo
DIEGO. - ¡Ah! ¡Tienes miedo! (Se ríe como un loco. La sacu-
que quería compartir contigo!
de.) ¿Dónde están los caballos negros del amor? ¡Enamora- VICTORIA. - ¡Yo estoy entera! ¡Sólo conozco mi amor! Nada me
da en los buenos momentos, pero viene la desl!racia y los
caballos desaparecen! ¡Por lo menos muere conmigo! atemoriza ya, y aunque el cielo se desplomara, me hundiría
VICTORIA. - ¡Contigo, pero nunca contra ti! ¡Detesto ese ros- gritando mi felicidad si tuviera tu mano.
tro de miedo y de odio que tienes ahora! ¡Suéltame! Dé- (Se oye gritar.)
jame libre para buscar en ti la antigua ternura. Y mi cora- DIEGO. - ¡Los otros gritan también!
zón hablará de nuevo. VICTORIA. - ¡Soy sorda hasta la muerte!
16-1 A l b e r t C a, m u s El estado de sit{o 165

DIEGO. - ¡Mira! (Pero los gemido.s y las imprecaciones redoblan. Dmco mira
(Pasa la carreta.) todos lados como un insensato y huye.)
11
VICTORIA. - ¡Mis ojos ya no ven! El amor los encandila. VrcroRIA. - ¡Ah, soledad!
DIEGO. - ¡Pero el dolor está en ese cielo que pesa sobre nos· CoRo DE MUJERES. - ¡Somos guardianas! Esa historia excede
otros! · nuestras fuerzas y esperamos que termine. Guardaremos el
VICTORIA. - ¡Demasiado me cuesta llevar mi amor! ¡No he de secreto hasta el invierno, hasta la hora de las libertades,
cargar además con el dolor del mundo! l!:sa es una tarea cuando los alaridos de los hombres hayan callado y vuelvan
masculina, una de esas tareas vanas, estériles, obstinadas, que entonces a nosotras para reclamarnos aquello de lo cual no
vosotros proseguís para apartaros del único combate que se- pueden prescindir: el recuerdo de los mares libres, el cielo
ría realmente difícil de la única victoria de la que podríais desierto del verano, el olor eterno del amor. Aquí estamos,
estar orgullosos. esperando como hojas muertas en el chubasco de septiem-
DIEGO. - ¿Y qué tengo yo que vencer en este mundo sino la bre. Ellas planean un momento, luego el peso del agua que
injusticia que se hace con nosotros? transportan las aplasta contra la tierra. También nosotras
VICTORIA. - ¡La desgracia está en ti! Y lo demás ya v~ndrá. estamos contra la tierra. Con las espaldas encorvadas, espe-
DIEGO. - Estoy solo. La desgracia es demasiado grande para rando que se sofoquen los gritos de todos los combates, es-
mí. cuchamos gemir dulcemente en el fondo de nosotras mismas
VICTORIA. - ¡Estoy a tu lado, con las armas en la mano! la lenta resaca de los mares dichosos. Cuando los almendros
DIEGO. - ¡Qué hermosa eres y cómo te amaría si no temiera! desnudos se cubran de flores de escarcha, entonces nos in-
VICTORIA. - ¡Qué poco temerías si quisieras amarme! corporaremos un poco, sensibles al primer viento de espe-
DIEGO. - Te amo. Pero no sé quién tiene razón. ranza, pronto erguidas en esa segunda primavera. Y aquellos
VICTORIA. - Aquél que no teme. ¡Y mi corazón no es teme- a quienes amamos vendrán hacia nosotras, y a medida que
roso! Arde con una sola llama, clara y alta, como esos fue- avancen, seremos como esas pesadas barcas que la marea
gos con los que se saludan nuestros montañeses. :1!:1 también levanta poco a poco, pegajosas de sal y de agua, ricas de
te llama ... ¿Ves? ¡Es la fiesta de San Juan! olores, hasta que flotan al fin en el mar espeso. ¡Ah!, que
DIEGO. - ¡En medio de los osarios! sople el viento, que sople el viento ...
VICTORIA. - Osarios o praderas, ¿qué más da para mi amor? (Oscuridad.)
¡l!:l, por lo menos, no perjudica a nadie, es generoso! Tu (Luz en el muelle. DIEGO entra y llama a voces a alguien a
locura, tu abnegación estéril, ¿a quién benefician? A mí no, quien ve muy le¡os, hacia el mar. En el fondo, el coro de lvs
a mí no; en todo caso, a quien apuñalas con cada palabra. hombres ... )
DIEGO. - ¡No llores, salvaiel ¡Oh, desesperación! ¿,Por qué ha DIEGO. - ¡Ohél ¡Ohé!
UNA voz. - ¡Ohé! ¡Ohél
llegado este mal? ¡Hubiera bebido esas lágrimas, y con la
(Aparece un barquero; sólo su cabeza asoma por encima del
boca quemada por su amargura, habría puesto en tu rostro
muelle.) '
tantos besos como hojas tiene un olivo! DIEGO. - ¿Qué haces?
VICTORIA. - ¡Ah! ¡Vuelvo a encontrarte! ¡l!:se es nuestro len- EL BARQUERO. - Abastezco.
guaje que habías perdido! (Tiende las manos.) Déjame que DIEGO. - ¿A la ciudad?
te reconozca ... EL BARQUERO. - No, la ciudad es abastecida en principio por
DIEGO. - Tú también tienes miedo ... la administración: De tarietas, naturalmente. Yo abastezco
{VIc:mRIA planta la mano en las marcas. DIEGO retrocede, de pan y leche. Hay en alta mar navíos anclados y en ellos
extraviado. Ella tiende los brazos.) se han confinado algunas familias para escapar a la infec-
VICTORIA. - ¡Ven pronto! ¡No temas nada más! ción. Traigo sus cartas y les llevo provisiones.
166 A l b e T t e a m u s El estado d e sitio 167

DIEGO. - Pero está prohibido. lo qmsiera. . . cuando lo miro. (Sencilla.) Usted me gusta
EL BARQUERO. - Está prohibido por la administración. Pero mucho, ¿sabe? Pero tengo órdenes.
no sé leer y me hallaba en el mar cuando los pregoneros (Juega con el cuaderno.)
anunciaron la nueva ley. DIEGO. - Prefiero su odio a sus sonrisas. La desprecio.
DIEGO. - Llévame. LA SECRETARIA. - Como quiera. Por lo demás, esta conversa-
EL BARQUERO. - ¿Adónde? ción con usted no es muy reglamentaria. La fatiga me pone
DmGo. - Al mar. A los barcos. sentimental. Con tanta contabilidad, en noches como ésta,
EL BARQUERO. - Es que la cosa está prohibida. me dejo llevar.
DIEGO. - Tú no leíste ni escuchaste la ley. (Hace girar la libreta entre los dedos.)
EL BARQUERO. - ¡Ah! No lo prohibe la administración sino la (DIEGO intenta arrancársela.)
gente del barco. Usted no es seguro. LA SECRETARIA. - No, de veras, no insista, querido. ¿Qué ve-
DIEGO. - ¿Cómo es que no soy seguro? ría en ella, además? Es una libreta, bástele con eso, un cla-
EL BARQUERO. - D espués de todo, podría llevarlos encima. sificador mitad carnet, mitad fichero. Con las efemérides.
Dmco. - ¿Llevar qué? (Ríe.) ¡Es mi agenda, vamos! (Tiende hacia él una mano
EL BARQUERO. - ¡Sh! (Mira a su alrededor.) ¡Los como para una caricia. DIEGO se vuelve hacia el barquero.)
hombre! Podría usted llevar los gérmenes. DIEGO. - ¡Ah! ¡Se ha marchado!
DIEGO. - Pagaré lo que haga falta. LA SECRETARIA. - ¡Vaya, es cierto! Otro que se cree libre y
que está inscrito, sin embargo, como todo el mundo.
EL BARQUERO. - No insista. Soy débil de carácter.
DIEGO. - Su lengua es doble. Bien sabe usted que eso es lo
DIEGO. - Todo el dinero que haga falta. que un hombre no puede soportar. Terminemos, ¿quiere?
EL BARQUERO. - Embárquese. El mar está en calma. LA SECRETARIA. - Pero todo esto es muy sencillo y digo la
(Dmco va a saltar. Pero LA SECRETARIA aparece detrás de él.) verdad. Cada ciudad tiene si:i clasificador. Éste es el de
LA SECRETARIA. - ¡No! Usted no se embarcará. Cádiz. Se lo aseguro: la organización es muy buena y nadie
DmGO. - ¿Qué? ha sido olvidado.
LA SECRETARIA. - No está dispuesto. Y además, DmGO. - Nadie ha sido olvidado, pero todos se les escapan.
usted no desertará. LA SECRETARIA (indignada). - ¡No, hombre, vamos! (Refle-
DIEGO. - Nada me impedirá marcharme. xiona.) Sin embargo, hay excepciones. De tanto en tanto,
LA SECRETARIA. - Basta que yo lo quiera. Y lo quiero, porque queda uno olvidado. Pero siempre acaban por traicionarse.
tengo un asunto pendiente con usted. ¡Usted sabe quién soy! En cuanto han pasado los cien años de edad, se jactan, los
(LA SECRETARIA retrocede un poco como para atraerlo hacia imbéciles. Entonces los diarios lo anuncian. :Basta esperar.
atrás. E:l la sigue.) · A la mañana, cuando reviso la prensa, anoto sus nombres,
DmGo. - Morir no es nada. Pero morir mancillado ... los colaciono, como decimos nosotros. No fallamos, por
supuesto.
LA SECRETARIA. - Comprendo. Ya lo ve, soy una simple eje-
Dmco. - ¡Pero durante cien años los habrán negado, como
cutora. Pero al mismo tiempo me han concedido derechos
los niega esta ciudad entera!
sobre usted. El derecho de veto, si lo prefiere. LA SECRETARIA. - ¡Cien años no son nada! A usted le impre-
( Hojea su cuaderno.) sionan porque ve las cosas de muy cerca. Yo veo I6s con-
DmGO. - ¡Los hombres de mi sangre sólo pertenecen a la juntos, ¿comprende? En un fichero de trescientos setenta y
tierra! dos mil nombres, ¿qué es un hombre, dígame, aunqúe sea
LA SECRETARIA. - Es lo que yo quería decir: ¡Usted es mío, centenario? Y además, nos resarcimos con los que no han
en cierto modo! En cierto modo .solamente. Quizá no como pasado los veinte. Así se llega a un término medio. ¡Tacha-
l68 A l b e r t C a m u ·s · E l e s t ·a d o ·d e s ·¡ t i o i69'

mos un poco má.s rápidamente, eso es todo! De este ~oda: .• la masá; como también yo · estoy solo. Cada uno de nosotros
(Tacha en la libreta.) · . · · · · " está solo gracias a la cobardía de los demás. Pero yo que·
(Un grito en el mar Ú ruido de una ·caída al agua.) stoy avasallado como ellos, humillado con ellos; les anun-
LA SECRETARIA. - ¡Oh! ¡Lo hice sin pensarlo! ¡Vaya, es · el cio sin embargo, que ustedes no son nada y que este p~der­
barquero! ¡Una casualidad! · · · · •· ' despegado hasta perderse de vista, has~a oscurecer el ~ielo,
· (DIEGO se ha levantado y la mira con asco y horror.) sólo es una sombra arrojada sobre la tierra, que un vien~o
DIEGO. ~ ¡Se me revuelve el estómago, tanto me repugna ustedl furioso disipará en un segundo. ¡Creyeron que todo podia
LA SECR~TARIA. - Mi of~cio es ingrat~, l.o .sé. ·Una s.e fatiga, y reducirse a números y a fórmulas! ¡Pero en sti hermosa no-
ademas hay que dedicarse. Al pnnc1p10, por e¡emplo, :yo menclatura han olvidado la rosa silvestre, las señales del
andaba un poco a tientas. Ahora mi mano es segura. (Se cielo, los rostros del verano, la gran voz del mar; los ins- '
acerca a DIEGO.) · · · tantes del desgarramiento y la cólera de los hombres! (Ella·
DIEGO. - No se me acerque. ríe.) No se ría. No se ría, imbécil. Están perdidos, ya lo
LA SECRETARIA. - Pronto no habrá más errores. Un secreto. digo. En el seno de sus victorias más aparentes están ya
Una máquina perfeccionada. Ya verá. (Se le ha acercado, vencidos, porque hay en el hombre -míreme- una fuerza
frase tras frase hasta tocarlo.) que ustedes no reducirán, una locura clara, mezclada de·
('E;l la toma de improviso por el cuello, temblando de furor.) miedo y coraje, ignorante y victoriosa por siempre jamás.
DIEGO. - ¡Termine, termine con su cochina comedia! ¿Qué Esta fuerza es la que se levantará, y ustedes sabrán enton-
espera? Haga su trabajo y no se divierta conmigo que soy ces que su gloria era humo.
más grande que usted. Máteme, pues; es la única man era, se (Ella ríe.)
lo aseguro, de salvar, ese magnífico sistema que no deja nada DIEGO. - ¡No se ría! ¡No se ría, le digo! ·
librado al azar. ¡Ah! ¡Usted sólo se ocupa de los conjuntos! (Ella ríe. DIEGO la abofetea y al mismo tiempo lbs hombres
¡Cien mil hombres, así la cosa se pone interesante! ¡Es una del coro se arrancan la mordaza y lanzan un largo grito de·
estadística y las estadísticas son mudas! Con ellas se hacen alegría. Pero en el impulso, DIEGO ha aplastado la marca. Se·
curvas y gráficos, ¿eh? ¡Se trabaja con las generaciones, es lleva a ella la mano y la contempla después.)
más fácil! Y el trabajo puede hacerse en silencio y en medio LA SECRETARIA. - ¡Magnífico!
del olor tranquilo de la tinta. Pero se lo prevengo: un h om- DIEGO. - ¿Qué es esto?
bre solo es más incómodo, grita su gozo o su agonía. Vivo, LA SECRETARIA. - ¡Estaba usted magnífico en la cólera! ¡Me·
yo continuaré molestando su hermoso orden con el azar de gusta todavía más así!
los gritos. ¡La niego a usted, la niego con todo mi ser! DIEGO. - ¿Qué ha pasado?
LA SECRETARIA. - ¡Querido mío! LA SECRETARIA. - Ya lo ve. La marca desaparece. Contiúúe,.
DIEGO. - ¡Cállese! Soy de una raza que honraba a la niuerte anda usted por buen camino.
tanto como a la vida. Pero llegaron sus amos: vivir y morir DIEGO. - ¿Estoy curado?
son dos deshonras . .. LA SECRETARIA. - Voy a confiarle un secretito ... El sistema
LA SECRETARIA. - Es · cierto ... . es excelente, tiene usted razón, pero hay una falla en la.·
DIEGO (la sacude). - ¡Es cierto que ustedes mienten y que
menti:rán hasta el fin de los tiempos! ¡Sí! He comprendido máquina.
DIEGO. - No comprendo.
bien el sisterüa. Ustedes le han dado el color del hambre y
de las separaciones para distraerlos de sri rebeldía. ¡Los ago- LA SECRETARIA. - Hay una falla, querido. Lo sé desde mis:
tan, les devoran tiempó y fuerzas a fin de que no tengan ni más antiguos recuerdos: siempre ha bastado que un hombre
o'cio ni impulso para el furor! ¡Los hombres ·arrastran los se sobrepusiera al miedo y se rebelara, para que la máquina
pies, pueden estar ustedes · contentos!· Están solos ii pesar de comenzase a rechinar. No digo que se detenga, lejos de eso..
:170 A l b e r t C a m u s

Pero, en fin, chirría, y a veces termina por atrancarse


veras.
(Silencio.)
DIEGO. - ¿Por qué me lo dice?
LA SECRETARIA. - ¿Sabe?, es inútil, una tiene sus debilidades.
Y además, usted lo descubrió por su cuenta .
.DIEGO. - ¿Hubiera tenido consideraciones conmigo si no le
hubiese pegado?
LA SECRETARIA. - No. Había venido a acabar con usted, según
el reglamento .
.DIEGO. ·- Entonces soy el más fuerte. Tercera parte
LA SECRETARIA. - ¿Todavía tiene miedo?
DIEGO. - No.
LA SECRETARIA. - En ese caso no puedo nada contra usted. Los habitantes de Cádíz se afanan en la plaza. Apostado en
Eso también figura en el reglamento. Pero bien puedo de· un sitio un poco más alto, DIEGO dirige los trabajos. Luz bri-
círselo: es la primera vez que ese reglamento cuenta con llante que quita importancia a los decorados de LA PESTE al
mi aprobación. mostrar su artificio.
(S e retira despacito.)
(DIEGO se palpa, mira otra vez su mano y se vuelve brusca- DIEGO. - ¡Borrad las estrellas!
mente en dirección a los gemidos. Se acerca, en medio del (Las borran.)
.silencio, a un enfermo amordazado. Escena muda. DIEGO apro- DIEGO. - ¡Abrid las ventanas!
.xima la mano a la mordaza y la desata. Es el PESCADOR. Se (Las ventanas se abren.)
miran en silencio, luego:) DIEGO. - ¡Aire! ¡Aire! ¡Agrupad a los enfermos!
EL PESCADOR (con esfuerzo). - Buenas noches, hermano. Ha- (Movimientos.)
cía mucho tiempo que no hablaba. (DIEGO le sonríe.) EL DIEGO. - No tengáis miedo ya, ésa es la condición. ¡De pie
PESCADOR, alzando los o;os al cielo.) ¿Qué es eso? todos los que puedan! ¿Por qué retrocedéis? ¡Levantad la
(El cielo se ha iluminado, en efecto. Sopla un viento ligero frente, ha llegado la hora del orgullo! Quitaos la mordaza y
.que sacude una de las puertas y hace flotar algunos paños. gritad conmigo que ya no tenéis miedo. (Levanta los bra-
El pueblo los rodea ahora, con la mordaza desatada, los o;os zos.) ¡Oh santa rebeldía, negativa viviente, honor del pueblo,
.alzados al firmamento.) da a estos amordazados la fuerza de tu grito!
DIEGO. - El viento del mar ... EL cono. - H ermano, te escuchamos y nosotros los miserables
que vivimos de pan y olivas, para quienes una mula es una
fortuna, nosotros que probamos vino dos veces al año: el día
del nacimiento y el día de la boda, comenzamos a esperar.
TELóN Pero el viejo temor aún no ha abandonado nuestros corazo-
nes. ¡La oliva y el pan dan gusto a la vida! ¡Por poco que
poseamos, tememos perder todo junto con fa vida!
DIEGO. - ¡Perderéis la oliva, el pan y la vida si dejáis que las
cosas sigan como están! Hoy debéis vencer el miedo si que-
réis por lo menos conservar el pan. ¡Despierta, España!
EL CORO. - Somos pobres e ignorantes. Pero nos han dicho
172 A l b e r t C a m u s El esta .d o de s i t i o 173

que la peste .sigue los caminos del año. Tiene su primave (Algunos, en el centro, vuelven a ,ponerse la mordaza. Pero
en ~ue. germma y. brota, su verano en que fructifica. Vien otros hombres se han unido a DIEGO. Se afanan, en orden.)
del mvierno y qmzá muera. ¿Pero es éste el invierno, he l .A PESTE. - Comienzan a agitarse. .
mano, de v~ras es el invierno? Este invierno que se ha le. LA SECRETARIA. - ¡Sí, como de costumbre!
vantado, ¿viene en verdad del mar? Siempre lo hemos pa• LA PESTE. - ¡Bueno! ¡Hay que extremar las medidas!
gado todo en moneda de miseria. ¿Tendremos que pagar LA SECRETARIA. - ¡Extrememos, pues!
con la moneda de nuestra sangre? (Abre la libreta 1J la hojea con un poco de cansancio.)
CoRo DE MUJERES. - ¡De nuevo asunto de hombres! ¡Nosotras NADA. - ¡Y que así sea! ¡Andamos por buen camino! ¡Ser
estamos aquí para recordaros el instante de la laxitud el reglamentario o no ser reglamentario, ésa es toda la moral y
clave~ de los. días, la la~a . negra de las ovejas, el olor' de toda la {ilosofía! Pero en mi opinión, Excelencia, no va-
Espana, en fml Somo debiles, nada podemos contra vues- mos bastante lejos.
tros grandes huesos. ¡Pero hagáis lo 'g ue hagáis, no olvidéis LA PESTE. ....., Hablas demasiado.
nuestras flores carnales en vuestras riñas de sombras! NADA. - Es que tengo entusiasmo. Y he aprendido muchas
DIEGO. - ¡La peste es lo que nos descarna,. ella es la gue se- cosa~ a vuestro lado. La supresión: ése es mi evangelio.
para a los amantes y marchita la flor de los días! ¡Contra Pero hasta ahora no tenía yo buenas razones. ¡Ahora, tengo
ella hay que luchar primero! la razón reglamentaria!
EL CORO. - ¿Llega en verdad el invierno? ¡En nuestros bos- LA PESTE. - El reglamento no lo suprime todo. ¡No estás den-
ques, las encinas siguen siempre cubiertas de bellotitas bien tro de la línea, atención!
enceradas y en sus troncos pululan las avispas! ¡No! ¡Toda- NADA. - Observad que había reglamentos :;m tes de vosotros.
.
'I
vía no llega el invierno!
DIEGO. - ¡Cruzad el invierno de la cólera!
Pero faltaba inventar el reglamento general, el saldo de
toda cuenta, la especie humana puesta en el índex, la vida
EL ~Ro. - ¿Pero encontraremos la esperanza al final del ca- ,entera reemplazada por un índice de materias, el universo
mmo? ¿O tendremos que morir desesperados? · en disponibilidad, el cielo y la tierra por fin desvalorizada.
DIEGO. - ¿Quién habla de despertar? La desesperación es una LA PESTE. - Vuelve a tu trabajo, borracho. ¡Y usted, siga!
m~r~aza. El trueno de la esperanza, la ful guración de la LA SECRETARIA. - ¿Por dónde empezamos?
felicidad son los que desaarran el silencio de esta ciudad LA PESTE. - Por el azar. Es más sorprendente.
sitiada. ¡De pie, os digo! ( Si queréis conservar el pan y la (LA SECRETARIA tacha dos nombres. Golpes sordos de ad-
esperanza, destruid los certificados, romped los vidrios de vertencia. Los hombres caen. Refluía. Los que trabajan se
las oficinas, abandonad las filas del miedo, gritad la liber- ·detienen, petrificados. Los GUARDIAS de LA PESTE se precipitan,
tad a los cuatro confines del cielo! · vuelven a poner cruces en las puertas, cierran las ventanas,
EL CORO. - ¡Somos los más miserables! La esperanza es nues- mezclan los cadáveres, etc.)
tra única riqu~za, ¿cómo habíamos de pfivarnos de ella? DIEGO (en el fondo, con voz tranquila). - ¡Viva la muerte,
¡~ermano, arro¡amos ~stas mordazas! (Gran grito de libera- no nos asusta!
c16n) ¡Ah! ¡So~re la tierra seca, en las grietas del calor, cae (Flufo. Los hombres reanudan el trabafo. Los GUARDIAS re-
la pnmera ll~via! Llega el otoño en que todo reverdece el troceden. Idéntica pantomima, pero a la inversa. El viento
viento fresco del mar. La esperanza nos levanta como una ~la. sopla cuando el pueblo avanza, refluye cuando las guardias
(DIEGO sale.) vuelven.)
(Entra LA P~STE al mismo tiempo que DIEGO, pero por el LA PESTE. - ¡Tacha a ése!
otro lado. Lo siguen LA SECRETARIA !/ NADA.) LA SECRETARIA. - ¡Imposible!
LA SECRETARIA. - ¿Qué historia es ésta? ¡Conque charlando! LA PESTE. - ¿Por qué?
¿Quieren ponerse de nuevo las mordazas? l;iA SECRETARIA. - ¡Ya no tieI)e miec;lol
174 A 1b e r t C a m u s El estado de .{ i t i o

LA PESTE. - ¡Ah, vamos! ¿Sabe? 'ttn por él y deciden en su _lugar qué cantidad de dicha•.
LA SECRETARIA. - Tiene sospechas. 1 s será favorable.
(Tacha. Golpes sordos. Reflujo. La misma escena.) 11:1. PESCADOR. - Cuando llegue el momento voy a destripar-
NADA. - ¡Magnífico! ¡Mueren como moscas! ¡Ah si la 1\ esa murena viciosa.
pudiera saltar! ' 1,,.. SECRETARIA. - Vamos, amigos míos, ¿no valdría más que-·
DIEGO (~on ca!m~). - Socor!ed a todos los que caen. darse así? Cuando hay un orden establecido, siempre cuesta
(Reflu¡o. Identica pantomima, a la inversa.) más cambiarlo. Y en caso de que este orden les parezca_
LA PESTE. - ¡:E:se va demasiado lejos! insoportable, quizá podrían conseguirle algunos arreglos.
LA SECRETARIA. - Va lejos, en efecto. · NA MUJER. - ¿Qué arreglos?
LA PESTE. - ¿Por qué lo dice con melancolía? LA SECRETARIA. - ¡Yo no sé! Pero ustedes las mujeres, no ig--
enterado usted, me imagino. noran que todo trastorno se paga y que una buena conci--
LA SECRETARIA. - No. Ha . de haberlo descubierto solo. ¡E liación vale a veces más que una victoria ruinosa. .
una palabra, tiene el don! (Las mujeres se acercan. Algunos hombres se separan del'
LA PESTE. - :E:I tiene el don, pero yo tengo medios. Hay que {!.rupo de DIEGO. )
ensayar otra cosa. Es tarea suya. Omoo. - No escuchéis lo que dice. Todo es deliberado.
(Sale.) . LA SECRETARIA. - ¿Qué es lo deliberado? Hablo razonable-··
EL CORO (Cfuitándose la mordaza). - ¡Ah! (Suspiro de alivio.) mente y no sé nada más.
Es e.l pnmer retroceso, el garrote se afloja, el cielo cede y UN HOMBRE. - ¿De qué arreglos hablaba usted?
se airea. Ya ha vuelto el rumor de las fuentes que el sol LA SECRETARIA. - Naturalmente, habría que reflexionar. Por
negro de la peste había evaporado. El verano se va. Ya ejemplo, podríamos integrar con ustedes una comisión que
no tendremos uvas en la parra, ni melones, habas verdes y decidiera, por mayoría de votos, las cancelaciones a pronun-
ensalada cruda. Pero el agua de la esperanza ablanda el ciar. Esa comisión detentaría en plena propiedad el cua-
suelo duro y nos promete el refugio del invierno, las cas- derno en el que se hacen las cancelaciones. Hago notar-
tañas asadas, el primer maíz de granos verdes todavía la que digo esto a título de ejemplo ...
nuez con gusto a jabón, la leche frente al fuego. . . ' (Agita el cuaderno con el brazo extendido. Un hombre se-
LAS MUJERES. - Somos ignorantes. Pero decimos que esas ri- lo arranca.)
quezas no deben pagarse demasiado caras. En todos los LA SECRETARIA (falsamente indignada). - ¿Quiere usted devol- ·
lugares del mundo y bajo cualquier amo, haBrá siempre verme ese cuaderno? ¡Bien sabe que es preciso y que basta'
un fruto fresco al alcance de la mano, el vino del pobre, tachar el nombre de uno de sus conciudadanos para que·
el fuego de sarmientos a cuyo lado se espera que todO' muera en seguida!
pase ... (Hombres y mujeres rodean al poseedor del cuaderno. Ani--
(De la casa del juez sale por la ventana LA HIJA DEL JUEz· maci6n.)
que corre a ocultarse entre las mujeres.) -¡Es nuestro!
LA SECRETARIA (descendiendo hacia el pueblo). - ¡Se creería -¡No más muertos!
que es una revolución, palabra! Sin embargo no es el caso . -¡Estarnos salvados!
bien lo sabéis. Y además, ya no le corresponde al puebl; (Pero aparece LA HIJA DEL JUEZ, arrebata brutalmente el"
hacer la revolución, vamos, sería completamente pasado de cuaderno, escapa a un rincón y hofeando rápidamente el cua-
moda .. ~as revoluciones ya n? necesitan insurgentes. Hoy derno, tacha algo. En la casa del juez, gran grito y caído de
la pohcia basta para todo, hasta para derrocar al gobierno .. un cuerpo. Hombres y mujeres se precipitan hacia la mujer.)"
¿No es preferible, después de todo? De este modo el pue- UNA voz. - ¡Ah, maldita! ¡A tí hay que suprimirte!
blo puede descansar mientras algunos espíritus buenos pien- (Una mano le arranca el cuaderno y, todos, hojeándolo, en-·
176 A i b e r t C a m u s El estado de sitio 177

·Cuen.tran su nombre que una mano tacha. La mvjer d · slogans. Pero a medida que lg. lucha se define a favor de
un grito.) . . .... . los hombres de DIEGO, el tumulto se sosiega y el CORO, aunque
NADA (aullando) . ....., ¡Adelante, todos unidos para la supresió Indistinto, ahoga los ruidos de LA PESTE. )
¡Sólo es cuestión de suprimir, cuestión . de . suprimirse! ¡H LA PESTE (con un gesto de rabia). - ¡Quedan los rehenes!
nos aquí todos juntos, ·oprimidos y opreso:res, todos de (Hace una señal, los GUARDIAS de LA PESTE abandonan la
mano. ¡Vamos, todo! ¡Limpieza general! escena mientras los otros se reagrupan.)
(Se va.) NADA (en lo alto del palacio). - Siempre queda algo. Todo
1JN HOMBRE (enorme, que tiene el cuaderno). - ¡Es cierto qu continúa no continuando. Y mis oficinas continúan también.
hay que hacer algunas limpiezas! ¡Y es una ocasión mu ¡La ciudad podría desplomarse, estallar el cielo, los hom-
buena para despachar a algunos hijos de perra que se . a bres desertar de la tierra, y las oficinas seguirían abriéndose
borraron mientras nos moríamos de hambre! . a hora fija para administrar la nada1 La eternidad soy yo,
(LA PESTE, que acaba de reaparecer, lanza una ·carca¡a mi paraíso tiene sus archivos y su papel secante.
prodigiosa, mientras la SECRETARIA vuelve .modestamente a (Sale.) ..
.sitio, al lado de LA PESTE. Todo el mundo inmóvil, con los o¡ EL CORO. - Huyen. El verano concluye con la victoria. ¡Acon-
en alto, espera en la explanada mientras los guardias de L tece, pues, que el hombre triunfa! Y entonces la victoria
~ESTE se desparraman por todas partes para restablecer el de tiene el cuerpo de nuestras mujeres bajo la lluvia del amor.
corado y las señales de LA PESTE.) He aquí la carne feliz, luciente y cálida, racimo de septiem-
LA PESTE (a DIEGO). - ¡Y ahí tienes! ¡Ellos mismos bre donde se encoge el zángano. Sobre la era del vientre
· trabajo! ¿Crees que valen la pena? se abaten las cosechas de la viña. Las vendimias arden en
(Pero DrnGo y EL PESCADOR han saltado a la explanada, s la cima de los senos ebrios. Oh, mi amor, el deseo revienta
han precipitado sobre el hombre del cuaderno a quien abofe como un fruto maduro, la gloria de los cuerpos fluye por
tean y arrojan al suelo. DIEGO toma el cuaderno y lo rompe.) fin. En todos los confines del cielo manos misteriosas tien-
LA SECRETARIA. - Es inútil. Tengo un duplicado. den sus flores y un vino amarillo mana de inagotables fuen-
(DIEGO rechaza a los hombres del otro lado.) tes. Son las fiestas de la victoria, vamos a buscar a nuestras
DIEGO. - ¡Pronto, al trabajo! ¡Os han engañado! mujeres.
LA PESTE. - Cuan do tienen miedo, es por ellos mismos. Pero (Traen en silencio unas angarillas donde está tendida V1c-
el odio es para los demás. TORIA.)
DIEGO (que se ha vuelto frente a él). - Ni miedo, ni odio, ésa DIEGO (precipitándose). - ¡Oh! ¡Esto da ganas de matar o
es nuestra victoria. morir! (Llega junto al cuerpo que parece inanimado.) ¡Ah!
(Reflujo progresivo de los GUARDIAS frente a los hombres de ¡Magnífica, Victoria, salvaje como el amor, vuelve un poco
DrnGo.) . hacia mí tu rostro! ¡Vuelve, Victoria! No te dejes ir a ese
·LA PESTE. - ¡Silencio! Soy el que agria el vino y seca los fru• otro lado del mundo donde no podré reunirme contigo. ¡No
tos. Mato el sarmiento si va a dar uvas, lo verdezco si ha me dejes, la tierra está fría! ¡Amor mío, amor mío! ¡Man-
de alimentar el fuego. Me inspiran horror vuestras alegrías ténte firme, manténte firme en esta orilla de tierra donde
sencillas. Me inspira horror este país donde se pretende ser todavía estamos! ¡No te dejes llevar! ¡Si mueres, en todo
libre sin ser rico. ¡Ten¡?o las prisiones, los verdugos, la lo que me queda de vida reinará la oscuridad en pleno
fuerza, la sangre! La ciudad será arrasada y, sobre sus es- mediodía!
combros, la historia agonizará al fin en el hermoso silencio EL OORO DE MUJERES. - Ahora estamos en la verdad. Hasta el
de las sociedades perfectas. Silencio pues, o lo aplasto todo. momento no era cosa seria. Pero en esta hora hay un cuer-
(Lucha mimada en medio de un espantoso estrépito, chi- po que sufre y se retuerce. ¡Tantos gritos, el mis hermoso
-rridos de .garrote, zumbido, golpes de cancelaciones, marea de los lenguajes, viva la muerte y luego la muerte misma
178 A l b e r t C a m u s E l e s t a d o d e s i t i o· 179

desgarra el pecho de aquella a quien se ama! Entonces Vlll'I l.\ l'J':STE. - Quiz~. ¡Pero ·su fuerza es haber: inventado el urii-
ve el amor, justamente cuando ya no es tiempo. 1orme!
(VICTORIA se queja.) . l l111:c:o. - La mía es negarlo. Mantengo mi precio.
DIEGO. - A su tiempo, ella va a incorporarse. Me enfrentar 1, PESTE. - Reflexiona, por lo menos. La vida tiene sus co-
de nuevo, recta como una antorcha, con las llamas negras d sas buenas.
tu pelo y ese rostro resplandeciente de amor cuyo deslum 1l11·:co. - Mi vida no es nada. Lo que cuenta, son las razones
bramiento me acompaña en la noche del combate. Porq11 d mi vida. No soy un perro.
yo te llevaba, mi corazón bastaba para todo. 1, PESTE. - ¿Así que el primer cigarrillo no es nada? El olor
VICTORIA. - Me olvidarás, Diego, es seguro. Tu corazón n n polvo a mediodía en las ramblas, las lluvias de la noche,
soportará la ausencia. No soportó la desgracia. ¡Ah! Es nn la mujer aún desconocida, el segtmdo vaso de vino, ¿no
tormento atroz morir sabiendo que seremos olvidados. son nada?
(Se vuelve.) · l)1EGO. - ¡Son algo, pero ella vivirá mejor que yo!
EL CORO DE LAS MUJERES. - ¡Oh cuerpo sufriente, antes tan 1,/\ PESTE. - No, si renuncias a ocuparte de los otros.
deseable, belleza real, reflejo del día! El hombre grita hacia l)mco. - En el camino que he tomado no es posible detener-
Jo imposible, Ja mujer padece todo lo que es posible. ¡fo. se, aunque uno lo quiera. ¡No tendré contemplaciones con-
clínate, Diego! ¡Grita h• µena, acúsate, es el instante del tigo!
arrepentimiento! ¡Desertor! ¡Ese cuerpo era tu patria sin 1. A PESTE (cambiando de tono). - Escucha. Si me ofreces tu.
la cual ya no eres nada! ¡Tu memoria no compensará nada! vida a cambio de la de ella, estoy obligado a aceptarla y
(LA PESTE ha llegado suavemente junta a DIEGO. Sólo el esta mujer vi.virá. Pero te propongo · otro trato. Te doy la
cuerpo de VICTORIA los separa.) vida de esta mujer y os dejo huir juntos con tal de que
DIEGO. - No te olvidaré. Mi memoria será más larga que mi me dejéis arreglarme con esta ciudad.
vida. Dmco. - No. Conozco mis poderes.
LA PESTE. - Entonces, ¿renunciamos? (DIEGO mira el cuerpo LA PESTE. - En este caso, seré fr,anco contigo. O soy amo de
de VICTORIA con desesperación.) ¡Te faltan fuerzas! Tu ojos todo o no lo soy de nada. Si tú te me escapas, se me escapa
se extravían. Yo tengo la mirada fiia del poder. la ciudad. E'.s la regl~. Una vieja regla que no sé de dónde
DIEGO (después de un silencio). - Déjala vivir y mírame. viene.
LA PESTE. - ¿Qué? DIEGO: - ¡Yo lo sé!" Viene del fondo de las edades, es más
DIEGO. - Te prometo el canje. grande que · tú, más alta que tus patíbulos, es la regla de
LA PESTE. - ¿Qué canje? la naturaleza. · H emos vencido.
DIEGO. - Quiero morir en su lugar. LA PES~E. - ¡Todavía no! }\quí · tengó este cuerpo, mi rehén ~
LA PESTE. - Es una de esas ideas que a uno se le Y el rehén es mi última carta. Míralo. Si hay una mujer
cuando está fatigado. Vamos, no es agradable morir ·con el rostro de la vida, es ésta. Merece vivir y t~1 quieres·
hacerla vivir. Yo me alegro de devolvértela. Pero ello· pue-
más serio ha t erminado para ella. ¡Dejémoslo así!
de ser a cambio de tu propia .v ida O•íl cambio. d<; -la.libertad
DIEGO. - ¡Es una idea que a uno se le ocurre cuando es el
· de esta ciudad. Elige. · · .. . ·
más fu erte! . (.DIEGO mira a VICTORIA. Al fondo, murmullo de voces amor-
LA PESTE. - ¡Mírame, yo soy la fuerza misma! dazadas. DIEGO. se vuelve al coro.)
DIEGO. - Quítate el uniforme. D IEGO . .,-- Es duro morir. ·
LA PESTE. - ¡Estás loco! LA.PESTE: :- Es. duró. · · . , . .
DIEGO. - ¡Desvístete! ¡Cuando los hombres de la fuerza se :OIEcp. ' -: Pt:¡~o es durQ para todo el mundo. · .
· quitan el uniforme, ya no son agradables, de ver! LA~ PE8rl:. ·.___: ¡Imbécil! Diez años del amor de esta mujer valen
180 Albert Ca mus E 1 e s t a "d o d e s i t i o 181

más que un siglo de la libertad de esos hombres. der absoluto. Pero por eso también esos hombres tienen
DIEGO. - El amor de esa mujer es mi propio reinado. Puedo derecho a la compasión que te será negada.
hacer de él lo que quiera. Pero la libertad de esos hombres LA PESTE. - Cobardía es vivir como lo hacen, pequeños, me-
les pertenece. No pudo disponer de ella. nesterosos, siempre a media altura.
LA PESTE. - No se puede ser feliz sin hacer daño a los otros. DIEGO. - A media altura me interesan. Y si no soy fiel a la
Es la justicia de esta tierra. pobre verdad que comparto con ellos, ¿cómo babia de serlo
DIEGO. - No he nacido para consentir esa justicia. a lo más grande y solitario que hay en mí?
LA PESTE. - ¿Quién te pide que consientas? ¡El orden del LA PESTE. - La única fidelidad que conozco es el desprecio.
mundo no cambiará en la medida de tus deseos! Si quieres (Muestra el CORO abatido en el patio.) ¡Mira, hay motivo!
cambiarlo, dejo tus sueños y atente a lo que es. DIEGO. - Sólo desprecio a los verdugos. Hagas lo que hicie-
DIEGO. - No. Conozco la receta. Hay que matar para supri- res, esos hombres serán más gtandes que tú. Si alguna vez
mir el crimen, violentar para curar la injusticia. ¡Hace si- llegan a matar, es en la locura del momento. ¡Tú matas
glos que dura eso! ¡Hace siglos que los señores de tu raza según la ley y la lógica! No te burles de sus cabezas ga-
pudren la llaga del mundo con el pretexto de curarla, y chas, porque hace siglos que los cornetas del miedo pasan
continúan sin embargo, alabando su receta, porque nadie sobre ellos. No te rías de su aire de temor, hace siglos que
.
,.
se les ríe en las narices!
LA PESTE. - Na die ríe porque yo realizo. Soy eficaz .
mueren y que su amor es desgarrado. El mayor de sus
crímenes siempre tendrá una excusa. Pero no encuentro
Dmco. - ¡Eficaz, claro está! Y práctico. ¡Como el hacha! excusas al crimen que en todos los tiempos se ha cometido
LA PESTE. - Basta mirar a los hombres .. Se sahe entonces que contra ellos y que para terminar has tenido la idea de codi-
cualquier justicia es bastante buena para ellos. ficar en el sucio orden que es el tuyo. (LA PESTE avanza
DIEGO. - Desde que las puertas de esta ciudad se cerraron, hacia él.) ¡No bajaré los ojos!
dispuse de todo el tiempo para mirarlos. LA PESTE. - ¡No los bajarás, es evidente! Entonces prefiero·
LA PESTE. - Ahora sabes, entonces, que siempre te dejarán decirte que acabas de triunfar de la última prueba. Si me
solo. Y el hombre solo debe perecer. hubierás dejado esta ciudad, habrías perdido esta mujer
DmGO. - ¡No, eso es falso! Si estuviera solo, todo sería fácil y te hubieras perdido con ella. Entre tanto, esta ciudad tie-
Pero de grado o por fuerza, ellos están conmigo. ne todas las posibilidades de ser libre. Ya ves, basta un
LA PESTE. - ¡Hermoso rebaño, en verdad, pero huele mal! insensato como tú. . . El insensato muere, evidentemente.
Dmco. - Sé que no son puros. Yo tampoco. Y además nací ¡Pero al fin, tarde o temprano, el resto se salva! (Sombrío.)
entre ellos. Vivo para mi ciudad y para mi tiempo. Y el resto no merece salvarse.
LA PESTE. - ¡Tiempo de esclavos! DIEGO. - El insensato muere ...
DIEGO. - ¡Tiempo de hombres libres! LA PESTE. - ¡Ah! ¿La cosa ya no marcha? Pero no, estaba
LA PESTE. - Me asoi:nbras. Los he buscado en vano. ¿D6nde previsto: ¡el instante de vacilación! El orgullo será más
están? ' 'r fuerte.
DIEGO. - En tus presidios y en tus osarios. Los esclavos es- Dmoo. - Yo tenía sed de honor. ¿Y sólo encontraré hoy el ho-
tán en los tronos. nor entre los muertos?
LA PESTE. - Pon a tus hombres libres el traje de mi policía LA PESTE. - Yo lo decía, el orgullo los mata. Pero es muy fa-
y ya verás en qué se convierten. tigoso para quien envejece como yo. (Con voz dura.) Pre-
DIEGO. - Es verdad que suelen ser cobardes y crueles. Por párate.
eso no tienen más derecho que tú al poder. Ningún hombre DIEGO. - Estoy listo.
tiene virtud suficiente para que pueda consentírsele el po- LA PESTE. - Estas son las marcas. Duelen. ( Drnco mira con
182 Albert Ca mus E l e s t a d o d e. s i t. i o 183

horror las ma:cas que lleva de nuevo.) ¡Así! Sufre un .poco aquellos que no tienen lástima de nadie! Cuando digo que
an~es de monr. Esa es por lo menos mi regla. Cuando el amo a éste, quiero decir que lo envidio. Entre nosotros los
od10 me quema, el sufrimiento de los demás es un rocío. conquistadores, es la mísera forma que adopta el amor.
Quéjate un poco, así está bien. Y deja que te mire sufrir Usted bien lo sabe y sabe que por eso merecemos que se
antes de abandonar esta ciudad. (Mira a LA SECRETARIA. ) nos compadezca un poco.
¡Vamos, al trabajo ahora! LA PESTE. - ¡Le ordeno que se calle!
LA SECRETARIA. - Sí, si es preciso. LA SECRETARIA. - Usted bien lo sabe y también sabe que a
LA PESTE. - ¡Fatigada ya, eh! fuerza de matar uno comienza a envidiar la iOQcencia de
.( LA SECÉETARIA mueve la cabeza diciendo que sí, y en el aquellos a quienes se mata. ¡Ah! Por un segundo, al menos,
mismo momento cambia bruscamente de apariencia. .Es una déjeme suspender esta interminable lógica y soñar que me
vieja con rn(1Scara de muerte.) apoyo al fin en un cuerpo. Estoy asqueada de las sombras.
LA PESTE. - Siempre he pensado que no tenía usted odio bas- ¡Y envidio a todos esos miserables, sí, hasta a esta mujer ...
tante. Pero mi odio necesita víctimas frescas. Despácheme (señala a V1cromA) que sólo recuperará la vida para l~nzar
a ése. Y volveremos a empezar en otra parte. gritos animales! Ella, por lo menos, se apoyará en su sufri-
LA SECRETARIA. - El odio no me sostiene, sí porg ue no entra miento.
en mis funcion es. Pero en parte es culpa suya. A fuerza de ( Drnco está casi en el suelo. LA PESTE lo levanta.)
trabajar con fichas, una olvida apasionarse. . LA PESTE. - ¡De pie, hombre! El fin no puede llegar sin que
LA PESTE. - Esas son palabras: Y si busca · usted un sostén .. ~ ésta haga lo necesario. Y ya ves que por el momento está
( seíiala a Drnoo que cae de rodillas) encuéntrelo e1i la ale- sentimental! ¡Pero nada temas! Hará lo necesario, es la
gría de destruir. Ahí está su función. ·· regla y la función. La máquina chirría un poco nada más.
LA SECRETARIA. - Destruyamos, entonces. Pero no estoy satis- ¡Antes de que se atranque del todo, ponte contento, im-
fecha. bécil, te entrego esta ciudad!
LA PESTE. - ¿En nombre de qué discute usted mis órdenes? (Gritos de alegría del Cono. LA PESTE se vuelve hacia ellos.)
LA SECRETARIA. - En nombre de la memoria. Tengo al<Yunos Sí, me voy, pero no os gloriéis, estoy satisfecho de mí.
viejos recuerdos. Era libre antes que usted y estabaº aso- Aun aquí hemos trabajado bien. Me gusta el ruido que se
ciada con el azar. Nadie me detestaba entonces. Era la que hace en torno a mi nombre y ahora sé que no me olvidaréis.
termina todo, la que fija los amores, la que da fonna a todos ¡Miradme! ¡Mirad por última vez la única potencia de este
los destinos. Era la estable. Pero usted me puso al servicio mundo!
de la lógica y del reglamento. Me corrompí la mano que a Reconoced a vuestro verdadero soberano y aprended a
veces tenía caritativa. temer. (Ríe.) Antes pretendíais temer a Dios y sus azares.
L~ PESTE. - ¿Quién Je pide ayuda? Pero vuestro Dios era un anarquista que hacía mezcolanzas.
LA SECRETARIA. - Aqqellos _que son menos grandes que la Creía en la posibilidad de ser poderoso y bueno a la vez.
desgracia. Es decir, casi todos. Con ellos, llegaba a traba- Era una falta de consecuencia y de franqueza, no hay más
jar en eJ consentimiento, _existía a _mi manera. Hoy les hago remedio que decirlo. Yo elegí tan sólo el poder. Elegí la
- violencia y todos me niegan hasta el último aliento. Quizá dominación; ahora sabéis que es algo más que el infierno.
por eso amaba yo a éste a quien he de matar por orden Durante milenios he cubierto de osarios vuestras ciuda-
suya. f:l me eligió libreinente. A su manera, tuvo compasión des y vuestros campos. Mis muertos han fecundado las
de mí. Me gustan los que me dan cita. · . arenas de Libia y de la negra Etiopía. La tierra de Persia
LA PESTE. - ¡Cuidado con irritanne! No necesitamos . com- todavía es fértil gracias al sudor de mis cadáveres. He
pasión. llenado a Atenas con los fuegos de purificación, encendí
LA SECRETARIA.-:- ¡Quién había de necesitar compasión sino en sus playas miles de piras fúnebres, cubrí el mar griego
184 A l b e r t C a m u 's El estado de sitio

de cenizas humanas hasta volverlo gris. Los dioses, los DIEGO. - Adiós, Victoria. Estoy contento.
mismos pobres dioses, estaban asqueados hasta la náusea. VICTORIA. - No digas eso, amor mío. Es una palabra de hom-
Y cuando las catedrales sucedieron a los templos, mis bre, una horrible palabra de hombre. (Llora.) Nadie tiene ·
caballeros negros las llenaron de cuerpos clamorosos. En derecho a estar contento de morir.
los cinco continentes, a lo largo de los siglos, maté sin tregua DIEGO. - Estoy contento. Victoria. Hice lo que debía.
y sin fatiga. VICTORIA. - No. Debías elegirme contra el cielo mismo ..
No estaba tan mal, por supuesto, y había cierta idea. Debías preferirme a la tierra entera.
Pero no toda la idea ... Un muerto, si queréis mi opinión, es DIEGO. - Me he puesto en regla con Ja muerte, ésa es mf
refrescante, pero no da rendimiento. Para terminar; no vale fuerza. Pero es una fuerza que lo devora todo, la felicidad·
lo que un esclavo. Lo ideal es obtener una mayoría de es- no cabe en ella.
clavos con ayuda de una minoría de muertos bien elegidos. VICTORIA. -¿Qué me importa tu fuerza? Yo amaba a un
Hoy la técnica está a punto. Por eso, después de haber hombre.
matado o envilecido la cantidad de hombres que hacía DIEGO. - Me he agotado en ese combate. Ya no soy un hom-
falta, haremos arrodillar a pueblos enteros. No hay belleza, bre y es justo que muera.
no hay grandeza que nos resistan. Triunfaremos de todo. VICTORIA (arro;ándose sobre él). - ¡Entonces, llévame!
LA SECRETARIA. - Triunfaremos de todo, salvo del orgullo. DIEGO. - No, este mundo te necesita. Necesita nuestras mujeres·
LA PESTE. - El orgullo quizá se canse. . . El hombre es más para aprender a vivir. Nosotros nunca hemos sido capaces
inteligente de lo que se cree. (A lo lejos tumulto y trom- sino de morir.
petas.) ¡Escuchad! Vuelve mi oportunidad. Ahí están vues- VICTORIA. - ¡Ah! ¡Era demasiado sencillo, ¿verdad?, amarse ·
tros antiguos amos, a quienes encontraréis ciegos a las en silencio y sufrir lo que había de sufrir! Yo prefería tu
llagas de los demás, ebrios de inmovilidad y de olvido. Y miedo.
os cansaréis de ver triunfar sin lucha la estupidez. La DIEGO (mira a VICTORIA). -Te he querido con toda el alma ..
crueldad indigna, pero la tontería desalienta. ¡Honor a los VICTORIA (en un grito). - No era bastante. ¡Oh, no! ¡No era
estúpidos, puesto que ellos prep'a ran mis caminos! ¡Ellos bastante todavía! ¿Qué había de hacer yo con tu alma
constituyen mi fuerza y mi esperanza! Quizá llegue el día solamente?
en que todo sacrificio os parezca vano, en que el grito (LA SECRETARIA acerca su mano a DIEGO. La pantomima
interminable de vuestras cochinas rebeliones calle al fin. de la agonía comienza. LAS MUJERES se precipitan hacia V1c-
Ese día reinaré de veras en el silencio definitivo de la TORIA y la rodean.)
servidumbre. (Ríe.) Es asunto de obstinación, ~.no es cierto? LAs MUJERES. - ¡Maldición sobre él! ¡Maldición sobre todos·
Pero tranquilizáos, ten~o la frente estrecha de los tercos. los que desertan de nuestros cuerpos! Míseras de nosotras,.
(Camina hacia el fondo.) sobre todo, que somos las desertadas y que llevamos a lo·
LA SECRETARIA. - Soy más vieja que usted y sé que el amor largo de los años este mundo que el orgullo de ellos pre-
de ellos también tiene su obstinación. tende transformar. ¡Ah! ¡Ya que todo no ruede ser salvado,.
LA PESTE. - ¿El amor? ¿Qué es eso? aprendamos por lo menos a preservar la casa del amorf
(Sale.) Que venga la peste, que ven!!a la guerra, y con las puertas
LA SECRETARIA. - ¡Levántate, mujer! E'stoy cansada. Hay que cerradas, vosotros a nuestro lado, nos defenderemos hasta
terminar. el fin. ¡Entonces, en lugar de es'a muerte solitaria, poblada
(VICTORIA se levanta. Pero DIEGO cae al mismo tíempo. de ide~s, nutrida de palabras, conoceréis la muerte juntos,
LA SECRETARIA retrocede ·un poco en 1.a somhr..<1;. VICTORIA se vosotros y nosotras confundidos en el terrible abrazo del
precipita hada DIEGO.) ' · · ', amor! Pero los . hombres prefieren la idea. ¡Huyen de su
VICTORIA. - Ah, Diego, ¿qué has hecho de nuestra felicidad? madre, se desprenden de la amante, y allá corren a la.
~186 A l lJ e 1· t C a ·m u s El estado d e sitio 187

venh1ra, heridos s~n llaga, muertos sin puñales, cazadores que pretenden no dar ninguna regla, como los otros que
·de · sombras, cantores solitarios, invocando bajo el cielo entendían darla para todo, exceden igualmente los l~mit~s.
mudo una imposible reunión y marchando de soledad en Abrid las puertas; que el viento y la sal vengan a limpiar
·soledad hacia el aislamiento último, hacia la muerte en esta ciudad.
pleno desierto! (Por las puertas, que se abren, el viento sopla cada vez más
( LAs MUJERES se lamentan mientras el viento sopla un poco .fuerte.) ,
·más fuerte.) NADA. - Hay una justicia, la que se ha hecho ~ mi asco. ~:·
(Dmco muere.) volveréis a empezar. Pero ya no es asunto m10. No conte1s
'LA SECHETARIA. - No lloréis, mujeres. La tierra es dulce para conmigo para brindaros el perfecto culpable, no tengo .la
aquellos que la han amado mucho. virtud de la melancolía. Oh, viejo mundo, h ay que partir,
(Sale .) tus verdugos están fatigados, su odio se ha hecho demasiado
(VICTORIA y LAS MUJERES salen por el costado, llevando a frío. Sé demasiadas cosas; el mismo orgullo ya cumplió su
D IEGO . Pero los ruidos del fondo se han definido.) tarea. Adiós, buenas gentes, un día aprenderéis que no se
(Una nueva música estalla y se oye aullar a NADA en las puede vivir bien sabiendo que el hombre no es nada y
fortificaciones.) que la cara de Dios es horrible.
NADA. - ¡Ahí están! Llegan los ancianos, los de antes, los de (En el viento que sopla tempestuosamente, NADA corre por
siempre, los pretrificados, los tranquilizadores, los confor- la escollera y se arroja al mar. El PESCADOR ha corrido tras él.)
tables, los p etrificados, los bien pulidos, la tradición, en fin, ·EL PESCADOR. - Ha caído. Las olas violentas lo golpean y lo
asentada, próspera, recién afeitada. Alivio general, será po- ahogan en sus crines. Esa boca mentirosa se llena de sal y
·sible comenzar de nuevo. Desde el principio, naturalmente. va a callar por fin. Mirad, el mar fmioso tiene el color de
Aquí están los sastrecitos de la nada, tendréis trajes a la las anémonas. Él nos venga. Su cólera es la nuestra. P~?­
medida. Pero no os agitéis, el método de ellos es el mejor. clama la reunión de todos los hombres del mar, la reumon
En lugar de tapar las bocas de los que gritan su desventura, de los solitarios. Onda, oh mar, patria de los insurrectos, he
'tapan sus propias oreias. Éramos mudos, ahora nos conver- aquí tu pueblo que no cederá jamás. La gran ola ,de fondo,
tiremos en sordos. (Fanfarria.) Atención, los que escriben nutrida en la amargura de las aguas, se llevara vuestras
la historia vuelven. Se ocuparán de los héroes. Los van a ·ciudades horribles.
poner al fresco. Bajo la losa. No os lamentéis: por encima
de la losa la sociedad está verdaderamente demasiado
mezclada. (en el fondo, pantomima de ceremonias oficiales.)
'Mirad, pues, ¿qué creéis que están haciendo ya?: se con- TELóN
decoran. Los festines del odio siguen abiertos, la tiPrra
agotada se cubre con la madera muerta de las potencias,
la sangre de aquellos que llamáis justos ilumina aún los
·muros del mundo, y ellos, ¿qué hacen? ¡Se condecoran!
Regocijaos, tendréis discursos celebratorios. Pero antes de
que se adelante el estrado, quiero resumiros el mío. ltse,
a quien yo amaba a pesar suyo, murió robado. (EL PESCADOR
se precipita sobre NADA. Los GUARDIAS lo detienen.) Ya ves,
pescador, los gobiernos pasan, la policía queda. Hay pues,
una justicia.
EL CORO. - No, no hay justicia, pero hay límites. Y aquellos

También podría gustarte